COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Col 01, 24-28

 

1.FE/VIDA-DOCTRINA

En la segunda parte de este capítulo primero se expone el ministerio del apóstol. Podemos decir simplemente del ministerio paulino, aun teniendo en cuenta las dudas sobre la autenticidad del escrito.

El Apóstol ha recibido la misión de anunciar el misterio de Cristo. Misterio expuesto sintéticamente al comienzo del mismo capítulo en himno cristológico. Misterio revelado en los últimos tiempos.

Pero es conveniente entender bien esta revelación. No se trata de un mero y puro conocimiento, como si el simple saber fuera lo principal. Una especie de satisfacción de curiosidades. No. El misterio de Cristo se ha revelado para que nosotros tengamos esperanza, para que vivamos de otra manera, con un sentido, distinto y una conducta diferente de lo que sería si esta revelación no hubiese tenido lugar.

Por eso se mezclan temas de conocimiento con los de mayor sentido, exhortación a prácticas concretas (v.28). Porque el cristianismo no consiste principalmente en una doctrina, sino en una vida. Ciertamente se ha dado, y se da, gran importancia a lo cognoscitivo, intelectual, etc. Pero ello es un medio para otra cosa mucho más global y abarcante de todas las dimensiones del ser humano.

Conviene no caer en la trampa del gnosticismo. Y eso no es sólo cuestión pasada, de los primeros siglos. También hoy acecha ese peligro. Hay mucho esoterismo y nuestra tradición, en particular la española, tiende a dar más importancia a la ortodoxia que a la ortopraxis.

F. PASTOR
DABAR 1989, 38


2.

La evangelización, el servicio al evangelio, es para Pablo causa de grandes padecimientos. En 2 Cor 11, 23-33 hace una impresionante enumeración de estos padecimientos. Esta misma carta a los colosenses la escribe desde la cárcel (4,3). Todo esto son "los dolores de Cristo", lo que faltaba todavía y ahora completa el apóstol en su propia carne. Pablo no se refiere a la pasión redentora de Cristo en su sentido más estricto, ya que la muerte en la cruz es más que suficiente para nuestra redención del pecado, y Jesús no tiene que volver a morir. Pero la salvación realizada en Cristo ha de ser anunciada y, en este sentido, las tribulaciones que van unidas a la predicación del evangelio pertenecen a los "dolores de Cristo" o por la causa de Cristo. Jesús cargó ya, durante su vida, con estas tribulaciones propias de su misión, pero de forma limitada por el tiempo y lugar de su actividad evangelizadora: al encomendar su misión a los apóstoles y los que predican el evangelio hasta nuestros días y hasta el fin del mundo. Como escribe Pablo en otro lugar: "Llevamos en el cuerpo, siempre y por todas partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos" (/2Co/04/10).

Pablo, a pesar de todas las dificultades, continúa fiel a la misión de anunciar a todos el mensaje completo. El está en la cárcel, pero "el evangelio no está encadenado". Sus cartas llegan a donde no puede llegar con sus pies. Su servicio es también, e inseparablemente, un servicio a la iglesia. Es "ministro de la Iglesia", no una dignidad dentro de su escalafón, sino un servidor de la comunidad de los creyentes.

El contenido del evangelio es una inmensa riqueza y descubre al pueblo santo la misma intimidad de Dios. El contenido del evangelio es el misterio de Cristo, que ha llegado a ser para las gentes "la esperanza de la gloria". Los que en otro tiempo vivían sin esperanza (Ef 2, 12), son ahora "herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rom 8, 17).

Dios quiere que todos los hombres se salven. Por eso Pablo se esfuerza para que el mensaje completo, la enseñanza y la sabiduría lleguen a todos, y todos alcancen su edad adulta en una vida completamente cristiana (cf. Ef 4,13).

EUCARISTÍA 1989, 33


3. SFT/COMUNIÓN-J  CZ/CONOCIMIENTO

Pablo aporta aquí una reflexión bastante original sobre el tema del sufrimiento. El apóstol no revela este misterio por su predicación, sino además por la prueba inseparable de su ministerio. Hay otra idea igualmente propia del pasaje de los colosenses: la de la riqueza (v. 27) y sin duda no es la casualidad la que ha reunido en este pasaje, en una especie de antítesis, el sufrimiento y la riqueza, la pobreza y la gloria.

No parece que Pablo trate de completar "lo que falta" a la prueba de Cristo (v. 24), como se dice en la mayor parte de las traducciones. Quiere, más bien, comulgar con la indigencia (hasterema) angustiada (thlipsis) de Cristo: dos palabras sacadas del vocabulario de los pobres de Yahvé (Sal 33/34, 7, 17-20; Sal 43/44, 23-25). El apóstol tiene delante de sus ojos el misterio de la cruz: antes de hablar de las riquezas insospechadas del Cristo resucitado, recuerda la fuente de estas: la pobreza y las angustias del Calvario (cf. 2 Cor 8, 9; 13, 4; Fil 2, 5-8).

Encargado de proclamar la salvación por la cruz, el apóstol debe, de la misma manera, vivir este misterio. Experimenta entonces en su cuerpo la debilidad y la pobreza de la cruz, para que se desplieguen en él el poder y la riqueza de la resurrección y que así su predicación sea más creíble (2 Cor 13, 3-4; 4, 6-12).

La carta a los efesios (Ef 3, 5) volverá discretamente sobre este tema cuando Pablo recuerde que la proclamación de las "riquezas" del plan de Dios ha sido confiada al más "ínfimo" de los apóstoles.

Cabe preguntarse si esta reflexión no será el comentario paulino de la enseñanza de Cristo al anunciar a sus apóstoles y discípulos que su pobreza merecerá el céntuplo (Mc 10, 21, 28-31).

Puesto que Cristo ha revelado la riqueza de Dios en la pobreza de la cruz, el apóstol aparece como un jarro de arcilla que contiene los más ricos tesoros.

Frente al sufrimiento, la actitud "religiosa" espontánea nos separa del mundo y nos liga a un Dios del más allá, único capaz de poner fin a las pruebas. No es de esta religión de la que Pablo habla. A sus ojos, el sufrimiento es santo porque Dios lo ha vivido insertándose en nuestro mundo, porque Cristo no ha encontrado en nuestro mundo nada más que la prueba silenciosa para manifestar el rostro de Dios. Pablo sabe que la prueba forma el rostro del hombre a imagen de Dios. Basta entonces vivir las condiciones de la existencia, tratar de realizar nuestra libertad, llegar hasta el final de nuestra acción para encontrar, al mismo tiempo que el sufrimiento, la certidumbre de la presencia de Dios.

Así es el misterio del sufrimiento a los ojos del creyente: no ya el trampolín para un más allá, ni la ocasión de un resignación masoquista, sino la certeza secreta de una comunión simultánea con el mundo y con Dios en Jesucristo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 182


5.

El misterio a que hace referencia esta lectura es el expuesto el domingo anterior: el significado de Cristo para toda la creación.

Esto se afirma con diversas fórmulas, como por ejemplo la de "esperanza de la gloria". Pero esta esperanza entronca con toda la historia, tal como se veía en Col. 1, 15-20. Pablo ha recibido esta revelación, que es la culminación de todas las revelaciones, vg. la del Génesis de la primera lectura. Es también la única cosa necesaria de que habla el evangelio de hoy.

Téngase en cuenta únicamente que esta realidad escondida no comienza a existir solamente desde que es conocida por nosotros, sino ya está presente y actuante aun antes de este conocimiento.

Debemos tener cuidado de no conceder a nuestra actividad cognoscitiva más importancia de la que tiene. Las cosas son como son porque han sido creadas a imagen y semejanza de Cristo. Y lo son así desde siempre. El conocer este carácter cristológico y cristocéntrico de la creación no hace que comience a existir.

Ahora bien, saberlo, ser conscientes de él por medio de la predicación paulina y apostólica ayuda a vivirlo mejor.

La aportación específica paulina, en opinión de muchos, es precisamente haber puesto de manifiesto esta potencia crística latente en la creación, la historia y el mundo. Hacer ver cómo la salvación total está en el mundo por Cristo desde el comienzo, en previsión -diríase- de la Encarnación. Pero como en Dios no hay tiempo hay que prescindir de estas formas de hablar cuando nos referimos a El. Así, pues, todo es realmente gracia.

DABAR 1980, 40


6.ENC/PARTICIPACION:

La presencia y la acción de Dios en la humanidad por mediación de Cristo es la primera etapa, la condición indispensable para la presencia y la acción de Dios en el mundo mediante Cristo. Y esto depende de nosotros.

Sin nuestra colaboración, la Encarnación permanece inacabada («Yo completo en mi carne...», Col. I, 24). En efecto, el Hijo de Dios se hizo hombre, penetró en la naturaleza humana, introdujo la cuña, abrió la brecha: la divinidad irrumpió en la humanidad. Pero Cristo no pudo abrazar la totalidad de la condición humana; el carácter necesariamente concreto de su humanización le imponía unos límites estrictos. Cristo no fue padre de familia, y todavía menos madre de familia; tampoco llegó a la ancianidad; él no fue un compendio de todas las actividades humanas y, por consiguiente, no fue un intelectual, ni un jefe de empresa, ni un político... Son innumerables los aspectos hacia los que debe prolongarse la Encarnación iniciada en Cristo; y esto es lo que depende de todos nosotros. Así pues, hasta tanto que la Encarnación no se haya realizado en mí, permanece incompleta; le falta precisamente esto: que yo forme parte de ella. Es una tautología. Oración: Invitación a la plegaria para que cada cual tome conciencia de esta nuestra elección personal: aportar a la Encarnación una prolongación, un perfeccionamiento que nadie más que nosotros puede realizar. Recogimiento en silencio; después, oración del celebrante, por ejemplo en estos términos: «Haced, Señor, que ayudados por la fe comprendamos el papel tan importante que os habéis dignado encomendarnos para la plena realización de la Encarnación de vuestro Hijo, y que nuestra docilidad a vuestra gracia nos facilite el cumplimiento de esta gran misión. Os lo pedimos por el mismo Jesucristo Nuestro Señor».

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 57


7.

-El misterio escondido y revelado (Col 1, 24-28)

S. Pablo nos introduce aquí en una terminología a la que no estamos muy habituados. Para nosotros, misterio es lo oculto, lo que no podemos ni ver ni comprender. De hecho, cuando nos referimos a cosas religiosas, tendemos a incluirlas entre lo que llamamos "misterios". Así, cuando oímos hablar de los "misterios de Cristo", tendemos a entender estas palabras aplicándolas a algunos aspectos de Cristo que no podemos comprender fácilmente, como por ejemplo el de la presencia real eucarística. Pero en S. Pablo y en su lenguaje teológico, misterio es todo lo contrario. Se trata del plan de Dios, oculto desde antiguo y que ahora nos ha sido revelado para que en el futuro podamos participar en él. En última instancia el misterio es Cristo mismo, presente entre nosotros y esperanza de la gloria.

Cuando S. Pablo escribe esta carta está en prisión. Pero sus sufrimientos no le quitan la alegría porque los soporta por la Iglesia. No se trata de una actitud moral, sino que la sobrepasa. No hay duda de que los sufrimientos de Cristo son eficaces y, en sí mismos, nada necesitan para ser completados. Pero el Cuerpo de Cristo está inacabado, está en continua construcción; en lo que S. Pablo participa con sus sufrimientos es en los sufrimientos de Cristo en cuanto esparcidos por su Cuerpo que es la Iglesia. La Iglesia se dedica por completo a realizar más y más plenamente el plan de Dios. S. Pablo, como ministro elegido por Dios, está vinculado íntimamente a este trabajo de construcción que completa lo que falta a la pasión de Cristo, es decir, la construcción de su Iglesia. Su ministerio en relación con esa construcción es doble: ministerio del sufrimiento y ministerio del anuncio del Evangelio.

El misterio, oculto desde antiguo y revelado ahora en la persona de Jesucristo, trabaja actualmente al mundo y lo conduce a su perfección. Es el objetivo de todo apostolado: llevar al hombre a su perfección en Cristo, es decir, llevarle a un equilibrio que le permita llevar, en Cristo, el sufrimiento en favor del crecimiento de la Iglesia.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 152

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