1.
"Los envió de dos en dos". Llenos de autoridad sobre el poder del mal que será vencido con la Noticia, pero pobres de poderes humanos: solamente el bastón de caminantes; pero ni pan, ni alforja, ni dinero, ni túnica de repuesto. ¿Acaso no sabe el Padre que tienen necesidad de estas cosas? No los abandonará en la tarea evangelizadora. En medio del relax veraniego, el evangelio de hoy nos plantea un reto que nunca podemos olvidar: Dios nos eligió, nos perdonó y nos dio a conocer su proyecto salvador, para llevar al mundo la Noticia de Jesús. Esperar en el templo a que vengan los no creyentes, es olvidar el por qué de la Iglesia y perder toda perspectiva evangelizadora. Es necesario salir. ¿Pero cómo? Pastoralistas tiene la Iglesia que sabrán responder. Pero el Evangelio de hoy, que posiblemente refleja experiencias pastorales de la iglesia primitiva, habla de ir de dos en dos, en pobreza, predicando la conversión. No es una técnica sofisticada, pero es evangélica y eclesial, aunque nos la rapten sectas advenedizas. Dicen que alguna secta americana se multiplica hoy vertiginosamente con esta técnica. Dicen que algún candidato presidencial en Sudamérica ha roto todos los pronósticos de voto con la misma. Parroquias hay que han iniciado esta experiencia de evangelizar de dos en dos, casa por casa. Unos se escandalizan de método tan elemental en tiempos de técnicas refinadas de comunicación: otros acogen el Evangelio con tanta sorpresa como agradecimiento; otros ni reciben ni escuchan.
Entre la barahúnda de técnicas publicitarias empleadas por medios de comunicación, políticos y agentes de mercado, tal vez vaya el Señor sacando hombre y mujeres sencillos ("ni profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos") para ser enviados a evangelizar en medio de nuestras gentes.
Algo tendrá Dios que inspirar a su Iglesia de hoy para que no se le pudra el Evangelio en el interior del templo. No sería oportuna la táctica de cerrar las puertas por sistema, porque podría uno perderse el encuentro con profetas tan elementales y tan válidos como Amós.
MIGUEL FLAMARIQUE
VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990.Pág.
129
2.
-Enviados a predicar el evangelio: Jesús envía a sus discípulos de dos en dos
para que anuncien el evangelio por toda Galilea. Primero los llama y
después los envía o, mejor, los llama para enviarlos. La vocación no
puede separarse de la misión, que es su consecuencia lógica. No se puede ser
discípulo de Jesús sin ser un enviado de Jesús al mundo, es convertirse
por tanto en mensajero. Por eso decía Pablo: "porque creemos,
hablamos"; "¡Ay de mí si no evangelizare!".
Que todos los cristianos participen de la misión de Cristo, de su ministerio profético, y que la iglesia sea misionera y no sólo encomiende a unos pocos la misión de predicar el evangelio, se desprende de lo que acabamos de decir. Ir a misa, sentarse en unos bancos y oír el evangelio, es sólo la mitad, y menos de la mitad si no cumplimos lo que nos falta. Porque la fe sin el testimonio y la misa sin la misión no es ya lo que debe ser. La comunidad cristiana no es una asamblea de oyentes sin más ni más, no es un auditorio solamente, porque es la comunidad que toma la palabra de Dios y recibe el encargo de proclamarla. La eucaristía termina siempre con la misión. Quiere decir que en la iglesia todo somos llamados antes de ser enviados, todos somos fieles antes de ser misioneros, o sacerdotes u obispos, o lo que sea. Y el que no escuche la palabra de Dios venga de donde venga, aunque nos llegue por los profetas que no lo son de oficio, como Amós, que era pastor de cabras y cultivador de higos, se convierte en Amasías y convierte la iglesia en el santuario de sus prejuicios y de sus intereses.
-El evangelio se predica desde la fe: No desde el fanatismo. No desde el poder, no desde una "posición firme". Desde esas posiciones se puede imponer, colonizar, negociar, pero no se puede anunciar una buena noticia sin hacerla increíble. Porque toda fuerza que no sea la fuerza del propio mensaje lo debilita, lo oscurece, lo hace sospechoso e increíble. El evangelio del que somos portadores es "como un tesoro que llevamos en un vaso de barro", y debiéramos ofrecerlo a los demás con la sencillez del que ofrece un vaso de agua. Dando gratis lo que gratis hemos recibido. Sin propaganda, sin utilizar los medios que utilizan y necesitan las ideologías. Porque no tenemos nada que vender o imponer. Porque todo lo que tenemos es la palabra de Dios, y ese es un tesoro inapreciable que no está en venta y con el que no se negocia. Un tesoro que sólo se puede dar pobremente, con la sinceridad de los pobres.
Evangelizar es dar lo que tenemos sin hacernos valer. Algo así como invitar a todos a compartir nuestro pan.
-Porque evangelizar es liberar: Jesús no pensó nunca en la conquista del mundo, sino en el amor entre todos los hombres como hijos de Dios. Por eso no tuvo nunca en cuenta los grandes recursos y las grandes organizaciones. En cuanto a los recursos debería bastar un bastón para el camino y unas sandalias. Y por lo que respecta a la organización, Marcos nos dice que envió a sus discípulos de "dos en dos". Una expedición de conquistadores se equipa y organiza de otra manera. Pero ése no era su objetivo.
Tampoco la misión de la iglesia en el mundo puede ser el aumentar el número de súbditos o de clientes, sino fraternizar y extender el gozo y la noticia de que Dios nos ama y nos ha hecho sus hijos.
EUCARISTÍA 1982, 33
3. CR/QUIÉN-ES:
-PRIMER PASO: FE EN JESÚS
Ser cristiano, ser creyente, ser discípulos de Jesús no es sólo cuestión de estar apuntado, como ser ciudadano es cuestión de estar inscrito en el registro civil. Ser cristiano es, en primer lugar, cuestión de fe, adhesión personal, aceptación en la propia vida de un lugar preeminente para Jesús. Si Jesús, su persona y su mensaje no se convierten en el centro de la propia existencia, se podrá hablar de estadios de religiosidad, de credulidad, de posiciones previas a la fe, pero nunca de fe propiamente dicha. En esto, seamos sinceros, todavía tenemos mucho que hacer pues el criterio de identidad cristiana para una gran mayoría sigue siendo el de estoy bautizado y creo que hay algo.
-VIVIR EL MENSAJE
En un segundo e inmediato momento, la fe se convierte en vida, en apasionamiento por la vida al estilo de Jesús. El mensaje de Jesús no es una abstracción ni una ideología, aunque lamentablemente nos hemos empeñado en encerrarlo en fórmulas y contentarnos con darle una adhesión teórica. Pero eso no es todo; más bien habría que decir que eso no es nada, que eso es pura ideología. Y el cristiano no se caracteriza tanto por sus correctas respuestas cuanto por su correcta vida.
El problema radica, obviamente, en el primer punto: lo que nos apasiona, lo que nos interesa, lo que valoramos... eso se convierte automáticamente en el cantor vital de nuestra existencia. Si Jesús no es ese eje central, nada ni nadie nos podrá mover a vivir como El nos enseña: si primero no hay convicción, no puede haber acción; si primero no hay confianza, no puede haber seguimiento; si primero no hay aceptación, no puede haber entrega.
-TRANSMITIRLO
La propia dinámica de la verdadera fe conlleva la vivencia, como acabamos de ver, y apenas habría que insistir en ello. Pues bien, lo mismo cabe decir de la transmisión del mensaje: es algo que va implícito en la fe, y cuando no hay talante misionero hay perfecto derecho a cuestionarse si realmente hay fe o, simplemente, una cierta inercia de cultura y tradición.
La transmisión del mensaje de fe es una exigencia interna de la misma porque, quien ha recibido la Buena Noticia del amor de Dios -y la ha recibido como tal Buena Noticia-, siente la necesidad imperiosa de hacer partícipes a cuantos están a su alrededor de esa Buena Noticia; de hecho, cualquier buena noticia -acabar la carrera, conseguir un puesto de trabajo, tener un hijo...- necesitamos contarla, compartirla, transmitirla, hacer partícipes de ellas a los demás. ¡Cuánto más esta Buena Noticia!
-¿CUAL ES EL MENSAJE?
¿Cuál es ese mensaje en el que tenemos que creer, que hemos de vivir y que necesitamos transmitir? Ese mensaje se puede presentar de formas muy diferentes y variadas, si no nos limitamos a verlo como un mensaje teórico o abstracto. Si lo vemos como un mensaje vivo y para la vida, ese mensaje tomará la forma precisa y adecuada para que nos resulte de interés y de valor en nuestra situación personal y concreta.
Decimos que el mensaje es una Buena Noticia. Para que haya tal buen anuncio, ha de afectar a algo concreto de la vida del hombre, ha de ser respuesta positiva a una situación negativa, solución a algún problema. Más exactamente, es la Buena Noticia, y no una noticia alegre cualquiera porque viene a responder a toda la negatividad con que el hombre se pueda encontrar a la hora de buscar un sentido a su vida.
Es la Buena Noticia porque responde a los interrogantes más profundos y vitales del hombre. Claro que como, en la mayoría de las ocasiones, tales interrogantes surgen a raíz de un problema concreto e histórico, la Buena Noticia ha de encarnarse y responder a ese problema concreto, sea dando una solución directa, sea dando un sentido a ese problema. Por ejemplo: ante la enfermedad, la Buena Noticia se me presentará o como curación del enfermo, o como respuesta de sentido: el dolor y la enfermedad es una limitación humana, que unas veces se puede resolver y otras no, pero en este último caso, aunque sobrevenga la muerte, el ser humano sigue estando en manos del Dios Padre que le da la vida definitiva en la resurrección.
LUIS
GRACIETA
DABAR 1991, 36
4. VOCA/MISION
JC -acabamos de leer- LLAMA Y ENVÍA. Entonces a los apóstoles. Ahora a nosotros. Esto resume su trabajo, su misión. Sin "llamada" y "envío" no tendría sentido la existencia de JC. Pero nosotros, actualmente, lo olvidamos de hecho muchas veces.
Olvidamos que todo cristiano (si realmente lo es) es un llamado y un enviado. Más aún: que TODO CRISTIANO ES UN LLAMADO PARA SER ENVIADO. Nosotros, los que estamos aquí ¿nos sentimos enviados?
-El
cristiano es un hombre llamado
Pero una cosa después de otra. Primero, el cristiano es un hombre llamado. NO
SE NACE cristiano: es preciso oir hablar de JC, escuchar su evangelio, su
buena Noticia, y creer en ella, convertirla en el centro de la propia
vida. Esto no se hereda, no se tiene por el hecho de ser español, o por
ser de esta o aquella familia. Es preciso siempre que cada uno (que yo,
que tú...) lo hayamos OÍDO Y LIBREMENTE CREÍDO. Por eso decimos (en el
lenguaje del evangelio) que el cristiano es un hombre llamado, un hombre que ha
oído y seguido una llamada: la llamada de JC, de su evangelio.
Lo leemos en el evangelio. Jesús va por Palestina llamando a este y aquel. NO OBLIGA; INVITA. Hay quien le sigue y hay quien no acoge su llamada, quien no da la respuesta incondicional que JC espera. JC no deja a los hombres y a las mujeres como los halla, ni piensa que ya tiene todo lo que han de tener ni tampoco que nada deba esperarse de ellos. Comunica su Buena Nueva y espera que esta Buena Nueva sea acogida, sea creída. Libremente, aunque él sepa que ELLO CAMBIA LA VIDA de cada hombre.
-JC
llama para enviar
Un segundo paso: JC llama para enviar. No anuncia la Buena Noticia como quien
reparte boletos para un sorteo que cada uno pueda guardarse por si toca la
suerte. Jesús reparte trabajo, REPARTE UNA TAREA: hacer como él,
anunciar la Buena Nueva. A menudo los cristianos imaginamos que la iglesia se
divide en DOS CATEGORÍAS: los llamados y enviados (que serían sobre todo
los sacerdotes) y los sólo llamados (que serían los cristianos de la
tropa, los cristianos normales). Esta falsificación de la voluntad de JC
ha llegado hasta olvidar que todo cristiano es un hombre llamado (a menudo
se habla como si los llamados, fueran sólo los curas, frailes y monjas).
En realidad no hay cristianos de dos categorías: TODO CRISTIANO, si realmente lo es, si tiene ahora fe en JC, ES UN ENVIADO. Esto es lo que quiere JC. Y no podría ser de otro modo, porque si uno cree de verdad en la Buena Nueva, en el gran anuncio del amor de Dios, ¿cómo es posible que se despreocupe de comunicarlo a los demás.
-Una
Iglesia cerrada o una iglesia abierta
Reconozcamos que NO ES ESTA LA SITUACIÓN DE NUESTRA IGLESIA. Y
probablemente de ahí vienen sus males. Hemos dejado lo de ser enviados a los
sacerdotes y estos, de hecho, se dedican fundamentalmente a los que ya son
cristianos. entonces es inevitable que nos encontremos con UNA IGLESIA
ENCERRADA EN SI MISMA, preocupada por sus problemas, más que apasionada
por el anuncio de la Buena Noticia de JC.
Pensemos, por ejemplo, en muchos problemas suscitados por los cambios después del Concilio. O en los problemas de relación entre Iglesia y Estado. O pensemos en la situación de cada una de nuestras comunidades, de nuestras diócesis. TODO SE VE DISTINTO según se piense que nosotros somos un grupo de gente que debe defender sus creencias o se piense que somos una gente que ha estado llamada para ser enviada. Es decir, si formamos una Iglesia cerrada, a la defensiva, o una Iglesia abierta, máximamente preocupada por evangelizar.
Todos nosotros y toda nuestra Iglesia necesita convertirse. CONVERTIRSE PARA PODER ANUNCIAR LA BUENA NOTICIA DE JC. Cueste lo que cueste, sin miedos. Es la tarea que nos ha estado encomendada, a todos nosotros. Si no la realizamos, cada uno como pueda y sepa, perdemos el tiempo. Y, lo que es más grave, hacemos inútil el evangelio de JC. Porque él lo ha dejado en nuestras manos. Para eso nos ha llamado y enviado.
JOAQUÍN
GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 14
5.
JESÚS INVITA A LOS DOCE
Dice el Evangelio que hemos escuchado hoy que Jesús, después del rechazo y del fracaso que acababa de sufrir en su propio pueblo, Nazaret (cfr. Evangelio del domingo pasado), mientras visitaba las aldeas de alrededor envió a los Doce, de dos en dos, a predicar la conversión. Al enviarlos les da dos cosas:
-autoridad sobre los espíritus inmundos;
-el encargo de no llevar muchas cosas para el camino.
AUTORIDAD SOBRE LOS ESPÍRITUS INMUNDOS
Con nuestra imaginación siempre dispuesta a confundir lo divino con lo espectacular, probablemente hemos empezado a sentir la tentación de imaginar a Jesús transmitiendo, por medio de secretos ritos y mágicas fórmulas, poderes supranormales con los que impresionar y forzar a los hombres a aceptar sus palabras. Con esto logramos varios objetivos:
-Seguir poniendo a Dios en una esfera lejana a nuestro mundo de carne y hueso; un Dios con poderes sobrehumanos -si no, ¿para qué es Dios?-, que da a quien quiere ese obrar espectacular. Falso: Jesús se hizo uno como nosotros, Jesús fue igual en todo a nosotros menos en el pecado; Jesús, aunque era Dios, estaba entre nosotros como si no lo fuera (anonadado, diría San Pablo).
-Mantener nuestra esperanza de que Dios va a irrumpir en este mundo por la fuerza; si en aquel entonces Jesús hacía fuerza con el poder de sus milagros, quizá haya suerte y también nosotros veamos surgir esa fuerza celeste a nuestro alrededor. Falso: Jesús nunca usó el poder ni la fuerza para lograr que el hombre se convirtiera; Jesús fue siempre ofrecimiento gratuito y amoroso, pero respetuoso con la libertad del hombre. El reino de Dios no se instauró ni se instaurará por fuerzas extrahumanas.
-Como consecuencia de lo anterior, justificarnos en nuestra inoperancia, en nuestra falta de trabajo por el reino: no tenemos autoridad para echar espíritus inmundos porque Dios no nos ha dado un "don especial" para hacer milagros.
¿QUE AUTORIDAD?
Ni a los Doce tampoco les dio ningún poder especial y extraño. Como él tampoco lo tuvo. Al menos no como solemos imaginarlo. Recordemos cómo terminaba el Evangelio que escuchábamos la semana pasada: "No pudo hacer allí ningún milagro". Cierto que Jesús tuvo actuaciones no corrientes -"curó a unos pocos aplicándoles las manos", añade el Evangelio antes mencionado-; pero la razón no podía estar en poderes mágicos. ¿En qué? Su fe en Dios Padre y la fe de los hombres eran las que hacían posibles aquellos extraños fenómenos. Esa era su autoridad; ésa debiera ser nuestra autoridad: una fe profunda, es decir: una íntima y radical convicción de que, viviendo en el estilo de Jesús, es posible cambiar las cosas. Ahí radica la autoridad, el poder y el milagro. ¿Somos capaces de imaginarnos cómo sería el mundo si los hombres viviésemos, de verdad, como hermanos? Ojalá no nos agote el esfuerzo para imaginárnoslo.
CASI NADA PARA EL CAMINO
En cualquier caso, ésa es la autoridad que Jesús deja a sus discípulos. Esa es la única autoridad: una profunda fe para dominar los espíritus inmundos, es decir: una profunda vivencia de fraternidad universal (como consecuencia de vivir la plenitud de Dios) que nos lleve a dominar el hambre, el analfabetismo, la opresión, la indigencia, el dolor, la pobreza, las guerras, la esclavitud, las cárceles, la angustia, la desesperación y todo lo inhumano que pueda haber en el mundo. Idénticamente, quien se decide a vivir así no puede necesitar grandes cosas: lo justo; y lo justo se puede conseguir de cualquier manera.
El interés del creyente no puede estar puesto en los medios, en las técnicas, en los métodos; todo eso es importante, pero no es lo fundamental; hemos de estar capacitados para nuestro trabajo; pero el primer punto de nuestro trabajo es amar al hermano; y eso no se estudia, ni se predica, ni se ensaya con técnicas y métodos: eso se vive, se hace. Y el apoyo del amor está en el corazón del hombre, no en sus técnicas.
UNA LLAMADA PARA VOLVER A LO FUNDAMENTAL
He aquí, pues, que el Evangelio de hoy, como siempre, no está sólo para contarnos sucesos acaecidos hace dos mil años; menos aún para impresionarnos con escenas de maravillosismo y magia. El Evangelio está para alertarnos sobre nuestra continua tentación de caer en la modorra o en las justificaciones exculpatorias para no hacer nada realmente eficaz por el Reino de Jesús. Para recordarnos que él nos ha dejado la fuerza de su Espíritu y que con él, con nuestra fe en él, tenemos autoridad más que suficiente sobre todas las desgracias que acosan al hombre para superarlas y erradicarlas del mundo. Lo cierto es que la sociedad que entre todos hemos construido y que entre todos, absolutamente todos, mantenemos, es una sociedad hostil para el hombre; o, al menos, hostil para los pobres, los débiles, los indigentes. ¿Qué hemos hecho de la autoridad que Jesús nos ha dado a todos sus discípulos para dominar esos "espíritus inmundos"? ¿Dónde la tenemos guardada? ¿Cuándo vamos a terminar de convencernos de que Dios ni ha obrado ni va a obrar por la fuerza, sin por amor, y actuando solidariamente con todos los hombres que están dispuestos a colaborar con él?
DABAR 1982, 38
6. CR/VOCACION
-¿Somos cristianos? Nos reconocemos cristianos, pero es muy posible que no siempre seamos muy conscientes de lo que somos, es decir, de cómo tenemos que ser, de qué tenemos que hacer. Hay una cierta crisis de identidad cristiana (IDENTIDAD-CRA/CRISIS), pareja de la crisis de identidad humana que surge en una civilización inhumana y casi antihumana. Del mismo modo que los derechos humanos se quedan en unos buenos deseos que no acaban de calar en el corazón de los hombres que los recitan, así tampoco ha calado en el corazón del cristiano el evangelio. Los cristianos no somos precisamente luz y sal en un mundo deshumanizado, además de descristianizado.
-La vocación cristiana. Ser cristiano es una vocación. Muchos recordaréis aquellas inefables sentencias del viejo catecismo: somos cristianos por la gracia de Dios. Y así es. Ser cristiano es responder sí a la llamada de Dios. Pablo les recordaba esta verdad entrañable a los cristianos de Éfeso. Antes de que fuese creado el mundo, ya Dios nos había llamado, nos había elegido. En el correr de los tiempos, en Jesús y por Jesús Dios ha derrochado su gracia para que pudiésemos conocer el misterio de su voluntad. Nos ha manifestado y nos ha asociado a su plan de recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, en Cristo. Con Cristo se ha abierto el último capítulo de la historia de la humanidad, el principio de la nueva tierra en que habita la justicia, el germen de la familia de los hijos de Dios, la fraternidad universal. Pues en la persona de su Hijo ha querido que todos los hombres seamos sus hijos.
-La misión del cristiano. Ser cristiano es una tarea, una misión. Cristo es el punto y aparte en la historia. Y es, además, el punto final. Es alfa y omega, el principio de la misión y su recapitulación final. En medio está el cristianismo, estamos los cristianos y nuestra misión como continuación de la de Cristo: el reino de Dios. Para esa tarea, Jesús eligió primero, formó luego y envió después a sus discípulos, a los cristianos. La misión del cristiano es, en consecuencia, anunciar el reino de Dios y echar del mundo y de los hombres a los demonios. Mal podemos cumplir la misión de anunciar el reino del poder, del dinero, del bienestar, del placer. Y no podemos exorcizar al mundo y a los hombres, si nosotros mismos vivimos encantados de la vida, poseídos de los demonios del egoísmo, de la injusticia, de la insolidaridad, del pecado.
-Para esa misión no hacen falta alforjas. Jesús envió a sus discípulos de dos en dos. Pero les recomendó que fueran a cuerpo limpio, sin provisiones. Dios proveerá. La palabra de Dios es eficaz por ser de Dios. Los discípulos de Jesús no podemos confundir el evangelio con una campaña publicitaria. Predicar no es vender nada, no es abrir mercado, ni es forzar a nadie al consumo indiscriminado. Tampoco es un modus vivendi para obtener beneficios. Bien lo reconoció el profeta Amós frente a la insolencia del sacerdote Amasías. El profeta, que vivía y se ganaba la vida cuidando rebaños y cultivando higos, no predicaba por gusto ni por conveniencia, sino para obedecer a Dios, para seguir su vocación. Bien es verdad que Jesús les permitió utilizar un bastón, pero sólo para sostener la marcha y no desfallecer, en modo alguno para dominar y someter por la fuerza, para inculturizar o hacer proselitismo con engaños o amenazas.
-Ad majorem Dei gloriam. Muchas veces hemos vuelto la espalda a las palabras de Jesús, al evangelio. Muchas veces, demasiadas incluso, con ayuda de leguleyos y moralistas, nos las hemos apañado para llenar las alforjas y anunciar el reino de Dios. La estrategia humana, que no evangélica, ha pretendido seleccionar talentos, coleccionar influencias, atesorar recomendaciones, amontonar recursos "ad majorem Dei gloriam". Pero hay que reconocer que tales estrategias han sido contestadas y que tales elucubraciones para cohonestar contradicciones no han sido perjudiciales. Las riquezas de la Iglesia, reales o fantasiosas, han mermado el anuncio del evangelio. El lujo y el confort de los cristianos descafeína nuestro testimonio y desprestigia nuestra palabra. ¿Cómo se puede anunciar la buena noticia a los pobres desde la riqueza, el lujo, el confort?
GLORIA/D. -La mayor gloria de Dios. La gloria de Dios no está en ediciones de lujo de la Biblia, ni en las catedrales góticas o en la cúpula de San Pedro. No se trata de querer corregir la historia y de repasar el pasado. Que así no hacemos sino huir del presente. Y en este sentido, el papa ha dicho palabras claras y urgentes para los cristianos. La consigna de la encíclica de Juan Pablo II es solidaridad y, en consecuencia, desprendimiento en favor de los pobres, de los países del tercer mundo y de los del cuarto. Ese desprendimiento es urgente para todos, pero especialmente para los cristianos, los eclesiásticos, las instituciones de la Iglesia. Hay que desprenderse de lo superfluo. Y hay que prescindir incluso de lo necesario. Porque está en juego la vida y la dignidad de millones de hombres, que son la gloria de Dios, como están en juego la dignidad y la solidaridad y la justicia de los que nos llamamos cristianos, que también son gloria de Dios. Porque la gloria de Dios resulta de la realización de su plan de salvación de todos. La gloria de Dios está en que empecemos a ser todos los hombres, sin diferencias ni desigualdades, la familia de los hijos de Dios.
EUCARISTÍA 1988, 33
7.
Hay un pecado contra el Espíritu Santo, es la incredulidad o la mentira, que declara la guerra abiertamente a la verdad manifiesta del evangelio. Este pecado no se perdona, porque no se deja perdonar, y el que lo comete rechaza el perdón de Dios. Pero hay otro pecado, semejante a éste y no menos grave, que va contra el Espíritu Santo y el espíritu humano: la imposición de la verdad, del evangelio, a punta de lanza. También este segundo pecado se opone directamente a la fe. Porque la fe es libre.
FE/LIBRE. La fe cristiana es tan libre que el que predica el evangelio no debe olvidarse de predicar también la libertad de la fe, para que nadie se llame a engaño y el que escucha decida después responsablemente. Sólo así, en libertad, puede el hombre comprometerse del todo en una opción de fe y obedecer a Dios como conviene. Porque la fe no es un sentimiento o una tendencia irracional que nos coja por debajo de la conciencia y parcialmente, sino la entrega sin reservas a Dios, con la mente y el corazón y con todo nuestro ser. Y una entrega así, radical y sin reservas, es necesariamente libre. Es claro entonces que nadie puede creer de verdad sometiéndose a la fuerza ajena o dejándose llevar por simples conveniencias. Esto sería una alta traición a sí mismo, por cobardía u oportunismo, y de ninguna manera un acto de fidelidad a Dios y de fe al evangelio. Por la misma razón hay que decir que cualquier intento de hacer creer a otro por la fuerza es una inmoralidad, que no tiene que ver en absoluto con el celo apostólico y el espíritu misionero. En consecuencia es una obligación de los que sirven a la palabra de Dios no sólo anunciarla con oportunidad y sin ella, en todas partes, sino también advertir a los oyentes que se abstengan de creer si no ven todavía la credibilidad del evangelio. Y esto en beneficio de la fe, de la autenticidad de la fe cristiana, y por respeto a la dignidad del hombre, porque no es posible ni moralmente aceptable creer en contra de la propia conciencia.
Respetar al hombre en su decisión libre delante de Dios y su evangelio es también respetar a Dios. Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar el reinado de Dios y echar demonios por las tierras de Galilea, "les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto". Y es que Jesús no pensó en ningún momento en la conquista del mundo, sino en la salvación del mundo; no pensó en la colonización de la naciones, sino en la evangelización de los pueblos; no pensó en someter a todos los hombres, sino en liberarlos... Por eso no tuvo en cuenta los grandes recursos y las grandes organizaciones. Cuando se trata de llevar a todas partes la buena noticia, de anunciarla sobre todo a los más pobres, no se puede ir con el estrépito de los conquistadores y el aparato propagandístico de las ideologías. Cualquier violencia física o psicológica es un impedimento que oculta la verdad del evangelio y la hace sospechosa. La competencia desleal y la agresividad no sirven aquí para nada, no son medios aptos.
El equipo imprescindible de los apóstoles no es otro que la pobreza, y su única espada la palabra de Dios. Sólo en medio de la debilidad de los testigos de Jesús resplandece la verdad como una gracia de Dios que nos libera. Y es así como puede llegar un día el reinado de Dios, que es lo único que debe preocupar a la iglesia, pues la misión de la iglesia no es aumentar en el mundo el número de sus súbditos o clientes, sino acrecentar el número de los verdaderos hijos de Dios, cuya prerrogativa irrenunciable es y será siempre la libertad.
EUCARISTÍA 1976, 42
8.
Casi todos nuestros pueblos y nuestras ciudades están construidas en torno a un templo que sobresale señalando la dirección del cielo con sus torres. El templo ha sido en todos los pueblos primitivos el eje de la vida, y el culto el origen de la cultura.
Hasta las palabras recuerdan esta conexión: cultura viene de culto. Hoy, la fisonomía de nuestras grandes ciudades va cambiando paulatinamente y las chimeneas de las fábricas hacen competencia a nuestras torres, mientras que las catedrales se hunden entre rascacielos. Las nuevas ciudades ya no se construyen en torno a un templo y, como las ciudades, cambia también la vida de los hombres, la sociedad, el sistema de convivencia y la cultura. Nuestro mundo va cambiando, se va independizando del templo y llega a ser cada vez más solamente eso, un mundo, un mundo mundanizado.
Este proceso de secularización, como se dice hoy día, no sigue en todas partes el mismo ritmo. Hay países en donde todavía el templo y lo que significa supone mucho en nuestra vida social. Generalmente, en estos casos, se corre el riesgo de que el culto venga a sancionar la cultura y pase a ser un factor de estabilización del orden sociopolítico. Por esta razón, todos aquéllos que están interesados en mantener las cosas como siempre han sido, están igualmente interesados en que nada se mueva en el ámbito religioso. ¿Quién nos iba a decir a nosotros, por ejemplo, que una reforma del culto podía llegar a ser una preocupación política? Una situación semejante, pero mucho más radicalizada, la encontramos hace ya muchos siglos (aproximadamente, unos novecientos años antes de Cristo, en Israel. Cuando se dividió el reino en dos, JEROBOAN-I, rey de Israel, construyó un santuario nacional y razonaba de la siguiente manera: "Si este pueblo continúa subiendo para ofrecer sacrificios en la casa de Yavé, en Jerusalén, el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam, rey de Judá". Y así, para asegurar la independencia del nuevo reino, construyó un templo nuevo: Betel.
Pasaron los tiempos y hacia el año 760 antes de Cristo, un profeta alzó su voz en este santuario nacional contra las injusticias sociales de aquel orden político basado en un consorcio entre el trono y el altar. Este profeta se llamaba Amós. ¿Qué ocurrió entonces? Pues que no le dejaron hablar por una razón de estado. Amasías, sumo sacerdote de Betel, no podía tolerar que en el corazón del país, en el santuario nacional, se predicara en contra del orden establecido. El era el responsable ante el rey de la tranquilidad del país y no podía consentir la actuación de Amós y así le salió al paso diciendo: "Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá: come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en "Casa de Dios", porque es el santuario real, el templo del país".
Amós no fue el único profeta que criticó duramente el culto nacional y las injusticias sociales sancionados por este culto. Podríamos citar también a Oseas, Isaías, Jeremías, etc. En general, todos los profetas, ya desde el principio, protestaron contra una religión centralizada, ritualista, utilizada como factor de estabilización política. Y es que el Dios de los profetas, Yavé, no es un Dios para sancionar el pasado o el presente, sino para marchar delante de su pueblo hacia un futuro siempre mejor. Por eso, Yavé no es tampoco un Dios que pueda ser encerrado en un templo y que pueda ser utilizado por los señores del templo. Yavé no se vincula a ningún lugar, pero sí se compromete con la historia de un pueblo. Cuando este pueblo no quiere caminar, Yavé manda a sus profetas para que levanten al pueblo y salga una vez más de su postración y de su comodidad, y cuando no le escucha, este pueblo es deportado a la cautividad.
El sacerdote Amasías cree que Amós era uno de aquellos profetas que se ganaban la vida profetizando, un profeta de oficio, ante lo cual Amós reacciona enérgicamente, diciendo que tiene ya un oficio para ganarse la vida, incluso dos, que no pertenece a ningún orden profético y que si predica Palabra de Dios es porque ha sido enviado para predicar contra Israel. Por encima de la autoridad del rey y de las conveniencias del sacerdocio oficial, el profeta ha de predicar la Palabra de Dios.
San Marcos nos dice que Jesús envía de dos en dos a sus discípulos a predicar el Evangelio. Les encarga expresamente que no lleven para el camino otra cosa que un bastón, pero ni pan, ni alforjas, ni dinero en la faja. Que lleven sandalias, pero ni siquiera una túnica de repuesto. La pobreza será la mejor garantía para ser fieles al Evangelio que han de predicar. Este desprendimiento se sitúa en la misma línea de aquella independencia del profeta Amós, que sabía ganarse el pan con sus propias manos. Los discípulos de Cristo predicaron el Evangelio de la conversión. No es éste un Evangelio para dejar las cosas como están, sino para poner en marcha a todos los hombres y al mundo entero hacia el futuro de Dios: el Reino de Dios. Un reino de paz y de justicia. Les dice al Señor que allí donde su palabra no sea bien acogida, no permanezcan y que al marchar sacudan el polvo de sus sandalias en las puertas.
Ante estas lecturas, tan viejas y tan actuales, uno se pregunta si realmente no corremos el riesgo de que hoy los profetas sacudan el polvo de sus sandalias ante las puertas de nuestros templos. Si no habrá algún Amasías que no deje predicar la Palabra de Dios en el santuario nacional.
EUCARISTÍA 1970, 41
9.
-El día del laico evangelizador
Hoy podríamos celebrar perfectamente el día del laico evangelizador, ya que se nos habla de aquel pastor y labrador que se llamaba Amós y proclamaba la Palabra de Dios. "El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel". Es el más antiguo de los profetas de la Biblia, del siglo VIII, a C. Corría un período de esplendor y bienestar pero cargado de idolatría y de injusticias. Vivía en un pueblecito llamado Técoa, a nueve kilómetros de Belén. Escuchemos sólo un fragmento de su mensaje: "Escuchad esto, los que exprimís al pobre... disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias... El Señor lo jura por la gloria de Jacob: No olvidaré jamás ninguna de sus acciones" (8, 4-7). "Aunque me ofrezcáis holocaustos y dones, no me agradarán; no aceptaré los terneros cebados que sacrificáis en acción de gracias. Retirad de mi presencia el estruendo del canto, no quiero escuchar el son de la cítara; fluya como el agua el juicio, la justicia como arroyo perenne" (5, 21-24).
Cualquier hombre o mujer puede ser cogido por Dios para decir su verdad. "No soy profeta...", exclama Amós, pero, no obstante, no puedo dejar de hacer aquello que Dios me ha ordenado. No es un profesional de la Palabra. Pero habla y lo que dice hace daño a los que no quieren escucharle porque no les interesa, va contra sus egoísmos. Por eso el sacerdote Amasías quiere echarlo. Amasías es un profesional al servicio del rey y del estado. Tiene que ganarse la vida con ello. Lo que él proclama no daña los intereses del rey, al contrario, los halaga porque vive de ellos.
No es libre, sino que se debe a su protector y empresario. No puede decir la Palabra de Dios, sólo puede expresar palabras encadenadas. Amós se gana la vida pastoreando y sabe hacer madurar los frutos de la higuera. Dios es libre de escoger sus profetas cuándo y cómo quiere. Y seguro que vosotros que me escucháis, estáis llamados muchas veces a hacer de profeta, en el trabajo, en la familia, en la vida...
-¿Cómo tiene que predicar? La enseñanza que se desprende tanto del evangelio de hoy como del profeta Amós es que hay que predicar con libertad, sin supeditarse a los poderes económicos. Saber vivir la pobreza, el desprendimiento, une estilo deportivo que sepa privarse de las cosas siempre que convenga, vivir desprendido, de tal manera que no nos puedan hacer chantaje.
El laico tiene un valor extraordinario como evangelizador: No lo hace por oficio. Habla de lo que vive y expresa lo que cree. También es importante aquella recomendación de ir de dos en dos, saber ser compañero, contrastar opiniones, ayudarse mutuamente, saber ceder y compartir. Es enriquecedor y aleccionador. No es fácil porque hay que vivir la convicción de que también el otro piensa, también el otro recibe la luz del Espíritu y de que yo me puedo equivocar y tengo que estar dispuesto a rectificar.
Dice el evangelio que expulsaban demonios y ungían con aceite a los enfermos: quiere decir que no se contentaban sólo con hablar, sino que sus obras les acompañaban. ¡Cuántas veces hablan mucho mejor los hechos que las palabras!
-¿Qué tiene que predicar? El cristiano tiene un mensaje concreto que no puede perder nunca de vista. En la carta a los efesios acabamos de leer: "Este es el plan que Dios había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra". Antes de crear el mundo ya nos conocía y nos había elegido para hijos suyos en Jesucristo. Eso quiere decir que nos perdona, que borra todo el mal que hay en nosotros.
En este fragmento de san Pablo encontramos un espléndido resumen del proyecto de Dios para todos nosotros. A pesar de la experiencia de pecado, de hipocresía y de egoísmo que padecemos en nuestra propia carne, a pesar de las enfermedades y las llagas que nos clavan en nuestra cruz, por Jesucristo hemos llegado a saber que el Padre quiere reconciliarnos plenamente con El, con los demás y con nosotros mismos.
El Padre nos otorga el Espíritu para que con su empuje vayamos caminando hacia la santidad -dígase, si se quiere, realización plena personal- y lleguemos, gracias al mismo Espíritu, a ser irreprochables. El Espíritu que habita en nosotros hace que, ya ahora, El nos pueda ver transformados. Somos el precio de la sangre de su Hijo. Hemos recibido la bendición, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia ha sido un derroche para con nosotros y nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad.
Jesucristo es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. El universo entero está llamado a incorporarse a El. Nosotros, ya desde ahora, gracias a la fe, podemos comenzar a saborear esta cata de Cristo que penetra la creación entera y que un día se manifestará con toda su grandeza.
Que nuestra Eucaristía de hoy sea verdaderamente una gran acción de gracias conjunta por las bendiciones que ya tenemos y por los favores que todavía esperamos.
SALVADOR
CABRE
MISA DOMINICAL 1991, 10
10.
-Dios nos envía como testigos en el mundo. Dios no se sirve normalmente de revelaciones directas, ni de ángeles. Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la voz y la obra salvadora de Cristo Jesús.
En el A.T. se sirvió de profetas como Amós, un laico, campesino. En el N.T., Cristo envió a los apóstoles a predicar y preparar el camino del Reino. Y ahora Dios se sigue sirviendo de todos nosotros, desde el Papa hasta el último cristiano. Cada uno desde una misión peculiar: no todos escriben "encíclicas" para la Iglesia, ni han recibido el encargo de animar una diócesis o una parroquia. Pero sí todos los cristianos somos misioneros y testigos de la Palabra de Dios en el mundo en que nos toca vivir: padres, catequistas, maestros, médicos y personal sanitario, estudiantes, obreros... Todos, por el bautismo y la confirmación, recibimos el noble encargo de dar testimonio de Cristo.
El mejor "enviado" y profeta es Cristo mismo. Pero desde Amós en el AT, los doce en el NT, y Pablo (un magnífico ejemplo de apóstol y enviado, que hoy escuchamos en su anuncio gozoso de la carta a los Efesios, una visión optimista de la historia), hasta nosotros, la iniciativa de Dios, enviando profetas, sigue en plena actualidad.
-Los apóstoles de Cristo tienen un estilo propio. El evangelio de hoy, sin llegar a ser un "manual de apóstoles", nos pone unos interrogantes, y nos dice qué estilo de apostolado quería Cristo que tuvieran sus enviados. O sea, nosotros, cada uno en su tarea cristiana de testigos en el mundo de hoy.
a) Ante todo, la pobreza "evangélica": basta con unas sandalias y un bastón, un modo de decir "lo imprescindible", sin demasiados repuestos y apoyos materiales. No se trata tanto de un sentido literal, sino de una espíritu de radical desinterés económico, para que nuestro apoyo sea la fuerza de la Palabra y no los medios técnicos, que por otra parte, nos harán falta (la Madre Teresa necesita millones para su obra de atención a los pobres; los responsables de la animación de una diócesis o de la Iglesia universal tendrán que echar mano de medios técnicos para su misión). Pero el espíritu es claro: el enviado de Cristo no tiene que tener apego ni interés propio en estos medios.
b) Lo que sí debe tener es total disponibilidad y dedicación, sin caer en tentaciones de profesionalismo (Amós, un profeta no profesionalizado), ni de instalación cómoda. Además, el verdadero enviado no se "vende", buscando el aplauso, o el interés propio. Seguramente un verdadero profeta de Cristo -sea ministro ordenado o laico de a pie que decide ser coherente en este mundo- debe contar con la incomprensión y hasta con la persecución. Como Amós por parte del sacerdote del templo de Betel, o como Cristo (recordar, el domingo pasado: no es profeta en su tierra), o los apóstoles, que en algunas partes sí serán recibidos pero en otras, no. Un cristiano que da testimonio de los valores del evangelio, muchas veces contrarios a los que pregona el mundo, resulta incómodo. Pero no por eso debe claudicar en su tarea profética.
c) Lo que debe predicar es el Reino, la Buena Noticia, la Palabra de Dios: no a sí mismo; la iniciativa es de Dios, no del mismo apóstol, y el contenido de su anuncio también. Amós predica lo que Dios le ha encargado. Los apóstoles anuncian el Reino: la palabras y el mensaje que han visto y oído en Jesús.
d) Y eso lo deben (debemos) hacer con palabras y obras: además de las palabras, que pueden ser más o menos creíbles, el cristiano debe dar testimonio con su vida y sus obras: aquellos apóstoles expulsaban demonios y curaban enfermos. Exactamente como hizo Cristo.
-Las direcciones de aplicación. De nuevo hoy es un día en que el primer interpelado por la Palabra es el mismo predicador. Y no está mal que lo indique así. Porque es un examen de conciencia de si somos a no apóstoles de Cristo según el estilo que El quiere. Pero el mensaje interpela a cualquier cristiano, que no sólo está en este mundo "para salvarse él", sino para ayudar a otros, o sea, para ser misionero y apóstol, en nombre de Cristo, y en el ámbito de la Iglesia. Todos tenemos la misma misión. En la familia, en el trabajo, en los medios de comunicación, en el ámbito de la escuela o de la sanidad, o de las iniciativas parroquiales, todos podemos hacer bastante para dar color cristiano a este mundo, para ayudar a discernir cuáles son los valores según Dios y cuáles no. Desde Juan Pablo II hasta el último confirmado de este año que ha decidido ser valiente en su testimonio de fe cristiana.
No estaría mal que se hiciera alusión al testimonio y cooperación que un cristiano puede dar en el mundo de la sanidad. Como los apóstoles curaban enfermos, ungiéndoles con aceite, muchos tienen ocasión, en su propia familia, o en las estructuras sanitarias, de atender a los enfermos, Un lenguaje que resulta mucho más inteligible que el de los discursos y las palabras bonitas. Si uno, aunque "no le toque", es capaz de atender una noche a un enfermo grave, o de emplear voluntariamente unas horas ayudando a minúsválidos, seguramente está dando un testimonio de Cristo más creíble que si escribiera libros. Tampoco estaría mal que se aludiera a la Unción de los enfermos, el sacramento que la Iglesia ofrece para alivio de los cristianos que están en ese trance serio de la enfermedad. Es el momento privilegiado que un conjunto de atenciones pastorales que la comunidad cristiana ofrece a los enfermos, como parte de su testimonio de Cristo.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 15