31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XV - CICLO C
1-6

 

1. A/PROJIMO: CR/POLITICA:

Esta parábola de hoy se enmarca entre dos preguntas totalmente diferentes. La pregunta del letrado, hecha para justificarse, y la pregunta de Jesús, que, como buen pedagogo, pretende que el letrado descubra, sin él decírselo claramente, el sentido universal del amor que Dios pide en su Ley.

El letrado pregunta: "Y ¿quién es mi prójimo?". No se interesa por lo que él tiene que hacer y sobre qué actitud debe tomar.

Pregunta por el otro para restringir el campo de su amor; pregunta por las circunstancias que debe reunir aquél a quien debe amar. En el fondo condiciona su amor y quiere saber a quiénes debe excluir de él.

La respuesta de Jesús, que es también pregunta, se dirige al interior del hombre: "¿Quién de ellos te parece que se ha hecho prójimo?", "¿Quién de ellos se portó como prójimo del otro?".

Jesús se interesa más por el sujeto del amor que por el objeto del mismo; por el amor que se da más que por el amor que se recibe. Jesús quiere hacerle ver que es él quien tiene que hacerse prójimo de todos; que importa más amar que ser amado, que no es bueno condicionar el amor y que, amando al hombre, sea quien sea, haciéndose prójimo de todos es como se vive la plenitud de la ley. Por eso la parábola comienza por este genérico: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó..." Es el hombre, cualquier hombre, todo hombre, el objeto de nuestro amor.

Hacerse prójimo es no pasar de largo ante quienquiera que nos precise. Hacerse prójimo es amar con "amor eficaz".

CARIDAD-POLITICA:Es normal aplicar esta parábola del buen samaritano y hacer una llamada a la caridad "asistencial" y, a lo más, a la caridad "social". Siguiendo la Instrucción Pastoral de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, documento digno de una mayor difusión y meditación, acerca de "Los católicos en la vida pública", aplicamos hoy la parábola a lo que los obispos llaman "caridad política", al "amor eficaz a las personas que se actualiza en la prosecución del bien común de la sociedad". Si caridad asistencial es dar un pez a quien tiene hambre, y caridad social es enseñarle a pescar para remediar así su hambre de hoy y la de mañana, caridad política es colaborar activamente a organizar la sociedad de manera que nadie pase hambre, ni de pan, ni de cultura, ni de trabajo, ni de libertad, ni de compañía, ni de paz, ni de amor. Es poner remedio a las injusticias y con ellas a las causas por las que los hombres sufren. ¿Que es una utopía? Cierto. Pero sólo hacia utopías merece la pena caminar.

Y ¿cómo se practica esta virtud de la "caridad política"? Participando activamente y de un modo coherente con la fe cristiana, en las instituciones en las que se decide la suerte de los hombres: asociaciones de vecinos, de padres de alumnos, de amas de casa, de consumidores, de profesionales, en juntas de distrito, en coordinadoras y plataformas, en ayuntamientos, sindicatos, partidos políticos...

Glosando la parábola podemos decir que la humanidad, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de ladrones que la dejaron maltrecha, dividida y con unos sectores mayoritarios en situación de indigencia material, moral, espiritual, social y jurídica. Por el camino pasan ideologías y tendencias, grupos y partidos que, atentos a sus preocupaciones e intereses, "pasan de largo" sin remediar los problemas. Otras muchas personas de lo que pasan es de la misma política. Y los problemas de la humanidad, por culpa de unos y otros, siguen sin resolverse.

¿Quién se hará prójimo de esta humanidad necesitada? ¿Quién se portará como prójimo de tantos grupos sociales orillados, preteridos, amordazados, hambrientos? Es urgente la rehabilitación del compromiso político entre los cristianos, de ese "compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo más justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres".

Frente al desprestigio de la clase política, frente a las grandes tentaciones a que están sometidos quienes se introducen en organismos de poder, frente a la tentación de abandono y desentendimiento de todo lo que supone asociacionismo y preocupación institucional por la cosa pública y dedicación al bien común, el cristiano no puede pasar de largo.

"Cuando el compromiso social y político es vivido con verdadero espíritu cristiano se convierte en una dura escuela de perfección y en un exigente ejercicio de las virtudes. La dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre" (Documento citado, nº. 60 al 63).

A. BENITO
DABAR 1986, 38


2.

El maestro de la ley esperaba que le asignaran los límites exactos de su deber. Porque no estaba claro, ni mucho menos, a quién se debía tratar como "prójimo" (o "compañero", que es mejor traducción) en Israel. ¿A quién tenía que atender? ¿A los de su familia? ¿A los hermanos de raza? ¿A otros, tal vez? Es significativo que Jesús concluya su relato con otra pregunta diferente a la primera: ¿Cuál de los tres te parece que actuó como prójimo? Es como si dijera: "No calcules para saber quién es tu prójimo, sino déjate llevar por la llamada que sientes en ti, y hazte prójimo, próximo a tu hermano que te necesita". Mientras se considere la ley del amor como una obligación, no será éste el amor que Dios quiere. El amor no consiste solamente en conmoverse ante la miseria del otro. Nótese cómo el samaritano se detuvo a pesar de lo peligroso del lugar, pagó y se comprometió a costear todo lo que fuera necesario. Más que "hacer una caridad", se arriesgó sin reserva ni cálculo, y esto con un desconocido.

Jesús hace ver que, muchas veces, los que aparecen como funcionarios de la religión o los que se creen cumplidores de la ley no saben amar. Es más, según la "regla de tres" de los cuentos populares, los oyentes de Jesús esperarían que apareciera al final un simple laico, con lo que la parábola hubiera adquirido una intención crítica respecto a la clase sacerdotal ("funcionariado"), cosa que no puede excluirse.

Pero el que aparece, el héroe de la parábola, es menos todavía: un samaritano que ni siquiera pertenece a la comunidad religiosa de los judíos. Los samaritanos eran incluso enemigos nacionales de los judíos; eran herejes.

Si Jesús elige un samaritano es para mostrar que el amor al prójimo está por encima de todas las diferencias nacionales, raciales o religiosas.

DABAR 1977, 42


3. PROJIMO/QUIEN-ES

"El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca", dice la primera lectura. Dios quiere que la Alianza hecha con su pueblo, Israel, sea respetada por éste. Con este fin, Dios inscribe en el corazón del hombre su Ley. Por esto, mirando al interior de uno mismo, el hombre puede escuchar al Espíritu de Dios que está ahí y podemos dejarnos guiar po él.

San Agustín dirá que Dios es lo que es más íntimo a uno mismo. Y muy próximo a mí mismo, soy yo mismo. Amarme, amar al Espíritu de Dios que está en mí y estar en paz con uno mismo, viviendo en armonía con la propia personalidad, es necesario para ser feliz. Y amar a los que tengo más cerca, aquellos que la vida me pone al lado, amarlos concretamente, es decir, con amor hecho acción como el buen samaritano del evangelio de hoy.

-A mi prójimo no lo elijo yo, la vida me lo presenta Pero, ¿quién es en realidad mi prójimo? Son todos aquellos que la vida me pone al lado, allí donde estoy, con quien me encuentro o me tropiezo: comenzando por los de mi propia casa y familia. Amar al hijo que vive lejos o al que ha muerto y pelearme con el que tengo en casa, amar a los de un pueblo lejano y pelearse con los del pueblo vecino, amar a los negros de Sudáfrica y no a los que viven aquí... puede ser una buena manera de escabullirnos. Es a aquellos con quien el roce de la vida me pone en contacto, a quienes debo amor: ellos son mi prójimo.

Amar quiere decir escuchar, dedicar tiempo a la esposa, al esposo, a los hijos, a los abuelos... Acoger su personalidad y respetar su autonomía, atender a sus proyectos, a sus quejas, a sus inquietudes. Y construir juntos los diversos espacios familiares. Mi prójimo son mis vecinos: hay que romper la incomunicación que se produce hoy en las ciudades, y recobrar la conversación, el diálogo amable, sin prisas.

Una mujer le decía a su esposo: no son más electrodomésticos o abrigos los que quiero; te quiero a ti, estar una tarde, un domingo contigo para pasear, para conversar, para mirarnos y estar juntos; y en cambio tú siempre huyes: cuando no es al fútbol, es la caza, o unos amigos... Estremece, avergüenza aquella encuesta francesa que decía que unos niños preferían la TV a sus padres, porque éstos se los quitaban de encima diciéndoles: mirad el televisor.

-Mis prójimos son...

Mi prójimo son mis compañeros de trabajo o los trabajadores de casa. Amarlos es para el empresario hacerlos trabajar en condiciones dignas, con un sueldo justo; es para los trabajadores ser solidario con los compañeros en el compartir el trabajo y las reivindicaciones.

Mi prójimo son las personas de mi pueblo. Un pueblo, unas personas con las que hay que sentirse corresponsable; un pueblo o ciudad que no puedo estropear y al que no puedo dejar de dar mi aportación también económica que me pueda corresponder como miembro y ciudadano de este lugar. Un pueblo -en el caso de una segunda residencia- que no puedo colonizar, traspasándole mis formas de vida y poniendo estorbos a sus actividades propias (a las granjas, por ejemplo). Amar quiere decir no meterme en sus campos pisando y estropeando los sembrados instalando mesas en medio de ellos, hurtándole fruta... Mi prójimo son las personas necesitadas que tengo en el pueblo o comarca: los colectivos de inmigrantes de cualquier procedencia.

Sin olvidar que es preciso que los gobiernos regulen la entrada de extranjeros porque probablemente no sea posible dar acogida a todos los que desearían venir; a aquellos que están entre nosotros hay que tratarlos justamente, no explotarlos como mano de obra barata, ni culparlos globalmente ni gratuitamente de posibles delitos que se producen. Mi prójimo es el accidentado que me encuentro en la carretera, el árbitro o el linier que contemplo en el campo de fútbol o el aficionado del equipo contrario. Mi prójimo es mi cliente aunque sea esporádico, el consumidor, el compañero de ayuntamiento, aunque sea de otro partido, el no-creyente, el seguidor de Felipe o el entusiasta de Fraga, el Opus o la devota de san Antonio...

Hay que hacerse buen samaritano, hay que hacerse hombre para los demás. Todos los que luchan para mejorar las condiciones de vida colectiva son buenos samaritanos. Tenemos que hacernos prójimo de quienes participan con nosotros en las celebraciones eucarísticas, romper el anonimato y superar el individualismo para hacer con ellos comunidad.

ROSSEND DARNÉS
MISA DOMINICAL 1989, 15


4.

-El problema está no en el saber sino en el hacer

La pregunta del letrado podría ser nuestra pregunta. A menudo nos comportamos ante Dios como lo hacemos ante el médico a quien preguntamos: ¿qué he de hacer para curarme? Esperamos unas recetas concretas, milagrosas..., y si la que se nos da no resulta, acudimos a otro médico con la misma pregunta, con la misma pretensión de que unas pastillas nos curen sin demasiado esfuerzo nuestro.

Y la respuesta de Jesús al letrado sería muy probablemente la misma respuesta que recibiríamos nosotros: si de verdad quieres tener la vida, la vida de Dios, ya sabes lo que está dicho. O sea: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo".

"Haz esto y tendrás vida" dijo Jesús. Y ahí está el problema: en el HAZ ESTO. No basta saber las respuestas correctas; lo importante, lo decisivo, es hacerlo, realizarlo, cumplirlo. Son también aquellas palabras del Señor: "No el que dice 'Señor, Señor' sino el que cumple la voluntad de Dios...".

Y ahí empiezan los problemas. Lo sabemos todos. Porque amar a Dios -aunque sea con TODO el corazón, TODA el alma, TODAS las fuerzas, TODO nuestro amor- es difícilmente comprobable. Es muy fácil engañarse. Pensar que sí, y ser que no -o ser muy a medias-, quizás también pensar que no, y ser mucho más de lo que pensamos. Lo que es más fácilmente comprobable es si amamos al prójimo como a nosotros mismos (o, más aún, como JC nos amó). Ahí el engaño o la trampa es más difícil, si tenemos un mínimo de sinceridad.

-Los "prójimos" son todos pero también cada uno

Por eso nuestra segunda pregunta, la pregunta excusa, podría ser también la del letrado: "Y ¿quién es mi prójimo?". Notemos que en la pregunta se esconde ya la trampa, se esconde ya el error. Como si hubiera prójimos- hombres y mujeres- excluidos del mandamiento del amor. Quizá hoy, después de dos mil años de cristianismo, nosotros no nos atreveríamos a preguntar quién es nuestro prójimo. Sabemos muy bien que cualquier hombre es nuestro prójimo, nuestro hermano. Lo sabemos, aunque no siempre lo practiquemos. Pero -permitid que lo subraye- es muy fácil decir que TODOS los hombres son nuestros hermanos, nuestros prójimos a quienes debemos amar como a nosotros mismos, como JC nos amó. Es muy fácil. A menudo en nuestra plegaria universal o de los fieles -después de la homilía- pedimos por TODOS los hombres, por todos los gobernantes, por todos los enfermos o ancianos o necesitados.

Y a menudo quedamos -me temo- tan tranquilos. Quizá nos sería más difícil orar sinceramente -es decir, sintiéndonos prójimos de ellos, abiertos al amor- si en vez de decir "todos los hombres" dijéramos por éste y aquel, por mi jefe en el trabajo, o por mis trabajadores, por mi suegra o por mi yerno, por mi profesor o por mis alumnos, por mi vecina, por el policía o por el delincuente, por el marroquí inmigrado o por el gitano, por el joven melenudo o por el millonario, por el señor Fraga, o por el señor Suárez o po el señor Carrillo".

-Practicar el amor con todos los que hallamos en el camino de nuestra vida La respuesta de decir "todos" es demasiado fácil y no compromete a nada- sino que muestra un ejemplo de comportarse como prójimo.

Un ejemplo que todos podemos seguir. Aunque nos cueste. Si no lo hacemos será importante -y será muy útil para nuestra vida cristiana- reconocer que hemos pecado al no hacerlo. Lo que nos evita es la gran tentación del autoengaño, de la trampa: del pensar que seguimos el gran mandamiento de JC -el mandamiento del amor sin exclusiones- cuando en realidad seguimos el criterio de nuestras simpatías o antipatías.

JC nos muestra un ejemplo. Un ejemplo que todos podemos hacer nuestro. Y concluye diciendo: "Haz tú lo mismo". Esta es la concreción del gran mandamiento del amor. Hacer, concretar, comprender, ayudar. Es decir, practicar la misericordia -el amor- con todos aquellos que hallamos en el camino de nuestras vidas.

Sin excluir a nadie, sin buscar excusas. No "pasar de largo" sino dejarnos afectar, dejarnos interesar, ser vulnerables a la situación de cada hombre y mujer que hallamos. "El mandamiento -hemos leído en la primera lectura- está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo".

"Haz tú lo mismo", "cúmplelo"... Son las expresiones decisivas de las lecturas de hoy. No basta saber, no basta decir; lo que importa es hacer.

Pidámoslo, sencillamente y humildemente, en la misa de hoy. Unidos con Jc, el gran ejemplo de amor concreto, real, sincero.

Lo que nosotros no podemos conseguir, su gracia, su ayuda, lo pueden hacer posible. Es nuestra fe y es nuestra esperanza.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1980, 1


5.

SIN RODEOS

se le acercó...

No es necesario un análisis social muy profundo para descubrir las actitudes de autodefensa, recelo y evasión que adoptamos ante las personas que pueden perturbar nuestra tranquilidad.

Cuántos rodeos para evitar a quienes nos resultan molestos o incómodos. Cómo apresuramos el paso para no dejarnos alcanzar por quienes nos agobian con sus problemas, penas y sinsabores.

Se diría que vivimos en actitud de guardia permanente ante todo aquel que puede ser un peligro en potencia para nuestra felicidad.

Y cuando no encontramos otra manera mejor de justificar nuestra evasión ante los problemas y sufrimientos de personas que nos necesitan, siempre podemos recurrir al hecho de que «estamos muy ocupados».

Estar ocupados, activos, en movimiento constante, se ha convertido en algo que casi forma parte de nuestro mismo ser. Algo que nos encierra en nuestro pequeño mundo de preocupaciones y bloquea e impide nuestra relación amistosa y fraterna con quienes vamos encontrando en el camino de la vida.

Qué actualidad cobra la "parábola del samaritano" en esta sociedad de hombres y mujeres que corren cada uno a sus ocupaciones, se agitan tras sus propios intereses y gritan cada uno sus propias reivindicaciones.

Según Jesús, sólo hay una manera de «tener vida». Y no es la del sacerdote y el levita que ven al necesitado y «dan un rodeo» para seguir su camino, sino la del samaritano que camina por la vida con los ojos y el corazón bien abiertos para detenerse ante quien puede necesitar su cercanía.

Cuando se escuchan sinceramente las palabras de Jesús, sabemos que se nos llama a pasar de la hostilidad a la hospitalidad. Sabemos que se nos urge a vivir de otra manera, creando en nuestra vida y en nuestro corazón un espacio más amplio para quienes nos necesitan.

Sabemos que no podemos escondernos detrás de «nuestras ocupaciones» ni refugiarnos en hermosas teorías. Se ama a la humanidad cuando se ama a los hombres concretos que caminan a nuestro lado.

Quien ha comprendido la fraternidad cristiana, sabe que todos somos «compañeros de viaje» que compartimos una misma condición de fragilidad humana y nos necesitamos unos a otros.

Quien ha comprendido esto y vive atento a todo ser amenazado que encuentra en su camino, es un hombre que encuentra un gusto nuevo a la vida. Es un hombre que «heredará vida eterna».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 327 s.


6. 

Cada vez está más claro. No va a haber recuperación económica para todos, pues la reconversión se va a llevar a cabo, relegando en la pobreza a sectores que no podrán beneficiarse del bienestar material que se pretende conseguir. La «salida de la crisis» sólo va a ser para los más privilegiados, ya que se va a lograr hundiendo en el trabajo intermitente, el paro y la crisis aguda a los más débiles y desafortunados.

No todos caminamos hacia la misma Europa. Mientras unos lograrán instalarse en el bienestar europeo, otros se irán quedando en el camino, descolgados del progreso y sin posibilidad de disfrutar de él.

Una vez más se vuelve a repetir la parábola de Jesús. Junto al camino van quedando hombres y mujeres despojados, empobrecidos y maltratados. Y una vez más nos vemos obligados a escuchar la interpelación del evangelio: O seguimos tranquilos nuestro camino, como el sacerdote y el levita, «dando un rodeo» y abandonando a esa gente a su suerte, o actuamos como el «buen samaritano» comprometiéndonos activamente a resolver su necesidad.

Casi sin darnos cuenta, estamos cayendo en la práctica del «sálvese quien pueda». Cada uno busca hacerse un sitio en la nueva sociedad. Lo que importa es entrar en el sector «guay» de Europa, pues quien se instala ahí disfrutará de un «status» social cada vez mejor.

Poco a poco se va imponiendo una «cultura economicista» que hace crecer el individualismo exacerbado y la búsqueda ciega de seguridad material. No preocupa la suerte de los más débiles. «Competitividad», ésta es la palabra clave. Hay que luchar por los propios intereses. El prójimo sólo es un obstáculo e, incluso, un adversario potencial que me puede desbancar.

La parábola del Buen Samaritano es una llamada a sustituir la competitividad por esa solidaridad que, según Juan Pablo II, nos ha de hacer a todos responsables de todos. Tal vez hemos de empezar por aprender a mirar a Europa desde la perspectiva de los más débiles y marginados para sentir en nuestra propia carne la impotencia e inseguridad de los nuevos pobres. Es irritante que todavía se oiga decir entre nosotros que «el que no trabaja es porque no quiere» y que el problema de los desempleados es que «son unos vagos».

Pero hay que pasar a la acción. La solidaridad no es un sentimiento superficial de compasión, sino «la determinación firme y perseverante de empeñarse en el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno» (Juan Pablo 11).

En nuestra sociedad hay demasiado consumo inútil, superficial y egoísta. El cristianismo ha de recordar hoy a todos que el hombre no puede hacer con lo suyo lo que le dé la gana. Es injusto e inhumano seguir disfrutando sin límite alguno cuando estamos dejando a otros sin lo necesario para vivir con dignidad.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 87 s.