COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

1 R 19, 04-08

 

1. "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Aunque sea abusar un poco del tópico, creo, sin embargo, que las palabras de Machado resumen bien el sentido de la marcha de Elías hacia el desierto. En efecto, se tiene la impresión de que Elías no medía desde el comienzo todo el alcance de su viaje. La cosa empezó por una vulgar huida para salvar la vida: "Tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida" (19,3). La huida se convirtió luego en caminar desorientado por el desierto a la manera del autómata que marcha sin rumbo fijo. Y al final, con la aparición del ángel y la presencia de la comida y la bebida, la huida inicial y el ulterior caminar desorientado se convirtieron en una auténtica peregrinación hacia los lugares santos del yahvismo. En el comienzo del viaje: un vulgar miedo. Al final: toda la fuerza de la montaña santa que actuaba sobre el alma del profeta a la manera de un poderoso imán.

En la vida de Elías, el campeón del yahvismo, el viaje al Monte Horeb es todo un símbolo: es la vuelta a las fuentes de la fe pura. En el Horeb el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob se había empezado a revelar bajo el nombre de Yahveh (Ex 3; 6); el Horeb había sido el monte de las confidencias entre Moisés y Yahveh (Ex 33, 18-34,9); en el Horeb se había sellado la alianza, que estaba en la base de la religión yahvista (Ex 19-24).

Relacionados en el monte santo de la alianza, Moisés y Elías lo estarán también en el monte de la transfiguración (Mc 9, 2-8 y par.).

La marcha de Elías a través de los reinos del norte y del sur primero, y luego a través del desierto no es tanto un desplazamiento a través de una geografía cuanto un símbolo de la existencia humana, que pasa por una serie de altibajos, bien reflejados en las actitudes y sentimientos que se suceden en el ánimo de Elías a lo largo del camino: miedo, tedio, hastío, hambre, desesperación, conciencia de culpabilidad y al final, fortalecido con el alimento y la bebida, el caminar ilusionado y decidido hasta el monte donde Dios se le va a mostrar.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 374 s.


 

2. Describe la peregrinación del profeta Elías al monte Sinaí, en donde una teofanía coronará su caminar durante cuarenta días.

a) El primer tema de esta lectura es del lapso de tiempo de los cuarenta días (v. 8) aprovechado por el profeta para reunirse con Dios, tema representativo de la distancia que ha de salvar el hombre para llegar hasta un Dios que se le escapa continuamente (Ex 24, 16-18).

b) Un segundo tema es el del desaliento (v. 3), tentación clásica del profeta (Gén 21, 14-21; Jon 4, 3-8; Núm 11, 15; Jer 10-11; Mt 26, 36-46). Eso no obstante, Elías ha conseguido una gran victoria en el Carmelo (1 Re 18), pero la reina Jezabel no ha querido comprender; hace una leva contra el profeta, y el pueblo, deslumbrado un instante por el prodigio del Carmelo, se coloca borreguilmente del lado del poder. Elías se encuentra pues, solo, lo mismo que más tarde Cristo, y no le queda más que una cosa que hacer: ponerse en manos de Dios.

Pero Dios da al profeta una señal para arrancarle de su desesperación; no abandona a su elegido, como tampoco abandonará a su Cristo (Lc 22, 43): un panecillo y un agua milagrosa (v. 6) recuerdan a Elías el maná del desierto y el agua de la roca (Ex 16, 1-35; 17, 1-7). Así, el memorial de la Pascua del pueblo es el medio más seguro de curar el desaliento.

c) El último tema de esta lectura lo sugiere la relación entre Elías y Moisés: el profeta se dirige, en efecto, en peregrinación al lugar mismo en donde el legislador recibió comunicación de los secretos de Dios. Este tema marcará profundamente la tradición cristiana que se complacerá frecuentemente en encontrar a los dos personajes asociados en actitudes comunes (Mt 17, 3; Ap 11, 1-13).

La asociación de Elías y de Moisés está destinada a convencer al pueblo de que cuando un profeta fulmina contra ciertas instituciones surgidas de la alianza y de la ley, no hace más que defender el espíritu que ha presidido ésta. Elías es así un Moisés siempre vivo que recuerda al Dios batallador del desierto a las gentes enriquecidas en Palestina, al Dios de los nómadas (tema de la marcha exageradamente larga de Elías, v. 8) al pueblo instalado.

Mientras el cristiano posee la certeza de poseer una "virtud" de poseer la "verdad", mientras el sacerdote está seguro de sí, de su papel y de su influencia, no hay lugar para Dios. Estas seguridades y estas certezas son demasiado humanas para ser signos de Dios. Cuando todo eso se derrumba de repente -y toda vida válida conoce esa quiebra-, cuando las virtudes que se creían poseer se convierten de pronto en pecados y debilidades, cuando las verdades tranquilizadoras son puestas de golpe en tela de juicio, es cuando al fin puede actuar Dios.

La acción de Dios adopta sistemas precisos: en primer lugar, una larga marcha del hombre al fondo de sí mismo, lo suficientemente larga como para que tenga tiempo de despojarse de todo lo que creía necesario; después, un poco de pan y de agua: el memorial de una intervención fundamental de Dios, y comer ese pan y beber esa agua no es ya sustentar la vida física, sino estructurar toda su vida en torno a un polo muy firme: la apertura a la iniciativa de Dios siempre presente, incluso en una vida de pecado, siempre activo, incluso en una vida en quiebra.

Con ese pan y esa agua penetra en el hombre toda la densidad de la vida divina y "transfigura su cuerpo de miseria". La Eucaristía está así hecha para las gentes desposeídas de sus certezas y de su buena conciencia. Solo entonces tiene posibilidades de ser plenamente eficaz.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 246


 

3.

Contexto. 

-En el cap. 18 Elías ha puesto en ridículo a los sacerdotes de los dioses baales sobre el Carmelo, pero su triunfo sólo es momentáneo. No hay victorias permanentes, y la reacción no se deja esperar: Elías se ve forzado a huir de la pérfida Jezabel (vs. 1-3). El yavismo no ha ganado aún su batalla definitiva contra los baales, protegidos por la corte real.

-La situación del pueblo de Israel es peligrosa, casi dramática: imbuido en las ideas cananeas, está a punto de suplantar al Dios de la Historia (Yahveh) por las fuerzas ocultas de la naturaleza (dioses cananeos). Por eso Elías confiesa: "Me consume el celo por el Señor de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme"(19, 10.14).

Texto. 

-Como Moisés, Elías también huya hacia el desierto que lo acoge y lo libera del poder real, pero aún sigue prisionero de sí mismo. Después de una jornada de desierto, Elías, exhausto y desilusionado, se tumba a la mejor sombra posible de aquellos lares, la de una retama, y se desea la muerte (v. 4). Ha perdido la confianza en sí mismo y en los demás, se siente sólo (v.10).Cansado del duro bregar, sólo desea que Dios le envíe la muerte; está atravesando su prueba de Getsemaní.

- En medio de la angustia, un acontecimiento va a transformar su vida. La voz del ángel y la comida milagrosa (vs. 5-8) harán que la huida que conducía a la desesperación y a la muerte desemboque en peregrinación hacia el Horeb (v. 9a): comienzo de la vida del pueblo y también de Elías (el Horeb de las fuentes E y D se identifica con el Sinaí de J y P). Hay, pues, un retorno al origen del pueblo, al origen de la fe.

-Su peregrinar durante cuarenta días y cuarenta noches coincide con la permanencia de Moisés en el monte (v. 8; Ex. 34, 28). Así se convierte su caminar en un peregrinaje que conduce a la revelación de Dios en el monte (vs. 11-13; cfr. Ex. 33, 18-21).

En este momento Elías va a encontrar la respuesta divina a su angustia y desazón. Huracán, terremoto y fuego son elementos clásicos de teofanía (cfr. Ex 19, 16 ss.; Jue. 5, 4; Sal. 18, 7-15...), pero el Señor no estaba en medio de estas espectaculares y bravías fuerzas de la naturaleza.

Reflexiones: 

-En la lista de Elías podemos inscribir a muchos hombres que luchan, con ahínco, por la causa del Evangelio y que también se sienten desfallecidos, casi frustrados porque sus hermanos los cristianos, jerarcas o no, en vez de ofrecer el mensaje límpido de amor y de justicia evangélico, se dedican más al culto de los baales. Y, como Elías, piden el final de sus días.

-El fogoso Elías encuentra a Dios en la suave brisa, en el dulce susurro; Dios no es un ser espectacular y milagrero; se le encuentra en el curso ordinario de la historia y de la vida humana. Y el profeta ha aprendido que aunque le persiga la muerte, Dios está con él. Por eso ha de continuar luchando, la vida ordinaria tiene pleno sentido.

A GIL MODREGO
DABAR 1988, 42


 

4.

Elías está al borde de la desesperación. No vale la pena seguir luchando. El poder del rey, manejado por una mujer ambiciosa y desaprensiva, es más fuerte que él: su vida está en peligro. Pero en la lucha entre su fe en Dios y el miedo al rey, vence la fe. Dios sostiene a su profeta.

Parece que Elías huye, pero esta huida es algo más, es también una peregrinación, un éxodo. Este hombre, que representa lo mejor de Israel, abandona la nueva esclavitud de los baales y sale en busca del Dios que en otro tiempo liberó a su pueblo de la esclavitud de los faraones. Y ahora, como entonces, se repetirán las maravillas del éxodo: el pan que sustentará a Elías en su peregrinación ("de cuarenta días, hasta el monte santo...") recuerda el maná, aunque sólo es el anticipo del "verdadero pan bajado del cielo" (Jn 6, 31-58).

En la vida sentimos, a veces, que no vale la pena molestarse más: nada cambia e incluso todo va peor. En esta situación encontramos a Jesús que fue capaz de seguir hasta el final. Su pan y su vino, la eucaristía, sostienen nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.

EUCARISTÍA 1988, 38


 

5.

En este mismo libro se dice del rey que "hizo el mal a los ojos de Yavé más que todos los que le precedieron" (16, 30). Este hombre impío se casó con la hija del rey fenicio Betbaal, llamada Jezabel, y reinó entre los años 875 y 854 a. C. Influido por su esposa, fomentó en tierras de Israel el culto a los "baales".

Pero esto no ocurrió sin la decidida oposición del gran profeta Elías. Este hombre de Dios consiguió con su oración que terminara una pertinaz sequía y puso en ridículo a todos los sacerdotes de Baal y a cuantos habían puesto sus esperanzas en los cultos idolátricos. De esta manera se ganó la confianza del pueblo que, siguiendo sus indicaciones, acabó con los sacerdotes de Baal.

Pero Jezabel, que mandaba más que su marido, se vengó dando muerte a todos los profetas de Yavé. Sólo Elías pudo escapar de la matanza. Con esto parecía que se iba a consolidar definitivamente el culto idolátrico y que había fracasado la reforma religiosa intentada por Elías. Esta es la razón que explica la gran depresión del profeta que con esfuerzo intentó volver a la pureza de los orígenes de Israel. La marcha al monte santo, al Horeb (o Sinaí), es todo un símbolo de la lucha que mantuvo Elías por restaurar la tradición religiosa de Israel.

La marcha de Elías a través del desierto no es sólo una huida, sino una peregrinación y un éxodo. Este hombre, que representa lo mejor de Israel, abandona la nueva esclavitud de los baales y sale en busca del Dios que en otro tiempo liberó a su pueblo de la esclavitud de los faraones. Y ahora, como entonces, se repiten las maravillas del éxodo: el pan que sustentará a Elías en su peregrinación recuerda el maná, pero es sólo el anticipo del "verdadero pan bajado del cielo" (Jn 6, 31-58). Elías camina cuarenta días por el desierto y llega por fin al monte santo, donde se le manifiesta el Dios vivo, el Dios de sus padres. Cualquier reforma religiosa es una vuelta a los orígenes, pero es también una marcha hacia el futuro. La conversión a Yavé, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es siempre conversión al Dios vivo, que marcha delante de nosotros abriendo camino. A diferencia de los baales, dioses de la naturaleza, que consagran los montes y sacralizan las instituciones, el verdadero Dios es el Señor de la historia, que no permite nunca a su pueblo que se detenga hasta llegar a la verdadera tierra prometida, en donde habita la justicia.

EUCARISTÍA 1982, 37


 

6.

Elías, después del éxito ante los profetas de Baal, siente miedo ante la amenaza de Jezabel y huye. Fugitivo, desesperado, en plena crisis, invoca a la muerte como única solución. La elaboración de la escena tiene un parecido con la de Agar (Gn 21, 14-16). También Agar, en el desierto, lanza un lamento desesperado y el ángel del Señor hace surgir una fuente de agua.

Elías encuentra un pan y el agua... En la historia bíblica muchos personajes pasan por estos momentos de crisis. Moisés pide a Yavhé que le haga desaparecer y mande a otro (Nm 11, 15).

Jeremías maldice el día de su nacimiento (Jr 20, 14). El siervo de Yavhé está convencido de que todas sus fatigas por Dios han sido inútiles (Is 49, 4). Juan Bautista, en la cárcel, se pregunta si aquél a quien ha anunciado es verdaderamente el profeta-Mesías (Mt 11,3). Elías, en este momento de desaliento, experimenta la salvación que viene de Dios. Se le ofrece bajo el signo de un pan que le da fuerza para llegar al monte de la revelación y del encuentro con Dios.

La misión de Elías era defender la pureza de la fe en una época de sincretismo. Israel ha de vivir en medio de los pueblos. La motivación de su fe ha sido la experiencia histórica de su Dios.

Ahora Israel se encuentra ante una opción, que debe decidir su existencia: Yahvé o Baal. El rechazo de los dioses de los países culturalmente más avanzados, no significa el rechazo de la civilización, pero hay que decidir si la experiencia del Sinaí continúa siendo el fundamento de su fe, o si quiere inserirse totalmente en la civilización que le rodea.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 16


 

7.

Este fragmento del gran viaje de Elías hacia el monte Horeb ha sido escogido en función del discurso eucarístico de Jn. 6, del que está tomado el evangelio del día. Eso explica el carácter fragmentario de una perícopa que quiere concentrar nuestra atención sobre el alimento del viaje o viático. Comienza en el momento en que Elías, huyendo de Jezabel, atravesando dos reinos, ha llegado al límite de la cultura urbana. Beerseba es frontera del desierto: allí abandona Elías su última compañía y se adentra solitario por la soledad.

Cargado sólo con una vida amenazada y con una misión que le empieza a resultar insoportable. Si la persecución de la reina Jezabel lo ha mantenido en la fuga, para salvar nada más la vida, ahora siente que la misión está aplastando o estrujando su vida y que así no vale la pena vivir. Más valdría morir a manos de Dios, en el desierto. Consumido por su lealtad apasionada a ese Dios, a quien lleva y enarbola en su nombre como una bandera (Elías = Mi Dios es Yavheh).

Esta fatiga espiritual, tedio de la vida que lo lleva a rendirse, es la clave del fragmento. Si se tratara de un cansancio físico, de hambre y sed, bastaría un alimento normal. Elías acepta la escueta cena, como una última cena de condenado voluntario a muerte, y se echa a dormir, para empalmar el sueño con la muerte. Acabar serenamente en la última soledad del hombre.

Dios no está de acuerdo, porque la misión de Elías no ha concluido. Lo que parecía una fuga a ras de tierra, es desde la perspectiva celeste una cita que Dios tiene con el profeta. En realidad, el profeta no se mueve empujado por la persecución, sino atraído por el vértigo no pronunciado de Dios. Elías tiene que remontarse al pasado, a los orígenes del pueblo en el monte Sinaí. Solitario, lleva la representación del pueblo, y esa jornada histórica no puede quedar cortada por la muerte.

Por eso el ángel vuelve a despertarlo y lo invita de nuevo a comer. No tanto para reparar las fuerzas físicas, cuanto para devolverle el ánimo y el brío de la misión. Así podrá Elías recomenzar la marcha, atravesar el desierto, subir la montaña, hasta enfrentarse con Dios. Para la Iglesia, para la comunidad cristiana y para cada uno de sus miembros, la Eucaristía tiene que recobrar ese sentido dramático y esperanzador. Es un alimento para seguir realizando una misión histórica, cada generación en su etapa histórica. No dejándose llevar, empujados por los acontecimientos, sino sintiéndose atraídos y arrastrados por la gran cita que tenemos con Dios.

DABAR 1982, 42


 

8./1R/19/01-09a:/1R/19/11-21

Dios es como un mar sin fondo. No tiene nada de sorprendente pues, el que un gran hombre de Dios como Elías, en un momento central de su vida, sea llamado a penetrar más adentro en los caminos de Dios.

Al día siguiente del triunfo de Yahvé sobre Baal a los ojos de todo el pueblo, Elías ha de huir como un proscrito cualquiera. El profeta, sorprendido por la injusticia de la persecución y por el fracaso de su celo por la conversión del pueblo, cae en el abatimiento. ¿Cómo podrá volver a encontrar la fuerza para continuar su misión? Sin saber qué le espera pero confortado con el pan y el agua que le da el ángel, camina en ayunas por el desierto cuarenta días y cuarenta noches hacia la montaña sagrada, donde la presencia divina lo confirmará en su misión.

Según antiguas tradiciones, cuando Dios habló a Moisés en aquella misma montaña, la tempestad y el fuego revelaron al pueblo su presencia majestuosa y hasta terrible. Ahora, el huracán, el terremoto y el fuego sólo serán señales precursoras de su llegada, que se revelará en una brisa suave. La respuesta del Señor a Elías anuncia una historia que parece corresponder a estas diversas señales: «Jazael, un rey extranjero activo y cruel, prenderá fuego a las fortalezas de Israel, matará a sus guerreros, aplastará a los niños y abrirá en canal a las embarazadas» (2 Re 8 12). Después de este huracán Jehú se hará rey de Israel imponiendo su realeza y el culto de Yahvé a punta de espada (2 Re 9,1-10 27). Y, pasado el terremoto, la misma misión profética de Eliseo, continuador generoso de Elías, será como un fuego que caerá del cielo sobre Israel. Pero la severidad de todas estas señales no hará sino anunciar la llegada del Señor, que se revelará en su bondad por el pequeño número de sus fieles, los siete mil que se ha reservado.

En aquel momento de la historia tomó Dios esta decisión entre las mil que habría podido tomar, y Elías tuvo que caminar día y noche hasta la montaña de Dios para conocer el secreto. No sabemos si en nuestra historia Dios se hará presente en el huracán, el fuego o la brisa, pero sabemos que todas sus señales nos llaman a la conversión.

G. CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 701 s.


 

9.

Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte de Dios.

Elías, el primer gran profeta de Israel, campeón del yahvismo en una época de sincretismo religioso con el culto a los baales, perseguido a muerte por la reina Jezabel -adoradora de Baal-,emprende una especie de peregrinación de retorno a las fuentes de la fe del pueblo.

El pueblo hebreo en su camino de huida del poder del Faraón había sido alimentado en el desierto por Dios con el agua de la roca y el maná del cielo. Elías, en su camino de huida de Jezabel, se desea la muerte, ha perdido toda esperanza, se siente flaquear en su misión profética. Dios le sale al encuentro con pan y agua. Un alimento que le devolverá las fuerzas físicas, pero, sobre todo, que le restablecerá la esperanza.

Al llegar a la montaña del Señor, el Horeb (identificado con el Sinaí de la tradición del Éxodo), Dios se le revelará en la brisa suave que penetra en la cueva. Será la culminación de la misión de Elías, y Dios le invitará a buscarse un sucesor: Eliseo.

Los cuarenta días de la travesía de Elías por el desierto le asemejan a Moisés que esperó otros cuarenta días en la cima del Sinaí para contemplar a Dios. Ambos, Moisés y Elías, conversarán con Jesús en la cumbre del monte de la Transfiguración.

El Salmo responsorial (33) invita a la alabanza confiada para que el Señor, por medio de su ángel, proteja a sus fieles.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 10, 37