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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO
1-7
1.
FE/FUERZA. LA FE QUE MUEVE MONTAÑAS ES CAPAZ DE
MOVER EL TIEMPO
"Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarles: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David".
También nosotros hemos iniciado esta Eucaristía casi con el mismo grito: Señor, ten piedad", hemos dicho. Este grito, a la cananea, le salía del alma. No sé si también a nosotros... Ya que a veces la rutina es capaz de vaciar de sentido incluso lo más sagrado! El grito de la cananea era la gran plegaria de una madre que siente como propio -porque lo es- el dolor de su hija.
Podíamos preguntarnos: nuestro "grito", tan parecido al suyo, por lo menos externamente, ¿ha intentado expresar toda la realidad de nuestra vida? Y no una vida aislada sino marcada y ensanchada por todas las otras vidas, empezando por las más próximas, las de todos aquellos que conocemos y amamos. Sólo así la Eucaristía adquiere pleno sentido. Sólo así puede llegar a ser un verdadero intercambio entre la gran riqueza del Señor y nuestra gran pobreza.
"Señor ten piedad", "Kyrie eleison". He aquí una invocación que arranca del AT, pasa al Nuevo y llena toda la liturgia de las iglesias cristianas. Ojalá fuera siempre una expresión llena de sentido, una auténtica plegaria.
-"Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel" Sí, así era al principio. Sin embargo, la fe, que mueve montañas, es capaz también de mover el tiempo. Y Jesús se lo adelanta a ella, a la mujer cananea, porque su fe se lo merece; y también para empezar a decir, ya con hechos, que la salvación no se reduce a un solo pueblo, sino que está abierta a todos los pueblos, es universal. Este es -hoy- el núcleo central del mensaje de Jesús. Hagamos ahora un poco de memoria: el pasado domingo, la fe de Pedro se tambaleaba. Se asustó ante la fuerza del viento que sacudía las olas. Tuvo miedo y se hundía. Y Jesús, le riñó: "¡Qué poca fe!", le dijo. Hoy, una mujer forastera, mantiene con firmeza su fe humilde. Ni tan siquiera el reproche del insulto más bajo, el de los perros, con el que se pone a prueba su fe y su humildad, la hace tambalear. Y Jesús la elogia: "Mujer qué grande es tu fe". ¡Cuántas veces, a todos, nos conviene recibir lecciones de la gente más sencilla...!
-"Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija" Cuando el evangelista escribe este texto, su comunidad cristiana está llena de tensiones, de conflictos -cada vez más graves- con el judaísmo. Por tanto es necesario recordarle su vocación a la universalidad. El testimonio de la cananea es una exhortación a abrirse a los paganos; a superar fronteras de la sinagoga. A la vez que muchos cristianos, ya entonces, procedentes del paganismo, al leer esta página del evangelio, debían ver con emoción reflejada su propia historia, en la historia de la cananea. La historia de la misma ruta o del mismo camino hacia la fe.
Todos somos un poco cananeos, porque todos -siempre- somos un poco extranjeros. Y también porque todos, como esa mujer llevamos dentro algo que nos preocupa. Algo de qué hablar con Jesús.
Hagamos, pues, de cada Eucaristía una verdadera vivencia de fe. Celebrémosla gozosos y agradecidos, porque nosotros, a pesar de todo, no estamos invitados a comer las migajas que caen de la mesa, sino que, bien sentados, estamos invitados a compartir como hijos la mejor comida.
P.
GILI VIVO
MISA DOMINICAL 1987/16
2. VD/ORACION: LA ORACIÓN EN EL FONDO CONSISTE EN DAR LA RAZÓN AL SEÑOR.
"Atiéndela, que viene detrás gritando", dicen los discípulos. Pero su intervención, es determinada más que por la compasión, por el deseo de que les deje en paz.
"Él no respondió nada...". He ahí el silencio, insoportable, de Dios, frente al sufrimiento de la criatura, frente al mal en el mundo, frente a las torturas que padece el inocente. "¿Por qué?".
"¿Hasta cuándo?", protestan los salmos.
Y Job: "Grito hacia ti y tú no respondes, me presento y no me haces caso... ¡Oh!, ¿quién hará que Dios me escuche? Esta es mi última palabra: ¡respóndame el Todopoderoso!" (Jb 30. 20; 31. 35).
Al silencio de Jesús y después al rechazo explícito, la mujer responde "postrándose ante él". Es la postura de la adoración.
Esta mujer cananea se revela capaz de adorar la no respuesta de Dios. Adorar el silencio de Dios. Adorar el rechazo de Dios.
El verbo "postrarse" en griego, significa "hacer como el perro que se echa en el suelo". "No está bien echar a los perros el pan de los hijos".
"Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos".
La mujer es muy hábil. Da la razón a Jesús. Pero logra torcer el argumento en provecho propio. "Tienes razón, Señor, pero...". Con ese "pero" toma al Señor por la palabra y lo pone de su parte. Lo arranca de los hijos, para interesarle por los "perros".
A ella le va muy bien la imagen de los perros. No se siente ofendida en absoluto por la comparación. En el fondo, esa es su arma, y se la ha puesto en la mano precisamente el adversario.
Exacto, yo no pretendo el pan de los hijos. Me contento con lo que sobra y que va a parar a los perros. Pretendo las migajas. Soy un perro. Y el perro está bajo la protección del amo...
Quizás esta mujer tiene algo que enseñar a todos, incluso a los maestros de oración más acreditados. La oración, en el fondo, consiste en dar la razón al Señor. Y cuando él tiene razón, cuando estamos de acuerdo con él, nosotros salimos ganando.
Es verdad, Señor, soy un desgraciado. ¿Pero tu gracia no está destinada precisamente a los que están desprovistos de ella? Es verdad, soy un pecador. Pero el perdón no lo puedes tener para ti, debes darlo por fuerza a quien tiene necesidad de él.
Es verdad, Señor, no hago nada bien. Pero lo importante es que tú hagas algo bueno en mí. Ya ves, Señor, cómo llevas las de perder cuando tienes razón...
"Mujer, qué grande es tu fe". Jesús sale alegremente vencido por la lucha verbal. Se rinde frente al arma de que dispone la mujer: la fe. Jesús se deja vencer por la fe. Y no puede por menos que manifestar el propio estupor, la propia admiración, ante la fe de la cananea.
ALESSANDRO
PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986
3. FE/CONFIANZA LA FE DEL HOMBRE ES MAS FUERTE QUE LA VOLUNTAD DE DIOS.
En el evangelio del domingo pasado explicábamos cómo JC decía a Pedro -dándole la mano cuando acobardado creía hundirse-: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?". Quien merecía esta reprimenda era el discípulo que había ido siempre con el Señor, el que se adelantaba para hablar en nombre de los apóstoles, el que -como escucharemos el domingo próximo- es el primero en proclamar su fe en Jesús como Mesías, como Cristo. Pero Jesús le dice: ¡Qué poca fe! En cambio hoy hemos escuchado una exclamación totalmente diversa de JC: "Mujer, qué grande es tu fe". Toda la narración que hemos escuchado está dirigida a presentarnos con una expresión mordiente la admiración de Jesús ante la fe de aquella mujer. Y quien merece esta admiración no es un apóstol, ni un discípulo, ni un judío piadoso... sino una mujer extranjera, de otra religión. Una mujer extranjera que con la tenacidad de su fe consigue, primero, crispar a los discípulos y, después, variar la línea de conducta de JC.
Jesús le responde con unas palabras de difícil comprensión -difíciles de aceptar- en las que JC habla de los judíos como los "hijos" y en cambio dice que los extranjeros son los "perros". En realidad JC utiliza el lenguaje normal de su pueblo y decírselo a aquella mujer que le pide ayuda a él (a un judío), es resaltar el valor que tiene ella al saltarse LA BARRERA DEL ORGULLO que separaba a unos de otros. Ella supo captar la ironía de la palabra de JC y supo responderle en el mismo tono.
Lo que el evangelio de Mt nos quiere presentar es sobre todo la admirable fe de aquella mujer. Y, al mismo tiempo, que esta es la fe que conmueve, convence, admira a JC. Podríamos decir : LA FE QUE BUSCA JC.
FE=ABSOLUTA CONFIANZA. La intención de los evangelios que estamos leyendo durante estos últimos domingos, y de los que leeremos en los próximos es presentarnos NUESTRA RESPUESTA A JC. El momento culminante será el que nos describirá el próximo domingo: la fe de los apóstoles que creen en JC como Mesías del Reino de Dios. Pero el evangelio de hoy subraya expresivamente cual es EL CAMINO QUE LLEVA a esta fe: el camino de la absoluta confianza en JC.
Una absoluta confianza que no necesita NINGUNA CONDICIÓN PREVIA -por ello se nos presenta en una mujer extranjera, que según la mentalidad de la época quería decir extraña, ajena, que parecería que nada tenía que ver con el Mesías de Israel. Una absoluta confianza, sin embargo que va más allá de aquello que ella pide -la curación de su hija- y llega a la misma persona de JC. Ella confía en JC y por eso le pide aquello que más quiere.
Eso es lo que expresa el extraño dialogo -entre hiriente e irónico- que se cruza entre JC y la mujer. Y así, con esta fe que confía totalmente en JC, vence -de un modo que nosotros no nos atreveríamos a imaginar, pero que el evangelista no teme presentarnos, casi podríamos decir: haciendo quedar mal a JC- vence las objeciones de JC. Como si la conclusión fuera: LA FE DEL HOMBRE ES MAS FUERTE QUE LA VOLUNTAD DE DIOS.
J.
GOMIS
MISA DOMINICAL 1975/16
A nivel "popular", ¡qué difícil entender la escena de la cananea! Estamos acostumbrados a un Jesús tierno y solícito que casi siempre se adelanta a las necesidades de los que se cruzaron en su camino y las resuelve con celeridad y prontitud. Aquí, sin embargo, asistimos a un espectáculo insólito: una mujer pide a Jesús no para ella, sino para alguien a quien quería más que a ella misma: para su hija. Una hija enferma debe ser uno de los mayores dolores humanos. Jesús, sin embargo, se resiste y se resiste duramente, al menos en apariencia, hasta arrancar del corazón de madre una de las más preciosas oraciones que recoge el Evangelio. Tan preciosa que venció totalmente el corazón de Cristo. Y se hizo el milagro: al elogio de Jesús a la mujer siguió puntualmente el cumplimiento de la petición que ésta le formulaba. En aquel momento, dice el Evangelio, quedó curada su hija. Preciosa la escena. Y aleccionadora.
En muchas ocasiones a lo largo de la vida hemos sentido el asombro que se experimenta al comenzar la lectura de este pasaje del Evangelio. En muchas ocasiones nos hemos encontrado con algo a lo que calificamos de "silencio de Dios". Situaciones inexplicables, incomprensibles, que aparentemente no tienen respuesta. A veces nos sentimos como debió sentirse la cananea ante las primeras palabras de Cristo: rechazados, excluidos del círculo de los suyos. Es una sensación que quizá hayamos tenido personalmente en algún momento.
Hay que seguir leyendo y hay que seguir copiando de la cananea. Por encima del rechazo, del amor a la hija y la confianza absoluta en Aquél a quien se dirigía resolvió a su favor la situación, que no se le presentaba favorable. Consiguió lo que quería para su hija y recogió de Cristo, para ella, un auténtico piropo: ¡Qué grande es tu fe! Una fe a la que Jesucristo vinculó la concesión de lo que se le pedía.
¡Qué bueno es orar! Hoy también. En medio del trasiego y la prisa, entre el ruido y el aturdimiento, a pesar del trabajo, por encima de los compromisos sociales y de las diversiones, en los días hábiles y en los de ocio, en el campo y en la ciudad, en casa y en el templo, ¡qué bueno encontrar sitio y hora para rezar! Un cristiano apenas podría explicarse sin esos momentos de oración sincera, calmada y reconfortante. Como un hombre apenas puede explicarse sin esos momentos de conversación sincera, pausada y reconfortante con los otros hombres y, sobre todo, con aquéllos con los que comparte ilusiones y proyectos.
¿Ustedes conciben unos novios que no hablasen nunca? ¿Es posible que existan matrimonios que no tengan nada que decirse? ¿Conocen amigos que no tengan frecuentes y largas conversaciones? ¿Hablan ustedes con sus hijos? Si el hombre no habla con aquéllos que le rodean y, sobre todo, con aquéllos con los que comparte su vida, es que está perdiendo una de sus más preciosas facultades y está fabricándose un mundo de soledad y de angustia. Cuando falla la conversación entre los novios, o el matrimonio, o los amigos, o los hijos, es que se está acabando el amor y la amistad.
Pues así es exactamente lo que le pasa a un cristiano con su Dios, un Dios personal con el que se comparte la vida, con todas sus ilusiones y sus decepciones, un Dios con el que se habla, con el que se cuenta, a quien se pide, como la cananea, y a quien se agradece. Dios y el cristiano son dos amigos que entretejen juntos cada día y repasan juntos cada acontecimiento. Y esto no puede hacerse sin orar.
Le interesa, nos interesa a los cristianos, reconquistar en nuestra vida el tiempo y el espacio que debe ocupar la oración, el encuentro amoroso y diario con Dios, el momento en que repasemos con El nuestro modo de concebir la vida, nuestro modo de realizarla, nuestro peculiar estilo de vivirla. El momento de acercarnos a su fuerza, a su bondad, a su misericordia, para hacernos poco a poco semejantes a El. Es inconcebible una auténtica relación con Dios vivida en el silencio que supone la ausencia de oración.
Posiblemente una de las pérdidas de este vértigo que nos rodea a todos en la época del ruido y la velocidad, sea la pérdida del gusto por la oración, entendida como necesidad de ponerse en contacto con Dios para encontrar la respuesta adecuada a lo que pedimos y a lo que necesitamos en muchos momentos; es intentar vivir sin que ningún demonio de tantos como andan sueltos nos atenacen como atenazaban a la hija de esta mujer cananea que nos da un ejemplo tan vivo y tan atrayente de lo que es rezar de verdad.
DABAR 1981/45
5. UNA CASA PARA TODOS LOS PUEBLOS
-Israel, sí; pero también todos cuantos creen (Mt 15, 21-28) No hay más que leer un poco atentamente este pasaje para darse cuenta de la intención de S. Mateo: poner de relieve el universalismo de la salvación. Sus lectores son sobre todo judeo-cristianos y sin duda están orgullosos de haber sido elegidos como Pueblo de Dios. Una mujer no-judía pide un milagro. Jesús no le responde. Esta actitud provoca la intervención de los discípulos que siguen situándose en el nivel material de los acontecimientos. S. Mateo, evidentemente, hace resaltar la respuesta que les da Jesús: "Sólo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel". Esta dura respuesta debería, de suyo, contentar a los judíos y a los judeo-cristianos.
Pero sucede que la mujer no-judía hace una profesión de fe conmovedora en su humildad. Y Jesús queda visiblemente impresionado: "Mujer, grande es tu fe; que se realice lo que deseas".
El anuncio del Evangelio, la salvación se ofrece también a los paganos que creen. Esto es lo que quiere enseñar, principalmente, el Evangelio de hoy. No se requiere ser del pueblo elegido, pues también los que no lo son pueden acceder a la salvación si creen activamente. Su fe termina por vencer todos los obstáculos.
Para nosotros, hoy, la actitud de esta mujer, que insiste con toda la penetración que le da su fe, es una lección muy importante que debemos recibir con gratitud. Vemos en ella una seguridad en su esperanza que nos deja confundidos. La cananea acepta ser considerada como un "perro", una mera "pagana" en relación con los hijos que son los judíos. Pero no se resigna a creer que ella no pueda recibir una gracia de Jesús si cree en El, como efectivamente cree.
-Una casa en la que recen todos los pueblos (Is 56, 1.6-7)
Puede surgir la pregunta de por qué el autor de este texto hace tanto hincapié en la situación religiosa de los extranjeros. Se debe a que al ser muchos, se creaba un verdadero problema, tanto para los mismos judíos como para ellos que se veían excluidos de la vida de la ciudad.
El autor recuerda que la salvación esta ligada, sobre todo, a una actitud que hay que tomar y no depende, en primer lugar, de la pertenencia a una nación. Lo fundamental es practicar el derecho y la justicia. Y esto lo pueden hacer también los extranjeros, que se transforman así en siervos del Señor y pueden observar el sábado y vincularse a la Alianza.
Cuantos conducen así su vida, pueden acceder a la montaña santa del Señor. Serán felices en la casa de oración y sus holocaustos y sacrificios serán aceptados. La afirmación es importante. Es una ruptura con todo lo que pueda ser nacionalismo de la salvación y pretensión de monopolizar la Alianza y la oración. El autor pone en boca del Señor: "Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos". Es verdad que este texto universalista no es ni el único, ni el primero en el Antiguo Testamento. Ya en Amós podemos ver que el Señor invita al Templo a los Filisteos y a los Arameos (9, 7), como en el texto que leemos hoy, los extranjeros pueden acceder a la salvación si se someten al Señor (Am 1, 3.2, 3). Hay otros pasajes en los que vemos a extranjeros llegar a Jerusalén para conocer la salvación que procede de Dios y de su Ley, y les vemos, también, convertirse al Dios vivo (Is 45, 14-17.20-25). Podemos asistir a la conversión de Egipto y de Asiria (Is 19, 16-25). El Señor reúne a todas las naciones y a todas las lenguas (Is 66, 18-21). Pero los judíos están lejos de admitir este universalismo; los peligros de corrupción que han experimentado, no sin graves perjuicios, durante su cautividad, les empujan a encerrarse en sí mismos. Lo que más predomina, entre ellos, es un fuerte exclusivismo (Esd 9-10) y un cierto proselitismo, cosas que también podemos constatar en el texto que hoy proclamamos.
El salmo 66, responsorial de hoy, canta el universalismo, y nosotros, cristianos, lo debemos cantar pensando en lo que significa la palabra "católica" referida a la Iglesia.
¡Oh
Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Ilumine su rostro sobre nosotros,
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación!
-Todos los pueblos pueden alcanzar misericordia (Rm 11, 13-32)
La carta de S. Pablo se expresa en términos fuertes y podemos imaginar la conmoción del Apóstol al escribir estas líneas que escuchamos hoy. Está hasta tal punto convencido de la llamada a los paganos y de su misión para con ellos, que desea provocar la envidia de los judíos cuando caigan en la cuenta de la salvación dada a los paganos. Efectivamente, la cosa es dolorosa para los judíos. Infieles y rechazados, constatan ahora que la Alianza ha pasado a los paganos. El mundo ha sido reconciliado con Dios y el Señor no ha reservado sus privilegios en exclusiva para el pueblo que en otro tiempo eligió. Pero S. Pablo afronta también el tema de la vuelta de los judíos y la considera como una reintegración, semejante a la vida para los que murieron. Vida de Dios para los que no creyeron. Existe pues un doble movimiento: Por un lado, los paganos no participaban de la vida; ahora viven la vida de Dios por su fe y su conversión. Por otro lado, los judíos que habían sido elegidos, murieron a la vida de Dios porque no aceptaron la Palabra enviada por Dios. Pero también a ellos se les ofrece la reintegración y aunque están muertos pueden volver a vivir.
De este modo nos presenta S. Pablo admirablemente, el plan de Dios en la historia: la desobediencia da ocasión al Señor de actuar con misericordia para con los paganos primero y de ofrecerla, ahora, a los judíos.
También para nosotros tiene gran importancia esta presentación de la salvación universal por parte de Dios. Tenemos que abandonar un cierto exclusivismo cristiano. Aunque tengamos que seguir afirmando la necesidad absoluta de entrar en la Iglesia para alcanzar la salvación y aunque esta afirmación sea de fe, estamos hoy mejor capacitados para ver los matices que hay que introducir en esta aseveración: "fuera de la Iglesia no hay salvación". Los cristianos estamos divididos. Pues aunque felizmente sentimos cada vez más el escándalo de la división, no por eso deja de existir y no se la puede superar con actitudes simplistas. Tenemos que sufrirla y tener la paciencia de esperar. Esta paciencia supone la apertura y el diálogo,. que no consisten en renegar de lo que es la verdad, sino en comprender al otro y en buscar una expresión de nuestra fe, que sin dimitir de nada. sea más accesible a aquellos que no siempre nos han comprendido y a los que nosotros no siempre hemos aceptado.
De todas formas, el universalismo de la salvación sigue siendo un gran misterio: el de la voluntad de Dios que quiere salvar a todos los hombres, en relación con la profundidad de su fe y de su búsqueda. Esto supera los límites de todo lo que nosotros podamos establecer y marca como dirección única la Sabiduría de Dios.
ADRIEN
NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág.
110 ss.
6.
1. ¡Qué difícil es aceptar lo verdadero!
Jesús ha ofrecido pan a quien lo ha querido y no ha habido gente suficiente para terminarlo (Mt 14,13-21 y par.). Las sobras han sido abundantes.
Lo que sigue responde a la pregunta de por qué hubo tantas sobras. La respuesta puede ser triple: por una parte, los fariseos ponen demasiados obstáculos ante quienes desean comer el pan, con sus abundantes preceptos (Mt 15,1-20; Mc 7,1-23); por otra, a los paganos se les niega el acceso a sus sobras -a ello pueden referirse las migajas de pan de este relato-; finalmente, porque todo lo que exige compromiso y riesgo es rehusado por la mayoría de los hombres, que prefieren la comodidad.
¡Qué difícil es aceptar lo verdadero! Pasa en el campo de la música, de la pintura, del cine, de la literatura... ¿Por qué no en el campo de la vida? El presente pasaje evangélico desarrolla la segunda consideración.
El relato lo han recogido Mateo y Marcos. Cuando se publicaron ambos evangelios, los paganos ya habían entrado en gran número dentro de la iglesia, y la vieja polémica -relatada con detalle en el libro de los Hechos de los Apóstoles- estaba ya resuelta. Sin embargo, en sus pocas líneas puede descubrirse todo lo que le costó al orgulloso pueblo judío aceptar a los paganos en plan de igualdad.
2. Petición de la cananea
No se nos dice por qué Jesús se alejó tanto de Galilea. Es posible que su violenta ruptura con la doctrina religiosa oficial, descrita en el capítulo anterior, lo lleve a salir de Palestina y a retirarse "al país de Tiro y Sidón". El ambiente de persecución que le rodea crece cada día. También, gradualmente, sigue alejándose de las multitudes, decepcionado de su falta de respuesta.
No es casual que el evangelio trate este encuentro de Jesús con una mujer pagana después de su dura crítica al legalismo judío. Es un modo de dejarnos más clara una constante en la vida de Jesús: el rechazo de los dirigentes religiosos y del pueblo judío fiel, casi en general, por una parte; y la fe incondicional en él del pueblo judío marginado y de muchos samaritanos y paganos, por otra.
El tema de fondo de esta narración es la entrada de los paganos en la iglesia. La cananea y su hija representan el paganismo. La enfermedad de la hija figura la condición de los paganos, dominados por una ideología contraria a Dios. La petición de la madre es el anhelo de todo hombre de encontrar sentido a la propia vida.
La escena consta de tres pequeñas partes: la petición de la mujer, unida a un acto de fe; el diálogo de Jesús con los discípulos y la mujer y la actuación de Jesús en favor de la hija, con la constatación de la curación.
El país de Tiro y Sidón está situado al norte de Galilea y estaba habitado por gentiles y hasta por enemigos de los judíos.
Según Marcos, penetra allí en una casa sin temor a contaminarse. Sigue poniendo en práctica lo enseñado anteriormente: nada de fuera puede hacer impuro al hombre. No puede mantenerse oculto mucho tiempo. También allí es conocido. Una mujer cananea, que tenía una hija enferma, "se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies". Ha roto todos los prejuicios que impiden a los hombres comunicarse: de clase social, de sistema político, de raza, de religión... Esos prejuicios que hacen que vivamos ignorándonos unos hombres a otros y que cuando nos encontramos nos consideremos como adversarios. ¿Quién despertará el alma común de los hombres y de los pueblos? "Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo". Las palabras "ten compasión de mí" -constantes en los salmos- son una oración de petición, fruto de una fe profunda en que Dios puede hacer lo que se le pide y de una confianza ilimitada en que lo hará. Una fe que recibe lo que pide, porque lo que pide está en la línea de la voluntad de Dios, que es el bien del hombre. Le llama "Señor, Hijo de David", que son títulos mesiánicos. Conoce lo que está oculto a la gran mayoría de los hijos de Israel. Le pide ayuda para su hija.
Mateo nos dice que Jesús no le respondió ni una palabra. Su silencio oculta un deseo más profundo que la curación que se le pide: quiere que su fe vaya más allá de lo que ella pretende; quiere que aquella mujer llegue a la plena comunión con él. La conoce mucho mejor que los demás; mejor incluso de lo que ella misma se conocía. Sabía hasta dónde podía llegar, si la ayudaba a profundizar en su fe y en su humildad...
Había un riesgo: que se marchara llena de rencor. Pero quizá era peor aún dejarla únicamente con lo que pedía. Lograda la curación, se habría alejado de él. Y Jesús quería que ya no sintiese ganas de marcharse, que no se quedara con el don, sino que llegara a él... porque era eso lo que en realidad buscaba: el sentido de la vida que él encarnaba. Los discípulos desean que la atienda porque les molesta con sus gritos. Parece que para ellos no cuenta ni la persona ni su sufrimiento.
"Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". ¿Por qué Jesús limita su acción al pueblo judío? Es posible que su primera idea fuera mentalizar a su pueblo para que éste realizara la evangelización de todos los demás. Esa habría sido la intención de Dios al elegir a Israel. Además, el tiempo de la vida de un hombre es muy limitado y no puede abarcar mucho... Es poco a poco, al experimentar el rechazo de los suyos, como se abre a los pueblos vecinos; aunque esa tarea será realizada fundamentalmente por sus discípulos.
"Señor, socórreme". La mujer no se echa atrás, no se desalienta por la negativa inicial. Está convencida de que Jesús le puede conceder lo que ella desea y no presta atención a las dificultades que éste le pone. Quiere algo más importante para ella y está segura de alcanzarlo de Jesús. Su fe es enorme.
3. La respuesta de Jesús es cruel
"No está bien echar a los perros el pan de los hijos". La respuesta de Jesús es cruel, al menos a primera vista: ¡llama"perros" a los paganos! Los judíos se consideraban hijos de Dios y en ocasiones llamaban "perros" a los paganos, un insulto grave en Oriente y en todas partes. Porque, aunque no faltan en el judaísmo expresiones relativas a la fidelidad del perro, éste es considerado, en general, como una criatura despreciable. En el Nuevo Testamento el perro continúa siendo el símbolo del envilecimiento y de la bajeza. Ser comparado con un perro es siempre ultrajante e injurioso. Con tal insulto, sin embargo, se pensaba en los perros vagabundos y callejeros; nunca en los perrillos que viven en la casa, considerados como animales domésticos, muy queridos por los niños, que les daban de comer.
No parece que Jesús pretenda insultar a los paganos. Parece, más bien, que se refiere a los perrillos que viven en la casa. Y así lo entiende la mujer.
"Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos". Sabe captar la metáfora e ironía de Jesús y le responde en el mismo tono. Es consciente de la precedencia de los judíos y la acepta humildemente, aplicando agudamente a su favor la imagen empleada por Jesús. La lucha que mantiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, está en la línea del sermón de la montaña: "pedid..., buscad..., llamad..." (Mt 7,7). Con su perseverancia logrará más de lo que pedía. Como no tenía orgullo ni desconfianza, intuyó la inmensa esperanza, la ilusión que Jesús había depositado en ella. Comprendió que no estaba siendo rechazada, sino llamada. Está abierto totalmente a Dios y puede nacer una amistad para siempre. Jesús ya podía ahora, sin peligro, concederle lo que le pedía.
Entre amigos, los regalos no hacen daño; entre extraños, obligan. Ya no corría el riesgo de perderla, porque había escuchado y entendido más allá de lo que ella había soñado.
4. "Mujer, ¡qué grande es tu fe!"
Jesús cede; reconoce, admirado, su fe. Una fe que es eso: un deseo muy hondo de lo que Jesús puede dar y la certeza de que lo va a dar. Una fe que no es privilegio de sabios, o de personajes importantes, o de gente que ha triunfado en la vida, sino todo lo contrario. La mujer sólo le ha hecho cambiar de opinión en apariencia. La había llamado hasta que brotó en ella aquel ser nuevo que ni ella misma conocía. Dios nunca nos quiere dar algo que sea menos que él mismo, porque sólo él es capaz de calmar nuestra hambre y nuestra sed de plenitud. ¡Qué pocos lo entienden! Si a veces no nos concede lo que le pedimos, es para que nos abramos al encuentro y a la amistad con él. Una fe auténtica no se rinde al desaliento, aunque parezca que Dios ha desaparecido del horizonte para siempre.
Aquella mujer fue adquiriendo la certeza de que en aquel judío existía una fuerza que podía hacerla feliz. Y es la fe en Jesús -en Dios- lo que vale; nunca los privilegios de raza, religión o situación social.
Esta es la fe que busca Jesús. La mujer nos señala el camino hacia esta fe: la absoluta confianza en él. Una confianza que no necesita ninguna condición previa, que va más allá de lo que pedimos y llega a la misma persona de Jesús.
En esta mujer se vislumbra el nuevo Israel, fundamentado en una fe de este estilo. La mujer se va a su casa y encuentra a su hija curada. Se marchó confiando en la palabra de Jesús: "Que se cumpla lo que deseas". Confía en la eficacia de la palabra de Jesús a distancia. Es la última prueba a que se somete la fe de la cananea.
Obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en una actitud de esencial pobreza. Ella había puesto su parte: pidió, buscó, llamó... Ahora Dios le había respondido: "Se os dará..., hallaréis.... se os abrirá" (Mt 7,7). Cada uno había realizado su tarea.
De este pasaje se puede concluir que el designio de Dios es reunir a todos los hombres en un solo pueblo: la universalidad de la salvación; que no es la pertenencia al pueblo judío -o a la iglesia- lo que salva, sino la fe. Una salvación que no es para los "perfectos" o "elegidos", sino para todos los que quieran aceptar la buena noticia. También se puede concluir que pueden existir -y existen- conductas cristianas que impiden el cumplimiento del plan de Dios; que en el hombre religioso pueden existir muchas maneras de cerrarse a Dios: la religiosidad sin influencia en la vida, la injusticia, la falta de silencio y de oración... Para ser cristiano lo único que se necesita es la fe en Jesús, que lleva a imitarle en la vida. Las demás cosas, las formas concretas de manifestar esa fe, dependerán de cada uno y de cada momento.
No nos iría nada mal tener la tozudez de la mujer cananea: supera el silencio de Jesús, después su negativa y su aparente desprecio. ¿No encontramos en la conducta de Jesús una confirmación de nuestra experiencia? ¿Cuántas veces nuestras oraciones han sido aparentemente estériles y sin respuesta? El final del texto nos enseña que Dios siempre acaba escuchando a los que insisten con una confianza total. ¿Tenemos claras, al menos, las ideas? ¿Cómo es nuestra perseverancia?
Jesús hace participar a una mujer pagana del pan del reino de Dios. Si no hubiera sucedido así desde los comienzos del cristianismo, ¿estaríamos nosotros ahora dentro de él? ¿Qué barreras nos separan ahora de los demás?: raza, lengua, cultura, religión, clase social... ¿Qué pasos hemos de dar para el encuentro? ¿No somos extranjeros unos para otros, y sobre todo para con Dios, con nuestro modo de vivir?
Los cristianos seguimos actualmente representando un porcentaje escaso dentro de la población mundial, pero ello no nos impide seguir teniendo los aires triunfalistas de los israelitas, sentirnos el único y auténtico pueblo de Dios. ¿No nos hará caer este texto de nuestras absurdas pretensiones? Lo único importante es la actitud de fe, reflejada en el modo de vivir.
En lugar de esas pretensiones fatuas, deberíamos preguntarnos: ¿Vivimos con autenticidad la fe en Jesús? ¿No es cierto que fuera del cristianismo se dan también actitudes humildes y confiadas en Dios? Porque la fe en Dios es perfectamente compatible con cualquier religión y con cualquier actitud en favor del prójimo. No podemos confundir la universalidad del reino de Dios con la universalidad de la iglesia. La fe no es cuestión de números y estadísticas de bautizados, sino de gente que vive en una actitud sincera y humilde ante Dios y los hermanos. No se trata de preguntarnos "si todas las religiones son iguales". Es evidente que no: las diferencias saltan a la vista. Lo que importa es descubrir que aun en esas diferencias se está manifestando el único reino de Dios.
No debemos confundir nuestra miopía con la mirada profunda de Dios, que tiene sus propios caminos para que ninguno de sus hijos se quede con las manos vacías. Son muchas las fronteras que los cristianos tenemos que atravesar para encontramos con el reino de Dios; pero quizá ninguna tan difícil como las fronteras de los prejuicios y del orgullo religioso. Es muy difícil enseñar religión a un sacerdote y a un cristiano de siempre. Es lo que parece indicar el texto: "Incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe" (He 6,7). Poco importa saber ahora quién tiene razón o quién sabe más de religión. La respuesta de Jesús es clara: importa la fe con obras. La fe elimina las barreras raciales y religiosas. La fe, que es dejar que Dios actúe -en nosotros y en los demás- como mejor le plazca. Dejémonos llevar por él: eso es lo único que importa.
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3 PAULINAS/MADRID 1985.Págs.
72-78
7.
1. La fe, condición para todos El evangelio de hoy nos resulta duro y chocante, después de su primera lectura; casi parece estar en contradicción con el más grande de los postulados de Jesús: el amor indiscriminado a todos los hombres sin distinción alguna.
Efectivamente, Jesús no accede a los ruegos de una mujer que no pertenecía a su pueblo ni a su religión: era una sirofenicia pagana. Y, sin embargo, cuánta necesidad tenía ella de ver curada a su hija. Nos llama poderosamente la atención que, no contento con eso, Jesús justifica su actitud diciendo que había venido solamente para las ovejas descarriadas de Israel, y como esto no bastaba para convencer a la mujer, la trata como a aquel perrito que se acerca a la mesa del amo para recoger algunas migajas. Finalmente, vista la fe de aquella mujer, le concede lo que le pedía.
Ciertamente que este episodio refleja muy bien la situación de la primitiva Iglesia que no se consideraba abierta a los pueblos paganos sino solamente como la consumación de la historia de Israel. Es cierto que los profetas habían vislumbrado el carácter universal del mesianismo, tal como lo trae la primera lectura: también los extranjeros vendrían al Monte Santo, a la Casa de Oración, para ofrecer sus sacrificios y oraciones, aceptando previamente el cumplimiento de la alianza y del sábado. Pero nunca se tomó esto muy en serio...; el peso de la raza era demasiado fuerte.
Para comprender este texto evangélico de hoy, debiéramos comenzar por el final. Jesús accede a curar a aquella mujer, vista su gran fe.
Consideradas así las cosas, el caso de la cananea no era distinto al de los demás judíos que se acercaban a Jesús: de no mediar la fe, no había nada que hacer. Tampoco a ella se le concede el milagro porque sí; Jesús no acepta ser considerado como un ser taumatúrgico sin más: interpreta que debe entablar una relación distinta con quienes lo sigan o le pidan algo.
En definitiva: el Reino de Dios llega a todo hombre que se abre a la fe. En este sentido, el relato de hoy puede ser visto como un primer esbozo de la universalidad del Reino que, como bien sabemos por los Hechos y por las Cartas de Pablo, tardó muchísimo en ser aceptado por los apóstoles y por la iglesia judía.
Cuando se publica el Evangelio de Mateo, los paganos ya habían entrado en gran número dentro de la Iglesia y la vieja polémica estaba resuelta. Sin embargo, en sus pocas líneas, parece descubrirse todo lo que costó al orgullo judío aceptar a los paganos en pie de igualdad.
En la lucha de Jesús con aquella mujer, más allá de un género literario típicamente oriental, se descubre la dificultad de superar los prejuicios raciales y religiosos para aceptar la nueva perspectiva del Reino de Dios.
El texto está situado, pues, como una llamada a la conciencia universalista de la Iglesia que debería recorrer aún mucho camino, y aún lo debe hacer, para superar esa barrera que ciertamente existe en la relación con los pueblos de otras razas y credos.
Decíamos, pues, que la aceptación de la mujer se fundamenta en su actitud de fe. Es eso lo que puso a prueba Jesús con sus constantes negativas para concIuir con una alabanza que nunca destinó a ningún miembro de su raza: «¡Qué grande es tu fe!» En la fe de la cananea se prefiguraba Ia gran fe de los pueblos paganos que superaron a los judíos en la acogida del Reino.
Por pura casualidad la segunda lectura de hoy nos presenta la otra variante del problema: Pablo se duele, como judío que era, de la obstinación de su pueblo en rechazar la llamada del Reino, si bien no pierde la esperanza.
Fue esa negativa lo que condicionó favorablemente el contacto de la Iglesia con los no judíos...
2. Cruzar la barrera de los prejuicios
A la luz de estas previas consideraciones, podemos mirar el problema tal como se presenta hoy. Los cristianos seguimos representando un escaso porcentaje de la población mundial, pero eso no nos impide sentirnos el auténtico pueblo de Dios, depositario de su salvación frente al mundo de las tinieblas que está más allá de nuestras fronteras. Pero este evangelio nos hace caer de nuestras fatuas cavilaciones. Si lo único importante es la actitud de fe de aquella mujer, bien podemos hacernos dos preguntas: si nosotros vivimos con autenticidad la fe de Jesucristo; si esa actitud humilde y confiada en Dios no la encontramos también fuera del mundo cristiano.
RD/I: El caso de la cananea muestra, lo mismo que el del centurión romano, que la fe en Dios es perfectamente compatible con una situación de paganismo. Por lo tanto, la universalidad del Reino no debe confundirse con la universalidad de la Iglesia. No es cuestión de números y estadísticas de bautizados, sino de gente que vive en una actitud sincera y humilde ante Dios.
Es aquí donde nuestros inveterados prejuicios pueden jugarnos una mala partida. Hasta puede parecernos absurdo que el Reino se manifieste fuera de nuestras estructuras en aquellos «perritos» que tímidamente se acercan a nuestra mesa muy bien servida. Estamos demasiado acostumbrados a identificar el cristianismo con Occidente, con Europa, con la raza blanca. Históricamente esto es cierto.
Lo que podemos poner en duda es si podemos hacer la misma identificación al referirnos al Reino de Dios...
Como en tiempos de Jesús, también ahora no es una cuestión de fe en el Reino lo que nos encierra, sino un problema de prestigios, de nacionalidades, de intereses históricos e incluso económicos. En definitiva: una cuestión de poder. Hoy, a la luz de este evangelio, debemos considerar nuestro viejo tabú con referencia a los que no son cristianos. Podemos darles el nombre que queramos siempre que los sintamos mucho más hermanos que antes en la medida en que también ellos viven aquella sinceridad de corazón, aquella búsqueda del Reino y aquella fe confiada en Dios que es la característica de la auténtica religiosidad.
No se trata de preguntar «si todas las religiones son iguales». Ciertamente que no lo son, pues saltan a la vista sus diferencias. Pero sí importa descubrir que aun en esas diferencias se puede manifestar el único Reino de Dios.
También puede preocuparnos que se hable de fe en personas que ni siquiera conocen a Jesucristo. Aquí, una vez más, no debemos confundir nuestra miopía con la mirada profunda de Dios. No creamos que porque conocemos dónde nació Jesús o cómo vivió y porque nos llamamos cristianos, todo está resuelto en favor de nuestra pertenencia al Reino...
Dejemos a un lado esa vieja manía de preguntarnos cómo hace Dios para que su Reino llegue a todos los hombres. Hagamos nosotros todo lo necesario para que, al menos, nos llegue a nosotros. Dios tiene sus caminos para que ninguna «cananea» se quede con las manos vacías teniendo una "fe tan grande".
Muchas son las fronteras que el cristiano tiene que atravesar para encontrarse con el Reino de Dios; pero, quizá, ninguna tan difícil como las fronteras de los prejuicios y del orgullo religioso.
Dejemos de plantear los problemas desde el punto de nuestro interés. Poco importa ahora saber quién tiene razón o quién sabe más de religión. La respuesta de Jesús es clara: importa la fe. La fe elimina las barreras raciales y religiosas. La fe es dejar que Dios obre como mejor le plazca; entretanto, nosotros nos dedicaremos a dejar conducir nuestra vida por un evangelio que supera todas las miopías.
SANTOS
BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.Tres tomos
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 197
ss.