22 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1. A-D/GRATUIDAD  ¡QUÉ LEJOS EL DIOS QUE REVELA JESÚS DEL DIOS QUE NOS IMAGINAMOS-INVENTAMOS

¡Menos mal que Dios ni piensa como nosotros ni es como nosotros nos lo figuramos! Nosotros queremos un Dios "justo", que dé a cada uno lo "suyo", que dé más a quien más produce y menos a quien rinde menos, que lleve minuciosamente la contabilidad de cuanto hacemos para pagarnos por ello de modo proporcionado, equitativo... Y, como pensamos así de Dios, quien más quien menos, al leer la parábola, nos hemos puesto de parte de quienes se quejan al final, al recibir, por todo un día de trabajo, lo mismo que reciben quienes han trabajado tan sólo un rato. ¡Tienen toda la razón! Si han trabajado más, si han producido más, ¡deben recibir más! ¡Qué tontos somos! ¡Qué lerdos y tardos en comprender que ese "dios" inventado por nosotros, no es el Dios que nos revela Jesús! ¡Ni siquiera es el Dios que nos conviene, hablando en términos humanos, en términos contables! Apañados iríamos con un dios así. Con un dios que sólo nos diera lo que merecemos y que nos exigiera rendimientos por todo cuanto nos da, un dios que castigara todas nuestras infidelidades con criterio de capataz de empresa. A ese dios, justiciero y matemático, frío y calculador, amo y no-Padre, yo no me apunto. ¡No es el Dios de Jesús en el que creo! ¡No es el Dios libérrimo de la parábola del evangelio! ¡No es mi Dios! El Dios que nos presenta la parábola es el Dios generoso, el Dios que no condiciona sus dones a nuestros méritos, el Dios que no espera recibir para dar, el Dios gratuito que nos ama por nosotros y no por lo que hacemos, el Dios Padre que nos ha dado a su Hijo sólo porque nos ama y como muestra de su amor. El Dios de la parábola es el Dios de los pobres, de los que nada tienen y nada pueden darle, a quienes llama no para que le proporcionen beneficios, sino porque no pueden proporcionárselo, a quienes ama quizá porque ellos no son capaces, en su extrema pobreza, ni siquiera de amarle, no porque no quieran, sino porque nadie les ha enseñado a conocerle y a amarle.

El Dios de la parábola, el Dios de Jesús, es el Dios de la recompensa gratuita, el Dios que no está obligado a darnos nada y que, sin embargo, nos lo entrega todo, hasta a su propio Hijo.

El Dios de la parábola es el Dios-Padre, el Dios-Amor que, precisamente porque ama, no ve injusto dar a los rendimientos distintos retribuciones iguales, porque no atiende al rendimiento, sino a las personas en sí mismas, con sus necesidades y problemas, a sus hijos a quienes ama.

Y precisamente porque ama llama siempre, a todas horas. Buscar trabajadores al final de una jornada, cuando es poco lo que pueden rendir, no se explica con criterios de productividad. Pero es que el Dios de Jesús no la busca en nosotros, nos busca a nosotros. Por eso espera constantemente, por eso nos llama al comenzar la jornada, en medio de ella y cuando toca a su fin. Lo que Él busca es nuestra disponibilidad, nuestra buena voluntad, para poder, por su parte, mostrarnos la suya, el infinito amor que nos tiene.

¡Qué lejos está este Dios de lo que nosotros pensamos de Él! ¡Y qué lejos estamos nosotros de pensar y vivir como Él piensa y vive! ¡Gracias, Señor, por ser como eres! ¡Perdona nuestra ceguera y el ser como somos! Este ser de Dios, este comportamiento para con nosotros, debería ser nuestra meta en relación a Él y a nuestros hermanos, los hombres. Esta debería ser la utopía hacia la que deberíamos caminar. Actuar por amor. Estar por encima del utilitarismo materialista que atiende, para dar, a lo que antes hemos recibido. Tener la gran libertad de dar lo nuestro, no a quien se lo merezca, sino a aquél que, por no saber, ni siquiera sabe mostrar amor y agradecimiento. Esta es nuestra utopía. Este es el Dios que nos revela Jesús. Esta es la cima a la que nunca llegaremos, pero hacia la que siempre debemos caminar: "Ser perfectos como mi Padre celestial es perfecto".

Y así, en la medida en que nos vayamos pareciendo al propietario de la parábola, iremos construyendo en el mundo el Reino de los cielos del que nos habla Jesús: "El Reino de los cielos se parece a un propietario..."

DANIEL ORTE GAGAZO
DABAR 1987/47


2. FE/A-D  RESULTA MAS DIFÍCIL DE LO QUE NOS IMAGINAMOS CREER EN LA BONDAD FANTÁSTICA Y UNIVERSAL DE DIOS.

¿Cómo no escandalizarse de ese patrono que se burla de los obreros animosos dando -¡en sus mismas narices!- el mismo salario a los que sólo han trabajado una hora? Por fortuna los exégetas nos ayudan a discernir las dos lecciones de esta parábola, tan difícil pero tan hermosa.

En primer lugar, nos revela la bondad de Dios, una bondad soberana, no calculadora y humillante. Dios desea ofrecer a todos el evangelio, quiere abrir a todos la vida eterna. El ejemplo extremo del obrero de la hora undécima es el ladrón que recibe en la cruz un salario fabuloso: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Pero la parábola dirige también el proyector sobre nosotros: "Fíjate bien cuando te dicen que Dios es bueno hasta ese punto. Si te cuesta comprender esto, es que tú no eres bueno".

La clave de la parábola está en la pregunta que le hace el patrono al delegado de los descontentos: "¿Es que tu ojo es malo?". La mirada del buen obrero sobre sus compañeros que han tenido demasiada suerte es rencorosa: "No trates a esos recién llegados lo mismo que a nosotros".

Una vez más, Jesús quiere cambiar a los fariseos. Sabe lo que piensan: "Nosotros trabajamos mucho por Dios". Y es verdad, pero desde lo alto de esa seguridad juzgan insoportable el interés de Jesús por los sinvergüenzas, por los publicanos y las prostitutas. "¿Cómo se atreve a tratarlos tan bien e incluso mejor que a nosotros? Ese pretendido rabino que trata con esos canallas, ¿qué tiene que decirnos sobre Dios?, ¿qué sabe él de Dios?" Pues bien, precisamente el que conoce la bondad de Dios es el que lo sabe todo sobre él. A Jesús le gustaría revelar esta bondad y choca con personas que le dicen: "No, no es de ese modo como hay que ver a Dios". Quizás haya algo extraño en esa reacción, pero si pensamos en nuestro propio comportamiento comprobaremos que resulta más difícil de lo que nos imaginamos creer en la bondad fantástica y universal de Dios.

Irresistiblemente se piensa que él ama ante todo a la gente bien, que detesta a los de conducta dudosa; y entonces nos ponemos a juzgar en su nombre a tal sacerdote o a tal persona generosa: "Haría mejor si se ocupara de la gente honrada y dejase de tratar con esa familia o con esos sinvergüenzas".

Un divorciado que se había vuelto a casar me decía: "En nuestros ambientes cristianos no hay mucho amor". Otra mujer que se había casado con un sacerdote me confesaba: "Si supiera usted cómo me rechazan". Y en política, qué miradas echamos sobre "los que no piensan como es debido".

Bien, dirán quizás algunos. Aceptemos a todo el mundo. ¡Vivan las horas undécimas y los buenos ladrones! ¿Ama Dios a todos? Pues entonces, no nos molestemos en practicar la moral.

Hay que molestarse, hay que trabajar, se necesitan obreros de la hora primera. ¡Qué suerte para ellos haber sido contratados por Dios tan pronto y tan amablemente! ¡Pero que amen a los últimos! Demostrarán así que el haber estado cerca de Dios les ha hecho conocerle y consiguientemente experimentar su amor. Pero si, por desgracia, son duros con los que llegaron tarde y con los que se desvían, por mucho que vengan a misa estarán lejos de Dios. "El que no ama -dice San Juan- no conoce a Dios".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 49


3. ALEGRIA/SEGUIMIENTO EL VERDADERO OBRERO SE DESINTERESA DEL SALARIO. ENCUENTRA LA PROPIA ALEGRÍA EN TRABAJAR POR EL REINO. 

Ha sido Pedro el que ha puesto sobre el tapete la cuestión de las recompensas:

-Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos por tanto? Esta es una reivindicación salarial en toda regla. Quizás Pedro es el representante sindical del grupo de los doce.

Jesús lo tranquiliza. Es más, promete una especie de investidura solemne: "...Os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel". Despacha rápidamente la cuestión del premio final ("la vida eterna"). Pero su respuesta contiene también un reproche. Como si replicase: ¿Tenéis miedo a que me deje vencer en generosidad por vosotros? ¿Tenéis miedo a perder en el "cambio"? ¿Imagináis que Dios, para recompensaros, tenga que adoptar vuestros criterios de justicia y vuestras tarifas puntillosas? Y al llegar aquí se coloca la parábola de los obreros de la viña, que aporta una clarificación definitiva al problema, y al mismo tiempo desplaza la discusión a otro plano. (...)

-Ser llamados al servicio de Cristo es una gracia. Ya el hecho de trabajar en la viña del Señor, por su Reino, es don, recompensa.

-En las relaciones con Dios es necesario "fiarse". Evitar el comerciar. Cuando uno comercia, quiere decir que pone en primer plano el propio trabajo. Mientras que, en una correcta relación religiosa, la primacía es dada por la acción gratuita de Dios a favor del hombre, no por la acción del hombre a favor de Dios.

Existen cristianos que creen que la religión consiste en lo que ellos dan a Dios. Y no, la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros.

Mentalidad de mercenarios. Incapacidad congénita para considerarse "siervos inútiles". No entienden que es peligroso exigir a Dios "lo que es justo".

El verdadero obrero, según el corazón del Señor, es el que se desinteresa del salario. El que encuentra la propia alegría en poder trabajar por el Reino.

Pero el punto central de la parábola está especificado en esa constatación amarga: ¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno? "Envidia", "envidioso" se puede traducir, literalmente, por "ojo malo".

En el fondo la parábola nos dice que podemos ser unos trabajadores extraordinarios, pero al mismo tiempo estar enfermos de "ojo malo". Y, consiguientemente, no sabemos estar en la viña como se debe.

Digamos la verdad. Es más fácil aceptar la severidad de Dios, que su misericordia. Y, sin embargo, la prueba fundamental a que está sometido el cristiano es ésta: ¿eres capaz de aceptar la bondad del Señor, de no refunfuñar cuando perdona, cuando compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente, generoso hacia el que se ha equivocado? ¿Eres capaz de perdonar a Dios su "injusticia"? (/Lc/15/11-32) ¿Resistes a la tentación de enseñar a Dios el... oficio de Dios? El hermano obedientísimo del hijo pródigo, ese trabajador ejemplar, ese empleado modelo, se ha revelado incapaz de comprender y aceptar la liberalidad del padre, su acogida festiva al hijo calavera que volvía a casa después de haber dilapidado el patrimonio en juergas y con mujerzuelas. Se ha sentido ofendido por la fiesta organizada con ocasión de su vuelta. Esa alegría le ha parecido una injuria, una injusticia a su fidelidad.

Nuestra desgracia es la envidia. El ojo malo. La mezquindad. No estamos dispuestos a hacer fiesta cuando Dios hace fiesta a quien no se la merece. Apuesto que, si hubiésemos estado presentes bajo la cruz, habríamos considerado "inadmisible" la pretensión del ladrón de entrar en el Reino de Cristo a ese precio. Y habríamos encontrado motivo para criticar aquella canonización inmediata de un pícaro, que no tenía para exhibir ninguna de esas virtudes nuestras "probadas", sino sólo maldades.

La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo. Pero quien tiene el ojo malo, y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo. Porque corre el peligro de echar a perder la eternidad. Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, nos cerramos la posibilidad de sorprendernos, como los trabajadores de la hora undécima, frente a la generosidad del amo. Pasaremos la eternidad contabilizando nuestros méritos. Confrontándolos con los de los demás. Corrigiendo las operaciones de Dios. Una condenación...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 206 ss.


4.

Un propietario sale a contratar jornaleros. La escena no resulta muy lejana para nosotros. Basta llegarse a algún pueblo andaluz; o con acercarse, a primeras horas de la mañana, a determinadas plazas de las grandes ciudades. La plaza resulta lugar de contratación, mercado de trabajo. Lo que en tiempo de Jesús era normal, hoy son situaciones anómalas de subdesarrollo. Pese a que en algunos lugares -de Andalucía, por ejemplo- sea una anormalidad cotidiana.

Jesús ha tomado su punto de partida de la vida cotidiana. Pero la parábola de hoy no nos quiere instruir sobre propietarios, trabajadores y jornales, sino hablarnos de lo que ocurre con el Reino de Dios.

Los judíos piadosos y observantes eran celosos de su "santidad" y de su "justicia". Y no comprendían que Jesús no reconociera sus méritos. Que se relacionara con pecadores: publicanos, recaudadores de impuestos; mujeres de todo tipo, de conducta no siempre ejemplar; gente sencilla, que arrastraba una vida dura, que bastantes problemas tenían con el trabajo de cada día y no les quedaba tiempo para prestar minuciosa atención a la Ley de Moisés y a las observancias con que la habían rellenado los letrados y fariseos.

Ellos habían intentado que Jesús entrara en razón. O habían acudido a sus discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" (Mt 9. 11). Lo único que habían logrado es algún chasco. Jesús no quería comprender las razones de aquellos hombres cumplidores. Y ellos tampoco querían comprender las razones de Jesús. Con la parábola de los jornaleros Jesús intenta, una vez más, hacerles ver las cosas. Fijémonos en el diálogo del final. ¿Hacia dónde nos inclinamos nosotros?

a) Los trabajadores de la primera hora "pensaban que recibirían más". ¿Por qué? "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno". Tienen razón, podemos pensar: han trabajado más; merecen mejor jornal.

b) El propietario responde: "¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" El propietario también se explica con claridad. Y no resulta injusto. Pero Jesús no quiere dar ahora lecciones de justicia social, sino decirnos lo que ocurre con el Reino de Dios, con los hombres delante de Dios.

a) Los jornaleros de la primera hora representan a los judíos celosos y observantes. Cuentan con su trabajo, con sus méritos. Tienen, pues, unos títulos que presentar ante Dios. Pueden irle con exigencias. Más todavía: sus méritos les autorizan -creen ellos- a considerarse superiores a los demás: "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los ha tratado igual que a nosotros". ¿Cómo es posible, tratarnos igual, cuando nosotros somos mejores?

b) El dueño de la viña representa aquí al Padre del cielo: "Quiero darle a este último igual que a ti. ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Es bueno. Da generosamente. Le molesta la suficiencia de aquellos obreros de primera hora. Han trabajado bien, eso es verdad. Pero, ¿por qué han de meterse con los que han venido luego y querer medirles con cuantagotas lo que él les regala de corazón? ¡Nos cuesta tanto comprender que, ante Dios, no tenemos ningún mérito que exigir!: "Yo he hecho eso y aquello; he cumplido con tal y con cual obligación. Merezco, pues..." No merecemos nada.

Dios es quien nos ama, quien nos llama a su Reino, quien nos ofrece gratis su amor. Nosotros debemos extender la mano y aceptar su don; abrir los brazos y recibir su abrazo. ¡Nos cuesta tanto comprender que nuestro esfuerzo no nos autoriza a considerarnos superiores a los demás, a mirarlos por encima del hombro! ¡Que creer en Jesús y venir a misa todos los domingos no nos convierte en una raza superior de hombres! Dios ofrece su amor a todos, llama a todos. Como Jesús, que trataba con todo tipo de gente. Y que se sentía molesto cuando algunos buenos fariseos de toda la vida, de corazón encogido, querían guardarse para ellos solos el amor de Dios y de su Reino, que el Padre ofrece a todo el mundo.

"Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos". Los escribas y fariseos y los sacerdotes -los primeros en darse prisa- quedaron atrás. Y aquellos pobres pescadores del lago; y aquel publicano, Mateo; y los otros discípulos, gente del pueblo bajo, pasaron a ser primeros.

Pero ¡cuidado! Por el hecho de ser primeros o últimos, nadie de nosotros puede enorgullecerse ni considerarse superior a los demás. Siempre debemos mirar arriba, abrir los corazones para acoger el don de Dios, y decirle: ¡Gracias, Señor! Eso es lo que ahora vamos a hacer en la eucaristía.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1978/17


5. ESFUERZO/GRACIA  OBRAS/JUSTIFICACION 

No tiene nada de extraño que este proceder del amo despierte la indignación de los jornaleros y organicen un alboroto para protestar. ¿Acaso no se trata de una flagrante injusticia? ¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su lugar? Pero oigamos a la otra parte. Un denario solía ser el jornal mínimo vital para poder subsistir un hombre con su familia. El amo de la parábola da a todos lo suficiente para vivir, a los primeros porque se lo han ganado y a los segundos porque él es bueno. Por eso, a las protestas de aquellos que habían trabajado más por el mismo precio, el amo contesta diciendo que él hace con su dinero lo que quiere y que si él es bueno no tienen por qué ser ellos envidiosos. Además, los que ahora protestan han recibido todo el jornal por el que voluntariamente se habían contratado.

Si nosotros quisiéramos justificar la conducta del amo podríamos decir que los últimos operarios trabajaron a destajo y que en el mismo tiempo hicieron la misma faena que los primeros. Pero entonces se ocultaría a nuestros ojos precisamente la enseñanza de Jesús. Nada mejor que recordar otra parábola semejante para ver el abismo que separa el Evangelio de Jesús de la tradición rabínica y de la moral farisaica. En el Talmud de Jerusalén se nos habla de la muerte de un famoso rabino llamado Bun bar Hijja, acaecida el año 325 d. de C. En la oración fúnebre, uno de sus amigos pronunció la siguiente parábola: Una vez un rey contrató a un gran número de operarios. A las dos horas de comenzar el trabajo fue a ver lo que hacían y, al observar la ejemplar laboriosidad de uno de ellos, lo mandó llamar y se pasó con él platicando toda la jornada. Llegada la hora de la retribución, el obrero ejemplar recibió también el jornal íntegro. Los otros protestaron, y el rey dijo: "No os hago ninguna injuria, pues este obrero ha hecho más en dos horas que vosotros durante todo el día". Y la oración fúnebre del amigo termina diciendo que también el rabí Bur bar Hijja hizo más en sus 28 años de vida que otros muchos maestros que vivieron hasta 100 años. En esta segunda parábola todo es normal, las relaciones con Dios reproducen el esquema de la justicia humana. Entre las dos parábolas se descubre el abismo que hay entre la Ley y el Evangelio, entre la moral farisaica basada en la justificación por las obras y la moral evangélica que debe ser consecuencia del indicativo de nuestra salvación. Según el Evangelio, Dios salva graciosamente y espera que sus hijos correspondan con amor.

El amo de la parábola de Jesús es Dios nuestro Padre. Dios no quiere establecer con los hombres, a quienes hace sus hijos, aquellas relaciones propias que un amo tiene con sus jornaleros, relaciones de simple justicia. Dios quiere establecer unas relaciones fundadas en el amor y en la gracia. Por eso premia por encima de nuestros méritos y da a cada uno lo que necesita para la vida, para una vida eterna. Una moral de talante farisaico proyecta las relaciones mercantiles humanas en el ámbito de las relaciones con Dios y da paso a una especie de capitalismo espiritual en el que sólo cuenta el atesorar méritos para pasarle a Dios la factura. Una moral así no puede comprender la bondad de Dios que nos sorprende siempre con la gratuidad de su amor.

Tampoco puede comprender el gozo de los hijos de Dios que trabajan con amor y, consiguientemente, sin limitarse a cumplir las generales de la ley. Si en nuestras relaciones con Dios fueran las "prácticas" y no el amor lo que vale, los ricos en buenas obras acapararían la herencia del Reino de Dios. Y los pobres, en este caso los que no practican tanto, no tendrían esperanza. Pero si lo que vale es el amor, es posible que nos aventajen en el Reino de los cielos aquéllos que no tienen tantas obras buenas de qué gloriarse y lo esperan todo de la misericordia del Señor.

EUCARISTÍA 1972/54


6.

-LA PALABRA DE DIOS ES MUY EXTRAÑA:

No puede ser de otra manera si es en verdad su palabra, la que El pronuncia sobre nosotros y para nosotros y no la palabra que nosotros pronunciamos acerca de Dios. Porque es el enteramente Otro, y "sus planes no son nuestros planes, ni sus caminos nuestros caminos". Por eso es difícil de escucharla, e imposible de comprenderla o integrarla en el sistema de nuestras ideas. Por eso no podemos "encajarla" ni juzgarla desde nuestros prejuicios y, en consecuencia, produce en nosotros el desconcierto. Pero si la escuchamos con fe y ayudados por su espíritu -¿y cómo podríamos escucharla si no fuera así?-, nos damos cuenta de que es una palabra liberadora. La única palabra que nos libera, porque es la única palabra enteramente nueva para todo hombre y la auténtica buena noticia. En cuyo caso el que la escucha con fe, más que comprenderla y abrazarla, se siente comprendido y abrazado por ella. Y por el mismo Dios que la pronuncia para que tengamos vida creyendo, para que nos pongamos de acuerdo con El y por El con nosotros mismos y con los demás, para que entremos en sus planes, en sus pensamientos -alzados sobre los nuestros más que el cielo sobre la tierra que pisamos- y en el misterio de su vida. De modo que, al vernos libres de nuestro peculiar punto de vista y de los intereses particulares en que éste se sustenta, nos veamos abiertos de par en par a todos los hombres nuestros hermanos, dispuestos a comprenderlos, a aceptarlos, a reconocerlos como aquellos que han sido convocados como nosotros a escuchar la misma palabra sorprendente de Dios.

-A CADA UNO UN DENARIO: Lo extraño, lo sorprendente de la palabra de Dios aparece con toda claridad en esta parábola de Jesús en la que se proclama la gratuidad de la salvación. El reino de los cielos -dice Jesús- se parece a un propietario que contrata a unos jornaleros por la mañana, a otros a mediodía y a otros al caer de la tarde; pero al fin de la jornada, todos reciben un denario.

Vemos que este propietario contraviene todas las normas de justicia, de nuestra justicia. Y enseguida nos sumamos, siguiendo la lógica de nuestro sistema, a la protesta de los que han soportado el peso del sol y la fatiga del bochorno: "No es justo, a cada cual según su trabajo. Los que han trabajado menos deben recibir menos". Y no nos damos cuenta que al pensar de esta manera juzgamos la palabra de Dios desde nuestros prejuicios, recortamos el significado de la parábola según el patrón de nuestras categorías mezquinas. Con lo cual el denario ya no es más que una paga, el hombre un jornalero y Dios el amo. Pero esto ya no tiene nada de nuevo y no es en absoluto liberador.

-EL DENARIO ES LA GRACIA DE DIOS: Intentando poner en razón humana la palabra de Dios, alguien podría pensar que los últimos en ser contratados a la viña -algo así como las "vocaciones tardías"- hicieron en menos tiempo el mismo trabajo. Pero recurrir al destajo para resolver las dificultades no es más que obstinarse en mantener a toda costa el punto de vista humano, sin aceptar el punto de vista de Jesús. Es insistir precisamente en la moral y en la piedad, en la justificación por las obras, que es lo que Jesús critica en esta y otras parábolas como la del hijo pródigo.

El extraño propietario de la parábola representa a Dios. El cual no comete ninguna injusticia sino que, llevado de su bondad, actúa desbordando la justicia con el colmo de su gracia. De manera que no se mueve por debajo de la justicia tal como la entienden los hombres, sino muy por encima. Por eso da a cada uno un denario, a cada uno la vida eterna, que de eso se trata. Da a todos lo que nadie puede merecer en absoluto. Y espera de todos únicamente que hagan ni más ni menos lo que pueden hacer, con alegría y generosamente, sin tasar con malos ojos el trabajo de los demás. Porque sólo esto, hacer lo que podemos, es suficiente para entrar en el reino. Bien entendido que en ningún caso y para ninguno es equivalente con lo que puede esperar al fin de la jornada y sólo puede recibir como una gracia inapreciable.

EUCARISTÍA 1978/44


7. 

-"MIS PLANES NO SON VUESTROS PLANES": Si habéis prestado atención a la lectura del evangelio, con seguridad que os ha sorprendido el extraño proceder del terrateniente, que paga lo mismo a los jornaleros de primera hora que a los que contrató a última hora. Como los protagonistas de este evangelio, también nosotros esperábamos otro final. Por ejemplo, que el amo pagase más a los que habían trabajado más horas.

Sorprendentemente, el amo paga a todos lo mismo, un denario. Y aún resulta más alucinante que Jesús diga que el reinado de Dios se parece a lo que pasa en este relato. Muchos exegetas han tratado de dar sus razones para hacer más razonable la conducta de ese terrateniente, a quien Jesús compara el reino de Dios. Se ha dicho, por ejemplo, que posiblemente los jornaleros de última hora trabajarían a destajo, realizando en menos tiempo lo mismo que los otros en toda la jornada. Pero eso no está en el evangelio.

También se ha supuesto que el denario vendría a ser el salario justo o suficiente, por lo que se pagaría a todos lo suficiente. Pero eso tampoco consta en el evangelio, y resulta una explicación insuficiente. También se insiste en que todos reciben lo mismo, porque todos reciben lo convenido y, por tanto, lo que es justicia. Pero eso, aunque parezca fundado en la letra del evangelio, no es ni convincente, ni todo lo que quiere decirnos el evangelio. Porque lo que el evangelio quiere decirnos es que Dios es sorprendente, desconcertante y que no podemos entenderlo aplicando nuestros esquemas y nuestros prejuicios. Como afirma Isaías: "Mis planes no son vuestros planes, y vuestros caminos no son los míos".

-"¿VAIS A TENER ENVIDIA PORQUE YO SOY BUENO?": Si el final inesperado nos desconcierta, no tenemos que tratar de justificar a Dios, sino que debemos dejarnos sorprender por la palabra de Dios, que pone en cuestión nuestro proceder y nuestra manera de pensar. ¿Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola? Cuando Jesús propone este caso paradigmático, tiene muy en cuenta lo que en el capítulo anterior, según la versión de Mateo, acaba de suceder. Los discípulos de Jesús esperan una alta recompensa porque lo han dejado todo y han seguido a Jesús. Tal mentalidad es buen reflejo de la nuestra, de la de los cristianos y posiblemente de muchos otros. ¿Qué ventajas reporta la religión? ¿De que nos sirve tratar de ser buenos? ¿Qué utilidades se derivan de creer en Dios? ¿Para qué sirve rezar, bautizar a los hijos, ir a misa los domingos, casarse por la iglesia, etc. etc..? Hemos aplicado a la religión los mismos criterios que se han impuesto en la vida: las ventajas, los intereses, el lucro, las recompensas. Nada se hace por nada. Y así hemos perdido el sentido de lo gratuito, de lo inapreciable, de Dios. Porque con esa mentalidad no hay camino para llegar a Dios, que es gracia, don, amor, por encima y más allá de las necesidades que nos encogen y arrugan.

El hombre es un ser de necesidades. Tenemos necesidad de muchas cosas para vivir. Necesitamos comer y vestirnos y cobijarnos y trabajar y ganar dinero. Necesitamos todo eso y mucho más para vivir. Pero la vida no consiste sólo en eso. Y, sobre todo, no podemos invertir el orden y vivir para ganar dinero, para comer y presumir y trabajar y comprar un piso o un chalet. La vida, nuestra vida humana, que está sujeta a mil necesidades, es vida en libertad y para la libertad. Superadas las necesidades, que nos limitan y atan, la meta de la vida es la libertad, el gozo, el amor, la felicidad, la amistad, la solidaridad, la fiesta y la paz. Todo eso, que es lo que más vale de la vida y en la vida, es inapreciable, no tiene precio. Todo eso, lo que vale de verdad, no se puede comprar, ni vender, ni negociar, ni merecer. Sólo se puede recibir gratuitamente si nos los dan graciosamente. Y eso es lo que quiere que comprendamos Jesús en este evangelio. Es comprensible y es humano nuestro sentido de la utilidad, porque tenemos necesidades. Lo incomprensible es que reduzcamos la vida a lo útil, porque más allá de nuestras necesidades, hemos nacido para la libertad, para la gracia.

-LO IMPORTANTE ES LLEVAR UNA VIDA DIGNA DEL EVANGELIO: Dios es como el propietario de la parábola, pero no es un propietario, ni un amo. De ahí que el proceder de ese propietario nos desconcierte. Porque Dios no nos da lo que merecemos, sino lo que quiere, porque nos quiere. En el caso del evangelio el denario representa la gracia de Dios. Y la gracia de Dios no se mide por los merecimientos del hombre, sino por la inmensa bondad de Dios que nos quiere. Por eso no hay injusticia en dar el denario, la gracia, a los jornaleros de primera hora y a los de última hora, sino que lo que hay es un desbordamiento de la justicia por el colmo del amor. Dios da a todos los hombres lo que necesitan, pero a nadie exige más de lo que puede dar, por eso espera que todos recibamos su gracia con alegría sin dejarnos llevar de la envidia frente a los otros. Este proceder de Dios nada tiene que ver con nuestros sistemas salariales diferenciadores y discriminadores del trabajo humano hasta el colmo de la injusticia en tantos casos de salarios miserables, dentro del mismo sistema que legitima salarios desorbitados.

Por eso, para poder entender el sentido de la parábola de Jesús, tenemos que liberarnos de la mentalidad capitalista o colectivista y meternos en el sistema del amor, que es lo más humano y lo más divino, porque Dios es amor. En nuestra humana experiencia del amor podemos encontrar el marco adecuado para comprender el mensaje del evangelio y practicarlo. Porque el amor es siempre sorprendente, imprevisible, gratuito y gratificante. Y así es Dios para los hombres. No podemos evitar que Dios nos ame, aunque podemos cerrarnos al amor de Dios y no amarle. Pero Dios nos ama y este amor de Dios hace posible el reinado de Dios, es decir, el reinado del amor y de las relaciones de amor entre los hombres, el reino de una fraternidad universal sin precedentes, pero que es el único futuro posible para todos, hombres y pueblos.

Incomprensiblemente la humanidad ha ido marginando el amor, hasta reducirlo vergonzosamente al recinto de la alcoba, para proclamar el reino de la economía capitalista o nacionalista, el reino del mercado, de la competencia, de la selva, del sálvese quien pueda, aunque la mayoría no pueda más que morir de hambre o de subdesarrollo. El hombre se ha ido endiosando y ha llegado a tener la pretensión de ganarse la vida por su esfuerzo, con la ciencia y la técnica, sin querer reconocer que nadie puede ganarse la vida, porque todos hemos recibido gratis la vida y lo único que podemos hacer es mantenerla. El resultado de esta insensata manera de pensar está patente, no nos ganamos la vida, no dejamos que los demás se ganen la vida y no dejamos vivir a casi nadie, porque estamos haciendo imposible la vida, la libertad, la justicia, la paz, el amor, la solidaridad, es decir, todo lo que de verdad vale y cuenta en la vida, el reino de Dios.

EUCARISTÍA 1987/45


8.

EL DIOS QUE NO ES "JUSTO", Y NUESTRA VOLUNTAD DE TRABAJAR.

No son mala gente, los trabajadores de la primera hora: también nosotros habríamos reaccionado así. Jesús, en efecto, al presentarnos la parábola, no pretende que "estemos de acuerdo" con lo que nos explica. No, Jesús quiere que nos demos cuenta de que no estamos de acuerdo, que la actitud de aquel propietario no nos convence. Y una vez nos hemos dado cuenta, nos pide que cambiemos nuestra forma de entender a Dios y de entender el sentido del ser cristiano.

INFIERNO/JUSTICIA: Ahí está el asunto: mal vamos a andar si somos cristianos y buenos cumplidores de nuestros deberes para con Dios porque esperamos de él una determinada recompensa, un determinado salario. Porque al final ocurrirá que las cuentas no cuadrarán. Dios no funciona con criterios de justicia humana, funciona con criterios de amor que se derrama más allá de toda consideración. (Por eso, decir, como a veces se dice, que tiene que haber infierno porque si no lo hubiera Dios no sería justo, es un disparate: si hay posibilidad de infierno es porque puede haber personas que se nieguen absolutamente al cielo).

Un primera consecuencia de todo ello es que tenemos que ser cristianos porque ahí encontramos la felicidad, porque vemos que merece la pena, que el camino cristiano (cruz incluida) llena nuestra vida. Hemos recibido una llamada, nos ha cogido el corazón, y la hemos seguido, trabajaremos tanto como podamos todas las horas que sea necesario. Y no miraremos de reojo a los que no se sabe muy bien si trabajan o no, esperando cobrar más que ellos: más bien, desearemos que aunque sea la última hora y en un trabajo que nosotros no acabemos de ver que sea realmente trabajo, entren a trabajar, y cobren tanto como nosotros.

Porque, además, ¿qué salario podemos exigirle nosotros a Dios, si todo lo que somos, y lo que hacemos, y lo que tenemos ganas de hacer, nos lo ha dado él, que ha puesto en nosotros su Espíritu?

PABLO/J: SAN PABLO, EL CORAZÓN TOTALMENTE DEDICADO A CRISTO. El fragmento del comienzo de la carta a los Filipenses que leemos hoy ilustra muy bien el tipo de trabajador de la viña que Jesús propone en el evangelio: Pablo se ha enamorado absolutamente de Cristo, y toda su vida está en función de ese enamoramiento, sin más planteamientos. El deseo de morir para encontrarse con El es la máxima expresión de esta experiencia, como lo es también, al mismo tiempo, esa extraña contradicción de no querer morir para poder trabajar más: eso sólo lo puede expresar así alguien que no razone ya con razonamientos humanos, sino que haya sido atrapado totalmente por la llamada de Jesús. (Pero atención. No hay que entender que Pablo pretende que el buen cristiano es el que tiene ganas de morirse, o el que queda impasible ante la muerte: el caso de Pablo es tan singular, su inmersión en Cristo es tan total, que no se puede pretender para todo el mundo; sí se puede pretender, sin embargo, que todos vivamos más intensamente la muerte como un alcanzar la plenitud, la unión plena con Jesucristo).

Resalta en el texto la diferencia que Pablo hace entre la llamada que él ha seguido y la que han recibido los que leerán su carta.

Esa diferencia hace ver que todos estamos llamados a "llevar una vida digna del Evangelio de Cristo", con todo lo que ello significa; pero, al mismo tiempo, hay quienes reciben llamadas más fuertes, más totalizantes. Puede ser hoy una buena ocasión para recordar este hecho, y para invitar a mirar en nuestro propio interior si se da esta llamada, y responder a ella. La llamada al sacerdocio -la más visible en este sentido- sigue siendo una llamada fundamental que Dios hace en la Iglesia, así como otras semejantes. Quizá la experiencia no será tan impresionante como la de Pablo, pero merecerá igualmente la pena.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/17


9.

PENSAMIENTOS Y JUICIOS DE VALOR DE DIOS

-¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? (Mt 20, 1-6)

El título que acabamos de dar a la proclamación evangélica de hoy puede inducir a error. También hay que reconocer que la 1ª lectura podría orientarnos por una falsa pista de comprensión del evangelio del día.

Los jornaleros de la undécima hora han hecho correr mucha tinta; los exegetas han intentado explicar la conducta de este patrón que desafía todas nuestras concepciones sociales, y los predicadores se ven en dificultades cuando tienen que explicar una parábola enseñada por Jesús, a personas acostumbradas a la justicia social. Evitando situarse en ese terreno embarazoso, los teólogos intentan otro camino: no podemos comprender los pensamientos de Dios, no son los nuestros.

Dos puntos de partida deberían considerarse en la interpretación de este evangelio. Convendría, en primer lugar, tener presente el genero literario de una parábola. Los detalles aquí son secundarios, ya que se trata de poner de relieve un hecho. En nuestro caso, lo que se pretende subrayar es que los últimos serán los primeros. Al precio, incluso, de una inverosimilitud y hasta de una injusticia social, se trata de afirmar ese principio, ilustrándolo.

Habría, después, que enmarcar la parábola en el conjunto de la enseñanza de Cristo y de las circunstancias en que ésta se imparte. Creo que deben subrayarse dos circunstancias: Jesús hizo notar a menudo que el pueblo elegido no había sido fiel y había rehusado acogerle. Ahora, la elección de Dios recae sobre un nuevo pueblo, la Iglesia que va a nacer. Frente a un pueblo judío al lado de Dios desde siglos, la Iglesia, obrero de undécima hora, se ve colmada de los dones de Dios. No parece imposible que a san Mateo le gustase meter por los ojos esta parábola, el único que la cuenta. Podía, de este modo, reforzar a los ojos de los judeo-cristianos la importancia y situación de la Iglesia. El pueblo en principio escogido por Dios es sustituido ahora por este nuevo pueblo de Dios, el pueblo de la hora undécima. Así, "los últimos", los ahora llegados a la fe y que forman el nuevo pueblo, serán los primeros, mientras que los primeros, el pueblo escogido que no recibió a Cristo, pasa a segundo término, serán los últimos.

Pero hay otro punto de vista en el que se coloca Jesús y que san Mateo considera muy oportuno incluir en su catequesis a la Iglesia. Para entenderlo, hay que recordar la parábola del hijo pródigo, paralela a esta. Se trata de la acogida a los pecadores y de su perdón. Lo mismo que Jesús, san Mateo se encuentra en dificultades para lograr que en su comunidad se reciba a paganos, que se sientan tratados como si hubieran sido adoradores del verdadero Dios de toda la vida.

Ambos puntos de vista, el del pueblo nuevo que ahora es el primero, y el del pecador tratado como el siervo fiel, me parecen íntimamente unidos. En este último sentido nos sentimos invitados a entender la parábola de hoy.

Ante todo, debemos enmarcarla en su contexto. En efecto, viene situada tras la pregunta del Padre, al final del capitulo anterior: "Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos entonces?" (Mt 19, 27). Jesús responde prometiendo a los suyos sentarse en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel; y termina Jesús con esta proclama: "Muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros" En este pasaje, por tanto, Jesús afirma la condición de éstos que han llegado los últimos y que son los apóstoles; están llamados, no obstante, a sentarse en los doce tronos y precisamente para juzgar a las doce tribus de lsrael, el primer pueblo, siendo así que son los últimos. Efectivamente, lo han dejado todo, en la fe, para seguir a Jesús.

Sin embargo, esta declaración de Jesús necesitaba todavía una explicación. "Muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros" es una visión de las cosas que podía resultar no suficientemente comprensible a los apóstoles. Es algo que no se puede entender más que en referencia al Reino de los cielos. Por este motivo, el Señor prosigue proponiendo una parábola sobre el Reino.

La proclamación litúrgica de este domingo empieza inoportunamente en el capítulo 20, dejando de lado el último verso del capítulo 19, que es precisamente el que provoca la enseñanza de Jesús mediante la parábola, introducida, además, por un "en efecto", que la une a lo anterior. En realidad, nuestra parábola queda encuadrada por el mismo adagio: "Muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros", que aparece tanto al principio de la parábola, en 19, 30, como inmediatamente después de ella, en 20, 16, a modo de explicación de lo que ocurrirá en el Reino de los cielos.

Tomemos ahora la parábola del hijo pródigo, en san Lucas, y relacionémosla con ésta. Ambas, asimismo, habría que relacionarlas con la del fariseo y el publicano (Lc 18, 11). De esa manera, llegamos a esclarecer mejor la enseñanza de los jornaleros de la hora undécima.

En la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor se queja amargamente de no recibir lo que su infiel hermano recibe, siendo así que él ha sido siempre fiel. No entiende que el hijo pródigo pueda recibir algo; lo que le indigna no es precisamente que él, fiel hijo, no haya recibido otro tanto, sino que su hermano, pecador, reciba algo. No acepta el perdón otorgado a su hermano, y se percibe en él un cierto desprecio. El mismo desprecio lo adivinamos en las reivindicaciones de los jornaleros de la hora primera: "Estos últimos..." o, también, en boca del hijo siempre fiel: "Ese hijo tuyo" ( Lc 15, 30), y en frase del fariseo frente al publicano: ".. como ese publicano" (Lc 18, 11). El desprecio para con el pecador o para con el que ha llegado a última hora, esa es la actitud que Jesús quiere reprobar y corregir. Los obreros no protestan precisamente por no recibir en proporción a lo que el obrero de última hora recibe, sino porque el obrero de la última hora recibe lo que recibe. Negativa a aceptar la acogida dispensada al otro, al de la última hora.

Indudablemente, la parábola no quiere, de ninguna forma, justificar lo que nos parece una especie de injusticia social, sino que su punto de mira es insistir en la necesidad de no juzgar al pecador, sino de acogerlo. Esa actitud de desprecio hace imposible comprender el gesto del patrón y del perdón de Dios: Imposible entrar en el pensamiento de Dios, desde el momento en que se niega la acogida a un hermano. La parábola recae, pues, por completo en la bondad de Dios y su perdón, así como en la acogida de Dios a aquellos que reciben a quien El ha enviado, entre quienes están, los primeros, los discípulos, sentándose sobre los doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. A quien rehúsa ver a un hermano en el pecador, al judío convertido que siente menosprecio por el pagano que viene a la Iglesia, les es imposible entrar en las maneras de ver de Dios. E igualmente, no es posible, manteniéndose encerrado en la propia justicia e imaginándose que ésta da derecho a unos privilegios, entender los pensamientos de Dios. La parábola no encuentra, pues, justificación alguna en el plano puramente humano, ni tiende a expresar una teología de la justicia de Dios que nos resultaría incomprensible. Su finalidad es ajena por completo a tal teología. Jesús ha sido enviado para salvar a los pecadores; quienes le acogen en la fe son salvados, incluso vienen a ser los primeros.

-Mis planes no son vuestros planes (Is 55, 6-9) No se trata aquí de un Dios cuya conducta es arbitraria y a quien tendríamos que someternos sin entender nada. Este texto, lo mismo que la parábola de los obreros de la hora undécima, ha dado pie a muchos comentarios destinados a hacer aceptar pruebas o comparaciones difíciles de admitir. Pero basta leer el texto atentamente para caer en la cuenta de que no se trata, de ninguna manera, de un Dios que se complace en pensar a su modo y de una forma tal que nos sea imposible seguirle en sus decisiones.

Por el contrario, esta lectura nos permite entender mejor aún el significado del evangelio del día. Se sitúa, en efecto, en un contexto muy particular: el del anuncio de una Jerusalén nueva, de una nueva Alianza, eterna esta vez (Is 55, 1-4). Se trata de una nación nueva, creada por el Señor. Pero para entrar en ella, es necesario convertirse: "Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón".

Si el Señor declara que sus planes no son nuestros planes y que sus caminos difieren de los nuestros, ¿qué quiere decir con estas palabras? ¿Quiere indicar que sus categorías mentales son extrañas a las nuestras? ¿Que su justicia no tiene nada que ver con la nuestra? No parece. En esta afirmación hay que ver la afirmación de la infinita misericordia de Dios. Nuestra justicia condena, la de Dios perdona, porque sus pensamientos están por encima de los nuestros.

El salmo 144 lo expresa muy bien:

... es incalculable su grandeza.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad...
El Señor es justo en todos sus caminos...

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 39 ss.