SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

1 Cor 15,54-58: Entonces veremos, alabaremos, permaneceremos

Ahora luchamos contra la muerte sirviéndonos de las obras que deben su existencia a la necesidad. Toda carencia arrastra a la muerte y todo sustento nos arranca de ella. Por eso el cuerpo está sujeto a mudanza, de manera que se puede afirmar que a unas muertes se las echa fuera con otras. Todo aquello a lo que se recurre, pero con lo que no se puede contar por mucho tiempo, es algo así como el comienzo de una muerte.

Considerad ahora esta vida. Si te sirves de algo con lo que no puedes contar por mucho tiempo y en lo que, si permaneces largamente, mueres, ves ahí una muerte incoada; y, sin embargo, si no te sirves de ello, no se expulsa la otra muerte. Por ejemplo: alguien no come; si come y asimila lo comido, se restablece. Cuando no come se sirve del ayuno para alejar de sí la muerte que le iba a causar el exceso de comida; si no acepta el dejar de comer, y el ayunar, no escapará de la muerte. Y, a su vez, si quiere perseverar en el ayuno que asumió para alejar la muerte que le iba a ocasionar el exceso, ha de temer la otra muerte, la del hambre. De la misma manera que aceptó el ayuno para evitar la muerte por exceso, así ha de aceptar el alimento para evitar la muerte por inanición. Si perseveras en cualquiera de esas cosas de que te sirves, desfallecerás. Estabas cansado de caminar; si continúas caminando, desfallecerás de cansancio y morirás. Por lo tanto, para no desfallecer caminando, descansas sentándote; pero, si continúas sentado, de eso morirás. Te había invadido un sueño profundo; has de despertar para no morir; pero, una vez despertado, morirás, si no vuelves a dormir. Preséntame algo que te sirva de remedio para expulsar un mal y con lo que te encuentres tan tranquilo que quieras perseverar en ello; sea lo que sea, has de temerlo. Así, pues, la lucha contra la muerte se combate con esta movilidad y mutabilidad de desfallecimientos y remedios. Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal de inmortalidad, se dirá a la muerte: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde esta, ¡oh muerte!, tu aguijón? (1 Cor 13,54).

Entonces veremos, alabaremos, permaneceremos. Allí no habrá indigencia alguna ni se requerirá ningún remedio; no hallarás ningún mendigo con quien repartir tu pan o peregrino al que recibir en tu casa; no hallarás ningún sediento a quien dar de beber, ni desnudo a quien cubrir, ni enfermo a quien visitar, ni litigantes a quienes poner de acuerdo, ni muerto a quien sepultar. Todos serán saciados con el alimento de la justicia y la bebida de la sabiduría; todos están vestidos de la inmortalidad, todos moran en su patria eterna; la salud de todos es la misma eternidad, la salud y la concordia eternas. Nadie recurre al juez, nadie busca componendas ni sentencias con carácter de venganza; no habrá enfermedad, no habrá muerte..

He podido decir lo que no habrá allí; en cambio, lo que habrá, ¿quién podrá decirlo? Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre (1 Cor 2,9). Con razón, pues, dijo el Apóstol: Los sufrimientos de este tiempo no admiten comparación con la gloria futura que se revelará en nosotros (Rom 8,18). Sábete, ¡oh cristiano!, que, sufras lo que sufras, no es nada en comparación con lo que has de recibir. Es certeza que nos procura la fe: nunca se aparte de tu corazón. No puedes comprender ni ver lo que serás tú mismo; ¿cómo será, pues, lo que no puede comprender ni siquiera quien lo va a recibir?

Sermón 305 A,.8-9