COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Qo 1, 2. 2, 21-23

 

1.- Prólogo: "El teólogo cuasi-escéptico".

Nada hay nuevo bajo el sol; nada merece la pena en esta vida. A esta conclusión casi nihilista llega este autor, en el cenit de su vida, tras haber reflexionado mucho sobre múltiples facetas de la vida: "...mi mente alcanzó mucho saber. Y a fuerza de trabajo comprendí que la sabiduría y el saber son locura y necedad" (/Qo/01/16-17); "entonces me dije: vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres, y también resultó vanidad" (2,1); "hice obras magníficas..., adquirí esclavos..., acumulé también plata y oro..., tuve un harén de concubinas para gozar como suelen los hombres...; después examiné todas las obras de mis manos y la fatiga que me costó realizarlas: todo resultó vanidad y caza de viento, nada se saca bajo el sol" (2, 4-11).

Qohelet es un autor inconformista que perteneciendo a la escuela de la sabiduría la somete a crisis tras serena reflexión.

Texto: La evaluación de toda su reflexión la expone al comienzo y final de su obra: "¡vanidad de vanidades... todo es vanidad!" (1,2;12,8).

Este es el mensaje que predica a la asamblea: duración de la vida, sabiduría, trabajo..., todo es decepción y desilusión. Pero Qohelet no es un nihilista, ya que Dios dirige el sentido de la historia; todo es don divino, hasta el comer, beber y disfrutar de su trabajo (2,24), pero el hombre no sabe captar este sentido profundo de la historia.

"¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?" (1,3;2,22). En 2, 21-23 Qohelet nos recuerda que existen hombres para quienes su única ilusión es trabajar: de día sufren y penan, y por la noche su mente no descansa. ¡No tienen tiempo para disfrutar! Y la gran ironía de la vida es que su trabajo no les reporta ningún provecho, otros lo disfrutan. Trabajar para otros, sin disfrutar, es una de las clásicas maldiciones de la ley y los profetas (Lv/26/16; Dt/28/30-33...).

(Cfr. los jugosos comentarios de Alonso Schökel L. Eclesiastes y Sabiduría, en "Los Libros Sagrados", Ed. Cristiandad, Madrid, 1974).

Reflexiones: Es muy triste, dirá Qohelet, que haya hombres que trabajen para que otros lo disfruten. Actitud muy frecuente en nuestras vidas aunque envuelta en píldoras auto-convincentes como "así les dejo un porvenir a mis hijos", "sólo me importa el futuro de los míos..." y siguiendo con el cuasinihilismo del Qohelet les decimos: ¡Vuestros hijos lo dilapidarán, y vuestros nietos serán pobres de solemnidad! Peligro en nuestras vidas de subordinar todo al trabajo y a las ganancias.

Es la clásica auto-esclavitud de subordinar el "tener" al "ser" que diría E. Fromm. En este aspecto empalmaría este texto con la lectura evangélica de hoy: "...guardaos de toda codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes" (Lc/12/15).

A. GIL MODREGO
DABAR 1986, 41


2. V/SENTIDO.

Esta conocidísima expresión, "vaciedad de vaciedades", que ha pasado a todas las literaturas, tiene un valor de superlativo (como "Cantar de los Cantares"). Podríamos traducir por el "total sin-sentido". Esta palabra se emplea 37 veces en el libro del Eclesiastés y el tema central del libro se encuentra expresado en ella: una reflexión sobre lo limitado de la vida, hasta llegar al desengaño. De una fuerza destructora impresionante, y de un realismo que nadie puede contestar, esta reflexión sobre la inutilidad de nuestras utilidades llegará hasta el final del libro (cf. 12,8).

Es ésta una realidad que ocurre a diario. Además recordemos que trabajar y no disfrutar, trabajar para otros, es una de las maldiciones clásicas de la ley y los profetas (Lev 26, 16;Dt 28, 30-33). Piensa el autor que hay hombres que se condenan a sí mismos a semejante maldición. Aunque el Qohélet no se lo llega a plantear así, estas palabras muestran la necesidad de una trascendencia, de una apertura hacia algo más que la limitación del hombre.

La vida del hombre cerrada sobre sí misma es un imposible. Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella ("como el viento", en 1, 6), pero se estrella siempre ante el muro de la muerte (1,4). Por eso su grito desconsolado: "todo es fatiga".

Hay una sed en el hombre que, como lo intuye muy bien el autor, tiene que tener otra forma de apagarse que la menudencia del actuar diario. El Predicador pide a gritos una voluntad de sentido, un motivo de actuación de cara a lo más hondo del hombre. No tiene sentido una actividad cuyo fin es la misma actividad.

Porque o el hombre, ocupado en el esfuerzo de acumular, no tiene tiempo para disfrutar (cf. 1, 18;8, 16; Si 40, 5), o bien es un egoísmo cerrado que no ayuda a nadie. Una de las formas de salir de este círculo opresor será el de apagar nuestra sed fundamental ayudando a apagar con nuestro mayor bien, que es la vida, la sed de los demás. Todo este modo de pensar, oscuro e imperfecto, se aclarará con la luz que aporta el hecho de Jesús. la vida adquiere nuevo sentido en la fe de Jesús.

EUCARISTÍA 1977, 37


3.

"Todo es vaciedad". Esta afirmación no es un eslogan, sino el tema o tesis de todo el libro. Su repetición quiere subrayar la vaciedad o nulidad de todas las acciones humanas. El autor no habla aquí únicamente de su desconfianza, sino que se hace eco de todos los hombres. Con datos que cada uno puede comprobar, presenta la problemática de toda acción humana. Con ello demuestra que no sólo el hombre queda defraudado por el fruto de su trabajo sino que puede llegar a dudar del sentido de todas sus actuaciones. En este punto se aparta de la concepción del AT, según el cual el trabajo tenía sentido en la descendencia. El autor va más al fondo.

Parece radicalmente convencido de que su existencia es un caminar sin sentido. Toda tentativa por superar el vacío con las propias fuerzas está destinada al fracaso. Todo trabajo por significativo que sea en el fondo es inútil. No ve como una alabanza que le pongan como epitafio: "se dedicó toda la vida al trabajo". Esto significaría que había sido un esclavo toda su vida.

Lo que llamamos éxito es algo tan relativo que hay que poner en duda su valor. El concepto de "éxito" supone que continuamente hay que luchar y trabajar. Además no se puede hablar de éxito desde el momento en que el hombre no puede dominar a la muerte. Sólo el dominio sobre la muerte sería un verdadero éxito y daría sentido al trabajo. Ahora, ¿quién sabe quién heredará el fruto de su trabajo? En este grito de pesimismo se puede descubrir un aviso importante. El autor recuerda que hay que tomarse en serio el sentido de la vida y del trabajo.

El hombre se erige con frecuencia en la medida de la cosas y olvida que la existencia se le escapa. Se refugia en seguridades ilusorias. Sólo si sabe mirar de frente la realidad encontrará un modo de vivir con rectitud.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 15


4.

El nombre de este libro procede de las palabras que lo encabezan: "Palabras del Cohélet, hijo de David, rey de Jerusalén" (1,1). La palabra hebrea Cohélet, que el griego y las versiones que le siguen traducen por Eclesiastés, significa predicador, o también hombre de la asamblea o, también, portavoz del pueblo. Parece, en efecto, como si un autor anónimo, francamente contestatario, se hubiese alzado contra las recetas dogmáticas y morales de los sabios de Israel y hubiese querido plantear, con toda crudeza, casi con insolencia, y en todo caso con muy poco respeto hacia la tradición, el problema del mal y de la retribución de buenos y malos. Este era el problema que más preocupaba -y preocupa- a la gente y que más ocupaba los discursos y escritos de los sabios de Israel. Partiendo de unos apriorismos teológicos, los sabios afirmaban optimísticamente que los piadosos y honrados son benditos de Dios, y que si parece que de momento a veces sufren, Dios no tarda en socorrerlos y sacarlos de todas las dificultades. El Cohélet, en nombre de la experiencia, impugna implacable- mente las falsas seguridades que los sabios predican. Para presentarse como si fuera más sabio que los sabios recurre al artificio literario -que no va a engañar a ningún lector- de decir que es el hijo de David, el rey sabio, Salomón. Es un libro que presupone la crítica de Job.

Pero mientras éste se preocupa por el justo que sufre, el Cohélet -algo más tarde; quizás un siglo- se inquieta por los impíos que, a pesar de su vida pecadora, viven llenos de prosperidad. A partir de este hecho innegable, que muchos pecadores viven mucho más tranquilos y felices que muchos justos, el Cohélet, revisa las nociones tradicionales de felicidad y bienestar y el sentido de la vida inculcado por los convencionalismos imperantes. Afirma la vaciedad de todo lo que los hombres afanosamente persiguen como si de ello les dependiera la felicidad y la suerte eterna. Tal es la sentencia más famosa del Cohélet, que encabeza el libro y el fragmento que hoy leemos: "Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad". "Vaciedad" es una palabra que literalmente significa vapor o aire, como una de las imágenes -sombra que se alarga, agua que se desliza- con que la Biblia subraya la caducidad de las cosas humanas. La forma literal del texto, "vaciedad de vaciedades", que el leccionario traduce "vaciedad sin sentido", es un superlativo típico en hebreo: significa por tanto "vaciedad absoluta" y en sentido figurado, que es el que aquí prevalece, "decepción suprema". El hombre se encuentra, después de todo decepcionado por todo aquello por lo que había luchado o trabajado.

Con todo, este predicador no es sistemáticamente escéptico, y mucho menos agnóstico. Cree sinceramente en Dios, proclama que no le podemos exigir cuentas de sus decisiones (3,11.14;7,13), que hay que obedecer sus mandatos y reverenciarlo (5,6;8,12-13) y que, como decía Job, hemos de aceptar tanto las alegrías como las penas que vienen de su mano (7,14). Exhorta a disfrutar moderadamente de las alegrías de la vida, dando a Dios gracias por ello, pero sin poner en ellas demasiado entusiasmo, por cuanto son fugaces y no procuran la verdadera felicidad. He aquí la actualidad del mensaje del Cohélet; hace revisar las motivaciones, las aspiraciones y el sistema de valores de la sociedad de consumo en que estamos inmersos. Así, aunque no proclama el camino de la vida eterna y de la plena bienaventuranza que un día enseñará Jesús, prepara la revelación evangélica.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 15


5.

Cohelet describe extensamente lo que él llama la vanidad de las cosas y el pasaje de este día aplica este análisis al sentido del trabajo del hombre.

V/VANIDAD-ABSURDA:La vanidad consiste en la distancia existente entre el ideal del hombre y las realizaciones a las que llega. El corazón del hombre experimenta un deseo de absoluto que nunca llega a satisfacer.

Esto no es una consecuencia del pecado, sino simplemente la expresión de la limitación humana. Hoy se llama a la vanidad el absurdo o la ambigüedad. Tomar una decisión y no poder darle la solución mejor; buscar y no poder asir jamás la verdad absoluta; trabajar para el futuro y verlo en manos de los que vienen detrás quienes destruyen aquello que se les había ofrecido, ¿no es todo esto algo propio de la condición humana? La vanidad se convierte en la falta del hombre que desconoce los límites y equívocos que se imponen a su esfuerzo. La vanidad es la locura humana que no cuenta con la muerte y se encuentra, de esta manera, brutalmente ridiculizado por ella.

¿Como se puede salir de esta vanidad absurda? Cierto que no se sale de ella haciendo que se la ignora: sería esto una locura que Cohelet denuncia con gran vigor. Tampoco se puede salir de ella recurriendo a un más allá: el autor se opone clarísimamente a todo mesianismo y escatologismo. Nadie puede escapar al absurdo humano.

La única solución es vivirlo plenamente en toda su caducidad y su muerte misma. Solo un hombre ha vivido esta experiencia. El ha podido salir victorioso uniéndose íntimamente con su Padre y así, en la muerte misma, encontró la vida.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 226


6.

Así dice el autor del libro del Eclesiastés, el libro más pesimista de toda la Biblia. ¿Para qué sirve la vida? ¿Qué queda después de la alegría y de la fiesta? ¿Qué es el hombre? ¿Por qué nacemos, por qué morimos, para qué vivimos? ¿Por qué sufrimos? ¿Qué sentido tiene la vida? Son preguntas que se las hacen todos los hombres. Todos los pueblos de la tierra se han hecho estas preguntas. Todas las religiones de la antigüedad, todas las filosofías, todas las culturas han sentido la angustia de la pregunta y han aventurado una respuesta balbuciente.

"¿Por qué?¿Para qué? No vale la pena. Todo es absurdo". ¿Os habéis hecho alguna vez estas preguntas?

Tarde o temprano, en una u otra ocasión, el hombre topa con estas preguntas. Unas veces, cuando se ve asediado por la soledad. Otras, cuando el dolor inunda su vida. O cuando todo se vuelve absurdo. O cuando después de unos momentos alegres nos queda un sabor amargo. O cuando la muerte muerde a alguno de nuestros seres más queridos. O cuando un gran amor que prometía una felicidad inmensa se rompe para siempre.


7./Qo/01/01-18

Tras el nombre de «Eclesiastés» se oculta la función del hombre que dirige la palabra de la ekklesía a la comunidad para hacerle pensar. Se le llama también «hijo de David», porque Salomón podía representar la experiencia y la sabiduría que exige este tipo de reflexión. El autor vive en una Jerusalén judía, pero con pinceladas culturales griegas, en una ciudad codiciosa de cosas inauditas y de visiones, pero también embrutecida por la rutina. La primera virtud pedagógica del autor es invitar a sus destinatarios a pensar por sí mismos: es necesario aceptar con lucidez y libertad las incertidumbres y contradicciones de la vida, así como su finitud. Las creencias comunes o recibidas por herencia que no soportan un examen de la razón, iluminada o no por la fe, han de rechazarse.

El Eclesiastés es un hombre más viejo en doctrina y conocimientos humanos que en años, tan creyente como sincero, enemigo de visionarios y apocalípticos, distanciado de la secta de los esenios, los monjes soberbios, intransigentes y provincianos de Qumrán. No se entrega a especulaciones, sino a experiencias. Su honestidad lo lleva a mirar cara a cara a la realidad, y rehúsa violentarla para meterla en las coordenadas "seguras" de una moral o de una teodicea.

El v 2 enuncia lo que constituye el tema central del libro: «¡Vanidad de vanidades, dice el Eclesiastés, vanidad de vanidades. Todo es vanidad!». La forma repetida «vanidad de vanidades» es el superlativo hebreo con valor extensivo e intensivo. Todo el libro está vertebrado por esta fórrnula. La vanidad de que habla el Pseudo-Salomón es la inconsistencia, la caducidad y la falacia que hay en todas las cosas, en todos los asuntos, en todos los trabajos. Absolutizar las cosas, dirá en el v 14, es intentar cazar el viento. Son las palabras que inspiran a Dante cuando, en el canto inicial de Francisco de Asís, exclama: «¡Preocupación insensata de los mortales!» (Paraíso 11,1s).

Desde el principio se invita al lector a participar activamente en las inquietudes de esta vida con la pregunta retórica, que espera una respuesta negativa: «¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?» (v 3). La naturaleza, con los ciclos de sus generaciones, con sus elementos (ríos y mares, sol y viento), es símbolo de la inconsistencia cósmica; la historia humana, con el paso de las generaciones, con el fatal olvido de los hombres y de sus obras, es símbolo de inconsistencia; la misma sabiduría, con su esfuerzo por entender todo, ha significado dolor e inconsistencia. El Eclesiastés es siempre noble, pero no le falta la grandeza de los espíritus fuertes; por eso decide ensayar la necedad.

Este libro paradójico entró en el canon de la comunidad creyente de Israel y de la Iglesia porque la fe no exige sacrificar la inteligencia, sino el fanatismo.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 329 s.


8./Qo/02/01-26

Insatisfecho por la experiencia sapiencial, que le ha reportado mucho esfuerzo y poco resultado, nuestro autor describe ahora con gran vivacidad el cuadro que ha significado ensayar un nuevo método: «Entonces me dije: vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres, y también resultó vanidad» (v 2). Los placeres de la mesa, de la comida y la bebida, de las riquezas y de toda sensualidad mundana, que salomónicamente se concede, son controlados con atención "sapiencial". La vida es tan inconsistente que sólo los locos pueden reír. Denuncia la antítesis y la vanidad del exceso y de lo absoluto: los grandes ágapes; las grandes obras salomónicas (grandes propiedades con toda clase de decoración, jardines, piscinas, bosquecillos, árboles frutales, mezcla de sueños y de bienes paradisíacos); un ejército de esclavos y de sirvientas; gozo ilimitado de toda clase de placeres. Ha llegado el momento de confrontar la sabiduría y la necesidad: el uso de las cosas sólo tiene sentido si se hace según Dios.

Nada es indiferente para el Pseudo-Salomón; por eso, tampoco él puede dejarnos indiferentes. Aparece como un aristócrata del espíritu, por eso tiene la rara grandeza de saber abajarse para disimular una elevación que no capitula. Es posible que en una cena de Jerusalén haya escuchado el arpa de Babilonia, que cantaba la última oportunidad del rey sin esperanza:

Tú, Gilgamés, llena el vientre.
Diviértete noche y día.
Haz fiesta cada día,
regocíjate día y noche.

Pero a cada grito y a cada deseo de posesión suceden otros de desasimiento. Quien sabe vivir según Dios, sabe vivir con mesura. Pero le repugna el cerebro sin la vida, la santidad sin la humanidad. Si es cierto que el Eclesiastés es un hombre que razona, no lo es menos que introduce la duda sobre la razón, no tanto en lo que se refiere a su funcionamiento cuanto en lo que toca a su significado último: «Y me dije: la suerte del necio será mi suerte, ¿para qué fui sabio?..., y pensé para mí: también esto es vanidad» (v 15).

El Pseudo-Salomón introduce en su lenguaje un hálito ardiente que purifica las necedades, destierra las metáforas fascinantes, los razonamientos unilaterales, las soluciones falaces. Cuando se relativiza todo, aparece el sentido de su seguridad: "Y aun esto he visto que es don de Dios" (v 24). Dios ha hecho al hombre limitado y lo ha colocado en un mundo que siempre constituirá para él un misterio. Pero también es verdad que Dios ha puesto en el hombre un insaciable afán de penetrar este misterio. Por tanto, el que ironiza no es sólo el Eclesiastés, sino también Dios.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 329 s.