37 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVI - CICLO C
1-8


1. D/IMAGENES-FALSAS

-Escuchar a Dios.

Dejando a un lado interpretaciones ya superadas del texto evangélico en las que se hacía del mismo una argumentación en favor de la vida contemplativa (cf. Exégesis) y en detrimento de la "vida activa", hemos de reconocer que este texto es una llamada clara e imperiosa a escuchar, con atención, la Palabra de Dios; una tarea que, en principio, todos estamos de acuerdo en reconocer su importancia, pero que, en la práctica, ya no es tan frecuente que lo vivamos: hemos de escuchar a Dios. Esa es la parte buena (más que la "mejor parte").

Todos reconocemos que, en la vida del hombre de fe, ésta es tarea primordial; mal podemos seguir a Dios, mal podemos cumplir lo que El nos pide, si no le escuchamos, si no estamos atentos a su palabra. Y hoy día en que todo parece girar sobre el concepto "eficacia", incluso dentro de la propia Iglesia; hoy día en que parece que se es mejor cristiano si se asiste a más reuniones, si se participa en más movimientos, si se "hacen más cosas", corremos el peligro de "hacer por hacer" y olvidarnos de esa "parte buena" que es estar a la escucha de la Palabra de Dios.

Es imposible vivir como cristiano sin escuchar, serenamente, a Dios. Tarea, por tanto, urgente, la de pararnos, al menos de vez en cuando, a escuchar y a revisar. Sí, a revisar, porque en el fondo de esa postura de "hacer mucho y escuchar poco" hay una buena dosis de autosuficiencia que nunca tiene razón de ser, pero menos todavía en este terreno de la fe. Una autosuficiencia que se traduce en creer que ya se sabe todo sobre Dios y sobre el hombre (o, al menos, todo lo que interesa saber) y, por tanto, lo único que queda es actuar.

Sin embargo, si al fin renunciamos a nuestros prejuicios y esquemas, si renunciamos a nuestras seguridades y a nuestras ideas fijas y aceptamos escuchar la Palabra de Dios, es muy probable que surja en nosotros la maravilla y la sorpresa y descubramos ese mundo nuevo, imprevisible por la mente humana, que es el mundo de Dios.

-Las imágenes de Dios.

Una de las cuestiones sobre las que frecuentemente oímos hablar, o leemos, o reflexionamos, es, precisamente, las imágenes de Dios que se viven entre nosotros, cristianos del siglo XX. Porque es cierto que todos tenemos fe en un mismo Dios, Padre nuestro y del Señor Jesucristo; pero, ¿todos nos imaginamos a Dios por igual? Sabemos que no, y que a pesar de todos los esfuerzos de teólogos y predicadores, de cursillos y catequesis, siguen siendo muchos los cristianos que tienen en su mente, en su oración y en su vida el dios policía, el dios útil (o filosófico), etc., imágenes todas ellas muy conocidas y estudiadas, en las que no vamos a entrar aquí. Esto es real, como es real que no es indiferente, a la hora de las actitudes vitales, tener una imagen u otra de Dios.

-Dios es nuestro Padre.

Es comúnmente aceptado que Dios es Padre. Pero incluso en esto podemos abrir muchos interrogantes que cada uno debe responderse, personal y comunitariamente. Dios es Padre, sí, pero ¿vale con esta afirmación, sin más?, ¿qué clase de Padre? A la hora de la verdad, ¿qué tipo de Padre surge en nuestra mente y en nuestro corazón al hablar de la paternidad de Dios? Son muchos los que, por no haber entendido bien esta paternidad de Dios, se plantean la clásica cuestión: ¿cómo es posible que Dios sea Padre y permita esto o aquello? Nos hemos quedado en el estribillo: "Dios es nuestro Padre"; pero apenas nos hemos parado a escuchar cómo es esa paternidad. Apenas nos hemos parado a reflexionar que, hilando fino, podemos afirmar que esa condición de Padre fue la imagen que a Jesús le parecía la más adecuada para explicar lo que pretendía transmitir, pero, en el fondo, no pasaba de ser una imagen más de Dios; más purificada, más perfeccionada, más cercana a la realidad, pero no "químicamente pura"; de hecho, el propio Jesús se esforzará en explicar esa paternidad con varias y variadas imágenes, para que su auditorio se hiciese una idea más clara de lo que pretendía transmitir. Así, por ejemplo, la parábola del padre misericordioso (o del hijo pródigo), en la que Jesús compara a Dios con un Padre pero con un Padre muy "especial": un Padre como él lo describe, y no de otra forma.

Por eso mismo fue válida aquella afirmación de Juan Pablo I en la que aseguraba que Dios es Padre pero, más aún, es Madre. En el fondo se trataba de un intento de acercarse a la profundidad del misterio de amor de Dios, misterio ante el que todas las palabras se quedan cortas; incluso las de "padre" y "madre".

-Escuchando se aprende.

Todo esto, como hemos podido ver, no es ni el último grito en teología, ni la última moda homilética, ni el último descubrimiento catequético; todo esto se descubre, sencillamente, escuchando la Palabra de Dios; pero escuchando de verdad. Quien se limita a oír o leer y se refugia en que "ya sabe de qué va", no escucha; quien no escucha, se niega a reconocer que Dios sorprende, día a día, a quien no se cierra en sus posturas; quien no se deja sorprender por Dios, cree en un dios más pequeño que el propio hombre; quien cree en un dios así, aunque lo llame Padre, no cree en el Dios Padre de Jesús.

Escuchar de verdad, es decir: renunciar a los propios prejuicios, reconocer que uno no lo sabe todo (o mejor: que sabemos muy poco) y que hay mucho que aprender; que hay que aprender más vida que doctrina y más diálogo con Dios que actividad imparable; aprender, de Jesús, a invertir tiempo en escuchar las mil voces que Dios nos dirige día a día, a emplear tiempo en estar con los hombres a admirarnos ante las maravillas de Dios.

Aprender el significado hondo de lo que creemos, las realidades que se encierran tras las líneas del credo; aprender a saborear, en la contemplación, el misterio de Dios y del hombre. Escuchar viviendo y vivir escuchando. Lo demás son palabras que caen en saco roto; recordemos la parábola del sembrador, donde Jesús nos habla de tantos sitios donde la semilla se pierde y sólo de uno donde la semilla llega a fructificar. Hay mucho auditorio, pero pocos dispuestos a traspasar la corteza externa de las palabras.

-Revisar nuestra fe.

Hemos estado hablando del concepto de Dios como Padre. ¿De cuántas cosas más podríamos hacer una revisión y ver si son realidades en las que creemos y de las que escuchamos lo que Dios nos dice, o si son simples "datos informativos" en los que creemos, pero de cuyo significado e implicaciones tenemos poca o ninguna noción? Dicho de otro modo: ¿qué significan para nosotros afirmaciones como éstas: ser cristiano es ser discípulo de Cristo; la Iglesia debe vivir dejándose guiar por el Espíritu; sólo el Señor tiene palabras de vida eterna; la vida continúa después de la muerte; bienaventurados los pobres...; Cristo es nuestro Salvador; todos tenemos que evangelizar; la Iglesia la formamos todos; somos hermanos de todos los hombres; la verdadera religión es practicar el amor y la justicia...? Todo esto, y muchas cosas más, nos las dice la Palabra de Dios; pero, ¿qué nos dicen realmente estas afirmaciones? Si no escuchamos en serio, no se nos podrá negar que estamos "malversando" la Palabra que oímos. La posibilidad de hacerla fructificar está en nuestras manos.

LUIS GRACIETA
DABAR 1986, 39


2. MARTA/MARIA FE/2-DIMENSIONES 

Clásicamente, la interpretación de este pasaje evangélico era conocida: Marta significaba la vida activa. María la contemplativa. Y Jesús se pronunciaba a favor de la vida contemplativa. Lo cual venía a significar que los que no abrazábamos la vida contemplativa o éramos unos cobardes o simplemente no habíamos sido llamados por Dios a tanta perfección. Porque la vida perfecta era la de los religiosos, y dentro de ella la de los contemplativos, los monjes. Todas las espiritualidades en la Iglesia (también la sacerdotal y la seglar) se cortaban por el patrón de la espiritualidad monacal, con el consiguiente complejo de inferioridad extendido en el pueblo de Dios. La vida contemplativa era el summum de la perfección cristiana.

Ahora nos dicen los exégetas que este texto no puede ser interpretado así. Que tal interpretación de contraposición entre estilos de vida cristiana no toma pie de este fragmento del evangelio, y que ha hecho mucho mal en la Iglesia. Que Marta y María no representan dos estilos de vida cristiana legítimos. Que el verdadero cristiano es una confluencia de Marta y María. Que no hay dicotomías ni dualismos. Y parece que es bueno que aprendamos la lección de los exégetas.

I/DUALISMOS  Sí, porque claramente hay dos líneas de Iglesia en la actualidad.

Dos líneas de Iglesia porque aún somos dualistas. Y nos vamos a un extremo o al otro. Se podría expresar este dualismo, en binomios de contraposición paralela, con esta serie:

contemplación/acción,
vertical-horizontal,
este mundo/el otro,
cielo/tierra,
alma/cuerpo,
individuo/sociedad,
privado/público,
oración/compromiso,
ortodoxia/orto-praxis,
escatologismo/encarnacionismo,
conversión personal/transformación social,
moral sexual/moral social,
espiritualismo/temporalismo...

Y así se podría seguir. 
Hace unos días leía: "conozco dos clase de sacerdotes, los que lo reducen todo a la moral sexual y los que lo reducen todo a la justicia". Y escribía un seglar. Los dualismos de esta clase no son sólo de los sacerdotes, sino de los cristianos en general, de las comunidades cristianas, etc. En esta situación actual de la Iglesia, marcada más quizá que ninguna otra época pasada, importa que reflexionemos todos sobre estos dualismos. Y pienso que podríamos notar su falsedad a partir de la noción de Reino de Dios. Jesús, en su vida centrada en la causa del Reino de Dios, no estuvo en la línea de Marta ni en la de María, sino en la de las dos, indisolublemente unidas.

Hay dos dimensiones, por así decir, en lo religioso: la dimensión vertical y la horizontal. Ninguna de las dos en exclusiva es cristiana. El "solus Deus" no es el Dios cristiano. La mera y sola lucha por el hombre tampoco expresa la causa por la que Jesús vivió y luchó. "Dios y su Reino", en vez de "sólo Dios" o "sólo el hombre", expresa el mensaje de Jesús. Dios, mundo y hombre no andan tan separados como quisieran los partidarios de cualquiera de los extremos de los dualismos. "El Dios de la metafísica, de nuestros intereses ideológicos o de nuestras neurosis es perfectamente separable del Reino, pero aquél a quien Jesús llamó Padre no lo es: se llega a El -nos alcanza- en los mil modos de presencia y ausencia de su señorío en el mundo y a él vuelve a remitirnos con fuerza" (José A. García). "Filiación (vertical) y hermandad (horizontal) son dimensiones originarias, indisolubles e igualmente primigenias para expresar la relación del hombre con Dios y de Dios con el hombre. Ambas tienen un carácter originariamente teológico: le competen a Dios mismo. La hermandad no es una mera exigencia ética posterior a la comprensión dogmática de Dios. Hermandad sin filiación puede terminar en ateísmo; pero filiación sin hermandad termina en el mero teísmo, pero no en el Dios que pensó Jesús. La esencia de Dios expresada como reinado de Dios, no permite ninguna de las dos alternativas, sino que exige ambas con igual originalidad" (·Sobrino-JON). "El Reino da razón del ser de Dios como Abba y la paternidad de Dios da fundamento y razón de ser al Reino. Jesús cree y predica que no hay acceso a Dios fuera de la búsqueda dolorosa del Reino. Pero Jesús cree y anuncia también que no hay Reino posible sino en la paternidad de Dios" (GONZALEZ-Faus).

Vivimos en una Iglesia que, a grandes manchas, parece dividida entre unas comunidades que parecen predicar un Dios sin Reino, y otras que parecen, a veces luchar por un Reino sin Dios. La verdad completa no está ni en la dimensión vertical ni en la horizontal, sino en la confluencia, en el origen de las dos. La dimensión horizontal embebe la dimensión vertical en toda su longitud, y viceversa: esa es la verdad completa. La experiencia cristiana de la verdad no es un Dios sin Reino ni un Reino sin Dios, sino Dios y su Reino.

Marta y María no son dos estilos de vida cristiana legítimos. Si fueran dos querría decir que son separables, pero de su separación arrancaría su ilegitimidad. Marta y María son dos dimensiones de toda vida cristiana, mutua y dialécticamente implicadas. Los cristianos que glorifican la oración, la alabanza la vida interior, la gracia, los carismas... hasta el olvido de la dimensión de la fraternidad en toda su densidad histórica debieran revisar su imagen de Dios. Quizá ese Dios no sea el de Jesús. Y no les puede bastar para justificarse un cierto compromiso de fraternidad en el ámbito de las relaciones privadas, no-públicas, íntimas, burguesas. El Reino de Jesús iba más allá.

Y los cristianos dados con empeño a la transformación del mundo y de sus estructuras, a la lucha por la justicia, a la acción política en todas sus formas, hasta el olvido de la oración, la liturgia, la vida interior... deberían a su vez revisar su concepto del Reino. Quizá ese Reino tampoco sea aquél por el que vivió y luchó Jesús. Y no puede bastarles para justificarse su dolorida pertenencia a la Iglesia, su lectura del evangelio o su "fe" en el Dios de Jesús. El peso específico de Dios, para Jesús, el gran orante, iba más allá.

Marta y María. Una síntesis. No una contraposición ni una competición.

DABAR 1980, 40


3. (sobre la 1ª lectura)

-UN HOMBRE DEL PASADO, MODELO PARA EL FUTURO ABRAHAN/HOSPITALIDAD 

Abraham, un hombre de ayer, nos enseña a ser hombres del mañana. En unos tiempos y en unos países donde había todo que temer, Abraham es el prototipo de la actitud no defensiva. Vive en tierra extranjera, en épocas peligrosas y al ver pasar tres desconocidos ante la puerta de su tienda, los acoge sin reservas, como huéspedes sagrados que Dios le envía. Y, de hecho, la tradición nos dice en el Génesis que era el mismo Dios el que había venido, dando como auténtica la heroicidad en aquella acogida como en el sacrificio de Isaac.

Esta actitud se ve recompensada con un buen mensaje, con la promesa de la fecundidad. "A otro año, ya tendrá un hijo tu mujer." No es el único pasaje de este género en la Biblia. La sunamita acoge también al profeta Eliseo como a un hombre de Dios (2 Re.4,8 ss.). Le ofrece los sencillos elementos de la convivencia: una habitación, una cama, una silla y un candelero.

Y esta postura abierta se ve recompensada exactamente con la misma buena nueva de la fecundidad: "El año que viene por este tiempo abrazarás a tu hijo".

En la medida que aceptamos al otro totalmente se da en nosotros unas fecundidad espiritual. Los representantes de la psicología humanista hablarán de crecimiento personal, de autorrealización, de toma de contacto con estratos de nuestro ser que estaban todavía sin descubrir.

Pero Abraham, tan abierto al otro, es a la vez muy fiel a los principios que animan su vida interior. Fidelidad a los valores profundos de su raza y de su religión, tal como él los veía. Con esta perspectiva de fidelidad, a la hora de buscar una mujer para su hijo no quiso tomarla de entre las hijas de los cananeos, adoradores de otros dioses que el suyo, y envía al más antiguo de los siervos de su casa, a su tierra, a su parentela, para buscar mujer para su hijo Isaac.

Estos son los dos polos del arco tenso del diálogo cristiano. Por una parte, acoger al otro totalmente, como huésped sagrado que Dios nos envía; por otra parte, ser totalmente uno mismo. Esto le permite a Abraham vivir sin crispaciones en medio de gentes de otra raza y de otra religión, porque cree en sí mismo, cree en ellos y en el Espíritu que mueve a todo hombre de buena voluntad.

Suficientemente seguro de sí y suficientemente seguro de los demás y de las relaciones de engradecimiento de sí que experimentaría gracias a los demás. Por eso es cierto que lo que esperamos o tenemos de los otros no está en ellos sino en nosotros.

La paradoja de la comunicación consiste en esto: en aceptar totalmente al otro y, sin embargo, ser totalmente uno mismo, porque en la medida en que no estoy en situación defensiva frente a otro y en la medida en que no estoy en situación defensiva frente a ninguna porción de mí mismo es como yo puedo, viviendo profundamente mis valores personales, aceptar que otro viva igualmente sus valores propios.

Los cristianos, en una sociedad pluralista, tenemos que ser hombres de diálogo abierto. Bajo el presupuesto de que el otro también está bañado por el Espíritu, siempre podemos aprender mediante el diálogo a profundizar en nuestra propia verdad, a pensar la vieja verdad con moldes nuevos, a liberarnos de prejuicios, a traducir en cuanto sea posible la verdad al mundo de nuestro interlocutor.

En la nueva situación de una sociedad pluralista, Abraham nos puede enseñar muchas cosas: valor, confianza apoyada en la fe y la humildad de no pensar que el otro es malo o tonto porque no nos entiende.

DABAR 1977, 43


4. CR/3-ACTITUDES:

Como introducción a la oración dominical, Lucas presenta en un tríptico los rasgos de una espiritualidad cristiana. Nosotros, hombres del siglo XX, tal vez lo hubiésemos hecho de un modo sistemático, doctrinal y algo abstracto. Lucas, por el contrario, de un modo plástico presenta tres escenas, cada una de las cuales ilustra una actitud fundamental del discípulo de Jesús: el buen samaritano o el amor sin límites, Marta y María o la escucha de la palabra de Dios, y el amigo importuno o la confianza en la oración.

María aparece aquí como prototipo de esa actitud cristiana de escuchar la palabra. "María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra". Según las costumbres judías, se hablaba en la comida sobre cosas de la fe; es decir: la mesa en la que no se trataba sobre las palabras de la Ley era como un templo de ídolos, y la mesa en la que las palabras de la Ley eran el centro, era como la misma mesa de Dios.

En la casa de Betania, Marta atiende a Jesús y a los suyos, mientras que su hermana no se aparta del lado del Maestro, para no perder una palabra de su conversación. Y mientras Marta, incansable, atiende la mesa y la cocina, en su corazón surge la envidia contra la hermana perezosa.

Jesús no exige una espléndida comida. Quiere abrir la mirada hacia lo único importante. Sólo una cosa es necesaria. En las dos hermanas se encontró representadas más tarde dos actitudes de la espiritualidad cristiana, la vida activa y la contemplativa. Y se aceptó que Jesús había dado aquí la preferencia a la segunda.

Pero al hablar de la "mejor parte", no quiere decir una determinada forma de vida, que sólo es apropiada para unos.

Quiere decir que escuchar la palabra de Dios tiene que ser para cada uno lo primero y más importante.

Las páginas de la Biblia están impregnadas de esta atención a la escucha. Escuchar al prójimo y escuchar a Dios. Desde la petición de Salomón hasta las palabras del joven Samuel.

Salomón ha heredado el reino de su padre David y es todavía un desconocido, que aún no está ni lleno de gloria ni exaltado de grandeza. El Señor se le aparece en sueños durante la noche y le dice: "Pídeme lo que he de darte". Y Salomón pide: "Dame, Señor, un corazón que sepa escuchar para gobernar a tu pueblo".

El relato de Samuel nos dice que la palabra de Dios era algo raro en aquella época; y he aquí que esa Palabra va a hacerse oír de nuevo, pero a ese pequeño: "Samuel, Samuel". Y esto es lo que responderá el pequeño Samuel: "Habla, Señor, tu siervo escucha" (/1S/03/01ss).

Todos los evangelistas hablan de la escucha de la palabra, pero quizá Lucas pone un matiz especial. En la conclusión de la parábola del sembrador que nos traen los tres sinópticos, Lucas se expresa así: "Lo caído en buena tierra son aquéllos que, oyendo con corazón generoso y bueno, retienen la palabra y dan fruto por la perseverancia" (/Lc/08/15). ¡Una magnífica definición del cristiano! No basta ser meros oyentes de la palabra, es preciso también dar fruto con perseverancia. "Recibir con mansedumbre la palabra injerta en vosotros capaz de salvar vuestras almas. Ponedla en práctica y no os contentéis sólo con oírla, que os engañaría; pues quien se contenta con sólo oír la palabra, sin practicarla, será semejante al varón que contempla en un espejo su rostro natural y, apenas se contempla, se va y al instante se olvida de cómo era" (/St/01/21-24). 

DABAR 1977, 43


5.

-La interpretación tradicional, que presenta a Marta y María como símbolos de la vida activa y de la vida contemplativa respectivamente, ha hecho que este pasaje sea ininteligible para muchas personas. La verdad es que, puestas así las cosas, difícilmente se puede encontrar en el relato otra cosa que no sea una descalificación tajante de la vida activa puesta en boca de Jesús. Incluso una mística tan reconocida como santa Teresa dice con su habitual gracejo, que, si todos hiciésemos como María, Jesús se quedaría sin comer. Es obvio que el sentido tiene que ser otro que tenga más coherencia con el resto del evangelio.

Además, ¿es que no fue activa la vida de Jesús? ¿No son palabras suyas que los zorros tienen madriguera fija y los pájaros nido, pero que él estaba siempre en marcha de un sitio para otro?

-Si prescindimos de viejos prejuicios en la lectura, seguramente traduciríamos la escena de otra forma. Jesús va a casa de sus amigos a charlar e intercambiar pequeñas pero emotivas noticias.

Marta se esfuerza en preparar una comida especial (algo más complicada de lo normal) porque hay huésped, lo que supone que no puede estar charlando con Jesús a pesar de lo mucho que le gustaría. Si María ayudase, acabarían antes y se podrían sentar todos para conversar. Jesús se da cuenta y le dice a Marta que no se líe, que haga cualquier cosa para comer, porque lo importante, lo mejor y lo más agradable es relacionarse en un ambiente de plena amistad. El no ha ido allí para comer, sino para estar con sus amigos. Jesús distingue entre la hostelería y la hospitalidad. A comer se va al restaurante, a convivir vamos a casa de los amigos. Si las cosas fueron así o de un modo parecido, no sólo lo entendemos y aprobamos todos, sino que seguramente hemos participado en escenas similares. Hogar no es donde vivo, sino donde me comprenden. No se descansa en una silla, sino en un amigo. El nombre de Betania tiene desde entonces para los cristianos el significado de lugar de amigos.

-Todo lo anterior no es obstáculo para que, al contemplar las prisas y los nervios de Marta, recordemos el ritmo vertiginoso y atolondrante con que se mueve nuestra sociedad y nosotros mismos como componentes de la misma. Más que vivir, parece que estemos participando en la prueba de velocidad de los 100 metros. Bebemos mucho, pero sin saborear. Vemos, hablamos y oímos tan de prisa que el gozo de vivir se nos escapa. Nos hemos convertido en turistas superficiales de nuestra propia existencia. No vivimos, nos viven.

-No disfrutamos de la vida que Dios nos da. En los ambientes de Iglesia se muestran serias reticencias a la palabra placer. Se identifica el contenido del término con abuso o desviación. Sin embargo, el disfrutar sanamente de la vida ilumina los rostros, serena el mundo interior de las personas, da optimismo y ánimo, permite maravillarse y, casi siempre hace barruntar el misterio.

Los místicos y contemplativos de todos los tiempos saben mucho de esto.

EUCARISTÍA 1989, 33


6. FE/EXODO ABRAHAN/EXODO:

-La existencia nómada: Abrahán, "el padre de todos los creyentes", como le llama Pablo, fue un hebreo, es decir, un nómada. Entre su fe ejemplar y su género de vida hay una correspondencia, una coherencia que vale la pena subrayar porque también la fe es un nomadismo espiritual. En efecto, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios vivo que sacó de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel, no ata su presencia a ningún lugar, a ningún territorio, a ningún templo, a ninguna ciudad..., como sucede con los ídolos y con los baales. Por eso Abrahán tuvo que dejar su casa, su tierra y su parentela, y todos los que creen con la fe de Abrahán lo mismo. Porque Yavé es el Dios de los nómadas y los que creen en el Dios de Abrahán, el hebreo, no tienen aquí ciudad permanente sino que buscan la ciudad futura. La fe es, por lo tanto, un éxodo, una salida, y en ningún caso un acomodo.

Es una salida de nosotros mismos: de nuestro egoísmo y de nuestros prejuicios, de nuestros dominios y de nuestras esclavitudes, de nuestro pasado...; es una trascendencia del hombre, que es siempre más que el hombre, hacia un Dios siempre mayor que marcha delante de nosotros y nos sorprende una y otra vez con su venida. Es, en consecuencia, un abandono de nuestros ídolos "peculiares" o "tribales", de lo que nosotros nos figuramos de Dios y del mundo en un momento dado, en un contexto a partir de unos intereses... y, por ende, una apertura al Otro y, así, a cualquier otro. La vida instalada en bienes y opiniones, el egoísmo y el dogmatismo, no tienen que ver nada con la fe auténtica, que es vida a la intemperie y no tiene más herencia ni cobijo que la promesa. Como Abrahán delante de su tienda: hoy aquí, mañana Dios dirá.

HOSPITALIDAD/ABRAHAN: La hospitalidad del creyente: Uno de los rasgos más sobresalientes, conocidos y alabados, de los pueblos nómadas del desierto es su exquisita hospitalidad. De la hospitalidad de Abrahán y de su profundo significado religioso nos habla hermosamente la primera lectura de este domingo: "...estaba sentado a la puerta de su tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro... y se prosternó en tierra, diciendo: "Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo..." La fe, como apertura al Otro que nos trasciende -que "pasa de largo"-, es también lo que nos dispone a recibir al Otro que nos visita. Es acogida, es hospitalidad: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn/14/23). Abrahán, el "amigo de Dios" recibe a Dios en su propia tienda. Y lo recibe en su provisionalidad, porque al recibir al mensajero y al mensaje, al recibir a Dios y a su palabra, ésta, que es siempre promesa, moviliza de nuevo la esperanza de Abrahán. Cuando Marta y María reciben a Jesús en su casa reciben también su mensaje, su evangelio, el evangelio del reinado de Dios. Y esto, la palabra de Dios es lo que importa.

Más aún, no podemos recibir a Jesús si no escuchamos su evangelio, no podemos recibir a Dios si no guardamos en nuestro corazón la palabra que nos ha dado. La fe es la verdadera hospitalidad.

El hombre abierto que sabe compartir lo que tiene y recibir lo que le falta, el hombre que no se encierra en sus trece y en su egoísmo, el hombre comprensivo y acogedor, el que practica con los otros la verdadera hospitalidad, al recibir a cualquiera de los más pequeños es a Cristo a quien recibe. Es difícil distinguir en el texto de la primera lectura entre los "tres hombres" y "el Señor", entre los mensajeros y el que los envía.

También Jesús dirá a sus discípulos: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe" (/Mt/10/40). Y es que cuando recibimos al otro de verdad, lo sepamos o no, estamos recibiendo al que es el Otro de todos nosotros. La fe es hospitalidad, pero la auténtica hospitalidad es también un acto de fe.

EUCARISTÍA 1980, 33


7. TIEMPO-LIBRE OCIO/CONSUMO:

En el horizonte de la historia amanece para el hombre una esperanza: la civilización del ocio. Los sociólogos nos presentan hoy la utopía de una sociedad en la que el hombre sea regalado con un tiempo verdaderamente libre. Un tiempo que no esté ya sometido necesariamente a la cadena de la producción y del consumo. Es decir, un tiempo que no pueda ser utilizado por la industria de la diversión para colocar los productos que a ella le interesen o que siga todavía vinculado necesariamente al trabajo en tanto le es concedido al hombre sólo como reparación de sus fuerzas. Será un tiempo liberado para la libertad, un tiempo en el que el hombre pueda pensar con su propia cabeza y sentir con su propio corazón y expresarse en una actitud auténticamente humana, creadora, haciendo de la obra de sus manos un regalo para el amigo. Será un tiempo en el que el hombre tenga tiempo también para escuchar y recibir, para la amistad y la convivencia humanizadora. Los sociólogos apuntan dos razones que apoyan esta esperanza:

En primer lugar, existe en la humanidad hoy una técnica desarrollada -automación- capaz de aliviar al hombre de sus fatigas para ganarse el pan de cada día. En segundo lugar, la misma técnica postula hoy como condición de su ulterior desarrollo una elevación de la capacidad inventiva de todos los que en ella participan, lo cual necesariamente exige un aumento del tiempo libre y un nivel más alto de formación, que ampliará el número de personas capaces de adoptar una actitud critica frente al proceso de producción.

Naturalmente, existe una defensa consciente o subconsciente de la sociedad actual frente a esa utopía de la sociedad futura. La simple posibilidad de esta civilización del ocio moviliza todas las fuerzas de nuestra sociedad y las obliga a adoptar una actitud de protesta y de esperanza. Mientras unos, conducidos por su egoísmo, se resisten a cambiar las estructuras de una sociedad capitalista que utiliza el trabajo penoso e irracional del hombre como instrumento de dominio, otras minorías más sensibilizadas y conscientes protestan contra un sistema de producción y consumo que reprime la marcha del hombre en la realización de sus más auténticas esperanzas.

La civilización del ocio es algo más que una utopía: Ella responde a la más íntima aspiración del hombre, ella descubre una nueva actitud ante la vida, profundamente arraigada en el espíritu humano. La civilización del ocio como utopía, hoy por hoy, condena ya la insensatez del hombre que se afana sin descubrir el sentido de su trabajo y de su vida y que se deja dirigir como un niño que apetece más y más las golosinas que le ofrecen los mismos que le esclavizan. La simple utopía de la civilización del ocio pone en cuestión toda aquella moral burguesa que parece haber sido elaborado precisamente para los que no pueden prescindir de las fatigas del trabajo. Aquella moral que glorifica el trabajo y que pretende hacernos creer que el hombre ha nacido para trabajar, como el ave para volar. La civilización del ocio como utopía descubre la falsedad de aquéllos que, mientras proclaman el ideal de un hombre honrado y trabajador que sale adelante con su esfuerzo, sugieren con su conducta y con su estilo de vida que el verdadero ideal es vivir de rentas, vivir sin trabajar. Es curioso como en nuestra predicación, se han ensalzado indebidamente una serie de virtudes que son típicamente burguesas, que preparan al hombre precisamente para esa integración a un sistema que le esclaviza; se habla, por ejemplo, de obediencia, sin especificar qué clase de obediencia es ésta y a quién. Se inculca el espíritu de trabajo, de paciencia, de aplicación, puntualidad, limpieza, orden..., virtudes que efectivamente podemos hallarlas en cualquier gángster en función de su trabajo criminal. ¿Por qué no se habla, en cambio, de aquellas virtudes que humanizan al hombre: del sentido de justicia y de solidaridad, de la sinceridad, del espíritu de iniciativa, del espíritu crítico, de la libertad liberada, de la espontaneidad...? En el Evangelio de hoy, Jesús adopta una actitud frente al trabajo y a los bienes de este mundo muy distinta de la que trata de inculcarnos esta moral burguesa. Allí está Marta, un ama de casa que se afana por preparar la mesa, y María, que está sentada a los pies del Maestro. Marta se queja de la actitud de su hermana: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude". Pero el Señor responde: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada". Esta actitud de Cristo, que relativiza el trabajo del hombre y la preocupación por los bienes materiales, la encontramos ya, también, en San Lucas, en la primera tentación de Jesús en el desierto: "No sólo de pan vive el hombre", responde Cristo al tentador. Jesús relativiza el trabajo del hombre y el valor de las cosas materiales, no porque esto no sea necesario, sino porque no es lo único necesario, ni lo más importante. Por otra parte, aprovecha cualquier ocasión para despertar en el hombre una actitud distinta en su trabajo y frente a las cosas que manipula. Las realidades terrenas son para Cristo algo más que materiales para la producción, tienen un valor simbólico y, así, están al servicio de la comunicación y del anuncio de lo único necesario, que es el Reino de Dios. Por ejemplo cuando pide un vaso de agua a la samaritana Jesús se remonta para hablarle del agua viva.

Ahora, Jesús quiere hacerle ver a Marta que la mejor acogida es la acogida de su servicio -y su servicio es dar testimonio del Reino, (Jn. 18,37)- y que por encima de una buena mesa está una buena conversación. Jesús es la Palabra, y es mejor la acogida de María que escucha. Más allá de las fatigas de la vida que nos proporcionan el pan material, es preciso encontrar un tiempo para la escucha, un tiempo de ocio. Esto es, un tiempo libre para los amigos, tiempo libre para descubrir las más intimas aspiraciones y la vocación más profunda, tiempo libre para escuchar la Buena Noticia y celebrar la salvación de Dios. FIESTA-CRISTIANA La fiesta cristiana debe ser aquel punto de apoyo más allá de nuestras fatigas que nos levante el ánimo en nuestro trabajo cotidiano y aquel ámbito en donde se descubra el sentido de todo lo que hacemos. No estamos aún en la civilización del ocio, pero la actitud que se descubre a la luz de esta utopía, es una actitud profundamente humana y cristiana. Sólo en la medida en que desarrollemos esta actitud, nuestra vida quedará llena de sentido.

EUCARISTÍA 1971, 43


8. PD/ESCUCHA 

La carta a los Hebreos, desarrollando una catequesis abundantemente inspirada en el Antiguo Testamento, da esta enseñanza: "Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles"

(/Hb/13/01s). Así expresa el autor su comprensión, inspirada en comentarios anteriormente redactados por los rabinos, de la anécdota que se cuenta en el Génesis y que este domingo sirve de 1ª lectura.

El autor de la carta paulina era, pues, sensible a la hospitalidad que él veía practicada por Abraham. Hospitalidad generosa, ciertamente: la espontaneidad de Abraham que "corre" al encuentro de los visitantes cuando éstos se presentan en su casa "en lo más caluroso del día", su deferencia para con los inesperados huéspedes -"Señor, si he alcanzado tu favor..."-, su solicitud en organizar todas las atenciones, la abundancia del banquete preparado, son signos de una generosidad acogedora, cosa de la que nuestro moderno Occidente apenas sabe más que hablar.

El comentario paulino muestra su interés por el hecho de que, creyendo recibir a unos pasajeros corrientes, el patriarca ofrece hospitalidad a personas que son enviados de Dios, que son la presencia misma de Dios en medio de su tienda. Presencia maravillosa que dejará huellas de la mayor generosidad recompensando a Abraham por su servicialidad. ¿Sería oportuno comentar el evangelio de este domingo siguiendo el tema de la hospitalidad, y de una hospitalidad magníficamente recompensada por el don de Dios? Tal vez, aun cuando pueda preguntarse cuál de las dos hermanas testifica el sentido más sutil de la acogida a un huésped que va de paso. Marta, que se afana en los "múltiples cuidados del servicio", al modo de Abraham, merece una estimación poco alentadora; no es ella la alabada, sino María. ¿Hay, pues, que tomar a esta última como modelo de acogida fraterna al extranjero, ella cuya única preocupación consiste en sentarse a los pies del visitante y escuchar su palabra? El modelo tiene pocas posibilidades de convencer.

Es indudable -y es este el punto más interesante de comparación con el Génesis- que las dos hermanas, Marta y María, hospitalarias sin lugar a duda, abren su casa a un huésped que va de paso. Recompensa maravillosa: el huésped que va de paso es "el Señor" (V.39). Una de las hospederas está como conmocionada por su palabra, "la palabra del Señor". "No os olvidéis, pues, de la hospitalidad", puede decirse todavía a los cristianos de hoy día, recordando la carta a los Hebreos; "gracias a ella algunos, como Marta y María, hospedaron al Señor".

Pero la presencia de Jesús bajo un techo acogedor en el que su palabra encuentra unos oídos atentos, proporciona al evangelista la ocasión de una reflexión que va más allá del tema de la hospitalidad. Se presenta la anécdota como una meditación sobre el tema de la palabra de Jesús, o mejor, sobre la escucha de la palabra de Jesús.

Para comprender su sentido, es preciso recordar el contexto en que es referida la anécdota. Este contexto va, al menos, del v. 25 hasta el final de nuestro pasaje, v. 42. Según vimos anteriormente, todo empezó con la pregunta del escriba preocupado por "heredar la vida eterna". Jesús le remite a la lectura de la Ley, cuya enseñanza, sin embargo, precisa él con su propio comentario que fija la exacta dimensión del prójimo al que hay que amar.

La conversación acaba con una invitación a imitar al Buen Samaritano. Gracias a Jesús, pues, la enseñanza de la Ley queda completa, de forma que el que ha escuchado la palabra de Jesús sabe en adelante "lo que hay que hacer para heredar la vida eterna". Viene entonces la anécdota de la que son heroínas Marta y María. Su comportamiento ante Jesús es diverso. A una le parece primordial la escucha de la palabra de Jesús. Se comprende que tras la reflexión propuesta al escriba, Jesús no dude en alentar esa actitud: ¿no lleva esta escucha de su palabra a encontrar el camino de la vida? Por el contrario, a su hermana, que considera preferibles otras ocupaciones a la que lleva a encontrar la vida, Jesús le hace discretamente caer en la cuenta de la torpeza en su elección.

La finalidad de este breve relato es, pues, recordar a los cristianos la necesidad de una atenta escucha de aquel que es "el Señor". Este título dado aquí a Jesús, inesperado, viene a testimoniar el verdadero destino del párrafo. El texto recuerda a los cristianos preocupados, en tiempos de san Lucas lo mismo que en otros, por innumerables y necesarios servicios, cuál es el gesto prioritario: escuchar la palabra del Señor. Más adelante, hacia la mitad del capítulo siguiente, la necesidad de este gesto prioritario se recuerda con tal insistencia que se transforma en una bienaventuranza: "Dichosos los que oyen la Palabra... (11, 28).

Escuchar la palabra del Señor no excluye todas las demás ocupaciones, pero sí deber ser lo primero. De esa especie de jerarquía que Jesús establece entre ambas actividades, ¿hemos de concluir que las ve más o menos en conflicto? No. Sería preferible concluir que Jesús las ve orgánicamente religadas entre sí. Prueba de ello es la organización del relato precedente (vv. 25-27); ¿cómo hubiera podido saber el escriba, cómo puede en adelante saber cualquier cristiano en qué ha de consistir, hasta dónde debe llegar el necesario amor al prójimo, sin una escucha atenta de la palabra de Jesús, palabra del Señor? Sólo la escucha de esta palabra funda la fe del cristiano; sólo ella orienta auténticamente y sólo ella estimula con eficacia su caridad.

Los cristianos de hoy están en vías de redescubrir ese papel fundamental de la Palabra. Estimulante indicio de un futuro en el que cada uno sabrá tanto mejor "amar al Señor con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su ser, y amar al prójimo como a sí mismo", cuanto más dócilmente haya "escuchado la palabra del Señor". De este modo, "la parábola del Samaritano muestra a qué consecuencias concretas es conducido el discípulo que escucha la palabra del Señor, que escucha la palabra de Dios y la guarda, como dice otro texto (11, 28). Si la oración puede definirse como el eco contemplativo y laudante que provoca la escucha de la Palabra y si esta escucha lleva al amor al prójimo, ya se ve la continuidad que Lucas descubre entre los diversos aspectos del comportamiento cristiano: la Palabra, una vez oída, suscita sentimientos de alabanza, de agradecimiento que, lejos de quedar en platónicos, van hasta la práctica efectiva del amor al prójimo. Escucha de la Palabra, contemplación, alabanza, caridad fraterna: son actividades distintas pero unidas".

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 208