REFLEXIONES


1.SOLIDARIDAD/INDIFERENCIA

Cuando se reclama y proclama la libertad al margen de toda responsabilidad, hay suficientes motivos para pronosticar la disolución de esa comunidad en un colectivo atomizado por la indiferencia. La sociedad no sería más que una reserva de extraños seres yuxtapuestos, hacinados como ladrillos en un montón. Ahí ya no hay seres humanos, sólo hay números, cantidad o masa.

La indiferencia es la primera y más grave violación de los Derechos Humanos. Más terrible que la violencia y que el terrorismo. Porque el indiferente trata a todos como si no existieran, o sea, que no existen para él, es decir, han muerto ejecutados en el patíbulo de su egoísmo.

Hay muchos que confunden la indiferencia, la mayor lacra de una sociedad humana, con el respeto indispensable para el ejercicio de la libertad de todos. Los tales presumen de ser muy respetuosos con todo el mundo, sencillamente porque todo el mundo les importa un comino. Dicen que no se meten con nadie, pero es que nadie tiene sitio en su egoísta vida. Creen bastarse a sí mismos, porque se han hecho a sí mismos y por tanto pasan olímpicamente de los demás. Son unos auténticos parásitos. Usufructúan el trabajo de todos, que creen comprar con su dinero, y creen no necesitar de nadie. Mi vida es mía, dicen; mi cuerpo mío, protestan, y pretenden hacer de su vida y de su cuerpo lo que quieren, sin contar con nadie y sin tener en cuenta a nadie. Pero ese énfasis con que acentúan "mi" vida o "mi" cuerpo no es un acto de responsabilidad, sino fruto de la irresponsabilidad de un derecho de propiedad trasnochado y reaccionario. Porque nadie es tan suyo, que no sea resultado y producto de la solidaridad de todos, de los antepasados y de los contemporáneos.

La condición de posibilidad de una vida auténticamente humana y en democracia es el respeto y la tolerancia. Pero también lo es la solidaridad como superación de la indiferencia, que nos degrada de la categoría humana y nos reduce a nuestros ancestros anteriores a la vida. El respeto nos detiene a todos en el umbral de la libertad de los otros, la solidaridad nos hace franquear ese umbral para ayudarles. Que si es importante vivir y dejar vivir, es indispensable ayudar a vivir.

EUCARISTÍA 1990/42


2. CULTO/JUSTICIA:

"Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría.

Para creer en Ti, tengo que creer en el amor y en la justicia; vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar Tu nombre.

Fuera de ellas es imposible que te encuentre; y quienes las toman por guía están en el camino que lleva hasta Ti".

HENRI DE LUBAC


3. DIALOGO

Creo que ha sido una bendición inestimable y maravillosa el descubrimiento en pleno siglo XX de que el diálogo es un camino de acercamiento, de aproximación, de realización personal y comunitaria. La palabra diálogo, más allá de la siempre deseable concordia y comunión, es un engarce con el mandamiento de la corrección fraterna, es una traducción escrupulosamente evangélica trasladada a las realidades del siglo XX y de todos los tiempos.

El diálogo, un ejercicio siempre necesario. Un don que solamente puede brotar del amor que sabe superar todas las limitaciones del ser humano.

El silencio como actitud, como comportamiento es una huida, es una cobardía; el silencio prolongado es una agresividad a nuestro hermano que comparte con nosotros los bienes de la comunidad de los creyentes. Del silencio se pasa a la condena insolidaria e inútil. El problema está no sólo en que yo haya perdido a mi hermano, sino en la responsabilidad manifiesta que yo he podido tener en la pérdida de mi hermano con la adopción de actitudes que nada tienen que ver con las actitudes que debemos adoptar desde los evangelios. Hablar, comunicar, conversar, DIALOGAR, confrontar con el diálogo nuestras diferencias para llegar al verdadero Jesús es estar en la entraña de la realidad evangélica.

Toda la belleza que tiene la vida de la comunidad, se desvanece si no entra por los cauces del realismo. Un realismo que hoy en nuestras sociedades urbanas no pasa solamente por las diferencias, sino por la distancia, la indiferencia y la ausencia de unos valores capaces de aglutinar voluntades. La Comunidad de Palabra y de Culto que es la Iglesia debe fluir hacia fuera, hacia la vida para convertirse en comunidad de caridad y de servicio para hacernos servidores en los humildes menesteres de nuestros hermanos. Y el primer servicio es compartir la comunicación desde la fe, la esperanza y la caridad. Dialogar hasta el extremo, desde sí mismo y desde la comunidad, es cumplir el mandamiento de la corrección fraterna; un ejercicio necesario como actitud evangélica y como educación.

FELIPE BORAU
DABAR 1990/45


4. EU/FRATERNIDAD:

"Cuando los ricos no llevan a la misa lo que los pobres necesitan, no celebran el Sacrifico del Señor" (·Cipriano-SAN).

Con esta rotundidad habla San Cipriano de la relación entre la celebración de la Eucaristía y la fraternidad. La realidad es que muchas de nuestras celebraciones de la Eucaristía reúnen a hombres y mujeres que miran indiferentes a sus hermanos necesitados, como si se pudiese dar culto a Dios sin amar al hermano. Pero también abundan las comunidades en las que no se concibe un culto sin fraternidad, una religión sin amor, una fe sin servicio al prójimo. Sigamos su ejemplo y no cerremos los oídos a las palabras de San Cipriano.

LUIS GRACIETA
DABAR 1990/45


5.

Hoy es fácil en el comentario homilético unir las tres lecturas, pues tienen un substrato común y explicitan mutuamente aspectos de la vida cristiana.

La visión es interesante. Mateo se refiere a la comunidad cristiana. Conviene evitar interpretaciones demasiado triunfalistas, porque todavía hay que caminar mucho en la formación de nuestras comunidades, pero sí es una buena ocasión para presentar la meta que se quiere conseguir y estimularnos hacia ella. De hecho, convendrá despertar de la modorra del individualismo y del particularismo, patrimonio de muchos cristianos. El tema de hoy permite una presentación muy positiva de la iglesia. Se puede partir de la vocación de los fieles a la santidad en la Iglesia. Cfr. Lumen Gentium, cap V.

Se trata de algo muy importante. Si formamos la Iglesia (comunidad) es para ayudarnos a vivir la vocación de santos o, si se prefiere otro lenguaje, la ayuda favorece la maduración de la fe. Aceptando esta afirmación, las realidades eclesiales quedan vitalmente valoradas. Primeramente, podemos considerar la corrección fraterna. Se trata evidentemente de ayudarse, valorarse, animarse, corregirse con humildad y por razones que superen las simpatías o antipatías. El único móvil cristiano es el bien de los demás. Es bueno prestar mucha atención a la facilidad con que nos hundimos mutuamente, al hecho de desacreditar públicamente, a la crítica fácil cuando los demás no nos oyen o no se pueden defender...

Son aspectos que, sin negar progreso alguno, conviene considerar. Con gran facilidad podemos dejar de ser ayuda. ¡Atención a las excomuniones! El evangelio de hoy, nos habla más bien de autoexcomunión (queda fuera de la comunidad el que no quiere aceptar el estilo evangélico). Siempre es útil recordar que la virtud no se impone por la fuerza, sino por el amor, el respeto y la libertad.

En segundo lugar, se hace referencia a la autoridad (diaconía) eclesial. Ya que la comunidad se construye alrededor de una autoridad que orienta, dirime cuestiones, une los corazones divididos y ayuda a la interpretación de las llamadas del Espíritu. No sé si es útil considerar cómo la autoridad ayuda a ver objetivamente las decisiones y las razones de actuar. Como mínimo se pide que todos sepamos dialogar.

En tercer lugar, la comunidad gira alrededor de un eje que la vertebra fuertemente y la transforma: la plegaria. Se puede recordar los momentos de plegaria eclesial en el libro de los Hechos. Se reza en el dolor, la persecución, el gozo, antes de las decisiones... Se puede considerar a la iglesia como comunidad que ora y su intervención orante en los momentos decisivos de la vida cristiana.

Finalmente, se insiste en que la comunidad -el vivir en común- es presencia del Señor. Se podría valorar el "reunirse", dándole su sentido originario de compartir. No podemos olvidar, juntamente con estas afirmaciones, que cada uno de los fieles también es un pecador que debe ser avisado, perdonado y acogido por la comunidad .¿De qué manera hacemos caso a la comunidad eclesial? Conviene examinar nuestra posición ante ella y considerar qué es lo que debemos corregir personalmente para permitir un mejor dinamismo comunitario.

La segunda lectura puede ayudar a manifestar que la comunidad debe vivir abierta. Se refiere al amor al prójimo, y el prójimo somos todos.

J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1975/16


6. C/MT. LA COMUNIDAD QUE PRESENTA MATEO.

Hoy y el próximo domingo leemos dos fragmentos del capítulo 18 de Mateo, el "discurso de la comunidad".

En realidad, lo más importante de los dos evangelios no es tanto los temas concretos que tratan (que ya lo son mucho), sino el estilo de comunidad cristiana que presuponen. Porque, uno de los centros de interés básicos de Mateo es precisamente éste: "cuál es el modelo de comunidad cristiana que quiso Jesús? ¿cuáles son los rasgos básicos que debe tener? ¿en qué debe notarse que aquel grupo es una comunidad cristiana, el nuevo pueblo de Dios, el pueblo que realiza ya el proyecto de Dios sobre el mundo? Actualmente, el tema de la evangelización es un tema vivo: el Papa habla con insistencia de la re-evangelización de Europa, por ejemplo. Si leemos el evangelio de Mateo, encontraremos un criterio decisivo para esta evangelización: evangelizaremos cuando los que nos llamamos cristianos mostremos a los que no lo son que nosotros vivimos una vida que merece la pena; evangelizaremos cuando nuestras comunidades cristianas muestren unas relaciones entre las personas y unas relaciones con Dios que den ganas de apuntarse a ellas. En caso contrario, por mucho que prediquemos, no habrá evangelización posible.

LA COMUNIDAD QUE PRESENTA MATEO

¿Qué estilo de comunidad presuponen estos textos del capítulo 18? Ya se ve en el fragmento de hoy: una comunidad en la que pueda ser normal, que ante la infidelidad de uno de sus miembros, otro pueda acercársele e invitarlo a reconsiderar su actuación; una comunidad en la que sea posible tener conciencia colectiva de ser depositarios de la acción y de los criterios de Dios ("todo lo que atéis..."); una comunidad en la que sea normal que algunos de sus miembros tenga a menudo ganas de reunirse para pedir algo juntos a Dios; una comunidad que vive convencida permanentemente de que Jesús los mueve y está en medio de ellos.

Nuestras comunidades parroquiales quedan lejos de todo esto, y leer este evangelio puede ser quizá motivo de angustia. Tampoco irá mal, algo de angustia... Y tampoco irá mal, darse cuenta de que el proyecto de Jesús no es el que nosotros vivimos. Porque, de entrada, ahí hay un problema sociológico: el evangelio de hoy presupone que todos los miembros de la comunidad se conocen, o por lo menos no les resulta difícil conocerse. Y presupone también que el cristiano normal es cristiano militante, cristiano de fe firme y vivida y compartida, sin que resulte imaginable aquí un cristiano que reduzca su fe simplemente a la misa dominical. Este hecho sociológico realmente cambia nuestras perspectivas, y nos obliga a un notable esfuerzo de adaptación, porque si bien no se trata tampoco de decir que los cristianos no militantes son indignos de llamarse cristianos, sí hay que recordar que el proyecto de Jesús pide mucha intensidad, y que sin esa intensidad todo resulta muy inconsciente y muy poco evangelizador.

¿QUE PODEMOS CONCRETAR?

La homilía de hoy no puede limitarse a una lamentación sobre la degradación del vigor cristiano de los primeros tiempos. Algunas concreciones posibles serían las siguientes:

1. Ser conscientes de cual es el proyecto de comunidad de Jesús, y de su importancia para la evangelización. Es importante explicarse esto.

2. Todo esfuerzo que se haga por crear grupos, comunidades, movimientos, en los que se puedan vivir relaciones más personalizadas y en los que sea posible ayudarse de verdad en el crecimiento cristiano, siempre será poco. Es el gran reto de este momento. Hay que favorecer esta creación de grupos y comunidades, evitando el egoísmo de poner todo el interés tan sólo en reclutar gente para las tareas parroquiales.

3. Como parroquia, habría que trabajar también para lograr unas relaciones más intensas, especialmente entre los cristianos más activos. No sólo para "crear ambiente", sino para "crear ambiente para reforzar una verdadera fe, una verdadera caridad, y un verdadero testimonio de apertura a los pobres". Y, al mismo tiempo, asegurar un clima abierto y acogedor hacia los no activos y los ocasionales.

4. Hay que estimular la corrección fraterna, pero en la medida en que se corresponda a una verdadera relación cristiana y comunitaria.

5. Y tenemos que aprender más a rezar juntos y a creer más en la presencia de Jesucristo en medio de nosotros.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/17