SUGERENCIAS

 

1. H/ECONOMICO H/LITURGICO  H/ESCLAVO

Lo que más me impresiona de este hombre, rico y ávido, de la parábola evangélica es su heladora soledad. Algo verdaderamente tétrico, horripilante.

Nadie está tan solo como este hombre rodeado, casi sofocado, por sus bienes.

Más que contar sus rentas, parece hablar con ellas. Lo vemos en coloquio con las cifras.

En diálogo amoroso con los libros contables.

Su voz tiene el sonido de los dineros.

Es un individuo sin nombre, sin rostro. No tiene mujer, ni hijos, ni amigos. El único lazo estrecho son sus bienes materiales. Se identifica con las propias riquezas. El mismo se convierte en campo, grano, trigo, almacén, número, cartera. Ya no es un hombre. Es una cosa en medio de las cosas.

Los bienes, en lugar de ser vehículos de comunicación, de relación con los otros, para él son cosas a acumular, conservar, proteger, defender. En vez de ser medios (antiguamente se decía, precisamente, que uno tenía tantos "medios"), se convierten en fin, al que se sacrifica todo.

Y terminan por cerrarlo en una prisión.

Este hombre triste es un prisionero. Puede incluso ampliar los almacenes. Pero no logrará ya salir de ellos.

Es un hombre cerrado. Sin futuro. Precisamente él que se engañará pensando que está asegurado para muchos años.

Cuando se pronuncia la terrible sentencia: «Esta noche te van a exigir la vida», en realidad él ya está muerto desde hace tiempo. La sentencia la pronunció él sobre sí mismo. Con acierto se ha subrayado --A. Maillot (de quien tomo alguna de estas observaciones- que más que un castigo es una concesión.

Se le llama «necio».

Porque funda la propia seguridad en el tener y no en el ser.

Porque se afana por poseer y acumular, en vez de comprometerse a crecer.

Porque se identifica con las cosas, y no las transforma en sacramento de comunión con los hermanos.

Porque cree que mucho dinero significa mucha vida.

Porque piensa que la posesión egoísta da alegría.

Porque no sospecha que, aunque salgan las cuentas, su existencia es una quiebra.

Porque está en adoración y no ve más que el propio «yo». No se para jamás frente a un «tú».

Porque no entiende que «el yo no tiene otra protección que el darse, el perderse» (A. Paoli).

Porque no cae en la cuenta de que no es posible llenar el vacío con un estorbo.

Porque no intuye que la seguridad puede derivarse sólo de un acto de coraje, de ruptura, de liberación.

Porque no se percata de que la vida va llena de amistad, de don, de relaciones, no de cosas.

Intentemos ahora sacar algunas consecuencias.

--La posesión es siempre limitación. «El que adquiere un campo y lo cierra con una cerca, se priva del resto de la naturaleza, se empobrece de todo lo demás. He aquí por qué la pobreza religiosa no significa poseer poco, sino no poseer nada, o sea, la expropiación total para poseerlo todo» (E. Cardenal).

--La posesión es sobre todo limitación de libertad. «¿No habéis observado alguna vez que ser rico se traduce siempre en un empobrecimiento en otro plano? Basta decir: poseo este reloj, es mío, y cerrar la mano, apresándolo, para tener un reloj y haber perdido una mano» (A. Bloom). Nuestro espíritu y nuestro corazón tienden a empequeñecerse, a reducirse a las dimensiones de los objetos sobre los que se cierran, a las dimensiones de los bienes sobre los que se repliegan.

--La riqueza es falsificación de las cosas, porque falsea la relación con ellas. El rico cree que su título de propiedad le une íntimamente, con seguridad a sus bienes. Pero esto es una colosal ilusión. Las cosas como las personas, tienen un «límite de inviolabilidad, un umbral infranqueable», que no puede ser forzado por un derecho que se derive simplemente del dinero. Una cosa no se deja «violar» por la cartera (las personas, algunas veces sí...). Por eso, aun cuando me pertenezca, aunque sea "mía", la cosa sigue «inviolada» en su esencia más verdadera, y siempre me dejará insatisfecho.

La cosa permanecerá obstinadamente «ajena» a mí, escapará de mi mano aun cuando la retenga, más aún precisamente porque pretendo asirla, tenerla, se reirá de mí, burlona, intacta, intocable.

Para entrar en comunión íntima con un bien creado, la propiedad ligada al dinero, al derecho, puede constituir un obstáculo.

La facultad de poseer se sitúa al nivel más profundo de nosotros mismos, allí donde un objeto externo puede entrar solamente interiorizándose.

Para poseer verdaderamente una cosa, es necesario establecer con ella no una relación de posesión, de agresividad, sino de participación, de maravilla, de contemplación.

--El hombre litúrgico, y no el hombre económico es el que está en armonía con todo lo creado. La tierra pertenece a los «mansos», o sea, a aquellos que nada reivindican. Solamente el que ora, teniendo las manos vacías, libres, puede orar en las cosas y con las cosas.

«En la edad media se celebraban las nupcias de Francisco con dama pobreza, se intentaba visibilizar lo invisible, es decir, el secreto que se había hecho en él poesía y felicidad, contemplación y seguridad... Francisco lleva sobre sí mismo el signo de la liberación en la alegría, que es seguridad, y en la contemplación, que es poesía... La historia no ha olvidado todavía a este hombre martirizado en el cuerpo que redescubrió las estrellas, las flores, el agua, el fuego, el sol, los pájaros, toda la creación, finalmente liberada de angustia y hecha verdad y poesía» (A. Paoli).

Así pues, la distinción existe entre hombre económico y hombre litúrgico. La diferencia pasa entre quien pone el corazón en las cosas (o deja que las cosas, según su paso natural, pasen de las manos al corazón, y aquí ocupen todos los centros estratégicos de mando) y quien, por el contrario, obliga a las cosas a hacerse partícipes, cómplices, expresión del propio corazón.

Podemos aún decir que la diferencia está entre el capitalista y el liturgo. Entre el usurpador, el conquistador, y el hermano.

Entre el hombre económico y el hombre de la amistad y del encuentro. Entre el profanador y el contemplativo. Entre el que pide seguridad a los bienes terrenos y quien les exige "comunicación".

El primero, a través de las cosas, se para, se aísla, tiene y rechaza. El otro camina, se abre, da y se dilata.

El primero se apropia de algo y queda en la superficie de todo. El otro descubre la verdad profunda de las cosas.

El primero dispone de las riquezas; el otro es señor de sí mismo.

El primero es un excomulgado. El otro se comunica con todo y con todos.

El primero acumula. El otro comparte.

Por eso, la única manera de no pararse frente a las cosas, consiste en llevarlas adelante con nosotros, en arrastrarlas en nuestra aventura. «Estoy hambriento de todo el pan que como solo, pobre de todos los bienes que poseo para mí» (G. Thibon).

Hay un momento, en la misa, en el que se nos recuerda el uso correcto que debemos hacer de las manos. El ofertorio es el momento de la consagración de mis manos. Esas manos que encuentran su función más verdadera en el gesto de la ofrenda.

Se me han dado las manos para dar. Quien las usa, habitualmente, sólo para coger, tener, agarrar, todavía no ha aprendido a usarlas, aunque esté muy avanzado en años. Sobre todo no ha gustado la alegría más grande: la alegría de dar.

Nos preocupamos de enseñar a caminar. Y el día en que el niño da los primeros pasos se celebra como un gran acontecimiento en la familia. Sería necesario hacer fiesta cuando el niño comienza a usar las manos de la única manera correcta, que es la manera del dar. Nos preocupamos de las manos sucias. En realidad, las manos están manchadas sólo cuando «retienen» algo.

Un cristiano, o sea un buscador de Dios, superará la tentación de pararse sólo si es capaz de transformar las realidades terrenas en «señal» y «don». Sólo se aprenderá a usar las manos de la única manera "justa".

Nuestras cuentas, a diferencia de aquellas del «necio» de la parábola, saldrán, cuando salgan las cuentas de los otros.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985


2. SEGURIDAD/IDOLO

La seguridad es uno de los mitos más eficaces de nuestra civilización y uno de los tópicos más felices de nuestra cultura.

Las Naciones han implantado la "seguridad social" y disponen de poderosísimos medios para la defensa de la seguridad del Estado.

El mundo de los negocios ha ido arropando todos los riesgos imaginables con un abanico infinito de seguros de todo tipo. Los omnipotentes medios de comunicación social atormentan diariamente nuestros oídos con sus celebradas frases publicitarias: trabaje, pero seguro; asegure su porvenir; sirva seguro... La técnica rodea de seguridad nuestro confort: cristales de seguridad, cajas de seguridad, cinturones de seguridad, autopistas, ferrocarriles, electrodomésticos..., todo está garantizado por la seguridad.

Sin embargo, frente a toda esa prometida seguridad, el hombre siente hoy más que nunca su inseguridad. La seguridad de las naciones no acaba de eliminar el peligro de una guerra, que no se quiere pero a la que se preparan con la escalada de armamentos. La seguridad pública está constantemente en vilo por la ola creciente de delincuencia, de secuestros, de raptos. Las catástrofes de todo tipo, climáticas y de transportes, siembran el pánico de los pueblos. Ya la civilización misma está en cuarentena, por los peligros de la contaminación y de la degradación de las condiciones de vida de nuestro planeta.

Todo esto no es una crítica contra el legítimo deseo del hombre de pervivir, ni contra la plausible actuación de determinados entes para cooperar en la búsqueda de la seguridad de la vida. Es sólo una reflexión que enfrenta al hombre consigo mismo, para que no caiga en el tópico de confundir su verdadera seguridad con toda esa pléyade de "seguridades" que no nos resuelven el riesgo más definitivo: la muerte. Todos los seguros habido, y los por haber, nos están gritando que la última seguridad no está en nuestras manos.

EUCARISTÍA 1971, 45


3. RICOS ANTE DIOS

La primera lectura de este domingo comienza con la célebre reflexión, tantas veces repetida: "Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad". ¿Qué saca e] hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol?". Se pueden tener muchas cosas y estar vacío por dentro. Se puede ser humanamente rico y espiritualmente pobre. El egoísmo de acumular y llenar bien los propios graneros nos puede dejar vacíos ante Dios.

En el Evangelio, Jesús utiliza un lenguaje parecido al del antiguo sabio de Israel, al condenar la voluntad explícita de querer solamente almacenar para uno mismo, olvidándose de lo fundamental: la urgencia y necesidad de ser rico ante Dios. Es oportuno volver a recordar que el ideal, el sueño dorado del hombre no debe ser la posesión y acumulación de los bienes de la tierra. "Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Hay un hecho muy importante, el hombre al morir no puede llevarse ninguno de sus bienes materiales.

Esto significa que no debe pasarse la vida reuniendo tesoros para sí mismo como única obsesión-preocupación-tranquilidad- felicidad, pues en el momento más inesperado (esta misma noche puede sernos arrebatado todo) la vida se escapa de nuestras manos. Pensar solamente en la riqueza material con desprecio y marginación de la riqueza espiritual es un grave error, pues los bienes terrenos han de ser entendidos y usados en la perspectiva y valoración de los bienes celestiales.

Andrés Pardo


4. Para orar con la liturgia

"Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Mas que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia"

SAN Gregorio Magno


5.

Muchas personas dan vida al personaje de la parábola que nos cuenta Jesús; hermanos a los que les va bien en los negocios, a quienes cada vez les va mejor, felices acumulando dinero, esclavos de la moda, el éxito y el bienestar.

A todos los que anden tras las riquezas y han puesto en ella su alegría, su confianza y la razón de su existencia, Jesús les dice que comportándose así están perdiendo la vida: en primer lugar, la vida presente, puesto que la excesiva confianza en los bienes materiales los aleja Dios; y en segundo lugar, la vida futura, porque no han aprendido a poner su confianza en Dios sino en seguridades terrenas.

La enseñanza de Jesús es que descubramos a la luz del evangelio la postura que debemos asumir ante la riqueza, sea mucho o poco lo que tengamos en posesión.

Todos deseamos ser felices, todos queremos vivir bien; también lo quiere Dios: que a sus hijos no les falte lo necesario.

Es sumamente importante tener las ideas claras y saber interpretar correctamente la Palabra de Dios; el bienestar no es una aspiración despreciable, con tal que no se realice a costa de otros valores superiores: libertad de espíritu; disponibilidad, apertura y confianza ante Dios de quien hemos de esperar la salvación; sentido de responsabilidad social, compartir con los que no tienen; respeto a los derechos de los demás, especialmente de los más pobres.

Debemos asumir con sinceridad el hecho de que nuestro corazón humano se crea muchos ídolos y el dinero es quizá, el primero; por eso san Pablo, como auténtico intérprete de los sentimientos del Señor, nos da en la segunda lectura la explicación de lo que Jesús quiere de nosotros: " ya que han resucitado con Cristo, aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra… revístanse de la nueva condición, que se va renovando imagen de su Creador."

C. E. de Liturgia
PERU