REFLEXIONES

1.

Dios -que sigue oyendo "los gritos de auxilio de su pueblo" (Ex. 2, 24)- tiene prisa por acelerar la marcha del Reino, por conducirnos de la esclavitud al servicio, y tiende su mano mendiga al hombre. Mendiga, porque Dios no fuerza, aunque transforma. "Forzar es lo que hace aquél que impone a la piedra una fuerza superior a la gravedad para que la piedra suba, en lugar de caer; transformarla es lo que haría quien pudiera conseguir que la piedra no tuviera gravedad" (Santo Tomás). Transformación que no se da tampoco sin nosotros, contra nuestra voluntad.

DABAR/88/15


2.

LOS PURITANOS

EL puritanismo, de una u otra forma, ha brotado una y otra vez parasitariamente con las religiones, como intento de recuperar la pureza original. Muchos han tratado de ser mejores, pero los más se han limitado a ser mejores que los demás y, frecuentemente, se han conformado con menospreciar a los otros como peores, como pecadores. De esta guisa se ha ido abandonando la pureza original para caer en una crispación moralista o doctrinaria. Sin embargo, el fenómeno puritano no se ha ceñido exclusivamente al ámbito religioso, sino que, rebasándolo, ha invadido todo el espacio social. Y así en nuestros días subsisten bajo las formas más insospechadas y ridículas: racismos, elitismos, integrismos, tradicionalismos, radicalismos. Todo (la raza, la sangre, los apellidos, las costumbres, la educación, la clase social, el color de la piel, el sexo, la religión...) o casi todo sirve de pretexto para distanciarse de los demás. O tal vez para distanciar a los otros.

Diríase que a los "puros" el mundo les viene grande y necesitan cobijarse en "mundillos", hechos a su medida. Aunque también podría ocurrir que, eso nunca se sabe, el mundo les parezca pequeño y se vean empujados a arrojar de su mundo a los otros, para poder campar más a sus anchas. Lo que sí parece cierto es que este afán de pureza es inexorablemente un elemento de marginación social: buenos y malos, puros e impuros, educados y vulgares, ricos y pobres, obedientes y disidentes, fieles y herejes, blancos y negros, pura sangre o mestizos.

Este puritanismo, aquejado de maniqueísmo, no es más que una inversión de la pureza, que debe ser pureza de corazón, o sea, autenticidad y fidelidad consigo mismo. Aunque es más fácil ser distinto de los demás que ser uno mismo. Para lo primero cualquier cosa puede servir de pretexto. Para lo segundo hace falta responsabilidad, encararse uno con la propia existencia y tratar de ser fiel a la propia conciencia. Sólo esto puede mejorarnos a todos, sin excluir a nadie ni tener que juzgar malos a los demás.

EUCARISTÍA 1982/09


3.

Las curaciones evangélicas de leprosos han tenido "éxito" en la tradición homilética y, por ello, parece un tema conocido. Pero probablemente estas curaciones son vistas sólo como un gran acto de misericordia de Jesús respecto a aquellos infelices. Y no se capte su aspecto "escandaloso" de infracción de la Ley -de la Ley religiosa y nacional- que ello suponía. Un aspecto que el evangelio de Marcos presenta intencionadamente con todo su dramatismo (nótese, por ejemplo, que el gesto de "tocarle" es innecesario y, por ello, expresamente querido como signo).

MARGINADOS: En nuestra sociedad los marginados ya no son, mayoritariamente, los enfermos de lepra, pero la lista de situación, enfermedades, costumbres, pertenencias..., que marginan es muy larga. Se habla del SIDA como lepra actual (por enfermedad también contagiosa -aunque menos de lo que suele pensarse- y también considerada culpa), pero en la homilía convendrá poner también otros ejemplos, según las circunstancias de cada lugar: drogadictos, gitanos, prostitutas, homosexuales, personas en situaciones irregulares, negros y moros.., llegando si se quiere hasta los "punks" o incluso los vegetarianos. Y aún, con frecuencia, hay una marginación menos clasificable, menos definida, pero no menos real, que afecta a los que -para cada comunidad social, para cada grupo humano- son simplemente "diferentes". Todos creamos nuestros "marginados".

La supuesta relación de la lepra con el ser pecador configuraba la imagen del leproso como impuro en todos los sentidos. También hoy la mayoría de marginados son considerados no sólo pecadores -culpables- sino de algún modo impuros en todos los sentidos. No se trata de idealizar afirmando que en ningún sentido estos o aquellos marginados tienen su parte de responsabilidad (de pecado). Se trata de recordar que todos somos pecadores e incapacitados para juzgar o condenar. Y, especialmente, de afirmar que ningún real o supuesto "pecado" debe marginar (el ejemplo de la manzana podrida es totalmente anticristiano).

El aspecto central del texto evangélico de hoy es la afirmación de que Jesús, como anunciador/realizador de la Buena Noticia, no sólo predica y cura enfermos sino que libera a los marginados devolviéndoles a la comunidad. Aunque ello deba hacerlo infrigiendo la Ley que lo prohibía y le cause marginación a él: "ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo" (si en la 1. lectura se dice que los leprosos debían vivir "fuera del campamento" el fragmento evangélico termina diciendo que Jesús debía quedarse "en descampado").También hoy, fácilmente, acoger a los marginados implica que la sociedad/comunidad margine a quien lo hace.

La autentificación evangélica de nuestras comunidades cristianas -y de nuestras celebraciones eucarísticas- está en su capacidad de acoger a los marginados. No tenemos el poder de limpiar de la "lepra", pero tenemos el poder de que un marginado deje de serlo. Porque, para ello, basta con "extender la mano" y acogerle. Esta es la suprema ley cristiana.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1988/04


4.

El leproso era tenido lejos de la comunidad, no sólo por motivos higiénicos, sino también, en términos religiosos, porque era considerado "herido por Dios".

Acercarse a él, tocarlo, significaba contraer impureza, como con el contacto de un cadáver.

Son significativas las prescripciones del libro del Levítico:

"El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada" (13, 45-46). El leproso contamina no sólo a las personas que se acercan a él, sino también los objetos que toca y las casas en que entra.

A Jesús, pues, se le acerca uno de estos "cadáveres" que, en lugar de mantener la debida distancia, se le tira delante de rodillas, y en vez de gritar "¡impuro, impuro!", le suplica: "Si quieres, puedes limpiarme". Con este gesto, con estas palabras, demuestra "lo que significa creer, esto es, osar en humildad" (G. Dehn).

"Compadecido de él...". Algunos códices antiguos usan un verbo muy distinto "airado", y es probable que sea el término original, precisamente porque es el más difícil de entender. Verosímilmente, algunos copistas, que tropezaban con un Cristo "airado" y no logrando conciliar la ira con la postura de misericordia expresada en el milagro, han tenido la feliz idea de corregirlo por "compadecido" (y sería inimaginable un proceso inverso).

J/IRA: Sin embargo, la irritación, el enojo no están fuera de lugar. Cristo se encuentra ante algo escandaloso, que contradice el plan original de Dios, su voluntad benéfica. Es la creación presa de la corrupción y del mal, devastada por el pecado. Es lo contrario de lo "bello", de lo "bueno" salido de las manos del creador.

Sea como sea, airado o compadecido -y quizá las dos cosas a la vez- toca lo intocable. Esta vez no es ya sólo la palabra. Tenemos también el gesto. Algo que recuerda el sacramento. Tocar, además de dar la curación, expresa el contacto humano restablecido con quien debía ser echado fuera.

"En vez de ser contaminado por él, le comunica su propia santidad" (Radermakers). "Al instante, le desapareció la lepra".

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 137