COMENTARIOS AL SALMO 64

1.

Himno de alabanza de Cristo a su Padre

* "Asiduo en adivinar a través de una fe viva la presencia activa de Dios en la naturaleza y en la historia, Israel tenía el alma siempre dispuesta a bendecir a Yawé por medio de la alabanza y la acción de gracias. Con esa misma naturalidad, el Señor retomaría este himno de acción de gracias de su pueblo, elevando los ojos al cielo, hacia su Padre, pero -eso sí- introduciendo sentimientos mucho más ricos, que se justifican por la ciencia de visión que poseía acerca de los beneficios divinos."217 Sólo lejanamente podemos imaginar el espíritu y la devoción con que la Humanidad de Jesús recitaría y meditaría los salmos. Pero cuando los empleó, tuvo que imprimirles, sin duda, una carga intencional absolutamente nueva. Él sabe que su Padre escucha siempre sus súplicas y ve cómo perdona los delitos a los que están abrumados por el peso de sus pecados.

** Casiodoro218 parangona "la misericordia del Padre con un río que se desborda: de él será posible beber siempre, pues jamás se secará: «Será una fuente que salta hasta la vida eterna».''219 Pero el Señor no ha pensado sólo en saciar nuestra sed, sino que ha preparado también los trigales con un alimento del que el alma se nutrirá con avidez: el Pan del Cielo, el Pan de los Ángeles (Ps 77: 24). "Es el alimento -dice Hilario-220 mediante el cual nos preparamos para la unión con Dios, ya que, mediante la Comunión eucarística de su santo Cuerpo, tendremos, más adelante, acceso a la unión con su Cuerpo Santo. Se trata, pues, de un alimento que nos salva y nos dispone además para la eternidad." Así pues, el río y el pan simbolizan la Eucaristía, en la que bebemos la Sangre del Señor y comemos su Carne. Y por si alguien opinara que esto se haya dicho al azar, el salmista añade: Tú así lo has dispuesto. " 221

*** De un modo semejante a como para los judíos este salmo era un canto de primavera -llovizna, brotes, valles que se visten de mieses, ...- así también para la Iglesia se trata de un himno pascual: por medio de él celebramos esa otra maravillosa primavera suscitada en el mundo, que dormitaba en el pecado, y que es la gloriosa Resurrección de Cristo. Coronas el año con tus bienes: nos sugiere los beneficios que Dios otorga a su Iglesia a lo largo de los días del año litúrgico. Celebrar litúrgicamente un determinado misterio de Cristo en una fecha precisa del año quiere decir que aquellas acciones salvíficas del Señor -también en su individualidad numérica ya pasada y no reproducible- se hacen de nuevo presentes, misteriosa pero realmente, en la acción litúrgica. El día en el que Cristo realizó la acción que hoy celebra la Liturgia no pasó de modo que haya pasado también la fuerza íntima de la acción que realizó en aquel tiempo el Señor. Esa re-presencia se lleva a cabo gracias a la virtud divina que obra en los actos del Hijo de Dios, que no están sujetos al límite del espacio y del tiempo. Precisamente esa virtud divina, de la que fue y sigue siendo instrumento la Humanidad Santísima del Señor, es la que se hace presente en todos los tiempos y lugares. La moción de la Divinidad confería a los actos transitorios y localizados de Jesús un influjo instrumental capaz de alcanzar toda la sucesión de los tiempos y toda la amplitud del espacio. Cuando se celebra la acción litúrgica, el fiel se pone en contacto con el único misterio de salvación en Cristo.

Las fiestas y tiempos litúrgicos no son 'aniversarios' de los hechos de la vida histórica de Jesús, sino 'presencia in mysterio', es decir, en la acción ritual y en los signos litúrgicos.222 En cada fiesta se pone de relieve un aspecto del misterio total y se nos comunica una gracia que le es propia; unas veces se pone en primer plano la Persona del Salvador, en sentido estático, y otras el hecho mismo de la salvación, en sentido dinámico.

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217 P. GUICHOU, Les psaumes commentés par la Bible, II, París, 1958, p. 69-70.

218 CASIODORO, Expositiones in Psalterium, 64; PL 70; ARNOBIO, Commentarii in psalmos, 62 v.13 PL 53.

219 lo 4: 14.

220 S HILARIO, Tractatus super psalmos, 64, 14-15; CSEL 22, 245-246.

221 Ps 64: 10 b: 'Quoniam ita es preparatio tua', según la Vulgata.

222 B. NEUNHEUSER, La venuata del Signore: Teologia del tempo di Natale ed Epifania, en RIVISTA LITUR- GICA, 59 (1972), P. 609-611; J. LOPEZ MARTIN, La Liturgia de la Iglesia, Madrid, 1994, p. 215.

AROCENA.Págs. 100-102


2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Este salmo se clasifica como un himno de alabanza. ¿Sabemos "alabar", "agradecer", decir a los demás que estamos felices con "El"? En este salmo el pueblo de Israel agradece a Yahvéh, su Dios, presentado bajo la vestidura de un "REY":

Es un Rey "acogedor", gentil, que recibe con benevolencia, que abre su casa, su palacio, a quienes tienen algo que pedirle... Es un "Rey" que escucha, que perdona a quienes han merecido su severidad a causa de sus faltas. Es un "Rey poderoso", capaz de "hacer prodigios" para "salvar" a su pueblo; así como dominó el caos original dominando las tempestades del mar (tema bíblico que remite al Génesis), se ciñe de poder como un jefe que se pone su armadura para vencer las fuerzas del mal y el "rumor de naciones paganas" que se levantan contra El.

Finalmente, es un Rey "benevolente", cuya "visita" se manifiesta en abundantes "bendiciones", simbolizadas por las lluvias de primavera que presagian la fertilidad de la tierra.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** "Tú que escuchas la oración". Tal era la concepción que Jesús tenía de Dios. "Pedid y recibiréis. Golpead y se os abrirá" (Lucas 11,9).

- "Tú perdonas nuestras faltas". Jesús fue la realización encarnada de esta actitud divina. Lo escuchamos a lo largo de todo el Evangelio (Lucas 15).

- "Esperanza de todos los confines de la tierra y de las islas lejanas". Jesús asumió y amplió esta concepción universal de la religión del verdadero Dios". "Id por todo el mundo, proclamad el Evangelio (Buena Nueva) a todas las criaturas (Marcos 16,16).

- "Tú cuidas de la tierra y la riegas". Jesús debió saborear esta admirable descripción de la primavera por el salmo, El que veía a su Padre como un jardinero que riega el prado, que hace salir el sol, o como el viñador que cuida de su viña (Mateo 5,45), (Juan 15,1).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Hacia una religión que sabe maravillarse. A veces se tilda a la religión de "interesada". La súplica surge espontáneamente cuando a uno le falta algo, pasando por "pedigüeño". ¿Por qué no hacer otra clase de oración cuando tenemos las manos llenas, y el corazón feliz? La alabanza, la acción de gracias, la oración de admiración. Tal es la tonalidad de este salmo. "¡Qué hermoso es alabarte! ... Bienaventurado aquel a quien eliges para que viva cerca de Ti...". Los cristianos de hoy tienen una gran responsabilidad, si dan a su fe una cara triste. La Catequesis, la educación de la fe de los niños, debe ser alegre. Nuestras "Eucaristías" dominicales son celebraciones (fiestas) en que decimos "gracias" a Dios. Toda oración debería llevar la alegría de un gracias.

La primavera, la vida. El final de este salmo es un poema en honor de Dios que hace la primavera. En Oriente el agua es la vida. La primavera de Palestina es particularmente exultante. El campo canta desde sus surcos, desde sus colinas: la hierba verde, las flores, los arroyos, los rebaños... Todo "grita de alegría". El hombre moderno, aun el que vive en ciudades de hormigón, no puede ser insensible a este lenguaje: las plazas de nuestras ciudades ya no son las mismas, las vitrinas de los supermercados se adornan con flores, las vitrinas de las tiendas de alimentos abundan en legumbres frescas, y cada "fin de semana", en primavera, es testigo de un formidable afluir de gente hacia campo en ambiente de fiesta. Este himno a la vida se puede quedar en un nivel simplemente "naturalista". ¿Por qué no vemos en esto, los creyentes, a nuestro Dios? Nosotros no hacemos la naturaleza; a veces desgraciadamente la destruimos. La ecología nos enseña a "respetar" los equilibrios naturales. ¿No habrá una prodigiosa Inteligencia detrás de la primavera? ¿Por qué no nos maravillamos ante una pradera o un bosque, ante un manojo de flores, ante la imponencia de altas montañas, ante una llanura de hermosos cultivos, ante un atardecer junto al mar? El pan y el vino frutos del trabajo del hombre y de la tierra. En el momento del Ofertorio esta fórmula admirable expresa la simbiosis necesaria de "Dios" y del "hombre" para tener el pan y el vino. Dios proporciona el trigo y el racimo de uvas. Dios no hace ni el pan ni el vino. Dios "da" la vida, pero ha encargado al hombre de desarrollarla, de "dominarla" de mantenerla, de perfeccionarla. Cada Misa debería ser un ofertorio de nuestro trabajo. Es maravilloso pensar que Dios ha decidido no "acabar su creación", sino darnos la oportunidad de embellecerla.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 84-87


3. LA ESTACIÓN DE LAS LLUVIAS

Está lloviendo. Lloviendo con la furia oriental de monzones paganos. Miro la cortina de agua, el súbito Niágara, las calles hechas ríos, las nubes de plomo, el violento descender de los cielos sobre la tierra desnuda, en aguas de creación y de destrucción, a lo largo del líquido horizonte donde el cielo, la tierra y el mar se hacen una sola cosa en la celebración primigenia de la unidad cósmica. La danza de la lluvia, la danza de los niños en la lluvia que sella la alianza eterna del hombre con la naturaleza y la renueva año tras año para bendecir la tierra y multiplicar sus cosechas. Liturgia de lluvias en el templo abierto donde toda la humanidad es una.

Disfruto en la lluvia; hace fértil la tierra, verdes los campos y transparente el aire. Libera el perfume que se esconde en la sequedad de la tierra y llena con su húmedo deleite los espacios de la primavera al resurgir la vida. Doma el calor, tamiza el sol, refresca el aire. Garantiza los frutos de la tierra para las necesidades del año y renueva la fe del labrador en Dios, que cumplirá su palabra cada año y enviará las lluvias para que den alimento al hombre y al ganado como prueba de su amor y signo de su providencia. La lluvia es la bendición de Dios sobre la tierra que él creó, el contacto renovado de la divinidad con el mundo material, el recuerdo primaveral de su presencia, su poder y su preocupación por los hombres. La lluvia viene de arriba y penetra bien dentro en la tierra. Presión del dedo de Dios sobre el barro, que es el gesto inicial de la creación.

"Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales: riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes".

Amo a la lluvia también, la lluvia pesada, ruidosa, cargada, porque es figura y prenda de otra lluvia que también baja a la tierra desde arriba, viene de Dios al hombre, de la Divina Providencia a los campos estériles del corazón humano que no están preparados para la cosecha del Espíritu. Lluvia de gracia, agua que da vida. Siento la impotencia de mis campos sin arar, terrones de barro seco entre surcos de indiferencia. ¿Qué puede salir de ahí? ¿Qué cosecha puede darse ahí? ¿Cómo pueden ablandarse mis campos y cubrirse de verde y transformarse en fruto?

Necesito la lluvia de la gracia. Necesito el influjo constante del poder y la misericordia de Dios para que ablanden mi corazón, lo llenen de primavera y le hagan dar fruto. Dependo de la gracia del cielo como el labrador depende de su lluvia. Y confío en la venida de la gracia con la misma confianza añeja con que el labrador confia en la llegada de las estaciones y la lealtad de la naturaleza. Todo llegará a su tiempo.

Necesito lluvias torrenciales para que arrastren los prejuicios, los malos hábitos, el condicionamiento, la adicción que me asedia. Necesito la limpieza de la lluvia en su caída para sentir de nuevo la realidad de mi piel mojada a través de todos los envoltorios artificiales bajo los que se oculta mi verdadero ser. Quiero jugar en la lluvia como un niño para recobrar la inocencia primera de mi corazón bajo la gracia.

Por eso me gusta la lluvia firme y seguida, y convierto cada gota en una plegaria, cada chaparrón en una fiesta, cada tormenta en un anticipo de lo que mi alma espera que le suceda, como le sucede a los árboles, a las flores y a los campos. La renovación en verde de la estación de las lluvias.

Entonces mi alma cantará con fervor el Salmo de los campos después de la bendición de las lluvias anuales:

Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan».

¡Ven, lluvia bendita, y empapa mi corazón!

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander-1989, pág. 120

4. CATEQUESIS DEL PAPA SOBRE LOS SALMOS

Alegría de las criaturas de Dios por su providencia

1. Nuestro recorrido a través de los salmos de la Liturgia de las Horas nos conduce ahora a un himno que nos conquista sobre todo por el admirable cuadro primaveral de la última parte (cf. Sal 64, 10-14), una escena llena de lozanía, esmaltada de colores, llena de voces de alegría.

 

En realidad, la estructura del salmo 64 es más amplia, fruto de la mezcla de dos tonalidades diferentes:  ante todo, resalta el tema histórico del perdón de los pecados y la acogida en Dios (cf. vv. 2-5); luego se alude al tema cósmico de la acción de Dios con respecto a los mares y los montes (cf. vv. 6-9a); por último, se desarrolla la descripción de la primavera (cf. vv. 9b-14):  en el soleado y árido panorama del Oriente Próximo, la lluvia que fecunda es la expresión de la fidelidad del Señor hacia  la creación (cf. Sal 103, 13-16). Para la Biblia, la creación es la sede de la humanidad y el pecado es un atentado contra el orden y la perfección del mundo. Por consiguiente,  la  conversión y el perdón devuelven integridad y armonía al cosmos.

 

2. En la primera parte del Salmo nos hallamos dentro del templo de Sión. A él acude el pueblo con su cúmulo de miserias morales, para invocar la liberación del mal (cf. Sal 64, 2-4a). Una vez obtenida la absolución de las culpas, los fieles se sienten huéspedes de Dios, cercanos a él, listos para ser admitidos a su mesa y a participar en la fiesta de la intimidad divina (cf. vv. 4b-5).

 

Luego al Señor que se yergue en el templo se le representa con un aspecto glorioso y cósmico. En efecto, se dice que él es la "esperanza de todos los confines de la tierra y de los mares lejanos; (...) afianza los montes con su fuerza (...); reprime  el estruendo  del mar, el estruendo de las olas (...); los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante sus signos", desde oriente hasta occidente (vv. 6-9).

3. Dentro de esta celebración de Dios creador encontramos un acontecimiento que quisiéramos subrayar:  el Señor logra dominar y acallar incluso el estruendo  de  las  aguas  del  mar, que en la Biblia son el símbolo del caos, opuesto al orden de la creación (cf. Jb 38, 8-11). Se trata de un modo de exaltar la victoria divina no sólo sobre la nada, sino también sobre el mal:  por ese motivo al "estruendo del mar" y al "estruendo de las olas" se asocia también "el tumulto de los pueblos" (cf. Sal 64, 8), es decir, la rebelión de los soberbios.

 

San Agustín comenta acertadamente:  "El mar es figura del mundo presente:  amargo por su salinidad, agitado por tempestades, donde los hombres, con su avidez perversa y desordenada, son como peces que se devoran los unos a los otros. Mirad este mar malvado, este mar amargo, cruel con sus olas... No nos comportemos así, hermanos, porque el Señor es la esperanza de todos los confines de la tierra" (Expositio in Psalmos II, Roma 1990, p. 475).


La conclusión que el Salmo nos sugiere es fácil:  el Dios que elimina el caos y el mal del mundo y de la historia puede vencer y perdonar la maldad y el pecado que el orante lleva dentro de sí y presenta en el templo, con la certeza de la purificación divina.


4. En este punto entran en escena las demás aguas:  las  de la vida y de la fecundidad, que en primavera riegan  la  tierra e idealmente representan la vida nueva del fiel perdonado. Los versículos finales del Salmo (cf. Sal 64, 10-14), como decíamos, son de gran belleza y significado. Dios colma la sed de la tierra agrietada por la aridez y el hielo invernal, regándola con la lluvia. El Señor es como un agricultor (cf. Jn 15, 1), que hace crecer el grano y hace brotar la hierba con su trabajo. Prepara el terreno, riega los surcos, iguala los terrones, ablanda todo su campo con el agua.


El Salmista usa diez verbos para describir esta acción amorosa del Creador con respecto a la tierra, que se transfigura en una especie de criatura viva. En efecto, todo "grita y canta de alegría" (cf. Sal 64, 14). A este propósito son sugestivos también los tres verbos vinculados al símbolo del vestido:  "las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren  de rebaños, y  los  valles se visten de mieses que aclaman y cantan" (vv. 13-14). Es la imagen de una pradera salpicada con la blancura de las ovejas; las colinas se orlan tal vez con las viñas,  signo de júbilo por su producto,  el vino, que "alegra el corazón del hombre" (Sal 103, 15); los valles se visten con el manto dorado de las mieses. El versículo 12 evoca también la corona, que podría inducir a pensar en las guirnaldas de los banquetes festivos, puestas en la cabeza de los convidados (cf. Is 28, 1. 5).


5. Todas las criaturas juntas, casi como en una procesión, se dirigen a su Creador y soberano, danzando y cantando, alabando y orando. Una vez más la naturaleza se transforma en un signo elocuente de la acción divina; es una página abierta a todos, dispuesta a manifestar el mensaje inscrito en ella por el Creador, porque "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5; cf. Rm 1, 20). Contemplación teológica e inspiración poética se funden en esta lírica y se convierten en adoración y alabanza.


Pero el encuentro más intenso, al que mira el Salmista con todo su cántico, es el que une creación y redención. Como la tierra en primavera resurge por la acción del Creador, así el hombre renace de su pecado por la acción del Redentor. Creación e historia están de ese modo bajo la mirada providente y salvífica del Señor, que domina las aguas tumultuosas y destructoras, y da el agua que purifica, fecunda y sacia la sed. En efecto, el Señor "sana los corazones destrozados, venda sus heridas", pero también "cubre el cielo de nubes, prepara la lluvia para la tierra y hace brotar hierba en los montes" (Sal 146, 3.8).

 

El Salmo se convierte, así, en un canto a la gracia divina. También san Agustín, comentando nuestro salmo, recuerda este don trascendente y único:  "El Señor Dios te dice en el corazón:  Yo soy tu riqueza. No te importe lo que promete el mundo, sino lo que promete el Creador del mundo. Está atento a lo que Dios te promete, si observas la justicia; y desprecia lo que te promete el hombre para alejarte de la justicia. Así pues, no te importe lo que el mundo promete. Más bien, considera lo que promete el Creador del mundo" (Expositio in Psalmos II, Roma 1990, p. 481).