SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Lc 6,29-45: Evita las espinas, coge el fruto

Por tanto, si hasta los malos pueden decir cosas buenas, repliquemos ahora a Cristo y digámosle con la intención de aprender, no de despreciarle o molestarle: «Señor, si los malos pueden decir cosas buenas -razón por la cual nos amonestaste y nos mandaste que obráramos como ellos nos decían, pero no como ellos obraban-; si, pues, los malos pueden decir cosas buenas, ¿cómo dices en otro lugar: Hipócritas, cómo podéis hablar cosas buenas, siendo vosotros malos?» (Mt 12,34). Prestad atención a este asunto complicado, hasta verlo resuelto con su ayuda. De nuevo propongo la cuestión. Cristo dice: «Haced lo que ellos os dicen, mas no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen, pero no hacen». ¿Por qué, sino porque hablan el bien y obran el mal? En consecuencia, debemos hacer lo que ellos nos dicen, y no debemos hacer lo que ellos hacen. Pero en otro lugar dice: ¿Acaso se cogen uvas de las zarzas o higos de los abrojos? A todo árbol se le conoce por su fruto (Lc 6,44). ¿Qué decir, pues? ¿Cómo hemos de obedecer? ¿Cómo hemos de entenderlo? Ved que son abrojos, que son zarzas. Hacedlo. Me mandas que coja uvas de las zarzas; en un texto me lo mandas y en otro me lo prohíbes, ¿cómo he de obedecer?

Escucha, comprende. Cuando digo: «Haced como os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen», fíjate en lo que he dicho antes: Se han sentado en la cátedra de Moisés (Mt 23,3). Eso he dicho. Cuando dicen cosas buenas, no las dicen ellos, sino la cátedra de Moisés. Habla de cátedra en lugar de doctrina. No es que hable la cátedra, sino la doctrina de Moisés, que está presente en su memoria, pero no en sus obras. En cambio, cuando hablan ellos, es decir, cuando hablan de lo suyo, ¿qué oyen? ¿Cómo podéis hablar cosas buenas siendo vosotros malos?

Escuchad otra semejanza. No cojáis uvas de las zarzas, pues las zarzas nunca pueden producir uvas. Pero ¿no habéis advertido cómo, al crecer, el sarmiento de la vid llega al seto y se mezcla con las zarzas y en medio de ellas da su fruto y de ellas cuelgan sus racimos? Tienes hambre, pasas y ves el racimo colgar de las zarzas; no lo coges. Tienes hambre y quieres cogerlo; cógelo. Alarga tu mano con cuidado y cautela; evita las espinas, coge el fruto. Lo mismo has de hacer cuando un hombre malo o pésimo te presenta la doctrina de Cristo: escúchala, cógela, no la desprecies. Si es un hombre malo, las espinas son él mismo; si dice cosas buenas, se trata de un racimo que cuelga de las zarzas, pero no producido por ellas. Si tienes hambre, cógelo, pero estáte atento a las espinas. En efecto, si comienzas a imitar sus obras a la vez que lo escuchas de buen grado, has alargado tu mano sin cautela; te encontraste con las espinas antes de llegar al fruto. Sales herido, desgarrado; ya no te aprovecha el fruto de la uva, sino que te estorban las espinas que tienen raíz propia. Para no equivocarte, mira de dónde coges el fruto: alli está el sarmiento. Dirige tu mirada al sarmiento y advierte que pertenece a la vid, que brota de la vid, que crece desde la vid, pero que va a parar en medio de las zarzas. ¿Acaso la vid debe retirar sus sarmientos?

De idéntica manera, la doctrina de Cristo, al crecer y desarrollarse, se mezcló con árboles buenos y con zarzas malas. Tú observa de dónde procede el fruto, de dónde trae su origen lo que te alimenta y de dónde lo que te punza. A los ojos están mezcladas ambas cosas, pero la raíz las separa.

Sermón 340 A, 10