COMENTARIOS AL SALMO 31

 

DICHOSO EL QUE ESTÁ ABSUELTO DE SU CULPA


Dichoso el que está absuelto de su culpa, 
a quien le han sepultado su pecado; 
dichoso el hombre a quien el Señor 
no le apunta el delito. 

Mientras callé se consumían mis huesos, 
rugiendo todo el dia, 
porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; 
mi savia se me había vuelto un fruto seco. 

Había pecado, lo reconocí, 
no te encubrí mi delito; 
propuse: "confesaré al Señor mi culpa", 
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. 

Por eso que todo fiel te suplique 
en el momento de la desgracia: 
la crecida de las aguas caudalosas 
no lo alcanzará. 

Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación 

Te instruiré y te enseñare 
el camino que has de seguir, 
fijaré en ti mis ojos. 

No seáis irracionales 
como caballos y mulos, 
cuyo brío hay que domar 
con freno y brida; 
si no, no puedes acercarte 

Los malvados sufren muchas penas; 
al que confía en el Señor, 
la misericordia lo rodea 

Alegraos, justos, y gozad con el Señor, 
aclamadlo, los de corazón sincero. 
Jueves de la 1ª semana: vísperas

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* P/ALIANZA: Este salmo se atribuye a David. Es la acción de gracias de un pecador. Notemos la audacia maravillosa de este salmo. Lejos de ocultar, en forma individualista, en lo secreto de su conciencia personal, este hombre culpable confiesa en público que es pecador, se apoya en su propia experiencia de hombre reconciliado para sacar lecciones de sabiduría que pueden ser útiles a todos: al final del salmo, invita a todo el mundo a festejar en la alegría y el júbilo, este perdón de que ha sido objeto.

Observemos la pureza de esta actitud religiosa: todo el drama del pecado se sitúa en el interior de la "relación con Dios". No se trata aquí del simple fenómeno sicológico del remordimiento, de la vergüenza... Se trata de la ruptura de la Alianza, de la reanudación del diálogo de amor, entre dos seres que se aman, y que se han hecho mal, pero que se perdonan. "Dichoso el hombre a quien el Señor no acusa de falta alguna. Te he confesado mi falta. Y Tú has perdonado la ofensa de mi falta. Tú eres mi refugio. El Señor rodea con su gracia (con su "Hessed", "amor fiel") a aquellos que "confían en El". Aquí está la palabra clave de la Alianza, la palabra "amor". ¡Este largo diálogo en tuteo, es conmovedor!

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Necesariamente, pensamos en las parábolas de la misericordia, que terminan lo mismo que este salmo por el estribillo: "alegraos conmigo... Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte..." (Lucas 15, 6-10.32).

También para Jesús, el perdón del pecado es una manifestación de amor. Al fariseo Simón, que se escudaba en su integridad moral altiva, Jesús presenta el ejemplo de la pobre pecadora que vino públicamente a llorar sus pecados. "Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra". (Lucas 7,44 - 50).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Las interferencias del espíritu y del cuerpo. Los estudios de la biología y del sicoanálisis han puesto en evidencia la profunda unidad del compuesto humano: lo mental influye sobre lo corporal y lo corporal sobre lo espiritual. La mentalidad semítica iba aún más lejos al afirmar que el pecado podría ser la causa de la enfermedad: "mientras callé mi pecado, mi cuerpo se agotaba y gemía todo el día. Tu mano pesaba sobre mí, día y noche, me desecaba como la hierba en estío". Jesús reaccionó contra esta concepción demasiado rigurosa que establece relación entre el pecado y el castigo corporal: "Ni él ni sus padres han pecado, para que él sea ciego de nacimiento". (Juan 9,3). Pero sigue siendo cierto que el pecado no es bueno para la salud y Freud propuso una terapéutica cuyo punto esencial es la "toma de conciencia y confesión" de aquello que se oculta en las cavernas inconscientes de la sicología profunda. En un contexto muy diferente por cierto, estamos cerca de la afirmaci6n del salmista.

La confesión, fuente de liberación. CONFESION/LIBERACION: "Me has rodeado de cantos de liberación", dice el pecador que ha confesado su pecado. E insiste en la libertad profunda del paso: "no imites la testarudez de las mulas o de los caballos que se doman mediante el freno y la rienda". Efectivamente el hombre que reconoce su pecado se convierte en un hombre libre, que no necesita "ni freno ni rienda". Marcha solo. Es responsable de sus actos. Paul Claudel traduce en esta forma: "Oh alma mía, no seas como la bestia. Deja eso al caballo y a la mula... No seas como el caballo y la mula que no tienen inteligencia. Con el freno y la rienda se domina su quijada...".

La confesión, acto de veracidad. La Fontaine, en este sentido, aconsejaba llamar: "gato al gato, y Rollet al bribón". La mayor degradación del hombre, consiste en justificar el mal que ha hecho, llamando "blanco" a lo que es "negro". Confesar el pecado cometido no es degradante, es por el contrario hacer un acto de veracidad: ¡esto es admirable!

Interceder por la irresponsabilidad de un malhechor puede ser cosa muy hábil, y si es verdad hay que decir sin más: "este hombre es irresponsable"... ¿Pero somos conscientes de que la dignidad esencial de este hombre ha sido degradada? La peor mentira que puede hacerse uno mismo es maquillar de bien el mal que se ha cometido. "Dichoso el hombre cuyo espíritu no es tramposo", dice el salmo. "Quien vive de acuerdo a la verdad, se acerca a la luz", decía Jesús. "La verdad os hará libres". (Juan 3,21; 8,32).

Un sacramento de reconciliación festivo. Si el pecado con el cual se "trampea", se oculta en el interior de uno mismo, se descompone y envenena literalmente la conciencia igual que un cadáver... Por el contrario el "perdón" es hoy una celebración festiva. "¡Qué el Señor sea vuestra alegría! cantad vuestro júbilo".

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I.
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 78 s.


2. 

El salmo 31 nos muestra una experiencia profundamente humana, y con ella una enseñanza universal, válida para todos y para siempre.

Sabemos que el salterio de la Biblia es como esta radiografía sorprendente y magnífica, que revela toda la interioridad del alma humana que llega a sus más hondos recovecos y que los manifiesta de una manera sincerísima. Y siempre lo hace en unas coordenadas de fe en Dios y de confianza en El.

Hoy nos lo hace el salmo 31, uno de los salmos llamados penitenciales.

Es la experiencia de la necesidad imperiosa del perdón: cómo el alma humana aspira al perdón y cómo se siente aliviada y feliz cuando se obtiene.

En la débil estructura del corazón del hombre hay fuerzas y realidades que lo aprisionan, que lo angustian, que lo hacen infeliz. Son fuerzas que lo agobian y lo determinan. Díganse pecado, injusticia, egoísmo, hay algo que deja en nosotros un poso de inquietud, de vacío, de miedo, de depresión, de soledad. Algo que la conciencia detecta y vive, y que la convierte, como dice el poeta, en "delator, juez y verdugo". Así de pobre es el hombre, así de débil.

Y esto lo sufre el corazón humano. Y es esto lo que estupendamente ha analizado el salmista. Muy profundo debió ser el autor de este salmo. La Biblia dice que fue David, y al menos para la primera parte del salmo, no habría ningún serio inconveniente para atribuírselo. El, David, que tantas experiencias tuvo y que tan bellamente supo cantar la realidad interior del hombre y de su fe.

Experiencia del agobio

No de una manera abstracta, sino basándose en la propia experiencia, en la vivencia de un tormento interior, el autor nos ha analizado su situación interna. Vive en desasosiego, en el agobio. Un remordimiento profundo o una insatisfacción constante lo invaden y no le dejan en paz: "sus huesos se consumen, ruge todo el día". Algo que le roba la paz y la serenidad, algo que le hace infeliz. Y en la raíz de todo descubre el pecado: "Había pecado, lo reconocí". En sus múltiples formas el pecado sabe tiranizar al hombre, a veces de una manera tan sutil que solamente él lo siente y los demás no se percatan. Pero allí está su obra y sus consecuencias. Causa de insatisfacción, de complejos, de desesperación y de infelicidad, su peso se hace a veces insoportable. Se siente la necesidad de liberarse de él, de salir, de gritar, de confesar...

Y esto es lo que nos dice magistralmente el salmista. Su sufrimiento era indecible, sus fuerzas habían flaqueado, su vigor, "su savia" convertida en sequedad, en "fruto seco".

Pero es capaz de controlar su situación, de considerarla, de ponderarla, de ver sus causas y sus raíces. Y entonces con gran sinceridad reconoce ante Dios su pecado, no oculta su culpabilidad: pide perdón, se humilla, baja sus ojos.

Y ahora experimenta la alegría y la felicidad de un corazón en paz, reconciliado. Puede exclamar con toda verdad, con todo asentimiento: "Dichoso el que está absuelto de su culpa a quien le han sepultado su pecado, dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito

El ejemplo del evangelio

Uno de los atractivos mayores del evangelio es que con mucha frecuencia nos presenta casos de perdón. Casos en los cuales nosotros, a veces de manera inconsciente, nos vemos representados, y por esto nos llegan tan adentro.

Vemos el caso de un Zaqueo, de una pecadora arrepentida, de una mujer adúltera, de un buen ladrón... almas que pasaban por el mismo tormento del salmista y que recobraron la paz y la alegría.

Cristo supo siempre perdonar, devolver la felicidad del alma. El llevó a su culmen de perfección la experiencia del perdón y de la alegría tras la inquietud del pecado.

Pero esta realidad consoladora ya la había enseñado unos siglos antes estupendamente un salmo de la Biblia, el salmo que hoy consideramos.

Una lección en dos apartados

El salmo 31 está compuesto por dos partes distintas en ritmo y en ideas. La primera (vv. 1-7) es como la autobiografía, el análisis de su situación y de su reacción. La segunda (vv. 8-11) es una enseñanza sapiencial, como una exhortación a seguir el recto camino y evitar así la deserción y la caída en la noche del pecado.

a) En la primera parte vemos un aspecto de la pedagogía divina. El mismo hombre llega a descubrir su propio camino y se percata de su error. Es semejante a la constatación de Jeremías: "Un doble crimen ha cometido mi pueblo: dejarme a mí, fuente de aguas vivas, y excavarse cisternas agrietadas, incapaces de contener el agua... Reconoce y advierte cuán malo y amargo es para ti haberte apartado de Yahvé, tu Dios, y haber perdido mi temor" (Jr 2,13.19)

Por el aviso de la inquietud y del remordimiento el hombre va oyendo siempre más la invitación a salir de su opresión y esclavitud. Llega al reconocimiento de sus pecados, a la confesión humilde de su estado. Y Dios, le ofrece su perdón generoso que le permite recobrar la paz y la amistad.

Y esto, más que un puro mecanismo psicológico, más que una ascesis, es en el fondo una gracia del Señor, una llamada de Dios a volver a él, para entrar de nuevo en su intimidad y en su amistad, donde se encuentra la verdadera paz y alegría. Asi nos lo dice el mismo salmista: "Tú eres mi refugio, me libras del peligro, / me rodeas de cantos de liberación"

b) Pero luego, el salmista, probablemente otro autor posterior, completó la lección primitiva y emocional del principio con una enseñanza hecha exhortación y orientación.

Lo hace en bien de todo Israel, para enseñarle que no se tiene que resistir la gracia del Señor que nos traza el camino. De una manera metaforica nos dice que no hemos de ser como el caballo o el mulo que rechazan todo freno. ¿Qué se puede sacar de ellos, qué se puede hacer con ellos? Nada, ni se les puede acercar. En cambio el que se somete al "freno y a la brida" de la voluntad de Dios está destinado a un camino de utilidad y servicio del que muchos se beneficiarán.

El ser indómito podrá parecer feliz y libre, pero su libertad se convertirá en libertinaje y el vacío de su vida será irreparable. En cambio el que teme al Señor, el que confía en él, "la misericordia lo rodea", vive en una atmósfera en la que todo le es favorable, en la que todo tiene sentido, incluso lo que aparentemente es negativo. Nos dirá san Pablo que "todas las cosas contribuyen en bien de los que aman a Dios" (Rm 8,28).

El justo, el temeroso de Dios, no tendrá sino motivos de alabar a Dios y de gozarse en él, y de ver su vida llena de bienes con los cuales habrá podido llegar a sus hermanos y sembrar bendición y concordia.

El salmo en nuestra vida

El salmo 31 es siempre actual, enraizado en la misma entraña del ser humano. Todo hombre sufre en su vida y en su ser el efecto de su debilidad y de su pobreza espiritual, necesitada de todo, necesitada sobre todo de la gracia.

La realidad del pecado acecha siempre. Y apenas la razón asoma a nuestras vidas esta realidad fatídica nos domina. "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos" (1 Jn 1,8). David, Pedro, Agustín, Charles de Foncault, nos han dado un ejemplo manifiesto en esta realidad: sucumbieron al pecado, pero lloraron y se arrepintieron y no sólo recobraron su vida verdadera y su paz, sino que fueron ejemplos estupendos de conversión que han animado a innumerables almas a seguir su camino, el camino que tan sinceramente, tan bellamente, había seguido el autor del salmo 31.

Puerta abierta a la confianza, camino ya marcado para nuestras vidas en algo que incide profundamente en nuestro ser. Ojalá el salmo que hemos visto sea una voz de invitación que nos conduzca hacia Dios, que es donde se encuentra la paz y la alegría.

J. M. VERNET
DOSSIERS-CPL/22


3.

He obrado el mal, y he pretendido olvidarlo. Le he quitado importancia, lo he acallado, lo he disimulado. Me he justificado a mí mismo en secreto ante mi propia conciencia: no se trata de nada importante, a fin de cuentas; todo el mundo lo hace; no tenía más remedio; ¿qué otra cosa pude haber hecho? Dejémoslo en paz, y su recuerdo desaparecerá; y, cuanto antes, mejor.

Pero el recuerdo no pasó. Al contrario, aumentó en mí la tristeza y el desasosiego. Cuanto más tiempo pasaba; más agudo se hacía el aguijón del dolor en mi conciencia. Mis esfuerzos por olvidarme sólo habían conseguido turbarme y apesadumbrarme más.

«Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se me había vuelto un fruto seco».

Estaba disgustado conmigo mismo y enfadado con mi propia debilidad. Algo quedaba colgando en mi pasado: una herida abierta, un capítulo inacabado, un delito sin expiar. Había tragado veneno, y allí estaba distribuyendo por todo mi organismo su efecto letal de angustia y desesperación. Por fin, no pude más y hablé.

«Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito: confesaré al Señor mi culpa. Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado».

Lo manifesté todo ante mí mismo y ante ti, Señor. Admití todo, acepté mi responsabilidad, confesé. Y al momento sentí sobre mí el favor de tu rostro, el perdón de tu mano, el amor de tu corazón. Y exclamé con alegría nueva: «¡Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado! ¡Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito!.

Dame la gracia de ser transparente, Señor. Transparente contigo y conmigo mismo y, en consecuencia, con todos aquellos con quienes trato. No tener nada que esconder, nada que disimular, nada que disfrazar en mi conducta o en mis pensamientos. Quiero acabar con todas las sombras por los rincones de mi alma o, más bien, aceptarlas como sombras, es decir, aceptarme a mí mismo tal como soy, con sombras y todo, y aparecer como tal ante mi propia mirada y la de todos los hombres y la de tu suprema majestad, mi Juez y mi Señor. Que me conozca yo tal como soy, y que así me conozcan también los demás. Quiero ser honesto, sincero y cándido. Quiero ser transparente en mis luces y en mis sombras. Y que la gratitud de la realidad me compense por los fallos de mi flaqueza.

«Tú eres mi refugio: me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS
Ed. Sal Terrae. Santander 1989, págs. 63


4. Juan Pablo II: La alegría del perdón de Dios implica la conciencia del pecado
Medita en el Salmo 31, cántico de acción de gracias de un pecador perdonado

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 19 mayo 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 31, acción de gracias de un pecador perdonado.

 

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.
No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.

Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.




1. « Dichoso el que está absuelto de su culpa». Esta bienaventuranza, con la que comienza el Salmo 31 que se acaba de proclamar, nos permite comprender inmediatamente el motivo por el que ha sido introducido por la tradición cristiana en la serie de los siete salmos penitenciales. Tras la doble bienaventuranza del inicio (Cf. versículos 1-2), no nos encontramos ante una reflexión genérica sobre el pecado y el perdón, sino ante el testimonio personal de un convertido.

La composición del Salmo es más bien compleja: tras el testimonio personal (Cf. versículos 3-5), se presentan dos versículos que hablan de peligro, de oración y de salvación (Cf. versículos 6-7), después viene una promesa divina de consejo (Cf. versículo 8) y una advertencia (Cf. versículo 9). Por último, se enuncia un dicho sapiencial antitético (Cf. versículo 10) y una invitación a alegrarse en el Señor (Cf. versículo 11).

2. En esta ocasión, retomaremos sólo algunos elementos de esta composición. Ante todo, el que ora describe la penosa situación de conciencia en que se encontraba cuando callaba (Cf. versículo 3): habiendo cometido graves culpas, no tenía el valor de confesar a Dios sus pecados. Era un tormento interior terrible, descrito con imágenes impresionantes. Se le consumían los huesos bajo la fiebre desecante, el calor asfixiante atenazaba su vigor disolviéndolo, su gemido era constante. El pecador sentía sobre él el peso de la mano de Dios, consciente de que Dios no es indiferente ante el mal perpetrado por la criatura, pues él es el guardián de la justicia y de la verdad.

3. Al no poder resistir más, el pecador decide confesar su culpa con una declaración valiente, que parece una anticipación de la del hijo pródigo en la parábola de Jesús (Cf. Lucas 15, 18). Dice con corazón sincero: «confesaré al Señor mi culpa». Son pocas palabras, pero nacen de la conciencia; Dios responde inmediatamente con un perdón generoso (Cf. Salmo 31, 5).

El profeta Jeremías dirigía este llamamiento de Dios: «Vuelve, Israel apóstata, dice el Señor; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque piadoso soy, no guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa, pues contra el Señor tu Dios te rebelaste» (3,12-13).

Se abre de este modo ante «todo fiel» arrepentido y perdonado un horizonte de seguridad, de confianza, de paz, a pesar de las pruebas de la vida (Cf. Salmo 31, 6-7). Puede llegar todavía el momento de la angustia, pero el oleaje del miedo no prevalecerá, pues el Señor conducirá a su fiel hasta un lugar seguro: « Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación» (versículo 7).

4. En este momento, el Señor toma la palabra para prometer que guiará al pecador convertido. No es suficiente con purificarse; es necesario caminar por el camino recto. Por eso, al igual que en el libro de Isaías, (Cf. 30, 21), el Señor promete: «Te enseñaré el camino que has de seguir» (Salmo 31, 8) y hace una invitación a la docilidad. El llamamiento se hace apremiante y algo irónico con la llamativa comparación del mulo y del caballo, símbolos de la obstinación (Cf. versículo 9). La verdadera sabiduría, de hecho, lleva a la conversión, dejando a las espaldas el vicio y su oscuro poder de atracción. Pero sobre todo, lleva a gozar de esa paz que surge de ser liberados y perdonados.

San Pablo, en la Carta a los Romanos, se refiere explícitamente al inicio de nuestro Salmo para celebrar la gracia liberadora de Cristo (Cf. Romanos 4, 6-8). Nosotros podríamos aplicarlo al sacramento de la Reconciliación. En él, a la luz del Salmo, se experimenta la conciencia del pecado, con frecuencia ofuscada en nuestros días, y al mismo tiempo la alegría del perdón. Al binomio «delito-castigo», le sustituye el binomio «delito-perdón», pues el Señor es un Dios «que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Éxodo 34, 7).

5. San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) utilizará el Salmo 31 para mostrar a los catecúmenos la profunda renovación del Bautismo, purificación radical de todo pecado («Procatequesis» n. 15). También él exaltará con las palabras del salmista la misericordia divina. Concluimos nuestra catequesis con sus palabras: «Dios es misericordioso y no escatima su perdón... El cúmulo de tus pecados no será más grande que la misericordia de Dios, la gravedad de tus heridas no superará las capacidades del sumo Médico, con tal de que te abandones en él con confianza. Manifiesta al médico tu enfermedad, y dirígele las palabras que pronunció David: "Confesaré mi culpa al Señor,
tengo siempre presente mi pecado". De este modo, lograrás que se haga realidad: "Has perdonado la maldad de mi corazón"» («Las catequesis» --«Le catechesi», Roma 1993, pp. 52-53).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, un colaborador del Santo Padre leyó esta síntesis de su catequesis].

Queridos hermanos y hermanas:
En el Salmo proclamado hoy encontramos el testimonio personal de un convertido. Habiendo cometido culpas graves, no tenía valor para confesar sus pecados. Su situación era penosa. Sentía el peso de la mano de Dios, consciente de que Dios, guardián de la justicia y la verdad, no es indiferente al mal. Por ello, decide confesar su culpa. Sus palabras parecen anticipar las del hijo pródigo de la parábola de Jesús. Dios responde con el perdón. Para los arrepentidos y perdonados, a pesar de las pruebas de la vida, se abre un horizonte de confianza y de paz.

Podemos aplicar este Salmo al sacramento de la Reconciliación. En él se debería experimentar la conciencia del pecado, a menudo ofuscada, y al mismo tiempo, la alegría que brota del ser liberado y perdonado.