34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8

 

1. D/ABSOLUTO. SGTO/RADICAL.

-Todo es relativo menos Dios.

Primera condición, primer fundamento: el seguimiento de JC, para poder anunciar y construir ahora su Reino, debe ser RADICAL. Es lo que significan aquellas palabras exigentes que hemos escuchado: "El que quiere a su padre, madre, hijo, hija... más que a mí, no es digno de mi".

JC pide y exige una primacía. Evidentemente JC no puede admitir aquello de poner una vela a Dios y otra al diablo. Pero tampoco admite el poner al mismo nivel valores tan legítimos -tan queridos por Dios, tan cristianos- como el amor a los padres o a los hijos, con la opción por él, con el amor a él. Y no porque él pretenda un honor para su persona, en competencia con los demás. Fue él mismo quien dijo que amar al padre o al hijo, incluso al enemigo, era amarle a él. Y más aún: que quien no amara a los otros no le amaba a él. La cosa es distinta. No es competencia. Lo que JC quiere decirnos es que sólo hay un ABSOLUTO, sólo hay algo definitivo, que es la base y la fuente de todo seguimiento de su camino, la base y el fundamento del Reino de vida por el que él entregó su vida: y este único absoluto es Dios revelado, dado a conocer y comunicado, por JC. Como dice el título de un libro de un escritor cristiano de nuestros días y de nuestro país: "Todo es relativo menos Dios". Dios, su amor, su vida, su verdad su justicia, es el único absoluto. Por eso, la primera condición, el primer fundamento de la conducta de cada cristiano que quiere apuntarse al anuncio y a la construcción del Reino de JC, es éste: la radicalidad en colocar como única realidad con valor absoluto, a Dios. Y en eso no podemos admitir componendas, transacciones, quedarnos a medio camino. En todo lo demás, sí. En eso, no. Todo es relativo, menos Dios. Es decir, no hay leyes o costumbres humanas absolutas; más aún, incluso los amores y las luchas humanas tienen siempre algo de relativo, por más importantes que sean. Sólo son absolutas -es decir, base y fundamento, raíz y fuente de nuestra vida cristiana- por todo aquello que tienen (y pueden tener mucho) de comunión con la voluntad de Dios, con el camino de JC, con su amor y su verdad, con su justicia y su vida. De nuevo quisiera repetir: todo es relativo menos Dios. Y todo lo que de Dios hay en nuestra vida.

-Debemos ayudarnos.

Pero esta exigencia radical que anuncia y pide JC viene inmediatamente complementada por otra condición, por otro fundamento de esta confianza que debe impulsar nuestro trabajo en favor del Reino de Dios, en favor del anuncio del Evangelio. Y esta otra condición, este otro fundamento, es muy humano. Aunque, curiosamente, muy a menudo no pensemos en ello.

Se trata de la NECESIDAD DE AYUDARNOS los unos a los otros, todos quienes queremos seguir este camino que nos ha encomendado JC.

Como decía santa Teresa de Jesús en unos tiempos tampoco fáciles: "Andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas -decía la santa de Ávila- que es menester hacerse espaldas unos a otros, los que le sirven, para ir adelante".

Pienso que eso es lo que quiere decir Jesús cuando en el Evangelio habla del valor, de la importancia y del mérito de saber RECIBIR a cualquier discípulo suyo. Recibir significa comprender, ayudar, sentirse solidario. Es todo lo contrario de lo que -desgraciadamente- sucede tan a menudo entre nosotros.

Porque hemos de reconocer que entre los católicos, hoy, en nuestra Iglesia, domina más la crítica fácil de unos para con los otros, el escepticismo quizá irónico -y por ello hiriente- ante las iniciativas de unos u otros, el no sentirse solidario, interesado, cooperador con el trabajo cristiano de los demás.

Ciertamente uno puede estar más o menos de acuerdo con unas u otras iniciativas, o personas o movimientos eclesiales. Pero, con todo, me parece que deberíamos valorar más este saber ayudarnos, saber comprendernos. Como expresamos en la Eucaristía, comulgar con JC es comulgar con los demás. Y no hay comunión si no hay solidaridad, ayuda, trabajo en común.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1981/03


2. 

Dios me ama tal y como soy ahora mismo; pero ahora mismo yo disto mucho de ser como Dios hubiera querido que yo fuera.

No estaba establecido que sufriéramos, no estaba establecido que existiera la cruz. No estaba prohibido ser felices, no es pecado querer serlo. El creyente sabe que en cualquier caso Dios le ama; el creyente sabe que él, y no Dios, es el responsable de lo que ahora le está ocurriendo.

Dios no limitó mi capacidad para ser feliz, ni me privó de los medios para conseguirlo. Dios sólo se limitó a sí mismo, y su límite en mi historia son las cotas de libertad y decisión que Él dejó en mis manos. Sólo se reservó una cosa: amarme.

Dice la Biblia que Dios puso al hombre en el Paraíso de su voluntad. Vivir va a ser hacer lo que nosotros queramos y ser responsables de todo lo que nos vaya pasando. A causa del inmenso concierto de libertades y decisiones, los hombres hemos hecho de la historia un lugar de gozo o un lugar de sufrimiento, un lugar de amor o un lugar de odio, un lugar de felicidad o un lugar de desdicha. No estaba decidido, pero salir de este mundo incorruptibles e inmortales ya irá siempre unido a un paso por la cruz. Ya no habrá más felicidad que la que se espera y experimenta en la lucha diaria por vivir en el bien y en la verdad.

La convicción de que somos libres no significa ausencia de Dios en nuestra historia, como si nada le importaran nuestras decisiones; una libertad así sería una invitación al suicidio. El creyente ya siempre relacionará a Dios con su dicha y con su dolor. El Dios que se revela en JC es un Dios solidario y escondido, ya todo será contra Él o según Él. Ser creyente es saber que ya nada es indiferente frente a Dios.

Las palabras que Mateo pone hoy en boca de Jesús son terminantes: "El que quiera a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí, ...el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la encontrará... El que por creer en mí dé un vaso de agua a un pobrecillo, no perderá su paga". Entregar la vida, dar un vaso de agua, no es una estrategia para conseguir resultados sorprendentes. La paga del vaso de agua está en el vaso mismo dado como discípulo de Jesús; la paga de recibir al profeta y al justo es el mismo profeta y el mismo justo. El cristiano no es un negociante de vasos de agua, sino el que da valor profético a los vasos de agua que da.

Esta identidad entre el creyente y Cristo, Pablo la fundamenta en el bautismo: el creyente bautizado queda fuera del dominio de la muerte y vive solamente para Dios. Fundar nuestra existencia en Cristo supone no sólo una ausencia de pecado, sino una consagración a Dios. Esta consagración a Dios es el fundamento de la Iglesia y la Iglesia en realidad no es otra cosa que ese rostro en el que Dios y Cristo reciben los vasos de agua y dan la paga del profeta, del justo o del pobre. Lo dijo Pablo: "Todo es gracia".

JAIME CEIDE
ABC/DIARIO
DOMINGO 1-7-90/Pág. 88


3. PROFETA/DISCERNIR: PROFETA VERDADERO. PROFETA FALSO. AGUDAS REFLEXIONES PARA SU DISCERNIMIENTO.

Al final, Mateo habla de acogida. En dos planos: el de escuchar (acoger la palabra proclamada por los mensajeros) y el de la hospitalidad (ayudar, proteger, servir a los misioneros del evangelio).

Sin duda alguna debemos admitir que la categoría más difícil de acoger es la de los profetas.

El hecho es que no es cómodo "reconocer" a los profetas. Al menos mientras viven y caminan por nuestras carreteras.

Los profetas vivos normalmente gozan de mala fama. Son tenidos por "cabezas calientes", exagerados, capaces solamente de una crítica demoledora, subversivos, rebeldes.

Cuando mueren, sin embargo, se da rienda suelta a los pesares, a las conmemoraciones y a las celebraciones más encomiastas.

El profeta no lleva en la frente la marca "hombre de Dios". Y no siempre usa la cortesía (es más, casi nunca). Es un tipo arisco, huraño, no inmune de defectos.

Es fácil, pues, descalificarlo con la etiqueta de "profeta falso". Intentemos determinar algunos rasgos característicos que nos permitan reconocer al profeta.

a)Es un coleccionista. Tiene el pésimo gusto de coleccionar piedras, no aplausos. Quiero decir las piedras del rechazo, de las condenas calculadas, de la hostilidad sin fundamento, de las sospechas, de las ejecuciones primarias, de las intrigas de pasillo.

Es un coleccionista de piedras, porque es un hombre libre. Es un coleccionista de piedras, porque tiene la pasión de la exploración.

No es alguien que camina por una carretera ya bien trazada, declarada apta para el tráfico, señalizada, y que se convenza de que aquella carretera es la buena porque las personas alineadas en sus márgenes aplauden a su paso. No. El profeta es alguien que marca la carretera. Sin preocuparse si los otros le siguen detrás. Y sin mendigar aprobaciones previas. (...).

Aquí está precisamente la diferencia entre el verdadero y el falso profeta. El profeta falso busca las carreteras "trilladas" por el éxito, por la popularidad, por la facilidad, por la publicidad. El profeta, por el contrario, inventa el camino, lo traza fatigosamente con el instrumento de la incomodidad. El profeta falso no puede estar solo: tiene necesidad del número, de la cantidad, de los aplausos, de las inclinaciones, de la fotografía para los periódicos. El profeta auténtico, sin embargo, consigue vivir, dolorosamente, en compañía de aquellos que... vendrán después.

Cuando el profeta muere, quizás de infarto, todos se disponen a honrarlo. No se para mientes en los gastos para mármoles e inscripciones sepulcrales. Y quizás estas son las piedras que más daño hacen al profeta...

b) Es el hombre de los excesos. El profeta es el hombre de la impaciencia (porque tiene una palabra que comunicar que le explota dentro y no puede depositarla en los armarios de los compromisos y del oportunismo), pero es también el hombre de la paciencia incansable (porque sabe que la palabra debe pudrirse en la oscuridad, en el rechazo, en la incomprensión, en el sufrimiento).

"La vocación del profeta se acredita cuando un individuo se olvida de sí mismo para dejar hablar solamente al amor probado de la humildad" (P. Talec). Es alguien que sabe hablar (y su palabra es áspera, ruda, deja su marca en profundidad), pero sabe también callar (y sus silencios son tan inquietantes como las invectivas). "Profeta es quien no pone en el platillo de la balanza el peso de las palabra, sino el peso de la vida". Más exagerado que esto...

c) Es un "culpable". Su reloj va adelantado algún decenio respecto a la masa. Por eso el profeta tiene el inconveniente imperdonable de tener razón con mucha anticipación respecto a los demás.

Es culpable de ver claro en medio de la confusión. Tiene la desgracia de leer el presente. Una concepción vulgar tiende a presentar al profeta como un individuo extraño, una especie de mago que preve el futuro. No. El profeta tiene el sentido del hoy, de la historia. El profeta es uno que tiene la culpa de ser obediente, hasta la... desobediencia. Su desobediencia, en definitiva, es una desobediencia en nombre de una obediencia más alta: a la conciencia y a Dios.

Sobre todo, el profeta es culpable de proclamar una verdad crucificada, pisoteada, escarnecida, solitaria. Mientras que nosotros sólo nos fiamos de una verdad aplaudida, triunfante. Estamos dispuestos a abrazar una verdad tranquila, confortable, que haya recibido una consagración oficial, que esté garantizada por el éxito. Para nosotros está bien no una verdad escandalosa y arriesgada, sino una verdad que posea las credenciales del número y del poder. Entonces, ¿estamos todavía dispuestos a acoger, a hospedar al profeta conociendo sus "pésimas" costumbres? ¿Caemos en la cuenta de que abrirle las puertas de nuestra casa quiere decir perder la paz, porque él tendrá algo que decir en contra nuestra, y no dudará en criticarnos? Estará bien barrer todas las ilusiones. Acoger a un profeta significa, en el fondo, acoger a un Dios que, casi nunca, está de acuerdo con nosotros...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág 160 ss.


4. 

El tema del amor de que ha de ser objeto Jesús por parte de sus discípulos es raro en los Sinópticos; quizá es el único sitio en que Jesús solicita tal actitud. Más frecuente es en Juan, por ejemplo, en la célebre conversación entre Jesús y Pedro: "Pedro, ¿me amas?". Se advierte que la afirmación del amor de Pedro hacia Jesús introduce el enunciado de la misión que le será confiada al Apóstol.

El tema reaparece aquí en una conversación que trata de la misión de los Doce. Jesús no consiente en confiar su misión más que a aquellos que han optado por amarle más que a ningún miembro de su familia, más que a su propia vida; sólo a quienes han elegido "seguirle" por todas partes, incluso en el camino en que EL cargaba con su cruz y que le llevaba a la muerte. Es preciso amar a Jesús hasta ahí para ser "digno" de EL y de recibir la misión que EL desea confiar.

Ya se ve que cada una de las dos partes de este contexto es capaz de sugerir reflexiones útiles; pero su relación dice además otras cosas. Porque estas dos series de versículos (vv. 37-39 y 40-42) forman una secuencia que da que pensar. ¿Es fortuita su vinculación? Difícilmente puede creerse: de tal forma aparecen complementarios ambos desarrollos, tan diferentes uno de otro.

Señalemos, en primer lugar, las diferencias. El primer párrafo se construye sobre la idea de separación; separación de la familia: "amar menos" ("odiar", dice el texto, en su lenguaje brutal), separación incluso de la vida: "perderla". Y a la inversa, el segundo está construido sobre la idea de encuentro, de asociación expresada por el tema -seis veces repetido- de la acogida.

La idea que brota del comienzo es la soledad, mientras que el final expresa la de la comunidad. Los primeros versículos hablan del rechazo de la familia; los últimos, de la acogida en otra familia diferente. Todo ocurre como si el afecto a Jesús alejara al discípulo de lo que constituye su existencia natural -se trata incluso de su vida-, pero para hacerle encontrar una existencia nueva, un mundo de relaciones nuevas.

El discípulo pertenece, pues, a un mundo nuevo; y pertenece por el hecho de haberse separado de cuanto le unía al antiguo mundo.

Libre en cuanto a esas realidades ya en desuso, el discípulo llama a la puerta de una comunidad que le "acoge". Esta comunidad es algo distinto del mundo hasta entonces frecuentado por el que se ha convertido en discípulo: la acogida que la comunidad dispensa a los más pequeños, tan diferente de lo habitualmente practicado por los hombres, ¿no es el signo de un cambio radical?.

Adhiriéndose a Jesús, el discípulo realiza un doble movimiento. "Pierde" para "encontrar: esto es verdad en cuanto a la "vida", y lo es en cuanto a las relaciones humanas: al desligarse de unas, encuentra otras, nuevas por completo. ¿Quién dirá la importancia de esta comunidad, la Iglesia, signo tangible, o que debe serlo, de la comunidad constituida por todos cuantos creen en Jesús?.

Pero el acto de fe en Jesús es separación y apego porque es primeramente otra cosa. El discípulo se "separa" de su familia o de su "vida" por un motivo: a causa de Jesús. Estas palabras que resuenan en nuestro texto son significativas: "a mí... a mí... a mí... me siguen... digno de mí". Hay separación; y después, "acogida" porque primero ha habido "adhesión", afecto. Y en definitiva, de esta adhesión a Jesús es de la que habla nuestro pasaje. El discípulo que "ama" a Jesús, que quiere "caminar siguiéndole" y "ser digno de él", se separa de todo; es "acogido" por la comunidad "en cuanto que es discípulo de Jesús"; y mediante esta acogida, la comunidad "acoge" a Dios mismo, gracias a Jesús, que El envió.

En el corazón de la vida del cristiano está Jesús como motivo de todas sus separaciones; en el centro de la vida eclesial, con motivo de una acogida fraterna, está Jesús; en el corazón, en fin, del encuentro entre los hombres y Dios, haciendo posible este encuentro, haciendo posible "la acogida" de Dios por parte de los hombres, se encuentra presente Jesús.

En la vida de todos, de cada uno de los discípulos lo mismo que de la comunidad, un único problema en adelante: "amar a Jesús".

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág 169


5. RADICALISMO/SGTO  CZ/LLEVAR  

-Radicalismo en el seguimiento de Jesús.

Las palabras duras y misteriosas con que empieza el evangelio de hoy de ninguna manera significan que no debamos amar a nuestros familiares,, pero sí que, en caso de alternativa, por Jesús debemos estar dispuestos a dejarlo todo. El discípulo de Jesús debe estar dispuesto a compartir la causa y el destino de Jesús hasta el fin. Nos comprometimos a ello en el bautismo.

Jesús y su causa valen más que todo. Al seguirle nos lo jugamos todo. El Reino que Jesús personifica es el tesoro escondido, la perla preciosa, por los que debemos estar dispuestos a venderlo todo.

¿Quien podrá calcular el número de entregas generosas que a lo largo de la historia de la Iglesia habrá suscitado este texto evangélico?

-Qué precio estamos dispuestos a pagar.

Ante este radicalismo se impone un examen de nuestra actitud. Un examen que deberá adaptarse al tipo de asamblea. Nosotros, por el seguimiento de Jesús, ¿qué estamos dispuestos a empeñar? A la hora de la verdad quizás muy poco: un rato para cumplir con el precepto dominical y poco más. Quizás ni siquiera somos capaces de renunciar a nuestro amor propio y a nuestros resentimientos, a un negocio no muy limpio, a una relación ambigua, a una buena posición, a un rato de televisión o de café para dedicarlo a la esposa o a los hijos, a una parte de nuestro tiempo para dedicarlo a la plegaria y al apostolado... Entonces, no hemos descubierto aún el valor del Reino. Lo que Jesús y su Reino representan en nuestra vida.

-Un camino de cruz.

Quien quiera seguir a Jesús debe tomar la cruz. El camino de Jesús es un camino de cruz. Pero esto debe ser bien explicado. A veces se había explicado muy mal: como si para contentar a Dios debiéramos fastidiarnos. El camino de Jesús es un camino de cruz porque es un camino de amor y de entrega. Amar siempre cuesta, porque significa des-centrarse, salir de sí mismo, entregarse, sacrificarse.. Pero en un mundo marcado por el egoísmo, el pecado, la mezquindad, amar es sumamente peligroso. La Cruz, nos dice el Concilio, es la carga pesada que el mundo adverso impondrá sobre las espaldas de los que se comprometen verdaderamente por el bien y la justicia. Amar es el modo de perder la vida, para hallarla de nuevo plenificada en el otro, para hallarla plenificada en Dios.

-La acogida de los testigos del Reino.

El valor del Reino se pone también de manifiesto en la identificación de Jesús con cada uno de sus mensajeros y en la manera como promete recompensar cualquier atención que se tenga con ellos (primera lectura).

Podría hablarse de la necesidad de aceptarnos unos a otros para que llegue a hacerse realidad una verdadera comunión eclesial, testimonio del Reino. Pueden examinarse también las dificultades de esta aceptación.

Una forma exquisita de acogida es el interés por la labor de los demás, la solidarización con sus éxitos y fracasos, la colaboración cuando ello es posible. Creo que en la Iglesia actual sufrimos un grave individualismo. Hacemos cada uno lo que podemos en nuestro puesto, pero nos desinteresamos del trabajo de los demás y nos cuesta participar anónimamente en una acción de conjunto. Nos falta sentido de Iglesia.

JESÚS HUGUET
MISA DOMINICAL


6. BAU/MU 

"Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo -dice S. Pablo- fuimos incorporados a su muerte".

Somos, pues, crucificados, muertos y sepultados a semejanza de Cristo. Nuestra primera identificación con Cristo lo es en su muerte. Nosotros morimos con Cristo. La pila del bautismo es a la vez sepulcro y seno materno. Allí morimos al pecado para nacer a la vida nueva. Allí murió nuestro hombre viejo con su cuerpo de pecado para salir de aquella sepultura del agua como nuevas creaturas.

El bautismo consagra y transforma nuestro ser. Nos incorpora a Cristo y participamos su muerte y resurrección, así nos libera del pecado y nos vivifica con la vida de Jesús; somos en Él hijos de Dios.

Pero todo es en el momento del bautismo una realidad embrionaria que exige el crecimiento, el desarrollo, el despliegue por toda la vida. Es una realidad dinámica. Al recibir el sacramento, comenzó el bautismo que luego tiene que ir cayendo sobre cada acto, sobre cada realidad de los 15, 18, 25, 50, 65 años. Hay que ir bautizando cada palmo de nuestra vida; ir muriendo en todo al mal, al pecado, y en todo resucitando, viviendo como Cristo para Dios y los hombres. Y al morir físicamente se consumará el bautismo: morir con Cristo y como Cristo para pasar al Padre con Cristo resucitado.

Hay que ir tomando conciencia progresiva del bautismo e incorporándonos progresivamente a Cristo a medida que crecemos hasta tener en la adultez una auténtica conversión personal a JC.

El bautismo se orienta a la eucaristía. Tanto, que decimos que la eucaristía termina al cristiano. La eucaristía es el encuentro personal con el Cristo al que nos ha incorporado el bautismo. Bautizados que no comulgan, una contradicción. Deben venir a comulgar, no como bautizados a la fuerza, sino como hombres que diariamente van bautizándose, van sometiendo a Cristo todo lo que aún no le ha sido incorporado: nuestra manera de pensar, de hablar o de vivir que no esté sometida a Cristo.

Ideal de muchos: morir comulgando. Ideal cristiano: comulgar muriendo.


7.

DAR UN VASO DE AGUA

"El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro". A veces, no es tan fácil responder a las preguntas más sencillas. Hemos oído decir, con frecuencia, que amar es dar. Pero, ¿qué es dar? Muchos suponen que dar es sólo privarse de algo, renunciar a algo, "sacrificarse" desprendiéndose de algo.

Estamos tan condicionados por nuestra sociedad industrial y tan inclinados a poseer, acumular y ganar, que "dar" nos parece algo improductivo. Un empobrecimiento doloroso que no estamos dispuestos a hacer en cualquier momento.

En nuestra sociedad, el hombre que da sin recibir, es un hombre poco práctico, sin futuro, sin sentido realista, incapaz de realizar una operación productiva.

Sin embargo, dar es algo totalmente distinto. El gesto de dar es la expresión más rica de vitalidad, de fuerza, riqueza y poder creador.

Cuando damos algo de verdad, nos experimentamos a nosotros mismos llenos de vida, desbordantes, con capacidad de enriquecer a otros, aunque sea en un grado muy modesto. "Sólo el amor hace que la vida merezca ser vivida. Sólo la ayuda a los demás procura la gran alegría de vivir" (K Tillmann).

Dar significa estar vivo y ser rico. El que tiene mucho y no sabe dar, no es rico. Es un hombre pequeño, impotente, empobrecido, por mucho que posea. En realidad, sólo es rico quien es capaz de regalar algo de sí mismo a los demás y enriquecer a otros.

Necesitamos todos escuchar con más atención y hondura las palabras de Jesús. No quedará sin recompensa ni siquiera el vaso de agua fresca que sepamos dar a un pobre sediento.

Hemos de aprender a dar. Regalar lo que está vivo en nosotros y puede hacer bien a los demás. Dar nuestra alegría, nuestra comprensión, aliento, esperanza, acogida y cercanía.

Muchas veces, no se trata de cosas grandes ni espectaculares. Sencillamente, "un vaso de agua fresca". Una sonrisa acogedora, un escuchar sin prisas, una ayuda a levantar el ánimo decaído, un gesto de solidaridad, una visita, un signo de apoyo y amistad.

No lo olvidemos. En el fondo de la vida hay una gran fuerza que bendice, acoge y recompensa todo gesto de amor por pequeño que nos pueda parecer. Se llama Dios Nuestro Padre.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 87 s.


8. ACOGIDA/PROJIMO 

-El que os recibe a vosotros a mí me recibe (Mt 10, 37-42) El Evangelio de este día desarrolla temas importantes, como por ejemplo la necesidad que tiene el cristiano de cargar con su cruz y seguir a Cristo. (Este tema lo hemos comentado el domingo anterior, ciclo C). Pero el tema central de la lectura de hoy, como nos lo indica el texto del Antiguo Testamento, es el de la acogida. Y por eso nos vamos a detener en ese punto.

Tenemos que evitar considerar este mandamiento de la acogida sólo en su aspecto moralizante. Hay mucho más. Efectivamente, Cristo insiste con fuerza en la mención "del que me ha enviado". Existe una identidad entre quien le recibe y quien le envía. A la acogida está ligada la recompensa. La acogida que se hace a la persona significa también acogida a su doctrina y a su palabra. Existe, por tanto, identidad entre Jesús y quien le envía y entre los Apóstoles y Cristo que les envía. El Señor entrega así a sus Apóstoles una tarea formidable: reemplazarle, manifestar su identidad con quien les envía.

Con todo, hay que prestar atención a la calidad de la vinculación. Evidentemente, no existe la misma identidad entre los Apóstoles y Cristo que les envía, que entre Jesús, el Enviado, y su Padre que le envía. En este último caso, aunque hay distinción de personas, hay unidad de naturaleza; en el caso de los Apóstoles están investidos por Jesús de sus poderes, pero no se identifican con El. Recibir al Apóstol es, por tanto, recibirle en cuanto enviado por Cristo, aceptando las deficiencias de la persona del Apóstol, pero reconociendo su autoridad.

Aquí está el fundamento de la doctrina cristiana sobre la personalidad de Cristo y la de sus ministros. Estos deben ser recibidos porque son enviados, independientemente de la dignidad moral de sus personas. Pero en la Iglesia además de Apóstoles hay también Profetas. Jesús afirma que la acogida reservada a los Profetas no quedará sin recompensa; y lo mismo sucede cuando se recibe a un justo; exactamente lo mismo cuando se recibe al más pequeño de los discípulos.

Debemos caer en la cuenta de que Jesús no se refiere, en este caso, a la acogida de caridad que se debe hacer a todos; insiste en esta ocasión en la acogida hecha al enviado en su calidad de enviado, al profeta en su calidad de profeta, al justo en su calidad de justo, al discípulo en su calidad de discípulo. Se nos invita, pues, en este caso, a hacer un juicio de valor sobre aquel a quien recibimos.

-Recibir al santo de Dios (2 Re 4, 8-16)

Esta primera lectura nos proporciona un ejemplo de la acogida que se nos recomienda. El episodio es sencillo y muy actual. Una mujer tiene la intuición de que el profeta que la visita es un hombre de Dios, una persona que debe tener una profunda intimidad con el Señor. Y le recibe inmediatamente de un modo muy particular; Eliseo le promete una recompensa. Los textos proclamados en este día nos dan indicaciones bien concretas sobre lo que debe ser la acogida en la comunidad cristiana, la acogida a los ministros de Dios, pero también la acogida a todos los hermanos. Estos últimos años se va comprendiendo bastante mejor el significado de la acogida cristiana "en nombre del Señor" y todo lo que conlleva e indica.

Cada uno de nuestros hermanos ha recibido su parte de misión y está en todo caso revestido de Cristo; la acogida se impone, por tanto, no como una simple cortesía humana, sino como un deber gozoso que nos posibilita, en la fe, conectar y tocar al mismo Crlsto. Pero el deber de la acogida no se limita a la hospitalidad. Tiene, sobre todo, el significado profundo de apertura al otro. Recibirle no imponiéndole nuestra manera de ver aunque le ofrezcamos nuestra hospitalidad, sino abrirnos a él intentando conectar con lo que en él hay de más personal, sobre todo si esa persona es para nosotros especialmente inaccesible. Intentar comprenderle, aun cuando no siempre podamos aprobarle. Abriéndonos a todos, aun cuando no condescendamos siempre con todo lo que los demás piensan y hacen, pero sin juzgarles, esforzándonos por comprenderles, no sólo hacemos una obra de carácter moral, sino que construimos además la Iglesia y el Reino.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 51 s.


9.

1. El amor a Jesús está por encima de todo 

Este final del discurso apostólico está compuesto casi en su totalidad por diversos elementos que Mateo ha tomado libremente de otros contextos. Es frecuente que las palabras de Jesús presenten una exigencia extrema, que nos pidan la renuncia y el desprendimiento más totales de todo lo que pretenda convertirse en absoluto, en ídolo de nuestra vida, aunque sean los lazos familiares. Mientras no nos liberemos de todo lo que nos condiciona, no seremos libres para seguirle de verdad, para ser dignos discípulos suyos. Lo mismo que él ha sido plenamente libre en su misión, lo deben ser sus seguidores. El que no sea fiel no es digno de él. Como los lazos familiares suelen ser los más hondos, pueden ser también los que nos impidan con más fuerza vivir en libertad.

El texto es una interesante reflexión sobre el precio que debe pagar todo hombre que quiera vivir en libertad interior. Todos nacemos dentro de una familia de la que recibimos prácticamente todo: la vida, los afectos, los alimentos, el vestido, la protección... Sin los padres, la vida y el desarrollo del niño serían imposible. Este es su lado positivo: la familia nos protege en el período de nuestra debilidad y desamparo. El lado negativo existe cuando los padres se resisten a desprenderse del hijo -más frecuente con el hijo más pequeño- y manejan el amor que le tienen para dominarlo, sin mala voluntad, evidentemente, con lo que el hijo se ve con grandes dificultades para lograr su propia personalidad. El cariño familiar puede conseguir unos vínculos tan fuertes que, llegado el momento de las propias decisiones, el hijo carezca de la suficiente libertad para hacer una opción realmente personal.

Esta situación no se da únicamente en el seno de la familia. También influyen los propios intereses personales, de clase o de partido político. Un apego mal entendido a la Iglesia nos puede impedir la fidelidad a Jesucristo... Toda adhesión inmadura a personas, cosas e instituciones puede hacernos perder la capacidad de crítica y de opciones personales. Esto no significa que debamos eliminar los afectos. Lo que hemos de hacer es madurarlos para que en ningún momento nos puedan impedir ser nosotros mismos, hacer nuestras propias opciones.

Es evidente que Jesús no pretende entrar en competencia con nosotros mismos; quiere ser la garantía para que nada ni nadie se interponga entre nuestro deseo de ser libres y la conducta correspondiente para conseguir esa libertad. La conquista de la vida verdadera nos exige la renuncia a todo lo que nos protege, pero que se cobra un precio por esa protección. Esta exigencia de amarle a él por encima de los lazos más profundos, que son los de la sangre, y cuya veneración exige la misma ley natural, nos hace descubrir el plano superior en el que Jesús se sitúa. El que le ame a él por encima de todo lo demás conseguirá liberarse de sí mismo y no tener ya nada personal que defender. ¿No nos resulta extraño que Jesús se coloque a sí mismo por encima de todo afecto? No lo es si tenemos en cuenta que estas palabras pertenecen a la comunidad cristiana, que interpreta así su seguimiento de Jesús. Desde el momento en que un hombre opta por ser cristiano debe entender que el centro absoluto de todo su vivir es su adhesión a Jesús.

Estas palabras es fácil que extrañaran menos a los oyentes directos de Jesús y a los ambientes judíos de entonces que a nosotros, ya que los rabinos de Israel colocaban los valores del espíritu por encima de los mismos valores familiares, al maestro por encima del padre. Jesús exige un amor supremo a él sobre todas las demás cosas y personas. Pero no lo hace como los rabinos, que valoraban más al maestro que al padre a causa de enseñar aquél la ley de Dios. Jesús exige más: tomar su cruz y caminar detrás de él. Unas palabras que Mateo repetirá más adelante (Mt 16,24) y que citan también los otros dos evangelistas sinópticos (Mc 8,34; Lc 9,23; 14,27).

La imagen de la cruz era aterradoramente familiar para los judíos desde que Roma había invadido Judea y aplicaba esta pena con mucha asiduidad (en una ocasión llegó a ejecutar en ella a más de dos mil judíos de una vez). ¿Qué significaba llevarla detrás de él? ¿Es profecía de su muerte? Si tenemos en cuenta que los evangelios fueron escritos después de su resurrección, la respuesta tiene que ser afirmativa, a pesar de que a estas alturas de su vida no había hecho aún Jesús ninguno de los tres anuncios de su pasión.

2. Ganar y perder la vida

"El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierde su vida por mí, la encontrará". Son unas palabras que se hallan repetidas en los textos evangélicos (Mt 16,25; Mc 8,35; Lc 9,24; 17,33; Jn 12,25). Debió ser, a juzgar por su frecuente repetición, una sentencia familiar de Jesús.

La contraposición está hecha entre la vida del cuerpo y la del alma, entre una apariencia de vida y la vida verdadera. Perder la vida material es asegurar la vida del alma. Perder la vida corporal por Cristo es asegurarla para la eternidad.

La frase ya era usada en el ambiente palestino, aunque Jesús le da un sentido nuevo y más profundo al presentarnos la vida como lo propio del reino de Dios. Dice el Talmud: "¿Qué debe hacer un hombre para vivir? Darse muerte. ¿Y qué debe hacer un hombre para morir? Darse la vida".

3. Premio a los que reciben al enviado

Las últimas palabras del discurso apostólico no van dirigidas a los discípulos, sino a los que los reciben. Es como recibirlo a él. Recibir significa primero escuchar, aceptar el mensaje que lleva el apóstol. Después, la hospitalidad, que era sagrada en Oriente. Vemos cómo en el pensamiento de Jesús no se trata de la simple hospitalidad sagrada, sino de la hospitalidad de los que los reciben como discípulos suyos. ¿Qué premio tendrán los que así obren?

"El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado". Es otra sentencia predilecta de Jesús (Mt 18,5; Mc 9,37; Lc 9,48;10,16; Jn 12,44-45;13,20). El premio del que recibe al mensajero de Jesús es el mismo premio que si lo hubiese recibido a él y al Padre. El apóstol de Jesús es un ser pequeño, un hombre corriente, débil y necesitado, que ha dejado sus cosas para vivir por los caminos, a disposición de los hombres, que deja el problema de su sustento en las manos de Dios y de los demás, que se contenta con poco, y ese poco le basta para reemprender -nuevamente solo- su camino. El pensamiento es ilustrado con tres ejemplos: el que recibe al "profeta" o al "justo" como tales, tendrá paga de profeta o de justo.

Recibir a los profetas no es fácil, porque el anuncio que lleva suele provocar divisiones. La elección por Jesús o contra Jesús divide a la humanidad, a las familias y el corazón de cada uno. Con frecuencia desearíamos que los profetas justificaran nuestros falsos planteamientos. Pero el profeta es insobornable e inflexible. Por eso recibir a un profeta es casi tan difícil como serlo.

La enseñanza se completa, al modo oriental, con un ejemplo de acogida insignificante a sus seguidores: "El que dé de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos sólo porque es mi discípulo, no perderá la paga, os lo aseguro". Estos pequeños, que en otras ocasiones han significado niños u otra clase de personas sin importancia, aquí son los mismos enviados.

La triple clasificación -profetas, justos, pobrecillos- seguramente no pasa de ser en este contexto palabras sinónimas. En los tres casos se refiere a los apóstoles, que son, a la vez, profetas, justos y personas sencillas.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 332-335