COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Jr 17, 05-08

1. 

De forma sencilla como en el Sal 1 que es posterior, se hace aquí una contraposición entre los "dos caminos", el que siguen los justos y el de los impíos. Estos son unos necios que ponen su confianza sólo en los hombres y en la debilidad de la carne.

Sobre ellos recae la maldición de Dios, su vida es como la de un cardo en el desierto y en la tierra salobre. Pero bendice a los que ponen en él toda su confianza: son como árbol plantado junto al arroyo, que da fruto incluso en los años de sequía. En el salmo citado, se compara la vida del impío a la paja que se la lleva el viento.

El texto de Jeremías recoge la primera de cuatro máximas sapienciales del c. 17, todas ellas se refieren a la retribución con la que el Señor premia a los justos.

Podemos ver aquí el peculiar concepto de verdad que tiene la Biblia y que difiere notablemente de la verdad abstracta o la que se dice sobre las cosas. Dios no es la verdad de una frase o una teoría verdadera, sino la verdad misma que existe. Nadie puede vivir de una frase, nadie puede fundar su vida en una verdad abstracta, tampoco puede amarla, ni tiene que morir por ella. En cambio uno puede apoyar su vida en un verdadero amigo, puede amarlo y hasta morir por él. Pero sobre todo puede fundarse en el Dios vivo, en el que no nos falla. Porque Dios es como un río para las raíces de un árbol, o como la roca para los fundamentos de una casa. Adherirse a Dios, a la verdad viva, es creer en él, confiar en él, amarlo sobre todas las cosas. Algo muy distinto a un conocimiento teórico.

EUCARISTÍA 1983, 9


2.

-El material de este cap. 17 es muy heterogéneo y no guarda conexión alguna entre sí; la datación de cada una de sus secciones resulta poco menos que imposible.

Los vs. 5-11 constituyen una colección de palabras sapienciales en desarmonía total con lo que antecede y con los que sigue. Por su naturaleza, estas sentencias son anónimas y pertenecen al patrimonio cultural de la comunidad. ¿Fue Jeremías el primero en pronunciarlas? Para nada nos interesa. El profeta, miembro de esa comunidad, pudo muy bien pronunciarlas y esto nos basta.

-La perfecta contraposición entre los vs. 5-6 y 7-8 (maldición/bendición; cardo estepario/árbol plantado junto al agua; muerte/vida) da unión a esta sección y de ella se sirve el autor para exponernos su pensamiento. Antítesis que nos recuerda las contraposiciones, tan frecuentes en Prov. 10-15, entre sensato e insensato, honrado y malvado, etc.

Nuestra confianza debe apoyarse en el Señor y no en la fuerza humana (cfr. 2 Cron. 32,8). Quien en sí mismo confía se encuentra con la maldición porque los hombres, incluso los nobles, no pueden salvar (cfr. Sal. 118,8; 146, 3). Su fin es la muerte, como la del cardo en el desierto. Por contraposición, se elogia al hombre que pone su confianza y se refugia en el Señor (Sal. 2,12; 34,9;40,5;146,5) y en él pone su apoyo. Su fin es la vida, la salvación, como el árbol plantado junto a la corriente del agua que siempre verdea (cfr. Sal. 1; Ez. 47,12); sería muy útil leer la adaptación que hace de este salmo 1, Ernesto Cardenal en su obra "Salmos" ("Cuadernos Latinoamericanos", Buenos Aires, 1969).

Y nosotros, ¿en quién ponemos nuestra confianza?, ¿en el poder de nuestra fuerza, del partido político, de la guerra? No hace muchos domingos, Miq. 4,14-5,5, nos recordaba que la salvación no viene del poder humano, sino de ese jefe de Israel que pastoreará en paz a su rebaño. ¡Y nosotros, erre que erre! ¡Poco hemos progresado!

DABAR 1983, 15


3.

El hombre feliz y que da fruto es aquel cuya vida está enraizada en una firme confianza en Dios. Se contraponen la actitud orgullosa de confiar en uno mismo o en los hombres débiles y propensos al pecado(=carne), con la de confiar totalmente en el Señor que penetra hasta las profundidades del corazón humano.

MISA DOMINICAL 1990, 6


4. J/ARBOL-V: /Jr/17/05-10

Este pasaje agrupa dos textos diferentes que, por otro lado, no son, probablemente, de manos de Jeremías, sino que pertenecen más bien a la literatura sapiencial.

El primero (vv. 5-8) es un salmo que, probablemente, inspiró el Sal 1; el segundo (vv. 9-11) engloba dos proverbios, de los que solo el primero figura en la liturgia de este día. El salmo contrapone el justo al impío en una serie de comparaciones muy sugestivas, como la del árbol. El proverbio, por su parte, insiste sobre la profundidad insospechada del corazón humano, al que solo Dios puede conocer.

El mito antiguo del árbol de la vida (Gén 2, 9) es la base del tema del árbol y de sus frutos. Pero la tradición judía ha depurado este mito pagano haciendo depender la posesión de los frutos del árbol de la actitud moral (Gén 3, 22).

La corriente sapiencial utilizará frecuentemente el árbol de la vida, comprendiendo dentro de esa imagen la vida moral del hombre, productora de los frutos de vida larga y de felicidad (Prov 3, 18; 11, 30; 13, 12; 15, 4).

La corriente profética, por su parte, aplicará el tema del árbol y de sus frutos a todo el pueblo, en la medida de su fidelidad a la Alianza (Is 5, 1-7; Jer 2, 21; Ez 15; 19, 10-14; Sal 79/80, 9-20) Dios destruirá el árbol que no produce buenos frutos.

Otra corriente profética compara al Rey (y también al Mesías) con un árbol (Jue 9, 7-21; Dan 4, 7-9; Ez 31, 8-9). Este cliché, corriente en las literaturas orientales, tiene la ventaja de personalizar el tema y de hacer comprender que el pueblo puede sacar provecho de la vida de uno solo: la vida del rey, tronco central, se comunica, en efecto, a las ramas y a los sarmientos.

Al final de la evolución de esas distintas corrientes el Justo es, a su vez, comparado con un árbol que produce frutos llenos de sabor, mientras que los otros árboles permanecen estériles (Sal 1; 91/92, 13-14; Cant 2, 1-3; Eclo 24, 12-27). Pero se necesita también que ese árbol sea regado por Dios. Ezequiel prevé que la economía escatológica llevará a efecto esa fecundidad del árbol (Ez 47, 1-12). Antes de plantar El mismo su cruz portadora del fruto eterno, Cristo denuncia, efectivamente, el árbol de Israel, que no ha producido frutos (Mt 3, 8-10; 21, 18-19). Personalizando este tema, Juan hace del mismo Cristo el árbol que produce fruto (Jn 15, 1-6) y en el que hay que estar injertado para producir a su vez buen fruto.

Los frutos que podemos producir, injertados en el árbol de vida, que es Cristo, son los "frutos del Espíritu Santo" (Gál 5, 5-26; 6, 7-8, 15-16), es decir, las obras que despiertan en nosotros la presencia de la vida nueva, la pertenencia al Hombre nuevo.

Finalmente, el árbol de vida será plantado definitivamente en el Paraíso, rodeado de todos los árboles portadores de frutos para la eternidad (Ap 2, 7; 22, 1-2, 14, 19).

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 95s.