COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Ex 19, 02-06a

 

1. SCDO-COMUN: /1P/02/09.

"Seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos". No es sólo un privilegio para un pueblo; es sobre todo una responsabilidad a la que el pueblo debe responder: "si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza". Así pues, la elección por parte de Dios sitúa a los hombres ante un nuevo compromiso, el compromiso de la respuesta.

La llamada y la elección por parte de Dios está dirigida inmediatamente a una misión. En medio de las demás naciones, el pueblo de Israel debe anunciar la salvación y la alianza de su Dios. Si por una parte él ha sido llamado a vivir en la intimidad del Dios que se le ha manifestado como salvador, por otra parte la misión implica la necesidad de una apertura hacia todas las demás naciones, con el fin de dar a conocer la voluntad de salvación de Dios. Eso es lo que significan aquellas palabras: "seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa", palabras que luego recogería san Pedro, en una catequesis bautismal, recordando a los cristianos cuál era su misión en medio del mundo (1 P 2. 9).

A. R. SASTRE
MISA DOMINICAL 1978/12


2.

a) La expresión "pueblo de sacerdotes" (v. 6) conecta este pasaje con el Tercer Isaías (Is 61, 6). El autor imagina al pueblo de Israel situado en el concierto de las naciones del mismo modo que la casta sacerdotal se hallaba frente a las tribus del pueblo elegido. Todas esas tribus pertenecían a Dios y, sin embargo, solo los sacerdotes se acercaban a EL; de igual modo, toda la Humanidad es propiedad de Dios, pero sólo el pueblo elegido puede encontrarse con El en la liturgia y la Palabra, sólo el pueblo de Israel puede presentarse ante El representando a la Humanidad y ser signo de la voluntad de Dios ante las naciones. La significación profunda de los acontecimientos del Éxodo y del Sinaí se encierra en la elección del pueblo. Esta comporta una separación que se verifica, sobre todo, en un estilo de vida especial, signo de los designios de Dios sobre el hombre (v. 5). Pero, lejos de aislar al pueblo, esta "consagración" convierte al pueblo en un signo de la Humanidad ante el Señor y un testigo de Dios ante las naciones. En esto consiste el sacerdocio mediador en que ha sido investido.

ALIANZA/QUÉ-ES:b) Yahvé ha elegido a Israel (v. 4b; cf. Dt 32, 11; Os 11, 3-4; Is 46, 3-4; 63, 9) para conducirlo a través del desierto hasta el Sinaí y hacer allí una alianza con él. La alianza no es un contrato bilateral, aunque contenga obligaciones recíprocas: sólo Dios tiene la iniciativa, sólo El ha hecho todos los preparativos (v. 4). La alianza no es tampoco una especie de reglamento definitivo que fija al pueblo en un cuadro determinado de una vez para siempre: al contrario, todo se describe en el tiempo futuro: "Yo os tendré por mi pueblo..., vosotros seréis..." De hecho, la definición más acertada de la alianza podría ser la siguiente: el comienzo de una relación, con todo lo que esto implica de riesgo y de historia. La Iglesia es realmente solidaria de la Humanidad ante Dios, porque su función no consiste en monopolizar la salvación y el bien -ambos existen en todo hombre de buena voluntad-, sino en expresar por su culto espiritual lo que aún está oculto en la Humanidad y en presentarse a esta última como el signo del plan que Dios ofrece a su libertad. La asamblea eucarística, que se reúne para cambiar el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo, lleva en sí misma la transformación que el hombre opera en la naturaleza que él espiritualiza, e indica además los medios y la finalidad de esta transformación. La asamblea que reúne a los cristianos haciéndolos Cuerpo Místico de Cristo encierra en sí misma todo el esfuerzo de los hombres, incluso de los no cristianos, para fomentar la paz y la justicia en el mundo. Cuando la asamblea se reúne para una celebración penitencial confiesa ante Dios no solo sus pecados, sino el mismo pecado del mundo, y precisamente en nombre de este mundo, del que ella constituye las primicias, obtiene el perdón de Dios. El sacerdocio del pueblo santo es, por tanto, una realidad efectiva que se concretiza en la mediación entre los hombres y Dios y en la misión entre Dios y los hombres.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA V
MAROVA MADRID 1969.Pág. 57


3.

Evidentemente se trata del monte bíblico del Sinaí; pero lo que no sabe nadie es dónde se encuentra dicho monte. Desde los tiempos del imperio bizantino se señala como tal monte Sinaí al que se le conoce hoy como Monte de Moisés (de 2.285 m. de altura) o también al llamado de Santa Catalina (de 2.641 m. de altura) en cuyas faldas se construyó el famoso monasterio de la iglesia griega ortodoxa. Ambos están situados en un mismo macizo montañoso, en el sur de la península de Arabia. Esta región fue desde muy antiguo un centro de peregrinaciones paganas, como se demuestra por las inscripciones de peregrinos nabateos hallados en sus accesos. También la marcha de los israelitas a través del desierto hasta llegar al Sinaí fue una peregrinación, aunque no supieran nada de la sorprendente experiencia religiosa que iban a tener en ese lugar. Acampados al pie del monte, Moisés ascendió hasta la cumbre y recibió el siguiente mensaje del Señor.

En primer lugar el señor Yavé recuerda a los israelitas lo que ha hecho en su favor sacándolos de Egipto y arruinando a sus enemigos, conduciéndolos por el desierto y llevándolos hasta su morada, hasta el monte Sinaí, como lleva el águila sobre las alas a sus polluelos.

En segundo lugar exige obediencia a sus palabras y fidelidad a la alianza como condición necesaria para ser considerados siempre como propiedad suya personal. Advierte seguidamente que él es Señor de toda la tierra. Yavé no es un dios sedentario y territorial; pero su revelación en la historia no puede menos de situarse dentro de las coordenadas espacio-temporales. Yavé es el único Dios, el Dios vivo que se compromete con la historia de un pueblo, pero cuyo señorío no se circunscribe a un lugar.

Israel será una "nación santa", esto es, elegida especialmente por Dios y, en consecuencia, separada especialmente para Dios de entre todas las naciones. Pero esta elección y esta separación, esta santidad objetiva, tiene un carácter funcional: Israel será también un "reino de sacerdotes", es decir, entre todas las naciones a Israel le toca ejercer el sacerdocio. Esta nación se acercará a Dios más que las otras y ofrecerá, en nombre de todas las naciones y por todas las naciones de la tierra, el único culto agradable a Yavé(cf. Is 61, 5-6). Aunque Dios quiere la salvación de todos los pueblos, la historia de la salvación tenía que comenzar siendo la historia de la salvación o liberación de un pueblo. Dios eligió a un pueblo insignificante y esclavizado por las grandes potencias para realizar sus planes de salvación universal.

EUCARISTÍA 1975/36


4. /Ex/19/01-19: /Ex/20/18-21:

Todo el Antiguo Testamento contempla la experiencia de Dios que el pueblo hace en el Sinaí como el punto central de su historia, el soporte de la alianza y el nervio más íntimo de su espiritualidad como pueblo de Dios, que es tanto como decir: como su peculiaridad étnica.

Acampado al pie de la montaña, el pueblo ve cómo le cae encima una gran tormenta. El lugar geográfico constituye un escenario extraordinario, en el cual se desarrolla un espectáculo que pone de relieve la grandeza de la naturaleza y la abrumadora pequeñez y la total impotencia de los hombres. Y si estos hombres son sólo un puñado de fugitivos errantes, hambrientos y perseguidos por enemigos externos e internos -recuerdo de lo que han dejado, cansancio y desánimo, incertidumbre ante el futuro, dureza de la marcha-, la contemplación de una tormenta de montaña, que de un momento a otro los puede barrer del desierto, resulta aún más impresionante. Hay que añadir a todo ello la idea mística que embarga al pueblo y que da un sentido especial a su gesta: Yahvé los ha sacado de Egipto y ahora ellos caminan por el desierto para ofrecer a Dios un acto de culto. Por eso han acudido a un lugar sagrado, a la montaña de Dios, lugar en que habita; el mismo lugar en que Yahvé se manifestó a Moisés y lo envió a iniciar la gesta del éxodo.

La brevísima narración de la tormenta al pie del Sinaí (vv 16.18.19) es de una sobriedad cautivadora. No se encuentra ningún elemento innecesario, ningún tipo de concesión a visiones sobrenaturales. Sin embargo, late toda la emoción mística y el convencimiento de que Dios se encuentra con su pueblo. Yahvé viene a Moisés (20), baja en forma de fuego (18) a la cumbre de la montaña, responde con voz de trueno en el diálogo con Moisés (19). No es extraño, pues, que el pueblo se atemorice, tiemble y se mantenga a distancia (20,18). A pesar de todo, el pueblo entero sale al encuentro de Dios (19,17).

Aquí tenemos, pues, unos elementos preciosos de revelación. Yahvé es el creador y señor de toda la tierra: «Mía es toda la tierra» (19,5). Ahora que ha bajado a su posesión, la montaña tiembla y echa humo. Es como un gran holocausto encendido por Yahvé mismo en presencia del pueblo. Dios es inaccesible, pero se muestra al pueblo, es cercano y lejano al mismo tiempo. Dios se muestra poderoso en sus prodigios, pero adopta al mismo tiempo formas humanas. De esta manera, Moisés se convierte cada día más en el mediador entre Dios y el pueblo. Dios es el que libera, por eso no sólo da, sino que conserva también la libertad del pueblo, al que pone en guardia para que no se deje arrebatar este don de Dios. Por eso ante el pánico del pueblo, Moisés proclama: "¡No temáis!" (20,20). El Dios del Sinaí no da miedo. Es también la consigna evangélica: porque Yahvé es el mismo Dios de Jesús, el Padre, el que ama y el que salva, el que lleva a los hombres a la construcción total de su personalidad.

(·ARAGONÉS-JM._BI-DIA-DIA.Pág. 135 s.)