30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIII - CICLO C
1-8

1. J/CAMINO  CR/DISCIPULO:

El texto evangélico de hoy podría titularse: AVISO A LOS CAMINANTES. Lucas sitúa las palabras de Jesús en el mismo corazón de la marcha; parece recordar aún la afirmación hecha al principio de la sección del camino: "Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén" (Lc 9. 51). Jesús sigue caminando al frente de la multitud y sabiendo qué ocurre a "mucha gente". Por eso "se volvió" y les habla... Él no es simplemente uno más, que va delante únicamente, como podría ir otro. Él es quien marca el camino, quien sabe a dónde va y cómo se va al término... Él condiciona totalmente el sentido de lo que hacen los que con él caminan. Él, no sólo camina, sino que ¡es EL CAMINO! Las parábolas que acompañan a la exhortación de Jesús quieren explicar únicamente la actitud que corresponde a los seguidores: hay que ser realista, y acomodar los medios al fin. Si es cierto que uno quiere ser discípulo de Jesús, tiene que ser consecuente y aceptar todas las condiciones. No se puede flirtear al mismo tiempo con diversos valores contradictorios...

¿Somos realmente "coherentes" los cristianos que decimos querer seguir el camino de Jesús? ¿Se da una permanente adecuación entre los medios de vida cristiana que ponemos y el fin que esperamos obtener? Es cierto que el término de nuestro camino, y el mismo caminar, son gracia de Dios. Pero ello no significa que nuestro esfuerzo personal sea innecesario.

La tentación del cristiano es la del camino paralelo. Es querer tener las ventajas de la autopista sin pagar peaje..., corriendo por una carretera paralela. Y de este modo jamás se llegará a compartir sinceramente el camino y la vida de Jesús.

RENUNCIA/SGTO: El término "renuncia" es clásico en el lenguaje de la iniciación cristiana. La fe de nuestro bautismo va siempre acompañada -precedida más exactamente- por la renuncia a cuanto es negativo en relación con la misma fe. Las formulaciones de esta renuncia pueden ser diversas, pero el sentido fundamental es el mismo.

La Tradición Apostólica, de Hipólito de Roma, nos ha dejado un impresionante testimonio de las concretas renuncias que debía hacer el candidato para iniciar el catecumenado: renuncias a determinados oficios, a determinadas situaciones sociales. Quizás tendríamos que preguntarnos a qué renunciamos actualmente los cristianos, en virtud de nuestro seguimiento de Jesucristo.

Supongamos que hacemos renuncias internas, espirituales; pero ¿podemos realmente, desde el punto de vista social, actuar exactamente como todo el mundo? Otro documento primitivo, la carta de Diogneto, es elocuente en este sentido: "los cristianos vivimos como todos, ¡pero sin pecado...! "Por eso la vida cristiana no puede tener como criterio decisivo la estadística -"lo que todo el mundo hace"-, ni la fascinación de la novedad -"ahora las cosas van por aquí"-.

En un momento u otro de la vida cada uno tiene que plantearse -como el hombre de la torre o el rey que hace la guerra- cómo va a conseguir el objeto propuesto. La cruz es inherente al seguimiento de Jesucristo. Pensemos en las decisiones a tomar ante un negocio sucio, ante un amor imposible, ante una causa injusta, ante una petición de aborto, ante una negación de la fe cristiana...

La renuncia no es más que la condición para la comunión. Así es el itinerario de la iniciación cristiana. Aquello que Jesús ofrece es más importante que aquello a lo que renunciamos. La participación constante en la Eucaristía es el testimonio del don de Dios. "Así el que me coma vivirá por mí" (Jn 6. 57).

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1983/16-23


2. CR/SEGUIMIENTO  CR/QUÉ-ES

El cristiano no se define como una persona que ha optado por una ideología, por unas creencias y unos principios, ni siquiera por un comportamiento. No, el cristiano es esencialmente un hombre que un día comprendió que Jesús "debe" pedirle que lo prefiera a él a todo lo demás. Si él ve que esto es una locura, pero que es maravilloso, es que el amor ha entrado en su vida. No un amor, sino el amor en el cual y por el cual lo amará todo y lo vivirá todo. Hay que multiplicar ese "todo", porque mientras con Jesús se viva algo parcial, con "peros" y "condiciones", se estará dando vueltas en torno a la fe cristiana, pero sin entrar en ella. (...) Ese "por encima de todo" no es una indicación para que nos alejemos de nuestra propia vida y vayamos a vivir quién sabe dónde con Jesús a solas, sino que es la inmersión de nuestra vida entera, con sus actividades y sus amores, en el mundo inmenso de Jesús, mundo de Dios y mundo de los hombres. (...) No se podrá seguir a Jesús cargado de maletas, ni tampoco cantando todo el tiempo. Pero ¡qué sol es el que nos acompañará en el camino! Lo ha prometido Jesús con una seguridad asombrosa: "El que me sigue no anda en la noche".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág.161


3.

Mucha gente seguía a Jesús en aquel tiempo. Y no es sorprendente, porque la figura de Jesús seduce. Hasta los alejados de Dios lo dicen: "¡Ah si los cristianos fuesen como JC!". La figura de Jesús es tan seductora, la Buena Noticia responde tanto al hambre de vivir, que una predicación kerigmática es, en manos de la Iglesia, tesoro incomparable e imprescindible para tiempos u hombres descreídos. Desde ahí puede presentarse el monte de las bienaventuranzas como una cumbre a conquistar; o mejor, como un regalo de Dios a recibir.

Pero hay que ir por pasos. El enamorado de JC, el seducido por la Buena Noticia, es un hombre frágil y pecador: los doce apóstoles de Jesús lo certifican. Esclavo de la tiranía del afecto, del dinero, del miedo, no se le puede presentar el Evangelio como un programa moral a realizar; porque sucumbirá a su propia debilidad. Es preciso alimentarlo con Palabra, fortalecerlo con Sacramentos, saber esperar, tener paciencia histórica. Ha de haber un proceso lento.

A personas que tienen deseos sinceros de ser cristianos; a hombres y mujeres que apuestan por JC ("muchos son los llamados y pocos los elegidos") ha de enseñarles la Iglesia calcular gastos, a hacer un presupuesto. No basta decir o pensar: "yo daré mi vida por ti", "vamos allá y muramos con él", "yo comprometeré mi vida con los pobres"... Es preciso saber que, si tomas en serio la Fe, "tus enemigos serán los de tu propia casa". Y que "para seguir hasta el final, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y luego ven y sígueme".

Calcular gastos: Con esclavitudes afectivas, sin saberse libre frente a la familia, los amigos, el grupo, el partido, la modernidad o la tradición, no se puede pretender llevar al mundo el espíritu de Jesús. Sin destronar el dinero del corazón y ponerlo bajo los pies, es mejor no intentar aventuras cristianas.

Sin asumir la historia real que crucifica -los defectos, los fracasos, las limitaciones- no se puede caminar como discípulo de Jesús. Se corre el peligro de aparecer como un forofo del cristianismo y recular luego ante la primera dificultad, haciendo el ridículo frente a quienes le habían escuchado sus bravatas. Ni se edifica una vivienda a lo loco, ni se hace una guerra sin estrategia. Ni se puede intentar la salvación del mundo -la gran vocación cristiana- sin estar dispuesto a desnudarse de muchas cosas.

Es urgente que la Iglesia tenga un espacio de libertad, donde el hombre no se sienta exigido, sino ayudado a recibir de Dios el don de dar la vida. En otro caso puede hacer daño, por falta de paciencia histórica, quemando personas que un día se ilusionaron con la Buena Noticia. Lanzados a aventuras para las que la naturaleza no da la talla, acaban diciendo "esto no es para mí".

Y tienen razón: no es para ellos; es para el "hombre nuevo" que tiene que ser engendrado en ellos. ¡Gran tarea para una Iglesia llamada a ser madre de muchos hijos!

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág. 144


4.

-En olor de multitudes. Lucas, que tan descarnadamente puntualiza las condiciones de seguimiento de Jesús, observa que seguían a Jesús multitudes de gentes. Por aquel entonces, la fama de Jesús, la autoridad de sus enseñanzas y la persuasión de sus milagros, habían suscitado la curiosidad de todos y el entusiasmo de muchos. Pero no basta el entusiasmo para seguir a Jesús. Como él mismo dirá, muchos empiezan a edificar y, por no calcular bien los costos, se quedan sin acabar la obra.

Hoy podemos compartir la misma observación de Lucas. Los cristianos somos millones. Casi mil millones en el mundo. Nuestra sociedad sigue siendo mayoritariamente cristiana. Y la influencia cristiana permite hablar todavía de una cultura cristiana. Pero la cuestión hoy, como entonces, no puede perderse en la constatación de las multitudes cristianas o que asisten a misa, sino en si estamos dispuestos, o no, a seguir a Jesús. Pues las condiciones que Jesús pone para sus seguidores pueden parecernos muy radicales, pero no hay otras.

-Hay que sobreponerse a los vínculos familiares: FAM/OBSTACULO-FE. La familia puede ser la primera traba para seguir a Jesús. Nos resultan duras las palabras del evangelio: "El que nos pospone a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos... no puede ser discípulo mío". Está claro que Jesús no rechaza la institución familiar. Incluso la Iglesia ha sido en la historia una de las grandes defensoras de la familia. Pero, contrariamente a lo que se piensa, la familia no es todo, ni lo primero. Y en ocasiones, la institución familiar es un pretexto para encubrir nuestros egoísmos. Porque por encima de los lazos de la carne y de la sangre, que es la familia, deben estar los del espíritu. Jesús apunta, pues, más allá de la familia nuclear o sociológica y cultural, hacia la gran familia de Dios, que es toda la humanidad. Por eso, el primer mandamiento para el seguidor de Jesús es el amor al prójimo, a todos, incluso a los enemigos. Porque todos somos hijos de Dios. Cuando la familia es un pretexto, una ideología, para desentendernos de los demás, habrá que posponer las exigencias familiares, si de verdad queremos seguir a Jesús.

-Hay que desprenderse de todo. Seguir a Jesús es romper con todo lo que nos ata y entretiene. Un cristiano no puede instalarse en la vida ni situarse privilegiadamente en una sociedad de desiguales. El dinero, la posición, los honores, el poder... son una trampa mortal para el creyente. No podemos nadar y guardar la ropa, seguir a Jesús y atesorar riquezas. El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo de Jesús. Porque no se puede servir a Dios y al dinero. Podremos seguir discutiendo sobre la pobreza, que si real o de espíritu, que si lo malo no es tener, sino el modo de usar lo que tenemos. Pero Jesús es claro como la luz del día. Su condición es dejar todo y seguirle. Las dos cosas no son compatibles.

-Hay que cargar con la cruz. No es una metáfora, como frecuentemente trivializamos en la vida. El seguimiento de Jesús es un absoluto y no admite negociaciones. El hombre no puede regatear frente a Dios. Su llamada es "sígueme". Los discípulos le siguieron y lo dejaron todo. Muchos le han seguido del mismo modo. En el cristianismo no hay rebajas por fin de temporada.

Seguir a Jesús es una decisión de por vida y hasta dar la vida, o sea, hasta la muerte. Ni los honores, ni el prestigio, ni el poder, ni las riquezas, ni la familia pueden servirnos de excusa. Hay que cargar con la cruz, hay que jugarse la vida. No se trata simplemente de prácticas ascéticas para dominar las pasiones o robustecer la voluntad, que eso es simplificar y desvirtuar el evangelio. Se trata de apostar, como Jesús, la vida entera en defensa de la libertad, de la justicia, en favor de los pobres, de los marginados y discriminados, de los menospreciados del mundo y en el mundo. Eso llevó a Jesús a enfrentarse con el sistema social de su tiempo y, aparentemente, perdió, pues murió a manos de los sacerdotes, los ricos y los poderosos. Y a los cristianos no nos van a tratar hoy de mejor manera. La cuestión es si estamos dispuestos a beber el cáliz, a seguir a Jesús hasta la cruz, para seguirle en la resurrección.

-Ser cristiano es algo muy serio. Tan serio es, que Jesús nos advierte con dos sencillas parábolas de su importancia, no sea que empecemos y acabemos mal o no acabemos. Obviamente, las parábolas no aluden a la estrategia y al cálculo humano, sino a la responsabilidad de la decisión. No se puede ser cristiano por conveniencia o por las ventajas que pueda reportar, o porque lo es todo el mundo. Sólo se puede seguir a Jesús mediante una decisión personal. Pero una decisión muy seria, pues se trata de un compromiso que sólo Dios nos puede exigir y sólo a Dios podemos hacer. Porque es una decisión en la que nos va la vida, nos lo jugamos todo, y sin más garantía que la fe en la promesa de Dios. Por eso es una decisión que ningún hombre podría hacer sin la gracia y la ayuda de Dios. El mismo evangelio, el mismo Jesús, que hoy nos presenta el lado serio de nuestra condición de cristianos, es el que nos anima, diciendo que su carga es suave y su yugo ligero. Y es el mismo que nos estimula con su ejemplo, pues él ha vencido al mundo. Y es, en fin, el mismo Jesús, que es Dios, y nos da su espíritu para que no desfallezcamos, ni decaiga nuestro ánimo. Su palabra, que vivimos en la eucaristía, es exigencia y ánimo, y su cuerpo y sangre, en la eucaristía, son el alimento que fortalece y sostiene a los cristianos en su decisión de por vida y hasta el final de la vida. Porque Jesús está con nosotros y por nosotros.

EUCARISTÍA 1989, 42


5.

SER LIBRE PARA ENTENDER AL SEÑOR

-Renunciar a los bienes para ser discípulo (Lc 14, 25-33) Una primera lectura de este texto dejan la impresión de desorden redaccional y de cierta incoherencia. Por eso, los especialistas intentan descubrir en el pasaje cuáles son las palabras mismas de Jesús y cual la redacción que corresponde a san Lucas. Las dos breves parábolas si se acomodan a la manera de Jesús, por más que las refiera sólo Lucas. Por otro lado, los versos 26 y 27, sobre la renuncia a las afecciones y la obligación de llevar la propia cruz, se leen en el evangelio de san Mateo (10, 38; 16, 24) y en san Marcos (8, 34), mientras que san Lucas ya ha referido las palabras de Jesús sobre la necesidad de llevar la cruz en el capítulo 9 de su evangelio (9, 23). También estos versículos parecen ser las palabras mismas de Jesús. San Lucas, pues, ha redactado todo el pasaje con vistas a la instrucción de sus cristianos. Era de primordial importancia quitarles toda ilusión y enseñarles las verdaderas exigencias de la vida propia de un cristiano.

El discípulo es, por de pronto, un hombre que se despega de todo. Es la primera condición exigida para ser discípulo. No se puede servir a dos señores. Ese despego querido para ser una persona incondicionada y seguir a Jesús, caracteriza o debería caracterizar a todo cristiano. Por eso, dada su importancia capital, su necesidad se expresa en términos duros y un tanto agresivos para nuestra psicología. Sin embargo, no habría que entender el término "odiar" en su sentido literal. Se trata más bien de un juicio de valor, de la búsqueda de un no-condicionamiento que nada tiene que ver con la negación del amor fraterno y el egoísmo. Jesús exige para sí un amor absoluto que haga pasar a primer plano todo lo que a él se refiere, dejando a las demás personas y cosas en segundo plano. Es un amor de preferencia en orden al cual es necesario el abandono de las demás cosas. Las afecciones humanas legítimas son un amor subordinado al que se profesa a Jesús. Pero éste propone un absoluto, no un poco-más-o-menos. San Lucas quiere manifestar esta radical exigencia, y se complace en enumerar la lista de los objetos de nuestra afección que deben pasar, en caso de conflicto, a un segundo término. En la lista de esos objetos a los que hay que renunciar, no olvida la propia vida: renunciar a sí mismo. En nuestra civilización, un poco cristiana todavía, la obligación de llegar a separarse de la familia se plantea menos; se presentaba con frecuencia a los cristianos del tiempo de Lucas, que experimentaban la oposición de los suyos en el momento de abrazar la vida cristiana y de separarse del judaísmo o de las prácticas paganas.

Dicha exigencia va tan lejos que es necesario estar dispuestos a dar la vida. "Llevar su cruz" se ha convertido para nosotros, en demasía, en un adagio corriente que significa aceptar y aguantar voluntariamente las contrariedades de la existencia y las pruebas pesadas. Pero es legítimo pensar que, ya en tiempos de Cristo, significaba llegar hasta el sacrificio de la propia vida. Para los discípulos, acostumbrados a ver el suplicio de la cruz impuesto a los condenados que llevaban ellos mismos el instrumento de su tortura, la expresión debía de adquirir todo su relieve después de los acontecimientos de la pasión. El cristiano ve que se le impone compartir la suerte de su maestro. Tanto, que "seguir a Jesús" y "tomar su cruz" resultan dos maneras enérgicas de expresar la misma exigencia del don absoluto de sí, incluido el de la vida. No se trata de no importa qué cruz haya que llevar o a qué persona haya que seguir, sino que se alude a la cruz de Cristo y a la persona de Cristo.

Por lo tanto, no hay que decidirse a seguir a Cristo a la ligera. Por eso, propone Jesús dos pequeñas parábolas que quieren invitar a una profunda reflexión antes de decidirse a la renuncia para seguirle. El cristiano, lo mismo que el discípulo en tiempos de Jesús, no debe, pues, dejarse seducir por una visión idealista o "romántica" de la vida cristiana; no es una filosofía, sino una realidad que vivir. No es posible ningún compromiso: es preciso caminar en lo absoluto, y eso no es cuestión de un momento o de un día; es la actitud de una vida.

-La sabiduría da la comprensión de la voluntad de Dios (Sab 9, 13-18)

Si no leyésemos este pasaje relacionándolo con la lectura del evangelio, correríamos el riesgo de experimentar una sensación de temor o desaliento. El encuadre litúrgico del texto es lo que le da su profundo significado. Al oírlo, nos sentimos, en principio, desconcertados. ¿Quién comprende lo que Dios quiere y cómo? Si ya lo que está al alcance de la mano lo conseguimos con esfuerzo, cómo descubrir lo que corresponde al cielo? Sólo la sabiduría y el Espíritu permiten descubrir la voluntad de lo alto. Fuera de tales mediaciones, el hombre permanece en la incertidumbre y camina en la oscuridad, sin optimismo. En este mismo sentido hay que cantar el salmo 89, elegido como respuesta:

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Pero hay una frase que nos hace reencontrar el pensamiento del evangelio: "El cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita". Volvemos a hallar aquí la necesidad de un no-condicionamiento en la renuncia y la liberación de nosotros mismos. Para conocer la voluntad de Dios, para seguirla, hay que abandonar el lastre de arcilla que son nuestro cuerpo y nuestra voluntad propia.

La lección de este domingo es de peso. Constituye la carta de toda vida cristiana y nos sitúa ante lo absoluto cristiano. No se vive el propio cristianismo a la ligera; la vida de discípulo ha de tomarse en serio.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 28


6. J/ABSOLUTO:

La idea de la renuncia y del sacrificio con vistas a algo que merece la pena, es la dominante en el evangelio de hoy, formado por las palabras de Jesús sobre el seguimiento, la parábola del que pretende construir una torre y la del rey que parte a la guerra. En /Lc/09/57-62 se había advertido ya a algunas personas particulares qué significaba seguir a Jesús. Ahora, en cambio, se dirige a toda la gente que va con él. Jesús va siguiendo su camino hacia Jerusalén, él camina delante y los que quieren ser discípulos suyos le siguen, por eso se vuelve y les dice: "si alguno se viene conmigo y no odia (así reza el original)...": de entrada el verbo nos parece muy duro; /Mt/10/37 ("el que quiere a su padre o a su madre más que a mí...") nos ayuda a darle su sentido exacto: como que el hebreo no tiene comparativo, debemos entenderlo como un amar menos, un poner en segundo lugar el amor al padre y a la madre, a la mujer y a los hijos... y a la propia vida.

El que quiera ser discípulo debe saber que Jesús le exige ponerle a él por encima de todo, aceptando todas las consecuencias que esto pueda suponer, que pueden llegar incluso hasta perder la propia vida. De hecho, estar dispuesto a llevar la cruz "cada día" (/Lc/09/23) -usando la imagen del condenado que debe llevar la cruz hasta el lugar del suplicio- significa renunciar a todo para seguir a Jesús, convertir este seguimiento en el primer y principal objetivo de la existencia.

Si toda empresa importante supone algún riesgo para quien se lanza a ella, mucho más seguir a Jesús: hay que emprender este seguimiento con los ojos bien abiertos, pararse antes a reflexionar y saber qué supondrá hacerse discípulo. Si esto es normal en todo asunto humano ("¿quién de nosotros si quiere construir una torre...?"), hay que hacerlo también al emprender algo que compromete toda la vida. Por tanto, Jesús invita en primer lugar a una reflexión madura, diciendo, al final de la segunda parábola, cuál es la condición indispensable para poder seguirle.

Un rey que quiera salir de campaña no puede en modo alguno infravalorar a su enemigo, no sea que luego no tenga otro remedio que pedirle una paz incondicional. El que quiera seguir a Jesús debe saber qué le supondrá esto y qué necesita para no quedarse a medio camino (con la torre a medio construir o sin poder terminar con éxito la guerra): lo primero que exige este seguimiento es renunciar a todo lo que uno tiene, poner a Jesús en primer lugar.

Jesús dice, por tanto, a toda la gente que le acompaña, que ser discípulo no consiste solamente en hacer un poco de camino tras él, sino que esto exige decisiones mucho más serias. Insiste sobre todo aquí en la calidad del discípulo, más que en la cantidad.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1980, 17


7. VCR/SEGUIMIENTO

SITUACIÓN: Recordemos que leemos evangelios de viaje. Evangelios en los que Lucas presenta las características -la exigencias- del camino cristiano que es seguir a JC. (Nunca insistiremos bastante en la presentación de la vida cristiana como un seguir a JC: el evangelio sugiere no tanto una "imitación de JC" -concebida estéticamente y perfeccionísticamente- como un "seguir a JC", como un dinamismo que se va realizando a través de nuestra historia personal y colectiva).

Este aspecto se subraya hoy especialmente en las primeras palabras del texto evangélico. Comenta P. Tena ("Phase", n.98); "Destaca la presencia de las multitudes que acompañan a JC en el camino. De nuevo reaparece el carácter eclesial de esta sección. La imagen de JC volviéndose hacia la gente es casi una escenificación del sentido mismo de la vida cristiana: JC va delante de nosotros, pero también está enfrente de nosotros. El no se identifica con la Iglesia, aunque sea su Cabeza. La Iglesia le sigue, pero no le supera". Podríamos decir que hay una dialéctica constante entre el vivir en comunión de camino con JC y el ser criticados -exigidos- por El. De ahí que el camino sea una invitación a un siempre más. Sólo desde esta perspectiva se pueden comprender las palabras de JC que leemos hoy.

Palabras difíciles porque son exigentes. Será preciso saberlas pre- sentar. Sin reducirlas a una perspectiva moralista o perfeccionista, sino como una ejemplificación -una parábola- del Absoluto que es Dios, de la radicalidad sin medias tintas que es el seguir JC. Notemos que no significa de ningún modo una desvalorización del amor a los padres (¿no es un mandamiento de Dios? ¿no lo practicó ejemplarmente Jesús?), del amor matrimonial (¿no es un sacramento del amor de Dios?), del amor a los hijos (¿no es la imagen de Jesús para revelarnos cómo nos ama el Padre?). Ni tampoco un desprecio de la propia vida (que es don de Dios y es vivir de su vida). Todo lo contrario: lo que pretende JC es precisamente poner como ejemplo aquello que es mejor en nuestra vida, aquello que es la voluntad del Padre, para decirnos que incluso esto no se identifica con el Absoluto, Que el único Absoluto es Dios, el Dios que hallamos siguiendo a JC.

El problema es saber decir esto en la homilía, sin que parezca que atañe únicamente a unas opciones concretas (las que podríamos definir como proféticas, como lo son la opción de los religiosos y religiosas) y sin que se diluya su exigencia. Quizá convenga insistir en que Dios quiere este amor de padres e hijos, de los esposos, etc. Que Dios valora nuestra vida (todo aquello que compone nuestra vida) pero sin que nos detengamos en ello (sin que -utilizado al vocabulario "progre"- nos instalemos en ello).

Y ahí está lo que debería ser el punto más incisivo de la homilía: no estancarse, no instalarse en estos amores, en todo aquello que hay de bueno, en nuestra vida, no significa valorar poco todo esto. Es preciso evitar una presentación -quizá frecuente en nuestra predicación- como si se tratara de realidades humanas lejanas a lo que es Dios y su Reino. El evangelio de JC anuncia todo lo contrario: sólo viviéndolas plenamente caminamos hacia el Reino de Dios. Lo que sucede en que en cada uno de nosotros, en cada relación de amor, en todos los aspectos de la vida, hay una inevitable mezcla de bien y mal, es siempre un camino a medio hacer. Y ES ESTO LO QUE JC PIDE: que vayamos más allá en ESTE CAMINO.

Con otras palabras: seguir a JC es ir cada vez más allá en nuestros amores humanos, en la valoración y en el trabajo, en todo aquello que hay de vida en nosotros. Y esto exige lucha: es lo que significan las palabras de JC: "Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío". La diferencia entre el discípulo de JC y el que no lo es, está aquí: en el intentar crecer continuamente en el esfuerzo por dar más, por querer mejor, por servir con más eficacia todo aquello que tenemos de Dios, que tenemos de vida...

Por eso no podemos contentarnos con lo que hacemos, ni siquiera en lo que mejor hacemos. Según el lenguaje evangélico: es preciso estar dispuestos a renunciar a todos los bienes -aunque sean realmente bienes- para seguir adelante. Son siempre etapas en un camino.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1977, 16


8.

EL EVANGELIO: JESÚS SE VUELVE Y AVISA

Jesús camina hacia Jerusalén, hacia el momento en que se realizará plenamente todo el sentido de su vida: amar totalmente, darlo todo, vaciarse del todo por amor. Mucha gente va con él por este camino: gente que se siente atraída por él, que ven en él algo que les fascina; pero gente que, sin embargo, quizá no tiene del todo claro lo que pretende y propone Jesús. Y nos podemos imaginar la escena: Jesús se vuelve y avisa a toda aquella muchedumbre para que nadie se llame a engaño. Realmente, es claro que Jesús es el que guía, y para ir con él hay que estar dispuesto a hacer lo que propone, que no es otra cosa que hacer lo que él hace.

Se trata de estar dispuesto a llevar la cruz, como él. Y eso significa ponerlo a él por delante de todo: tenerle a él como criterio único, superior a todo. Y renunciar a todo lo que sea necesario para seguir este criterio (y esto es más importante, por ejemplo, que la familia: ver lo que decíamos el 16 de agosto). Se trata, pues, de tener las preferencias puestas allí donde Jesús las tenía: el bien de todos los hombres, especialmente de todos los pobres, el amor, el amor real y no abstracto, el desprendimiento, la confianza absoluta en Dios.

Jesús se pone irónico y explica los ejemplos de la torre y del rey que declara la guerra: querer ser cristiano sin estar dispuesto a todo esto, es hacer el ridículo. Preguntémonos: ¿ser cristianos nos comporta renuncias serias en la línea del Evangelio (como por ejemplo la que Pablo le propone a Filemón en la segunda lectura), o seguimos tranquilamente los criterios de este mundo? Si no nos comporta renuncias, nuestro cristianismo es una pantomima (y, ante Jesús, estamos haciendo el ridículo más espantoso y corremos el peligro de quedar como un rey que ha perdido la guerra).

LA SEGUNDA LECTURA: LA AVENTURA DE ONÉSIMO

Pablo no es un revolucionario que pretenda cambiar el orden legal vigente: más bien esta posibilidad no entraba en sus planteamientos ni intereses. Pero eso no quiere decir que, a la hora de concretar las conductas, considere que todo lo que es legal o habitual se deba considerar normal y aceptable por los cristianos: la conducta y los criterios cristianos se rigen por Jesús y el Evangelio, no por las leyes de cada momento.

Por eso, aunque Pablo no pretende cambiar el sistema esclavista, cuando se encuentra con un esclavo que se ha rebelado contra su amo, lo devuelve al amo y le dice que no le aplique la ley: Pablo quiere que Filemón vea con claridad que entre dos cristianos uno no puede ser esclavo del otro, por muy legal que esto sea, y por mucho que Filemón tenga derecho, si quisiera, ejecutar al esclavo rebelde. (Y si resulta que el proyecto de Jesús pretende ser un proyecto para toda la humanidad, podemos añadir que lo que no es bueno que se dé entre cristianos, tampoco debe darse entre los demás hombres. Es la solución cristiana a la lucha de clases: hacer que ningún hombre tenga dominio sobre ningún otro hombre, es decir, hacer que desaparezcan las clases).

Esta carta tan corta y sencilla puede dar pie a reflexionar muy seriamente sobre las consecuencias del ser cristiano: un cristiano debe cuestionarse todo lo que en su vida no realice del todo el proyecto de amor real, de igualdad real, de dignidad real para todos los hombres que Jesús propuso y vivió. Por más que las leyes o las costumbres lo permitan.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 8