28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
8-14


8. RD/REINO-CIELOS:

-El reinado de Dios: Jesús comenzó a predicar en Galilea diciendo que se aproxima el reinado de Dios, y esto, el reinado, constituye, como todos sabemos, el contenido central de su evangelio. Pero ¿qué es el reinado de Dios? Mateo utiliza con frecuencia la expresión "reino de los cielos", que sugiere en principio una realidad espacial. Pero los "cielos" no deben entenderse en este caso como el lugar donde sólo Dios reina, a diferencia de la tierra que ha entregado al dominio de los hombres. De ser así no tendría sentido proclamar que se aproxima el reino de los cielos, ya que se trataría más bien del lugar a donde tendríamos que ir. Mateo, siguiendo la costumbre de los judíos que evitaban por respeto pronunciar el santo nombre de Dios, lo sustituye con otra palabra, de modo que "reino de los cielos" significa lo mismo que "reino de Dios". Pero la expresión más conveniente para comprender lo que quiere decirnos Jesús es la de "reinado de Dios", en la que desaparece toda connotación espacial y se subraya el aspecto dinámico.

En efecto, cuando Jesús quiere explicar al pueblo el misterio del reinado de Dios recurre siempre a una historieta. No lo compara a una cosa, que se tiene o no se tiene en absoluto; ni a un lugar, en el que se está o no se está en absoluto. Lo compara a un suceso, y por eso lo explica con un relato, como podemos ver en la parábola del presente domingo: "El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía..." Por lo tanto, para Jesús, el reinado de Dios es algo que comienza, prosigue y termina alcanzando su plenitud. El reinado de Dios, si bien ha comenzado ya en Jesucristo y por Jesucristo, todavía está por ver y por venir en lo que respecta a todos nosotros de modo que nadie puede decir que ya está definitivamente en el reinado de Dios; pero, por otra parte, hasta que todo se cumpla tampoco hay nadie absolutamente excluido de ese reinado.

-Entre el ya y el todavía no: Esta situación del reinado de Dios, que se mueve entre el ya y el todavía no, aparece claramente en la parábola del trigo y la cizaña y en aquella otra de la red barredera que recoge peces grandes y pequeños, la cosecha, la separación de la paja y el trigo -o del trigo y la cizaña- y la selección de los peces después de faenar con las redes en el mar, aluden al juicio final, al día del Señor de la historia, al día en el que el reinado de Dios será por fin una espléndida realidad consumada y manifestada en toda su gloria. Pero, mientras llega ese día, no es lícito a los hombres anticipar el juicio como si ellos estuvieran ya en posesión de la verdad.

El reinado de Dios ha comenzado en este mundo con la semilla del evangelio. La palabra de Dios, que es promesa, ha puesto en trance de esperanza a los que la escuchan con fe. En cierto modo, la creación entera está en dolores de parto y en los lugares más insospechados se está gestando el reinado de Dios. Pero en este mundo hay otras semillas. También dentro de la iglesia, que no debe confundirse con el reinado de Dios, crece la cizaña junto con el trigo.

-"Dejadlos crecer juntos hasta la siega": La cizaña y el trigo, mientras crecen, apenas se distinguen. De ahí el peligro de escardar los campos, pues se puede arrancar lo uno por lo otro.

Sin embargo, los criados de la parábola, dando señales de intolerancia, apenas empieza a formarse la espiga ya quieren hacer una limpieza de la sementera. La enseñanza de Jesús está muy clara: "Dejadlos crecer juntos". No es lícito juzgar a nadie antes de tiempo, el juicio está en las manos de Dios y mientras dura la historia todo está todavía "sub judice". Convertir el mundo en una película de buenos y malos, pretender que nosotros tenemos toda la verdad y nada más que la verdad, y los otros están en el error y en el pecado, contradice el espíritu de Cristo y la tolerancia del evangelio.

Debemos ser conscientes, por otra parte, de que la mezcla del trigo y la cizaña no se realiza solamente en el espacio de la comunidad, sino también en cada uno de nosotros. El bien y el mal están muy repartidos. Esto tiene sus consecuencias. Si es verdad que no debemos juzgar a los otros, no lo es menos que cada cual debe cuidar su propio campo y someterlo constantemente a examen y a limpieza con la ayuda de la palabra de Dios. En la medida en que cada uno de nosotros seamos más críticos y responsables con nosotros mismos, seremos más comprensivos con la conducta de los demás.

EUCARISTÍA 1981/34


9. RD/CRECIMIENTO: LA PACIENCIA DE LA JUSTICIA DE DIOS

-La justicia que salva (Mt 13, 24-43)

El pasaje del Evangelio de S. Mateo que proclamamos hoy, es denso y nos invita a recorrer varios caminos. En primer lugar debemos reflexionar sobre el conjunto de estos versículos; luego, guiados por el tema principal de la primera lectura, centraremos nuestro comentario sobre el objetivo preciso de nuestra meditación de hoy.

Se constata fácilmente que S. Mateo, como suele hacer frecuentemente, toma a S. Marcos como fuente y le recopila y sintetiza con libertad. Reagrupa diversas parábolas que están todas unidas por un significado semejante: el juicio final, cuando el Reino haya llegado a su madurez. Al final de este pasaje del Evangelio, como ya lo hemos constatado en otras ocasiones, encontramos una breve explicación del uso que Cristo hace de las parábolas y el comentario que el mismo Jesús hace para sus discípulos de la parábola de la cizaña. Pero este conjunto tan rico no debe dispersarnos. No se trata de que nos lancemos a un estudio sobre el por qué del uso de las parábolas por Cristo, ni tampoco de estudiar el género literario de las parábolas. La lectura del Antiguo Testamento nos indica con claridad qué es lo que, sobre todo, debe retener y centrar nuestra atención: la larga paciencia de Dios, su juicio indulgente, el don de la conversión para quienes han pecado.

La parábola de la cizaña ocupa el puesto central. El comentario nos lo da el mismo Jesús. Pero la explicación se complementa en las otras dos parábolas, de las cuales una expresa en qué consiste el crecimiento del Reino, semejante a un grano de mostaza que es la más pequeña de las semillas y sin embargo se convierte en un árbol grande, y la otra muestra el Reino mediante la comparación con la levadura que hace que fermente la masa.

Si Jesús se expresa en parábolas es para realizar lo que decía el Profeta: "Hablaré en parábolas y proclamaré las cosas ocultas desde los orígenes". En realidad no es posible identificar a qué profeta alude S. Mateo, pero encontramos este texto en el salmo 78, 2: "Voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado". Las "cosas ocultas" desde los orígenes, sonn sin duda los misterios del Reino que solamente se revelan a los discípulos.

Las dos parábolas sobre el Reino subrayan sobre todo el lento trabajo de crecimiento del Reino de los cielos. Podría decirse: el inexorable crecimiento del Reino en el que no interviene el hombre. El poder de Dios es el único que ha creado todas las cosas y está sustentando este crecimiento que nadie puede detener; mientras, los hombres viven practicando la justicia o inspirados por el mal. Pero el Reino continúa creciendo, animado por la levadura de Dios, hasta que llegue a la madurez. Se adivina, bajo estas dos parábolas descriptivas del Reino, la larga paciencia creadora de Dios que se encamina al perfeccionamiento de su obra, el plan de salvación concebido desde toda la eternidad en beneficio del hombre.

Esta paciencia vigilante se pone de relieve en la parábola de la cizaña que es el centro del Evangelio de hoy.

El campo ha sido sembrado de buen trigo. El Hijo del hombre ha sembrado en el mundo a los hijos del Reino. Por la noche viene el enemigo; Satanás siembra la cizaña. Y en el mundo se produce la confusión, buenos y malos crecen juntos. A las miradas superficiales se les hace a veces difícil no someter a Dios a juicio: ¿Cómo deja crecer también al mal? A veces parece que los malos están más al resguardo en su vida material que los buenos. Es un problema que se suscita todos los días y no sólo entre las gentes sencillas. Dios deja hacer. Deja crecer a los que El mismo ha sembrado, a sus hijos de adopción, a los que ha dado la gracia bautismal, a los que el Espíritu ha transformado en imagénes de su Hijo. Les deja crecer al mismo tiempo que deja que crezca tambien la cizaña que El no ha sembrado, que es imposible que El haya sembrado. Y espera pacientemente. El mundo tiene que recorrer su propio camino y Dios le deja seguirlo. Espera el tiempo de la cosecha; las cosas están tan mezcladas en la vida del mundo que es mejor no intervenir demasiado pronto para no machacar lo que todavía vive. Pero el Reino no deja de crecer como el grano de mostaza, como la masa en la que la levadura está actuando. El Señor aguarda a que todo llegue a su madurez.

Cuando S. Mateo escribe esto no hace caso omiso del estado de la comunidad que tiene bajo su responsabilidad. Ve que crece como el grano de mostaza, muy pequeño, pero que se convierte en árbol; cae en la cuenta de que la levadura está en la masa, pero tampoco ignora que la cizaña está mezclada con el buen trigo. Sin duda alguna, como en nuestros días, esto era un problema para sus fieles y no era sencillo calmar sus inquietudes y reanimar la fe en la Providencia de Dios. El objetivo del Evangelista es mostrar la dinámica del Reino, a pesar de los enemigos, a pesar de los pecados y, al mismo tiempo, ayudar a su comunidad a reflexionar sobre sus responsabilidades mientras espera el día de la cosecha.

-Tú juzgas con indulgencia (Sab 12, 13.16-19)

El amor de Dios a los hombres que ha creado, es un tema de los más corrientes en el Antiguo Testamento. La Historia de la salvación que nosotros podemos leer paso a paso sabiendo que todavía continúa y que nosotros mismos la continuamos, es prueba de este amor de Dios para con nosotros.

El texto que hoy leemos medita sobre la justicia de Dios. La considera a través de la historia. Y ve esta historia como una larga concatenación de las gestas misericordiosas del Señor que conduce a Israel. La justicia de Dios a través de la historia se muestra como totalmente distinta de la justicia de los hombres, muy distinta de la justicia del derecho. Dios cuida de todas las cosas y ya esto es un modo de demostrar que establece sus juicios con conocimiento de causa. Porque en el origen de su justicia está su fuerza; pero su señorío sobre todas las cosas le hace paciente con todas ellas. Dios tiene tiempo. El hombre, por el contrario, porque no tiene más que un poder limitado, reprime a los que se le oponen. Sólo Dios que lo ha creado todo y del que nadie puede escapar, es capaz de tener paciencia y juzgar indulgentemente. Hay una frase que proporciona a este texto evangélico una luz brillante: Has dado a tus hijos una maravillosa esperanza: que a los que han pecado les concedes la conversión".

El salmo 85 canta esta misericordia del Señor:

Mas Tú, Señor, Dios clemente y compasivo,
tardo a la cólera, lleno de amor y lealtad,
¡vuélvete a mí, ten compasión de mí!

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 70 ss.


10.

Si miramos a nuestra sociedad contemporánea, sacamos rápidamente la impresión de un total fracaso: un mundo dividido en bloques antagónicos y abocado al aniquilamiento por la posibilidad de una guerra nuclear en la que no habría ni vencedores ni vencidos; unas desigualdades de bienes materiales que hunde en el hambre más espantosa -hasta la muerte- cada vez a mas millones de seres humanos; unos gastos para matar que, bien empleados, harían posible una vida digna para todos...

Parece que nadie duda de la crisis en que se encuentra la familia. Los que se dedican a tareas sociales con honradez, sean sindicales o cívicas, experimentan cada día las dificultades: la escasa colaboración, el indiferentismo.

¿Y la Iglesia?... A nivel de nuestra comunidad, vemos cómo la mayoría de los jóvenes que han crecido entre nosotros se desentienden de la fe y del compromiso con la sociedad y son superficiales; los adultos no acabamos de comprometernos y el ambiente que nos rodea deja mucho que desear. Y nuestro propio camino personal de lucha contra nuestros defectos e infidelidades...

Es verdad que están surgiendo grupos de no-violencia, de defensa del medio ambiente, de objeción al servicio militar, comunidades cristianas enraizadas en el pueblo...; pero ¡son tan pequeños y escasos! Parece que no hay nada que hacer.

Sin embargo, las parábolas nos dicen que, a pesar de todas las apariencias, el reino de Dios crece, que la humanidad camina hacia adelante. Un reino -todo lo bueno y noble- que se presenta en nuestro mundo como algo pequeño, débil, aparentemente ineficaz dentro de la estructura humana, pero llevando en sí mismo la posibilidad de transformar la sociedad en lo que Dios siempre quiso que fuera: una fraternidad universal sin privilegios de ningún tipo para nadie.

Los hombres venimos a la vida como una semilla; todo lo que podemos llegar a ser lo hemos recibido como en embrión. Lo importante es ser buena tierra para que pueda germinar, crecer y desarrollarse. Muchas veces somos nosotros mismos quienes impedimos el crecimiento de nuestra personalidad, alienados por tantos reclamos que piden nuestra adhesión y que nos incapacitan para ser lo que debemos ser. Miles de posibilidades de nuestro yo quedan ocultas y sin explotar. ¿Será verdad que vivimos a un diez por ciento de nuestras posibilidades humanas? El reino de Dios y la humanidad son también como una semilla llamada a crecer y a desarrollarse sin límites. Un reino y una humanidad que tienen un ritmo de desarrollo propio, que tenemos que respetar y empujar, como lo tiene la semilla al germinar, como lo tiene la vida misma.

Vamos a desarrollar ahora cuatro parábolas del reino: trigo y cizaña (que nos transmite sólo Mateo), grano de mostaza (los tres sinópticos), levadura (Mateo y Lucas) y el grano que germina solo (Marcos). Con ellas intentan los evangelistas explicarnos a los creyentes de todos los tiempos y lugares la situación constante de la Iglesia y de la humanidad. Parece que el mensaje evangélico no consigue eliminar el mal del mundo y que el triunfo de Jesús no se hace presente por ninguna parte. El número de verdaderos seguidores es insignificante y su influjo cada vez más reducido.

Perseguida y aburguesada, la Iglesia no supera las dificultades. Da la impresión de que el mal supera con creces al bien. Las parábolas pretenden indicarnos que la implantación del reino de Dios sigue métodos diferentes a los empleados por los hombres.

No elimina a los adversarios, como procuran hacer los hombres...

1. Parábola del trigo y de la cizaña

Terminado el aparte con sus discípulos para explicarles el significado de la parábola del sembrador, vuelve Jesús a dirigirse a sus oyentes en parábolas. En esta primera debemos distinguir el pensamiento propio de Jesús y las interpretaciones posteriores.

Mateo ha transformado en alegoría lo que en el pensamiento de Jesús no era más que una parábola global. La paciencia de Jesús con los dirigentes religiosos y con las turbas tiene inquietos a los discípulos. Mateo elabora, con esta parábola convertida en alegoría, un breve tratado de escatología para explicar la distinta suerte futura de los seguidores fieles de Jesús y de sus detractores.

Esta parábola refleja la situación de la humanidad con un criterio realista y maduro: la historia humana está tejida de luces y de sombras, de bien y de mal; Dios no parece que tenga prisa en condenar nada ni a nadie; nosotros siempre estamos dispuestos. Es evidente que existe un principio de muerte en el mundo que provoca los odios, las guerras, la inmoralidad..., y otro de vida, cuyo fruto más importante es el amor. Comprender la realidad social tal como es debe ser el punto de partida de toda comunidad cristiana. Nadie tiene derecho a situarse en el bando de los buenos, despreciando o condenando a los demás. Es un juicio que pertenece a Dios y que esta más allá de la historia. Además, ¿no somos cada uno de nosotros una mezcla de bien y de mal, de trigo y de cizaña? En nuestro interior existen dos fuerzas antagónicas (Rom 7,18-25): la del bien y la del mal, la del amor y la del odio... Pretender arrancar de nosotros este principio de muerte es imposible: perderíamos nuestra condición humana. La escena que representa la parábola es totalmente real. Entre el trigo y la cizaña hay gran semejanza mientras son hierbas. Se diferencian al crecer.

La presencia de malas hierbas en un campo es cosa normal. Lo curioso de la parábola es que su existencia se atribuya a un enemigo, también sembrador, que actúa clandestinamente -"mientras la gente dormía"-. Parece que quiere indicarnos que el mal penetra en el hombre cuando éste está distraído, ocupado en otras cosas; nunca se presenta directamente como es.

El amo prefiere que crezcan juntos el trigo y la cizaña. Al tener la cizaña fuertes raíces, entrelazadas con las del trigo, arrancarla perjudicaría al trigo. De todas las formas, el trigo será perjudicado. Es muy difícil eliminar lo malo sin daño de lo bueno.

En el reino -en la vida- hay que tolerar la presencia de lo malo -en nosotros y en los demás-, lo mismo que Dios lo permite en la creación, respetando la libertad humana. Hasta la cosecha hay que tener paciencia. La cizaña se manifiesta cuando el trigo da fruto; el mal sale a flote cuando es desenmascarado por el bien. En un mundo egoísta todo está tranquilo hasta que surge un hombre desprendido, que pone en evidencia su falsedad: obliga a elegir entre destruir al testigo molesto de la forma que sea, o cambiar de vida. Lo fácil, y lo que solemos hacer, es lo primero.

La visión que nos da Jesús en esta parábola corrige la postura del judaísmo, presentada también por Juan Bautista, de un juicio inmediato y definitivo; también la idea de los fariseos de separar a los impuros. El juicio de Dios no se realizará en la época histórica del reino, como quieren los criados de la parábola.

La parábola tiene una enseñanza central: de la misma manera que el trigo coexiste con la cizaña hasta la hora de la cosecha, en que se hará la selección, de igual manera en el reino habrá coexistencia de buenos y de malos hasta el final; coexistencia de lo bueno y de lo malo en cada uno de nosotros. ¿Cómo hacer antes la separación? La parábola sólo habla de este momento final. Ni afirma ni excluye que los malos puedan, en el tiempo de esta coexistencia, hacerse buenos; ni lo malo de cada uno de nosotros transformarse en verdadero.

De vuelta a casa, los discípulos, que no han entendido la parábola del trigo y de la cizaña, le preguntan sobre ella. Jesús les da la clave de interpretación.

"El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre", el hombre en plenitud. Con su siembra quiere que todos lleguemos a esa plenitud. Siembra en todos y en cada uno de los hombres la ilusión, la esperanza, la utopía, el amor.

"Los ciudadanos del reino" son los que han hecho suyo el mensaje de Jesús; los que están poniendo en práctica el programa anunciado en las bienaventuranzas, único código del reino.

"Los partidarios del maligno" son los que siguen el programa opuesto, sintetizado en las tentaciones de Jesús en el desierto:

los partidarios del poder, del prestigio y de la riqueza.

La victoria del reino de Dios, segura y definitiva, no será inmediata: encontrará siempre una gran oposición. En la sociedad y dentro del corazón de cada individuo. Cualquier discípulo puede convertirse en cizaña: basta con ceder al deseo de superación que debe tener todo hombre de buena voluntad. Y en trigo: con la lucha constante por seguir a Jesús hacia la plenitud y la eternidad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 173-177


11.

1. Dos fuerzas interiores en lucha PARA/CIZAÑA:

En este domingo y en los dos siguientes, la Palabra de Dios nos urge a reflexionar sobre el tema más importante del Evangelio: el Reino de Dios. Ya en domingos anteriores nos hemos ocupado del tema, por lo que ahora nos dejaremos llevar por las mismas parábolas de Jesús que, con un lenguaje simbólico, nos aproximan a su misterio.

La primera parábola de hoy compara el Reino de Dios a un campo en el que, si bien se siembra trigo, luego aparece la cizaña, por lo que el dueño debe esperar hasta el tiempo de la cosecha para separar los dos elementos: el bueno y el malo. El mismo Jesús explicará la parábola refiriéndola a su predicación: unos la aceptan y otros la rechazan. Sólo al final de los tiempos se ejercerá la total justicia.

Como vemos, el texto se enmarca en un esquema apocalíptico ya que, en tiempos de Jesús y durante el siglo siguiente, era creencia universal entre judíos y cristianos que el final de los tiempos estaba próximo y que tendría lugar después la instauración del Reino de Dios en el mundo. Hoy, desde. una perspectiva más amplia, debemos interpretar la parábola también dentro de un contexto más universal.

Ante todo, debemos evitar la fácil tentación de pensar que los cristianos somos el trigo del mundo, y los demás la cizaña. Sabemos, en efecto, que la parábola alude al Reino de Dios, es decir, a la forma como Dios obra en el mundo, tanto dentro como fuera de la Iglesia cristiana. Su mensaje, por lo tanto, tiene un valor universal.

La segunda tentación es pensar que, efectivamente, unos hombres son trigo y siempre trigo, es decir, la parte buena de la humanidad, y otros no tienen más remedio que formar la parte mala y desechable. Muy a menudo nos movemos con este esquema que, si bien puede ser cierto teóricamente (hay gente mejor que otra), carece de aplicación práctica, pues ¿quién puede determinar aquí y ahora quiénes son los buenos y quiénes son los malos? Precisamente la parábola alude a que sólo al final, cuando el hombre dé por concluida su obra, se podrá hacer un juicio válido.

Intentaremos, por lo tanto, hacer algunas reflexiones que tengan valor para nuestro aquí y ahora, iluminado por las paIabras de Jesús.

--Ante todo, la parábola refleja la situación de la humanidad con un criterio realista y maduro: la historia está tejida de luz y de sombras. Precisamente el Reino, o sea Dios, interviene en este mundo concreto sin prisa por condenar a nadie. Si el Reino aporta la vida a los hombres, también existe un principio de muerte que provoca el odio, las guerras, la inmoralidad, la falta de comunicación, etc.

Este es el punto de partida de toda comunidad que se diga cristiana: evitando un espíritu sectario, comprender al mundo tal cual es. Más aún, nadie tiene derecho a sentirse «de la parte salvada», despreciando o condenando a los otros. Este juicio está más allá de la historia y es de exclusividad divina.

--La superación del espíritu sectario y de todo triunfalismo nos lleva al núcleo de la cuestión: cada uno de nosotros es ese campo en el que crece, simultáneamente, el trigo y la cizaña. La aparición de la cizaña es algo que no debe sorprendernos: también el mal forma parte de la experiencia humana. En la antigüedad se lo interpretaba como fruto de la obra del diablo; hoy, sin entrar en discusiones sobre ese punto, podemos afirmar que el mal es, valga la redundancia, «un mal necesario» de la condición humana. Por el solo hecho de ser hombres, y por lo tanto limitados y en constante crecimiento, tenemos la capacidad para descubrir nuestra cuota de imperfección y de pecado. Si en alguna época se pudo pensar que el mal era una anormalidad, hoy podríamos decir que Ia persona que se cree absolutamente buena adolece, sin duda alguna, de cierta anormalidad psíquica; sólo un enfermo mental puede sostener tal cosa.

Así, pues, descubrimos dentro de nosotros dos fuerzas antagónicas que nos acompañan desde nuestra concepción hasta la muerte: la del bien y la del mal, la de la construcción y la de la destrucción; la del amor y la del odio... Pretender arrancar de nosotros este principio de muerte es absolutamente imposible; perder+amos también nuestra condición humana. Lo que sí podemos hacer es que en nuestro campo crezca el dominio del bien, sabiendo, incluso, extraer experiencia de nuestro propio pecado. Si no fuera así, Jesús no hubiera hablado del perdón de los pecados y de la conversión.

Si Dios perdona es porque hasta el mismo pecado puede ser un elemento positivo en nuestro crecimiento espiritual. Por lo tanto, esta condición de seres que llevan simultáneamente trigo con cizaña, lejos de inmovilizarnos en una postura fatalista («soy así y no puedo cambiar»), debe impulsarnos a apoyarnos en nuestros núcleos buenos y sanos para ganarle terreno al mal. No otra es la historia de la humanidad a través de los siglos; y no otro es el sentido de la educación. Efectivamente, si partimos con este esquema, tendríamos interesantes elementos como para revisar todo nuestro sistema educativo: el familiar, el escolar y el pastoral.

Los sistemas duros, fundamentados en premios y castigos, con un régimen severo en el trato a los educandos, en el fondo niegan la situación humana. No es haciendo sentir culpables a los educandos como los ayudaremos, sino ayudándolos para que asuman su personalidad tal cual es, como un elemento que debe crecer dando tiempo al tiempo. Admira en la parábola el sentido de tiempo que tiene el sembrador. Saber esperar es una cualidad educativa fundamental...

2. La pedagogía de Dios PARA/GRANO-MOSTAZA PARA/LEVADURA:

Par: /Mc/04/30-32  /Lc/13/18-19

La parábola del grano de mostaza y la de la levadura en la masa nos muestran otro aspecto del modo de proceder de Dios. El Reino es algo aparentemente pequeño y de poca fuerza; sin embargo, su energía es tal, que termina por doblegar lo que aparece como fuerte. La fuerza del Reino no tiene que ver nada con la fuerza de los hombres; es un concepto distinto.

Varios son los elementos que tenemos a considerar:

--El inicio del Reino es pobre y de escasas apariencias: Dios actúa desde lo pequeño, desde lo simple y humilde. No aparece como una gran empresa; no tiene el aire de una poderosa organización; no se aprovecha de los elementos humanos que son tenidos en más consideración.

Así comenzó la obra de Jesús; así la entendió siempre él. ¿Lo hemos entendido nosotros así? Sin duda que no; todavía siguen preocupándonos demasiado los aspectos institucionales del cristianismo, el prestigio de la Iglesia, la maquinaria de las organizaciones, el problema del dinero en la evangelización; el número en las comunidades... En el fondo, no creemos en el Reino de Dios; no aceptamos que Dios puede obrar en cualquier parte y con los elementos más sencillos. Pensamos que le somos indispensables y que, sin nuestro esfuerzo organizativo, Dios no podría hacer nada. En síntesis: es nuestro orgullo el que nos impide reconocer que Dios actúa por un camino de humildad.

--El Reino no aparece como algo sobreagregado al mundo, sino como inmerso e identificado con él. Nadie ve la semilla sembrada, sólo ve el árbol; nadie ve la levadura, sino la masa... Efectivamente: el Reino no se busca a sí mismo, sino que está en función del crecimiento de los hombres. El Reino es sembrado para morir como «reino»: y de esa muerte nace la comunidad cristiana, síntesis de lo humano y de lo divino. Dios no reina desde fuera del hombre, sino desde dentro de él mismo, imperceptiblemente. Penetra como energía y se irradia desde el mismo interior de Ia historia humana. Al ser sembrado, el Reino muere como para que nadie se sienta dueño suyo: sólo podemos descubrirlo en los frutos de su energía misteriosa. Estas pocas consideraciones nos llevan a una importante conclusión:

--A niveI personal: siempre el Reino obra dentro de nosotros, lo cual nos obliga a mirarnos dentro, pues desde ahí nos invita a crecer. No es lo que hacemos lo que tiene valor, sino con qué sentido y actitud hacemos las cosas. Si nuestro crecimiento no nace del interior, es simple follaje...

--A nivel pastoral: es posible que hasta ahora la Iglesia haya desplegado una actividad grande de por sí, pero no enfocada según la óptica del Reino. Una pastoral del Reino debe buscar penetrar en el interior del mundo, más que dominarlo desde fuera; se ofrece como energía para el crecimiento, no como un juez que controla desde fuera; no se cierra en un círculo de elegidos, sino que se difunde en la gran masa para ser su fermento. Es una acción que tiende a morir a sí misma, ya que es medio para que otros crezcan. A la luz de estas pocas consideraciones, deberíamos revisar todo el quehacer pastoral de nuestra comunidad:

¿Somos camino para que el Reino penetre entre los hombres, o desplegamos una acción paralela en función de otros objetivos? ¿Respetamos la metodología de Dios o nos apoyamos en una metodología humana: la del éxito inmediato, la del número, la del prestigio, etc.?

En síntesis: descubramos a raíz de las parábolas de Jesús cómo obra Dios, cuál es su manera de proceder en el mundo y con los hombres, y adaptémonos a su esquema si queremos hacer auténtica obra evangelizadora.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 133 ss.


12.

FERMENTO DE HUMANIDAD: Par: /Lc/13/20-21

Se parece a la levadura...

Sorprende ver con que frecuencia se dirige Jesús a sus discípulos para ponerlos en guardia contra una falsa "impaciencia mesiánica" que no sabe respetar el ritmo de la acción discreta pero vigorosa de Dios.

A los que esperan de él la puesta en marcha de un movimiento contundente y arrollador, capaz de expulsar del teatro de la vida otras corrientes y alternativas, Jesús les habla de una acción de Dios más humilde y respetuosa.

El mundo es un campo de siembras opuestas. Y el Reino de Dios crece ahí, en la densidad de esa vida a veces tan ambigua y compleja.

Ahí está Dios salvando al hombre. En esos comportamientos colectivos de la humanidad animados a veces por grandes ideales y otras por oscuros egoísmos. En esos mil gestos que hacemos los hombres cada día y donde se mezclan la generosidad con las mezquindades mas inconfesables.

A quienes esperan el despliegue de algo espectacular y poderoso, Jesús les habla de un reinado de Dios más sencillo y discreto. Algo que no está hecho para desencadenar movimientos grandiosos de masas.

El Reino de Dios está ya actuando pero como un grano de mostaza minúsculo y casi irrisorio que empuja hacia la vida, como un trozo imperceptible de levadura que se pierde en la masa fermentándola desde dentro.

Jesús no ha encontrado imágenes más apropiadas para evocar y explicar lo que él quiere poner en marcha en el mundo. Pero los cristianos seguimos sin querer entenderle. La salvación no vendrá de tal institución, de tal movimiento, de tal nación, de tal teología ni de tal iglesia, sólo porque nosotros pretendamos ver ahí el Reino de Dios. Al Reino de Dios no le abriremos camino lanzando excomuniones sobre otros grupos, partidos o ideologías ni condenando todo lo que no coincide con nuestro "dogma particular".

El Reino de Dios no lo implantaremos en la sociedad concentrando grandes masas en los estadios o logrando el aplauso pasajero de las muchedumbres.

El Reino de Dios es un "fermento de humanidad" y crece en cualquier rincón oscuro del mundo donde se ama al hombre y donde se lucha por una humanidad más digna. Al Reino de Dios le abriremos camino dejando que la fuerza del evangelio "fermente" nuestro estilo de vivir, de amar, trabajar, disfrutar, luchar y ser.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 93 s.


13.

1. El reino de Dios se impone.

En el evangelio de hoy Jesús anuncia el reino de Dios en otras tres parábolas, y en esta ocasión se dice expresamente que elige esta forma de discurso para anunciar lo secreto desde la fundación del mundo (v. 3S). En este mundo sólo se puede hablar del cielo en imágenes, en parábolas.

Las tres imágenes que Jesús propone en esta ocasión muestran algo de la paradoja del crecimiento del reino de Dios en este mundo tan indispuesto para lo divino. En la primera, la semilla de Dios crece en medio de la cizaña, que no ha sido sembrada por Dios, sino por su enemigo, y que Dios deja crecer para no poner en peligro prematuramente la cosecha. En la segunda se podría entender lo contrario: los judíos celebran la fiesta de los ázimos (unida a la Pascua), la levadura les parecía podredumbre. Ahora la levadura de la fiesta cristiana penetra en la masa y hace que todo fermente poco a poco. Y finalmente el reino de los cielos es la más pequeña de todas las semillas, pero termina siendo más grande que todas las demás plantas. Sólo se explica el significado de la primera parábola -de nuevo por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia-, la segunda y la tercera son tan claras que no necesitan explicación.

2. El Espíritu Santo es por tanto el que penetra e interpreta allí donde la comprensión del hombre natural no llega. Eso es lo que se dice expresamente en la segunda lectura. El hombre, incluso el cristiano, puede a menudo quedarse perplejo cuando se pregunta cómo debe dirigirse a Dios correctamente desde la tierra y sus campos llenos de cizaña. Siente su oración como una mezcla impura de trigo y cizaña que no se puede presentar así ante Dios. Entonces «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad»; él sabe cómo debe ser nuestra oración al Padre y la pronuncia en lo profundo de nuestros corazones. Por eso el Padre oye, cuando escucha nuestra oración, no solamente a su propio Espíritu, sino una unidad indisoluble de nuestro corazón con él. Y de esta unidad el Padre sólo oye lo que es correcto, lo que nos conviene. Y nosotros estamos presentes en ello. Nosotros rezamos en el Espíritu, pero al mismo tiempo también con nuestra inteligencia (cfr. 1 Co 14,1S). No es verdad que el Espíritu sea el trigo y nosotros simplemente la cizaña.

3. La separación y la indulgencia.

Al final del evangelio de la cizaña mezclada con el trigo se produce una separación inexorable: la cizaña se arranca, se ata en gavillas y se quema; el trigo se almacena en el granero de Dios. La separación es necesaria porque nada impuro puede entrar en el reino del Padre. ¿Hay hombres que no son más que cizaña e impureza? El juicio al respecto le corresponde sólo a Dios. En la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, se nos dice que Dios, en su «poder total», practica una justicia perfecta, pero que precisamente este poder ilimitado le lleva a gobernar con «indulgencia», con "clemencia", con «moderación»; y al mostrar esta su indulgencia a su pueblo, le enseña que «el justo debe ser humano». Y no sólo esto, sino que «diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 90 s.


14.«VENCE EL MAL CON EL BIEN»

¿Recordáis «El revés de la trama», aquella dramática novela de Graham Greene? Me impresionó Scobie, su protagonista. Era un hombre dulce y paciente, austero, fiel, puntual cumplidor de sus deberes religiosos, honrado hasta el escrúpulo. Una virtud sobresalía siempre en él por encima de las demás: la compasión. Pero justamente esa compasión --un miedo casi enfermizo a hacer sufrir a los demás-- era la que iba desmoronando poco a poco su honradez.

Por compasión condesciende con la vida ilegal de un traficante. Por compasión, sigue aparentando amor a su mujer. Por compasión, empieza a vivir en adulterio con una joven, de ningún atractivo, pero simplemente para evitar que caiga en brazos de un desalmado. Como sabe que su mujer sospecha este adulterio y el confirmárselo podría llevarle a un mayor sufrimiento, para que deje de sospechar, decide recibir la comunión delante de ella aun cuando le horroriza el sacrilegio. Por compasión, en fin, decide suicidarse --¡él cree en el infierno!-- no para librarse él de sus problemas, sino para librarles a los demás de él. Pero ved el último detalle: amaña las cosas de tal manera que no parezca un suicidio, sino una repentina crisis cardíaca. ¡Es terrible! ¡Junto a las indudables virtudes de Scobie iban creciendo uno a uno sus horrores!

Charles Moeller, gran estudioso de la obra de Greene, se hace preguntas turbadoras e inquietantes: «en estos actos cometidos por Scobie, en esa su compasión, ¿puede hallarse un reflejo de la caridad de Dios? ¿Es cristiana la compasión de Scobie?». Me ha venido a la memoria esta apasionante novela al leer el evangelio de hoy: ¡la parábola de «la cizaña»! Trigo y cizaña así es como crecen, irremediablemente juntos, difícilmente separables, enroscada la una en el otro, teniendo que aceptar nosotros que sea Dios al final el que separe lo bueno de lo malo.

--Y eso ocurre en el campo de mi propio yo--. Parece increíble, pero así somos. Con el mismo corazón con que creemos «amar a Dios sobre todas las cosas», con ese mismo corazón envidiamos, avariciamos y odiamos. Somos capaces de pasar del «amar con todo el corazón» al «odiar con todo el corazón».

--En el campo del mundo--. ¿Es el mundo una inmensa película del Oeste con «los buenos» a un lado y «los malos» al otro? ¿O es más bien una lamentable tragicomedia en la que todos los hombres, los del Oeste y el Este, los del Norte y el Sur, como en una descomunal coctelera, echamos nuestras bondades y maldades, las mezclamos, las agitamos y las servimos?

--En cuanto a la Iglesia, ¿no pasa lo mismo?--. Cabodevilla titula un capítulo de uno de sus libros de esa elocuente manera: «Creo en la Santa Iglesia pecadora». Y, parafraseando a Orígenes cuando aplicaba a la Iglesia la frase del Cantar de los Cantares --«negra soy pero hermosa»--, él, Cabodevilla, enseñándonos la frase del revés, hace decir a la Iglesia: «Soy hermosa, pero negra», es decir, manchada; dejando entrever de este modo que hemos sido nosotros --el «inimicus homo»-- esto es, los cristianos, los que afeamos y ensuciamos ese «rostro que fue regenerado y lavado por la sangre del Cordero lnmaculado».

--«¿Quieres que arranquemos la cizaña?»--dijeron los labradores--. Y el Señor contestó que no. Que tendremos que «convivir con ella».

--¿De qué manera? San Francisco de Asís dio una fórmula pequeñita y eficaz. Para trabajarla cada día:

«Donde haya odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensa, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya tinieblas, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría».

Ya San Pablo recomendaba: «Vence el mal a fuerza de bien».

ELVIRA-1.Págs. 68 s.