29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIV
1-7

 

1. EVON/APOSTOLADO 

En Lucas hemos leído anteriormente un intento fracasado de misión de los doce. No fue precisamente su talante muy evangelizador a pesar de una intensa furia proselitista. En este pasaje, con otros actores y otro escenario, se nos presenta algo así como un arquetipo de la evangelización. Quizá puede ayudarnos recoger algunos de sus rasgos expresados de una manera atrevida, provocativa y quizá culturalmente necesitada de traducción.

-PROCLAMAR A JESUS. "Los mandó por delante... a todos los lugares y pueblos adonde pensaba ir él". El enviado no hace sino anunciar a Jesús, se adelanta a su llegada, la facilita, fomenta su deseo. La evangelización no es patrimonio de una clase -los clérigos-, sino dimana de la fe en Jesús que tienen todos los cristianos. La misión de anunciar y predecir a Jesús es propia de todos los creyentes. Si los cristianos nos atrevemos a ir por los pueblos y lugares es porque piensa ir Jesús. Y éste es el anuncio gozoso que constituye el núcleo de la evangelización. Jesús ha llegado y eso cambia vuestra vida.

Más adelante se repetirá la misma idea de otra forma: "Decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios". El paralelismo es claro y no tiene sino un significado: Jesús es el Reino de Dios. Jesús y su proyecto, Jesús y su causa, son el Reino de Dios.

Los enviados van por delante. Curiosa paradoja. Seguidores de Jesús y sin embargo destinados a precederle en el mundo.

-DE DOS EN DOS. La evangelización no es una tarea individual, sino de la comunidad cristiana, que después hemos llamado Iglesia. Dos es el símbolo mínimo de la comunidad. Evangelizar no es una profesión o un oficio por vocacional que éste sea. Es la razón de existir de la comunidad cristiana. Es obra de comunidad. Aunque la llamada al seguimiento exija una respuesta personal a Jesús.

-QUE MANDE OBREROS A SU MIES. En otras ocasiones se nos dice en el Evangelio que el Padre trabaja y que Jesús trabaja. Evangelizar es un compartir el trabajo del Padre en la historia. Significa esfuerzo de todo el ser. Estamos dispuestos a "trabajar" por unas oposiciones, por un puesto, por un trofeo deportivo, por una meta social. ¿Qué grado de "trabajo" estamos dispuestos a compartir con el Padre y con Jesús que trabajan por el servicio de los hombres? ¿Qué esfuerzo real de ilusión, energías, tiempo, recursos, estudio, diálogo, paciencia, estamos dispuestos a invertir en la evangelización?

-COMO CORDEROS EN MEDIO DE LOBOS. El evangelizador muchas veces se sentirá en un ambiente hostil. Inerme. Débil e impotente ante la fuerza y robustez de poderes, sabidurías, rechazos. En el fondo el discípulo no será más que su Maestro.

-NO LLEVEIS GRAN EQUIPAJE NI OS DETENGAIS. Las imágenes se agolpan con una cierta radicalidad. El que va de camino necesita ir ligero. No sólo por austeridad y sencillez, que forma parte del estilo del Reino. Sino por urgencia. Es inminente la llegada de Jesús. Urge adelantarse. No hay tiempo para grandes preparativos. Ni siquiera eso tan oriental que es la conversación sin prisas, el eterno regateo, el gozar de la hospitalidad con tiempo, eso tan habitual y obvio, ya no es posible en esta nueva situación de urgencia. Se trata de un problema de prioridades. Hay algo nuevo que tiene prioridad absoluta y que no puede ponerse en peligro. Tan decisivo es anunciar la madurez de los tiempos, la llegada de Jesús, el cumplimiento del Reino. Una cierta urgencia, provisionalidad, compete a toda evangelización. No hay tiempo para preverlo todo, hacer cimientos sólidos, conquistar bases poderosas en la sociedad. Es la precariedad de la palabra y del testimonio. Lo principal, Jesús, ya vendrá. Ya viene.

-PAZ A ESTA CASA. Paradójicamente, la urgencia no es nerviosismo ni precipitación. No es agobio ni agitación. Dar la paz es la plenitud de la bendición mesiánica. El don de la paz descansará sobre aquéllos que son "gente de paz", es decir, gente en las que la paz halla su hogar, que están abiertas y disponibles a la paz, fundamentalmente honradas y sinceras. Existe urgencia para que llegue la paz a quienes son realmente gente de paz y buena voluntad. Allí a la paz seguirán los otros bienes del Reino: libertad, curación, esperanza, en una palabra, vida.

-REGRESARON MUY CONTENTOS. El episodio termina con el regreso de quienes así habían sido enviados. Vuelven gozosos y algo triunfalistas. Jesús no rechaza su alegría ni discute su éxito. Pero pone los puntos sobre las íes para que no haya equívocos: "No es causa de alegría el que se somentan los espíritus del mal". Jesús ha hecho un retrato que tiene relación con lo que se esperaba para los últimos tiempo. Ningún esfuerzo evangelizador va a conseguir que lleguen los tiempos a plenitud. Son muchas las fuerzas a dominar. Y cuando estamos contentos de que dominamos unas, nos esclavizan otras. A veces nos inunda el desaliento. Otras, como ahora con sus enviados, la alegría es triunfalista. Jesús afirma que en cualquier caso el resultado de la misión es gozoso porque somos ciudadanos del Reino y eso nadie ni nada nos lo quita.

JESUS Mª ALEMANY
DABAR 1989, 36


2. 

San Lucas dice que Jesús escogió otros setenta y dos, además de los apóstoles, y los envió a evangelizar. Está claro que Jesús no se contentaba con que escuchasen e hiciesen reuniones, sino que quiere que practiquen y se vayan metiendo en harina. No hemos destacado convenientemente este aspecto que, por otra parte, está muy claro en el Evangelio.

La tarea primordial de Jesús y de los suyos es evangelizar. Es lo primero para que el Reino de Dios se conozca y se extienda. Así lo hace Jesús y así lo enseña y exige a los suyos. Y una vez que desaparezca, ésta va a ser la tarea primera de los apóstoles y de la iglesia primitiva. Era lo que les había inculcado el Maestro y para ello los había entrenado. La fe misma exigía esta tarea si quería propagarse. No bastaba el culto y la oración.

La evangelización es hoy, también, la tarea primera y primordial de los cristianos. Así nos lo recuerdan los documentos de los papas y de los últimos sínodos. La necesidad, por otra parte, es bien patente. Sin tener que pensar en países lejanos y de misiones. Porque es bien claro que en nuestras viejas tierras cristianas están todos, o casi todos, bautizados, pero no todos evangelizados. Muchos de nuestros cristianos necesitan una segunda evangelización. Porque la primera fue infantil, como de primera comunión, y porque los tiempos que vivimos necesitan una verdadera confirmación en la fe. Además de que la verdadera evangelización es un proceso continuo.

Una fe meramente cultural o principalmente cultural no es una auténtica fe cristiana. Muchos de nuestros cristianos, muchas de nuestras comunidades cristianas se han refugiados en una fe así.

Los cristianos más conscientes y las comunidades más vivas se han dado perfectamente cuenta de esto y están actuando en consecuencia, gastando sus mejores energías en la evangelización.

Se aprovecha toda ocasión para evangelizar, sea la catequesis de niños, la recepción de los sacramentos, los catecumenados de adultos o la lectura por grupos de la Biblia. Contrasta la actitud de Jesús que prontamente envía a predicar el reino de Dios a sus discípulos y la de muchos cristianos de hoy que no se esfuerzan por abandonar su pasividad. Reuniones y reuniones, misas y misas, para no hacer nada por extender el Reino de Dios. De dos en dos, en grupo, o como sea, hay que lanzarse a extender el Reino de Dios, a evangelizar.

Pero el Evangelio de hoy nos dice, también, cómo hay que evangelizar: "No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias". Sin dinero, sin poder, sin influencia, limpiamente, para que la palabra de Dios tenga por sí su fuerza.

Jesús lo dice así. Lo hizo así y así pide que lo hagan los suyos. Tiene su importancia esto. Nosotros fácilmente caemos en la tentación de usar otros medios. Esto se ve en la historia de la Iglesia y en la historia de cada día. Unas veces es el dinero, otras el poder o el prestigio. Con dinero se compra el mismo cielo decimos, y con un jefe de gobierno católico se sanea la moralidad pública o se evita el divorcio. Otro camino corto y muy eficaz es la captación de los selectos e influyentes. Es toda una cadena en pendiente que nos puede llevar a sustituir la fuerza del Espíritu por el dinero o el poder. Por eso creemos que las palabras de Jesús respecto a cómo evangelizar son importantes.

Les dice, por último, lo que tienen que decir o predicar: "está cerca de vosotros el Reino de Dios". Esto del Reino de Dios es un tema largo de contar. Por eso cabe únicamente resaltar algunos aspectos. El Reino de Dios es para aquí, para ahora y para vosotros. Ya ha empezado. Hay que dar respuesta. Nos interpela. El Reino de dios es paz y buena noticia. Eso quiere decir Evangelio, y por ahí empieza Jesús su predicación. El hombre necesita una palabra de ayuda, de esperanza, de salvación, y esto es siempre, y en última instancia, el mensaje de Dios. Ese Reino de Dios de forma muy especial es acogida, perdón, amor y fraternidad, auténtica comunidad. Y, por supuesto, una sociedad en que haya justicia para los pobres y no pueda existir la explotación del hombre por el hombre. "Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz" (Prefacio de Cristo Rey).

DABAR 1980, 38


3. RD/REINADO-D.

EL REINO DE DIOS "... y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios". (Del Evangelio de hoy).

¿En qué se empeñó realmente Jesús, qué predicaba, cuál fue el centro de su actuación? Jesús no se predicaba a sí mismo, sino el reino de Dios. Este es el concepto central, y hasta la palabra, de la predicación de Jesús. Algo que nunca definió, quizá porque es imposible, pero que incontables veces describió de forma insuperable en sus parábolas. El reino o reinado de Dios era una expresión popular en tiempo de Jesús y un deseo hondo en el corazón de los buenos israelitas. El Reinado de Dios anunciado por los profetas era un mundo de paz y justicia para todos los pueblos bajo la soberanía de Dios, donde quedaría eliminada toda explotación del hombre por el hombre porque Dios asumiría la causa de los pobres y pequeños (Isaías 11, 1-9).

El reino de Dios que predica Jesús no es el reinado constante de Dios creador, sino el reinado de Dios del tiempo final, ya inminente.

Ni tampoco es la teocracia nacionalista instaurada por la fuerza de los zelotes, ni el juicio elitista y puritano de los esenios y monjes de Qumrán, ni algo que se consigue a fuerza de observar meticulosamente la ley según el espíritu de los fariseos (moralismo).

No, el reino de Dios que predica Jesús va por otros caminos. Un reinado en el cual, según la oración que enseña a rezar a los suyos, Dios sea tenido y amado como Padre (Abba) y todos los hombres vivamos como hermanos de verdad en esa fraternidad tan universalmente deseada por los hombres de todos los tiempos, desde los antiguos profetas a los socialistas de hoy, y en la cual los hombres encuentren la plenitud de todo (sin excluir, claro, el pan de cada día, la justicia), el amor y perdón mutuo y venzan las fuerzas del mal. En ese reino de Dios predicado por Jesús, los pobres, los hambrientos, los afligidos y los pisoteados podrán, por fin, levantar cabeza; en el cual tendrá fin el dolor, el sufrimiento, toda explotación del hombre por el hombre, y la misma muerte (Lc. 6, 20-22; Mt. 5, 3-10). Un reinado de Dios nada fácil de precisar y algo misterioso como todas las cosas de Dios, pero que se anuncia a través de imágenes y parábolas para que lo lleguen a entender los humildes y pequeños. El reino de Dios se compara a una perla preciosa, a la semilla buena y al sembrador, a la levadura que fermenta toda la masa, a la red que se tira al mar, a la cosecha, al dinero que tiene que producir más, al grano de mostaza, a las vírgenes prudentes y necias, al banquete de bodas. Cosas muchas de ellas pequeñas, ordinarias, pero bellas. Parece que los exégetas están de acuerdo en que las parábolas del reino pertenecen al estrato original del Evangelio, a lo que realmente predicaba Jesús y cómo lo predicaba, porque aquí el cómo y el qué están íntimamente unidos. La fuerza y el encanto de las parábolas se pierde en el resumen o en la alusión. Hay que leerlas. En ellas está no sólo la originalidad de Jesús, sino su genialidad. Basta recordar la del hijo pródigo o la del buen samaritano.

En Jesús se anuncia y empieza el reinado de Dios. En los poco vistosos hechos y dichos que Jesús, como dice Hans Kúng, en su palabra a los pobres y pequeños, en sus acciones de ayuda a enfermos, posesos y culpables, se anuncia y empieza ya el reinado de Dios en el cual se acabará la culpa y el dolor para dar lugar a la paz, la justicia, el amor, la libertad, y la vida para siempre. Porque el reino de Dios empieza aquí, en esta vida, y nos urge a la tarea de realizarlo aquí, pero ni termina ni se cumple de verdad aquí. Tiene un horizonte escatológico.

Y destaquemos algo que Jesús destacaba. Porque Jesús no se perdía en una descripción teórica del reino de Dios, sino que hacía una llamada urgente a entrar en él, a convertirse, a cambiar de vida.

Jesús no buscaba entender o interpretar la vida del hombre, sino cambiarla, hacer al hombre mejor. Y esto de forma apremiante: "Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmendaos y creed la buena noticia" (/Mc/01/15). Y en esta misma línea envía a predicar a los discípulos como vemos en el Evangelio de hoy. El reinado de Dios pide al hombre una serie de actitudes nuevas: la paz, la fraternidad, la fe, la esperanza, la caridad, la vigilancia y esmero en las tareas, el rendimiento, el perdón, la alegría... Y en eso consiste ser cristiano, empezar a vivir el reino de Dios.

DABAR 1977, 41


4. LAICO/CLERO  RD/I

-"DESIGNO EL SEÑOR OTROS SETENTA Y DOS". En el capítulo 9 habla Lucas de la misión de los doce apóstoles. En el 10, que hemos leído, subraya que el Señor designó a otros 72 discípulos. Esta distinción ha fundado en la Iglesia la diferenciación entre clérigos y laicos, que se ha ido profundizando en la historia en favor de los clérigos y en menoscabo de los laicos, reducidos casi a estricta obediencia. El Concilio Vaticano II ha pretendido equilibrar las cosas, recuperando para los laicos su responsabilidad y su misión. Y ello con toda razón, pues Lucas, el único que distingue entre ambas misiones, subraya el paralelismo entre unos y otros. Todos tienen como misión el anuncio del reino de Dios.

Todos tienen que proceder como corderos entre lobos y todos tienen que prescindir de todo, de las sandalias, del cayado y de la alforjas: la pobreza es fundamental para cumplir la misión de anunciar el reinado.

-"LA MIES ES ABUNDANTE, LOS OBREROS POCOS". La razón de esa ampliación de la llamada de Jesús obedece a la premura de atender la abundancia de la mies, en evidente desventaja con el número escaso de obreros. Estas palabras, aducidas tradicionalmente para lamentar la falta de vocaciones sacerdotales, son, en cambio, una llamada a la responsabilidad de todos los bautizados. Así lo entendieron los apóstoles. Pedro, en efecto, dice en una de sus cartas que todos debemos ser "piedras vivas", revelando con esta imagen la ineludible responsabilidad de todos los cristianos. La abundancia de mies hay que entenderla en el sentido demográfico: el crecimiento de la población del mundo exige un mayor esfuerzo en la evangelización. Pero hay que entenderla también en sentido sociológico, pues se acusa un progresivo proceso de descristianización. Mucho hay que hacer para llegar a unos y convencer a otros, para que no cunda el desencanto. Y lo primero, con el Concilio en la mano, es devolver a los laicos su responsabilidad en la misión de la iglesia.

-"ESTA CERCA EL REINO DE DIOS". Tal es el mensaje de los enviados. Pero es también el compromiso. Sólo el testimonio, las obras inequívocas de liberación, pueden hacer creíble la inminencia del reino que anunciamos de palabra. Por eso Jesús da a sus enviados el poder de curar enfermos y de expulsar demonios, o sea, el poder de hacer milagros, obras que sean signos del reinado de Dios ante los hombres. Estamos llamados a una gran esperanza, pero nuestras miserables cicaterías apenas suscitan la ilusión de los oyentes. Pues no está siempre claro -en la praxis- lo que se repite en nuestros mensajes de justicia, de liberación, de solidaridad, de paz.

El reino de Dios es inminente en la medida que se cumple su voluntad en la tierra como en el cielo. Y esa voluntad de Dios, paladinamente expresada y vivida por Jesús hasta la muerte, es voluntad de salvación, de redención, de liberación, de desarrollo y bienestar, pero para todos sin excepción y sin desigualdades hirientes. La marginación de millones de pobres, de pueblos y continentes enteros, a la hora de compartir las riquezas de la tierra, hace que nuestro mundo y sus leyes no sean expresión de la voluntad de Dios, sino de los intereses y ambiciones de los ricos y poderosos.

-"COMO CORDEROS EN MEDIO DE LOBOS". Ciertamente no es una tarea fácil la nuestra, pero es preciso asumirla en los términos recomendados por Jesús, para que se vea que nuestra debilidad es el soporte de la fuerza de Dios. No podemos tener la pretensión de andar entre corderos, buscando alianzas y pactos con los poderosos para facilitar nuestra tarea. Pero tampoco debemos copiar los procedimientos de los lobos, seleccionando las élites y acaparando influencias con el engañoso fin de elegir lo mejor para Dios. Dios es quien elige, y ha elegido lo débil y despreciable de este mundo. Y Jesus se hizo el último de todos.

Las recomendaciones de Jesús de andar a cuerpo limpio, sin calzado, sin apoyo, sin provisiones, pero con fe y esperanza, es una evidente alusión a la pobreza. Porque no podemos entrar en competencia con los poderes de este mundo y no entrar en sus juegos propagandísticos. Nuestra pobreza es la condición de posibilidad para que nuestras obras, las obras de nuestra debilidad, sean signos que obren el milagro de que crezca el reino de Dios.

-"Y ESTAD ALEGRES DE QUE VUESTRO NOMBRE ESTE INSCRITO EN EL CIELO" Siervos inútiles somos; hemos hecho, si cumplimos el evangelio, lo que teníamos que hacer. No hay lugar para el triunfalismo. Jesús rebaja los humos de sus discípulos, que vuelven radiantes de los milagros que han hecho. No debemos apropiarnos de lo que es acción de Dios. En todo caso, nuestro gozo es el de ser admitidos en el reino. A veces damos la impresión de suplantar a Dios, tratando de cuantificar los resultados, sin darnos cuenta de que nosotros mismos somos los que debemos creer y aceptar el reino, y no apropiarnos de él e invitar a los otros como si se tratara de lo nuestro. La Iglesia no es el reino, ni es Dios, sino el pueblo caminante que va hacia el Padre y arrastra con su testimonio y su palabra a los demás compañeros de camino. Jesús nos llama a cooperar en su misión, la que le confiara el Padre; anuncia el reino. Pero que conste que el reino no es nuestro, ni de la iglesia, sino de Dios. Nuestra dicha es haber sido llamados al reino y colaborar para que todos los hombres tengan la misma dicha, la misma esperanza y la misma fe.

EUCARISTÍA 1989, 31


5. D/MADRE.

Es un hecho conocido que las imágenes y representaciones dominantes en la Biblia para descubrir a Dios son masculinas.

También en la liturgia, el inicio de la oraciones y los títulos que aplicamos a Dios, son masculinos.

Ahora, al reclamarse más atención y un trato más justo para la mujer en la sociedad, y también cuando en la misma iglesia se levantan voces reivindicando una presencia más relevante de la mujer -incluso en los ministerios-, debemos releer la Biblia para recuperar una visión más total y completa del lenguaje sobre Dios.

-MIMADOS EN EL REGAZO DE DIOS MADRE. Los lenguajes humanos sobre Dios siempre serán imprecisos y torpes. Y, en todo momento, será mucho más lo que no sabemos de Dios que lo que sabemos de él. Por otro lado, no interesa saber decir quién es Dios como saber ver qué hace, como actúa, qué quiere, qué nos dice...

Fijémonos en la primera lectura de hoy, que nos presenta a Dios como una Madre que consuela a su pueblo, que lo amamanta, que "lleva en brazos a sus criaturas" y las mima en su regazo.

En otros pasajes de la biblia, por ejemplo en el libro del profeta Oseas (/Os/11/04), leemos: "Yo -Dios- enseñé a andar a Efrain, le alzaba en brazos... con lazos de amor le atraía.. me inclinaba y le daba de comer". Y, ya en el primer libro de la Biblia, el Génesis (1, 27), se afirma la condición femenina de Dios al decir: "Y Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó". Entiéndase, pues, que hemos sido creados a imagen de un Dios del que en nuestro lenguaje podríamos decir que es al mismo tiempo hombre y mujer.

También en el libro del Deuteronomio (32, 18) leemos: "has abandonado la Roca que te creó y olvidaste al Dios que te engendró". En otros textos de los profetas Isaías o Jeremías, y en otros lugares, se habla de las entrañas de Dios y de actitudes y modos de hacer de Dios propias de la mujer o de la madre.

Todo esto nos enseña que la categoría femenina no sólo es apta para conocer qué hace y quién es Dios, sino necesaria para reencontrar una imagen más fiel y completa de El. De El, que es un Dios cercano, compañero, bueno, tierno, amable, sensible, que nos lleva en su seno, que tiene entrañas, un Dios-Madre. Es necesario, sin embargo, no confundirlo con un Dios blando, que hace la vista gorda a todo, ni reducir la imagen femenina de Dios solo al aspecto de la maternidad o de la ternura.

-CONSTRUIR LA SOCIEDAD Y LA IGLESIA CON LAS MUJERES Y CON LOS VALORES FEMENINOS. La recuperación de una imagen femenina de Dios debe llevarnos a construir un mundo y una iglesia donde la mujer y los valores femeninos tengan un peso más notable y una presencia más definida, más amplia y más consistente.

La mujer debe aportar lo que tiene más propio y específico y lo que la iguala al hombre, pero sin reproducir los clichés masculinos. Así, a pesar de que la presencia de las mujeres en las fuerzas armadas sea muy legítima, no está nada claro que a medida que va creciendo la objeción de conciencia y el rechazo a los enormes gastos bélicos, ahora la mujer se apunta a estas actividades. No parece que sea avanzar en la línea del mundo nuevo donde -según una expresión bíblica- "de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.. no se adiestrarán para la guerra", sino todo lo contrario.

-LAS MUJERES Y LA EUCARISTÍA. Las mujeres deberían tomar un papel más activo, más relevante y no subsidiario o supliendo la falta de hombre en la Eucaristía, en las celebraciones litúrgicas, en las actividades de la iglesia. Por otro lado, convendría que la liturgia de la iglesia tuviera en cuenta esta imagen también femenina de Dios y los valores femeninos y la utilizase en el encabezamiento y en los contenidos de las plegarias, compaginando quizás por un tiempo el "Dios todopoderoso y eterno" con el por "Dios Padre y Madre entrañable", por ejemplo, o por otras fórmulas afines.

ROSSEND DARNÉS
MISA DOMINICAL 1989, 14


6. MISION/EVON 

Lucas es el único que señala esta misión de los discípulos y, por lo tanto, el único que le concede tanta importancia. Los otros no se acuerdan más que del envío de los Doce. Se presiente que Lucas quiere presentar la evangelización como una obra a la que debe contribuir cualquiera que sea discípulo de Jesús. Al vivir en comunidades en las que la participación de todos en la acción comunitaria era grande, no deja de presentar esta participación inaugurada ya en el entorno de Jesús.

Se encarga, pues, a los setenta y dos que anuncien la venida del Reino. Y ellos parten de dos en dos para realizar esta tarea.

La Biblia no reconoce significación a la afirmación de un solo hombre; para ella no hay más testimonio que el comunitario, aun cuando la comunidad quede reducida a dos miembros. Los dos discípulos marchan "por delante" de Jesús, a la manera de Juan Bautista, el "profeta del Altísimo" que "marchaba delante del Señor para prepararle los caminos" (1,76).

De la frase bien conocida que aparece en el v. 2, hay que decir, entre otras mil cosas posible, que es un modelo de la contemplación tal como la concibe san Lucas. La oración empieza por la mirada que dirige el creyente sobre el mundo. Esa mirada atraviesa las apariencias para descubrir, gracias a la Escritura, el misterio que está allí escondido. De ese mundo al que una simple ojeada consideraría tal vez condenado, el contemplativo a la manera de Lucas, sabe decir que es el lugar de la recolección anunciada por los profetas, preparada ya para guardarla en casa.

Iniciada con la contemplación del misterio presente, cercano, aun cuando no se deja ver sin dificultad, la oración acaba con una petición dirigida a Dios, "Dueño de la mies"; y tiende a obtener de El que la obra de salvación así comenzada sea llevada hasta su final. Inaugurada en la oración -una contemplación que se desarrolla en petición-, la predicación del Reino se convierte en una acción, antes de volver a ser, con el estremecimiento gozoso de Jesús, oración contemplativa, que alaba a Dios por todas las cosas.

La acción misionera que sigue a la oración se describe con gran número de verbos. Es interesante leer este texto prestando atención a la rápida sucesión de formas verbales; diríase que reflejan una actitud... febril. Y en medio de los gestos que se suceden, hay uno que se repite: "decid... decid... decid" (vv. 5.9.10). Entre las diversas actividades, el acto de la palabra es primordial: una palabra que dice la proximidad del Reino.

Y es que esa proximidad no es evidente; para que sea creíble se necesita el compromiso de la persona que la anuncia; mejor aún: el compromiso oficial de al menos dos testigos, de una comunidad. Tal compromiso de los predicadores pone a los oyentes entre la espada y la pared. Estos deben, de todos modos, responder con su propio compromiso. Los favorables al Reino, se beneficiarán de la paz, que es su signo; los opuestos a su anuncio, escépticos ante la predicación que lo afirma, caerán bajo el golpe de un juicio severo.

El anuncio del Reino, oferta de paz y de alegría, choca con una oposición obstinada. La dureza con que Jesús trata a esta oposición habla de su gravedad: "Sodoma (¡) correrá una suerte menos rigurosa". Al rechazar la palabra misionera, es a Jesús a quien las gentes rehúsan, y también a Aquel que le ha enviado.

¡Sorprendente palabra de la Iglesia! En sus palabra, es el Reino lo que se propone; en las fórmulas que anuncia se reta a los hombres a que hagan la opción decisiva; en el testimonio que ella da, es Dios mismo quien está comprometido. Algunas generaciones de cristianos han abusado de la seguridad que da la palabra de Jesús, para hacer recaer inmediatamente sobre los hombres el castigo de su escepticismo. Pablo mismo sucumbió a esta tentación (Hech 13, 9-11). No obstante, Jesús ya había puesto sobre aviso a sus discípulos (9, 55). La cuasi-identidad que Jesús establece entre él y la palabra misionera de la Iglesia debería incitar a la Iglesia, más bien, a preguntarse por la autenticidad evangélica de su palabra, sin dejar de sacar de la promesa de Cristo un permanente robustecimiento, una fuente de confianza y de alegría: ¿no ha dicho Jesús que los nombres de los predicadores de la Palabra están "inscritos en el cielo"?

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 200


7.

-Alegría de la misión (Lc 10, 1... 20) El Evangelio del domingo 11.° (ciclo A) proclama el texto paralelo de S. Mateo (9, 36-10, 8). Pero en S. Lucas tiene características especiales que merece la pena descubrir. Además, la primera lectura nos invita a leerlo con un ángulo de mira particular: el de la paz y la alegría de los que han cumplido su tarea y anunciado el Reino.

Jesús escogió a los que iba a enviar. Pero la insistencia no se pone este domingo en la elección, como en los domingos 11.° y 15.° del ciclo A. En esta ocasión se pone el acento en la actividad misionera y particularmente en el gozo que de ella resulta. Con todo es importante la atribución de la función al mensajero que anuncia la venida de Jesús. Jesús envía a sus discípulos a aquellos mismos sitios a los que El irá luego. Por tanto, Ia misión consistirá, sobre todo, en anunciar su venida, hacer su presentación a las gentes, hacer una primera apertura a la fe y abrir el apetito ante su llegada. El texto tiene un significado muy particular para los lectores de S. Lucas. En la Iglesia de estos primeros tiempos, Ia de los Hechos de los Apóstoles, también se designan y envían discípulos (Hech 1. 24: 6. 3-6: 13. 2-3: etc.) y su misión consiste en anunciar a Cristo que vendrá al final de los tiempos. Jesús recomienda que se haga oración por ellos, como hemos visto en S. Mateo (13. 39). Y después baja a los detalles de la actividad misionera. El papel de los enviados no es fácil: corderos en medio de lobos. A pesar de esta situación de oposición que a veces llegará a ser tan neta que ni siquiera serán recibidos, los misioneros al entrar en las casas desearán para ellas la paz. Vienen efectivamente a anunciar el Reino de Dios. El deseo de paz se convierte y toma entidad concreta: "la paz reposará sobre la gente de paz y si no volverá a vosotros". La paz, fruto del Espíritu según la carta a los Gálatas (Ga 5, 22), está vinculada a la llegada del Reino de Dios. Los misioneros no llevarán nada consigo. Pueden aceptar la alimentación a cambio de los servicios incomparables que ofrecen: dar la paz a las casas. S. Pablo da también la misma consigna (1 Co 9, 14; 1 Tim 5, 18). Los misioneros pueden detenerse algo en las aldeas y ciudades y darán consistencia a su anuncio del Reino curando a los enfermos y dando la explicación: "El Reino de Dios ha llegado hasta vosotros".

Pero los misioneros que llevan la paz y anuncian el Reino no siempre son recibidos. Entonces, de parte de Dios, harán el signo profético del juicio. Los Hechos nos cuentan este mismo gesto de Pablo y Bernabé en Antioquía de donde son expulsados. Sacuden el polvo de sus pies (Hech 13, 51). Al final del texto que leemos hoy se levanta la perspectiva del juicio que será más severo para estas aldeas y ciudades en las que el Reino ha sido anunciado que para la misma Sodoma.

Asistimos ahora a la vuelta de los misioneros. Vuelven llenos de alegría, con admiración propia de gente joven: hasta los espíritus malos se les han sometido cuando les han expulsado en nombre de Jesús.

La respuesta de Jesús está llena de ánimos para los discípulos y es un complemento teológico sobre la eficacia de la misión en nombre de Jesús. Su apostolado en nombre de Jesús significa el fin del reinado de Satanás al que Jesús ve caer del cielo como un rayo. Visión apocalíptica del fin de los tiempos. Jesús les ha dado sus propios poderes de aplastar a las serpientes: de destruir las fuerzas del mal. Pero sobre todo les da ánimos y alegría anunciándoles que sus nombres están inscritos en el cielo.

-La alegría de los tiempos mesiánicos (Is 66, 10-14) Los que llevaban luto reciben la invitación a alegrarse. Efectivamente Jerusalén, por sus infidelidades, fue castigada con el látigo del exilio. Pero el destierro ha terminado y ya se está produciendo el regreso progresivo de los exilados; la ciudad comienza a animarse nuevamente; esto provoca la admiración del Profeta en los versículos que preceden inmediatamente al texto que se proclama en este día (Is 66, 8). La paz vuelve a Jerusalén, el Señor la encauza hacia ella como un río. Y el Profeta describe la alegría de la paz que vuelve.

Toda esta alegría se expresa en el canto de salmos que hoy nos son familiares:

Cuando Yahve hizo volver a los cautivos de Sión
como soñando nos quedamos;
entonces se llenó de risa nuestra boca
y nuestros labios de gritos de alegría.
¡Sí, grandes cosas hizo con nosotros Yahvé,
el gozo nos colmaba! (Sal 126).

Este domingo nos trae la frescura de sentimiento de la primera Iglesia que ve cómo lentamente van siendo realidad los frutos de su misión en nombre del Señor Jesús. Se palpa el estremecimiento de alegría que pasa por ella, la palpitación de sentido de Dios al ver que su Reino se extiende. Los discípulos han anunciado la venida del Señor y de su paz.

¿Experimentamos también nosotros, hoy día, este mismo estremecimiento? ¿No es verdad que nuestras reacciones son mucho menos entusiastas? Los siglos se han ido sucediendo y sin embargo la historia, con sus páginas dramáticas y a veces tan poco edificantes, guarda tanto del pasado como del presente un panorama magnífico que debería provocar en nosotros alegría y paz.

Esto que es verdad referido a la Iglesia lo es también referido a cada uno de nosotros. ¿Está centrada suficientemente nuestra misión en el anuncio del Reino de Cristo y damos siempre la paz y la alegría? Aquellos con quienes nos relacionamos, ¿pueden detectar en nosotros la alegría de la paz porque nos ven convencidos de lo que vivimos y de que el Reino está cercano y presente? Estas reflexiones son importantes y se imponen como fundamento primero de toda técnica misionera: expandir la alegría de la paz porque el Reino está ahí. Estas reflexiones se imponen también a cada uno de nosotros...

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 60-62