12 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IX
DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1.

El centro de la liturgia de la palabra de este domingo está en el evangelio. Diríamos que son unas palabras duras que llaman al realismo. No es oro todo lo que reluce, ni todo el monte es orégano, ni es cristiano todo lo que así se llama. Y Jesús propone a sus discípulos un criterio, una clave de verificación o de "falsabilidad", como dirían los neopositivistas lógicos; un criterio para comprobar la veracidad o la falsedad de lo que vivimos. No todo el que dice "Señor, Señor" entrará en el Reino.

Es decir, ni siquiera la misma invocación al Señor -que en cuanto invocación resultaría ser el gesto externo aparentemente más adorante- está exenta del peligro de la falsedad. Sólo entrará en el Reino el que hace la voluntad de mi Padre. Ese es el criterio. Es preciso ponerse en guardia.

Palabras duras, efectivamente. Son las mismas que oyeron las vírgenes insensatas, a quienes la vuelta del esposo sorprendió desprevenidas. Y ese es el mismo Jesús el que se sitúa como Juez apelando al día del juicio: "aquel día muchos dirán... pero yo entonces les declararé...". "No os conocí", dirá Jesús, y lo dirá con verdad, porque ellos tampoco le conocieron. "Conocer a Yahvé", conocer a Dios es un filón de enorme profundidad en la teología bíblica, de los profetas o en el mismo Nuevo Testamento (cfr. los diccionarios de teología bíblica, o el profundo e inquietante estudio de J. P. Miranda, "Marx y la Biblia", de la ed. Sígueme). Ahí se encierran todas las polémicas de los profetas con los sacerdotes sobre el culto y la justicia.

Muchos profetas emplean claramente con toda naturalidad como enteramente sinónimos los términos de "conocimiento de Dios" y "justicia entre los hombres". Y Jesús, el gran y definitivo profeta, empalma con toda la tradición de los profetas.

Juan lo vuelve a repetir: "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios". No dice Juan: "todo el que ama e invoca a Dios", sino "todo el que ama", sin más. Y viceversa: "el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (/1Jn/04/08).

Importa no perder de vista las connotaciones de justicia que este amor reviste en la teología bíblica, porque hoy día todavía quedan -mucho más antes, aunque hay siempre nuevos brotes- corrientes, espiritualidades, mentalidades cristianas acríticas e ingenuas que reducen el amor a una moral de paños calientes, de sonrisas complacientes, de buenas costumbres burguesas. Y esto sería dejar a medio camino la aplicación a nuestra vida del criterio de verificación que Jesús nos propone. Aunque haya milagros -que los hay en algunos sectores- en medio de la asamblea que invoca al Señor, no basta eso como criterio de verificación (/Mt/07/22). También el amor puede estar entre nosotros los cristianos "devaluado", reducido, aburguesado, infantilizado en la ingenuidad acrítica.

El texto de Pablo de la liturgia de hoy hay que complementarlo necesariamente con otros momentos del Nuevo Testamento -aparte del evangelio que hoy leemos- como por ejemplo la carta de Santiago (St/02/14-26. La fe, sí. La salvación es un don de Dios.

Pero a la vez y sin negarlo -para no caer en el pelagianismo- la fe es un compromiso voluntario del hombre, un esfuerzo que nos conquista a nosotros mismos en favor de la justicia y del amor radical. Y Santiago habla de un tipo de "obras de la fe" nada ingenuas o espiritualistas.

Para estar en la línea de este criterio de verificación, en la Iglesia, a escala global, aún nos falta mucho por recorrer. La vida concreta de la Iglesia -de los cristianos- y su predicación, aún es muy escasa en referencias concretas y comprometidas a la injusticia, la explotación, la marginación, la corrupción de los poderes, el desequilibrio económico mundial, los problemas del hambre, la degradación de las instituciones, la violencia revolucionaria y contrarrevolucionaria, la carrera de armamentos, la perversión de la técnica, el materialismo práctico de nuestra sociedad, etc.

De ninguna manera se deduce esto de todo lo anterior. Jesús dice: "el que escucha estas palabras y las cumple". Escuchar y actuar.

Las dos cosas son necesarias. Con ello Jesús se muestra tan lejos de un gnosticismo espiritualista como de un pragmatismo material.

Algunos cristianos, muy comprometidos en lo social y en lo político tendrían que revisar su falta de "escucha y de invocación". Y otros cristianos muy orantes en la ingenuidad tendrían que reflexionar sobre la conveniencia de mermar la oración evasiva hasta crear un espacio realista de amor-justicia que la avalara. ¿Quién puede asegurar que está en el punto medio, el querido por Jesús?

DABAR 1978/34


2. FE/OBRAS.

¿La fe o los obras? La primera y la tercera lectura de este domingo, el pasaje del Deuteronomio y el del evangelio según san Mateo, subrayan claramente la necesidad que tenemos de cumplir los preceptos del Señor. Porque no basta con escucharlos y recordarlos si después nos desviamos del camino que nos marcan esos preceptos; como no basta confesar con los labios que Jesús es el Señor, si no cumplimos fielmente lo que nos dice. Si queremos realizar el proyecto de nuestra salvación, tenemos que edificar la vida, pacientemente, en la praxis. Porque la fe sin obras es fe muerta y fe que conduce a la muerte, como dirá la carta de Santiago. Sin embargo: "Sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley".

Vemos, pues, que surge la dialéctica en el corazón del mensaje: ¿la fe o las obras?, ¿qué es lo que salva? Lo que nos salva es la fe... y las obras. No es lícito separar los dos extremos, elegir uno y desechar el otro. Ambos pertenecen al mensaje, la fe y las obras.

-Lo que nos salva es la fe...

Más exactamente, el que nos salva es Dios en Jesucristo. La fe, ella misma gracia de Dios, es la aceptación agradecida de esa salvación. Por eso el mensaje es evangelio, buena noticia. Porque en él se proclama la iniciativa y la obra de Dios en favor nuestro, la amnistía que nos concede a todos siendo como somos pecadores. Porque Dios libremente, gratuitamente, nos ha pasado de la muerte a la vida y nos ha hecho sus hijos. De modo que no tenemos nada de qué presumir delante de Dios ni delante de los hombres, y mucho que agradecer.

La conciencia de esta salvación nos hace humildes, generosos, alegres..., porque es la experiencia de la gracia de Dios. Queda así descartada la autosuficiencia y el orgullo espiritual.

-... y las obras de la fe.

No las obras para tener fe o para alcanzar la gracia de Dios, que sería en este caso solamente la recompensa merecida. Sí las obras que vienen de la fe, de la nueva vida que hemos recibido; esto es, las obras que hacemos con el impulso del espíritu de Cristo y dejándonos llevar de ese espíritu que nos ha sido dado. De modo que las obras sean la manifestación y la realización de la fe, como frutos de un árbol, su testimonio. Porque la fe sin obras es fe muerta y estéril como la muerte misma.

La exigencia de las obras es la exigencia de lo que somos. Pablo no se cansará nunca de fundar el imperativo ético en el indicativo evangélico. Primero, el indicativo: "Sois hijos de Dios...", "habéis resucitado con Cristo..."; pero inmediatamente después, unido como el cuerpo al alma, el imperativo: "vivid como hijos de Dios", "buscad las cosas de arriba". Y el mismo Jesús, que evangeliza a los pobres y a los pecadores anunciándoles el adviento del reino de Dios, añade enseguida: "Convertíos".

Creer es también hacer, porque es obedecer. Porque es responder a la palabra de Dios con el alma, con el corazón y con toda la vida. No es recordar, saber o retener unas verdades, sino vivir.

Y esto elimina, de una parte, toda clase de ritualismos, legalismos o fariseísmos sin alma; y, de otra, cualquier especie de espiritualismo, misticismo y sentimentalismo sin cuerpo. Porque la fe se realiza en las obras, pero las obras no valen nada sin la fe.

EUCARISTÍA 1978/26


3. 

-Cumplir la voluntad del Padre (Mt 7,21-27)

No bastan las súplicas ni los homenajes al Señor. Este es el sentido evidente del texto que se proclama hoy. La oración litúrgica no basta; pero tampoco bastan otras actividades que en sí mismas se orientan a Dios y que a primera vista parecerían inspiradas para su servicio, como profetizar, expulsar demonios, realizar milagros. El grito que surge de la fe, las súplicas no bastan: hay que cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos. Y quien no adopte esta actitud se verá tratado como un desconocido que ha cometido el mal. Esta afirmación de Jesús es importante; y es siempre de actualidad. Quien actúa según lo que aquí enseña Jesús, quien busca y trabaja por cumplir la voluntad del Padre edifica su casa sobre roca. Nada puede derruirla. Y por el contrario, quien no atiende esta Palabra edifica sobre arena y su casa se vendrá abajo con estrépito.

El ejemplo es simple y muy claro. Debe hacemos reflexionar. La mera fe, la devoción, incluso la confianza en el Señor, no bastan. Vayamos más lejos: las prácticas de piedad, las celebraciones litúrgicas, la frecuencia de sacramentos podrían crearnos ilusiones engañosas sobre la rectitud de nuestra vida cristiana. Hay otros signos que no pueden engañarnos y que nos proporcionan una claridad decisiva: ¿Cumplimos la voluntad del Padre? Podemos actuar en nombre de Jesús, incluso como ministros y representantes suyos; nada de esto tendrá valor en los últimos días si no hemos cumplido la voluntad del Padre.

Se invita al cristiano a verificar la lealtad de su conducta. Ninguna práctica, ni las sacramentales, ningún esfuerzo por la "causa" de Dios tiene valor si no están acompañados de una voluntad práctica de obedecer a lo que quiere el Señor.

Con esto se pone fin a toda posible hipocresía y se nos dan pautas bien claras sobre lo que nos espera. Dios no nos reconocerá por nuestra oración, por nuestra práctica de la vida cristiana, si lo uno y lo otro estaban confinados en un ritualismo o en un activismo centrados en nosotros mismos. Tenemos que someternos a la iniciativa de Dios y trabajar por conocer lo que quiere de nosotros. Se trata de un conocimiento simple que se expresa en el conocimiento que El mismo nos ha dado de su voluntad en los mandamientos y muy en particular en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Fe, oración, devoción sólo tienen valor si están fundamentados en la puesta en práctica de la voluntad de Dios. Sin embargo, no se puede acusar a este pasaje del evangelio de "moralismo". Porque el cumplimiento de la voluntad del Padre no es solamente de orden moral, sino que conlleva también nuestra propia construcción. El ejemplo de la casa construida sobre roca o sobre arena nos invita a comprenderlo de este modo. Actuar según Dios es construir tanto para esta vida de acá abajo, como para la vida eterna. El hombre "sólido" que entrara "justificado" en el Reino, "construido en Dios", es aquel que ha cumplido la voluntad del Padre.

-Meteos mis mandamientos en el corazón (Dt 11, 18.26-28) FE/COMPROMISO:

A S. Mateo le bastaba con remitirse al Deuteronomio para referir las palabras de Jesús sobre la actitud del discípulo deseoso de cumplir la voluntad del Padre. Este texto nos ayuda a captar mejor el aspecto constructivo de la obediencia al Padre.

En la primera parte del libro del Deuteronomio, Moisés explica ampliamente el significado de la Ley. Es, sobre todo, un don de amor dado por Dios que quiere construir su pueblo. La Ley sella la Alianza y garantiza su estabilidad y solidez, a la vez que recuerda constantemente el deber de fidelidad. Obedeciendo a la Ley, el Pueblo de Dios se va construyendo progresivamente. Se hace responsable de lo que es y de lo que llegará a ser. Por eso el texto que hoy consideramos está tan lleno de imágenes en sus recomendaciones: meter los mandamientos en el corazón, atarlos a las muñecas como señal, fijarlos en la frente como una marca distintiva.

El pueblo amado de Dios tiene, así pues, que hacer continuamente una opción y según la dirección de su elección sera bendecido o maldecido por Dios. Sin duda alguna se trata, sobre todo, de la fidelidad al Dios único y de la renuncia a los demás dioses. Pero se trata también de seguir los caminos trazados por el Señor: expresión que el Antiguo Testamento emplea muy frecuentemente y de un modo particular en los Salmos.

Cumplir lo que manda el Señor es construir la Alianza, es caminar por los caminos del Señor. Se trata por tanto de una actitud positiva y no solamente de una obligación pasiva. El cristiano de hoy se realiza, y realiza con el Señor la construcción de su Pueblo, siguiendo la voluntad del Padre.

No se equivocan del todo quienes a veces consideran al catolicismo como una religión del culto y un sacramentalismo. La equivocación está en juzgar al catolicismo por lo que hacen los católicos. Pero de hecho, el Señor se expresó con toda claridad y basta volver a sus palabras para caer en la cuenta de que ni la fe ni los sacramentos bastan para construir al cristiano y edificar el Reino. El constructor es el mismo Dios; El es el Señor de la Alianza y ésta solamente puede dar fruto y ocupar un puesto firme en el diálogo entre Dios y el hombre, a partir del momento en que el hombre consiente en elegir la voluntad del Padre.

-Justificados por la fe (Rm 3, 21-25.28)

Este fragmento de la carta a los Romanos nos da la oportunidad de relacionar las enseñanzas de la lectura del Deuteronomio y del Evangelio. Aparentemente, S. Pablo entra en contradicción con la enseñanza de Cristo. Una lectura superficial de este texto podría inducirnos a creer que el Apóstol, lejos de barruntar la importancia de la práctica, cree, por el contrario, que toda la cuestión radical está en la fe; "pensamos que el hombre se hace justo por la fe, independientemente de los actos prescritos por la ley de Moisés".

Perplejidad: Jesús afirma según S. Mateo, que ni la fe, ni el clamor de la oración y de la devoción bastan para salvar al hombre; S. Pablo parece afirmar que la fe justifica independientemente de los actos...

Nos encontramos ante el problema protestante de la "sola fe" que justifica. Sabemos que la Iglesia católica no admite la expresión en su carácter absoluto. ¿Se separa en este punto del pensamiento de S. Pablo o el Protestantismo ha exagerado el alcance de la afirmación de S. Pablo?

No se trata de entrar ahora en discusiones teológicas, pero no podemos dejar de dar alguna respuesta al problema planteado, tanto más cuanto que el azar de la lectura continuada ha yuxtapuesto este texto de S. Pablo a los otros dos. O entra en contradicción con ellos o les proporciona una luz suplementaria e incluso necesaria.

Hay que subrayar un primer punto que ya lo subraya también S. Pablo en la primera frase del texto proclamado hoy: todos los hombres están dominados por el pecado. Habría motivos para caer en la desesperanza si la misericordia de Dios no interviniera. Pero el Señor ha manifestado su misericordia y concedido la justificación. La condición necesaria para que esta misericordia se realice en nosotros es la fe en Jesucristo. Dios ha querido este nuevo orden de cosas: la salvación en Jesucristo independientemente de la Ley antigua. Este camino nuevo de salvación ya había sido, por lo demás, anunciado por la Escritura, pues la Ley y los Profetas encuentran su realización en Jesucristo.

Puesto que todos somos pecadores, puesto que no podemos salir por nosotros mismos de esta situación y puesto que las obras de la Ley que debemos cumplir con nuestras propias fuerzas están más allá de nuestras posibilidades, Dios nos da la salvación por su sola gracia, por la fuerza de la redención realizada en Cristo Jesús. Pero es preciso aceptar este don creyendo en quien nos lo proporciona por su muerte; Dios expuso en la cruz a Cristo para que, mediante la ofrenda de su sangre, se convierta en perdón para cuantos creen en El. Cristo es para nosotros justicia, santificación y redención (1 Co 1, 30). La nueva Alianza se ha concluido en la sangre de Cristo (1 Co 11, 25). A quien no había tenido experiencia alguna de pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que en El nosotros nos convirtamos en justicia de Dios (2 Co 5, 18.21). Para ser salvados precisamos, por tanto, acoger, en la fe, el amor de Dios para con nosotros y el don de salvación que nos hace en Jesucristo. S. Pablo insiste en esta gratuidad de la salvación y en nuestra fe como condición indispensable para que la salvación llegue a tomar cuerpo en nosotros. Pero es necesario interpretar con mucha prudencia el pensamiento de S. Pablo. Si situamos su pensamiento en el contexto de todos sus escritos, veremos cómo S. Pablo estaba muy preocupado por aquellos que se imaginaban poder hallar la salvación por sí mismos. Y se detiene una y otra vez en subrayar la gratuidad del don de la salvación. Por tanto, es necesario creer. Pero ello nada quita, en la doctrina de S. Pablo, de la necesidad del esfuerzo humano. En su carta a los Gálatas recuerda el deber de actividad que tiene el cristiano y la necesidad de las obras para la salvación. Les enseña, en primer lugar, que deben producir los frutos del Espíritu que actúa en ellos y enumera los vicios que excluyen del Reino. Les recomienda crucificar la carne con sus pasiones y sus codicias (Ga 5, 22.25). Aunque el cristiano no está sometido a la Ley antigua, sí lo esta a la Ley de Cristo cuyo cumplimiento se realiza en primer lugar mediante la caridad (Ga 6, 2). Un poco después escribe: "Quien siembra en el Espíritu, recogerá, del Espíritu, la vida eterna... Practiquemos el bien para con todos..." (Ga 6, 8-10).

En la carta a los Romanos, S. Pablo les anima a renunciar al pecado (Rm 6, 2.6.12-14) y a los Filipenses les escribirá que es preciso trabajar con temor y temblor en su salvación (Flp 2, 12). Por lo demás, S. Pablo considera al predicador como aquel que exhorta a la obediencia de la fe (Rm 1, 5). Más adelante, en un bello desarrollo sobre la justicia de Dios anunciada por Moisés, S. Pablo volverá a escribir sobre la obediencia a la Buena Noticia (Rm 10, 16). Al final de su carta a los Romanos, hablando de las naciones paganas, mencionará otra vez la obediencia de la fe (Rm 16, 26). Es cierto que la fe en Cristo es la única manera de obtener la salvación, pero esta fe supone y consiste en la obediencia al Evangelio. La fe supone un compromiso de toda la existencia y si la fe sola puede salvar, porque solamente Cristo nos puede comunicar la salvación, es porque esa misma fe supone una respuesta a Cristo, una adhesión a su persona y a su Evangelio.

El cristiano se encuentra, pues, enfrentado a una opción que le libere y le haga responsable de su propia construcción y de la del Reino.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 15-19


4.

Frase evangélica: «No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre»

Tema de Predicación: LA VOLUNTAD DE DIOS

1. Voluntad es la capacidad humana de ser y de hacer algo libremente, con un fin derivado del conocimiento y de la conciencia. Equivale a querer y hacer. Por analogía con la voluntad humana, se habla de la voluntad de Dios como intención, decisión o proyecto divino de realización, que es su reino. En Dios se identifican el conocimiento y la voluntad en un acto de amor. Sin embargo, en muchas ocasiones se ha interpretado la voluntad de Dios sin apenas vislumbrarla en su palabra ni referirla al proyecto del reino. Unas veces hemos acomodado la voluntad de Dios a nuestros intereses de grupos estrechos, de vocaciones religiosas forzadas, de realizaciones indebidas. Otras veces la hemos identificado con la predestinación del ser humano, muñeco en las manos de Dios.

2. Jesucristo vino a cumplir la voluntad del Padre, a la que llamó su «alimento», y la cumplió haciendo efectivo el reino que predicaba. Aunque al final experimentó un cierto desacuerdo con el Padre, se entregó a El con confianza. Por cumplir la voluntad divina, el Padre lo resucitó. A la luz del evangelio, las palabras preceden y sobrepasan toda acción, aunque en ocasiones pueden ser entre nosotros falaces, hipócritas, traidoras... Naturalmente, la acción puede convertirse en activismo ciego.

3. En el «Padrenuestro» pedimos que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. Evidentemente, no hace la voluntad del Padre quien se conforma con tenerlo por verdadero o quien se queda en el simple exorcismo o milagro. Cumple con la voluntad de Dios el que pone en práctica su palabra. No es suficiente la buena intención. En definitiva, la voluntad de Dios se descifra por el itinerario de Jesucristo, está en la línea de la fe, se corresponde con la genuinidad humana y se desprende de lo que Dios hizo y hace en el mundo. No es monopolio clerical, sino carisma de todo el pueblo de Dios. El criterio fundamental de pertenencia al reino de salvación es la obra en favor de los necesitados: «Lo que hicisteis...».

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo entendemos la voluntad de Dios?

¿Quiénes cumplen dicha voluntad?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 137 s.


5.

De nuevo, con otras palabras, la primacía de las obras. Este texto debería sacudir seriamente todo el montaje de nuestro cristianismo. Es posible que hagamos muchas cosas en nombre de la religión, pero ¿responde lo que hacemos a lo que Jesús nos ha presentado en las bienaventuranzas?, ¿o es nuestra vida una caricatura de lo que nos pide la fe, que provoca el rechazo de los que nos contemplan? ¿Qué respuesta estamos dando a la rebelión de los pueblos oprimidos durante tantos siglos y que luchan en la actualidad por librarse de ella? ¿Qué actitud tenemos ante los cambios de la sociedad actual, que pugna por librarse de la tutela religiosa? Si es de miedo o de pesimismo, ¿para qué nos sirve la fe?...

La ilusión de pensar que bastaba con hablar de Dios y cumplir una serie de ritos religiosos para estar en camino de alcanzar el reino de Dios era un funesto error contra el que nos avisa Jesús. Nos previene de esa fatua vanidad de creernos ya en posesión del reino por estar bautizados, haber recibido la primera comunión revestida con el folclore de moda, pronunciar mucho el nombre de Dios, practicar unos sacramentos... ¿No está en contra este pasaje evangélico de esas estadísticas sociológicas que clasifican a las religiones por los miles de millones de personas que tienen "apuntadas"? Nos afirma que toda religión es nada si le falta lo fundamental: las obras.

Llama la atención que Jesús, hombre profundamente religioso, ataque y ridiculice tan duramente lo que las religiones suelen tener en más aprecio: su dogma, su moral y su culto. Pero era una religión -la judía- que, en nombre de Dios y de sus derechos, buscaba principalmente el éxito personal de muchos de sus dirigentes.

La perícopa consta de dos partes bien marcadas: la doctrina sobre la necesidad de llevar a la vida las enseñanzas recibidas y la confirmación de la misma con una parábola.

1. Sólo cuentan las obras del amor

Es posible que Mateo polemice aquí con ciertos carismáticos, gente que tenía -y tiene- siempre el nombre de Dios en los labios, pero que luego no resolvía nada. Toda la enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios exige su puesta en práctica. Lo único esencial en la vida de fe es el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios. Sin esta condición, todo lo demás que se haga carece de valor. En el reino entrará "el que cumple la voluntad de mi Padre", nos dice Jesús. No basta limitarse a escuchar y realizar unos ritos, una actitud muy corriente en Israel y que los profetas habían censurado con fuerza (Jer 7,4-1 1).

Saber o practicar era un tema que se había discutido mucho entre los rabinos, hasta el punto de dudar sobre qué sería preferible. Era frecuente la pregunta: ¿Qué es más importante, el estudio de la ley o su práctica? La mayoría daban a la práctica la primacía; pero no faltaban quienes daban más importancia al estudio, al negar rotundamente que pudieran cumplirla los que no la conocieran.

Jesús recrimina abierta y terminantemente toda fe sin obras. No sólo nos indica la forma de entrar en el reino, sino que además nos anuncia que "muchos" descubrirán "aquel día" que han vivido engañados por haber tenido una "fe muerta" (St/02/14-26). Y esto será en el momento irreparable del juicio final.

CULTO/V  La disociación entre la fe y las obras viene a consecuencia de querer servir a dos señores antagónicos (Mt 6,24): servir a Dios con la oración, con los ritos..., y, luego, servir al mundo y a nosotros mismos con las opciones concretas y cotidianas de la vida: la profesión, la acumulación de bienes materiales, los "valores" de la sociedad... La raíz de la disociación parece estar en ese intento de querer salvar la obediencia a Dios -a ese dios que nos fabricamos nosotros mismos- y, a la vez, sustraernos a las exigencias de conversión que lleva consigo. Al no sentirnos seguros al amparo de las palabras de Dios, seguimos buscando la propia seguridad en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea. A Dios, la oración y el rito; a nuestras conveniencias, el resto de la vida.

Que una persona se confiese creyente y cristiana y llegue a "profetizar", "echar demonios" y "hacer en su nombre muchos milagros", nada significa si su vida no responde a lo que Dios quiere del hombre. ¿Es posible que se dé semejante situación? El texto parece admitir esa posibilidad: previene y deshace el engaño de quienes no ponen de acuerdo sus creencias con sus obras; nos presenta la posibilidad de realizar auténticas proezas, como las indicadas en el texto, sin que nos sirvan para alcanzar el reino escatológico. Todas las obras carismáticas que se aleguen como patente para entrar en el reino son insuficientes. Sólo cuentan las obras del amor. Las obras carismáticas no bastan ni significan ese amor que Dios exige. Son dos líneas distintas. Una, la del hombre que con su actuar en favor del hermano ama a Dios; en la otra, Dios utiliza al hombre como un instrumento para sus propios fines, lo mismo que puede utilizar a un ser irracional...

Jesús se presenta como Juez supremo del mundo, como lo hará también en otros momentos (Mt 25,31-46), lo que tiene un gran valor para entender su mesianismo. En el mesianismo palestino nunca se dio al Mesías este atributo. Jesús, rebasando en esta enseñanza toda la teología judía, se proclama Juez universal, apropiándose uno de los atributos que el Antiguo Testamento consideraba exclusivo de la divinidad.

Jesús, en "aquel día", como Juez supremo del mundo, dará sentencia definitiva sobre los hombres que, habiendo oído sus enseñanzas, no las pusieron en práctica: no entrarán en el reino. Sí entrarán los que hayan sido fieles con su vida de amor a sus palabras.

2. Edificar sobre roca

Con una parábola en dos imágenes ilustra Jesús y confirma la enseñanza propuesta. PRUDENTE: El primer caso se refiere al que oye y practica. Es el "hombre prudente" que edificó su fe sobre su vida. Cuando llegan las horas de prueba y se multiplican las dificultades; cuando se hace necesario comprometerse a fondo; cuando llegan los momentos límite en que hemos de optar por dar un paso más hacia adelante, sin poder prever las consecuencias, o dejarlo todo..., es cuando se va descubriendo si la fe era o no verdadera, si estaba edificada sobre roca o sobre arena. Me imagino que serán muchos los que no entiendan nada de esto, porque es necesario haberlo experimentado alguna vez para entenderlo. Sólo cuando la fe se asienta en la escucha sincera de la palabra y en su fiel cumplimiento, podemos tener la garantía de que el edificio está sólidamente edificado, al estar construido sobre las bienaventuranzas. En los momentos difíciles, que sin duda llegarán al hombre de fe, resistirá.

NECIO:El segundo es el caso del "hombre necio" que oye y no practica, del hombre en el que su "fe" va por un camino y su vida por otro. Naturalmente, su "edificio" no resistió los embates de las dificultades.

Algunos dan una interpretación precisa a los fenómenos naturales que narra la parábola: las "lluvias" las identifican con las tentaciones carnales; los "ríos", con las tentaciones de avaricia; los "vientos", con las tentaciones de vanagloria y soberbia. Otros autores pensaban que con estas tres imágenes se expresaban, alegóricamente, todas las aflicciones, penas y calamidades de la vida. Para otros designan, indeterminadamente, todas las dificultades y luchas de la existencia. Pero todo ello no pasa de ser simples lucubraciones, porque la imagen no es una alegoría, sino una parábola en la que el término de comparación está dicho expresamente por Jesús. Es el poner o no por obra lo escuchado lo que decide el futuro de la "casa". Los elementos naturales los cita Jesús para ilustrar lo que quiere decir.

3. Conclusión

Es posible que nuestro cristianismo haya crecido al margen del evangelio, al haberlo fundamentado en una teología racionalista, en el derecho canónico y en una moral rayando -en ocasiones- el ridículo... ¿Servirá este pasaje para revisar y reformar lo que haga falta? Es necesario que descubramos, antes de "aquel día", que el evangelio del reino es mucho más que ser fieles a unas normas de comportamiento externo, porque implica un cambio profundo en el interior del hombre y en toda la vida social. El momento de profunda transformación que vivimos es favorable a este cambio de rumbo. Asumamos el momento y comencemos -o continuemos- por donde siempre debimos caminar: por el estudio atento y sincero de las enseñanzas de Jesús y su puesta en práctica. Todo lo demás puede ser hojarasca...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 43-47


6.

1. Cuidado con las trampas...

El domingo pasado Jesús nos urgía a buscar ante todo el Reino de Dios y su Justicia. Hoy nos previene contra cierta fatua vanidad de creernos ya dentro de su Reino por el simple hecho de pronunciar su nombre o trabajar en su Iglesia.

El Evangelio que hemos escuchado tiene algo de escandaloso y provocativo, y parece ir contra las leyes de la estadística sociológica que notifica con gran precisión los porcentajes de creyentes de una u otra religión.

No basta todo eso; más aún, no es nada. Que una persona se confiese creyente y cristiana, que llegue a profetizar o echar demonios o hacer milagros en nombre de Cristo..., no significa nada si su corazón no responde a la voluntad de Dios.

Esto es un desafío: ¿Es posible que se dé semejante situación? Como toda paradoja, también ésta nos obliga a mirar un poco más allá de la materialidad de las palabras. Jesús parece decir: lo único esencial en la vida de fe es el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios. Sin esta condición, todo lo demás que se haga en la Iglesia carece de valor. Miradas las cosas desde esta perspectiva, este Evangelio se transforma en una seria advertencia para todos los que nos decimos cristianos: puede ser que hagamos demasiadas cosas en nombre y a cuenta de la religión, pero ¿responde todo eso a la voluntad divina? Mas también podemos preguntarnos: ¿Qué es o en qué consiste esta voluntad de Dios? A juzgar por los ejemplos que trae Jesús, esta voluntad de Dios se manifiesta en el interior del hombre, en lo oculto y en lo pequeño. Pero hay algo más: supone una actitud permanente en el hombre de búsqueda pura y desinteresada de la verdad. No hablamos de la verdad metafísica, sino de esa verdad simple y concreta de todos los días. Es posible que nadie pueda jamás decir que él cumple la voluntad de Dios; pero sí podemos purificar nuestros deseos y actitudes de ciertas miras que, si bien tienen apariencias de religiosas o piadosas, son el resultado de una trampa.

A menudo se ha denunciado el carácter tramposo de la religión, o al menos de ciertas formas de vivir la religión.

Es como si el creyente ocultara una segunda intención detrás de sus gestos y actos religiosos. Resulta así una caricatura que, dicho sea de paso, provoca día a día el rechazo abierto de las nuevas generaciones.

Algunos ejemplos pueden aclarar estos conceptos:

La religión siempre ha luchado en favor de ciertas virtudes consideradas esenciales, tales como la obediencia, el orden, el respeto, la sumisión, etc. ¿Responde esa inquietud a la voluntad de Dios o al oscuro deseo de afirmar un régimen de obediencia al orden establecido? La religión suele estar siempre en contra de la violencia y de la rebelión de los pueblos: ¿no será que se teme que dicha rebelión llegue hasta el interior del templo y provoque esas reformas tanto tiempo postergadas? A menudo la religión lucha contra las nuevas ideas o filosofías, contra ciertas costumbres que se van imponiendo o contra ciertas personas que preconizan un cambio brusco en el orden actual: ¿Qué justifica esa lucha? ¿Es siempre la defensa de la verdad de fe o de la comodidad de vivir en una fe que nos brinda ciertos privilegios? Los ejemplos pueden multiplicarse, ya que toda la vida, supuestamente realizada por Dios y la religión, puede ser solamente la elegante excusa para que nuestro orgullo o vanidad no queden defraudados.

Llama la atención el hecho de que Jesús, supuestamente fundador de una religión, ataque tan duramente a la religión en lo que tiene de más precio: su dogma, su moral y su culto. Jesús ridiculiza hasta el sarcasmo a toda organización religiosa que, en nombre de Dios y de sus derechos, no hace más que defender los supuestos derechos de ciertos hombres.

De ahí su insistencia: si no se busca la voluntad de Dios, no puede hablarse de relación con Dios...

Así, pues, este Evangelio puede llegar a sacudir seriamente toda la armazón de nuestro catolicismo. Las circunstancias son propicias: parece llegado el momento de preguntarnos si todo lo que hacemos en nombre de la fe cristiana está fundamentado en una sincera preocupación de servir a los hombres en nombre de Dios, o de servirnos de los hombres para nuestro propio interés.

2. Deshacer la trampa

La segunda parte del discurso de Jesús es una clara consecuencia de lo anterior. Cuando llegan las horas de prueba y se suman las dificultades, entonces queda en claro si hubo o no hubo trampa.

Todos sabemos que el cristianismo de Occidente está en crisis: es esta crisis el mejor test para comprobar la validez de nuestra religión. La crisis se manifiesta en múltiples hechos: se eliminan los privilegios de la Iglesia, se instaura un régimen de libertad para el ciudadano frente a las leyes religiosas, se pone en igualdad de condiciones a los demás cultos, se sustraen las ayudas económicas del Estado a la Iglesia, se cuestiona seria y agriamente la conducta de dignatarios pasados y presentes, se exige sinceridad en los pronunciamientos y se reclama cumplimiento de lo dicho y escrito en tantos documentos, etc.

Hoy España vive este momento día a día agudizado por una crítica que, si es mordaz, es también la resultante de años de opresión y de silencio. Es la tormenta a la que alude el Evangelio; son las aguas purificadoras; es el diluvio que llega de tanto en tanto para confundir el orgullo humano disfrazado de mística religiosa. Es ésta la hora de nuestra prueba: si buscamos sinceramente la voluntad de Dios, estos hechos deben llevarnos a un examen de conciencia valiente y profundo. De lo contrario, nos colocaremos a la defensiva y prepararemos el contraataque.

Si buscamos cumplir la voluntad de Dios no han de preocuparnos los beneficios materiales que podemos usufructuar en nombre de la religión. Si nuestra evangelización y nuestra catequesis se mueren sin el dinero deI Estado, es mejor que se mueran: no consta en el Evangelio que sea ése el camino del apóstol de Jesucristo.

Otras son las normas que dio Jesús a quienes debían evangelizar: disponibilidad, pobreza, humildad, oración, generosidad, confianza en Dios.

Si la moral privada y pública decae al eliminarse los controles restrictivos de las leyes civiles, nada ganamos con volver a esos controles. Su ausencia pone de manifiesto si en nosotros existen convicciones o solamente temores; virtud o hipocresía.

Si pensamos que las nuevas filosofías políticas que nos invaden acabarán por terminar con la religión cristiana, es clara señal de que dicha religión es sólo una fachada. En síntesis: nunca como hoy son válidas para nosotros las palabras de Jesús en su conocida parábola. Sólo cuando la fe se asienta en la escucha sincera de la Palabra y en su fiel cumplimiento, podemos tener la garantía de que el edificio está sólidamente edificado.

Esta es la hora de examinarnos, sin recelos:

--si el orgullo sectario no fue el móvil de muchas de nuestras empresas;

--si no hemos sacrificado muchos valores en aras del poder;

--si nos preocupó más el cumplimiento exterior que las convicciones internas;

--si hemos ayudado a las nuevas generaciones a encontrar a Dios, al Dios del Evangelio, o simplemente a someterse al Dios de nuestra conveniencia.

Todo esto nos lleva a una última reflexión:

Es posible que nuestro cristianismo haya crecido al margen del Evangelio. Demasiada teología racionalista, demasiados libros de derecho canónico y de moral, demasiados estatutos y normas nos han impedido acercarnos a esa palabra que, como ninguna otra, refleja con más perfección el punto de vista de Dios. Si consideramos a ]a Iglesia como el edificio al que alude el Evangelio, bien podemos suponer que es el Evangelio el fundamento o la piedra sólida en la que debe apoyarse.

Es posible que confundamos el Evangelio con ciertas anécdotas de la vida de Jesús. Lentamente vamos descubriendo que el Evangelio del Reino implica un cambio profundo en el interior del hombre y en toda su vida social. Con el tiempo podremos darnos cuenta de que el mismo concepto de religión debe ser modificado si nos atenemos a los enunciados evangélicos. Lo importante por ahora es asumir este momento de crisis y comenzar por donde siempre debimos comenzar: por la escucha atenta y sincera de la Palabra de Jesucristo.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 60 ss.


7.

1. Escuchar y actuar.

La unidad de estos dos verbos constituye el punto álgido del evangelio de hoy: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca». Los peligros a evitar en este sentido son dos: simplemente escuchar y no actuar: después, cuando vengan las lluvias torrenciales y los vientos, la casa se derrumbará estrepitosamente; por mucho que entonces se diga «¡Señor, Señor!», la puerta del cielo no se abrirá. o bien actuar sin haber escuchado primero, en cuyo caso se actuará según el propio criterio y no como Dios manda. El que no está dispuesto a escuchar primero la palabra de Dios, como María, será censurado como Marta a causa de su activismo. No hay acción cristiana que valga sin contemplación previa (y siempre, de nuevo, previa). El que no ha escuchado a Jesús cuando habló del Padre celeste, nunca podrá rezar un verdadero «Padrenuestro». En la primera lectura aparece exactamente la misma enseñanza. Israel recibirá la bendición de Dios «si escucha los preceptos del Señor y los cumple» (v. 27.28.32). Se habla ciertamente de «todos los preceptos»; no se trata, por tanto, de escuchar sólo un poco -por ejemplo, «dichosos los pobres»- y marcharse como si ya se supiera todo, fabricándose una teología reducida o sesgada del obrar cristiano.

2. ¿Qué hay que escuchar?

Pablo nos lo dice en la segunda lectura, donde habla ya desde la palabra de Dios cumplida, desde la cruz, Pascua y Pentecostés. Y debemos escuchar toda esta palabra, una e indivisible, si queremos comprender realmente lo que Dios nos dice. Y nos dice que deberíamos ante todo acoger su libre gracia que nos ha merecido la obra expiatoria de Jesús con su sangre derramada; fuera de ahí no hay ningún medio de ser justo ante Dios. Sólo Dios desbroza el camino que conduce a él, el camino que nosotros podemos y debemos recorrer. Pablo puede incluso decir que la propia Ley nos muestra la preeminencia de la libre gracia de Dios (v. 21). Del evangelio se puede sacar la enseñanza complementaria de que ningún carisma, por maravilloso que éste sea, puede sustituir a la obediencia debida a la palabra de Dios o garantizarla sin más: ni profetizar en su nombre, ni arrojar demonios en su nombre, ni hacer muchos milagros. Pablo lo confirmará con bastante énfasis: «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles... Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber... Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor -amor a Dios y al prójimo, que es la única respuesta que Dios espera del que escucha su palabra-, de nada me sirve» (1 Co 13,1-3). La respuesta a su amor, cuya manifestación incluye en sí todo lo que él ha hecho en Cristo por nosotros.

3. La lluvia torrencial y la roca.

Quien sólo escucha, y no actúa, construye sobre arena, es decir, sobre sí mismo o sobre algo tan débil como pasajero. Quien hace lo que oye de Dios, construye sobre roca, esto es, sobre Dios, al que en los Salmos se le designa constantemente como la roca. El es la roca que, de forma invisible, como fundamento, preserva a la casa del derrumbamiento. En la Nueva Alianza, Jesucristo, el Verbo encarnado de Dios, puede también ser designado como la roca: petra autem erat Christus (1 Co 10,4); y Jesús da este mismo nombre a la piedra fundamental de su Iglesia: Pedro se ha convertido en esta piedra fundamental en virtud de su confesión de fe (Mt 16,18), que se confirma en su acción de apacentar el rebaño de Jesucristo y morir por él. Dios-Cristo-Pedro tienen esta característica en común: ser roca que resiste a la lluvia torrencial. Esta tiene que llegar -Jesús no se cansa de repetirlo- para poner a prueba la solidez de la construcción. Se puede incluso añadir que la persecución no sólo pone a prueba al cristiano, sino que aumenta su solidez (1 P 1,6-7).

 HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 80 s.


8. ¿LA MAQUETA O LA REALIDAD?

Creo que la cosa está clara. Hay dos maneras de vivir. De apariencias. O de realidades. De palabras. O de hechos. En el terreno de la pura fachada. O en el campo de la entrega y el compromiso.

El cine y la televisión nos suelen mostrar, más de una vez, ejemplos de estas dos situaciones. Películas existen, en las que el espectador menos avispado puede distinguir que aquel edificio que se derrumba, aquellas murallas que contemplamos, son pura maqueta, decoración de cartón-madera, fachada prefabricada. Por el contrario, reportajes hemos visto, en los que los edificios que se derrumban eran de verdad, el muro de Berlín que contemplábamos era el auténtico.

Pues, de eso nos habla Jesús hoy: «Decir Señor, Señor, y no hacer la voluntad de Dios», es pura fachada, trampa-cartón, «edificar sobre arena». Por el contrario, «decir Señor, Señor, y cumplir la voluntad del Padre celestial, es edificar sobre roca. Vendrán las lluvias y los vientos, y aquel edificio permanecerá».

Pues, vea el cristiano ahora lo que Dios espera de él. Somos constructores en potencia de dos egregios edificios. Uno, personal: el de la propia existencia. Otro, colectivo: ése que llamamos «Iglesia», cuya roca es Cristo, o, si queréis, Pedro.

UNO, PERSONAL.--Cuando un niño llega a la «edad de la discreción», empieza a comprender que su vida es un edificio que ha de ir construyendo día a día, con todos los materiales más notables que encuentre a su paso. Así, tendrá que levantar las paredes de su inteligencia, con todos los saberes que le proporcionen sus padres, sus profesores, sus libros y esa «maestra de la vida» que es la propia experiencia.

Tendrá que colocar las vigas de su voluntad: trabajando su carácter, exigiéndose disciplina, dominando sus pasiones. De poco vale la inteligencia sin voluntad. Necesitará, del mismo modo, cultivar sus sentimientos: la delicadeza y la ternura, la capacidad de admiración y la amabilidad, la solidaridad y el buen humor. Pero el cristiano sabe, además, que su edificio no está completo nada más que con un ramillete de virtudes humanas. Sobre ellas, han de desarrollarse las virtudes sobrenaturales, toda la arquitectura de la «gracia». Con la fe, la esperanza y el amor a la cabeza. Por eso advertía Pablo con insistencia: «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu habita en vosotros?» Y, llevando la advertencia más lejos, añadía: «Quien mancilla su propio cuerpo, mancilla el templo de Dios».

OTRO: EL EDIFICIO DE LA IGLESIA. CR/EDIFICIO:

La Lumen Gentium reunió diversas imágenes para aproximarnos al misterio de la Iglesia: «Llamamos a la Iglesia "edificación de Dios". El mismo Señor se comparó a una piedra rechazada por los edificadores, pero que fue puesta como piedra angular. Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos nombres: casa de Dios..., habitación de Dios..., tienda de Dios.... y, sobre todo, templo de Dios, ciudad santa, nueva Jerusalén».

Pues, he ahí la consideración que no debe olvidar nunca el cristiano. Escuchadla de labios de Pedro, aquel «Pedro-roca sobre el que Cristo edificaría su Iglesia»: «Nosotros debemos ser piedras vivas» de ese edificio. Es decir, no mera fachada «levantada sobre arena», condenada a derrumbarse en cuanto «soplen los vientos o vengan las lluvias»; sino, realidades sólidas dispuestas a «cumplir la voluntad de Dios, mientras proclamamos Señor, Señor». O escuchadlo, si queréis, de Pablo cuando se dirigía a los efesios: «La piedra angular es Cristo Jesús, sobre el cual se eleva, bien trabada, toda la edificación para templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois edificados para morada de Dios en el Espíritu».

Concluyendo. Hay dos maneras de pasarse la vida. Construyendo maquetas, fachadas, decoraciones de tabla-cartón, apariencias. O, por el contrario, poniendo diariamente ladrillos de verdad sobre la roca. «Y la roca --ya lo sabéis--, es Cristo».

ELVIRA-1.Págs. 58 s.


9.

TU VIDA ES TU REALIDAD,
DIOS NO TE EXAMINARÁ DE CATECISMO

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulo: «No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo».

Cuando leo este fragmento recuerdo el adagio: «Obras son amores y no buenas razones», porque el amor no es auténtico si no se expresa en actos y Jesús predica la religión del amor, el amor es su credo y su fe.

La única profesión de fe válida es la de los hechos, el lenguaje del que traduce a hechos históricos lo que ha oído a Dios, ése es el único discurso válido.

Para Jesús, creyente no es el que sabe de memoria una doctrina, ése es un sabio, -a lo más-, creyente es quien la lleva a práctica. Dios no nos examinará de catecismo, sería ridículo.

«Aquel día muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?" Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí malvados "».

El cristianismo es escuela de vida y la vida es una tarea que cada uno va construyendo a su manera, en su estilo, según sus intereses y al hacerlo pone de manifiesto lo que ama porque, en el fondo, lo que ha construido lo ha deseado y lo que ha deseado lo ha amado. Creer, confesar y vivir, poner en práctica, son para el cristiano lenguajes homogéneos. La felicidad, la salvación, están en nosotros, dentro de nosotros, esperando a que vivamos lo que creemos, a que vivamos en armonía con nuestra conciencia.

La felicidad, la salvación, es un estado interior que sólo los que viven desde dentro, desde lo que confiesan, la conocen de verdad.

Somos cristianos en la medida en que ponemos en acto nuestro credo, cuando lo que hacemos es verdadero reflejo de lo que creemos. En esto, como en todo, el ejercicio desarrolla y fortalece. En la medida en que ponemos en acto aprendemos a actuar, la repetición crea el hábito, el estilo y lo hace llevadero y fuerte. Ya pueden venir embates que uno está bien cimentado porque ha experimentado. La práctica crea maestros. En el cristianismo, maestro no es quien te explica una lección, sino quien te cuenta una experiencia, su experiencia, y te la propone.

«El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa y se hundió totalmente».

Se estudia y predica mucho sobre el cristianismo, que si es escuela de vida y de acción, que si es fe y moral, que si vía de crecimiento y bienaventuranza. . .; pero casi nadie se casa con él de por vida. Cuando invitas a alguien a seguir a Cristo de cara a su futuro, cuando propones el cristianismo como proyecto personal, encuentras a tres tipos: Unos que lo primero que hacen es mirar lo que dejan, miran atrás y eso les convierte en estatuas de sal. Mirar atrás siempre paraliza.

En segundo lugar se sitúan los que dejan para mañana lo que les acabas de proponer, pues están entretenidos intentando acabar lo que llevan entre manos. Y luego están los que piensan que hay mejores formas de vivir de cara al porvenir. Más tarde vienen llorando su pérdida radical de tiempo, -en este mundo hicieron de todo menos vivir-, y de esfuerzos vanos ya que nada de lo que consiguieron les sirve para morir, se lo dejan todo aquí.

Si volviéramos a vivir, si la vida tuviera moviola, sería divertido ver las segundas partes. Éstas sí que serían mejores que las primeras.

Si me permitís un consejo, os diré: Vivid vuestra realidad conocida y sentida por vosotros mismos. No viváis de memoria, vuestra vida es vuestra realidad. No os conforméis en confesar, realizad. Los que acogen este consejo forman un cuarto grupo de personas que al vivir consecuentemente abrazan a ciencia y conciencia el cristianismo.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 51-53