REFLEXIONES

 

1. PALABRA/COMUNICACION:

La palabra es, sin duda, uno de los dones más preciosos del hombre. La palabra es la primera victoria sobre el egoísmo, la puerta de entrada en relación con otros, el punto de comunicación y comunión con todos. La palabra es el primer acto de amor, el primer paso al encuentro del otro, el primer regalo. La palabra, es decir, ese sonido articulado pero henchido de sentido y de calor humano que nace oscuramente, sin saber cómo, como un nuevo día.

Pero este valor de uso de la palabra, humana y humanitaria, al servicio del hombre y de los hombres, está siendo desbordado por el valor de cambio, por su instrumentalización al servicio del poder, del dinero, de la influencia, de cualquier tipo de intereses. Me refiero al fenómeno de ese aluvión de palabras que nos acosa en cada instante y que, como una lluvia radioactiva, daña al que la escucha y al que la pronuncia. Me refiero a las palabras mecanizadas, multiplicadas, aumentadas en su volumen y en alcance, no para acercar a los hombres, sino para acosarlos, para someterlos, para esclavizarlos y venderles cualquier cosa o inducirlos a venderse por cualquier halago.

Me refiero a las palabras que brotan desde el poder y son sólo propaganda, y a las que parten del negocio y son mercancía, y a las que vomita la violencia y son armas que matan y destruyen. Me refiero a la utilización de la palabra contra el hombre.

Lo peor del caso es que no sólo se abusa de la palabra humana, sino que se intenta también abusar e instrumentalizar la propia palabra de Dios. Porque cuando se predica el evangelio desde el poder, se hace un flaco servicio al evangelio. Y cuando se manipula el evangelio para imponer cargas a los hombres, ocultándoles la buena noticia, se traiciona el mensaje. Y cuando se hace fuerza con el evangelio para fijar otros intereses que los del evangelio, se abusa de la palabra de Dios.

Siempre que se intenta sustituir el valor de uso del evangelio, la Buena Noticia, por cualquier valor de cambio (autoridad, prestigio, proselitismo, poder, o cualquier otro interés por religioso que pueda parecer), hay un intento simoníaco de querer traficar con la palabra de Dios. ¡Como si no fuera ya suficiente escándalo el tráfico a que hemos sometido la palabra humana!

EUCARISTÍA 1982/33)


2. MONICIÓN DE ENTRADA.

Dios Padre envió su Hijo al mundo para darnos la Buena Noticia, para anunciarnos que los hombres somos hijos suyos y que él no nos quiere muertos, sino vivos para siempre junto a El. Ahora bien, este mensaje no puede ser retenido en exclusiva por una minoría privilegiada, sino que debe llegar a todos los hombres. Y Jesús, al igual que él había sido enviado por el Padre, envió a su vez a sus discípulos, para que el Evangelio llegase a todos los hombres.

Nuestra tarea, por tanto, no es sólo escuchar y acoger la proclamación del Evangelio, sino también convertirnos en transmisores del mismo: recibir y transmitir lo que hemos recibido. El hecho de que al realizar esta tarea puedan surgir complicaciones para las comunidades y para los creyentes no puede ser nunca excusa para no realizar esta tarea. Si no somos evangelizadores deberemos preguntarnos si realmente somos cristianos.

LUIS GRACIETA
DABAR 1991/36


3. SACERDOTE-PROFETA/DICOTOMIA

El profeta siente la urgencia de exigir la vuelta al Evangelio -la palabra profética que se le encomendó- y reclamar la revisión total de estructuras acristianas. En este sentido, resultaría desedificante, incluso sospechoso, que la autoridad eclesial se quejase del profetismo. En esta actitud se perpetúa una constante histórica que ha enfrentado siempre a la sociedad y a la autoridad con los profetas. Si la Iglesia quiere ser evangélica, la tensión entre autoridad y profetismo, institución y carisma -salvadas todas las matizaciones necesarias-, es uno de sus constitutivos básicos que no cabe descuidar. Es el conflicto que sostuvieron tozudamente los profetas del Antiguo Testamento (la primera lectura de hoy es tipológica al respecto). Es el conflicto de Cristo, el profeta definitivo, que una y otra vez descalificaba y denunciaba la práctica cultual establecida y el comportamiento concreto de saduceos, sacerdotes, levitas y fariseos.

Entre nosotros, mientras el sacerdote ha sido sólo sacerdote, no se han presentado especiales problemas. Era tanto mejor cuanto con más fidelidad observaba las ceremonias religiosas y cuanto menos se metía en lo que no era misión del "sacerdote". Pero resulta que el ministro de la Iglesia tiene que ser también profeta (el Vaticano II no deja lugar a dudas). Y ahí está el problema. Sino porque nosotros, desde el momento en que admitimos un sacerdocio y un culto que se desentiende de las cosas y de las situaciones que el profeta debe denunciar, desde ese momento intentamos unir en una sola persona dos funciones que son prácticamente imposibles de conciliar. El sacerdote, tal como está planteado en la sociedad actual, se ve obligado a ser el representante y el defensor de algo que el profeta debe denunciar. No porque el culto sea en sí denunciable, sino porque se celebra sin complicaciones en una sociedad y por una sociedad que es terriblemente injusta. De donde resulta que el sacerdote termina por no ver sentido a lo que hace o se ve obligado a luchar consigo mismo.

DABAR 1976/42


4. CV/QUÉ-ES:

¿Qué es la conversión? Pues en una encuesta de urgencia entre los cristianos habría respuestas para todos los gustos. Recientemente un personaje que ocupó "ríos de tinta", cómo suele decirse, y acaparó primeras páginas de periódicos y revistas ilustradas, cuando acabó un "trago dificilísimo" en el que se vio, muy en contra de su voluntad metido, dijo textualmente: "esto me ha valido para convertirme. A partir de hoy iré a misa". Me quedé de piedra.

¿Es eso convertirse? ¡Que va! Convertirse no es ir a misa cuando no se iba, ni arrepentirse de los pecados, ni vestir sayal, ni hacer penitencia. O al menos, no es sólo eso. Convertirse es mucho más. Cuando Cristo les dice a los suyos que prediquen a los hombres la conversión no estaba pensando en el cumplimiento de unos ritos determinados, ni de unos mandamientos, ni en unos pecados concretos. Estaba pensando en una postura respecto a la aceptación del núcleo fundamental de su mensaje: el Reino de Dios.

DABAR 1982/38


5. SER-TENER

"Así, pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario. Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino: al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello... Como se ha dicho, se nos presenta aquí una "jerarquía de valores" -en el marco del derecho de propiedad- entre el tener y el ser, sobre todo cuando el tener de algunos puede ser a expensas del ser de tantos otros"

JUAN PABLO II
Sollicitudo rei socialis, n. 31


6. ORACIÓN/GENEROSIDAD

Señor, todo lo hemos recibido de ti:
la vida, unos padres y una casa,
la escuela, el trabajo, el amor y la amistad,
la salud, la alegría, la esperanza
y la eucaristía,
una fiesta de amor cada semana.

Enséñanos a ser generosos con tus dones:
a dar la vida y el amor a nuestros hijos,
a dar comprensión y afecto a familiares y amigos,
a dar nuestro esfuerzo en el trabajo con los compañeros,
a dar la vida en servicio a los demás.

Ayúdanos a ser desprendidos como tú:
a salir de nuestra autosuficiencia y vanidad,
a despojarnos de prejuicios y sospechas infundadas,
a desprendernos de lo que no necesitamos en absoluto,
para acudir a remediar las necesidades del otro,
para tender la mano a todos los otros,
para formar con todos una gran familia,
la única familia,
tu familia, Padre, la de todos tus hijos.

EUCARISTÍA 1988/33


7.

¿En que consiste tal encargo? Sabemos que proclamar la conversión tiene por objeto captar la atención del oyente sobre la proximidad, la actualidad y el futuro del reinado de Dios. Signos de este reinado, según las expresiones del Evangelio, son la expulsión de los demonios por el poder sobre los "espíritus impuros", la curación de los enfermos, el perdón de los pecados y la expansión de la paz.

La Iglesia cumple este encargo misionero cuando, en confrontación con cada situación social, posibilita y ella misma vive y testimonia convincentemente una existencia humana liberadora y liberada (en el sentido más abarcante del término), por medio de la justicia y la paz, ya que esto es lo acontecido en Jesús en Nazaret por obra de Dios.

Por otra parte, "expulsión de demonios" y "curación de enfermos" significan hoy día, por ejemplo, liberación de los hombres respecto a poderes y alienaciones ideológicos, síquicos, sociales, económicos y políticos que, allí donde desprecian o niegan la libertad y dignidad humanas, alcanzan una profundidad demoníaca tal que no puede ser delimitada y superada únicamente en forma empírica e intramundana. De aquí que la vida cristiana tenga que ser siempre crítica en lo político y en lo social. Por eso tiene que haber en todas partes del mundo comunidades cristianas, que sean al menos testimonio de la verdad y signos de esperanza. La predicación tiene el objeto de despertar y clarificar esta conciencia.

EUCARISTÍA 1985/32


8. VERDAD/ERROR INTOLERANCIA/LIBERTAD:
 LA VERDAD Y EL ERROR

La intolerancia suele autojustifcarse pretextando que no son los mismos los derechos de la verdad que los del error. Y la intolerancia, claro está, se considera en posesión de la verdad, pues dispone de alambicados procedimientos para discernir la verdad del error y discriminar a los que poseen la verdad de los que sólo disponen de errores.

Pero la intolerancia se ha dejado atrapar por un fácil sofisma. Pues ni la verdad ni el error son sujetos de derechos. El único sujeto de derechos es el hombre. Es ilícita toda transferencia de los derechos humanos a las elucubraciones de los humanos, decantadas en abstracciones más o menos convincentes. Y esa farisaica pretensión de hacer tragar a los demás las formulaciones de los que se creen en posesión de la verdad deviene una actitud criminal, cuando se violan los más elementales derechos del hombre (torturas, asesinatos, violencias), para constreñirle a aceptar "la verdad". Matar a un hombre por defender una verdad, no es defender una verdad, es matar a un hombre. Así recriminó Castillone a Calvino el haber asesinado a Miguel Servet.

El hombre tiene derecho a la verdad, es decir, tiene derecho y está capacitado para buscar la verdad; por eso está también en su derecho cuando yerra. Pues la verdad -hablo como hombre y para hombres- no es nunca la que ya creemos tener, sino la que buscamos. Sólo hay una verdad que es absolutamente verdadera, porque es la Verdad. Pero esa Verdad, que para el creyente es Dios, es la que nos ha puesto en libertad para buscarle, o sea, para buscar la verdad.

La pretensión de poseer la verdad es una auténtica blasfemia, pues sería tanto como disponer de Dios. Y un "dios" a disposición de los hombres (¡de algunos hombres!) sería el colmo de todas las tiranías.

Pero, gracias a Dios, que no se deja atrapar por nadie, hay espacio suficiente para que todos busquemos la verdad, pues la verdad humana nunca es toda la verdad. Y así resulta que es posible la libertad, pues no debe haber espacio para la intolerancia.

EUCARISTÍA 1976/42


9. PREDICADOR/ORADOR-PROFETA:
EL ORADOR Y EL PROFETA

Cuando Pablo recomendaba a su discípulo que predicase sin desfallecer, con oportunidad y sin ella, probablemente el apóstol sabía muy bien que lo segundo era más frecuente que lo primero. Y es que el predicador no es un oportunista, sino un "enviado". Por eso, la predicación está a cargo de los profetas, y no de los oradores, por sagrados que puedan apellidarse.

El orador siempre habla con oportunidad. Porque habla cuando le llaman, y dice lo que le insinúan y lo que esperan que diga. El profeta, por el contrario, habla cuando no le llaman y dice lo que nadie querría escuchar, pero lo que "tiene que decir". Por eso resulta inoportuno, aguafiestas.

El orador deja contento a su auditorio. Y el auditorio le recompensa en metálico o en especie (con aplausos o halagos y felicitaciones). El profeta, en cambio, deja insatisfechos a los que le escuchan y él mismo queda intranquilo, por la reacción que puede originar su palabra.

Por eso, no es de extrañar que al orador se le abran todas las ventanas, se le faciliten todos los medios y se pongan a su disposición todos los recursos. Al profeta se le cierran las pantallas, se le escatiman los medios, se le niegan los recursos.

Y es que el orador habla en su nombre, desde su ciencia, respaldado por los poderosos. El profeta habla en nombre de Dios, desde su obediencia, con el respaldo del Todopoderoso.

Al orador no se le tiene miedo. Al profeta se le teme. Y es que nada nos da tanto miedo como la palabra de Aquel, contra el que nada podemos... sino escucharlo o cerrar los oídos.

Pero cerrar los oídos no es de cuerdos. Porque la palabra de Dios nunca vuelve de vacío.

Además, en un mundo donde la mentira es la moneda de curso legal, ¿a quién vamos a hacer caso? Sólo la palabra de Dios -la verdad- libera. Todas las palabras humanas, ya se sabe, esclavizan.

EUCARISTÍA 1973/42


10. PREDICACION/EXIGENCIAS

EXIGENCIAS DE LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO

No es fácil predicar. No se debe hablar a la asamblea litúrgica dominical, reunida para celebrar la Cena del Señor, ni desde arriba con un absolutismo autoritario, ni desde fuera de ella, como si el predicador no fuese un miembro más del pueblo de Dios. EL creyente predicador ha de anunciar el Evangelio como el servidor de la comunidad, que presta su voz para que Dios siga hablando a su pueblo y comunicándole la salvación. Ha de predicar desde dentro de la asamblea, en fraternidad con los fieles congregados, en sintonía con la misión apostólica, y en fidelidad al mensaje evangélico.

La liturgia de este domingo decimoquinto del tiempo ordinario nos presenta un análisis preciso de las exigencias y características esenciales que hay que tener para anunciar la Palabra de Dios: fidelidad, entrega y libertad.

Cristo llama a hombres concretos para que cooperen en su misma misión de anunciar la salvación. Nos lo recuerda hoy el evangelista San Marcos al narrarnos la llamada de Jesús a los Doce, a quienes ha constituido apóstoles. El Maestro les envía a una primera experiencia, a modo de prueba, antes de la misión definitiva y universal, que tendrá lugar después de la resurrección. Y les envía "de dos en dos", según la costumbre judía para ayudarse mutuamente y testimoniar la verdad que deben proclamar. Jesús quiere que sus misioneros itinerantes no lleven "ni pan, ni alforja, ni dinero, ni túnica de repuesto", es decir, que estén libres de apoyo humano para que encuentren seguridad en la fe en Dios. De este modo los apóstoles tendrán libertad interior y total disponibilidad para evangelizar.

Todo discípulo de Jesús es profeta y misionero, con libertad espiritual, sin condicionamientos de esquemas y de intereses políticos y sociales. Su entrega debe ser total para no convertirse en mero funcionario de lo sagrado. Su misión puede conocer incluso el rechazo no solo de los que viven al margen de la fe, sino de los que se confiesan religiosos.

Su anuncio es la conversión, la recapitulación de todas las cosas en Cristo, la justicia de Dios y la universalidad de la salvación.

Andrés Pardo


11.

Para orar con la liturgia

Sólo un corazón puro puede decir con seguridad: " ¡Venga a nosotros tu Reino!" Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: "Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal" (Rm 6,12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: " ¡Venga tu Reino!"» (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst 5,13).


12.

Al servicio de la misión

Casi al final del segundo milenio del nacimiento de Jesús, la lectura evangélica de este domingo nos sitúa ante uno de los momentos constituyentes de su Iglesia: el envío al mundo de sus discípulos para ser continuadores del anuncio de la Buena Nueva que ha traído al mundo.

Es un hecho constituyente de tal calibre que cada comunidad cristiana, tiene en él un referente para acreditar su propia identidad en cuanto que en su seno debe surgir la vocación específica del que se sabe enviado al mundo como el sacerdote, el misionero o el catequista de base.

San Marcos es muy escueto al describir las condiciones del enviado y su misión, pero dice lo suficiente y pone de relieve sus características. Para quien lea el texto queda claro el alcance de la misión a la que hay que someter todo lo demás.

Así, el discípulo es un peregrino en función de la misma. Con sólo su bastón, debe ponerse en camino. Por el tesoro que lleva encomendado, debe despreciar cualquier otra riqueza, pero, por la misma razón, es merecedor de que se le libere de la carga de tener que ganar su sustento en otra ocupación.

En cuanto a los receptores de la predicación se le exige una presta acogida, pues los discípulos no pueden perder el tiempo y, en caso de que sus palabras no encuentren el eco suficiente, tienen esta orden: "si en un lugar no os reciben ni os escuchan, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa".

Si tan importante es el anuncio del evangelio de Jesús, hemos de revisarnos. Algunos de la misión de predicador que se nos ha encomendado. Todos de cómo hemos respondido a la gracia de haberlo recibido.

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 217 - Año V - 13 de julio de 1997