COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 7, 1-10

Par: Mt 8, 5-13

1.

Texto. A partir de hoy y por espacio de tres domingos vamos a encontrarnos con una serie de relatos en los que los personajes en torno a Jesús son especiales. La serie empieza con la curación del siervo de un centurión. El título centurión era la designación de un oficial del ejército romano al mando de una compañía de cien hombres. El dato significativo del relato es precisamente la extracción no judía del personaje. Se trata de un pagano, es decir, de un no perteneciente al Pueblo de Dios.

El desarrollo del relato tiene en el centurión a su verdadero centro de atención. Primero es la mención de la estima que este hombre siente por el esclavo. Los esclavos solían ser objeto de interés, pero no de estima. Después es el aprecio que los propios judíos sienten por el centurión. Merece que le hagas ese favor; aprecia mucho a nuestro pueblo; nos ha construido la sinagoga.

Quienes así hablan del centurión son unos ancianos de los judíos.

El término anciano no se refiere a personas de avanzada edad, sino a jefes o responsables de la comunidad judía de Cafarnaún.

En tercer lugar son las palabras del propio centurión. Cuando dice "no soy quien para que entres bajo mi techo", no creo que Lucas esté pensando en la impureza legal que le sobrevendría a Jesús por entrar en casa de un pagano. Se trata más bien de un reconocimiento de indignidad: el centurión se experimenta poca cosa, pequeño, frente a Jesús. Es el mismo tipo de reconocimiento expresado por Pedro en el relato de la pesca milagrosa: "Apártate de mí, que soy un pecador" (Lc. 5,8). El centurión consciente de su pequeñez, no aspira a la presencia de Jesús; le basta sólo con su palabra eficaz, pues le dice a uno "ven" y va; "haz esto", y lo hace. Como conocedor de la eficacia de la palabra, el centurión cree también en la palabra eficaz de Jesús. La palabra que Jesús pronuncie será una orden, y su esclavo se curará.

Por último es la exaltación de la fe del centurión a cargo del propio Jesús. "Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe como ésta".

Resumiendo: Lucas ofrece al cristiano un modelo gráfico y pedagógico de identificación.

Comentario. Nos hallamos ante un relato escrito con la finalidad práctica de proporcionar pautas de actuación a imitar. Hay, sin embargo, en él un dato que invita a la reflexión teórica: el personaje presentado como ejemplar no pertenece al Pueblo de Dios. Corremos el riesgo de congelar o saldar el significado de este dato diciendo que, frente al modelo de Pueblo de Dios restringido a Israel, Lucas nos ofrece un modelo abierto a todas las gentes. Modelo universal frente a modelo restringido; Iglesia frente a Israel. Esta interpretación es sin duda cierta, pero a condición de no olvidar el trasfondo crítico del dato en cuestión. El Pueblo de Dios real no siempre ni necesariamente coincide con el Pueblo de Dios oficial, llámese éste Israel o Iglesia.

CONVIVENCIA: Dentro ya del ámbito práctico el primer rasgo a imitar es el relativo al trato con los demás. Apreciar y valorar a cada persona por sí misma, no por su condición social, el puesto que ocupe o el beneficio que su trato me pueda reportar. Acoger a las personas por sí mismas, sin esperar nada a cambio. Estar sencillamente con los demás. Más aún, estar con los demás sabiéndose uno mismo pequeño ante ellos, ante cualquiera de ellos; sabiéndose siempre aprendiz del otro. Siempre aprendiendo de los demás. Existe demasiada prepotencia larvada en el trato con los demás, demasiada autoestima inconfesada, demasiado orgullo paternalista.

El segundo rasgo guarda relación con la actitud a tener respecto a Jesús. Es éste uno de los temas favoritos de Lucas. Acoger la palabra de Jesús; fiarse de ella; creer en ella a pesar de la lógica contraria implacable a veces, de las situaciones. Palabra casi siempre desconcertante, imprevista. Palabra siempre utópica.

Fiarse de Jesús es siempre deshacer la identificación que hemos hecho entre utopía e imposibilidad. Fiarse de Jesús es ir desposeyendo de sentido a la palabra imposible.

ALBERTO BENITO
DABAR 1989/31



2.

Texto. Lucas lo sitúa inmediatamente después del Sermón de la Montaña: "Cuando terminó de hablar a la gente". Un esclavo de un centurión está para morir. A excepción de Jesús todos los personajes del relato son anónimos. El centurión aprecia al esclavo y se sirve de intermediarios judíos para conseguir su curación. Estos intermediarios recomiendan al centurión ante Jesús. Cuando éste está acudiendo en persona, una nueva delegación de parte del centurión le suplica a Jesús que no vaya, pues ello sería un honor inmerecido.

El centurión se refiere al valor y la fuerza de la palabra y no al tipo de vida de Jesús. "Yo, en efecto, que soy hombre que vivo bajo la disciplina y que tengo soldados a mis órdenes, le digo a uno "ve", y va". El centurión, pues, da crédito a la palabra de Jesús y hace un acto de fe en ella. Es precisamente esta actitud de fe la que Jesús resalta y alaba públicamente: "Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande". Y al volver a casa, concluye el narrador, los enviados encontraron al esclavo sano.

Comentario. Situemos enseguida el centro de atención del relato: "Es suficiente con tu palabra". Se trata de una preocupación continua del tercer evangelista. "Dichosa tú que has creído en lo que dice el Señor" (/Lc/01/45). "En base a tu palabra echaré las redes" (/Lc/05/05). Todo en el relato está en función de despertar en el lector una actitud de confianza total en la palabra de Jesús. Darle crédito, fiarse de ella, aceptarla plena y sinceramente, en la completa seguridad de que es una palabra firme, fuerte, segura, salvadora.

FE/CONFIANZA: Para encarnar esta actitud Lucas ha escogido a un anónimo personaje no judío. Una persona buena, como lo pone de manifiesto el interés por la salud de su esclavo y como lo reconocen distinguidos miembros judíos que han aceptado recomendar al centurión a Jesús: "Tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga".

Lucas es el evangelista amante de los pequeños grandes gestos. Pero en la elección del personaje hay, sin duda, una gran carga de intencionalidad. El centurión no pertenece al Pueblo de Dios. Y, sin embargo, y más allá de la bondad, anida en él lo verdaderamente constituyente de ese Pueblo: la fe. Que no es básica ni primordialmente la posesión y aceptación de un cuerpo doctrinal, sino la apertura sencilla y confiada a una Persona, a quien ese cuerpo le da el abstracto nombre de Dios. Me quedo con ese anónimo y buen hombre que causó la admiración de Jesús, a la par que sigo dándole vueltas a ese "os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande".

ALBERTO BENITO
DABAR 1986/31



3. Lc/ECUMENICO:

El centurión de Cafarnaún, un pagano, confunde a los representantes de la sinagoga por su fe en la persona de Jesús y en la fuerza salvífica de su palabra. Lucas describe a este centurión como un hombre bondadoso y respetuoso, un pagano lleno de piedad, una persona que hasta para los judíos es un ejemplo.

Ahora bien, por su parte, los paganos deben aprender de él a valorar en mucho la fe judía. Lucas se muestra aquí, igual que a lo largo de sus escritos, como el evangelista ecuménico, puesto que le importa mucho más poner el acento en lo que une y reconcilia que en lo que divide y separa.

Por otra parte, Lucas enseña cómo Jesús espera del hombre que le acepte con plena libertad. Realmente, esta postura contrasta con la de algunos judíos: quieren señales prodigiosas como pruebas, discuten su palabra, le tachan de blasfemo.

En este relato se muestra el poder del Señor, presente por la fuerza del Espíritu, y la fe en Jesús por parte de la comunidad.

Basta su palabra para fiarse de él.

EUCARISTÍA 1989/26



4.

Cafarnaún era una ciudad fronteriza y, por eso, tenía, además de aduana, guarnición militar. En esta guarnición, había hombres de todas las nacionalidades, ya que Herodes Antipas, al igual que su padre, forma un ejército con mercenarios procedentes de cualquier parte. Así, el centurión era un "pagano", un advenedizo.

El centurión era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos politeístas; era temeroso de Dios y profesaba la fe en el Dios único, tomando parte en el culto judío; pero todavía no había pasado definitivamente al judaísmo.

Buscaba la salvación de Dios y, así, su fe en él, su amor y su temor lo manifestaba en el "amor al pueblo de Dios" y en la solicitud por la sinagoga, que él mismo había edificado. Sus sentimientos se expresaban en obras. Por otra parte, los ancianos del pueblo creen que Dios sólo otorga favores a su pueblo y que Jesús está en especial relación con Dios; no obstante, esperan de Dios, a través de Jesús, que haga un favor a aquel pagano por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios.

El centurión no se presenta ante Jesús, porque, como pagano impuro y pecador, no se cree digno de aparecer en su presencia; los ancianos, sin embargo, consideran necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo.

Es admirable esta contraposición entre la mentalidad del centurión y la de los ancianos: aquél atribuye la eficacia del poder de Dios a la sola palabra de Jesús, en definitiva, a un acto de su voluntad, para lo cual no es necesaria la presencia física. El centurión tiene experiencia en la vida militar y sabe qué significa la orden de mando o acto de autoridad. Así, una palabra causa lo que expresa, independientemente de la presencia del que la profiere, que hace llegar al efecto a todas partes.

También Mateo escribe algo semejante (/Mt/08/10): "Os lo aseguro: En Israel, en nadie encontré una fe tan grande". Por su larga historia, por la ley y los profetas estaba Israel preparado para la venida del Mesías; vino el Mesías, pero no halló fe. El pagano, sin embargo, cree, y halla lo que busca, y proporciona la curación a su criado.

El criado enfermo queda "curado" y se ve salvado de la muerte, que sólo asoma al principio y al fin de esta narración evangélica, pero que está constantemente en el fondo del cuadro presentado. Por encima de los poderes malignos que empujan al enfermo a la muerte, está la misericordia de su señor, el amor del centurión a Israel y a su Dios, la mediación del judaísmo, la fe humilde del centurión, pero sobre todo la potente palabra de Jesús.

ALOIS STÖGER
EUCARISTÍA 1986/27