COMENTARIO A LAS BIENAVENTURANZAS
/Mt/05/01-11

 

1. Elección de los Doce 

Estamos en los comienzos del segundo año de la vida pública de Jesús, en el momento en  que va a elegir a los doce apóstoles para que su obra pueda perdurar después de su muerte. "Subió Jesús a la montaña a orar". El monte es en la Biblia lugar de retiro, de la proximidad de  Dios. Es en la cima de los montes donde se realizan casi siempre las grandes decisiones de  Dios sobre su pueblo en el Antiguo Testamento. Con ello nos están indicando los evangelistas  que la decisión de Jesús, al elegir "a los que quiso" (Mc 3,13), viene de Dios.

A los que nos gusta subir a las montañas experimentamos que en sus cumbres son distintos  el silencio, el paisaje, la amistad; la soledad está llena de hondura..., se ve la vida de una forma  distinta, se "palpa" a Dios. Arriba la oración del creyente brota espontánea de lo más profundo  de su ser, se siente renacer la vida del espíritu...

"Y pasó la noche orando a Dios". La oración -no la ritual que estaba mandada hacer tres  veces al día y en horas fijas- aparece constantemente en la vida de Jesús, principalmente en el  evangelio de Lucas. Frecuentemente se alejaba del pueblo y se iba al monte en busca de la  proximidad de Dios. En oración tomaba sus grandes decisiones y se abría cada vez más a la  voluntad del Padre.

"La noche" es tiempo de revelación e intimidad. La oración es apertura hacia lo desconocido.  El contenido de esta oración lo descubrimos "cuando se hizo de día" y elige a doce para que  estén siempre con él y puedan continuar su misión. Serán los encargados de extender su  mensaje por todo el mundo.

Jesús vive constantemente en dos planos que se complementan: Dios y los hombres. Sólo  porque se ha encontrado con Dios en la intimidad de su ser puede contagiarlo y enviar a unos  hombres al mundo para continuar su obra.

"Se fueron con él" (Mc 3,13). Los separa de la gente y de los demás discípulos para que  estén más cerca de él. La solidaridad con los hombres, la misión de abrirles caminos de vida  verdadera, exige esta separación. También la comunidad cristiana tiene que vivir, de alguna  manera, esta separación si no quiere caer en el peligro del conformismo. ¿Qué ofrecemos hoy  los cristianos a la sociedad?, ¿en qué nos distinguimos de los demás hombres?, ¿ofrecemos  una alternativa de vida?, ¿no nos hemos difuminado en el anonimato y en la falta de  compromiso con la justicia y la libertad para todos? En lugar de haber "cristianizado" el mundo,  en lugar de haberle contagiado los valores del evangelio de Jesús, han sido los "valores" del  mundo los que nos han paganizado e influido en la mayoría de nuestras decisiones: búsqueda  de una posición social de prestigio, pasión por tener y ser ricos, despreocupación por los  marginados, seguir lo establecido... Esta separación no nace de nosotros, sino de la llamada de  Dios y de la fidelidad a su palabra. Una separación que nos tiene que hacer más lúcidos para  luchar por una auténtica transformación de la humanidad.

El objetivo de la llamada es la comunión con Jesús y la participación y continuación de su  misión. El punto esencial es la unión con Jesús, el formar una comunidad de vida, de bienes y  de acción que les llevará a entrar con él en la intimidad de Dios.

¿Cómo podrán transmitir a Dios y a Jesús sin haberse encontrado antes personalmente con  ellos? 

Les da sus mismos poderes: "Predicar, con poder para expulsar demonios" (Mc 3,14-15).  Quiere formar con ellos una comunidad, quiere que transmitan su palabra y liberen al hombre  de todas las esclavitudes a las que está sujeto por "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Eso es lo  que quiere decir para Marcos "expulsar demonios".

Las listas de los apóstoles tienen rasgos comunes en los evangelistas sinópticos (Juan no nos  la transmite). El primero siempre es Pedro, y el último, Judas Iscariote. El quinto y el noveno  lugar lo ocupan siempre Felipe y Santiago el de Alfeo, respectivamente. Dentro de los grupos  así formados se repiten siempre los mismos nombres, aunque en orden distinto. Parece que las  listas quieren indicarnos una cierta organización en el colegio apostólico: tres grupos de cuatro  apóstoles cada uno.

El número de doce guarda relación con las doce tribus de Israel. Serán el comienzo del nuevo  pueblo de Dios.

No es mucho lo que se nos cuenta de ellos. De alguno sólo el nombre. De otros iremos  sabiendo algo más. Esta escasez de datos nos indica que únicamente hay un apóstol, un  sacerdote: el Mesías.

Son de diferentes comarcas de Galilea (sólo Judas Iscariote es de Judea), de sectores  humildes y marginados de la población y de profesiones distintas. Los estudiosos de las  Escrituras afirman que, al menos, dos de los Doce procedían del partido radical de los zelotes  (Simón y Judas Iscariote).

No es un grupo aplicado y dócil, pero tampoco adulador y servil. Le costará mucho a Jesús  formarlos. Al morir el Maestro, da la impresión de que ha logrado poco de ellos. Pero cuando se  convierten al Espíritu, cuando descubren que tienen que continuar la misión dejada por Jesús,  pasaron a ser testigos dispuestos a morir.

Este grupo de elegidos y separados no se ve libre del misterio del mal: la tradición ha  recogido, como una advertencia perenne para las comunidades cristianas de todos los tiempos  y lugares, el recuerdo de la traición de Judas Iscariote.

Para nosotros, cristianos, estos doce hombres son el fundamento del nuevo pueblo de Dios,  las columnas sobre las que se levantó la Iglesia.

2. Oyentes del sermón del monte 

Jesús está en el centro de la escena. A su alrededor, Lucas distingue entre "los Doce", el  "grupo grande de discípulos" (la Iglesia) del que han salido los apóstoles y el "pueblo" (la  humanidad). Tiene un sentido muy preciso de la función de mediación que tienen los apóstoles  -y sus sucesores en el tiempo- y las comunidades cristianas entre Jesús y toda la humanidad.  En esta escena se refleja la estructura de la Iglesia: todo viene de Jesús pasa a través de los  enviados, llega a las comunidades, para que éstas sean la levadura que haga fermentar toda la  humanidad.

Jesús dirige sus palabras a todos los pueblos y naciones de la tierra. Pero sólo puede llegar a  ellos a través del testimonio de sus seguidores reunidos en comunidades. Las razones son  evidentes: sus enseñanzas están limitadas por el espacio y por el tiempo, como lo están la vida  y las palabras de todos los hombres. Además, creo que un mensaje como el del evangelio  -aparentemente contradictorio- debe "verse" vivir en comunidades que lo hagan evidente para  creer que es verdadero. Sólo Jesús da respuesta plena a las inquietudes y esperanzas de los  hombres... Pero es necesario irlo experimentando para creerlo.

Su fama se había ido extendiendo. De todas partes le llevan enfermos, y Jesús los cura. Esa  es nuestra tarea: servir a los hombres, contagiarles nuestras ilusiones, animarles para que vivan  con sentido... La sociedad está harta de discursos y palabras.

Necesita testigos comprometidos en la construcción de un mundo distinto. ¿Para qué sirve el  cristianismo, si no hace nada para calmar el hambre de vida que brota del corazón de la  humanidad? 

3. Las bienaventuranzas, camino para el reino de Dios 

El problema de la felicidad es posiblemente el principal que los hombres nos hemos planteado  en todos los tiempos y lugares.

¿Qué es la felicidad? ¿Cómo lograrla? Sentirse feliz significa experimentar la vida verdadera  por estar viviéndola con intensidad y compromiso; es sentirse uno mismo, persona que ocupa su  puesto en la historia y lo llena.

Cuando no lo logramos -que es casi siempre-, nos sentimos frustrados y nos invade el vacío y  la soledad. Tenemos la sensación de haber fracasado en la vida. ¿Estaremos de acuerdo hasta  aquí todos los hombres? Las principales diferencias llegan cuando buscamos el camino para  lograr la felicidad. Cada cultura, cada religión, cada edad... tiene sus propios criterios para  lograrla. Pero deben ser falsos, porque no es precisamente la dicha lo que abunda sobre la faz  de la tierra.

Con las bienaventuranzas, que sintetizan todo el sermón de la montaña, Jesús nos va a  presentar su camino para que el hombre logre la verdadera felicidad, la verdadera vida. Es  evidente, sólo con leerlas superficialmente, que no son precisamente el camino que ha elegido  nuestra sociedad del tener y del consumo.

Después de la elección de los Doce, estando reunidos los discípulos y viendo el ansia de los  pueblos que se le acercaban anhelantes, Jesús va a proclamar los valores humanos y cristianos  verdaderos, los únicos que pueden llenar el corazón humano. Los que los acojan y los pongan  en práctica serán sus discípulos. Los destinatarios de sus palabras son todos los hombres, al  presentarnos unos ideales de vida que conectan perfectamente con las profundas ilusiones  humanas.

La tradición, que se remonta al siglo IV, sitúa esta escena en las laderas de la colina junto al  Tabgha, de doscientos cincuenta metros de altura, con una superficie aproximada de un  kilómetro cuadrado, y a tres de Cafarnaún.

Hemos de tener presente que no es fácil entender el mensaje de Jesús, sobre todo cuando el  hombre vive superficialmente. Si lo fuera, lo estaríamos demostrando los cristianos con nuestra  vida y sobrarían las explicaciones... Aunque hay cosas muy claras y parece que tampoco las  vemos.

Es posible que el texto de las bienaventuranzas nos lo sepamos de memoria y que nos  resbale, como todas las cosas excesivamente conocidas -o conocidas superficialmente-, que por  eso mismo ya no nos dicen nada. Y una de dos: o las bienaventuranzas no son para este  mundo o juzgan sin paliativos a la humanidad que entre todos hemos ido construyendo. Las bienaventuranzas aparecen relatadas en Mateo y Lucas, aunque no con el mismo  número. El primero nos transmite un número mayor -ocho o nueve, según se considere o no la  novena unida a la octava-. Lucas, cuatro. Es posible que Jesús haya utilizado este  procedimiento en más ocasiones, ya que es un recurso pedagógico excelente de predicación  popular. Consta cada una de dos miembros rimados al modo hebreo (en hemistiquios). En el  primero se señala una virtud u opción; en el segundo, el premio o promesa correspondiente.  Tienen gran relación unas con otras, por lo que la recompensa es la misma en varias de ellas,  aunque formulada con palabras distintas. El texto de Lucas tiene una formulación más material y  sus bienaventuranzas están referidas en segunda persona. Parece que fue la forma original.  Mateo destaca el aspecto espiritualista de las mismas y las formula en tercera persona. No imponen preceptos obligatorios; se enuncian como invitación.

Las bienaventuranzas resumen la enseñanza de Jesús y el sentido de su vida. Contrastan con  los valores limitados que están en uso en las sociedades humanas. Nos descubren que la vida  de los hombres tiene una dimensión escondida que no puede descubrirla el que vive  únicamente para sí mismo.

Se refieren tanto al interior del hombre como a sus relaciones sociales. Puntualizan las  actitudes humanas fundamentales, el camino para construir el reino de Dios, el camino de la  nueva humanidad. Son un programa completo de vida: el de los que quieren de verdad ser  seguidores de Jesús.

Para construir su reino, Dios actúa en los pobres y limpios de corazón, en los hambrientos de  justicia, en los perseguidos por ser solidarios con el pueblo...

Jesús "se sentó". Es una forma de indicarnos que la esfera divina es su morada estable. La primera y la última bienaventuranza tienen en Mateo idéntico el segundo miembro y la  promesa o premio en presente. Las otras seis tienen el segundo término diferente y la  recompensa en futuro. De estas seis, las tres primeras mencionan en el primer miembro un  estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. Las tres siguientes enuncian  una actividad o disposición del hombre favorable y beneficiosa para el prójimo, que lleva  también su correspondiente promesa para el futuro.

4. Dichosos los que eligen ser pobres 

POBREZA/RIQUEZA: La primera bienaventuranza es la misma en ambos evangelistas, lo que prueba su  importancia. Nos señala la actitud fundamental que debe tener el seguidor de Jesús. Las palabras "pobre" y "rico" tienen dos interpretaciones: es pobre el que no tiene medios  económicos para vivir, y rico el que los tiene en abundancia. Es el sentido que tienen  normalmente estos vocablos entre nosotros. Y es pobre bienaventurado el que responde a unas  exigencias concretas de solidaridad con la sociedad; rico, el que no piensa más que en sí  mismo.

¿Quiénes son los pobres en sentido bíblico? En la legislación mosaica se designa con este  nombre, primeramente, a los que no poseían tierras (Ex 22,24; Lev 19,10; 23,22). Eran las  gentes pobres en sentido material. Y, como consecuencia aneja a ello, gentes sin influencia  social, desprovistas de apoyo y frecuentemente explotadas y humilladas. De aquí la defensa  que hacían de ellos los profetas (Am 8,4; Is 3,14-15; 10,2; 14,32). Después del destierro de  Babilonia se le añade a lo anterior la de persona que confía en Dios.

No son los de pocas cualidades ni los interiormente despegados del dinero, pero que lo  poseen en abundancia. Este último sentido -tan extendido entre los cristianos- fue excluido  explícitamente por Jesús (Mt 6,19-24; 19,21-24).

Los rabinos nunca alabaron la pobreza voluntaria. Consideraban los bienes y las riquezas  como premio a la virtud personal y la pobreza como castigo. Para Jesús, la pobreza entra en el  plan de Dios; el pobre desprovisto de bienes y que confía en Dios está moralmente preparado  para su ingreso en el reino.

El término "espíritu" expresa fuerza y actividad vital en la concepción semita, las disposiciones  interiores y habituales que orientan el actuar de la persona. Es una actitud ante la vida. Por ello,  ser pobre significa optar, elegir un modo de vivir concreto, que será siempre la búsqueda del  bien común, arrancando desde "abajo".

La bienaventuranza se refiere a los pobres por decisión personal, a los que deciden hacerse  pobres, a los que lo eligen; y los opone a los pobres por necesidad. La pobreza evangélica no  se identifica con la penuria material, sino con la indigencia del hombre que se descubre  necesitado y se abre a la gracia, al bien, a la justicia, al amor, a la paz, a la libertad..., a Dios -a  todo lo que representa-. Es el que renuncia a apoyarse en leyes, seguridades o riquezas de la  tierra; el que opta contra el dinero y el rango social y se pone en las manos de Dios; el que vive  desprendido de lo que no tiene valor absoluto y vive en la tierra como peregrino y en constante  búsqueda.

Sólo un hombre que sea consciente de su vacío podrá ser llenado por algo o por alguien.  Sólo sobre los que eligen ser pobres podrá Dios actuar como rey, porque podrá actuar sobre su  corazón y producirle la felicidad. Lo que significará que no carecerán ya de nada necesario ni  tendrán que someterse a otros para vivir y estarán dispuestos a compartir en todo momento lo  que son y lo que tienen.

El pobre se concibe a sí mismo como gratuidad, nunca como posesión. Sabe que no se  pertenece, que todo se lo debe al Padre. Por esa razón se hace servicio.

La opción por la pobreza realiza en plenitud lo prescrito en el primer mandamiento de Moisés:  "No tendrás otros dioses frente a mí" (Dt 5,7). Lleva a la verdadera conversión, pues quien elige  ser pobre renunciando a acaparar riquezas, al rango social y al dominio, excluye de su vida toda  posibilidad de injusticia.

¿Cuándo recibirán el premio? Aquí está expresado en presente. Pero hemos de tener en  cuenta que, aunque los verbos que se usan están puestos unas veces en presente y otras en  futuro, no pueden utilizarse como argumento decisivo, ya que la permuta de tiempos no afecta a  la idea que se quiere expresar. En el primer caso -premio en presente- hace hincapié en lo  alcanzado ahora y aquí, aunque siempre en espera de su plenitud para el futuro. En el segundo  tiene un sentido escatológico, de plenitud, que siempre será para después de la muerte. Todas  nos están indicando la experiencia actual de dicha que aportan y la plenitud de esa dicha para  el futuro.

El que elige ser pobre goza ya ahora del reino de Dios, al estar viviendo la vida humana  auténtica. Nunca en plenitud, porque tampoco podrá vivir en plenitud la vida verdadera. Es la actitud de pobreza la que hará posible todas las demás bienaventuranzas.

5. Dichosos los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia 

Estas tres bienaventuranzas nos transmiten penalidades para los hombres que quieran vivir  de acuerdo con sus exigencias.

"Dichosos los sufridos". Es propia de Mateo. Añade a la primera -pobreza elegida- una actitud  de benevolencia y comprensión hacia los demás, fruto de su actitud interna. Los sufridos o  mansos son animosos, se comprometen en la lucha por una sociedad justa, suscitan problemas  e incomodidades..., pero no recurren a la violencia ni en situaciones desesperadas. No sufren  con un dolor cualquiera, sino con un dolor profundo, que se manifiesta al exterior en la lucha  que asumen en favor del reino de Dios.

"Heredarán la tierra". Es el premio que se les asigna. La tierra es Palestina, que se había  convertido en símbolo del reino de los cielos. Lo que para los patriarcas fue promesa se había  transformado en el eterno ideal del judío piadoso. Jesús promete la liberación de la opresión,  del luto y el abatimiento del pueblo y de cada persona. Suya será la tierra del futuro, ese futuro  en el que habrán desaparecido las armas, los odios y las violencias de todo tipo.

"Dichosos los que lloran". La tercera bienaventuranza es la misma en Mateo y Lucas. El llanto  a que se refiere indica una angustia muy profunda del alma. Es un dolor real, producido en la  vida concreta, aunque no nos indique su naturaleza ni extensión.

No se beatifica el llanto sin más, sino el llanto causado por el deseo de ser fieles al Dios de  Jesús, lo que implica tomar la cruz de la propia vida y negarse a sí mismo por fidelidad al reino. Jesús abre una nueva perspectiva al dolor. En el Antiguo Testamento, Dios cambiaba el llanto  en risa. Los judíos creían que el dolor era efecto del pecado y los paganos que era causado por  la fatalidad. El libro de Job mostraba ya que el dolor tenía un hondo sentido de purificación.  Jesús lo eleva a actitud privilegiada ante el reino.

"Los que lloran" son también los pobres que, por la codicia de los ricos, han perdido su  independencia económica y su libertad y tienen que vivir sometidos a los que los han  despojado. Viven en tal situación que no pueden expresar siquiera su protesta. ¿Cuándo "serán consolados" o "reirán"? Parece que en el cielo. Pero aunque se presente el  premio en su fase final y definitiva, no excluye el premio parcial y temporal, ya ahora, cuando se  vive el compartir, aunque ello haga llorar a causa de los sufrimientos e injusticias que padecen  la mayoría de los seres humanos. ¿No es premio la satisfacción de estar trabajando por el  mundo que Dios quiere, a pesar de las lágrimas que nos pueda ocasionar? Quizá haga falta  haber llorado alguna vez para entenderlo. Las bienaventuranzas se experimentan, se viven...,  pero es difícil explicarlas.

"Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia". La cuarta bienaventuranza de Mateo es  formulada por Lucas en segundo lugar, aunque de forma más breve. Éste sólo habla de los que  tienen hambre, pero el sentido es el mismo que en Mateo, expresado de una forma más primitiva  y más de acuerdo con las palabras originales de Jesús. Los hambrientos serán bienaventurados  únicamente desde una perspectiva religiosa y mesiánica, única forma de alcanzar la justicia en  toda su profundidad.

No se beatifica al que desea que Dios intervenga para implantar su justicia en la tierra, sino al  que ansía que la justicia de Dios se implante en la sociedad y trabaja duramente para hacerla  realidad. No podemos cruzarnos de brazos ante las injusticias que cometen unos hombres sobre  otros, unas naciones sobre otras.

Dos frases evangélicas del mismo sermón de la montaña nos pueden ayudar a profundizar el  verdadero sentido de esta bienaventuranza: "Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia;  lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,33); "Si vuestra justicia no supera a la de los escribas  y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5,20).

Los hambrientos de justicia son también los sufridos y los que lloran o viven sometidos sin  resignarse. Indica el anhelo vehemente de algo indispensable para la vida. ¿No es la justicia tan  necesaria al hombre como la comida y la bebida? La justicia a que se refiere es la de ver a la  humanidad libre de todas las opresiones, gozando de independencia y libertad, teniendo los  bienes necesarios para una vida digna, viviendo los verdaderos ideales humanos.

El premio que se promete a estos esforzados es el de quedar "saciados". Es decir, no sólo  experimentarán en ellos y en los demás la desaparición de todas las hambres, sino que verán  colmadas todas sus esperanzas, todos sus sueños. En el reino del futuro, hacia el que  caminamos, no quedará ni rastro de la injusticia.

6. Dichosos los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz  Son tres actividades o actitudes humanas que favorecen las relaciones con los hombres de  buena voluntad.

"Dichosos los misericordiosos". Lucas no la trae. No beatifica a los temperamentos sensibles y  sólo aparentemente compasivos, ni la misericordia puramente afectiva y no efectiva en la  medida de lo posible. Es una misericordia que está en función del reino de Dios.

Para valorarla en toda su profundidad, lo mejor es contrastarla con otros pasajes del mismo  Mateo. En ellos descubrimos dos sentidos: perdonar siempre las ofensas que nos hagan (Mt  9,13; 18,21-22.33) y hacer el bien a todos (las curaciones a Jesús), comenzando por lo corporal  (Mt 25,35-36).

Debe practicarse con todos los hombres, superando el concepto de los rabinos, que la  proponían únicamente para con los judíos. Jesús beatifica la misericordia universal y absoluta,  realizada en función del reino.

Afirma la necesidad de hacer con los demás como queremos que los demás y Dios hagan con  nosotros (Mt 7,2). Aunque la medida que Dios emplee con nosotros será siempre un secreto y  superará infinitamente lo que nosotros hagamos.

La recompensa que se ofrece tiene un valor escatológico: obtener la gran misericordia del  ingreso definitivo en el reino de Dios. Pero sin olvidar la recompensa que experimenta ya ahora  el que vive de acuerdo con sus planteamientos.

"Dichosos los limpios de corazón". También esta sexta bienaventuranza es exclusiva de  Mateo. Los hebreos usan indistintamente las palabras corazón y espíritu. Son los de conducta  irreprochable, los que no piensan de una manera y obran de otra, los que han quemado todos  los ídolos, los que no abrigan malas intenciones contra los demás, los de conducta transparente  y sincera, los que crean confianza a su alrededor... Tendrán una profunda y constante  experiencia de Dios en su vida.

Esta limpieza de corazón o de espíritu no se consigue con ritos ni con observancias religiosas,  sino con una verdadera disposición hacia los demás y la fidelidad a la propia conciencia. Es una  llamada a los cristianos para que superemos la moral de los fariseos, que, a fuerza de  purificaciones y prescripciones legales, había degenerado en un ritualismo estéril y materialista  (Mt 23, 25-28).

"Verán a Dios". Es el premio que recibirán. ¿Qué significa? Que lo experimentarán ahora  como presente, al estar viviendo sus mismos gustos y actitudes, aunque la plenitud de su visión  sólo será posible para después de la muerte.

¿Dónde ver hoy a Dios? En un corazón sincero, sin doblez, sin prejuicios... ¿En el rostro de  un niño? 

"Dichosos los que trabajan por la paz". Sólo la menciona Mateo. Jesús habla de trabajar por la  paz y, él no vaciló en dividir a los hombres, en hacerse impopular y quedarse solo. ¿Qué es la  paz? La paz simboliza la felicidad del hombre individual y socialmente considerado. Condensa  las dos bienaventuranzas anteriores. En una sociedad en la que todos estuvieran dispuestos a  compartir con los demás y nadie tuviera malas intenciones contra los otros, la justicia se  realizaría plenamente y el hombre alcanzaría la felicidad. Es fruto de la justicia (Is 32,17). No se beatifica a los que tienen paz, ni se habla de una simple paz temperamental, ni de  ausencias de guerras, sino de una paz ofrecida a los que trabajan por ella. Incluye a todos los  que trabajan por la justicia, por hacer respetar los derechos de los débiles, única forma de  lograr la verdadera paz.

A éstos Dios los llamará hijos suyos, porque están realizando la misma actividad del Padre. El  premio en plenitud lo recibirán, como en las demás bienaventuranzas, en el futuro. Pero ya  ahora experimentan la alegría de estar colaborando a la implantación del reino. Un reino que no  podrá implantarse con armas ni violencias, sino con justicia, libertad, amor... 

7. Dichosos los perseguidos 

La octava bienaventuranza de Mateo suele considerarse unida a la siguiente. Es cierto que  son muy parecidas -como lo son todas-, pero tienen una diferencia de matiz: ésta es más  genérica.

Esta bienaventuranza completa a la primera al exponernos la situación en que vivirán los que  hagan la opción contra el dinero. La sociedad -basada en la ambición de poder y de riquezas-  no tolerará la existencia y la actividad de personas o grupos que trabajen para derribar las  bases de su sistema, única forma de hacer realidad el reino de Dios. La consecuencia inevitable  de esta opción por el reino será la persecución, signo de estar al lado de Cristo y en la línea de  todos los verdaderos profetas. Una persecución que no representa un fracaso, sino un triunfo.  Estos, lo mismo que los pobres, poseen ya el reino de los cielos, aunque no se les manifieste  todavía en toda su plenitud.

"Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por  mi causa". Esta ¿novena? bienaventuranza es común en Mateo y Lucas. Incluso Mateo, a  diferencia de las otras, emplea la segunda persona coincidiendo con Lucas, que lo ha hecho en  todas. Explicita la persecución en insultos, persecuciones y calumnias por causa de Jesús. Es necesario clarificar: no todas las persecuciones, insultos o calumnias están incluidas aquí,  sino únicamente las que sean a causa de Jesús. Es fácil y cómodo, ante las críticas que la  sociedad hace a la Iglesia y a los cristianos, aplicarnos sin más estas palabras de Jesús.  Deberíamos saber que muchas de las críticas -quizá la mayoría- son a causa de nuestra  infidelidad al evangelio. Sólo los que están dispuestos a persecuciones, insultos, calumnias...  sirven para construir el reino de Dios en este mundo. La persecución es una prueba de que la  vida de los discípulos está causando impacto en la sociedad. Es su éxito. ¿Nos persiguen por  causa de Jesús? 

"Estad alegres y contentos...'` Todo, incluso el dolor y la persecución, puede ser motivo de  felicidad para el hombre que vive su vida con sentido y mirando al futuro de Dios. Las bienaventuranzas nos ofrecen la alternativa de Dios a la vida del hombre: poseer la tierra  sin despojar a los demás, enfrentarse con el poderoso y alentar al débil... Unas  bienaventuranzas o reino de Dios que no ofrecen su premio exclusivamente para el más allá,  sino su inicio en el ahora y aquí.

Las bienaventuranzas nos hacen descubrir la falsedad de los valores mundanos al  introducirnos en la realidad de Dios y posibilitarnos vivir ya en parte en la humanidad que  anhelamos.

Jesús no llama dichosos a los que están en el paro, ni a los que mueren de hambre en  cualquier parte del mundo, ni a los presos que son sádicamente torturados... Estos no son  felices, ni pueden serlo, en la situación en que se encuentran.

BITS/ALIENACION Las bienaventuranzas no están de acuerdo con la  alienación, la miseria o la marginación. Quien favorezca o consienta el hambre, la incultura, la  injusticia, la mentira, la opresión... no es cristiano. Jesús no da la enhorabuena a quienes no  son respetados en su dignidad humana, porque eso es una injusticia Y las bienaventuranzas  están en las antípodas de pretender la construcción de una sociedad injusta. Son dichosos los  que luchan por una sociedad mejor para todos y por ello tienen que sufrir...

Las bienaventuranzas son la explicación de lo que significa ser cristiano para Jesús. Con un  estilo muy fácil de comprender alaban la actitud de los que ponen su corazón en la construcción  del reino, de los que tratan de vivir cada día más de acuerdo con el evangelio y ayudan a los  demás para que también lo hagan. Son la manifestación evidente de que lo que valora el  evangelio no tiene nada que ver con los valores de nuestra sociedad.

¿Están nuestra Iglesia y nuestras comunidades edificadas sobre las bienaventuranzas o  sobre presupuestos mundanos? En la medida en que predominan en ellas los criterios de la  sociedad del prestigio y de las riquezas estarán siendo caricaturas del reino predicado y vivido  por Jesús de Nazaret.

8. Las maldiciones 

Lucas completa las bienaventuranzas con unas maldiciones, con las que nos alerta a no  poner el corazón en los placeres, poderes y riquezas de este mundo. Parece que se refieren  principalmente a los escribas y fariseos, a los que Jesús dedicará en otra sección de Lucas  fuertes imprecaciones (Lc 11,42-52) -aunque menores que Mateo en su capítulo 23-; a los  saduceos, que se aprovechaban de sus puestos de privilegio en la sociedad judía para llevar  una vida de lujo, y a las grandes familias sacerdotales por su falta de verdadero espíritu  religioso, sus grandes negocios -incluso dentro del templo- y sus triunfos mundanos, logrados  sin importarles demasiado los medios. ¿A quiénes las dedicaría ahora? 

No interpretaríamos correctamente las bienaventuranzas si olvidáramos su parte negativa. Sin  este riesgo de fracaso, sin la posibilidad de permitir que la riqueza de la vida nos destruya  internamente, las palabras de Jesús no habrían respetado nuestra libertad.

A la luz del reino de Dios se desvela el fracaso de los que viven en el poder y en la riqueza de  la tierra y, a causa de ello, oprimen y destruyen la existencia de los demás.

¿Quiénes son los ricos, los saciados, los que ríen, los bien vistos por todos? Son los que han  puesto el corazón en sí mismos y en sus cosas, los que viven en función de su prestigio, de  comer, vestir, divertirse... Son los que no tienen necesidad de nada -ni de Dios, aunque hablen  de él-, porque lo tienen todo. Son los que sólo piensan en ser más ricos, en estar más saciados,  en reír más, en ser más importantes. Son los que no temen nada porque creen que con el  dinero pueden resolverlo todo, los que dan de lo que les sobra, los que guardan las apariencias  por miedo al "qué dirán", los que van a misa "por si acaso" y viven sin ningún compromiso y  rodeados de lujo... A todos ellos les va a resultar muy difícil entrar en el reino de los cielos...,  porque no lo necesitan ni lo desean. ¿A qué mejor vida, piensan, pueden aspirar que a la que  llevan aquí? 

Los ricos, los satisfechos, tienen bastante con los límites de este mundo; horizonte muy  vulnerable, reducido y de precaria realidad, a pesar de las apariencias; horizonte corto, como lo  es la vida del hombre sobre la tierra.

Una persona que contemple todas las cosas de este mundo cerrado a la trascendencia no  tiene más futuro que la muerte. Ahí radica la inmensa tragedia del hombre cerrado al infinito y a  la plenitud, del hombre llamado -quizá hasta a pesar suyo- al más allá. 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET 2
 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 6-19