SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Sant 1,17-18.21-22.27: Mi gozo sólo es auténtico cuando escucho, no cuando predico

El bienaventurado apóstol Santiago amonesta a los oyentes asiduos de la palabra de Dios diciéndoles: Sed cumplidores de la palabra y no sólo oyentes, engañándoos a vosotros mismos (Sant 1,22). Os engañáis a vosotros mismos, no al autor de la palabra, ni al ministro de la misma. Partiendo de esa frase que mana de la fuente de la verdad a través de la veracísima boca del Apóstol, también yo me atrevo a exhortaros, y mientras os exhorto, pongo la mirada en mí mismo. Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior.

Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la condición humana y de la reflexión apoyada en la fe, que no advirtamos nuestros peligros, pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para que sepáis, hermanos, que vosotros estáis en un lugar más seguro que nosotros, cito otras frases del mismo Apóstol, que dice: Cada uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, para hablar (ib., 19). Pensando en esta frase que nos amonesta a ser rápidos para escuchar y lentos para hablar, hablaré en primer lugar de este nuestro ministerio; luego, después de haber justificado el ministerio de quienes hablamos con frecuencia, volveré a lo que había propuesto en primer lugar.

Es conveniente que os exhortemos a no ser sólo oyentes de la palabra, sino también cumplidores. Por el hecho de que os hablamos frecuentemente, ¿quién, sin parar mientes en nuestra obligación, no nos juzga cuando lee: Sea todo hombre rápido para escuchar y lento para hablar? Ved que el cuidado de vosotros no nos permite cumplir esa norma. Debéis, pues, orar y levantar a quien obligáis a ponerse en peligro. Con todo, hermanos míos, voy a deciros algo a lo que quiero que deis crédito, porque no podéis verlo en mi corazón. Yo, que tan frecuentemente os hablo por mandato de mi señor y hermano, vuestro obispo, y porque vosotros me lo pedís, sólo disfruto verdaderamente cuando escucho. Mi gozo, repito, sólo es auténtico cuando escucho, no cuando predico. Entonces mi gozo carece de temor, pues tal placer no lleva consigo la hinchazón de la verdad. Y para que sepáis que es así en verdad, escuchad lo que se ha dicho: Darás regocijo y alegría a mi oído. Gozo cuando escucho. A continuación añadió: Se regocijarán los huesos humillados (Sal 50,10). Mientras escuchamos somos humildes; en cambio, cuando predicamos, incluso si no nos pone en peligro la soberbia al menos nos sentimos frenados. Y si no me enorgullezco, corro peligro precisamente por eso. Sin embargo, cuando escucho, me deleito sin nadie que me engañe, disfruto sin testigos.

Sermón 179,1-2.