COMENTARIOS AL SALMO 122

 

1. PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

Salmo de Peregrinación o "salmo de Subida", este poema es una joyita literaria, cuyo ritmo verbal está cincelado mediante un juego de repeticiones significativas: los ojos, la mano, "hacia"... Piedad, hartos despreciados... El pueblo de Israel tenía conciencia de ser un pueblo de "pequeños", de "pobres", de "oprimidos", de "despreciados". Todo esto lo dice la palabra hebrea "Anawin" que se traduce ya por "pobre" ya por "humilde". Lejos de abatirse por esta situación, los judíos se apoyaban en ella para "volverse a Dios sólo": privados de todo poder político o militar, ellos "volvían los ojos hacia el cielo". La imagen del "servidor" y de la "servidora" corresponde a una civilización ya superada. No se trata aquí de la relación "señor-esclavo" analizada por Karl Marx, se trata más bien, de una relación "familiar": el servidor en cuestión tiene gran veneración amorosa hacia su señor y acecha el menor signo para obrar rápidamente.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

"Los ojos vueltos hacia Dios, hasta que El se compadezca de nosotros...". ¡Qué bella es esta oración muda y perseverante! Los únicos que hablan son los ojos... Como los ojos de un niño, que miran fijamente a su madre, en actitud suplicante. Jesús nos recomendó orar "con perseverancia", aun siendo importunos (Lucas 18,5 - Lucas 11,5). "Orad sin cesar, sin fatigaros". "A Ti levanto mis ojos, a Ti que habitas en los cielos...". Varias veces nos dice el Evangelio, que Jesús alzó los ojos al cielo para orar (Mateo 14,19, 15,35-36 - Marcos 6,39-41 - Lucas 9,14-16). "Padre Nuestro, que estás en los cielos...". Por lo que hace a la trágica súplica de los pobres "hartos de desprecios", Jesús la vivió y la bebió hasta la última gota: murió entre injurias y burlas, desnudo, expuesto a los sarcasmos de sus adversarios, crucificado como un esclavo. Finalmente Jesús usó frecuentemente la imagen del "Servidor", atento y vigilante. Nos la dejó como consigna: "Quien quiera ser el mayor entre vosotros, que se haga vuestro servidor..." (Mateo 20,26). "Muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor..." (Mateo 25,21). " Felices los servidores que su señor encuentra vigilantes" (Lucas 12,36). Jesús se presentó a sí mismo como el Servidor de Dios: "Debo estar a la disposición de mi Padre..." (Lucas 2,49).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

El tiempo del desprecio. "Esto es demasiado, estamos hartos de menosprecio de los soberbios". ¡Qué fuerte es esta expresión de "golpe bajo" de aquellos que se sienten escarnecidos! Podemos orar con este salmo, en nombre de aquellos cuya dignidad humana es despreciada, en nombre de los "Derechos Humanos", como se dice hoy, en nombre de los "sin-voz", en nombre de los que sufren ocultamente porque no tienen los medios de hacerse oír en este mundo ruidoso. Si no queremos caer en lo irreal y la hipocresía, preguntémonos al recitar este salmo, si de alguna manera no participamos en este "tiempo de desprecio". ¿Hay personas a las cuales "yo" desprecio? ¿A cuáles grupos amo y respeto con mayor dificultad? ¿Podemos llamarnos "discípulos de Jesús" si aún reservamos parcelas de racismo, de odio, de desprecio, hacia un hombre cualquiera que sea, enemigo o adversario? "Si amáis únicamente a los que piensan como vosotros, no hacéis nada extraordinario, también lo hacen los paganos... (Mateo 5,46-Lucas 6,27).

El espíritu de pobreza: los "Anawim". ¿Estamos en una situación de abundancia, comparativamente respecto a los demás? Deberíamos entonces aplicarnos, los primeros, esta condenación del "desprecio de los orgullosos", que indigna a los pobres. Los "pobres" llenan los salmos. Se ha dicho que los salmos eran "la oración de los pobres". (Salmos 9,13-19; 110, 9-12; 14, 6-18, 28; 22, 5-27; 25, 9; 34, 3-7; 35, 10; 37, 11-14; 40, 18; 69, 30-33; 70, 6; 72, 13-14, etc.). Entre los antiguos profetas, los pobres eran una "clase social", la categoría de los oprimidos, de los que no tenían nada, por culpa de sus explotadores. (Amós 2,6-7; 5,10; 8,4; Isaías 3,14-15; 5,8-9; 10,2; Miqueas 2,1-2; 3,3-4; 6,12). Pero, a lo largo de la historia de Israel, sobre todo a partir del Exilio, pasó a un segundo plano el sentido "económico y social" de la palabra "Anawim" para dar lugar a un sentido religioso. Los pobres son aquellos "cuya angustia los hace conscientes de su dependencia absoluta de Dios"... "Aquellos que todo lo esperan de su bondad"... "Aquellos a quienes falta algo y no están satisfechos"... "Aquellos cuyo ideal no han logrado alcanzar y que permanecen siempre pobres y disponibles"... "Aquellos que están en búsqueda de una realización, de una perfección mayor"... "Aquellos a quienes la tierra no basta y..." Todos, en el fondo, ante Dios, somos "pobres" "Anawim". Pero podemos ser inconscientes... ¡"Bienaventurados los pobres de corazón, dice Jesús, porque de ellos es el Reino de Dios!". En este sentido "religioso", la palabra "pobre" se opone menos a "rico" que a estas otras palabras: "orgulloso", "malvado", "impío", "gocetas", "escéptico", "burlón", "chancista", "materialista satisfecho". "Esto es demasiado, estamos hartos del escarnio de los pudientes, del desprecio de los orgullosos". Pero sigue siendo cierto que algo de pobreza material es necesaria para hacernos descubrir la pobreza esencial: cuando todo lo tenemos aquí abajo, cuando ya hemos recibido la consolación, cuando estamos "satisfechos", no estamos preparados a escuchar los llamados espirituales del más allá. Jesús dijo también que las "riquezas" son peligrosas. ¿No será por esto que los países ricos profesan un ateísmo de masa? Quien está harto de bienes materiales corre el riesgo de encerrarse en este mundo mezquino, olvidando que le hace falta lo esencial. El antiguo filósofo griego estigmatizó vigorosamente este ideal del "cerdo gordo" a que se reducen los materialistas.

El espíritu de servicio. "Como los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora"... Estamos en una civilización muy distinta, es cierto. Estas palabras a lo mejor no nos dicen nada, quizá nos fastidian. Sin embargo si logramos superar nuestros esquemas ideológicos, descubriremos un ideal muy moderno: este espíritu de escucha y de atención al otro, tan mencionado por las ciencias humanas. En el fondo, estamos llenos de nosotros mismos y no "acogemos" de verdad al otro. Ojos que miran la mano. Imagen de extrema sutileza sicológica. "Mi alma alaba al Señor y mi espíritu exulta, porque Dios ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava". Paralelo admirable. María vivió de verdad, el ideal expresado en este salmo 122: se llama a sí misma la humilde "sierva", atenta a hacer la voluntad del Señor. Paradójicamente, el "servicio" se hace a la inversa, la "mirada" de Dios está atenta a realizar el menor deseo de su "sierva".

El espíritu de oración. "Hacia Ti levanto los ojos". Hacia Ti, Señor, elevo mi alma". En ninguna parte como en los ojos está el alma. Nuestros ojos hablan. Nos pueden servir para la oración... Fijos en un icono, en un crucifijo, en el Tabernáculo... Vueltos hacia el "Pan de Vida", el Cuerpo de Cristo.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición. BOGOTA-COLOMBIA-1988. Págs. 192-195


2. LA ORACION DE MIS OJOS

Mis ojos hablan al volverse a un lado y a otro, y hoy son mis ojos los que rezan al volverse hacia ti, Señor.

«A ti levanto mis ojos, a ti, que habitas en el cielo».

Mis ojos miran hacia arriba, porque, en figura y en descripción humana, tú estás en los cielos, y los cielos están en lo alto. A lo largo de la rutina del día, llevo de ordinario la vista baja para ver donde piso, o mirando justo enfrente de mí, no para ver a la gente, sino para no chocar con ella. Veo gente y tráfico, edificios y habitaciones, libros y papeles, colores pintados y palabras impresas. Veo mil imágenes en un instante. Al único a quien no veo es a ti. He abierto los ojos, pero siguen cerrados.

Cuando hablo con la gente, caigo en la cuenta de que mis ojos también hablan. Me traicionan. Declaran, sin mi permiso, mis gustos y repugnancias, mi interés o mi aburrimiento, mi placer instantáneo o mi genio enfurecido. Un guiño de los ojos puede decir más que todo un discurso. Una mirada de amor puede encerrar más afecto que todo un poema amoroso. Los ojos hablan en silencio, con ternura, con eficacia. Son mis mejores embajadores.

Hoy mis ojos se vuelven hacia ti, Señor. Y eso es oración. Sin palabras, sin peticiones, sin cantos. Sólo mis ojos vueltos al cielo. Tú sabes leer su lengua y entender su mensaje. Mirada tierna de fe y entrega, de confianza y amor. Sólo mirarte a ti. Volver los ojos despacio hacia arriba. Siento que me hace bien. Mis ojos me dicen que les gusta mirar hacia arriba, y yo les dejo seguir su inclinación, y acompaño la dirección de su mirada con los deseos de mi alma. También a mi alma le gusta mirar hacia arriba, Señor.

«Como están los ojos de los esclavos fjos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su misericordia».


3. Benedicto XVI: La relación con Dios, un intercambio de miradas de amor
Comentario al Salmo 122, «El Señor, esperanza del pueblo»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 15 junio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 122, «El Señor, esperanza del pueblo» pronunciada en la Plaza de San Pedro del Vaticano.


A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.


Queridos hermanos:
Por desgracia, habéis sufrido bajo la lluvia. Esperemos que ahora el tiempo mejore.

1. De manera muy incisiva, Jesús afirma en el Evangelio que los ojos son un símbolo expresivo del yo profundo, un espejo del alma (cf. Mateo 6, 22-23). Pues bien, el Salmo 122, que se acaba de proclamar, se sintetiza en un intercambio de miradas: el fiel alza sus ojos al Señor y espera una reacción divina para percibir un gesto de amor, una mirada de benevolencia. También nosotros elevamos un poco los ojos y esperamos un gesto de benevolencia del Señor.

Con frecuencia, en el Salterio se habla de la mirada del Altísimo, que «observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios» (Salmo 13, 2). El salmista, como hemos escuchado, recurre a una imagen, la del siervo y la de la esclava, que miran a su señor en espera de una decisión liberadora.

Si bien la escena está ligada al mundo antiguo a sus estructuras sociales, la idea es clara y significativa: esta imagen tomada del mundo del antiguo Oriente quiere exaltar la adhesión del pobre, la esperanza del oprimido y la disponibilidad del justo al Señor.

2. El orante está en espera de que las manos divinas se muevan, pues actuarán según justicia, destruyendo el mal. Por este motivo, con frecuencia, en el Salterio el orante eleva sus ojos llenos de esperanza hacia el Señor: «Tengo los ojos puestos en el Señor, porque Él saca mis pies de la red» (Salmo 24, 15), mientras «se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios» (Salmo 68,4).

El Salmo 122 es una súplica en la que la voz de un fiel se une a la de toda la comunidad: de hecho, el Salmo pasa de la primera persona del singular --«a ti levanto mis ojos»-- a la del plural «nuestros ojos» (Cf. versículos 1-3). Expresa la esperanza de que las manos del Señor se abran para difundir dones de justicia y de libertad. El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su ternura y bondad, como se lee en la antigua bendición sacerdotal del libro de los Números: «ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Números 6, 25-26).

3. La importancia de la mirada amorosa de Dios se revela en la segunda parte del salmo, caracterizada por la invocación: «Misericordia, Señor, misericordia»» (Salmo 122, 3). Continúa con el final de la primera parte, en el que se confirma la expectativa confiada, «esperando su misericordia» (versículo 2).

Los fieles tienen necesidad de una intervención de Dios porque se encuentran en una situación penosa, de desprecio y de vejaciones por parte de prepotentes. La imagen que utiliza ahora el salmista es la de la saciedad: «estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos» (versículos 3-4).

A la tradicional saciedad bíblica de comida y de años, considerada como signo de la bendición divina, se le opone ahora una intolerable saciedad constituida por una carga exorbitante de humillaciones. Y sabemos que hoy muchas naciones, muchos individuos están llenos de vejaciones, están demasiado saciados de las vejaciones de los satisfechos, del desprecio de los soberbios. Recemos por ellos y ayudemos a estos hermanos nuestros humillados.

Por este motivo, los justos han confiado su causa al Señor y no es indiferente a esos ojos implorantes, no ignora su invocación ni la nuestra, ni decepciona su esperanza.

4. Al final, dejemos espacio a la voz de san Ambrosio, el gran arzobispo de Milán, quien con el espíritu del salmista, da ritmo poético a la obra de Dios que nos llega a través de Jesús Salvador: «Cristo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es médico; si estás ardiendo de fiebre, es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si tienes necesidad de ayuda, es fuerza; si tienes miedo de la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas comida, es alimento» («La virginidad« --«La verginità»--, 99: SAEMO, XIV/2, Milano-Roma 1989, p. 81).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre ofreció esta síntesis en castellano:]

El Salmo de hoy, para exaltar la esperanza del oprimido, recurre a la imagen del esclavo que espera de su amo la liberación. El orante eleva sus ojos hacia el Señor con la esperanza de que revele toda su ternura y bondad derramando dones de justicia y libertad.

Los fieles, despreciados por los prepotentes e inmorales que, engreídos por su éxito y saciados por su bienestar, desafían a Dios violando los derechos de los débiles, tienen necesidad de una intervención divina. Confiando su causa al Señor, exclaman: «Piedad de nosotros». Y Él no permanece indiferente, no defrauda su esperanza.