COMENTARIOS AL SALMO 49


1. CULTO/RITUALISMO

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

Como toda religión, la religión de Israel, por bella que fuera en teoría, era vivida por hombres pecadores. Pueblo escogido, pueblo de la Alianza con Dios. Muy bello. ¡Pero qué de infidelidades! Por esto, se previeron ceremonias de "renovación" de la Alianza. Este salmo 49, hacía parte del RITUAL de esta especie de "liturgia penitencial" colectiva. Escuchamos la orden de "convocación solemne" del pueblo, invitado a reunirse en el Templo. Luego, en un Oráculo, Dios toma la palabra para recordar en qué condiciones la Alianza es seria: No hay que "supervalorar" los sacrificios acumulados, como si tuvieran un poder mágico... Los ritos son formalistas y sin valor para Dios, si no están acompañados de una vida recta, honesta, justa, caritativa. Este tema es constante en la predicación profética (Amós 5,21-27; Isaías 1,11-17; Jeremías 6,20; Oseas 6,6).

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Jesús no cesa de recordar, que la única práctica religiosa agradable a Dios es la interior: "Si al momento de presentar tu ofrenda en el altar, recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, ve primero a reconciliarte con él" (Mateo 5,24). En una ocasión citó un pasaje de Oseas muy semejante a este salmo: "Misericordia quiero, y no sacrificios" (Mateo 9,13). En el gran discurso de Jesús sobre el juicio (Mateo 25,31-46) encontramos, como en este salmo, la "convocación" de todos los pueblos reunidos solemnemente ante Dios, la división decisiva entre buenos y malos, hasta entonces mezclados como el trigo y la cizaña, y sobre todo el criterio de juicio que no es la "práctica religiosa", sino "el amor fraternal": vestir, alimentar, visitar, etc...

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** La hipocresía religiosa es la peor de todas. El hombre de hoy, como los profetas de todos los tiempos, como el salmista que escribió este salmo, es sensible a la sinceridad necesaria en los actos del culto: "van a Misa, y no son mejores que los demás...". "Recitan mis leyes y hacen sus oraciones, pero son ladrones, adúlteros, difamadores...", decía ya el salmo. Cuidémonos, sin embargo, de caer en el formalismo contrario: "no voy a la Misa, por consiguiente soy mejor que aquellos que van". Hay que ver... Lo que es cierto es que todos somos pecadores, que debemos ser muy humildes y guardarnos de toda presunción. Quienes van a la Misa son pecadores que reconocen públicamente sus debilidades: "Yo confieso a Dios Todopoderoso, reconozco ante mis hermanos que he pecado, de pensamiento, de palabra, por acción y omisión... Sí, he pecado verdaderamente...". Con esta confesión comienzan todas nuestras Misas. No lo olvidemos.

La real Eucaristía de Jesús es la "mesa de los pecadores". Ya desde su tiempo, en Palestina, Jesús escandalizó a los fariseos por aceptar hacer mesa común con los pecadores. "Como Jesús estaba a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores vinieron a ocupar lugar con El y sus discípulos: ¿por qué vuestro maestro come con pecadores? - No son los sanos los que necesitan de médico sino los enfermos" (Mateo 9,10-13). En lugar de condenar a nuestros hermanos desde lo alto de nuestra pretendida rectitud moral, deberíamos aprender de este salmo la exigencia suplementaria de santidad, necesaria para nuestra "práctica religiosa": "Dios convoca a la tierra para juzgar a su pueblo... Reunid ante mí los fieles (los "Hassidim" en hebreo), que sellaron con un sacrificio mi Alianza"... Sí, los que celebran el sacrificio de la Nueva Alianza, serán juzgados a la faz del mundo entero. Jesús nos invita a la mesa, a nosotros los pecadores, para que nuestra vida se transforme progresivamente, como se transformó la vida del publicano Mateo, del jefe publicano Zaqueo. Si Jesús me invita y me da su pan de vida, lo hace como un "médico", para curarme.

El juicio ya comenzó: nosotros lo preparamos cada día. JUICIO/HOY: Nos imaginamos con frecuencia el juicio como un punto final. Ocurrirá un día, seguramente, pero actualmente, "está en camino": lo hacemos nosotros, por nuestra forma de vida. El juicio final será únicamente la "manifestación" de lo que vivimos en este momento y que a veces "ocultamos".

Este salmo invita a hacer una "revisión de vida": Dios en persona hace la exhortación... No para condenar, como dice insistentemente Jesús, sino para hacernos reflexionar y salvarnos... Porque, pese a las apariencias, el Dios que se expresa en este terrible salmo es EL DIOS AMOR, que se puso "de lado de los pobres", en la persona de Jesucristo.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 70 s.


2. SANGRE DE ANIMALES

Este es mi peligro, Señor, en mi vida de oración, en mis tratos contigo: la rutina, la repetición, el formalismo. Recito oraciones, obedezco las rúbricas, cumplo con los requisitos. Pero a veces mi corazón no está en lo que rezo, y rezo por mera costumbre y porque me da reparo el dejarlo. Voy porque todos van y yo debo ir con ellos, e incluso siento escrúpulo y miedo de que, si dejo de rezar, te desagradará a ti y me castigarás; y por eso voy cuando tengo que ir y digo lo que tengo que decir y canto cuando tengo que cantar, pero lo hago un poco en el vacío, sin sentimiento, sin devoción, sin amor. Cuerpo sin alma.

Y lo peor, Señor, es que a veces pongo precisamente todo el cuidado en los ritos de la liturgia porque he sido negligente en la observancia de tus preceptos. Me fijo en los detalles de tus ceremonias para compensar el haberme olvidado de mi hermano. Me afano en el culto porque he fallado en la caridad. Y me temo que no te hace mucha gracia esa clase de culto.

«¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?».

Sé que no necesitas mis sacrificios, mis ofrendas, mi dinero o mi sangre. Lo que tú quieres es la sinceridad de mi devoción y el amor de mi corazón. Ese amor a ti que se manifiesta en el amor a todos los hombres por ti. Ese es el sacrificio que tú deseas, y sin él no te agrada ningún otro sacrificio.

Tus palabras son duras, pero son verdaderas cuando me echas en cara mi conducta: «Tú detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos. Sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engaño; te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre: esto haces, ¿y me voy yo a callar?».

Lo reconozco, Señor; con frecuencia me he portado mal con mis hermanos; ¿y qué valor pueden tener mis sacrificios cuando he herido a mi hermano antes de llegarme a tu altar? Gracias por decírmelo, Señor; gracias por abrirme los ojos y recordarme cuál es el verdadero sacrificio que quieres de mí. Nada de toros o machos cabríos, de sangre o ritualismo, sino amor y servicio, rectitud y entrega, justicia y honradez. Servirte a ti en mi hermano antes de adorarte en tu altar.

Y una vez que sirvo y ayudo a mi hermano en tu nombre, quiero pedirte la bendición de que, cuando yo me acerque a ti en la oración, te encuentre también a ti, encuentre sentido en lo que digo y fervor en lo que canto. Libérame, Señor, de la maldición de la rutina y el formalismo, de dar las cosas por supuestas, de convertir prácticas religiosas en rúbricas sin alma. Concédeme que cada oración mía sea un salmo y, como salmo, tenga en sí alegría y confianza y amor. Que sea yo auténtico con mis hermanos y conmigo mismo, para así poder ser auténtico contigo.

«Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios».

Carlos G. Vallés
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae, Santander-1989, pág. 99