SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

Rom 5,12-15: Testigo de ello es la madre cristiana y la madre Iglesia

Gracias a la acción mediadora de Cristo, adquiere la reconciliación con Dios la masa entera del género humano, alejada de él por el pecado de Adán. Por Adán entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, quienes pecaron todos en él (Rom 5,12). ¿Quién podría verse libre de esto? ¿Quién se distinguiría pasando de esta masa de ira a la misericordia? ¿Quién, pues, te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7). No nos distinguen los méritos, sino la gracia. En efecto, si fueran los merecimientos, sería algo debido; y, si es debido, no es gratuito; y, si no es gratuito, no puede hablarse de gracia. Esto lo dijo el mismo Apóstol: Si procede de la gracia, ya no procede de las obras, de lo contrario, la gracia dejaría de ser gracia (Rom 11,6). Gracias a una sola persona nos salvamos los mayores, los menores, los ancianos, los hombres maduros, los niños, los recién nacidos: todos nos salvamos gracias a uno solo. Uno solo es Dios, y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús. Por un hombre nos vino la muerte, y por otro la resurrección de los muertos. Como en Adán morimos todos, así también en Cristo seremos vivificados todos (1 Cor 15,21-22).

Quizá me salga aquí alguien al encuentro, diciéndome: «¿Cómo todos? ¿También quienes han de ser enviados al fuego, quienes van a ser condenados con el diablo y atormentados en las llamas eternas? ¿Cómo dices una y otra vez que todos?».

Porque a nadie le llegó la muerte sino por Adán y a nadie le llega la vida sino por Cristo. Si hubiera habido otro que nos hubiera conducido a la muerte, no todos hubiéramos muerto en Adán; si hubiese otro por el que pudiésemos llegar a la vida, no todos seriamos vivificados en Cristo.

«Entonces -dirá alguien- ¿también el niño que aún no habla necesita quien lo libere?». Cierto que lo necesita. Testigo de ello es la madre cristiana, que corre con él a la Iglesia para que lo bautice. Testigo es también la santa madre Iglesia, que recibe al niño para lavarlo, ya para dejarlo marchar una vez hecho libre, ya para nutrirlo con la piedad. ¿Quién se atreverá a testimoniar contra tal madre? Finalmente, lo manifiesta en el mismo niño su propio llanto, testimonio de su miseria. En cuanto le es posible, lo atestigua también la debilidad de la naturaleza, aún sin uso de razón: no entra en esta vida riendo, sino llorando. Reconoce su miseria, préstale ayuda. Revístanse todos de entrañas de misericordia. Cuantas menos posibilidades tienen ellos de hacerlo por sí mismos, mayor será nuestra misericordia al hablar en favor de los pequeños. La Iglesia acostumbra a prestar ayuda a los huérfanos en defensa de sus intereses; hablemos todos en favor de los pequeños, préstenles todo auxilio para que no pierdan el patrimonio celeste. Por ellos el Señor se hizo niño también. ¿Cómo no van a beneficiarse de su liberación quienes merecieron ser los primeros en morir por él?

Sermón 293,8-9