COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Jr 38, 4-6. 8-10

 

1.

Marco histórico: Jeremías ejercita su larga misión profética durante el reinado de varios monarcas:

A su época dorada y feliz podría referirse esta confesión: "Cuando recibía tus palabras, las devoraba, tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima, yo llevaba tu nombre, Señor, Dios de los ejércitos" (15,16). Durante el reinado de Josías, Jeremías puede anunciar la palabra divina sin ser perseguido, y así esta palabra es motivo de alegría. Todo se acabó con la muerte de Josías en Megido (a. 609).

Bajo el reinado del perverso Joaquín (609-597), el profeta pronuncia su célebre y duro discurso acerca del templo de Jerusalén (7,1-15;26) en el que ataca la fe/mágica del pueblo. El templo es morada de Dios, pero el Señor sólo puede habitar en este recinto material si la conducta humana es íntegra; con sus robos, adulterios, injusticias... han convertido el templo de Jerusalén en una cueva de bandidos; el santuario y la ciudad deben ser arrasados. Y, a partir de este momento, Jeremías empieza a ser odiado y perseguido. El profeta entra en una grave crisis: "¡ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas con todo el mundo...!" (15,10), crisis que nos ha quedado consignada en la famosísimas Confesiones de Jeremías (11, 18-20; 12, 3-6; 15, 10-11.15-21; 17, 14-18; 18-23; 20, 7-11.13). La palabra profética es motivo de oprobio, de risa y de persecución. Texto: /Jr/38/01-13 debe encuadrarse en la época de Sedecías (597-587), rey nombrado por el babilonio Nabucodonosor tras asediar a Jerusalén en el a. 597, y a quien exige juramento de fidelidad. Pero poco iba a durar esta fidelidad: el a. 593, el faraón Samético II sueña con la posesión de Siria y Palestina; para obtener sus propósitos excita a estos dos pueblos a rebelarse contra Babilonia prometiéndoles su ayuda. Sedecías es un rey débil y, haciendo caso omiso de Jeremías que le aconsejaba la sumisión a Nabucodonosor, sigue por miedo los consejos de sus ministros, filo-egipcios, sublevándose al no pagar tributo a su señor de Babel. Indignado, Nabucodonosor se dirige contra Jerusalén y pone sitio a la ciudad (a. 587).

Consultado varias veces por el rey, Jeremías anuncia lo mismo: la destrucción de la ciudad y la deportación del rey (34,1-7; 37,3-16.17-21; 38,24-28). Pero la verdad profética molesta a los dignatarios que le acusan de pasarse a los caldeos, cuando sólo intentaba salir de Jerusalén, y "...lo hicieron azotar y lo encarcelaron... Así entró Jeremías en el calabozo del sótano y allí pasó mucho tiempo" (37, 15s.). Mandado llamar por Sedecías, le atenúa la pena ordenando custodiarlo en el patio de guardia y dándole un pan diario (37,17-21). Pero su palabra continúa molestando a los dignatarios quienes dicen al rey: "muera ese hombre, porque está desmoralizando a los soldados... y a todo el pueblo... Ese hombre no busca el bien del pueblo sino su desgracia" (38,4). El rey lo entrega en su poder, y lo meten en un aljibe: por suerte "en el aljibe no había agua sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo" (38,6).

Por contraste a la reciedumbre del profeta, el texto nos muestra la debilidad de un rey que capta el mensaje profético, pero no lo lleva a la práctica porque teme a sus ministros. Y frente a la obstinación de estos ministros el texto nos presenta un extranjero, criado y además eunuco, que abre sus oídos a la palabra profética, y salva a Jeremías.

VERDAD/PERSECUCION: Reflexiones: El auténtico mensajero de Dios debe siempre anunciar la verdad aunque le cueste la cárcel y la muerte. La "verdad" siempre es algo duro de pelar, acarrea más momentos de tristeza que de gozo y de alegría: "...forzado por tu mano me senté solitario, porque me llenaste de tu ira" (15,17). Jeremías es odiado por los ministros del rey e incluso por el mismo pueblo por quien tanto trabajó durante cuarenta años para obtener su conversión. No es raro que entrara en una grave crisis.

En el pueblo de Dios también existen, como en el relato de Jeremías, hombres débiles como Sedecías, fuertes como el profeta, hombres eunucos sin importancia que saben escuchar. La palabra de Dios causa en los oyentes, por su diversa disposición, la división: "¿pensáis que he venido al mundo a traer la paz? No, sino división" (Lc. 12,51), "...que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que en su mente no entienda..." (Is. 6, 10).

El profeta desmoraliza al pueblo (38, 4). Esta es la queja de los ministros del rey, y continúa siendo la de todos los que ahogamos los gritos proféticos en nuestra sociedad: son unos "demagogos", "ateos", "anticultuales"...

A. GIL MODREGO
DABAR 1986, 43


2.

Abortada la rebelión de Jeconías, rey de Israel, contra Nabucodonosor, rey de Babilonia, se produce en el 597 a.C. la primera deportación a Babilonia. Sedecías, hombre bueno pero débil, sube al trono y se deja llevar por sus dignatarios a la aventura de la guerra. La voz del profeta se alza para proclamar lo absurdo de cualquier alianza con Egipto en contra de Babilonia. Sin embargo, los representantes del mundo oficial deciden a su antojo en lugar del pueblo hambriento y desmoralizado: un nacionalismo y una resistencia militar que hace caso omiso de la palabra del profeta. La voz del profeta es molesta cuando interpreta el sentimiento popular. Los poderosos intentarán suprimirlo. Muchos años más tarde se producirá una situación semejante con Jesús (cf. Jn 11, 50).

En el griego de los LXX esta proposición del vers. 5 es una reflexión que se hace el narrador: "porque el rey no podía nada contra ellos".

El rey se da cuenta de que su debilidad le ha llevado a dejar el poder en mano de sus ministros. El profeta se encuentra desasistido, ya que el rey está mucho más atado que el mismo profeta. El hacer profético se realiza en gran desnudez. Sólo quien lo ha experimentado puede llegar a calibrar tal estado de cosas.

La cisterna viene a ser un símbolo del abandono y de la muerte (Gn 37, 22. 28). La oración sálmica que numerosas veces hiciera Jeremías de "ser contado con los que bajan a la fosa" se hacía realidad en la vida del profeta (cf. Sal 7, 16; 27, 1; 87, 5; 142, 7). Así la acción profética quedaba concluida, ya que su vida misma apoyaba sus palabras. Cuando el que profetiza une su vida a su palabra, lo que de ahí puede salir es algo de una fuerza imprevisible y definitiva.

En el momento de la prueba solamente un extranjero se apiada del profeta y se salva gracias a la simpatía de un cortesano etíope. El profeta está empeñado en una empresa ardua, casi imposible: hacer recapacitar al pueblo para que tome conciencia de pueblo elegido. Es difícil oír la voz de un profeta que clama por la confianza en Dios, cuando el hombre solamente confía en sí mismo. Destino doloroso, destino de profetas.

EUCARISTÍA 1977, 39


3.

La Liturgia ha escogido como última lectura del libro de Jeremías la narración del momento más trágico en la vida del profeta y en la suerte de Jerusalén. Esta, asediada; aquél, condenado irremisiblemente a muerte. Triste final en perspectiva de las dos cosas que más amaba Yavheh: su lugar santo y su pueblo encarnado en su profeta.

Visto de tejas abajo, Jeremías era exactamente aquello de que se le acusaba. Un desmoralizador de las tropas de resistencia, un enemigo del pueblo y de la paz aconsejando la rendición a los caldeos; un pájaro de mal agüero gritando por doquier que la ciudad sería víctima de la espada, el hambre y la peste. También a Jesús se le acusará de soliviantar al pueblo y ser enemigo del César.

En su forma de razonar, lo bueno o lo malo para el pueblo no era competencia de un exaltado cualquiera. Pertenecía a los representantes oficiales del pueblo. Ellos insisten en que la única salvación está en un celoso nacionalismo y en una resistencia militar a cualquier poder extranjero. Era exactamente el abandono de los designios y Alianza de Yahveh en manos de los medios y alianzas humanas. Era una defección de la fe. Así lo proclamará Jeremías a aquellos oídos sordos. Todo inútil. Debe morir este hombre, para que no perezca el pueblo entero. Como Herodes. Y acuden al rey para liberar sus conciencias.

Sedecías, completamente desbordado, hace su propia autocrítica; se define impotente total ante ellos y con un "ecce homo", ahí lo tenéis, preludia la escena de Cristo y Pilato. Jeremías es arrojado a un aljibe fangoso, que pasará a la literatura bíblica como símbolo del sheol y de la muerte. Jeremías, se nos dice, "se hundió en el lodo" física, sicológica y simbólicamente. Ahora sí que estaba de verdad a las puertas de la muerte.

Con fina ironía, que nos recordará la parábola del Buen Samaritano, Baruc describe cuidadosamente quién va a ser la persona que salve al justo paciente: un criado, un eunuco, un extranjero etíope. Sus razones, ninguna. Sencillamente la conmiseración hacia el hombre que él considera justo. Frente a la venganza, cobardía o indiferencia de los connacionales del profeta, el buen secretario Baruc presenta la desinteresada, valiente y amorosa acción de Ebedmélek.

Sedecías, una vez más, hace lo que le dicen. Se sabe que tenía en gran estima al profeta, que lo consultaba secretamente, que intentaba seguir sus consejos en la medida de lo posible. Pero carecía de voluntad y bailaba cual maniquí en manos de quien quisiera moverlo. De hecho Jeremías fue sacado del sheol y de la muerte segura para poder continuar su misión salvífica en medio del pueblo que no quería comprenderlo. Es la velada tipología de la verdadera resurrección de Jesús.

De verdad, Jeremías ha sido por la tradición bíblica y eclesial como tipo genuino de Cristo. El personaje histórico en quien se inspiró el segundo Isaías para pintarnos al Siervo Paciente. El Profeta de la interioridad, de la Nueva Alianza. El hombre que se confesó públicamente hombre, para que nunca más hombre alguno pretendiera disimularlo bajo capa de santidad.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 730 s.


4. Jr/PERSECUCION:

El breve episodio de la pasión de Jeremías no exige un largo comentario. El profeta estaba encarcelado desde hacía mucho tiempo, cuando se decidió arrojarle en una cisterna para dejarle allí que se muriera de hambre o de asfixia. Tiene que agradecer a un servidor negro del rey el ser liberado y el copiar el sistema de salvación que Dios pone en juego previamente en favor de quienes "caen en la fosa" y no dejan de esperar en El.

Todos los profetas de ayer y de hoy aprenden en su propia carne que la verdad hiere. Cuando la multitud o la autoridad ha encontrado un pretexto -sin vinculación con su mensaje- para liquidarlos, no dudan por mucho tiempo en inscribir una nueva pasión en la ya larga lista en medio de la cual está plantada la cruz de Cristo.

Jeremías tenía un alma particularmente sensible: en su temperamento todo conducía a la indulgencia; hubiera sido por naturaleza un excelente profeta de la felicidad, y de hecho es el profeta de la desventura para recordar que Dios no está en la continuidad absoluta de los valores y de las opciones humanas y que su encuentro supone un retorno decisivo de esas opciones.

Alma delicada y depresiva, Jeremías hubiera sido feliz en medio de la tranquilidad y la paz, y he aquí que, en contra de todo lo que era, se ve abocado a enfrentarse con la persecución y a buscar, en recursos por encima de los suyos propios, la fe y el abandono requeridos para ser el testigo de Dios.

Ser fiel a sí mismo equivale a superarse, y Dios está precisamente allí donde hay una superación.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 272


5.

La vida de Jeremías es toda una tragedia: ama apasionadamente a su pueblo y desea para todos lo mejor, pero tiene que anunciarles lo peor. Sin embargo, Jeremías cumple su misión y anuncia a todos la amarga verdad que le ha sido revelada. Esto le acarrea la persecución de sus paisanos.

Sedecías, puesto en el trono por Nabucodonosor después de la primera deportación (año 597), es un rey débil e incapaz de hacerse respetar, entre- gado a la voluntad de los caciques, y mal aconsejado. Este rey se comporta lo mismo que Pilato en el caso de Jesús. Confiesa paladinamente que no puede oponerse a los que piden la cabeza de Jeremías.

El profeta padece en silencio, sin rechistar. Pero con su fidelidad hasta la muerte a la palabra de Dios y la aceptación de su destino da una lección a todo el pueblo. Israel debería someterse a la voluntad de Dios y aceptar la rendición y hasta el exilio para evitar males mayores. Pero no es eso lo que hace, sino que busca aliados a cualquier precio para alzarse contra Babilonia. Jeremías propone una política que juzga más realista en aquellas circunstancias: confiar en Dios y no en los aliados, aceptar lo inevitable y mantener viva la esperanza hasta que vengan tiempos mejores.

Dios se sirve de Ebedmelek para libertad a su profeta y sacarlo del pozo donde lo habían arrojado. También Israel será sacado en su día de la cautividad de Babilonia por el mismo Dios que ahora permite que sea deportado. Y será como un segundo éxodo.

EUCARISTÍA 1989, 39


6.

Será fácil descubrir en estos pocos versos la figura de Cristo. La Sabiduría es la figura del Hijo de Dios. Esta sabiduría ofrece un banquete que recuerda el de los últimos tiempos. No obstante, aquí es el creador quien toma la iniciativa de darse, permitiendo su reconocimiento gracias a su presencia en la creación.

La invitación al banquete la encontramos concretamente en Mt 22, 4. Se llama a todos, ricos y pobres, a los hombres sensatos y también a los necios, para que cambien de vida. El pan y el vino que da la Sabiduría serán un día el cuerpo y la sangre de Jesús, como aparece en Jn 6.

En nuestra vida, Dios está constantemente presente, se entrega a sí mismo y alimenta al hombre. Se nos invita a alargar la mano para tomar lo que Dios nos ofrece. El da cada día lo que necesitamos para solucionar los problemas de la humanidad de hoy.

EUCARISTÍA 1988, 39