33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XV -
CICLO C
25-33
25.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
La cuestión Jesús podría ser el centro de convergencia de los textos litúrgicos.
Jesús es una grande pregunta y la Biblia nos ofrece una grande respuesta. En el
Evangelio Jesús se autopresenta como el buen samaritano, disponible para
cualquier necesidad, allí donde exista y sea quien sea el necesitado. La primera
lectura nos habla de la Palabra cercana, en los labios y en el corazón, y esa
Palabra cercana se identifica con Jesús, el Dios-hombre, que nos habla con
palabras de hombre. En la carta a los colosenses, en un antiguo y bello himno
cristológico, Jesús es cantado como el primogénito de toda la creación, a quien
todo hace referencia y en quien todo encuentra plenitud.
Mensaje doctrinal
1. El buen samaritano, seudónimo de Jesús. La parábola del buen
samaritano no es sólo un tesoro cristiano, pertenece a la riqueza de la
humanidad. Tal vez no sea exagerado decir que no hay hombre que no la conozca,
que no haya pretendido interpretarla alguna vez en su propia vida. Cabe
destacar, por ello, que no es una parábola hecha vida, sino una vida hecha
parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de
Jesús. A la pregunta del escriba sobre quién es su prójimo, Jesús habría podido
responder directamente: "Yo soy" prefirió, sin embargo, escoger el camino
parabólico y hacer de la narración un espejo de su existencia, enteramente
entregada al hombre por amor. Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo
hombre, es decir, cercano, accesible, disponible, acogedor, próximo en cualquier
situación o circunstancia humanas. Una perspectiva interesante para leer los
evangelios podría ser ésta de la proximidad, adoptando como punto de partida el
gran misterio de la encarnación, por la que Dios se hace próximo al hombre en
Jesús de Nazaret. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los
discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a
todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la
encarnación y del nacimiento.
2. Jesús, Palabra cercana. Para el Deuteronomista la Palabra es la
revelación de Dios primeramente en el Sinaí y ahora en la llanura de Moab. Una
revelación divina que no es algo principalmente extrínseco, sino que realmente
es una Palabra interior, de la que todo seguidor de Jesucristo se apropia hasta
llegar a hacerla suya. Una Palabra y una revelación que adquieren rostro y
nombre propios en Jesucristo. Él es la Palabra hecha carne. Él es la Palabra que
resuena en todas las palabras de la Biblia. Él es la Palabra que, por obra del
Espíritu Santo, se adentra en el alma del creyente hasta anidar en ella,
convirtiéndola en su morada. Está en nuestros labios la Palabra, porque cuando
leemos la Escritura leemos a Cristo en ella. Está en nuestro corazón, porque la
Palabra no es un sonido hueco, tampoco un mero contenido noético, sino una
persona, a la que se conoce y ama en la intimidad, por la vía del corazón. Para
un cristiano, esa palabra cercana e interior, que está en sus labios y en su
corazón es Jesucristo. Él es la Palabra que nos aproxima al conocimiento y a la
intimidad de Dios, que nos aproxima al verdadero conocimiento de nosotros mismos
y del sentido de toda la creación.
3. Jesús, primogénito de la creación. El himno de la segunda lectura
recurre a varias imágenes para responder a la cuestión Jesús. Jesús es la imagen
visible del Dios invisible, es el primogénito, es decir, el arquetipo de toda
creatura: punto de referencia, por tanto, del cosmos y de la historia. En
definitiva, la creación entera mira hacia Jesucristo como a su modelo, su razón
de ser, su último destino. Por eso, el himno de la carta a los colosenses nos
dice que en Jesús reside toda la plenitud. Finalmente, aplica a Jesús otros dos
nombres: cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, o sea, centro de cohesión y de
dirección de los cristianos, y primogénito de entre los muertos: Aquel en quien
anticipadamente se nos muestra el destino final de todos los hombres que buscan
sinceramente a Dios. Como primogénito de la creación, todo lo engloba, todo lo
configura, todo lo sella con su imagen y con su amor.
Sugerencias pastorales
1. Haz tú lo mismo. Jesús es el buen samaritano, es el hombre más próximo
a todo hombre y a todos los hombres. La grandeza de la vocación cristiana está
en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo
mismo". Como nos dirá Santiago: "La fe sin obras es una fe muerta". Hoy cada
cristiano es llamado a repetir a Jesús en su vida, a hacer del buen samaritano
un propio seudónimo. Jesús dice a algunos cristianos: "Haz tú lo mismo en tu
casa: con tu mamá que está enferma; con tu vecino, que es anciano y no puede
valerse por sí mismo para muchas cosas; con tu hijo que tuvo un accidente y
habrá de vivir el resto de su vida en silla de ruedas". A otros cristianos Jesús
dirá: "Ve y haz tú lo mismo cuando vas por la calle, dando limosna con gusto a
quien te la pida, informando amablemente a quien te pregunta por una dirección o
por el nombre de un negocio; ve y haz tú lo mismo cuando vas en el autobús o en
el metro, cediendo el asiento a los ancianos, a las madres con niños pequeños, a
los minusválidos, siendo respetuoso y dueño de ti mismo cuando el autobús va a
tope y te empujan por todas partes o incluso intentan robarte". Haz tú lo mismo:
esta frase la deberíamos tener presente en nuestra mente y en nuestro corazón a
lo largo de todos los días. Una frase que posee un potencial enorme de
creatividad y de impulsos nuevos a la acción en favor de nuestros hermanos los
hombres. Haz tú lo mismo: esta sola frase es capaz de inventar el futuro, de
fraguar un mundo nuevo y mejor. ¿Cuántos cristianos haremos caso?
2. Una Palabra dirigida a ti. Toda la Biblia es palabra, Palabra de Dios.
Las palabras humanas en que está escrita la Biblia son como sonidos que llegan a
nuestros oídos, entran dentro de nosotros y a través de ellos escuchamos la
Palabra de Dios, su mensaje de verdad, de amor, de auténtico humanismo
cristiano. Es una Palabra dirigida a todos, porque todos la podemos entender y a
todos nos puede abrir las puertas de la salvación. Pero sobre todo es una
Palabra dirigida personalmente a cada uno, a ti. Puede suceder que, cuando tú
lees un texto de la Biblia, haya otros hombres leyendo el mismo texto en algún
otro lado del planeta, pero es seguro que el mensaje será absolutamente
personal, dirigido a ti, con tu nombre y apellidos. Cuando en la liturgia de la
Palabra, en la misa, se hacen las tres lecturas, todos los presentes escuchan
los mismos textos, pero en cada uno resuenan de modo diferente y a cada uno
envían mensajes particulares. Para la Palabra de Dios no cuenta el número, sino
la persona, cada persona en su carácter único, irrepetible y diverso de todas
las demás. Un Padre de la Iglesia decía que la Escritura es como una carta que
Dios escribe a cada hombre. No una carta protocolaria o puramente
administrativa, sino una carta de un Padre a su hijo, una carta donde el Padre
habla de sí mismo con gran sencillez, pero al mismo tiempo manifestando sus
pensamientos y deseos más íntimos. Escucha esa Palabra de Dios para ti, en ella
te va la vida y la felicidad, en ella se te da la clave para vivir dando sentido
a tu existencia. No te asuste la levedad de la Palabra. Parece frágil y leve,
pero posee la solidez del acero. ¡Es Palabra de Dios!
26. DOMINICOS 2004
Buscad
al Señor y vivirá vuestro corazón
Ojalá nos empeñemos en vivir este versículo del salmo 68, que repetiremos en el
salmo responsorial de este domingo.
Buscar al Señor es invocarlo, tratarlo, pedir su presencia en nuestra vida.
También es poner los medios para vivir esa presencia: la oración, la meditación,
buscar lo que Dios quiere de mis cosas, de mis actitudes en las circunstancias
en las que estoy. Sólo en Dios se serena, se aquieta nuestro corazón.
Si pienso que tengo un corazón, una afectividad, unos sentimientos, unas
motivaciones, unas tendencias, ¿quién me las ha dado?, ¿quién me ha hecho? Si
Dios es el autor de mi corazón, de mi afectividad, ¿no es Él más que lo que yo
tengo?, ¿no puede llenar Él mi corazón?
No hay proporción entre un corazón centrado en Dios y un corazón que se ha
instalado en el mundo. El corazón del hombre lo ha hecho Dios y su centro es
Dios, el único capaz de satisfacer a una persona. Dios puede llenarnos.
De esa presencia me beneficio yo y se beneficia el hermano, el prójimo, el
cercano. Tan cercano que es algo de mi vida, como lo fue el malherido de la
vida, el samaritano que...pasaba por allí. No hace falta subir al cielo, como
dice la primera lectura, para encontrar ese Dios que deseamos: está en nuestro
corazón, un corazón que en Dios descubre al hermano, o en el hermano descubre a
Dios.
Comentario Bíblico
La ley de Dios es dar vida
Iª Lectura: Deuteronomio (30,10-14): La Ley en el corazón
I.1. La primera lectura está tomada de uno de los libros que más ha influido en
la vida y en la teología del pueblo del Antiguo Testamento, el Deuteromonio
(30,10-14). Fue un libro que se escribió para catequizar; la “leyenda” admite
que en momentos determinados y de dificultades se escondió en el templo de
Jerusalén y que apareció después de muchos años, lo que motivó una reforma
religiosa en tiempo de rey Josías (cf 2Re 22,3-4ss), cuando vivía el profeta
Jeremías. Pudiera ser que el Deuteronomio no fuera encontrado por el sacerdote
Jilquías bajo los cimientos del templo de Jerusalén en el año 622 ac. Según
algunos expertos, estos escritos (la obra deuteronomista) fueron redactados para
proporcionarle al rey Josías una base de autoridad en la que fundamentar su
reforma religiosa, que centralizo la religión alrededor de un solo templo y
altar, el de Jerusalén. Algunos defienden que el recopilador y autor de la
literatura deuteronomista pudo ser el profeta Jeremías, colaborador de la
reforma religiosa que el rey Josías emprendió en el año 621 ac.
I.2. El texto de hoy es de los más densos, profundos y expresivos. Los sabios
siempre habían comparado la ley de Dios a la Sabiduría, y ésta se consideraba
inaccesible. En esta exhortación de hoy se quiere poner de manifiesto que
aquello que Dios quiere para su pueblo y para cada uno de nosotros es muy fácil
de entender, con objeto de que se pueda llevar a la práctica. Lo que Dios quiere
que hagamos no hay que ir a buscarlo más allá del cielo o a las profundidades
del mar: lo bueno, lo hermoso, lo justo, es algo que debe estar en nuestro
corazón, debe nacer de nosotros mismos. Y esa es la voluntad de Dios. En la
liturgia de hoy resonará con fuerza una concepción de la ley, de la voluntad de
Dios, que nada tiene que ver con un determinismo o un fundamentalismo
irracional. Dios no nos obliga a hacer cosas porque sí, porque Él sea Dios y
nosotros criaturas, sino que pretende conducirnos con libertad para ser
liberados de una inercia social y religiosa en la que hasta lo más hermoso se
quiere determinar de una forma puntual.
IIª Lectura: Colosenses (1,15-20): Cristo imagen del Dios invisible
II.1. La carta a los Colosenses nos ofrece hoy un himno cristológico de
resonancias inigualables: Cristo es la imagen de Dios, pero es criatura como
nosotros también. Lo más profundo de Dios, lo más misterioso, se nos hace
accesible por medio de Cristo. Y así, Él es el “primogénito de entre los
muertos”, lo que significa que nos espera a nosotros lo que a Él. Si a Él,
criatura, Dios lo ha resucitado de entre los muertos, también a nosotros se nos
dará la vida que Él tiene.
II.2. Entre las afirmaciones o títulos sobre Cristo que podrían parecernos
alejadas de nuestra cultura y de nuestra mentalidad, podemos escuchar y cantar
este “himno” como una alabanza al “primado” de Cristo en todo: en su
creaturalidad, en su papel salvífico, en su resurrección de entre los muertos.
Para los cristianos ello no debe ser extraño, porque nuestra religión, nuestro
acceso a Dios, está fundamentada en Cristo. Puede que, en el trasfondo, se
sugiera alguna polémica para afirmar la “plenitud” de todas las cosas en Cristo.
Pero este canto es como un grito necesario, porque hoy, más que nunca, podemos
seguir afirmando que Cristo es el “salvador” del cosmos.
Evangelio: Lucas (10,25-37): ¿A quién debemos amar?
III.1. Y ahora el evangelio del día: una de las narraciones más majestuosas de
todo el Nuevo Testamento y del evangelio de Lucas. Una narración que solamente
ha podido salir de los labios de Jesús, aunque Lucas la sitúe junto a ese
diálogo con el escriba que pretende algo imposible. El escriba quiere asegurarse
la vida eterna, la salvación, y quiere que Jesús le puntualice exactamente qué
es lo que debe hacer para ello. Quiere una respuesta “jurídica” que le
complazca. Pero los profetas no suelen entrar en esos diálogos imposibles e
inhumanos. Ya la tradición cristiana nos puso de manifiesto que Jesús había
definido que la ley se resumía en amar a Dios y al prójimo en una misma
experiencia de amor (cf Mc 12,28ss). No es distinto el amor a Dios del amor al
prójimo, aunque Dios sea Dios y nosotros criaturas. Pero el escriba, que tenía
una concepción de la ley demasiado legalista, quiere precisar lo que no se puede
precisar: ¿quién es mi prójimo, el que debo amar en concreto? Aquí es donde la
parábola comienza a convertirse en contradicción de una mentalidad absurda y
puritana.
III.2. Dos personajes, sacerdote y levita, pasan de lejos cuando ven a un hombre
medio muerto. Quizás venían del oficio cultual, quizás no querían contaminarse
con alguien que podía estar muerto, ya que ellos podrían venir de ofrecer un
culto muy sagrado a Dios. ¿Era esto posible? Probablemente sí (es una de las
explicaciones válidas). Pero eso no podía ser voluntad de Dios, sino tradición
añeja y cerrada, intereses de clase y de religión. Entonces aparece un personaje
que es casi siniestro (estamos en territorio judío), un samaritano, un hereje,
un maldito de la ley. Éste no tiene reparos, ni normas, ha visto a alguien que
lo necesita y se dedica a darle vida. Mi prójimo -piensa Jesús-, el inventor de
la parábola, es quien me necesita; pero más aún, lo importante no es saber quién
es mi prójimo, sino si yo soy prójimo de quien me necesita. Jesús, con el
samaritano, está describiendo a Dios mismo y a nadie más. Lo cuida, lo cura, lo
lleva a la posada y la asegura un futuro.
III.3. Una religión que deja al hombre en su muerte, no es una religión
verdadera (la del sacerdote y el levita); la religión verdadera es aquella que
da vida, como hace el Dios-samaritano. Algunos Santos Padres hicieron una
interpretación simbólica muy acertada: vieron en el “samaritano” al mismo Dios.
Por tanto cuando Jesús cuenta esta historia o esta parábola, quiere hablar de
Dios, de su Dios. Y si eso es así, entonces son verdaderamente extraordinarias
las consecuencias a las que podemos llegar. Nuestro Dios es como el “hereje”
samaritano que no le importa ser alguien que rompa las leyes de pureza o de
culto religiosas con tal de mostrar amor a alguien que lo necesita. La parábola
no solamente hablaba de una solidaridad humana, sino de la praxis del amor de
Dios. Fue creada, sin duda, para hablar a los "escribas" de Israel del
comportamiento heterodoxo de Dios, el cual no se pregunta a quién tiene que amar
(como hace el escriba, nómikos del relato), sino que quiere salvar a todos y
ofrecerles un futuro.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Dios quiere habitar en nuestro corazón.
Cuando en el Deuteronomio Moisés instruye al pueblo elegido por Dios para ser su
propiedad personal deja bien sentadas las bases de esa amistad: “el mandamiento
que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable, está muy cerca de
ti: en tu corazón”. Yahvé se empeña en dejarse encontrar en lo más profundo del
ser del hombre, quiere permanecer en su núcleo existencial. El corazón es la
sede donde se establece la alianza de Dios con su pueblo; desde ahí el creyente
debe obrar: “escucha la voz del Señor tu Dios; conviértete al Señor tu Dios con
todo el corazón”.
Desde esta atención al corazón, el salmista se atreve a levantar su oración a
Dios porque confía en su compasión, su fidelidad y su bondad. La oración es
descansar, fortalecer el corazón en Dios.
A Dios le veo en el otro.
Quien se ha encontrado con Dios en su corazón y desde él ha levantado su oración
no puede bajar de la ciudad de Dios –Jerusalén- a la ciudad del mundo –Jericó-
como el sacerdote y el levita. Son dos expertos de la religión: uno en el culto
a Yahvé y el otro en la Palabra de Dios; pero del dios del templo, del culto, de
la “teología académica”, no del Dios de la vida.
Ambos han desustantivado la esencia de su misión, porque el verdadero culto y la
palabra divina brotan del corazón que siempre está con nosotros y que reacciona
en especial ante el malherido, el pobre, el marginado...; y nos mueve a actuar
hacia los demás con el mismo amor con que nosotros somos amados por Dios.
El modelo, Jesús.
Jesús es quien nos enseña a recorrer el camino que va de Dios a los hombres; él
mismo se hace camino. Jesús es el buen samaritano que “llegó a donde estábamos
nosotros -por su encarnación-, nos vio, le dimos lástima, se nos acercó, vendó
nuestras heridas –sus heridas nos han curado- echándoles aceite –su Espíritu- y
vino –su Sangre-, y montándonos en su propia cabalgadura nos llevó a la posada y
cuidó de nosotros –nos hizo hijos en el Hijo-.
Gracias, Jesús, por enseñarnos el lugar donde a Dios le gusta habitar: el
corazón. En él realizamos la experiencia divina. Tiene un recorrido: la
distancia desde nuestro interior al “tú” de quien pasa por nuestro lado.
Dice Karl Rahner: Si queremos decir hoy: el que ama a su prójimo ha cumplido la
ley; si nos amamos recíprocamente, la realidad salvífica de Dios está
definitivamente en nosotros, tendríamos también que entender radicalmente por
qué en ese amor al prójimo, con tal de que sea auténtico y acepte su propia
incomprensible esencia hasta el fin, está ya dada toda la salvación cristiana,
todo el cristianismo también, ése que ha de desplegarse todavía en toda su
llenumbre y anchura que conocemos y guardamos, pero está ya apresado en su raíz
originaria cuando uno ama a otro verdaderamente y hasta el fin.
Sor María Pilar Soler, O.P.
Monjas dominicas de Orihuela
orihueladominicas@alfaexpress.net
27. IVE 2004.
Comentarios Generales
Deuteronomio 30, 10-14:
El autor deuteronomista, con acento muy similar al de los grandes Profetas,
profundiza en la Ley y acentúa en ella estos rasgos:
- Su esencia: Conversión a Dios con todo el corazón y con toda el alma (10). Su
facilidad: Esta conversión o amor sincero y total a Dios está tan a nuestro
alcance, tan a mano de todos, que ni hemos de ir lejos ni si quiera hemos de
salir fuera de nosotros (11,12). Su interioridad: está dentro de ti. Está en tu
boca. Está en tu corazón (14).
- San Pablo alude a este texto en Rom 8, 14 y nos explica cómo estas palabras
del Deuteronomio alcanzan un mayor sentido y una verdadera plenitud en la Nueva
Economía, cuando a la Ley sucede la Fe; y al código de Moisés escrito en piedra,
la Ley de Gracia grabada en los corazones; y a la Economía provisional y
preparatoria, la Economía de Espíritu Santo, perfecta y eterna.
- En la Ley de Gracia, en la Economía Cristiana, son evidentes los rasgos
profetizados por el deuteronomista: la esencia de esa Ley es la Caridad; con
Dios y con el prójimo. Lo repite cien veces el nuevo Testamento. La facilidad se
nos manifiesta en los nombres de “Fe” y “Gracia” con los que se la denomina. La
interioridad nos la pondera Pablo con esta palabras: “Sois carta de Cristo;
escrita no con tinta, sino con Espíritu Santo; no en tablas de piedra, sino en
tablas de carne: en los corazones” (II Cor 3, 3). Cristo nos da el Espíritu
Santo. Y el Espíritu Santo es en nuestros corazones norma y vigor: Ley de
Gracia; Ley de Caridad; Ley-Espíritu Santo en nuestros corazones. ¿Cabe Ley más
amable y más fácil?
Colosenses 1, 15-20:
En un díptico maravilloso nos expone San Pablo las excelencias de Cristo. El
texto abarca la Persona y dignidad de Cristo en su triple dimensión: Verbo
Eterno-Verbo Encarnado-Y Glorificado.
- Verbo Eterno: en relación con el padre es su Imagen, su Gloria, su Verbo, su
Hijo Eterno.
- En relación con el universo o la creación Cristo es su razón de ser, su centro
y su cima. Principio y Fin, Alfa y Omega (16). Trasciende a los ángeles, que en
la familia de Dios son “Servidores” (Heb 1, 14), mientras Él es el Hijo.
Trasciende a todos los seres que son “Creaturas” y Él es el creador. Superior a
todo. Todo vive y perdura por Él (17).
- En relación con la Iglesia: Cristo es su “Cabeza” que le da unidad, la
preside, la vivifica y la rige. Es el “Principio” de donde dimana toda gracia.
El “Primogénito” a cuya imagen somos todos pensados y amados por el Padre.
Poseedor de “Toda Plenitud”, ya que es suyo “todo el ser divino” (2.9). el mundo
de la gracia es una nueva y mayor creación. Y es en Cristo y por Cristo que
somos esta “nueva creación” de Dios. En Cristo y por Cristo Mediador único y
Reconciliador de todos con Dios (20). Regenerados en Cristo tenemos vida divina;
la Vida del Hijo. Y así la economía del N. T., que se llama de Gracia, supera
sin medida la economía mosaica, o de la Ley. La de Cristo es amor, filiación,
vida divina en su sentido más real y pleno.
Lucas 10, 25-37:
La lectura del Evangelio insiste en cómo debemos interpretar y vivir la ley del
amor. Esta ley de amor promulgada ya en el A. T., con la plena revelación de
Cristo alcanza su perfección:
- El Doctor que interroga a Jesús conoce muy bien cómo está formulada en las
Escrituras la ley del amor. Lo difícil para él y para todos es entender y
practicar sus exigencias. Cierto, la ley del amor abraza a Dios y al prójimo.
Pero esta ley tan clara queda envuelta en espesa niebla cuando se nos pregunta:
¿Y quién es mi prójimo? (29). El Doctor cree que va a poner a Jesús en aprieto:
Que deslinde quién es el “prójimo”. Cuestión vidriosa entre los rabinos. El
judío cumplidor de la ley consideraba “prójimo”: a sus parientes y amigos; a los
israelitas; pero no más. La inolvidable parábola de Jesús trae la solución
definitiva cuanto a la interpretación y extensión de la ley del amor.
- Si el hombre es “imagen y semejanza de Dios”, si lo es todo hombre, no se
puede cumplir con la ley del amor de Dios sin amar al hombre, a todos y cada uno
de los hombres. E igualmente, al amar al hombre amamos a Dios en su imagen. En
el prójimo, pues, hallo la imagen viva, cercana y auténtica de Dios. En la
parábola quedan por siempre más descalificadas y condenadas las “disgregaciones”
y las excepciones que nos permitimos en la ley del amor. El “sacerdote” y el
“levita” de la parábola personifican a tantos que fundamentan sus egoísmos en
falsas razones religiosas o legales. Es “prójimo” todo hombre, bien sea
extranjero, bien sea enemigo. Y todos cuantos ante un hombre necesitado “pasan
de largo” pecan contra la ley del amor.
- Es así evidente que en la ley del amor queda sintetizado cuanto debemos a Dios
y a los hombres. San Agustín nos lo explica: “La justicia (o ley de amor) que
rige a los buenos y santos varones contiene a la vez, de modo eminente y
sublime, todos los preceptos; aunque no los manda todos en todos los tiempos,
sino que diversifica sus preceptos según la diversidad de los tiempos”.
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CArd. D. ISIDRO GOMA Y TOMAS
Parábola del samaritano:
UNA CUESTIÓN MORAL (25-28).- Y se levantó un doctor de la ley... Esta manera de
empezar la narración hace suponer que Jesús estaría hablando estando sentados
sus oyentes. No es improbable que se tratase de alguna reunión sabática en
alguna sinagoga, quizás la de Jericó, o de alguna población contigua, por lo que
se dirá. Y le dijo por tentarle, con ánimo de explotarle, quizás para tenderle
un lazo: Maestro, ¿Qué haré para poseer, heredar, la vida eterna? ¿Hay algún
acto esencial, único, que permita conquistar la bienaventuranza? Y él le dijo,
proponiéndole a su vez una cuestión, según su costumbre cuando se le tentaba: En
la ley, ¿qué hay escrito? ¿Cómo lees? Tú eres intérprete de la ley: ¿qué es lo
que la ley exige para la vida eterna? Él, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con todo
tu entendimiento (Deut. 6, 5; 11, 13): era la síntesis de la vida moral de todo
judío, que debía recitar este texto dos veces al día, y que llevaba escrito en
sus filacterias: Y a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19, 18). Y le dijo Jesús
asintiendo amablemente a la respuesta: Bien has respondido: haz esto y vivirás:
hazlo siempre, y lograrás la vida eterna.
PARÁBOLA DEL SAMARITANO (29-37).- Dada la facilidad de la respuesta, que a
requerimiento de Jesús hace el escriba a su misma pregunta, hubiese podido
parecer que ésta era fútil, superflua; el doctor quiere sincerarse de esta
sospecha, y demostrar al mismo tiempo la dificultad práctica de cumplir el
precepto: Mas él, queriéndose justificar a sí mismo, dijo a Jesús: Y ¿quién es
mi prójimo? Creían los soberbios escribas que eran pocos los que merecían los
honores de su amor.
Y Jesús, tomando la palabra, dijo, proponiendo la bellísima parábola del
Samaritano, que tan bien encuadra en el “Evangelio de la misericordia”, que así
se llama el de Lucas, y en la que algunos, sin razón suficiente, han creído que
se describía un hecho histórico: Un hombre, un israelita, quizás judío, ya que
viene de la capital, bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos
ladrones; es hórrido y desierto el camino de Jerusalén a Jericó, y entonces,
como hoy, teatro frecuente de las fechorías de gente maleante. Hacia la mitad
del camino que va de Jerusalén a Jericó, atravesando el hórrido desierto de
Judea, hay un pobre albergue donde la tradición ha localizado el episodio de
esta parábola, y que es conocido con el nombre de “El buen Samaritano”. Los
ladrones hicieron lo que suelen en estos casos: Los cuales le despojaron y,
después de haberlo herido, se fueron, dejándolo medio muerto; la descripción es
rápida; el hombre ha quedado desnudo, exánime, solo, en un desierto. Jesús hace
desfilar tres clases de hombres ante aquel miserable.
Aconteció, pues, casualmente, que bajaba por el mismo camino un sacerdote: un
hombre que por razón de su vida y de su oficio, debía encarnar los sentimientos
de piedad, más que ningún otro judío; venía tal vez de Jerusalén de cumplir sus
funciones sacerdotales durante la semana, y volvía a su casa: Y, habiéndolo
visto, pasó de largo: diole una mirada furtiva, y siguió impávido su camino; no
hizo el sacerdote con aquel desgraciado lo que prescribía la ley cuando se
hallaba uno con la bestia de un enemigo caída: ayudar al enemigo a levantarla
(Ex. 23, 5).
El segundo personaje es un levita, ministro también del altar, aunque de un
orden inferior; siguió éste el ejemplo del de mayor jerarquía: Y asimismo un
levita, hallándose cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó también de largo.
Mas un samaritano que iba de camino, se llegó cerca de él: el samaritano es
enemigo nato del judío; ha poco el mismo Jesús ha recibido de ellos repulsa:
¿cómo se portará con el desdichado? Su conducta es inesperada: Y al verlo, se
movió a compasión, expresión gráfica, dicha con frecuencia por el mismo Jesús (Mt.
9, 36; 15, 32; 20, 34; Mc. 1, 41, etc.). la misericordia mueve al samaritano a
hacer por el miserable cuanto puede en aquel estado: Y, acercándose, le vendó
las heridas, echando en ellas aceite y vino, mixtura emoliente y detersiva,
usada por griegos y romanos, y que aún hoy se llama “bálsamo del Samaritano”.
Cedió el samaritano su cabalgadura al herido, y lo llevó a cubierto: Y,
poniéndolo sobre su cabalgadura, lo llevó a una venta, y tuvo cuidado de él.
Hizo más: sin cuidar de inquirir sobre el estado económico del enfermo,
liberalmente, da al encargado del albergue antes de despedirse, dos denarios
para que le cuide; un denario (0.80 pesetas) era la paga de un día de trabajo:
Al día siguiente sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamelo;
encargándole ponga en su cuenta si algo más tiene que gastar: Y cuanto gaste de
más, yo te lo daré cuando vuelva; probablemente es conocido del ventero y hace
con frecuencia el camino.
Planteado el caso, interroga Jesús al doctor, invitándole a sacar consecuencia
moral: ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en
manos de los ladrones? ¿Quién le amó como a sí mismo? Es fácil la respuesta,
aunque no sin mérito para el escriba, que la da con sinceridad, por más que no
quiere pronunciar el nombre odioso del samaritano: Aquel, respondió el doctor,
que usó con él de misericordia. La que es profundísima del Corazón de Jesús,
acababa de concretar, en forma lapidaria, duradera como los siglos, el ideal de
la caridad de fraternidad. Y para que se traduzca en la realidad de la vida:
Pues ve, le dijo entonces Jesús, y haz tú lo mismo, sin distinción de raza,
categoría, religión, afecto.
Lecciones morales
A) v. 27: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...No consiente Dios un
amor ni un corazón mutilado, dice San Basilio, en lo que atañe al cumplimiento
del primer precepto de su ley. Desde el momento en que nuestro amor deriva a
cosas inferiores a Dios indebidamente, hemos ya faltado a la integridad del
precepto. Porque así como si se saca agua, poca o mucha, de un vaso que debe
estar lleno, falta ya aquella agua para su plenitud, así falta en nuestro
corazón, con respecto a Dios, cualquiera porción de amor que ilegítimamente
derivemos de él hacia las criaturas.
B) v. 29: ¿Quién es mi prójimo? En Tiempo de Jesús, hasta el mismo pueblo judío,
custodio de la revelación, hasta los mismos intérpretes de ella, desconocen el
alcance de la palabra “prójimo”; hasta el punto de que, según la interpretación
de muchos Padres, la pregunta de este escriba es hija de su soberbia, que le
hacía reputarse hombre único, cuya dignidad no toleraba paridad ni proximidad
con los demás hombres. Ya no hay que hablar de los paganos que, como decía San
Pablo de los de Roma, eran gente “sin afección, sin misericordia” (Rom. 1, 31).
Hoy, gracias a las doctrinas de Jesús, sabemos que nuestro prójimo es todo
hombre, de cualquier clase y condición que sea. Pero, en el orden de la vida,
¿qué eficacia tiene este concepto? Tal vez sea éste uno de los puntos en que las
modernas costumbres se hayan separado más de la línea trazada por el Evangelio,
en el orden personal y en el social.
C) v. 30: Un hombre...cayó en manos de unos ladrones... ¿Quiénes son estos
ladrones, dice San Ambrosio, más que los ángeles de la noche y de las tinieblas?
Pero no hubiese caído en sus manos, si no hubiese entrado por sus caminos. Así
sucedió a Adán, dice San Agustín, que quedó despojado de los dones de Dios, y le
malhirieron, produciendo en su libertad una profunda llaga. Es el demonio el
“homicida desde el principio” (Ioh. 8, 44); es “nuestro adversario que, como
león rugiente, merodea buscando a quién devorar” (1 Petr. 5, 8). No andemos
desprevenidos, confiando en nuestras fuerzas, ni por caminos desiertos,
abandonados a nosotros mismos, sin la compañía fortísima de Dios, de sus ángeles
y de sus santos; y no caeremos en manos de los ladrones de nuestras almas.
D) v. 32: Y viéndole pasó también de largo. ¡Cuántos pasan aún hoy de largo, en
pleno Cristianismo, no por los desiertos de la tierra, sino en medio de las
populosas ciudades, sin hacer caso de los miserables que, en mil formas,
necesitan calor de corazón y auxilio en medio de las angustias en que viven!
Necesitados del cuerpo y del espíritu, malheridos en las luchas de la vida, que
esperan el paso de los discípulos del buen Samaritano Jesús, y los discípulos
todavía no han aprendido las lecciones de la caridad del Maestro...
E) v. 33: Más un samaritano... se llegó cerca de él...El samaritano es Jesús,
porque hablando al escriba que estaba hinchado de la ley, le demuestra que ni
él, ni el sacerdote, ni el levita eran cumplidores de la ley, y que él es quien
vino a cumplirla, lleno de misericordia para con todos los hombres. Divino
samaritano, que bajó de la celestial Jerusalén a esta miserable Jericó de la
mutabilidad y miseria de las cosas humanas, y curó a la humanidad enferma, que
ya no tenía la vida de Dios, y hasta en el orden humano había llegado a todo
abismo; que curó nuestras heridas con el bálsamo de su gracia, que nos colocó en
el recinto cerrado y fuerte de su Iglesia; que le dejó a nuestra Madre todos los
tesoros de sus sacramentos para que acabe nuestra curación. Todo ello después de
haber dado su propia vida para arrancarnos de las garras de la muerte, de cuerpo
y alma.
F) v. 37: Haz tú lo mismo. Como si dijera, dice el Crisóstomo: Cuando veas a
alguno víctima de cualquier miseria, no digas: Malo es, gentil es. Si necesita
socorro, no caviles; tiene derecho a tu auxilio, cualquiera que sea el mal que
sufra. Porque, dice San Ambrosio, no es el parentesco el que hace que uno sea
prójimo, sino la misericordia; porque la misericordia es según la naturaleza:
pues nada hay más conforme a la naturaleza que ayudar al que tiene nuestra misma
naturaleza.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, Ed. Acervo, Barcelona,
1967, p. 106-109)
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Jacobo Bossuet
El amor de Dios y el amor del prójimo
A) Cristo ordena que nos unamos en su nombre
“Dice San Agustín, y con gran razón, que no hay nada más pacífico y más fiero
que el hombre, nada más sociable por naturaleza ni más discorde y contradictor
por sus vicios que él. Hecho para la paz, n respira más que guerras. Se ha
mezclado en el género humano un espíritu de disensión y hostilidad, que desterró
para siempre la paz del mundo. Ni las leyes, ni la razón, ni la autoridad son
capaces de impedir que la confianza padezca un continuo temblor y la amistad sea
siempre incierta, en tanto que las sospechas bullen, las envidias son enconadas;
la maledicencia, cruel; la adulación, maligna; las enemistades, implacables.
B) El amor humano necesita fundamento sólido: Dios
A pesar de este espíritu de división, existe siempre en nosotros una tendencia a
la amistad, de donde viene el placer tan agradable de la conversación y compañía
de los santos. De ahí podemos entender que el poder que repartiera la naturaleza
humana entre tantos individuos, no nos ha separado a los unos de los otros de
forma tal, que no haya quedado en nuestro corazones una especie de secreto lazo
y un cierto espíritu de unión que nos atraiga. Por esto tenemos siempre algo de
común entre nosotros, y podemos comprobarlo viendo que no sólo el dolor que nos
debilita y torna impotente es quien pide naturalmente sostén, sino que la misma
alegría, que, abundante en sus propios bienes, parece debiera contentarse con
ella misma, busca, sin embargo, el seno de un amigo para expansionarse y sin
ello es imperfecta e insípida. Tan cierto es ello, dice San Agustín, que no hay
nada que sea placentero al hombre sino lo busca con otro hombre cuya compañía le
agrade. “No hay nada admirable para el hombre sin un hombre amigo”.
Pero, como quiera que este deseo natural de sociedad no se extiende mucho,
puesto que sus límites se ciñen ordinariamente a aquellas personas que nos
agradan por conformarse de un modo u otro a nuestros gustos, ni es tampoco lo
suficientemente cordial, ya que en la mayoría de las ocasiones está cimentado
sobre algún interés, lo cual es un flaco y ruinoso fundamento para la amistad
mutua, y como, finalmente, tampoco es muy fuerte, pues nuestro amor e intereses
son demasiado tornadizos para que sirva de apoyo a una concordia sólida, Dios ha
querido que nuestra sociedad y mutua unión dependan del origen más alto y he
aquí el orden que ha establecido.
Ha dispuesto que el amor y la caridad dependan primeramente de él como el
principio de todas las cosas y que de ese punto de partida se expansionen
universalmente sobre todos nuestros semejantes, y que, cuando entablemos lazos
de amistades particulares, las hagamos derivar de ese principio común, esto es,
de Él mismo, sin el cual no tengo miedo de aseguraros que jamás encontraréis una
amistad sólida, constante y sincera.
C) El amor, compendio de la justicia
“Dos mandamientos establecen este orden de la caridad, dos mandamientos que,
según el Hijo de Dios, forman el misterioso compendio de la Ley y los Profetas:
Amarás al Señor tu Dios con todo corazón y a tu prójimo como a ti mismo. Y a fin
de que entendáis con cuanta sabiduría encerró Cristo en estos dos preceptos toda
la justicia cristiana, debéis comprobar, si os place, que para observar la
justicia tenemos que considerar dos únicas cosas: primeramente, bajo quien
debemos vivir, y en seguida, con quien debemos vivir. Vivimos bajo el imperio
soberano de Dios y hemos sido creados para Él sólo; por lo tanto la obligación
esencial de toda naturaleza racional consiste en unirse santamente a Dios
mediante una fiel dependencia. Pero, como al vivir reunidos bajo este imperio
supremo tenemos también que vivir en paz y equidad con nuestros semejantes,
síguese de ahí que el deber accesorio y segundo es no amor sino por Dios y que
lo más apreciable que hemos de tener después de Dios ha de ser nuestra amistad
mutua. Veis, pues, claramente que, en realidad, toda la justicia consiste en
observar estos dos preceptos, según la frase del Señor”.
D) Dios, único fundamento del amor al prójimo
a) el amor a Dios
“Supuesta esta doctrina, es fácil de entender que el primero de los
mandamientos, a saber, el amar a Dios, es el fundamento necesario del segundo,
el de amar al prójimo. Porque ¿quién no ve claramente que para amar a éste como
a nosotros mismos es necesario ser capaz de desearle, e incluso de procurarle,
los mismos bienes que deseamos para nosotros? Y ¿quién no entiende que para
levantarnos a una tal alta y pura disposición de ánimo es necesario haber
arrancado nuestro corazón de todos los bienes particulares que pueden dividirnos
por la parcialidad y competencia para mirar solo en adelante al bien común y
general de toda criatura racional, llevados de un casto amor, esto es, para
mirar sólo a Dios, que es el único que basta a todos con su abundancia, y al
cual poseemos tanto más, cuanto más nos esforzamos en que nuestros semejantes
sean partícipes también con Él? El que ama a Dios con un corazón sincero, como
exige la Sagrada Escritura, es capaz de amar cordialmente, no sólo algún hombre,
sino a todos ellos, y de desearles bien con una caridad perfecta. Por el
contrario, el que no ame a Dios, por mucho que diga y prometa, no se amará más
que a sí mismo, y todo cuanto amor tuviere por los otros, jamás será ni puro, ni
sincero, ni, digámoslo de una vez, lo suficientemente cordial para que podamos
fiarnos”.
b) El amor a nosotros mismos
“En efecto, el único apego que nos tenemos a nosotros mismos forma una línea de
separación y una pared medianera entre todos los corazones, y es lo que hace que
cada uno de nosotros encierre todo él dentro de sus intereses, formando un
cantón de sí mismo, pronto siempre a decir lo de Caín: ¿Qué tengo yo que ver con
mi hermano? (Gen 4, 9). Por eso el apóstol San Pablo, al hablar de los que se
aman a sí mismos, dice que son hombres sin afecto y enemigos de la paz (2 Tim 3,
2-3). Porque es cierto que nuestro amor propio nos impide amar al prójimo como
la ley ordena. La ley quiere que le amemos como a nosotros mismos, porque, según
la naturaleza y según la gracia, es nuestro prójimo y semejante, y no nuestro
inferior; pero el amor propio, obedeciendo con mucho más celo, consigue que le
amemos por nosotros mismos y no como a nosotros; que le amemos, no dentro de un
espíritu de sociedad, para vivir concordes con él, sino con un espíritu de
dominio, para hacerle servir a nuestros deseos. Así es como el mundo ama, bien
lo sabéis, y por eso mismo es cierto que el mundo no ama a nadie y que no se
encuentra amistad alguna sólida, el hombre no será jamás capaz de amar a su
prójimo como a sí mismo y dentro de un espíritu de fiel compañía, hasta que haya
triunfado de su amor propio, amando a Dios más que a sí mismo. Porque, para ser
ese gran esfuerzo de despegarnos de nosotros mismos, es necesario tener algún
objeto de una altura tal, que creamos no perder nada al renunciar a nosotros
para abandonarnos a él sin reserva. Ahora bien, Dios es el único de una tal
superioridad y preeminencia, que todas las criaturas que nos rodean, lejos de
estar naturalmente debajo de nosotros, están colocadas en el mismo grado de
dependencia bajo el imperio soberano del Señor primero. Por consiguiente, ¡oh,
cristiano!, hasta que no consigamos amar al único que por su dignidad puede
arrancarnos de nosotros mismos, sólo a nosotros mismos sabremos amar. La fuente
de nuestra amistad podrá, sí, manar alguna especie de amor para con los demás,
pero tendrá siempre una marea de reflujo hacia nuestro propio yo, y toda nuestra
generosidad no será más que un arte un poquito más honrado de apoderarnos de las
criaturas o de dar satisfacción a una gloria interior. El verdadero amor al
prójimo tiene su principio necesario en el amor de Dios y camina a compás de su
paso, y aunque encontramos alguna vez naturales nobles que parezcan elevarse
mucho sobre las flaquezas comunes, sin embargo, yo sostengo que sólo el amor de
Dios puede cambiar en nuestro corazón esta inclinación de la naturaleza y hacer
que no nos apeguemos a nosotros mismos”.
c) No hay rectitud en los hombres
“Como quiera que Dios es tan poco amado, es lógico que el profeta tenga que
exclamar que no puede fiarse de nadie. Vivimos, dice, en medio de fraudes y de
engaños, todos desconfían y todos se engañan; no hay rectitud, no hay seguridad
y no hay fidelidad entre los hombres. Recela uno del otro y nadie confía en
nadie, pues todos se engañan siempre, todos se difaman unos a otros, unos a
otros se engañan, no hay en ellos palabras de verdad... (Ier. 9, 4-5). Han
desaparecido de la tierra los justos, no hay ninguno recto entre los hombres,
todos acechan la sangre, todos tienden redes a su prójimo...No os fiéis del
amigo, no creáis al compañero...; los enemigos de cualquiera con sus mismos
domésticos” (Mich. 7, 2, 5-5).
Bossuet se extiende describiendo las costumbres de su tiempo y diciendo que las
palabras de ambos profetas siguen siendo de triste actualidad. “Desmentidme,
señores, si no digo la verdad. Si yo hablase en otro lugar, pondría como ejemplo
de lo que digo a la misma corte; pero, ya que estoy predicando delante de ella,
conózcase a sí misma y sea ella la prueba de la verdad que digo”.
E) Caridad universal
“De este excelso origen de la caridad se deriva el que deba extenderse generosa
sobre todos nuestros semejantes con una inclinación universal a hacernos el
bien, empleando para ello todo el poder que Dios nos haya concedido. De este
mismo principio deben nacer nuestras amistades particulares, que no serán jamás
inviolables ni sagradas si Dios no sirve de mediador”. Jonás y David llamaron a
su amistad alianza del Señor, y así ni el trono y sus ambiciones fueron capaces
de separarlos: “Feliz el que encuentra un tesoro semejante; bien puede
despreciar todas las riquezas del mundo, porque una amistad sellada en nombre de
Dios y jurada entre sus manos, no ha de temer ni el disimulo ni el engaño. Todo
se lleva a cabo ante los ojos del que lee los corazones, y su verdad eterna es
la caución fiel de la fe entregada, que garantiza a esta amistad santa de los
infinitos cambios con que el tiempo y los intereses amenazan a las demás. Un
amigo de esta clase, fiel a Dios y a los hombres, es un tesoro inestimable y
debe sernos más querido que nuestros propios ojos, porque con frecuencia vemos
mejor por los suyos que por los nuestros y es capaz de hacernos ver claro cuando
nuestro interés nos ciegue”.
(Verbum Vitae, B.A.C., Madrid, 1955, p. 72-77 )
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San Ambrosio
Un hombre baja de Jerusalén a Jericó.. En efecto, Jericó es figura de este
mundo, a la cual descendió Adán arrojado del paraíso, es decir, de aquella
Jerusalén celeste, por su prevaricadora caída, pasando de la vida a la muerte;
destierro este de su naturaleza que le ocasionó un cambio, no ciertamente de
lugar, pero sí de costumbres. Y así quedó un Adán bien distinto de aquel primero
que gozaba de una felicidad sin ocaso, pero que tan pronto como se lanzó a los
pecados de este mundo, cayó en manos de los ladrones, a los que no habría venido
a parar si no se hubiese apartado del mandato divino. ¿Quiénes son estos
ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas, que se transforma a
veces en ángeles de luz (2 Cor. 11,14), aunque es un hecho que no puedan
permanecer mucho tiempo en ese estado? Estos primero se despojan del vestido de
la gracia espiritual que recibimos, y así es como de ordinario logran sus
primeros impactos; pero, si guardamos intactos los vestidos recibidos, no
sentiremos los golpes de los ladrones. Ten, pues, cuidado para no ser despojado,
como lo fue Adán, de la protección del precepto celestial y privado del vestido
de la fe, ya que a eso se debió que él fuera herido moralmente, herida mortal
que se habría contagiado a todo el género humano si aquel Buen Samaritano,
bajando del cielo, no hubiese curado esas peligrosas llagas.
Y no es un samaritano cualquiera este que no despreció a aquel que había sido
preterido por el sacerdote y el levita. No desprecies a aquel que lleva el
nombre de una secta vocablo cuyo significado te va a admirar; en efecto, el
vocablo “samaritano” significa guardián Demos ahora una interpretación a todo
esto. En verdad, ¿quién es un custodio verdadero, sino aquel de quien se ha
escrito: el Señor guarda a los pequeños? (Ps. 114,6) Pues el mismo modo que hay
un judío también se da una manera de ser samaritano que se ve y otra que yace
oculta. Mientras bajaba, pues, este samaritano- ¿quién es este que bajó del
cielo, sino el que sube al cielo, el Hijo de Dios que está en el cielo? (Io
3,13), habiendo visto a un hombre medio muerto, al que nadie había querido
curar, se llegó a él, es decir, compadecido de nuestra miseria, se hizo íntimo y
prójimo nuestro para ejercitar su misericordia con nosotros.
Y vendó sus heridas untándolas con aceite y vino. Este médico tiene infinidad de
remedios, mediante los cuales lleva a cabo, de ordinario, sus curaciones.
Medicamento es su palabra; ésta, unas veces, venda las heridas; otras sirven de
aceite, y otras actúa como vino; venda las heridas; Otra sirve de aceite; y
otras actúa como vino; venda las heridas cuando expresa un mandato de una
dificultad más que regular; suaviza perdonando los pecados, y actúa como el vino
anunciado el juicio.
Y lo puso-continúa el texto- sobre su cabalgadura. Observa cómo realiza esto
contigo: Él tomó sobre s í nuestros pecados y cargó con nuestros dolores (Is 53,
4) Otra confirmación es la del Buen Pastor, que puso sobre sus hombros a la
oveja cansada (Lc 15,5). En efecto, el hombre se ha convertido en un ser
semejante a un jumento. (Ps 48, 13), pero Él nos ha colocado sobre su
cabalgadura para que no fuésemos como el caballo y el mulo (Ps. 31,9) y ha
tomado nuestro mismo cuerpo para suprimir las debilidades de nuestra carne.
Y, al fin, a nosotros, que éramos como jumentos, nos conduce a una posada. Una
posada, como se sabe, no es más que un lugar donde suelen descansar los que se
encuentran desfallecidos por un largo camino. Y por eso, el Señor, que es el que
levanta del polvo al pobre, y alza del estiércol al desvalido (Ps 112,7), nos ha
llevado a un mesón.
Y se preocupa con cuidado de él para que ese enfermo pueda observar los mandatos
que había recibido. Pero ese enfermo pueda observar los mandatos que había
recibido. Pero este samaritano no tenía tiempo de hacer una permanencia larga en
la tierra; debía volver al lugar de donde había bajado.
Y al día siguiente- pero, ¿cuál es este otro día, sino el domingo de
resurrección del Señor, del que fue dicho; Este es el día que hizo el Señor? (Ps
117, 24)- tomó dos denarios y se los dio al mesonero, diciéndole: cuídale.
¿Qué significan estos dos denarios sino los dos testamentos que llevan impresa
la efigie del eterno Rey y con los que nuestras heridas obtienen su curación?
Porque hemos sido redimidos a precio de sangre (1 Pe. 1, 19) para no ser
víctimas de las heridas de la última muerte.
El mesonero recibió dos denarios... ¿Quiénes son estos hosteleros? Son esos
hombres a los que se ha dicho: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a
toda criatura, y el que creyere y se bautizare será salvo. (Mc 15, 16) salvo
verdaderamente de la muerte y salvo de las heridas que le pudieran infligir los
ladrones.
¡Bienaventurado ese mesonero que puede curar las heridas del prójimo!, Y
¡Bienaventurado aquel a quien dice Jesús: Lo que gastes de más te lo daré a mi
vuelta! El buen dispensador da siempre en demasía. Buen dispensador fue Pablo,
cuyos sermones y epístolas son como algo que rebosa a lo que había recibido,
cumpliendo el mandato explícito del Señor de trabajar sin descanso corporal ni
espiritual, a fin de obtener, por medio de la predicación de su palabra, el
perseverar a muchos de la grave flaqueza de espíritu. He aquí el dueño del mesón
en el que el asno conoció el pesebre de su amo (Is 1,3) y en el cual hay un
lugar seguro para los rebaños de ovejas, con el fin de que, a esos lobos rapaces
que braman alrededor de los apriscos, no les resulte fácil llevar a cabo sus
ataques a las ovejas.
Pero Él además, promete una recompensa. Y ¿cuándo vas a venir, Señor, a darla
sino en el día del juicio? Porque, aunque Tú estés siempre y en todo lugar y
vivas entre nosotros, si bien no te vemos, con todo, llegará un momento en el
que todo hombre te verá volver. Paga, pues lo que debes. ¡Bienaventurados
aquellos hombres a los que debe Dios! ¡Ojalá que nosotros pudiésemos ser
deudores dignos para poder pagar todo lo que hemos recibido, sin que nos
ensoberbezca el don del sacerdocio o del ministerio! ¿Cómo pagas Tú, Señor
Jesús? Prometiste que a los buenos les darías un premio abundante en el cielo, y
lo cumples cando dices: Muy bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en
lo poco, te constituiré sobre lo mucho, entra en gozo de tu Señor (Mt 25, 21).
Por tanto, puesto que nadie es tan verdaderamente nuestro prójimo como el que ha
curado nuestras heridas, amémosle, viendo en él a nuestro Señor, y querámosle
como a nuestro prójimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la cabeza.
(Obras Completas. BAC. Madrid. 1966, pag. 379 ss. )
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Juan Pablo II
El buen samaritano
Pertenece también al Evangelio del sufrimiento --y de modo orgánico--la parábola
del buen samaritano. Mediante esta parábola Cristo quiso responder a la pregunta
"¿Y quién es mi prójimo?" En efecto, entre los tres que viajaban a lo largo de
la carretera de Jerusalén a Jericó, donde estaba tendido en tierra medio muerto
un hombre robado y herido
por los ladrones, precisamente el samaritano demostró ser verdaderamente el
"prójimo" para aquel infeliz. Prójimo" quiere decir también aquel que cumplió el
mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres recorrían el mismo camino;
uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno "lo vio y pasó de largo". En
cambio, el samaritano "lo vio y tuvo compasión... Acercóse, le vendó las
heridas", a continuación "le condujo al mesón y cuidó de él", Y al momento de
partir confió el cuidado del hombre herido al mesonero, comprometiéndose a
abonar los gastos correspondientes.
La parábola del buen samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica,
en efecto, cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que
sufre. No nos está permitido "pasar de largo", con indiferencia, sino que
debemos "pararnos" junto a él. Buen samaritano es todo hombre que se para junto
al sufrimiento de otro hombre, de cualquier género que ése sea. Esta parada no
significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el abrirse de una
determinada disposición interior del corazón, que tiene también su expresión
emotiva. Buen samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre
que "se conmueve" ante la desgracia del prójimo. Si Cristo, conocedor del
interior del hombre, subraya esta conmoción, quiere decir que es importante para
toda nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno. Por lo tanto, es necesario
cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión
hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación
de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre.
Sin embargo, el buen samaritano de la parábola de Cristo no se queda en la mera
conmoción y compasión. Estas se convierten para él en estímulo a la acción que
tiende a ayudar al hombre herido. Por consiguiente, es, en definitiva, buen
samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea.
Ayuda, dentro de lo posible, eficaz. En ella pone todo su corazón y no ahorra ni
siquiera medios materiales. Se puede afirmar que se da a sí mismo, su propio
"yo", abriendo este "yo" al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda
la antropología cristiana. El hombre no puede "encontrar su propia plenitud si
no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás". Buen samaritano es el
hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.
Siguiendo la parábola evangélica, se podría decir que el sufrimiento, que bajo
tantas formas diversas está presente en el mundo humano, está también presente
para irradiar el amor al hombre, precisamente ese desinteresado don del propio
"yo" en favor de los demás hombres, de los hombres que sufren. Podría decirse
que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor
humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el
hombre lo debe de algún modo al sufrimiento. No puede el hombre "prójimo" pasar
con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental
solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe "pararse",
"conmoverse", actuando como el samaritano de la parábola evangélica. La parábola
en sí expresa una verdad profundamente cristiana, pero a la vez tan
universalmente humana. No sin razón, aun en el lenguaje habitual, se llama obra
"de buen samaritano", toda actividad en favor de los hombres que sufren y de
todos los necesitados de ayuda.
Esta actividad asume, en el transcurso de los siglos, formas institucionales
organizadas y constituye un terreno de trabajo en las respectivas profesiones.
¡Cuánto tiene "de buen samaritano" la profesión del médico, de la enfermera u
otras similares! Por razón del contenido "evangélico" encerrado en ella, nos
inclinamos a pensar más bien en una vocación que en una profesión. Y las
instituciones que, a lo largo de las generaciones, han realizado un servicio "de
samaritano" se han desarrollado y especializado todavía más en nuestros días.
Esto prueba indudablemente que el hombre de hoy se para cada vez con mayor
atención y perspicacia junto a los sufrimientos del prójimo, intenta
comprenderlos y prevenirlos cada vez con mayor precisión. Posee una capacidad y
especialización cada vez mayores en este sector. Viendo todo esto, podemos decir
que la parábola del samaritano del Evangelio se ha convertido en uno de los
elementos esenciales de la cultura moral y de la civilización universalmente
humana. Y pensando en todos los hombres que con su ciencia y capacidad prestan
tantos servicios al prójimo que sufre, no podemos menos de dirigirles unas
palabras de aprecio y gratitud.
Estas se extienden a todos los que ejercen de manera desinteresada el propio
servicio al prójimo que sufre, empeñándose voluntariamente en la ayuda "como
buenos samaritanos" y destinando a esta causa todo el tiempo y las fuerzas que
tienen a su disposición fuera del trabajo profesional. Esta espontánea actividad
"de buen samaritano" o caritativa puede llamarse actividad social, puede también
definirse como apostolado, siempre que se emprende por motivos auténticamente
evangélicos, sobre todo si esto ocurre en unión con la Iglesia o con otra
comunidad cristiana. La actividad voluntaria "de buen samaritano" se realiza a
través de instituciones adecuadas o también por medio de organizaciones creadas
para esta finalidad. Actuar de esta manera tiene una gran importancia,
especialmente si se trata de asumir tareas más amplias, que exigen la
cooperación y el uso de medios técnicos. No es menos preciosa también la
actividad individual, especialmente por parte de las personas que están mejor
preparadas para ella, teniendo en cuenta las diversas clases de sufrimiento
humano a las que la ayuda no puede ser llevada sino individual o personalmente.
Ayuda familiar, por su parte, significa tanto los actos de amor al prójimo
hechos a las personas pertenecientes a la misma familia como la ayuda recíproca
entre las familias.
Es difícil enumerar aquí todos los tipos y ámbitos de la actividad "como
samaritano" que existen en la Iglesia y en la sociedad. Hay que reconocer que
son muy numerosos, y expresar también alegría porque, gracias a ellos, los
valores morales fundamentales, como el valor de la solidaridad humana, el valor
del amor cristiano al prójimo, forman el marco de la vida social y de las
relaciones interpersonales, combatiendo en este frente las diversas formas de
odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las de la mera
"insensibilidad", o sea la indiferencia hacia el prójimo y sus sufrimientos.
Es enorme el significado de las actitudes oportunas que deben emplearse en la
educación. La familia, la escuela, las demás instituciones educativas, aunque
sólo sea por motivos humanitarios, deben trabajar con perseverancia para
despertar y afinar esa sensibilidad hacia el prójimo y su sufrimiento, del que
es un símbolo la figura del samaritano evangélico. La Iglesia, obviamente, debe
hacer lo mismo, profundizando aún más intensamente --dentro de lo posible--en
los motivos que Cristo ha recogido en su parábola y en todo el Evangelio. La
elocuencia de la parábola del buen samaritano, como también la de todo el
Evangelio, es concretamente ésta: el hombre debe sentirse llamado personalmente
a testimoniar el amor en el sufrimiento. Las instituciones son muy importantes e
indispensables; sin embargo, ninguna institución puede de suyo sustituir el
corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana,
cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a
los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples
sufrimientos morales y cuando la que sufre es ante todo el alma.
La parábola del buen samaritano, que--como hemos dicho-- pertenece al Evangelio
del sufrimiento, camina con él a lo largo de la historia de la Iglesia y del
cristianismo, a lo largo de la historia del hombre y de la humanidad. Testimonia
que la revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del sufrimiento se
identifica de ningún modo con una actitud de pasividad. Es todo lo contrario. El
Evangelio es la negación de la pasividad ante el sufrimiento. El mismo Cristo,
en este aspecto, es sobre todo activo. De este modo realiza el programa
mesiánico de su misión, según las palabras del profeta: "El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a
predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista;
para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del
Señor". Cristo realiza con sobreabundancia este programa mesiánico de su misión:
El pasa "haciendo el bien", y el bien de sus obras destaca sobre todo ante el
sufrimiento humano. La parábola del buen samaritano está en profunda armonía con
el comportamiento de Cristo mismo.
Esta parábola entrará, finalmente, por su contenido esencial, en aquellas
desconcertantes palabras sobre el juicio final que Mateo ha recogido en su
Evangelio: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; preso, y vinisteis a verme". A los justos que
pregunten cuándo han hecho precisamente esto, el Hijo del Hombre responderá: "En
verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos
menores, a mí me lo hicisteis" La sentencia contraria tocará a los que se
comportaron diversamente: "En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso
con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo". Se podría,
ciertamente, alargar la lista de los sufrimientos que han encontrado la
sensibilidad humana, la compasión, la ayuda, o que no las han encontrado. La
primera y la segunda parte de la declaración de Cristo sobre el juicio final
indican sin ambigüedad cuán esencial es, en la perspectiva de la vida eterna de
cada hombre, el "pararse", como hizo el buen samaritano, junto al sufrimiento de
su prójimo, el tener "compasión" y, finalmente, el dar ayuda. En el programa
mesiánico de Cristo, que es a la vez el programa del reino de Dios, el
sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras
de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la
"civilización del amor". En este amor el significado salvífico del sufrimiento
se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva. Las palabras de Cristo
sobre el juicio final permiten comprender esto con toda la sencillez y claridad
evangélica.
Estas palabras sobre el amor, sobre los actos de amor relacionados con el
sufrimiento humano, nos permiten una vez más descubrir, en la raíz de todos los
sufrimientos humanos, el mismo sufrimiento redentor de Cristo. Cristo dice: "A
mí me lo hicisteis". El mismo es el que en cada uno experimenta el amor; El
mismo es el que recibe ayuda cuando esto se hace a cada uno que sufre sin
excepción. El mismo está presente en quien sufre, porque su sufrimiento
salvífico se ha abierto de una vez para siempre a todo sufrimiento humano. Y
todos los que sufren han sido llamados de una vez para siempre a ser partícipes
"de los sufrimientos de Cristo". Así como todos son llamados a "completar" con
el propio sufrimiento "lo que falta a los padecimientos de Cristo". Cristo al
mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer bien con el sufrimiento y a hacer
bien a quien sufre. Bajo este doble aspecto ha manifestado cabalmente el sentido
del sufrimiento.
(Salvifici Dolores, VII)
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Catecismo de la Iglesia Católica
El Buen Samaritano y la Caridad
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el
ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano
que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su
vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la
vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el
instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
864 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la
Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los
ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo.
Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones
variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero es
siempre la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, "que es como el alma
de todo apostolado".
915 Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los
discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos
los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida
consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino,
la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida
estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la "vida consagrada" a
Dios.
916 El estado religioso aparece por consiguiente como una de las maneras de
vivir una consagración "más íntima" que tiene su raíz en el bautismo y se dedica
totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo
la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios
amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el
servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo
futuro.
953 La comunión de la caridad: En la "comunión de los santos", "ninguno de
nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14,7).
"Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado,
todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de
Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1 Co 12,26-27). "La caridad no
busca su interés" (1 Co 13,5) El menor de nuestros actos hecho con caridad
repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres,
vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a
esta comunión.
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EJEMPLOS PREDICABLES
Por falta de caridad no veía la hostia consagrada
“Y aquí viene a propósito un suceso que refiere Tomás de Kempis. Un joven,
hallándose presente en el Santo Sacrificio de la Misa, no veía la hostia
consagrada. Temió que esto pudiese provenir de la debilidad de su vista o de la
distancia del lugar en que se ponía para asistir al Santo Sacrificio; se acercó
al altar y se puso junto al sacerdote que celebraba. Fue inútil su diligencia,
porque ni aún tan próximo pudo ver la hostia consagrada en manos del celebrante.
Duró dos años este suceso tan prodigioso, después de los cuales, habiendo
entrado en gran temor y escrúpulo, se fue a los pies de un docto y discreto
sacerdote y en confesión le descubrió tan raro suceso. El confesor, habiéndolo
examinado diligentemente, halló que su penitente tenía odio a un sujeto y que en
tan largo tiempo no le había querido perdonar. Por eso le dijo: “Hijo, veo que
mantienes en tu corazón obstinado rencor con tu prójimo, y ésta es la causa por
la que la hostia consagrada se esconde a tus ojos, porque, estando privado de
caridad, quiere Jesucristo, con este prodigio, hacerte entender que no
participas del sacrificio aunque te halles presente”. Compungido con esto el
joven, perdonó de corazón a su enemigo y prometió no tomar venganza de los
agravios recibidos. Con eso, viéndole el confesor bien dispuesto, le dio la
absolución. Salió del tribunal de la penitencia y se fue a asistir al Santo
Sacrificio, y entonces vio sin dificultad, como los demás, la hostia consagrada
en manos del sacerdote. De esta manera quiso el Redentor darle, y también a
nosotros, un testimonio de esta verdad: que es en vano acercarse al altar para
sacrificar, o para participar del sacrificio, si antes, con una sincera
reconciliación de ánimo, no se recobra la caridad perdida, porque Dios estima
más ésta que las oblaciones y sacrificios”.
(Verbum Vitae, t. V, BAC, 1955, p. 472)
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Caridad Cristiana
Siendo San Pacomio todavía gentil, pasó por el pueblo donde él vivía una legión
de soldados romanos. Observó el santo que algunos del pueblo buscaban y
obsequiaban con amor a algunos de los soldados. Llamábale esto a Pacomio la
atención, porque no veía por dónde aquellos soldados podían tener en el pueblo
tantas relaciones y conocimientos; y preguntó porqué así se saludaban y
obsequiaban aquellos. Dijéronle:
- Es que esos son cristianos. Y se profesan un cariño y amor especial, sólo por
ser cristianos.
Conmoviole este ideal a Pacomio y se hizo cristiano, creyendo que tal religión
necesariamente había de ser buena… Verificóse lo que Jesucristo había dicho: “En
esto se conocerá que sois mis discípulos”.
(Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplo predicables, Ed. Herder, 1962, n. 488)
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Hasta con el enemigo
Se cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial un médico militar, mientras
estaba inclinado atendiendo a un herido en un lecho de campamento, recibió un
tiro de pistola del propio paciente, que era un oficial enemigo.
El tiro falló, y el médico, volviendo la cabeza serenamente, le dijo:
- Vamos; no hagas tonterías.
Y continuó curándole.
(Mauricio Rufino, Vademécum de ejemplo predicables, Ed. Herder, 1962, n. 489)
28. FLUVIUM 2004
Un amor humano a lo divino
Aprendamos de Jesús en este domingo –tomando ocasión del fragmento de san Lucas
que nos ofrece para hoy la Liturgia de la Iglesia– a realizar el bien a pesar de
todo... En algunas ocasiones nos veremos, como aquel día Jesús ante la pregunta
malintencionada del doctor de la ley, pero nosotros posiblemente sentiremos el
impulso de corresponder con otra ofensa al mal trato recibido. ¿Acaso no
estaríamos en nuestro derecho?, podríamos pensar. Sin embargo, el "ojo por ojo y
diente por diente" pertenece ya al pasado, y poco tiene que ver con la caridad
cristiana. Jesús, que únicamente vino al mundo para nuestro bien, tuvo que
ayudarnos resistiendo a la hostilidad humana. Su divino amor por nosotros le
llevó a no considerar si en realidad teníamos derecho o no al tesoro de su Amor.
Esa es la actitud constante de Cristo. En ningún momento hay en Él manifestación
alguna de revancha, de venganza. Jesús no sabe de "ajustes de cuentas" o de
hacer escarmentar... Ni siquiera es más remiso en su entrega en favor de la
gente, por la ingratitud o, incluso, la mala interpretación de sus hechos y
palabras por parte de algunos de los favorecidos. Nuestro Señor no se plantea
sino ayudarnos a toda costa, en aquello que es nuestro mayor bien: la Salvación.
Nada de este mundo le hace desistir de ese empeño generoso y desinteresado. El
suyo es un amor que no tiene precio, por cuanto gratuitamente otorga, al hombre
que le reconoce como Dios, aquello en lo que consiste su máxima felicidad y
plenitud, que únicamente Él puede otorgar.
A continuación de la respuesta sencilla del Señor ante la malintencionada
pregunta –dando por otra parte al impertinente doctor de ley ocasión de
lucimiento–, Jesús ejemplifica con una parábola cómo debe ser de generosa y
desinteresada la caridad. En todo momento resplandece en el buen samaritano el
olvido de sí mismo. Cada gesto de su conducta con ocasión de la desgracia de su
prójimo, es buscando el mayor bien para quien cayó en manos de los salteadores.
¿Alguna obligación en justicia le forzaba a gastar su tiempo y su dinero en un
desconocido? Ningún precepto legal –que sepamos– movió su generosidad. Nos
quiere enseñar Jesús que, sólo contemplar la necesidad de otro, es motivo, más
que suficiente, para olvidar las propias cosas: lo suficiente, al menos, para
remediar esa desgracia humana.
Si somos francos, aceptamos fácilmente que la actitud de ese samaritano es
admirable. Sin duda, viajaba por asuntos personales de cierta importancia. De
hecho, detiene su viaje, lo necesario para remediar el problema, y continúa su
marcha. No se trata, de ordinario, en la caridad de desentenderse absolutamente
de las propias cosas. Sin embargo, el bien del prójimo reclama una verdadera
responsabilidad. Cuida de él –dice al posadero–, y lo que gastes de más te lo
daré a mi vuelta. Porque la caridad bien vivida –en nuestra humana condición es
muy importante tenerlo presente– supondrá siempre una cierta "pérdida" para
quien la ejercita. Amar siempre costará, aunque el impulso de quien ama parezca
quitarle importancia al gasto, al esfuerzo, al tiempo empleado, al cansancio, a
la contrariedad, etc. Luego, se siente la humana satisfacción del deber
cumplido. En todo caso, no se ayuda por nada personal. Como veíamos, es el bien
del prójimo lo que impulsa al desprendimiento en cada caso.
Con esas renuncias a lo propio se agrada a Dios. Cuanto hicisteis con uno de
estos, conmigo lo hicisteis, declaró Jesús, para que entendiéramos el valor de
la caridad, y hasta qué punto está Él presente en quienes nos rodean, por
desconocidos que nos resulten. También en quienes nos han tratado mal: amad a
vuestros enemigos y rezad por los que os persigan –nos pide el Señor–, para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. En todo momento podemos
descubrir una oportunidad de amar a Dios en nuestros prójimos. Posiblemente,
cuando más nos cuesta, es más heroico y puro el amor que manifestamos a Dios.
Tal vez, entonces, se asemeja más al Suyo por nosotros, y somos así, en efecto,
mejores hijos de nuestro Padre del Cielo.
La lealtad a Dios de nuestra Madre, repetidamente probada en momentos difíciles
–duros– de fidelidad, será siempre un luminoso ejemplo y un estímulo para sus
hijos.
29. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
Deuteronomio 30, 10-14: El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo.
La época del destierro fue para Israel una situación que confrontó el modelo de
Alianza entre Dios y su pueblo, como principio de cambio y conversión. Esta
conversión incluye la vuelta personal a Dios y el cumplimiento de todos su
mandatos, “con todo corazón” como pide Dt.6,4.
Aunque el capítulo 30 está redactado en segunda persona del singular, es de
sentido plural en la época del exilio: “cuando te sucedan estas cosas” (v1) ya
les han sucedido. Todo el capítulo presupone la destrucción de Judá y Jerusalén
el año 587 a.e.c..
La buena nueva para el pueblo se centra en el capítulo 30. Se presenta mostrando
que el precepto no supera las fuerzas, ni está fuera del alcance (v11) aunque el
pueblo esté en el exilio. No está en el cielo, ni más allá de los mares
(vv12-13). La Palabra de Dios ya ha sido pronunciada y se encuentra en nuestra
boca y en nuestro corazón. Si nos llenamos de su palabra, se realizará su
voluntad en nosotros (v14). Tener cerca la Palabra es amar a nuestro prójimo.
Hoy necesitamos también estar abiertos a la palabra que se nos dirige en los
signos de los tiempos y los lugares, como palabra reveladora de la acción de
Dios en nuestra historia, con el compromiso de escucharla y vivirla en
radicalidad y compromiso
Salmo 68: Humildes, buscad al Señor, y revivirá tu corazón
El tiempo de composición del salmo 68 lo encontramos expresado en la última
estrofa que leemos: “el Señor salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá”
(v36), época inmediatamente posterior al destierro, pensando posiblemente en el
grupo de exiliados que anhelaban la reconstrucción del templo.
El salmo es un canto de un “siervo de Yahvé” (v18), que sufre el señalamiento.
El rechazado e ignorado por las estructuras de poder, es visto con el cariño de
Dios que ve en este siervo un ejemplo y testimonio para los que como pobres,
buscan y aguardan la ayuda de Dios. Con este siervo están en juego la confianza
y la esperanza de otras personas. El salmo es una invitación a salir del
egoísmo, y ponerse en función del servicio a los demás, con la marca
inconfundible del amor.
Colosenses 1, 15-20: Todo fue creado por él y para él.
Este himno de Colosenses presenta en toda su profundidad la primacía de Cristo,
como hijo de Dios y como principio de toda la nueva humanidad que renace en él.
Conecta la acción salvadora de Cristo con la obra de la creación, unidas a un
mismo tronco, con las raíces profundas de la fe.
La nueva creación que surge con Cristo, se presenta en el modelo de nueva
humanidad, por el mundo y la historia, donde hay que trabajar por ellas para
cumplir el plan salvador de Dios en su Hijo. Al ser humano le ha faltado vivir
la reconciliación con la obra de Dios y se sigue dando un distanciamiento enorme
entre ellos y en la causa de su justicia.
Lucas 10, 25-37: ¿Quién es mi prójimo?
Jesús quería que la ley del amor primara sobre la ley del culto y sobre los
propios intereses
Visión panorámica de esta parábola:
La mentalidad judía del tiempo de Jesús, absorbida por el legalismo, se había
convertido en una conciencia fría, sin calor humano, a la que no le importaban
las necesidades ni los derechos del ser humano. Solo se hacía lo que permitía la
estructura legal y rechazaba lo que prohibía dicha estructura. El legalismo
impuesto por la estructura religiosa era la norma oficial de la moral del
pueblo. Se había llegado, por ejemplo, a establecer, desde la legalidad
religiosa, que la ley del culto primaba sobre cualquier ley, así fuera la ley
del amor al prójimo. Esto asombraba y preocupaba a Jesús pues no era posible que
en nombre de Dios se establecieran normas que terminaran deshumanizando al
pueblo.
Este era el contexto en que nació la parábola del buen samaritano: un hombre
necesitado de ayuda, caído en el camino, más muerto que vivo, sin derechos,
violentado en su dignidad de persona, es abandonado por los cumplidores de la
ley (sacerdotes y levitas) y en cambio es socorrido por un ilegal samaritano
(que no tenían buenas relaciones con los israelitas). Jesús hizo una propuesta
de verdadera opción por los derechos de ese ser humano caído, condenado por las
estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas que aparecen
excluyentes (estructuras que se encargan de no respetar los derechos de las
personas y no les permitan vivir en libertad y en autonomía). Jesús quiere
decirnos cómo la solidaridad es un valor que hay que anteponer no solo a la ley
del culto, sino también a la misma necesidad personal, buscando el bienestar
social y comunitario, la defensa de los derechos de tantos y tantas que viven en
situaciones de falta de solidaridad y de reconocimiento de sus derechos, nos
hace pensar en la opción por continuar el camino de compromiso y de trabajo en
nuestras comunidades y organizaciones, desde el compromiso solidario con los
hermanos y hermanas que están caídos en el camino, por el no reconocimiento de
sus derechos.
La parábola es todo menos un juego de palabras bonitas, es algo más que una
pieza literaria de la antigüedad. Es una constante interpelación para hoy.
Sólo Lucas nos conserva en su Evangelio esta parábola.
Este texto, tan ampliamente conocido en la liturgia, se inicia con una pregunta
de un maestro de la ley, o letrado, frente lo que hay que hacer para ganar la
vida eterna.
Jesús, a su vez, le devuelve la pregunta para que el letrado la busque en su
especialidad, él tiene la respuesta en la ley... El letrado, citando de memoria
Dt.6,5 y Lv.19,18, hace una apretada síntesis del sentido frente a los 613
preceptos y obligaciones que se alcanzaban a contar en la cuenta de los rabinos,
para responder en dos que son fundamentales: Amar a Dios y al prójimo... Jesús
aprueba la respuesta..
El letrado interroga nuevamente, pues en el Levítico el prójimo es el israelita
y en el Deuteronomio se reserva el título de hermanos únicamente para los
israelitas...Jesús, en lugar de discutir y entrar en callejones sin salidas, no
busca plantear nuevas teorías e interpretaciones frente a la ley antigua y su
práctica, sino que propone una parábola como ejemplo vivo de quién es el
prójimo.
Podemos contemplar en la parábola los personajes y sacar de allí las
consecuencias de enseñanza para el día de hoy: un hombre (v 30) anónimo que es
victima de los ladrones y cae medio muerto en el camino; un samaritano (v 33) un
medio pagano – o tal vez un pagano completo- cuyo trato y relación con los
judíos era casi un insulto a sus tradiciones; un sacerdote (v 31) y un levita (v
32), la contraposición y la diferencia entre dos rangos de poder religioso, pues
el levita era un clérigo de rango inferior que se ocupaba principalmente de los
sacrificios, “testimonios” de un culto oficial y de los rituales a seguir en la
religión establecida.
La relación entre cada uno de los personajes de la parábola es distinta: el
sacerdote y el levita frente al hombre caído en el camino no se basa en el plan
de la necesidad que tiene este último, sino en el de inutilidad que presentaría
ante la ley y el desempeño del oficio, el prestarle cualquier atención al hombre
caído, impediría a estos representantes del culto oficial poder ofrecer los
sacrificios agradables a Dios. El samaritano, por el contrario, no encuentra
ninguna barrera para prestar su servicio desinteresado al desconocido que está
tendido y malherido, que necesita la ayuda de alguien que pase por ese camino.
El samaritano únicamente siente compasión por la necesidad de ese hombre anónimo
y se entrega con infinito amor a defender la vida que está amenazada y
desposeída.
Prójimo, compañero, dice Jesús en esta parábola, debe ser para nosotros, en
primer lugar el compatriota, pero no sólo él, sino todo ser humano que necesita
de nuestra ayuda. El ejemplo del samaritano despreciado nos muestra que ningún
ser humano está tan lejos de nosotros, para no estar preparados en todo tiempo y
lugar, para arriesgar la vida por el hermano o la hermana, porque son nuestro
prójimo.
Para la revisión de vida
-¿nos portamos como prójimo ante el ser humano despojado y abandonado?
-¿hay en nuestras preocupaciones religiosas espacio para aprender lo que Dios
nos manifiesta en la vida cotidiana?
-¿somos acaso de los que vamos al culto del templo o al cumplimiento legalista,
pero no atendemos en la vida real a los que nos necesitan?
-¿nos hacemos prójimos (próximos) de los necesitados que nos encontramos en
nuestro camino?, ¿somos capaces de meternos en caminos ajenos para aproximarnos
(aprojimarnos) a los que nos necesitan aunque no estén en nuestro camino?
Para la reunión de grupo
-Se dice que esta parábola de Jesús tiene algo de "anticlerical"; ¿en qué
sentido podría ser cierto?
-Las tres actitudes que Jesús compara son la del sacerdote, la del levita y la
del samaritano. Pero este "tercer término de la coparación" no era el que
lógicamente esperaba el auditorio. Este esperaba que Jesús contrapusiera el
comportamiento del sacerdote y del levita con el de "un buen judío
misericordioso". ¿Qué lección añade el hecho de que Jesús salte ese término
lógicamente esperado y lo sustituya nada menos que por un "samaritano", con lo
que entonces éstos significaban?
Para la oración de los fieles
-Para que comprendamos que la ley de Dios no es un capricho voluntarista de
Dios, sino que obedece a la dinámica misma de nuestro ser, a la lógica del amor
que Dios mismo es, incluso a nuestro interés más profundo, roguemos al Señor...
-Para que los hombres y mujeres de nuestro mundo, especialmente aquellos que no
practican ninguna religión, se dejen llevar de las inspiraciones de lo mejor de
su corazón, donde Dios actúa y les inspira...
-Para que seamos capaces de hacernos prójimos de los muchos hombres y mujeres
que hoy yacen despojados y medio muertos en los márgenes del camino...
-Para que nuestro culto en el templo siempre esté precedido y continuado por el
culto del amor y la solidaridad en la calle...
-Por los "samaritanos" de hoy, aquellos de quienes nadie espera nada bueno pero
que en realidad a los ojos de Dios practican el amor solidario...
-Para que nuestra Iglesia, y nuestra comunidad cristiana, sean una Iglesia
"samaritana", a la que no le importe "echar su suerte con los pobres de la
tierra"...
Oración comunitaria
-Gracias, Padre, porque no andamos solos por la vida, ni marchamos a la deriva,
perdidos en la niebla del aislamiento o la soledad que nos empobrece. Tú eres
presencia constante a nuestro lado, presencia palpable y sensible en tu Hijo
hecho carne; presencia hoy actual mediante tantos samaritanos y samaritanas de
amor comprometido que, siguiendo las huellas de Cristo saben cambiar
desinteresadamente el camino de sus vidas para ofrecer sus servicios a los
necesitados. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
-Dios, Padre nuestro, que en Jesús nos has enseñado que el amor y la solidaridad
son el culto principal y primero con el que tú quieres ser adorado; ilumina
nuestra mirada para descubrir a tantos hombres y mujeres que han sido marginados
a la orilla del camino, donde apenas sobreviven, y ensancha nuestro corazón para
hacernos solidarios con ellos. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos.
30. ¿Quién es buen samaritano?
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova
Reflexión
Edith Zirer es una mujer judía que vive en las afueras de Jaifa. Cuenta cómo fue
liberada del campo de concentración de Auschwitz cuando tenía 13 años de edad.
Había pasado allí tres. "Era una gélida mañana de invierno de 1945, dos días
después de la liberación –nos narra—. Llegué a una pequeña estación ferroviaria
entre Czestochowa y Cracovia. Me eché en un rincón de una gran sala donde había
docenas de prófugos, todavía con el traje a rayas de los campos de exterminio.
Él me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que probaba
en varias semanas. Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con un pan
negro, exquisito. Yo no quería comer. Estaba demasiado cansada. Me obligó. Luego
me dijo que tenía que caminar para poder subir al tren. Lo intenté, pero me caí
al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó durante mucho tiempo,
kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve. Recuerdo su chaqueta de color
marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su hermano,
y me decía que también él sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por
el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para
siempre en mi memoria: Karol Wojtyla. Quisiera hoy darle un "gracias" desde lo
más profundo de mi corazón.
Hasta aquí este bellísimo y conmovedor testimonio de la vida real, contado por
la misma protagonista. Tal vez también a ti te hubiese encantado haber conocido
a este joven polaco… Hoy es el Papa Juan Pablo II, como bien sabes. Este hecho
es bastante elocuente para comprender un poco más de su persona y de su
pontificado. Toda su vida, desde que era seminarista, y luego sacerdote, obispo
y Papa, ha sido una constante donación a los demás. A esta luz entendemos mejor
su pontificado, sus múltiples viajes apostólicos, su gran humanidad y delicadeza
en el trato con todas las personas –ya se trate de niños, jóvenes o ancianos—; y
su especial ternura para con los débiles, los enfermos y los que sufren en su
cuerpo o en su espíritu. Él conoce muy de cerca el sufrimiento humano, lo ha
vivido y experimentado en carne propia, y desde joven aprendió a compadecer al
hermano doliente, sin importarle edad, raza, sexo, cultura o religión. ¡Esto es
ser un buen samaritano!
En el Evangelio de hoy nos narra Jesús la bella parábola del buen samaritano. Un
letrado se le acerca al Señor y le pregunta qué tiene que hacer para heredar la
vida eterna. Y nuestro Señor no duda ni un segundo: cumple el primer mandamiento
de la Ley. O sea, “ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti
mismo”. Pero el letrado insiste y trata de justificarse. Entonces brota de los
labios y del corazón de Jesús esta parábola tan humana y tan llena de
misericordia.
Pero hay un dato muy interesante que conviene notar: el letrado le pregunta a
Jesús quién es su prójimo. Y nuestro Señor, al concluir su narración, le
pregunta al letrado: “¿Cuál de éstos tres se portó como prójimo?”. Jesús da la
vuelta a la tortilla y le cambia la pregunta: no basta con saber quién es
nuestro prójimo, sino que tenemos que comportarnos como auténticos prójimos de
los demás. “Prójimo” no es, pues, un concepto; ni es sólo el que está a nuestro
lado. Para Jesús y para el cristiano adquiere una connotación moral
profundamente antropológica –y, por tanto, de un fuerte carácter espiritual—:
“prójimo” son todos los seres humanos, sin distinción alguna, y merecen todo
nuestro respeto, nuestra consideración y lo más profundo de nuestro amor.
Exactamente como hace el Papa. Lo contrario al egoísmo, a los intereses
personales o a la satisfacción de las propias pasiones desordenadas.
O como la Madre Teresa de Calcuta.Y como hicieron tantos santos y fieles hijos
de la Iglesia. Teresa de Calcuta solía repetir con frecuencia: “Nunca dejemos
que alguien se acerque a nosotros y no se vaya mejor y más feliz. Lo más
importante no es lo que damos, sino el AMOR que ponemos al dar. Halla tu tiempo
para practicar la caridad. Es la llave del Paraíso”.
El Papa Juan Pablo II, en su encíclica sobre el dolor humano, “Salvifici doloris”,
nos hace una reflexión profunda sobre el buen samaritano: “El samaritano –dice—
demostró ser, de verdad, el ‘prójimo’ de aquel infeliz que cayó en manos de los
ladrones. ‘Prójimo’ significa también el que cumple el mandamiento del amor al
prójimo… No nos es lícito ‘pasar de largo’ con indiferencia, sino que debemos
‘detenernos’ al lado del que sufre. Buen samaritano, en efecto, es todo hombre
que se detiene al lado del sufrimiento de otro hombre, cualquiera que sea. Y ese
detenerse no significa curiosidad, sino disponibilidad. Ésta es como el abrirse
de una cierta disposición interior del corazón, que tiene también su expresión
emotiva” (Salv. Dol., n. 28).
“Buen samaritano es –continúa el Papa— todo hombre sensible al dolor ajeno, el
hombre que ‘se conmueve’ por la desgracia del prójimo. Si Cristo, profundo
conocedor del corazón humano, subraya esta compasión, quiere decir que es ésta
es importante en todo nuestro comportamiento de frente al sufrimiento de los
demás. Es necesario, por tanto, cultivar en nosotros esta sensibilidad del
corazón, que testimonia la ‘compasión’ hacia el que sufre”.
Pero no basta con esto. Este saber comprender y sufrir con el que sufre;
alegrarse con el que se alegra y llorar con el que llora; este “hacerse todo a
todos” de san Pablo es “para salvarlos a todos” (I Cor 9, 22). El buen
samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y misericordioso, el que
se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo
posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y “con-padeciendo” en sus dolores,
sino también haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la
parábola.
El buen samaritano por antonomasia es nuestro buen Jesús. Él “se compadecía y se
enternecía de las muchedumbres porque andaban como ovejas que no tienen pastor (Mt
9, 36) . Y enseguida ponía manos a la obra para remediar sus necesidades
espirituales y corporales: las consolaba, les predicaba el amor del Padre; y
también curaba sus enfermedades físicas y sanaba toda dolencia, multiplicaba los
panes para darles de comer, a los ciegos les devolvía la vista, curaba a los
leprosos, resucitaba a los muertos. Y, al final de su vida terrena, Él mismo
quiso darnos su ser entero en la Eucaristía y en el Calvario, muriendo por
nosotros para darnos vida eterna.
Esto es ser buen samaritano. Y tú, ¿eres ya un buen samaritano? ¿te has detenido
alguna vez a lo largo del camino de la vida para curar las heridas del que sufre
en su cuerpo o en su alma? ¿quieres ser, a partir de hoy, un buen samaritano
para tu prójimo? Ojalá que sí. ¡Haz esto y vivirás!
31.
Predicador del Papa: «¿De quién me puedo hacer
prójimo, aquí, ahora?»
Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo
ROMA, viernes, 13 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre
Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia
del próximo domingo.
* * *
XV Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Deuteronomio 30, 10-14; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37
El buen samaritano
Nos hemos propuesto, decía, comentar algunos evangelios dominicales
inspirándonos en el libro de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sobre Jesús de
Nazaret. A la parábola del buen samaritano se dedican varias páginas del libro.
La parábola no se comprende si no se tiene en cuenta la pregunta a la que, con
aquella, Jesús intentaba responder: «¿Quién es mi prójimo?».
A este interrogante de un doctor de la ley, Jesús responde narrando una
parábola. En la música y en la literatura mundial, hay comienzos que se han
hecho célebres. Cuatro notas, en determinada secuencia, y cualquier entendido
exclama inmediatamente, por ejemplo: «Quinta sinfonía de Beethoven: ¡el destino
llama a la puerta!». Muchas parábolas de Jesús comparten esta característica:
«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó...», y todos entienden inmediatamente:
¡la parábola del buen samaritano!
En el ambiente judaico de aquel tiempo se discutía sobre quién debía ser
considerado, para un israelita, el propio prójimo. Se llegaba en general a
comprender, en la categoría de prójimo, a todos los compatriotas y a los
prosélitos, esto es, a los gentiles que se habían adherido al judaísmo. Con la
elección de los personajes (¡un samaritano que socorre a un judío!) Jesús viene
a decir que la categoría de prójimo es universal, no particular. Tiene como
horizonte el hombre, no el círculo familiar, étnico o religioso. ¡Prójimo es
también el enemigo! Se sabe que de hecho los judíos «no tenían buenas relaciones
con los samaritanos» (cfr. Jn 4, 9).
La parábola enseña que el amor al prójimo debe ser no sólo universal, sino
también concreto y activo. ¿Cómo se comporta el samaritano de la parábola? Si el
samaritano se hubiera contentado con acercarse y decir a ese desdichado que
yacía en su propia sangre: «¡Pobrecito! ¡Cuánto lo siento! ¿Qué ha pasado?
¡Ánimo!», o palabras así, y después se hubiera marchado, ¿no habría sido todo
ello una ironía y un insulto? Hizo otra cosa: «Acercándosele, vendó sus heridas,
echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le
llevó a una posada y cuidó de él. A día siguiente, sacando dos denarios, se los
dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando
vuelva”».
Pero lo verdaderamente nuevo, en la parábola del buen samaritano, no es que en
ella Jesús exija un amor universal y concreto. La auténtica novedad, observa el
Papa en su libro, está en otro punto. Después de narrar la parábola, Jesús
pregunta al doctor de la ley que le había interrogado: «¿Quién de estos tres [el
levita, el sacerdote, el samaritano] te parece que fue prójimo del que cayó en
manos de los salteadores?».
Jesús opera una inversión inesperada respecto al concepto tradicional de
prójimo. Prójimo es el samaritano, no el herido, como nos habríamos esperado.
Esto significa que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo se cruce en
nuestro camino, tal vez con luces de emergencia y alarmas. Nos toca a nosotros
estar dispuestos a percibir quién es, a descubrirle. ¡Prójimo es aquello a lo
que cada uno de nosotros está llamado a convertirse! El problema del doctor de
la ley aparece derribado; de problema abstracto y académico, se hace problema
concreto y operativo. La cuestión que hay que plantearse no es: «¿Quién es mi
prójimo?», sino: «¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora, aquí?».
En su libro, el Papa realiza una aplicación actual de la parábola del buen
samaritano. Ve a todo el continente africano simbolizado en el desventurado que
ha sido despojado, herido y dejado medio muerto en la cuneta, y ve en nosotros,
los de los países ricos del hemisferio norte, a los dos personajes que pasan de
largo, si no incluso a los salteadores que le han dejado en esas condiciones.
Desearía apuntar otra posible actualización de la parábola. Estoy convencido de
que si Jesús viviera hoy en Israel, y un doctor de la ley le preguntara de
nuevo: «¿Quién es mi prójimo?», cambiaría ligeramente la parábola, ¡y en el
lugar de un samaritano pondría a un palestino! Si después le interrogara un
palestino, ¡en el lugar del samaritano encontraríamos a un judío!
Pero es muy cómodo limitar el tema a África o a Oriente Medio. Si fuéramos uno
de nosotros el que le preguntara a Jesús: «¿quién es mi prójimo?», ¿qué
respondería? Nos recordaría ciertamente que nuestro prójimo no es sólo el
compatriota, sino también el extracomunitario; no sólo el cristiano, sino
también el musulmán; no sólo el católico, sino también el protestante. Pero
añadiría enseguida que no es esto lo más importante; lo más importante no es
saber quién es mi prójimo, sino ver de quién me puedo hacer yo prójimo, ahora,
aquí; para quién puedo ser yo el buen samaritano.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
32. JOSÉ ANTONIO PAGOLA,
vgentza@euskalnet.net. SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 07/07/10.- Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un
maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la
pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién
debe amar y a quién puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de
la gente.
Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino,
rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde
con un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que
ignore el amor al necesitado.
En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos
bandidos. Agredido y despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto,
abandonado a su suerte. No sabemos quién es. Sólo que es un «hombre». Podría ser
cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la violencia, la
enfermedad, la desgracia o la desesperanza.
«Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote. El texto indica que es por
azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no
es bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el templo. Su
ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del herido, «lo
ve, da un rodeo y pasa de largo».
Su falta de compasión no es sólo una reacción personal, pues también un levita
del templo que pasa junto al herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y
un peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos
del mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre.
Cuando la religión no está centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los
que sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia
de la vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las
gentes y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las
cunetas. Según Jesús, no son los hombres del culto los que mejor nos pueden
indicar cómo hemos de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen
corazón.
Por el camino llega un samaritano. No viene del templo. No pertenece siquiera al
pueblo elegido de Israel. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño
negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo
o no. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a éste a quien hemos de
imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú lo mismo». ¿A quién imitaremos
al encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis
económica de nuestros días? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la
difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
33.
Tiene pleno sentido la pregunta del letrado: ¿Qué hacer para alcanzar la vida eterna? Pero no era una pregunta, sino una trampa. Un letrado tenía que saber la respuesta. Por eso Jesús no le responde, sino que le acorrala para que responda: ¿qué está escrito en la ley? Y el letrado, comprometido, responde de carrerilla: amarás al Señor, tu Dios, y al prójimo como a ti mismo. Pues eso es lo que hay que hacer, sentencia Jesús.
Pero el letrado «queriendo justificarse» (v. 29), es decir, deseando evitar la mala imagen de haberse presentado aparentemente sin motivo, puesto que ha mostrado conocer la respuesta a la pregunta que había planteado, se ve obligado a interrogar a Jesús sobre otro punto: ¿Cómo puedo saber quién es «mi prójimo»?
La cuestión a la que parece aludir es si por «prójimo» se entiende sólo «los hijos de tu pueblo», como se lee en la Biblia (Lv 19,18), o si el concepto se extiende también a los extranjeros que habitan en Israel: «Si un emigrante se instala en vuestra tierra, no le molestaréis; será para vosotros como un nativo más v lo amarás corno a ti mismo» (Lv 19,33-34; cf. Dt 10,19).
Jesús le responde con la parábola del buen samaritano.
Prójimo es la persona que está junto a mí; prójimo soy yo en la medida que salgo de mí y me aproximo al otro. Lo cristiano no es amar al prójimo; lo cristiano es hacerse prójimo. Amar al prójimo tiene el riesgo de dividir a las personas en superiores e inferiores; sólo el hacerse prójimo evita ese riesgo.
Diversos estilos a la hora de hacer el camino.
Pasar por el camino sin ver ni oír el llanto de nadie. Hay muchas personas que viven para sí mismas. El que vive para sí no ve nada, ni escucha a nadie. El que vive para sí nunca ve en el otro a Dios. La presencia de Dios se le oscurece. Pasar por el camino sin ver, es realizar lo contrario de lo que Dios hace y a lo que nos llama. El siempre anda en busca de los hombres. No espera nunca a que la oveja perdida venga, sino que va tras ella. Es el Dios que se alegra cuando encuentra a los pecadores, que no deja apagarse la lámpara, que ofrece siempre la posibilidad de la misericordia y el perdón. Es el Dios que nos manifiesta que la vida del hombre en su caminar no puede ser no oír, sino estar en permanente actitud de escucha y de búsqueda del otro, sobre todo del que más lo necesita.
Pasar por el camino, viendo y oyendo, y dar un rodeo. Muchas veces vivimos una fe no comprometida. Nadie pone en duda que el sacerdote y el levita creían en Yahvéh. Pero descubrimos que no vivían las consecuencias de tal creencia. No vivían el compromiso que comporta el creer y tener a Dios como único Señor. En Jesucristo, el Dios del Antiguo Testamento se nos revela como Padre de infinita bondad. Llamar Padre a Dios significa que nos sentimos hijos suyos y hermanos de todos los hombres.
Pasar por el camino, viendo y oyendo, y acercarse para dar soluciones. Esta fue la actitud que Jesús nos explica con su vida. Jesús, junto al hombre, aparece siempre como hermano que ayuda, que comprende, que se compadece, que siente, que ama, que escucha, que da soluciones positivas. El hombre puede abrirse a Dios y puede cerrarse. Se abre y demuestra que está abierto a Dios, cuando en su camino, ve, oye y da soluciones.
Pasar
por la vida con el estilo de Jesucristo supone realizar lo mismo que El. Supone
tener las mismas convicciones. Los primeros escritores cristianos calificaron a
Jesús como el buen Samaritano. Lo decía san Clemente de Alejandría: «¿Quién
es el buen Samaritano sino el Salvador? ¿Quién ha tenido más compasión de
nosotros que él?». Y añade que nadie ha derramado la piedad misericordiosa de
Dios sobre nuestras heridas, sobre nuestros temores, deseos, cóleras, penas,
mentiras, placeres, como lo hizo Jesús.