H O M I L Í A S |
DOMINGO XXIV CICLO C |
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Hablamos con frecuencia de la justicia de Dios, de la bondad de Dios, de la omnipotencia de Dios, de la providencia de Dios..., del amor de Dios. Pero no solemos hablar de la ALEGRÍA de Dios. Las dos parábolas que acabamos de recordar nos han hablado de la alegría de Dios. De una alegría de Dios que bueno sería que fuera también nuestra alegría. -Jesús comía con los pecadores.- S. Lucas nos dice que quienes entonces, en el pueblo judío, se creían los buenos, los justos, los religiosos cumplidores, murmuraban de Jesús porque acogía a los pecadores y "comía con ellos". En la segunda lectura, hemos leído una clara afirmación de S.Pablo, una afirmación que resume su experiencia personal: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores". Ninguno de nosotros se sorprende -dada nuestra formación cristiana- de esta afirmación: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores". Pero si relacionamos esta afirmación del apóstol Pablo con lo que hoy nos ha dicho S.Lucas -y lo repite en otros lugares de su evangelio- veremos que Jesús, para salvar a los pecadores, escogió el camino de tratar amigablemente con ellos, de relacionarse asiduamente con ellos (porque esto es lo que expresa la acusación de quienes le reprochaban "comer" con ellos. -Nosotros... a distancia.- Quisiera preguntarme y preguntaros si a veces nosotros no nos parecemos a aquellos judíos que se consideraban justos, buenos y cumplidores. Si a veces no hemos criticado o murmurado de algún seguidor actual de Jesús porque también iba con quienes consideramos "pecadores". No hay duda que hoy la Iglesia, quienes nos consideramos fieles cristianos, quisiéramos que quienes consideramos "pecadores" se convirtieran y orientaran su vida según la verdad y el amor de Dios que nos reveló JC. Pero quizá, en bastantes ocasiones, parecemos quererlo de un modo más teórico que real, ya que lo pretendemos casi diría "a distancia", sin relacionarnos con ellos, sin "comer" con ellos. -"Un solo pecador".- Jesús, como respuesta a la murmuración de quienes se consideraban "buenos", explicó estas dos entrañables parábolas que hemos leído: la del buen pastor que deja las 99 ovejas para ir en búsqueda de la una oveja descarriada, la de la pobre mujer que no ceja en la búsqueda de la moneda que ha perdido. Y las dos parábolas terminan igual: hablándonos de la alegría de Dios, no porque los justos y buenos continúen siendo justos y buenos, sino porque "un solo pecador se convierta". Siempre me ha sorprendido, al leer este evangelio, esta expresión: "un solo pecador". A veces nosotros -en la Iglesia- hablamos -casi diría soñamos o añoramos- de la conversión de "muchos". Jesús habla de la conversión de "un solo pecador". Uno solo, porque cada uno vale inmensamente, cada uno causa esta enorme alegría de Dios. La conversión de un solo pecador causa la gran alegría de Dios. Y este solo pecador puedo ser yo, puedes ser tú, puede ser cada uno de nosotros. ¿Hemos pensado nunca, cuando nos sentimos y sabemos pecadores, que nuestra conversión causará esta gran alegría en el cielo, esta gran alegría entre los ángeles de Dios, esta inmensa alegría de Dios, de la que nos habla Jesús? -Penitencia y Eucaristía: CONFESION/ALEGRIA-D: la alegría de Dios.- Quisiera terminar con una breve referencia a dos sacramentos, signos los dos de esta alegría de Dios. En primer lugar, el sacramento de la Penitencia, de la reconciliación. ¿Lo vemos y lo vivimos nosotros como el sacramento que manifiesta esta gran alegría de Dios por el pecador que se convierte? ¿No lo vemos a menudo como una especie de condición que se nos impone para ser perdonados, una especie de pasar por un necesario mal trago, en vez de verlo y vivirlo como un amoroso y alegre reencuentro y abrazo con el Dios que tiene su máxima alegría en la conversión de un solo pecador? Y nuestro modo de celebrarlo ¿ayuda a vivir así este encuentro? Y, en segundo lugar, la Eucaristía. Jesús comía con los pecadores. Jesús, ahora, nos invita también a nosotros a sentarnos en su mesa. Y aquí, en esta mesa de la Eucaristía, nos invita a compartir la alegría de Dios por nuestra conversión -esta conversión que vamos intentando día tras día-, nos invita a compartir su amor, que ahora como entonces se concreta en la estimación de cada hombre, de cada mujer, como un valor inmenso, total. Porque cada hombre, cada mujer, cada uno, puede causar y merecer la alegría de Dios. J.
GOMIS
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