COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
1 R 19, 9a. 11-13a

1.

En tiempos de crisis religiosa y de persecución, Elías rehace el camino de Moisés y peregrina al lugar de la gran experiencia religiosa. Allí experimenta la presencia de Dios y escucha su palabra, que le confirma su misión: Elías no puede abandonar la lucha (cf. v.4), debe continuar la brega (v. 7, 15-16). El fragmento que leemos nos invita a discernir, también a nosotros, la presencia del Señor en el "susurro": no tenemos que esperar el golpetazo de un viento huracanado, un terremoto o un fuego caído del cielo.

Con toda naturalidad, imperceptiblemente, Jesús se nos acerca en el esfuerzo diario, en medio de la oscuridad (evangelio). No tengamos miedo, no dejemos que la duda corroa el gozo escondido de su presencia.

¡El misterio de la presencia de Dios en nuestras vidas! No debemos esperar grandes manifestaciones esplendorosas e imponentes: Elías la experimenta como un susurro y no como un viento huracanado (Dios cuesta de discernir y nos puede pasar de largo). Tan cerca que lo tenemos: como un susurro que penetra imperceptiblemente toda nuestra vida y el mundo entero.

Pero debemos salir de la cueva de nuestras seguridades y nuestros temores, y quién sabe si tenemos que emprender, como Elías, un peregrinaje largo y difícil. ¿Hacia dónde? No, no consiste en ir de acá para allá, ya que Dios es accesible en todas partes: "Se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (/Jn/04/21/23). Se trata de una peregrinación interior. Y siempre veremos a Dios en la oscuridad, como Elías, que "se cubrió el rostro con el manto". Quien piensa abarcarlo en su totalidad y agarrarlo con ambas manos, lo más fácil es que no vaya más allá de sus propias ilusiones y de sus imágenes.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1987/16


2.

Amenazado de muerte por la impía Jezabel, Elías huye del país y se dirige al monte Horeb o Sinaí (v. 2s). Su marcha dura cuarenta días a través del desierto, durante los cuales revive la experiencia del éxodo de Israel. Dios le proporciona el agua y el pan que necesita (vv. 5-8) y, al llegar al Sinaí, se refugia en la misma cueva en la que se escondió Moisés esperando el "paso del Señor" (cf. Ex 32. 22). Elías, representante de los profetas, vuelve a las raíces del pueblo de Israel y a los orígenes de su historia. Con ello significa que su reforma religiosa, por cuya causa es perseguido, entronca directamente con la obra de Moisés: toda reforma autentica de Israel es una restauración de la alianza con Yahvé.

Si el huracán, el terremoto y el fuego abrasador fueron señales de la presencia de Yahvé en el Sinaí cuando la promulgación de la ley (Ex 19.) ahora Yahvé se revela al profeta Elías en el susurro de una brisa. La teofanía es diferente y se acomoda a los nuevos tiempos que inaugura Yahvé por medio de los profetas. La brisa es el símbolo del espíritu de Dios y de la fuerza renovadora que ejerce por medio de los profetas.

EUCARISTÍA 1990/37


3.DIOS ABANDONA EL CAMINO ESPECTACULAR Y SE MANIFIESTA EN LA SENCILLEZ.

El ciclo de Elías (caps. 17-22) pone de relieve la figura de este gran profeta comparable a Moisés. Así como Samuel patrocinó de mala gana un cambio de régimen, Natán sancionó la promesa dinástica a David, y Ajías fue el que anunció la desgracia del desgarrón en dos reinos, a Elías le toca un problema más hondo y más delicado: el pueblo abandona a Dios, quiere cambiar de Dios, la tarea demoledora de Jezabel, mujer del rey, en estrecha colaboración con los cultos cananeos y con los sacerdotes de los baales es la causa inmediata del desastre. Elías lucha con denuedo: será el que retenga la lluvia (cap. 17) y el que la dé (cap. 18), poder que pretendían usar a su antojo los sacerdotes de Baal, dios de la fecundidad. Estos mismos sacerdotes perecerán a sus manos (cap. 18). Esto le ha valido la persecución de la impía reina Jezabel. En su huida fuerte y dura (19. 4) llega a una cueva del Horeb donde Dios se le va a manifestar en la sencillez y en la pobreza.

Los vientos que en Palestina vienen del Oeste llegan a constituir auténticos y temibles torbellinos que provocan fuertes tempestades (3a.lectura). Por eso, en el A.T. uno de los símbolos más comunes para designar la fuerza y la presencia de Dios es el viento, el huracán. Sin embargo, Dios abandona este camino espectacular y se va a manifestar en una señal de sencillez. El carácter impetuoso de Elías tendría que hacer un esfuerzo para situarse en este óptica de despojo.

Palestina ha sufrido en su historia violentos terremotos (cf. Am 1. 1; Za 14. 5). La Biblia ve en ellos una manifestación de la potencia del Creador que viene a ayudar o a juzgar a un pueblo (cf. Ex 19. 18; Jc 5. 4). También Dios va a abandonar este camino de conmoción por algo más interior al hombre mismo.

"Susurro"=literalmente "el silbido de un silencio tenue". Para Elías este silencio debía ser tan inquietante y estar tan cargado de significación como el viento, el terremoto y el fuego. Pero si aquellos anunciaban una acción destructora y negativa (cf. vv. 15-17), "el silbido de un silencio tenue" hay que ponerlo en relación con la acción positiva, creadora y salvífica del Señor que ha mantenido en su pueblo un resto que vive y cree, los siete mil de los que se hablará en el v. 18. El silencio que rodea la venida del Señor es tal vez una nota antibaalista, siendo Baal el dios de la tormenta. Este es el momento capital de la revelación del Señor a Elías. Descubrir a Dios en la sencillez y en lo pequeño es una tarea a la que el creyente de hoy debe darse con entereza. Le va mucho en ello.

EUCARISTÍA 1978/37


4.

Elías sale en busca de Yahvé, hacia Horeb y la montaña del Sinaí, allí donde, según las tribus del Norte, Dios está más presente que en el monte de Sión, en donde David le ha aposentado recientemente.

Elías se agazapó en la concavidad de la roca, en donde el mismo Moisés se había refugiado para asistir a la teofanía (Ex 33, 18-34, 9), y también él recibió el beneficio de una aparición divina.

Esta experiencia le lleva a la comprensión de que Dios no se encuentra en los fenómenos naturales: huracán, temblor de tierra y rayo, en donde los paganos le situaban preferentemente (vv. 11-12). Dios tampoco está en el fuego, en donde se lo imaginaba la tradición yahvista del Sur (Ex 19, 18). En su lucha en pro del monoteísmo absoluto, Elías aprende a desacralizar la naturaleza y a liberar la noción de Dios del naturalismo baálico de los fenicios y de Jezabel.

Elías percibe, al fin, el paso de una brisa ligera, pero el relato no dice que Yahvé estuviera en ella. La brisa llega ligera (cf. Gén 3, 8) no es el signo de la dulzura de Dios, puesto que no va a mostrarse nada tierno en las órdenes que va a dictar a Elías (vv. 15-17): ungir a unos usurpadores que sembrarán odio y violencia en el Oriente Próximo. La brisa ligera sirve, en realidad, para proteger el incógnito y el silencio de Dios. Dios guarda silencio y solo el creyente puede oírle.D/TRASCENDENCIA

La experiencia de Elías es una representación muy significativa de la fe vivida en el mundo moderno, un mundo que ha desacralizado la Naturaleza. En la medida en que la ciencia ha "profanizado" la Naturaleza y el mundo, ha prestado un gran servicio a la idea de Dios, ya que Dios no puede ser más que el Todo-Otro, el Incognoscible para el pensamiento del hombre. El proceso de progresivo desprendimiento por el que ha tenido que pasar Elías para no captar ya a Dios en los fenómenos naturales tiene como compensación un encuentro íntimo con él: ha reconocido a quien no podía conocer, se ha encontrado con quien vive en el incógnito.

Lo mismo sucede con el creyente. Junto con el mundo ateo en el que vive, reconoce el silencio de Dios y, sin embargo, le oye, se cubre el rostro, como Elías, y sale de su refugio para cumplir su misión.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 245


5.

Contexto histórico y religioso. -Por dos veces Elías hace esta confesión: "Me consume el celo por el Señor..., porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme" (vs. 10.14). La situación de Israel como pueblo de Dios es casi dramática, el peligro de descomposición, amenazante.

Fascinado y deslumbrado por la divinización de las fuerzas ocultas y poderosas de la naturaleza, Israel está a punto de suplantar al Dios de la historia (Yahweh) por estas fuerzas ocultas (dioses cananeos).

-En el Carmelo (cap. 18), el triunfo del Señor y de su profeta Elías sobre los baales y sus representantes es total, fulminante, pero la protectora de los baales, la reina Jezabel, persigue sin descanso a Elías. Y para salvar su vida, el profeta tiene que huir (vs. 1-3). Texto (conviene leer toda la unidad literaria: 19, 1-18). -En su huida Elías se siente solo, aislado... casi frustrado. Su celo ardiente por el Dios de Israel no es compartido por sus paisanos y, cansado del duro bregar, pide al Señor el final de sus días (v. 5).

-En medio de la dura angustia, un acontecimiento singular va a transformar su existencia: la voz de un ángel que le interpela y la comida milagrosa (vs. 5-8) hacen que la huida, abocada a la desesperación y a la muerte, se transforme en peregrinación hacia el Horeb (v. 9a), en inicio de vida para él y para el pueblo (el Horeb de las fuentes E y D se identifica con el Sinaí de J y P).

Así se retorna al origen del pueblo, al origen de su fe (nuevo Éxodo)...

-Su caminar, por espacio de cuarenta días con sus noches correspondientes, coincide con los días de permanencia de Moisés sobre el monte Sinaí (v. 8, cfr. Ex. 24,28). Por eso su caminar se convierte en un peregrinar que conduce a la manifestación de Dios sobre la montaña (vs. 11-13; cfr. Ex. 33, 18-21). Sobre esta montaña, Elías va a encontrar la respuesta divina a su angustia, a su desazón. Huracán, terremoto y fuego son elementos clásicos de teofanía (cfr. Ex. 19, 16 ss.; Jue. 5, 4; Sal. 18, 7-15...), pero el Señor no es hallado en medio de estas espectaculares y bravías fuerzas de la naturaleza. El fogoso Elías sólo va a encontrarse con Dios en la suave brisa, en el dulce, y casi inaudible, susurro. Y ante la presencia divina el profeta se tapa el rostro, temeroso de morir por haber visto a la divinidad (cfr. Ex. 3, 6; 33, 20).

Reflexiones. -Cansado del duro bregar Elías pide el final de sus días. Con el profeta se inicia una larga lista en la que podemos inscribir a muchos seres humanos que luchan, con denodado esfuerzo, por la causa del Evangelio. Y al igual que Elías, también ellos se sienten solos en la ardua tarea de propagación del reino de Dios, y llegan incluso a desfallecer, a desesperarse... porque sus otros hermanos del pueblo de Dios, los de los países desarrollados, nos hemos dedicado más al culto de nuevos baales que al anuncio del auténtico mensaje evangélico. Es mucho más fácil, y más rentable, predicar a un dios faldero (sometido al imperio del dinero, del poder, de las prebendas mundanas o eclesiásticas...) que proclamar al Señor de las exigencias de justicia y de amor. Y la mayor paradoja es que nosotros, los nuevos adoradores de los baales, antievangélicos hasta la médula, ...tenemos la osadía de juzgar, de recriminar los pequeños fallos... de los verdaderos apóstoles del Evangelio.

No es de extrañar que algunos de ellos, cansados del duro bregar, puedan pedir el final de sus días.

-Llegó el huracán, el terremoto, el fuego..., pero allí no estaba el Señor ya que éste sólo suele revelarse en la dulce, en la apenas imperceptible brisa de la tarde. El hombre suele soñar con lo espectacular como remedio a su hastío y desesperación: grandes apariciones, apostolados en masa, grandes concentraciones..., pero a Dios es difícil de encontrar en medio de estos espectaculares "shows", sean o no de tipo religioso. El Señor se suele revelar con mayor frecuencia en la dulce brisa del hacer cuotidiano de la historia, en ese esfuerzo continuo, prolongado por hacer un mundo más justo, más igual y más humano, más ecológico, más fraternal... En esta tenue brisa de la historia Elías encontró al Dios de la liberación; fortalecido, confirmó a sus hermanos en la fe en el Dios de la historia echando por tierra su apego a los baales, a los dioses que los hombres occidentales somos muy dados a crearnos.

A. GIL MODREGO
DABAR 1990/41