22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XIX
1-8

 

1. EU/COMIDA

Juan utiliza en su "discurso eucarístico" una serie de palabras elementales con referencia a problemas básicos del hombre: comer, vivir, pan, carne..

Estas palabras, en nuestras sociedades opulentas, donde derrochamos tantas cosas, no ejercen un gran influjo. El hambre es característica de zonas alejadas de nosotros y los medios de comunicación han conseguido bloquear nuestra sensibilidad, cansarnos con tanta cifra de hambrientos y miserables, ponernos la solución muy difícil o imposible, para que, insensibles o impotentes, nos dediquemos a continuar derrochando, tirando y consumiendo.

Si es cierto que hay tanta hambre y miseria, y nosotros no nos sentimos capaces de hacer nada, ¿por qué no viene Dios a arreglar los problemas? A El no le costaría nada y nos sacaría de un grave aprieto a los hombres... Vana ilusión. Lo sabemos.

Juan subraya algo tan conocido como la necesidad de comer para vivir y pone a Jesús como alimento indispensable, básico, de la vida. Según se desprende del contexto, a Juan le parece impensable la posibilidad de vida sin Jesús.

Pero todos vivimos aunque no "comamos" a Jesús, luego no se debe referir a la vida en su sentido más elemental. Más bien parece referirse a un nivel o sentido distinto de esa misma vida.

La vida nos la han dado al nacer y al colocarnos en un marco apropiado donde todos podemos desarrollarla, disfrutarla y saborearla. Pero no todos los hombres la saborean, no todos disfrutan de la vida. La mayor parte de la humanidad se ve obligada a soportarla o a realizar grandes esfuerzos para conservarla.

Para quienes están a este nivel de necesidad y sufrimiento es para quienes especialmente Jesús se hace alimento. Es a los débiles y necesitados a quienes Jesús ofrece su propia persona. No para remitirles a una promesa falsa de vida futura que despierte ahora su resignación, sino para despertar su esperanza hacia un esfuerzo de transformación, de superación, para que esta vida mal repartida y desigualmente experimentada se cambie por una vida de plenitud, de felicidad y de alegría para todos.

Esa es la relación del discurso de Jesús con la Eucaristía. La Eucaristía es el único sacrificio que Jesús entiende y realiza. En la Eucaristía, Jesús realizó -realiza- la expresión de lo que fue su vida: un ofrecimiento continuo y vivo de su esfuerzo, de su lucha, su ilusión, su entusiasmo, su alegría, cariño y solidaridad, de todo El, para hacer posible un mundo nuevo, una vida nueva.

Así lo entendió la Iglesia naciente cuando realizaba su Eucaristía con menos sentido de obligatoriedad, pero perseverando en la comunión de una fracción del pan. Pan repartido y compartido que era la expresión de una fraternidad superadora de las relaciones frías, económicas y jurídicas a que el imperialismo romano les sometía, era el compromiso existencial para participar en la carne rota y destrozada de Jesús que había resucitado como signo de lo que puede hacer la participación de los hombres en un estilo de vida como el suyo.

Celebrar la Eucaristía es, por tanto, participar del modo de vivir de Jesús, es ofrecerse a un esfuerzo que haga posible una vida mejor para todos. Es participar en una relación nueva con los demás basada en el amor, en el cariño, en la comprensión. Es luchar contra lo que hace difícil una vida de alegría, de igualdad, de gozo.

Si la participación en el rito eucarístico no implica el culto existencial, la existencia auténticamente cristiana que se condensa en el amor de Dios cumplido en el amor de los hombres, tal participación no será de la carne de Cristo, sino la rutina muerta de un convencionalismo social.

EU/COMPROMISO: En la separación entre el culto litúrgico y el culto existencial está la enfermedad endémica y terrible del cristianismo convencional de tantos cristianos de nombre, que profesan la fe de Cristo y la niegan prácticamente en una vida dominaba por el egoísmo hasta la violación de los derechos del prójimo y la explotación de los débiles. He aquí el contrasentido radical de la eucaristía.

DABAR 1979, 45


 

2. J/PLENITUD.

Como comenta la exégesis de la tercera lectura, el problema que aborda Juan en el evangelio que leemos hoy se repite varias veces: a pesar de sus sencillas apariencias, a pesar de todas nuestras extrañezas, Jesús de Nazaret, el Jesús histórico que apareció entre nosotros es el Pan de vida, es la salvación del mundo.

Jesús rompía a los ojos de los judíos muchos esquemas religiosos. Demasiadas cosas quedaban enjuiciadas. Y Jesús destacaba por encima de ellas. Jesús llega a proclamarse la salvación del mundo. No hay otro camino. El es la puerta, el camino, la vida, la verdad.

Los judíos lo tomarán por blasfemo. "No te apedreamos por ninguna obra tuya, sino porque tú, siendo hombre, te haces Dios". Les costaba a los judíos dar un asentimiento de fe a aquel hombre, de su misma raza, conocido, cercano, natural, a pesar de todos sus signos. Y es normal. Proclamar que Jesús, Jesús de Nazaret, es la salvación del mundo, es mucho decir. Que sólo él puede saciar el hambre del mundo, es una afirmación demasiado seria. Y es lo que nosotros proclamamos en la Eucaristía. Que nuestra vida y nuestra inteligencia del mundo están condicionadas por un hombre histórico, Jesús de Nazaret. Que todos los demás caminos no conducen a nada. Que sólo en Jesús de Nazaret puede realizarse el hombre en plenitud.

Es una afirmación clara del cristianismo. Es una afirmación tajante y exclusiva: Sólo en Jesús está la salvación del mundo, en Jesús de Nazaret. Diríamos que el cristianismo es exclusivista y tajante, y que su verdad central es absorbente y pasmosa. Sin embargo, nosotros hemos perdido conciencia de esta extrañeza.

ENC/ESCANDALO: Basta ver nuestras eucaristías. El credo de nuestra fe no nos extraña. Nos parece absolutamente normal. Pero quizá ello se deba a una indebida espiritualización de la figura de Jesús. Nuestro salvador ya no es ese Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre en la humildad de nuestra carne, miembro de nuestra misma raza, que apareció por los caminos y compartió nuestras cosas. Hemos olvidado los rasgos concretos e históricos de la figura de Jesús, sus rasgos humildes y sencillos, humanos e históricos, y por eso podemos decir sin extrañeza que Jesús es el Señor.

Jesús apareció en la humildad de nuestra carne, en pobreza y sencillez. Y su mensaje fue tan natural y sencillo que provocó el escándalo. No impartió Jesús una doctrina complicada y sofisticada. Ni dictó una moral impracticable. Por eso, los rabinos, los escribas, los prepotentes judíos no podían aceptar sin más a Jesús. Era todo demasiado extraño.

También nosotros debemos preguntarnos: ¿qué ha traído de nuevo y seductor este hombre? ¿No es éste Jesús de Nazaret, el hijo de José? ¿Cómo dice ser el pan bajado del cielo para la vida del mundo? Lo que Jesús ha traído de seductor es algo muy sencillo y muy pobre, pero es la fuerza mayor del mundo. Jesús ha sido cabalmente el hombre bueno, el hombre-para-los- demás. El amor de Jesús, su ser-para-los-demás, su bondad es algo muy pobre humanamente. La bondad no es el mejor camino para medrar en este mundo. La bondad y el amor no organizan la ira, ni utilizan la violencia, ni acumulan poder. Pero el corazón del hombre, hambriento de algo más que de pan y de poder, sólo puede rendirse ante el supremo atractivo del amor y de la bondad.

El mal del hombre y del mundo es el pecado, el egoísmo. El hombre se hace eje de sí mismo en vez de girar en torno a los demás. El hombre explota al hombre. Y esto engendra violencia y nuevo egoísmo. Unos nos defendemos de los otros. Homo homini lupus. El mal y el pecado se propaga en cadena. Y al volverse hacia sí mismo el hombre se encuentra desnudo, como Adán y Eva después del pecado, desposeído: se ha aferrado a sí mismo como único punto de referencia y se ha quedado en la más amarga de las soledades. Su hambre no se satisface.

Jesús trae algo muy sencillo: un mensaje de bondad y de amor. Por eso los judíos se quedaban escandalizados ante un Dios hecho tan a nuestra medida. Y los inteligentes griegos lo tomaron como una necedad. Sin embargo, la bondad de Jesús es fuerza de Dios para los que creen. El amor, la bondad, produce en el hombre el descentramiento de sí mismo, el salir de sí mismo para girar en torno a los demás, el ser-para-los-demás. La bondad desarma los malos corazones, elimina las barreras, hace que bajemos la guardia ante nuestro hermano.

Jesús predicó este mensaje y lo vivió tipológicamente. Fue un hombre bueno, como esos de quien nosotros decimos: "es un trozo de pan", o "es más bueno que el pan". Jesús no es un trozo de pan, sino el Pan de Vida. Y nosotros lo recordamos y proclamamos en la Eucaristía: "tomad y comed....".

DABAR 1976, 46


 

3.

El gran profeta Elías, defensor infatigable de la pureza de la fe en Yavé, Dios de Israel, alzó su voz contra la idolatría de su pueblo; pero su voz de fuego despertó también, e inevitablemente, las iras de la impía reina Jezabel. Y Elías tuvo que huir de la persecución de la reina. Sin embargo, la fuga del profeta no significaba, por su parte, renuncia alguna a la misión que había recibido y que consistía en restaurar el culto verdadero. Por eso Elías orienta sus pasos hacia el monte Horeb y convierte la fuga en peregrinación: el hombre de Dios, heredero de la mejor tradición, vuelve a los orígenes de la fe de Israel. Y Dios le conforta en su camino dándole a comer pan del cielo. Es como en los días del éxodo. Porque es preciso renovar la alianza y comenzar de nuevo, porque es necesario escuchar otra vez la palabra de Dios.

El pan que recibe el profeta Elías y el maná que comieron los israelitas en el desierto no son más que una imagen del verdadero pan de vida al que se refiere Jesús cuando dice: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre" Y en los tres casos se trata de un pan que da fuerza al caminante, de un viático para el éxodo a través del desierto hacia la tierra prometida.

Jesús habla del pan de vida en tres sentidos distintos o, mejor, en tres niveles distintos de un mismo significado. En primer lugar, llama pan de vida a la palabra de Dios; esto es, a la palabra que él anuncia como enviado de Dios. El que coma de este pan, el que crea, vivirá y no morirá para siempre. La palabra de Dios, el evangelio, es proclamación y promesa al mismo tiempo.

Como proclamación revela la presencia de Dios en Jesucristo, como promesa anuncia la plena manifestación de Dios al fin de los tiempos, cuando vuelva el Señor con poder y majestad.

Como promesa, la palabra de Dios pone en esperanza al que la escucha con fe; esto es, en camino hacia la tierra prometida, que es el reino de Dios. Y como proclamación, mantiene a los creyentes y les ayuda a superar las dificultades y peligros en el desierto de este mundo que pasa.

En segundo lugar, Jesús dice que él mismo y no otra cosa es el verdadero pan de vida bajado del cielo. Porque él es también la Palabra de Dios en persona. De manera que en cada una de sus palabras y de sus obras él mismo es el que se ofrece como alimento a los creyentes, como vida de nuestras vidas. Por lo tanto, el que escucha a Jesús con fe no recibe solamente palabras de Jesús o sobre Jesús, sino la Palabra de Dios, que es el mismo Jesús. La fe cristiana no es propiamente la creencia en una doctrina, sino un encuentro personal con Cristo: una verdadera comunión con Cristo. De suerte que Pablo pudo decir que "Cristo habita por la fe en nuestros corazones".

Por último, Jesús dice que el pan de vida es su cuerpo. Más exactamente: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Fijémonos bien en estas palabras. No dice solamente "mi carne", sino "mi carne para la vida del mundo". Por lo tanto, el pan de vida es el cuerpo de Cristo que se entrega para que todos tengan vida. Y esto significa que comulgar es para los discípulos de Jesús -debe ser- recibir a Jesús e incorporarse a la vez a la causa de Jesús: "para la vida del mundo". No recibimos el pan de vida, y si lo recibimos no lo recibimos con provecho, cuando sólo buscamos nuestro provecho; esto es, cuando no aceptamos con fe a Cristo y a Cristo crucificado, cuando estamos con él el Jueves Santo y le abandonamos al llegar la hora de dar la vida. Para recibir a Cristo en la comunión hay que comulgar con Cristo, con los sentimientos de Cristo y con la causa de Cristo.

En definitiva resulta que el pan que da la vida es siempre el amor. Un amor que viene de Dios para los hombres y se realiza en Cristo y por Cristo. Un amor que recibimos de Cristo y que debemos hacer extensivo a todos los hombres. Un amor que está en camino hacia su plenitud y que nos pone en camino hasta que Dios, que es Amor, sea todo en todos. Este es el amor que nos eleva por encima de los egoísmos y nos hace luchar no sólo por el pan, sino para que todos tengan pan. Y esto puede ser un primer paso, pues el que lucha para que todos tengan pan ya no busca sólo pan.

Tiene hambre de algo más, hambre de justicia y de fraternidad, hambre de todo aquello que soñamos cuando en nuestras eucaristías compartimos un mismo pan.

EUCARISTÍA 1976, 46


 

4.

EL PAN PARA EL DIFÍCIL CAMINO

La primera lectura es otra de las grandes escenas del AT, que por ella sola daría ya tema para construir una homilía.

Elías huye de la persecución de Jezabel, que no le perdona su defensa de Yavhe y de la alianza contra la idolatría. Huye con ganas de dejarlo correr todo y con ganas, incluso -dramáticamente-, de morir. Pero el Señor lo quiere vivo y en camino, lo quiere dispuesto a continuar. Y se le acerca solícitamente, insistentemente, tiernamente, le da, cuantas veces hace falta, el pan que le dará las fuerzas para caminar cuarenta días y cuarenta noches -como Israel atravesando el desierto en el Éxodo- hasta llegar a la montaña de Dios, el lugar donde Dios se le mostrará y le hará ver cómo tiene que recuperar la adhesión del pueblo a la alianza.

El relato es, ciertamente, muy sugestivo, y vale la pena recrearse un poco en él. Elías es uno de los grandes hombres que han marcado al pueblo del que ha nacido Jesús y hemos nacido también nosotros, y su historia es espejo de nuestra propia historia. El difícil camino de la fidelidad que a veces queda desdibujado por una densa tiniebla, el Dios solícito que se acerca para ofrecer el pan que permita continuar el camino, las nuevas fuerzas para emprender los cuarenta días y las cuarenta noches de travesía del desierto, el encuentro con el Dios que continúa empujando su alianza con los hombres: todo este proceso puede ser la historia de cualquier creyente que lo sea de verdad.

El salmo responsorial podría ser como la acción de gracias de Elías al Dios que acompaña. Y, en definitiva, es como una anticipación de lo que el evangelio proclamará al decirnos que el pan que hace caminar es Jesús mismo: el Jesús que vivimos por la fe y que tocamos visiblemente en la Eucaristía.

LA OFERTA DE JESÚS

El evangelio de hoy nos hace centrar la atención en la oferta de vida que hace Jesús. Con aspectos diversos:

I. Jesús, el hijo de José. 

Este es el escándalo: el que hace la oferta de vida plena es una persona normal, de familia conocida (en Cafarnaún conocerían bien a la gente de Nazaret). Es el escándalo de la fe cristiana, y es al mismo tiempo la gran novedad, lo que la hace la religión más decididamente humanista (incluso diríamos que "materialista"): el camino de Dios es un hombre, y lo que conduce a la vida plena es el seguimiento de un hombre profundamente humano. Las personas simplemente "religiosas" no lo pueden comprender, porque les va mejor un Dios lejano, que no "toque" la vida concreta. Y es Dios mismo quien debe "atraernos" para asumir que la vida se encuentra en "el hijo de José". (Y una reflexión: ¡qué lástima que mucha gente que vive un estilo de amor y de trabajo por una vida digna no conozca a Jesús!...).

II. VE/AHORA: La vida que da Jesús. 

Hoy vale la pena decir con intensidad cuál es la oferta de vida que recibimos de Jesús. El evangelio es rotundo: "El que cree tiene vida eterna". Ahora la tiene. Esta es una de las grandes afirmaciones cristianas en que insiste Juan: la vida eterna es ahora, la vida que Jesús da es la experiencia profunda de haber superado ya la barrera de la muerte; es la experiencia profunda de sentirse lleno (y si queremos utilizar un lenguaje moderno: la experiencia de sentirse realizado como persona). Se trata, pues, de encontrar la felicidad y la realización personal en la fe en Jesús y en el seguimiento de su estilo de vida, de sentirse "atraído" por él de tal manera que se convierta en el único camino viable y válido. Y entonces todo eso tiene una culminación, continúa más allá de la muerte física: el que viene a mí..."yo lo resucitaré el último día".

III. De la fe a la Eucaristía. 

¿Qué quiere decir Jesús cuando dice "el que come de este pan"? ¿Qué quiere decir "comer el pan" que es Jesús? Quiere decir, con toda claridad, convertir a Jesús en el propio alimento, encontrar en Jesús el único pan que vale la pena comer. O sea: creer en él, con una fe que es adhesión personal a él y al mismo tiempo seguimiento de su mismo camino, compartición de los mismos criterios y el mismo estilo de vida. Y después de esto dar un paso más. Lo dice la última frase del Evangelio de hoy y lo dirá ampliamente el del domingo próximo: es querer unirse a él en el alimento físico, palpable, sacramental, de la Eucaristía.

JOSÉ LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 11 


 

5.

-¡BASTA, SEÑOR! 

Por diversos motivos, seguro que un día u otro todos hemos experimentado el desánimo total, este abatimiento al ver que nada podemos hacer, y también hemos exclamado: "¡Basta, Señor!" Quizá no nos hemos atrevido a decir como Elías: ¡"Quítame la vida...!", porque, ya se sabe, nosotros somos muy civilizados y según qué cosas no se pueden decir.

Hay momentos en los que pensamos que ya hemos acabado el camino. El cansancio puede más que nuestras fuerzas. Quizá habíamos luchado, habíamos puesto de nuestra parte todo cuanto podíamos y más. Pero ahora se terminó. No tenemos ánimos para continuar y, por eso, nos justificamos diciendo que ya no podemos hacer nada más.

Es entonces cuando nos hace falta "el ángel del Señor" que nos ofrezca tantas veces cuantas sean necesarias el alimento básico, porque "el camino es superior a nuestras fuerzas". Y eso que nos puede pasar a nosotros, también sucede a los demás. Y quizá tendríamos que se "ángeles del Señor" que, sin demasiados discursos y, sobre todo, sin querer hacer el camino que ellos deben andar, ofreciésemos al que lo necesita un pan cocido y un cántaro de agua, diciendo con toda sencillez: "¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas".

Y ese alimento que nos hace falta a nosotros y que nosotros podemos ofrecer es Jesús, el pan vivo, el pan que da la vida, el pan que nos da fuerzas para poder continuar caminando toda la vida hacia la montaña de Dios.

-¿No conocemos a su padre y a su madre? Y Jesús nos hace ir al Hombre, con mayúsculas. Nos hace caminar hacia la plenitud de humanidad. "Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí". El que escucha a Dios y hace caso de sus enseñanzas va al Hombre. Y eso es un escándalo. Ya lo fue para aquellos que discutían con Jesús. ¿Cómo puede ser un pan bajado del cielo un hombre de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede ser que Dios se haga presente de una manera tan familiar? ¿Cómo puede ser que caminar hacia la montaña de Dios signifique encontrarse con los demás hombres? Provoque o no escándalo, la única manera de llegar a la plenitud, a la vida por siempre, es entrando en comunión con el Hombre.

Mientras no volvamos constantemente a Jesús, a su vida concreta, no se podrá decir de ninguna de las manera que hayamos escuchado la enseñanza del Padre y que hayamos aprendido, porque habremos olvidado que la única manera de mostrar que creemos de verdad en un Dios Padre es viviendo como hijos suyos, como Jesús. Y volver a Jesús es volver a la vida, es caminar hacia la vida.

Nada hay que conduzca a la vida que sea extraño a Jesús. Todo lo que conduce a la vida conduce a Jesús. De aquí que podamos ir con compañeros de camino que no creen en Jesús (¿en qué Jesús no creen?) pero que buscan constantemente la vida para todos. Y de aquí, también, que tengamos que rechazar todo lo que se dice y hace en nombre de Jesús pero que paralizado mata la vida.

-Desterrad de vosotros la amargura... 

Lo que lleva vida empieza por cosas tan simples como las que nos ha recordado san Pablo: "Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo". ¡Qué fácil es decirlo! Ponerlo en práctica ya cuesta más. Pero sólo así iremos esparciendo vida, sólo así mostraremos que hemos encontrado y comido el pan de vida, sólo así nos podremos volver a levantar para continuar el camino, y sólo así podremos contagiar a los demás los ánimos y la fuerza necesaria para no desfallecer en la lucha, a veces dura, de la vida.

Cristo se entregó por nosotros, se dio él mismo, dio su vida para que todos la tuviéramos en abundancia. El, como Hijo amado de Dios, imitó a su Padre. Por eso dio la vida, porque amó como sólo el Padre ama.

Nosotros, que no siempre somos dignos de ser llamados hijos de Dios, acerquémonos una vez más con confianza a recibir este pan de vida que nos dará fuerzas para continuar, con sencillez pero con alegría, haciendo presente, hoy y aquí, la Vida de Jesús, la Vida de Dios.

J. M. GRANE
MISA DOMINICAL 1991, 11


 

6.

-El cansancio de Elías

Elías anduvo por el desierto una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte diciendo: "BASTA YA, SEÑOR".

Es la historia que hemos escuchado en la primera lectura. Y quizá es también -aunque no tan dramáticamente, claro está- a veces nuestra propia historia.

Elías está harto. Se había lanzado con toda el alma, sintiendo que eso era lo que Dios le pedía, a reclamar a su pueblo mayor fidelidad al Señor, y a criticar a los gobernantes de su país, que se habían convertido en idólatras y opresores de los pobres.

Y el rey Acab y la reina Jezabel no están dispuestos a seguir soportando la palabra y la actuación de Elías, y Jezabel decide matarlo. Y Elías se ve obligado a huir. Y no aguanta más, y le pide a Dios la muerte: ESTA HARTO, DE ESA MISIÓN TAN ANGUSTIOSA, DE ESA VIDA TAN DURA.

Pero ya hemos oído también cual fue la respuesta de Dios: mientras el profeta se echa debajo de la retama esperando la muerte un ángel lo toca y le ofrece un pan y un jarro de agua PARA RECUPERAR SUS FUERZAS. Y para renovarle la misión de seguir adelante.

-Nuestro cansancio en el seguimiento de Jesús

Esa es quizá también, a veces, nuestra historia. El domingo pasado, cuando nos preguntábamos qué buscamos en Jesús, qué tenemos que esperar de él, escuchábamos su respuesta en el evangelio: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed." Nos decía: "El trabajo que Dios quiere es que creáis en mí, que hagáis como yo hago". Lo primero que Jesús nos invita a buscar en él es un estilo de vida, su mismo estilo de vida: una forma de pensar, de actuar y de vivir que es la única que merece la pena, la única que hace que las personas seamos auténticamente personas. JESÚS NOS INVITABA A SER COMO EL, A TENERLO A EL COMO CRITERIO DE TODO LO QUE HACEMOS.

Y a veces, realmente, RESULTA DIFÍCIL. Si somos verdaderamente cristianos, si queremos vivir verdaderamente como Jesús, a veces todo nos resultará muy difícil, y diremos, como Elías: "Basta ya, Señor".

Porque, además de las debilidades que los hombres sufrimos por el solo hecho de ser hombres -como la enfermedad, o la falta de fuerzas en la vejez, o dificultades que se presentan inesperadamente-, está el hecho de que este mundo nuestro no está construido precisamente sobre el amor, la generosidad, la solidaridad, la atención a los demás, la preocupación por el bien de todos, sino más bien todo lo contrario. Y RESULTA DIFÍCIL MANTENERSE EN ESTE CAMINO, QUE ES EL CAMINO DE JESÚS. Y a veces uno tiene ganas de decir: "Basta ya. Yo me dedicaré a lo mío, ME PREOCUPARE DE MIS INTERESES, y los demás son cuentos". O, si no reaccionamos así, podemos reaccionar a veces con una profunda SENSACIÓN DE IMPOTENCIA, un sentimiento de que no hay nada que hacer ante las cosas, un sentimiento de desconcierto, de estar como perdidos.

-Jesús ofrece fuerza y vida para el camino

Hoy, en el evangelio, Jesús nos da respuesta a esa situación.

Hace como hizo el ángel con Elías: nos trae comida y nos dice: "Levántate y come". Hoy, Jesús en el evangelio, nos dice: "Yo no sólo os invito a seguir mi estilo de vida. Yo os aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre".

Jesús nos está diciendo, con estas palabras, que NO NOS DEJA SOLOS EN NUESTRO CAMINO DE SEGUIMIENTO, en nuestro esfuerzo para vivir y actuar como él, por vivir y actuar según su Evangelio. No nos deja solos, sino que EL VIENE CON NOSOTROS Y, SI CREEMOS EN EL, NOS OFRECE VIDA, Y VIDA ETERNA. Nos ofrece una vida que nunca termina. Una vida que es realidad ya ahora, que fecunda nuestros esfuerzos, que llena de valor nuestra debilidad, que da plenitud divina a nuestros pobres pasos, que nos sostiene -como le sostuvo a él, a Jesús, en el momento espantoso de la cruz- en la fidelidad al camino del Evangelio. Una vida que es realidad ya ahora, pero que ha de ser realidad siempre: "Yo lo resucitaré en el último día", nos ha dicho Jesús.

Renovemos hoy nuestra confianza, nuestra fe. Dejemos que Jesús, cada vez que nos encontremos demasiado cansados, NOS TOQUE POR EL HOMBRO Y NOS DIGA, COMO EL ÁNGEL A ELÍAS: "LEVANTATE Y COME, QUE EL CAMINO ES SUPERIOR A TUS FUERZAS".

Vamos a celebrar la Eucaristía. El evangelio terminaba hoy así: "El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo". La carne y la sangre de Jesús, el pan y el vino de la Eucaristía, es el signo pleno, palpable, de esa presencia acompañante de Jesús. El próximo domingo el evangelio nos hablará más directamente de la Eucaristía. Hoy, de momento, dispongámonos a compartir la mesa de Jesús con toda nuestra fe, con toda nuestra confianza. Dispongámonos repitiendo, ahora, aquella magnífica plegaria que hemos escuchado en el salmo: "BENDIGO AL SEÑOR EN TODO MOMENTO..." (leer entero el salmo responsorial).

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

7.

Quisiera comenzar hoy estas palabras de comentario a la Palabra que hemos escuchado, recordando una expresión que el autor del libro de los Reyes (el que hemos escuchado, en la 1. lectura) atribuye al ángel que habla a Elías: "LEVANTATE, COME QUE EL CAMINO ES SUPERIOR A TUS FUERZAS". Quizá la lectura que realizamos durante estos domingos del capítulo sexto del evangelio de Juan, sea para nosotros un mensaje semejante: un mensaje que nos exhorta a comer de verdad, con ganas, de un Pan que es capaz de comunicarnos fuerza y empuje para un largo camino. Desde esta perspectiva quisiera comentar el evangelio que hoy leemos.

1. Dios en un hombre. Hace ocho días leíamos LA PRETENSIÓN ESCANDALOSA, ABSOLUTA de Jesús de Nazaret: "Yo soy el pan de vida". Hoy encontramos LA REACCIÓN de buena parte de la gente que le escuchaba.

Reacción (es preciso reconocerlo) MUY RAZONABLE: "¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿no conocemos a su padre y a su madre?".

Aquellos judíos tenían toda su razón: aquel era Jesús de Nazaret, hijo del carpintero José y de su mujer. Aquellos buenos judíos podían creer en ángeles bajados del cielo, pero no QUE EN UN HOMBRE nacido entre ellos SE MANIFESTARA la Palabra y la Fuerza y la Vida de DIOS.

El escándalo de entonces sigue siendo EL ESCÁNDALO DE AHORA. A veces los cristianos lo hemos escamoteado, imaginando bastante a Jesucristo como un ángel bajado del cielo, como un Dios disfrazado de hombre. Porque siempre es difícil creer en aquello que es el centro de nuestra fe: que la Palabra y la Fuerza y la Vida de Dios se manifiesta a nosotros, se comunica a nosotros en un hombre de carne y hueso, en un hombre con padre y madre.

Esto siempre cuesta creerlo. JC no lo disimuló. Por eso digo que era un don, una gracia, o más exactamente UNA "ATRACCIÓN" DEL PADRE. Nosotros hemos de dejarnos "atraer" por el Padre, pero nunca podremos demostrar esta atracción como si fuera la conclusión de una operación matemática, ni nunca podremos pretender que es gracias a nuestra buena conducta por lo que somos atraídos.

2. Que anuncia vida. Una atracción del Padre, real pero indefinible, fecunda pero misteriosa. UNA INVITACIÓN A HACER CAMINO, a abrirse a la Vida.

Como aquellas palabras del ángel a Elías: "Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas". Un camino superior a nuestras fuerzas. Realmente es preciso estar demasiado acostumbrados, como quizá lo estamos nosotros, para no sorprendernos, para NO ADMIRARNOS, ANTE EL ANUNCIO DE VIDA que hace JC: "el que coma de este pan vivirá para siempre".

Es curioso como a menudo se ha presentado y se ha vivido el cristianismo como UNA DOCTRINA DE NEGACIÓN, de prohibición, de limitación; en una palabra, de muerte. Cuando en realidad el gran anuncio de JC, el anuncio por el que se lo juega todo, el anuncio por el que pierde mucha gente que le seguía, es un ANUNCIO DE VIDA. Y de vida para el mundo. Y de vida para siempre.

Es la única manera de entender el evangelio de JC: como UNA BUENA NOTICIA DE VIDA. Es preciso luchar (y las mismas palabras de JC con las que terminaba la lectura de hoy, las que anunciaban que "el pan que yo daré es mi carne". Son también un anuncio de su entrega hasta la muerte), pero LA LUCHA ES SIEMPRE UN CAMINO HACIA LA VIDA. Una vida que esperamos, pero que también creemos tener ya ahora. Por eso el cristiano VIVE EN LA ALEGRÍA, por eso la Iglesia celebra una y otra vez la salvación por JC.

3. Lo celebramos cada domingo. Es lo que RENOVAMOS CADA DOMINGO en nuestra reunión eucarística.

Nos reunimos para afirmar nuestra fe en este camino que creemos nos lleva a la vida, nos reunimos para pedir esto mismo con esperanza y para celebrarlo con amor, con este amor que es ya participación en la vida del Padre. San Pablo nos lo ha dicho en la 2 lectura: "Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros". Por eso, ahora, AL RENOVAR LA MEMORIA de su entrega hasta la muerte, al comer de su pan, nos sentimos impulsados por su fuerza que nos empuja a amar, a vivir, a avanzar día tras día hacia la vida que él nos anunció, hacia la Vida que es él mismo para nosotros.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1979, 16


 

8. J/PAN-DE-VIDA 

Moisés no ha dado el verdadero pan del cielo. Lo da Dios, ahora. "El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo". Y todavía más explícitamente: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo".

Estará bien recordar que el maná indica el alimento primordial, o sea, todo aquello de lo que tiene necesidad el hombre. De hecho Dios, en el desierto, no ha ofrecido a su pueblo sólo el alimento material, sino también su palabra, la ley, la alianza.

Ahora ha llegado el don definitivo, completo. "Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera". Jesús es el don último, definitivo, del Padre. Es el don del "pan". Jesús es todo eso de lo que el hombre tiene necesidad. En el don que es Jesús se colman las exigencias más profundas del hombre. "Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios... Sólo el que viene de Dios ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna".

Más tarde dirá: "Esta es la vida eterna: que te conozca a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn/17/03). Para Juan, en el centro de la fe hay un elemento de "visión", además de un elemento de escucha. Así pues, Cristo es la palabra definitiva de Dios. Todo lo que Dios tenía que decir a los hombres, la ha dicho en Cristo. Fuera de él y después de él no hay que esperar revelación alguna.

Jesús, la palabra hecha carne, es capaz de saciar el deseo de "visión" y el hambre infinito que está en nuestro corazón. Al llegar aquí, se impone una observación. El grande y largo discurso del pan de vida de ordinario se lee exclusivamente en clave eucarística. En realidad, la eucaristía no constituye el tema principal, al menos de la primera parte del sermón. Sólo a partir del v. 51 la eucaristía se convierte en el núcleo esencial de las palabras de Jesús. Pero antes de este giro, el "pan de vida" no es el de la mesa eucarística. Es, sobre todo, la persona misma de Jesús. El, en efecto, es la Palabra que se hace carne. Simplificando un poco, podemos decir que, en la primera parte del sermón, Jesús se presenta como pan de vida a través de su palabra. En la segunda sección, Jesús es el pan de vida a través de su carne. Por consiguiente, tenemos primero la mesa de la Palabra, y después la mesa de eucaristía propiamente dicha. Evidentemente se trata de una única mesa: la del pan.

Pero los interlocutores todavía no se rinden: "¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Ahí tenemos de nuevo la incapacidad radical. La incapacidad para reconocer que el pan de vida, el verdadero, que representa el alimento eterno y que baja del cielo, se nos ofrece "escondido" en la aparente banalidad de lo cotidiano.

ESCANDALO/ENC: La encarnación, una vez más, crea escándalo. El hombre encuentra una dificultad casi insuperable para reconocer a un Dios que se manifiesta en las cosas ordinarias, en las realidades comunes. Un Dios que nos hace señas a través de lo cotidiano.

Sin embargo, con la encarnación de Cristo, lo cotidiano se convierte en sacramento de la presencia de Dios y sacramento de nuestra presencia ante Dios.

Los acontecimientos de que se sirve Dios para manifestarse son los pequeños hechos de la vida ordinaria. Las cosas acostumbradas, las ocupaciones acostumbradas, el horario acostumbrado nos traen al Dios que quiere encontrarnos allí donde estamos, en lo que hacemos, en el contexto de nuestra existencia cotidiana.

No debemos buscar a Dios en otra parte. No programemos el encuentro para las grandes ocasiones, en un contexto de solemnidad. El se deja encontrar en las ocasiones más comunes, en un estilo sencillo, según el ceremonial de nuestros gestos ordinarios.

"Creer (CREER/FE FE/CREER) significa aprender a leer los acontecimientos de la propia vida como expresión del paso de Dios. Se cede el paso a Dios. Se hace de la propia vida este pasar. Se pasa de la propia existencia buscando el camino. Y luego, un buen día, nos encontramos cara a cara con un caminante que no es como los otros. Creer significa aceptar abrir los ojos, aquel día, y decir suavemente ¿por qué no?, "buenos días, Dios mío"".

Sí, el Señor hace "grandes cosas". Pero a su manera; o sea, según un estilo de discreción. Bajo el signo, modesto del pan...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 203 ss