REFLEXIONES
 

 

1. SFT/SENTIDO

El cristiano no busca el dolor, sería un absurdo. Cristo mismo no lo buscó, como resalta  en la oración de Getsemaní. Pero el cristiano sí que busca un sentido al dolor, un sentido a  la ascesis.

Gran parte del dolor humano no tiene solución, pero sí que puede encontrar un nuevo  sentido: el dolor humano no es natural, pero tampoco puede quedarse en simplemente  antinatural, necesita sobrenaturalizarse, y esto sucede cuando se injerta en la Pasión de  Cristo, que es quien le da sentido y fruto. Por eso basta con una sola cruz para todos: la de  Cristo. Ahora podemos entender la afirmación de ·Bernanos-G: "Pero nos queda, Señor, el  sufrimiento, que es nuestra parte común contigo".

Es verdad que, aun así, cuesta aceptar, duele y escuece el dolor.  "Lo que para un no creyente es problema, para nosotros no  es solución, pero sí misterio" (·Cabodevilla). La cruz será siempre, sobre todo, misterio de  la cruz. Misterio y, también, condición para el fruto: "Donde un hombre sufre y muere por ser  fiel a la verdad del Reino, está estallando en nuestra tierra un nuevo mundo; allí donde un  hombre siente la carga de la vida que le atenaza sin saber por qué, siempre que sufre la  violencia de los otros o padece a causa de la verdad o la justicia..., su existencia tiene  hondura, validez y sentido". Y ya es bastante.

El dolor tiene sentido, si no Jesús no se hubiera atrevido a llamar "dichosos" a los que  sufren.

B. CEBOLLA HERNANDO
DABAR 1988, 47


2. MESIAS/CZ 

Inmediatamente viene a la instrucción dirigida a los discípulos sobre el modo de entender  Jesús la realización de su mesianismo.

Sus palabras expresan la convicción de que Mesianismo y sufrimiento van íntimamente  unidos, y al mismo tiempo quiere empezar a familiarizar a los discípulos con este sufrimiento  del Mesías. Jesús veía tan estrechamente unidos mesianismo y sufrimiento que podemos  decir que El no llegó a creer que fuera el Mesías aunque tuviera que sufrir, sino que creyó  que era el Mesías precisamente porque tenía que sufrir.  

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1982, 17


3. D/SUFRIMIENTO 

EL DOLOR HUMANO

Con frecuencia hemos recordado que el discípulo no es más que el Maestro y que todo  cristiano tiene que estar dispuesto, si llega el caso, a pasar, como El, por la pasión y la  muerte para llegar, con El, a la resurrección.

Teóricamente esto parece claro y comprensible, pero la práctica casi nunca resulta fácil;  al menos el cristiano tiene una oferta de sentido para su sufrimiento. Pero ¿qué decir ante  la persona que sufre y no tiene posibilidad de encontrarle ese sentido? Muchos años  hemos pasado diciendo al hombre que ante el dolor no quedaba más remedio que la  resignación; hemos dicho que era enviado por Dios, que era una prueba que El nos ponía...  ¡incluso lo hemos presentado como un castigo divino! Lo cierto es que el dolor, físico o  espiritual, es algo tan tremendo que realmente tiene todo el aspecto de ser un castigo tan  inhumano que sólo alguien tan poderoso como una divinidad puede provocar. Es fácil caer  en esa tentación. Pero nuestra fe nos enseña que no es así: como muchos podemos  afirmar que Dios permite el dolor, pero nunca podremos afirmar -sin traicionar nuestra fe-  que El lo quiere para el hombre o, aún peor, que se lo proporciona.

Estamos acostumbrados a conocer las explicaciones de las cosas, o somos conscientes  de que hay especialistas que las conocen; o, en el peor de los casos, sabemos que todo  tiene una explicación y que es cuestión de tiempo el que los hombres de ciencia den con  ella. Y nos hemos convencido de que todo en la vida funciona de la misma manera. Pero no  es así: hay muchas cosas que su "explicación" va por otros caminos. Los del dolor y la  muerte son dos buenos ejemplos de ello: desde que el hombre es hombre, anda buscando  una respuesta que le ayude a encontrar su sentido, ya que no hay forma de dar con la  solución a ambos; pero la respuesta se resiste, porque la respuesta tiene mucho de  misterio, y el misterio es más para acogerlo que para desentrañarlo.

Por eso encontramos, día a día, personas maravillosas que ante el dolor -sobre todo por  enfermedad- se hunden, se desmoronan, pierden sus condiciones humanas y religiosas, se  revuelven contra Dios, no entienden nada y quieren entender por qué les pasa a ellos lo  que les pasa.

Lo más lógico sería reconocer que no hay nada personal en el dolor, que a todos nos  toca vivir esa experiencia antes o después, por una razón u otra. Pero lo más frecuente es  que nos sintamos con derecho a ser privilegiados, con derecho a no tener que pasar por  esa situación; y, lógicamente, con esa mentalidad, cuando el dolor llega lo que sucede es  que uno se siente el ser más injustamente tratado por la vida, por los hombres, por Dios y  por todos.

Decíamos al comienzo que el cristiano tiene la oportunidad de encontrar una respuesta a  este problema; pero no nos engañemos: esa respuesta no es nada fácil. Es una respuesta que se apoya en tres elementos:

-La fe en Jesús de Nazaret, Dios y hombre, que comparte nuestra suerte, que  experimenta el dolor y la muerte: no se ve libre de ellos, no acepta privilegios, no elude el  problema porque viene a superarlo; pero la superación no está en eliminarlo, acaso como a  todos nos habría gustado, sino en darle un sentido, iluminarlo con una nueva luz, hacer que  el mismo Dios sufra el dolor y la muerte en carne propia para poder vencerlos, El que es el  único capaz de hacerlo.

-La promesa de Dios de que también nosotros resucitaremos, con Jesús, y como El,  triunfando así sobre todo dolor y toda muerte, y de que entonces encontraremos el sentido  a nuestros quebrantos presentes; pero esa promesa está relegada a un futuro, a esa otra  vida en la que el hombre, al fin, habrá desarrollado todas sus capacidades, será  plenamente Hombre y podrá comprender lo que ahora le desborda porque está más allá de  lo que, normalmente, es capaz de comprender.

-La confianza en Dios, que cumple sus promesas y no deja defraudado a quien confía en  El. No es, en absoluto, una respuesta de laboratorio; no es una respuesta contundente,  porque no puede serlo: se mueve en el plano de la fe y hace referencia a una realidad que  desborda nuestra capacidad de comprensión; pero es una respuesta válida para quien  quiera acogerla.

Dios no nos impone la solución: la ofrece generosamente; la ofrece, sobre todo, no en  teoría sino en la carne y la sangre de su propio Hijo. Pero siempre queda respetada nuestra  libertad para aceptarla o rechazarla.

Evidentemente, el problema del mal, del dolor, de la muerte... no queda zanjado  definitivamente, desde el punto de vista de la experiencia humana. Pero hay una respuesta  ofrecida para quien quiera realizar el esfuerzo y la tarea de asumirla. Lo cual no es cómodo,  pero sí es humano y humanizante. Física y humanamente no creemos sino con esfuerzo,  con errores de los que aprendemos, con trabajo, con dolor religiosamente nos sucede  exactamente lo mismo. Y esto no es un capricho divino, sino la propia dinámica de la  condición del hombre. Así somos, así tenemos que aceptar, sobre esta base tenemos que  construirnos. Si queremos encontrar sentido al dolor, escuchemos hoy a Isaías, y aún al  propio Jesús llamando a Satanás a aquel Pedro que quería evitarle el paso por Jerusalén. 

Y dejemos que sus palabras calen hondo en nuestro corazón... hasta que aprendamos a  confiar, a tener la seguridad de que, a pesar de las apariencias, Dios personalmente está  de nuestra parte, El es nuestro fiador, El es el garante de que nuestro futuro es la Vida: "Sin  dejar el Mundo, hundámonos en Dios. Allí y desde allí, en él y por él, todo lo tendremos y  mandaremos en todo. De todas las flores y las luces que hayamos debido abandonar para  ser fieles a la vida, allí un día hallaremos su esencia y su fulgor. Ojalá no tardemos mucho  en decir, convencidos: "Cuanto más me incrusta el mal y más se hace incurable en el fondo  de mi carne, a Ti más te cobijo, como un principio amante, activo, de depuración y de  liberación. Cuanto más se abre ante mí el futuro como una grieta vertiginosa o un oscuro  paso, más confianza puedo tener, si me aventuro sobre tu palabra, de perderme o  abismarme en Ti, de ser, Jesús, asimilado por tu Cuerpo" (·TEILHARD-DE-CHARDIN de  Chardín, El medio divino, pág. 87).

LUIS GRACIETA
DABAR 1991, 45


4. SECRETO-MESIANICO.

"Entonces les mandó enérgicamente no decirlo". Este título revelará la propia verdad sólo  con la pasión y la resurrección.

Siempre que encontramos una consigna de silencio en Marcos, tengamos presente que  es señal de una revelación importante, pero que no es necesario aún divulgar. Habrá que  esperar a la pascua para que encuentre su pleno significado. Será necesario que Jesús  pase a través de la muerte para que su identidad se manifieste".

Jesús acepta el título, en cierto sentido reconoce como válida la respuesta de Pedro.  Pero impone categóricamente no divulgar tal descubrimiento. Es la famosa cuestión del "secreto mesiánico". Casi siempre los intérpretes colocan esta exigencia en relación a los otros, a la gente. 

Dice, por ejemplo, Weiss: "Era fácil que esta postura desembocase en iniciativas políticas  inoportunas; ¡era fácil que los discípulos, difundiendo esta convicción suya, hiciesen  flamear en medio del pueblo en movimiento revolucionario! La prohibición de Jesús de  hablar de estas cosas está motivada, en lo profundo, por la situación y por su postura  personal frente al problema de la mesianidad; y podemos entender muy bien por qué él  intervenía de una manera tan preocupada".

Y Lagrange: "El título de Mesías, por su naturaleza, puede situarnos en un falso camino a  causa de los malentendidos que corre peligro de producir en los desprevenidos; así como  no todos pueden beneficiarse de las explicaciones que Jesús dispensa a los discípulos, he  aquí entonces que ordena mantener el secreto acerca de su persona. No había llegado aún  el momento de hablar en voz alta".

Cristo debe aún precisar en qué sentido puede usarse este título. Y esto no afecta sólo a la gente, fácil para cargar sobre el Mesías todas sus esperas  político-nacionalistas y proyectarlo en una luz triunfal. El asunto afecta también a Pedro y a los discípulos. También ellos tienen peligro de asociar la idea del Mesías a la del poder y gloria. Por eso Jesús exige silencio. Al menos de momento. La incomprensión es aún imperfecta. Será completa cuando la cruz corrija toda falsa perspectiva y la imagen de una gloria  inmediata.

Se podrá hablar en voz alta de él como Mesías sólo cuando se aclare que Cristo es el  crucificado. 

ALESSANDRO PRONZATO
PAN-DOMINGO/B.Pág. 291 s.


5. /Mc/08/27-38 /Mc/14/66-72 

En el camino, Jesús propone a sus discipulos13 un enigma planteado en dos etapas  progresivas14. Las respuestas dadas a las dos preguntas no son confirmadas por Jesús.  Deja abierto, por tanto, el interrogante sobre sí y su identidad, mientras les prohíbe que  hablen de ello con nadie. Jesús es el único intérprete autorizado de todo cuanto le  concierne. 

Pedro cree que sabe quién es Jesús. La respuesta de éste, sin embargo, desplaza la  respuesta definitiva hacia el final, según lo que dice inmediatamente después. Y para ello  vuelve a utilizar, además del futuro de lo que sucederá al final, un lenguaje indirecto,  metafórico y paradójico. Tan importante es la reacción de Pedro que, además de llamarle  con el apelativo más duro que encontramos en todo el evangelio -Satanás-, le desbarata  literalmente su llamada al discipulado. Si antes le dijo: «Ven detrás de mi» (1,17: deute apis  mou.. kolouthesan aut), ahora le dice: «Vete de detrás de mi» (8,3: hypage apis mou),  desdiciéndose de aquel entonces. Inmediatamente reformaría la llamada, haciéndola más  inclusiva: «Si alguno quiere seguirme...» Pero nadie, ni actores ni lector, sabe todavía qué  significa la cruz; por eso hay que esperar al final; mientras tanto, seguirle será entrar en ese  camino abierto que él ha comenzado, dispuesto a ir descubriendo los signos inscritos en el  itinerario y aprender a discernirlos. Y esto no se puede realizar a priori ni con respuestas  establecidas de antemano. La respuesta segura de Pedro (y de los demás a los que él representa) escandaliza a Jesús. El mismo Satanás del desierto y de la disputa con los  maestros de la Ley se deja percibir en uno de los suyos. La identidad fijada de antemano  como verdad absoluta que se impone no tiene nada que ver con la identidad narrativa de  Jesús15. Lo que podría haber sido un encuentro de apoyo, reconfortante para ambos,  termina siendo un desencuentro duro y doloroso para los dos16. 

Las seguras anticipaciones cuestan caras a los dos. Pedro se aleja cada vez más de  Jesús, y éste va percibiendo cada vez mejor su lejanía y, por ello, su marcada soledad. En  la pasión, cuando ya no pueden volver a encontrarse, Pedro niega conocer a Jesús.  Posiblemente tiene razón: él no conoce a ese hombre. Creía que el Jesús de sus supuestos  encuentros era otro. No ha permitido que el itinerario compartido con él haya roto su imagen  previa y segura, a la que se sigue aferrando al negarle, porque ya sí se le escapa  irreversiblemente. En una ironía típica de las tragedias clásicas, Pedro tiene razón. Y ahora  el interrogante sobre la identidad de Jesús ha quedado dolorosamente abierto. La última  imagen que Marcos presenta al lector muestra una reacción emotiva de Pedro: le vemos  rompiendo a llorar, consciente ya de las palabras de Jesús (14,72), derrumbado en su  pretendida seguridad. Nada más. El evangelio de Mc no ha querido registrar reacciones  posteriores ni siquiera en la tumba, en las apariciones o en otras escenas pascuales. Ha  dejado al lector una imagen dramática e irónicamente trágica de este personaje, a la par  que ha desplegado estrategias suficientes como para que el lector empatice y simpatice con  él. ¿Prevé, acaso, un lector semejante a Pedro en estos rasgos del personaje? 

MERCEDES NAVARRO
SAL-TERRAE 1997, 04. Pág. 315s.

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12. La escena del ciego (Mc 8,22-26) sigue siendo una clave de interpretación para que el lector  pueda entender las reacciones de los discípulos, especialmente el desencuentro con Pedro, que  culminará en su negación durante las escenas de la pasión. La visión en dos etapas progresivas  indica al lector el sentido de los llamados dobletes, las escenas de aparente repetición, dentro del  texto evangélico tomado como un todo. 

13. En el vosotros está incluido el lector implícito, que, al igual que los discípulos, debe sentirse impli cado en esta pregunta. La respuesta, como en el caso de los discípulos, será un buen test sobre su  comprensión de cómo muestra Jesús su identidad de Cristo e Hijo de Dios, según le había  informado el narrador en el primer versículo del evangelio. 

14. La progresión en dos etapas es una estrategia narrativa típica de Marcos; cf. D. RHOADS Y D.  MlCHiE, Mark as Story. An Introduction to the Narrative of a Cospel, Philadelphia 1989, 48. 316

15. La respuesta de Jesús en Mateo (16,16.20) es irónica. En Lucas (9,21) es muy semejante a la de  Marcos. 

16. La respuesta de Pedro se parece mucho a la respuesta de los demonios que exorciza Jesús. Cf.  3,11 : «Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban: '¡Tú eres Hijo de  Dios!'. Jesús les prohibía severamente que lo descubriesen».