27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
9-16

 

9.

"... y lo tocó"

Cuando el único afán de las personas es verse libres de todo sufrimiento, resulta insoportable el contacto directo con el dolor y la miseria de los demás.

Por eso se explica que muchos hombres y mujeres se esfuercen por defender su pequeña felicidad, evitando toda relación y contacto con los que sufren.

La cercanía del niño mendigo o la presencia del joven drogadicto nos perturba y molesta.

Es mejor mantenerse lo más lejos posible.

No dejarnos contagiar o manchar por la miseria.

Privatizamos nuestra vida cortando toda clase de relaciones vivas con el mundo de los que sufren y nos aislamos en nuestros propios problemas, haciéndonos cada vez más insensibles al dolor ajeno.

Son muchos los observadores que detectan en la sociedad occidental un crecimiento de la apatía, la indiferencia e insensibilidad ante el sufrimiento de los otros.

Hemos aprendido a amurallarnos detrás de las cifras y las estadísticas que nos hablan de la miseria en el mundo y podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que nuestro corazón se conmueva demasiado.

Incluso, las imágenes más crueles y trágicas que pueda servirnos la TV quedan rápidamente relegadas y olvidadas por el telefilme de turno.

El gran economista J.K Galbraith ha hablado de la creciente "indiferencia ante el Tercer Mundo". Según sus observaciones, el aumento de riqueza en los países poderosos ha aumentado la indiferencia hacia los países pobres. «A medida que aumentó la riqueza, se podía haber esperado que la ayuda aumentara a partir de la existencia de recursos cada vez más abundantes. Pero he aquí que ha disminuido la preocupación por los pobres tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo rico».

La actitud de Jesús hacia los marginados de su tiempo resulta especialmente interpeladora para nosotros.

Los leprosos eran segregados de la sociedad. Tocarlos significaba contraer impureza y lo correcto era mantenerse lejos de ellos, sin contaminarse con su problema ni su miseria. Jesús no sólo cura al leproso sino que lo toca. Restablece el contacto humano con aquel hombre que ha sido marginado por todos.

La sociedad seguirá levantando fronteras de separación hacia los marginados. Son fronteras que a un creyente sólo le indican las barreras que ha de traspasar para acercarse al hermano necesitado.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág.191 s.


10.

Frase evangélica: «La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio»

Tema de predicación: LA SANCIÓN RADICAL

1. La Biblia no describe nunca la enfermedad o la curación desde un punto de vista médico, sino desde un plano religioso.

La enfermedad, la injusticia y la muerte son consecuencia del pecado. Por eso los profetas describen los pecados del pueblo como una enfermedad. La enfermedad aparece como una maldición, y la curación como una gracia y una bendición. Pero la voluntad de Dios no es la muerte del pecador, sino su conversión y su vida. Las promesas escatológicas de los profetas indican que los tiempos mesiánicos serán de perdón y de curación. El Siervo de Dios, el Justo, cargará con todas nuestras enfermedades.

2. El ministerio de Jesús está repleto de curaciones; los enfermos se le acercan para ser curados. Especialmente significativas son las curaciones de los leprosos, porque su enfermedad era entonces incurable. Cristo es, pues, el verdadero donador de salud y de vida.

3. Pero siempre hay una relación entre curación, perdón y fe. La curación de un enfermo es símbolo de una sanación más profunda. Antes de su muerte, Jesús envía a los apóstoles a predicar y curar. Después de la resurrección los envía a predicar y bautizar. Las curaciones son signos de la resurrección, actualizada en los gestos del bautismo y de la eucaristía. La enfermedad, siempre presente en la historia humana, tiene valor de redención: se asocia al aspecto doloroso del misterio pascual, mientras que el aspecto glorioso viene representado por la curación. Al final se manifestará plenamente la vida. En la Jerusalén celestial no habrá ni pecado ni enfermedad.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué actitud tenemos ante los milagros?

¿Cómo nos relacionamos con Dios cuando estamos enfermos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 207 s.


11.

¿MARGINAR, O ACOGER?

¡Qué dura ley aquella! El que veía aparecer en su piel las manchas de la lepra, sabía que todo estaba perdido para él. Era declarado impuro, y se le marginaba fríamente. 'Vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento'.

Para que nadie lo confunda con un bueno. Para que nadie se contamine.

Como tantos 'leprosos' hoy. Negros, drogadictos, gitanos, expresidiarios, alcohólicos, enfermos de SIDA, chorizos... La sociedad -decimos- tiene que defenderse de ellos. Nosotros -los puros, los sanos- tenemos que cuidarnos, no sea que nos salpique tanta suciedad. Y así educamos a nuestros hijos: para que no se perviertan. ¡Parece tan normal! Se trata de poner en práctica las enseñanzas de aquella vieja fábula: no se puede dejar que una sola manzana podrida acabe pudriendo al resto de las manzanas sanas. Elemental.

Pero viene Jesús y nos lo pone todo del revés. Se le acerca un leproso, y Él, 'sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó (¡qué atrevimiento!) diciendo: -Quiero, queda limpio'. Es que a Jesús no le gustan los 'ghettos'. Él ha venido a liberar, a salvar. Por eso no quiere que se margine a nadie. ¿Cómo podrá sanar un enfermo, si de antemano se le corta todo contacto con la vida? El prefiere arriesgar, porque ama. El opta, decididamente, por la integración.

Y el camino queda abierto. Frente a un mundo que cierra cómodamente los ojos para no ver al que sufre, o ante aquellos que pueden crearnos problemas no ve más solución que meterlos en bolsas de basura y dejarlos que se vayan pudriendo en las afueras de nuestras ciudades, Jesús enseña a los que quieran seguirlo un camino diferente: acoger, integrar, salvar. Y por ese camino difícil, incomprendido, han ido entrando, a través de los siglos, los que han optado por seguir a Jesús. Aquellos que han ido descubriendo que lo importante no es salvarse ellos, sino salvar al mundo. Como Pablo: 'No buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven'.

Es algo, pues, que debemos pensarnos muy en serio. Se trata de una encrucijada. O tomamos el camino de la primera lectura y, en un 'sálvese quien pueda', buscamos solamente no contaminarnos con el mal, conservarnos limpios e impecables, colocar fuera de la vista toda la pobreza y la maldad que andan sueltas por el mundo, no mezclar las manzanas sanas con las podridas... ; o desenmascaramos de una vez la dichosa fabulita, cambiándonos a esa otra lógica positiva de Jesús, reflejada en sus parábolas: un poco de levadura, metida en la masa, es capaz de transformarla; un grano de sal, muriendo dentro, acaba dando sabor a toda la comida.

Se trata de una lógica totalmente distinta. Ir por el mundo con los brazos abiertos acogiendo, comprendiendo, compartiendo, integrando; aún a costa de tragarnos el miedo de que algo sucio se nos pueda pegar. Ir por el mundo dando la vida, amando.

Hay que escoger. O nos sometemos a la lógica egoísta de la fábula, o nos pasamos a la aventura fascinante de ser sal y levadura, al estilo de Jesús.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos
 y fiestas, ciclo B. GRANADA 1993._Pág. 99 s.


12.

Difícilmente una enfermedad como el sida, en nuestros días, nos puede ayudar a comprender la situación dramática de los leprosos en los tiempos bíblicos.

Dice el Levítico: «El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo, fuera del campamento tendrá su morada» (13, 45-46).

La lepra era una enfermedad repugnante, se consideraba incurable y una maldición de Dios. En esta consideración se mezclaban la ignorancia sanitaria con el prejuicio religioso y todo ello arrojaba a la marginación más espantosa a estos pobres enfermos. Eran expulsados de la sociedad por contagiosos e impuros y tenían que vivir en los cementerios o en cuevas, totalmente marginados. Era verdaderamente una situación límite, como en nuestros días puede ser el caso de ciertos drogadictos y afectados por el sida. La sociedad de los tiempos de Jesús se atenía a estas pautas frente al leproso. Entre los signos de la llegada de los tiempos mesiánicos que nos pone la Biblia está la curación de los leprosos. El acontecimiento, la escena, proclama el mensaje.

Jesús recorre los caminos y por eso se puede tropezar con el leproso. Deja que se acerque, siente lástima, le tiende la mano, lo toca y lo cura. Jesús hace cosas prohibidas por la Ley.

El leproso se acerca y suplica de rodillas. Manifiesta tener una gran fe en Jesús, ya que dice: «Si quieres, puedes limpiarme».

Jesús lo despide un tanto bruscamente, tal vez porque el leproso no quiere separarse de él, y le dice severamente que no se lo diga a nadie, cosa que el curado no hace, tal vez porque no se puede contener.

El milagro se hace con una sobriedad de palabras impresionante: «Si quieres, puedes limpiarme... Quiero: queda limpio».

Esta narración del Evangelio la pone San Marcos al final del capítulo primero sin indicar datos de tiempo o lugar, y algunos estudiosos la han considerado como un folio extraviado.

A mí no me parece tan fuera de lugar en un momento que Jesús ha empezado a recorrer los pueblos de Galilea y se pone en contacto con las realidades más crudas de aquella sociedad y el evangelista presenta a Jesús como el Mesías. En un antiguo papiro de la Iglesia primitiva se ora así: «Señor Jesús, tú que paseas con los leprosos, y comes en la posada...»

Jesús rompe valientemente fronteras sociales y discriminatorias con su actitud ante el leproso. Y digo valientemente porque se opone a la Ley, o mejor, a la letra de la Ley y a las tradiciones humanas de aquel pueblo mal guiado por sus jefes religiosos y que, en el fondo, van en contra del verdadero sentido de la Ley de Dios. Esto va a quedar claro según avance la vida pública de Jesús. El mismo concepto de impureza y la relación enfermedad-pecado-castigo de Dios complica extraordinariamente las cosas. Lo que, al final, queda bien claro en este episodio es la actitud de Jesús contra la marginación.

Esta actitud de Jesús no es la de intelectual que desde su gabinete escribe un manifiesto contra la marginación, sino la de quien se acerca al marginado y estrecha su mano. Es la cercanía a los pobres y marginados. Si Jesús fuera un sacerdote de Jerusalén dedicado al culto en el templo o un funcionario oficial con un despacho bien montado, no podría hacer lo que hace con conocimiento directo e inmediato de causa. Lo de Jesús no es sólo un gesto, sino una actitud profunda nacida de su relación con el Padre.

Hay aquí un encuentro con la persona, en este caso con el leproso, que es lo que de verdad cura y salva. Y ésta es la pedagogía de Jesús como tantas veces aparece en el Evangelio. Así es como hay que tratar a las personas.

Este es el camino de curación y de salvación, así es como milagrosamente brota una carne nueva y un espíritu nuevo.

Todos los tiempos tienen su lepra y sus enfermedades. En el nuestro están ahí y de forma bien clamorosa: el racismo, las drogas y el sida. Los marginados aparecen por todas las esquinas de nuestras ciudades. El problema está en carne viva. Tenemos que reconocer que los progresos científicos, y concretamente los médicos, no han conseguido mucho en mejorar la condición humana y las enfermedades. En todo caso aparecen nuevas enfermedades y marginaciones.

Lo importante es que frente a estas nuevas situaciones de marginación surjan nuevos Jesús que rompan las barreras de la marginación y lleven el alivio de la liberación.

El reto está ahí para la Iglesia y los discípulos de Jesús. Hay que reconocer que el Evangelio de Marcos golpea en carne viva al hombre de todos los tiempos, si de verdad quieren leer y entender, y concretamente al hombre de hoy, al cristiano de hoy, ante recientes y graves brotes de racismo, xenofobia y nuevos males de nuestra sociedad. El mensaje de Jesús es bien claro, y más su ejemplo, y el camino a seguir queda abierto. Por fortuna, hay ya personas y grupos que lo están haciendo.

MARCOS MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1994/15


13.

1. La lepra, signo del pecado

La enfermedad y los sufrimientos que la acompañan provocan en el hombre una gran inseguridad, consecuencia de la debilidad y fragilidad de la naturaleza humana. La enfermedad contradice los deseos de absoluto y plenitud que todos los hombres tenemos en lo más profundo de nuestros corazones.

La Biblia nos presenta la enfermedad como consecuencia del pecado individual y colectivo de los hombres. Nos presenta el dolor como un mal que, al igual que el pecado, no existirá en el reino de Dios.

Las curaciones de Jesús son señales del Reino que va llegando a nosotros. Para el hombre moderno, la curación de las enfermedades es un triunfo exclusivo de la medicina. No aborda ya la enfermedad con el significado religioso que veían en ella los antiguos. La primera y única reacción del enfermo hoy es llamar al médico. Por eso el hombre actual no se inmuta ante las numerosas curaciones atribuidas a Jesús por los evangelistas, ni se inmuta ante la resurrección de muertos. Se limita a negarlas o a prescindir de ellas.

Pocos son los que tratan de profundizar en la enseñanza que los evangelistas nos han querido transmitir. Ahondar en su significado es lo que debemos hacer los cristianos si queremos fundamentar nuestra fe en Jesús.

Entre todas las enfermedades, la lepra ocupa en la Biblia un puesto muy importante. Los capítulos 13 y 14 del Levítico nos transmiten las leyes sobre las enfermedades de la piel y la lepra, con las medidas preventivas para evitar lo que se creía que era contagioso. Y el complicado ritual que había que realizar, en caso de curación, para reintegrar a la vida normal al que se curaba.

La lepra era el signo del pecado, de la impureza ante Dios.

Por eso era el sacerdote el que debía diagnosticarla y separar de la comunidad al enfermo, y verificar la curación para reintegrarlo a ella.

El pecado, el mal que hay en todos los hombres, también es contagioso. Pero no podemos separar al pecador: tendríamos que vivir todos separados, porque todos somos pecadores: "Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros... Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y no poseemos su palabra. (I Jn 1,8.10)

2. El mal existe

Tenemos que hacer un esfuerzo de lucidez para llamar al pecado pecado; al mal, mal. Hay realidades de mal, de pecado, en las que este esfuerzo de claridad no es difícil. Pero cada época, cada grupo social, cada edad, cada persona, tendemos, casi inconscientemente, a excluir de la lista de pecados un sector de nuestra vida: aquel que más nos compromete y deberíamos cambiar principalmente. Es, por ello, especialmente necesario ser claros, valientes, sinceros, dar a cada acción su nombre.

Es urgente en nuestra sociedad esta exigencia de juego limpio.

Si una conducta es injusta, no vale decir que es inevitable o que todos lo hacen. Si un silencio, una verdad a medias, es cobardía, no es jugar limpio calificarlo de prudencia. Si es difícil vivir una sexualidad adulta, no es jugar limpio hablar de superación de tabúes sexuales para hacer lo que nos venga en gana...

Todos tenemos necesidad de vivir en la verdad, de buscarla con todas nuestras fuerzas, de dar a lo que hacemos su verdadero nombre. ¿Cuánto silencio, reflexión y oración necesitaremos para ello?

Es mucho más cómodo seguir así, dejarnos llevar por la comodidad y los "valores" de turno. Es más fácil atacar a los otros.

Pero no nos quejemos: así no podemos avanzar ni los individuos ni las colectividades. Dejemos que Jesús nos toque, como hizo con el leproso, y nuestra vida personal y comunitaria quedará transformada.

Si leemos este pasaje a través del simbolismo de lepra igual a pecado, nos ayudará a comprender algo fundamental para nosotros.

Jesús no se aleja del leproso, no lo condena. Pero tampoco disimula que tenga lepra. Lo ve y lo ama como es. Si el leproso hubiera escondido su lepra -lo mismo que si nosotros escondemos nuestro pecado-, no se hubiera curado porque no habría pedido que le liberaran de su mal.

El leproso creyó en Jesús y quedó curado. Tenemos que reconocer nuestro pecado, el mal que hay en nosotros. Sea cual sea.

Sobre todo el mal que más nos cuesta aceptar: el mal que no creemos posible quitarnos de encima; la conducta injusta que no sabemos o no queremos modificar; la cobardía que nos domina; el egoísmo que renace siempre en nosotros; la dureza para con las personas que conviven a nuestro alrededor; la falta de esperanza y de amor; el vivir aprisionados por el dinero, el placer, la indiferencia, la vagancia, la comodidad, el "pasotismo"...

Tenemos que sentirnos solidarios con todos los pecadores. Sin el reconocimiento de lepra colectiva, la sociedad no tiene posibilidad de seguir adelante. Podemos caer en dos tentaciones: la del fariseísmo de la sociedad hipócrita en que vivimos, del cristiano puritano, de dividir a los hombres en buenos y malos -que siempre son los otros- y excluirlos de la convivencia con los buenos -que siempre somos nosotros-; y la de la permisividad que todo lo considera igual, que es la tentación de la sociedad consumista, escéptica, "desarrollada", que no cree en la lucha contra el mal, que niega en la práctica la línea divisoria entre el bien y el mal; línea que pasa por cada uno de nosotros.

Ninguna de ellas es la conducta de Jesús: no excluye a nadie, y no deja el mundo igual. Ama a cada hombre, a cada pecador, a cada leproso. No se desentiende de nuestro mal, de nuestra lepra: nos cura si queremos y nos dejamos. Lucha contra el mal, contra el pecado, porque ama al hombre, a cada hombre. Y porque nos ama, quiere liberarnos, salvarnos, curarnos.

3. La lepra actual

El aspecto más terrible de la lepra era la marginación. El leproso se convertía en basura. Más grave aún que la enfermedad -terriblemente repugnante- era la incomunicación que la acompañaba. ¡Cuántas veces nos hacemos leprosos voluntarios al cerramos a la comunicación!

La vida humana es relación, que sólo es verdadera si se fundamenta en la comunicación. Nada hay en el hombre más verdadero que la comunicación. ¿No es una exigencia del amor? La comunicación es la utopía de toda persona bien nacida. Comunicación que tiende a la comunión de bienes, de vida y de acción. Se da entre personas que están en ciertas condiciones de igualdad. Para llegar a ella, cada uno tenemos que tratar de ser verdaderos, de ser nosotros mismos. De esa forma estará patente la imagen de Dios que somos y todos nos asemejaremos; hasta llegar al "no tengo nada: soy yo mismo". Sólo seremos en plenitud cuando no tengamos nada, cuando no nos posea nada.

¿Quiénes son los leprosos, los marginados actuales? Además de los "voluntarios" que viven encerrados en sus míseras vidas, pueden considerarse como tales todos aquellos que, dentro de su desgracia, inspiran horror a nuestra sociedad, o repugnancia del orden que sea; por lo que tendemos a orillarlos, a apartarlos de nosotros, a marginarlos. Entre ellos están también los propios leprosos, a pesar de decirnos la ciencia médica que esa enfermedad no es contagiosa. Están las largas listas de marginados sociales: deficientes mentales, delincuentes comunes, drogadictos, alcohólicos, prostitutas, gitanos, ancianos, minusválidos... Todos ellos demasiado olvidados de nuestra sociedad.

No debemos contentamos con la enumeración de listas generales. Cada uno debemos procurar mirar a nuestro alrededor para descubrir, de un modo concreto, a las personas que viven como verdaderos marginados, o que cada uno mantenemos como tales en la familia, en la vecindad, en los grupos, en la comunidad...

4. La curación

El leproso va a Jesús. Se le acerca dando muestras de una plena confianza en El, de una verdadera fe: "Si quieres, puedes limpiarme". En sus palabras está implícita su confesión en el poder divino de Jesús, al pedirle algo que sólo Dios puede hacer.

Al acercarse a Jesús, el leproso rompe todas las normas vigentes en Israel. A la trasgresión del leproso de las prescripciones que le obligaban a vivir apartado, Jesús corresponde con el signo máximo de acercamiento a una persona, también prohibido por la ley y que debería hacer de Jesús un excluido más de aquella sociedad: "lo tocó". Esta posibilidad de ser excluido parece que no le importa en absoluto. Y es que para Jesús sólo existe una ley importante: la del amor.

Jesús cura al leproso, símbolo del alejamiento humano. ¿Por qué es un mal la incomunicación? Porque pudiendo tener un corazón abierto al infinito, nos encerramos en nuestro mundo raquítico: mis hijos, mi trabajo, mis problemas, mis ilusiones, mis neurosis... Nos encerramos en una jaula, pudiendo volar hacia las alturas infinitas del amor. Estos son los leprosos "voluntarios" a que me refería más arriba.

Jesús indica al ex leproso que no haga publicidad de su curación, ya que su finalidad no era hacer ruido y atraerse a la gente, sino reintegrar a la sociedad a un marginado.

Para desembocar de verdad en la fe en Jesús y en su evangelio es necesario que recorramos un determinado camino: oir la Palabra; reflexionar en ella personalmente; aceptarla, convirtiéndonos a ella; bautizarnos y seguir a Jesús, imitándole con nuestra vida. Existen etapas que es imposible escamotear. Por eso, Jesús no quiere una publicidad que pudiera tergiversar su verdadera misión.

No quiere masas alienadas a la búsqueda de éxitos y milagros espectaculares. Prefiere el anonimato. Sabe que el bien verdadero no hace ruido, ni el ruido hace bien.

El evangelio es una luz invenciblemente eficaz, y la evangelización un camino que no puede ignorar los plazos, las etapas, en el recorrido personal de la fe del niño al adulto. Lo recordó Jesús y lo repiten los evangelistas. ¿Cómo puede olvidarlo la Iglesia en sus planteamientos catequéticos y sacramentales?

Aunque el sentido más profundo de estas curaciones se nos escape, forman parte de unas realidades esenciales del cristianismo. El milagro, que proclama la actuación de Dios en Jesús, es un arma de doble filo: su finalidad es manifestar que Dios está presente en Jesús, que está a favor del hombre, y nos pide fe y entrega a El; nos ayuda a decidirnos a seguirle. Tiene el riesgo de, ante el bienestar producido, quedarnos en ese bienestar renunciando al compromiso del seguimiento de Jesús. La mayoría de los hombres, de antes y de ahora, al no calar en el sentido profundo de los acontecimientos, acuden a Jesús o a la religión en busca de milagros o apariciones. Sus auténticos discípulos van a El para seguirlo, en la "noche" de la fe.

Jesús despide al ex leproso y le hace presentarse al sacerdote, único que podía certificar que ya estaba curado, para que le examine, paso necesario para que pudiera reintegrarse de nuevo al pueblo y al culto. Así, aquel hombre tendrá de nuevo acceso a la convivencia social.

El ex leproso, al que Jesús recomendó que no dijera nada, empezó a comunicarlo a todos, provocando la afluencia de las masas, el triunfo según la mentalidad humana e impidiendo a Jesús entrar en los pueblos. Se quedaba en los lugares solitarios fuera de los pueblos y ciudades.

La ciudad es el lugar en el que acampa la masa, la muchedumbre. Y la masa quiere prodigios, folclore, novedades..., pero es incapaz de ahondar en los significados, en los compromisos que encierran.

Jesús quiere evitar un éxito demasiado patente con respecto a la muchedumbre: no desea verse encerrado en su círculo. Por eso había mandado callar al ex leproso. Quiere que los hombres lleguemos personalmente a sus profundos planteamientos, a las razones de su vivir y actuar, única forma de poder conectar con El.

Jesús quería evitar la contradicción de confesarnos cristianos y, a la vez, impedir su acción íntima y transformadora. Tomarlo como un buen médico que nos conserva en la vida sin problemas, y no como Alguien que nos pide perderla para ganarla (Mt 16,25). Llevar escapulario, ir a procesiones, frecuentar la iglesia... y tener el pie pronto a zancadillear (Mt 7,21).

Jesús hace el bien; no puede dejar de hacerlo. Por eso quiere que el leproso quede limpio, aunque su curación no le lleva a seguirle, como hubiera sido lo lógico. El despiste del leproso curado que no es seguidor de Jesús puede servirnos de punto de referencia para revisar nuestro seguimiento, para ver lo que tenemos que rectificar en nuestra vida. El leproso tiene un conocimiento muy claro de Jesús y sabe que, si quiere, puede curarlo; pero ese conocimiento no le lleva a irse con El.

La salvación-liberación está en el seguimiento de Jesús. Nos vamos curando en la medida en que lo vamos siguiendo. Así es como vamos superando el pecado en nuestra vida; superación que será total en cada uno de nosotros después de la muerte.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 341-347


14.

-ANUNCIAR LA PRÓXIMA CUARESMA

Hoy es el último domingo de esta temporada del Tiempo Ordinario. Convendrá avisar que el próximo miércoles da comienzo la Cuaresma e invitar a participar en la Eucaristía con el signo de la ceniza o alguna otra celebración que se vaya a tener.

También será bueno dar a conocer los ritmos y modalidades en cuanto al sacramento de la Reconciliación. Y como Cuaresma es también tiempo de «catecumenado», sería bueno que se pudieran anunciar iniciativas de formación o catequesis, tanto en el nivel comunitario como de grupos.

-¿QUÉ HACEMOS CON LOS ENFERMOS Y LOS MARGINADOS?
ENFERMO-DIA  J/ENFERMOS

Las lecturas de hoy nos presentan de nuevo a Jesús curando a los enfermos, como el domingo pasado. Esta vez, sobre todo, acogiendo amablemente a los leprosos, que eran abandonados por la sociedad de su tiempo.

Hoy es uno de esos días en que la primera lectura necesita una breve monición, porque no se entiende que nos lean una página de legislación referente a los leprosos si no se anuncia antes que está en relación con el evangelio y cómo les va a tratar Jesús.

Esta legislación era muy dura. Sí, servía para defender a la sociedad de una contaminación mayor. Pero quedaban muy mal los enfermos mismos, abandonados a su suerte, con una marca de marginación muy dura.

Es algo parecido a lo que ahora sucede, no sólo con los leprosos, sino con otras personas marginadas, como los afectados por el sida o los minusválidos o los disminuidos psíquicos.

Sin nombrar a otros que también reciben a veces el mismo trato de nuestra sociedad, como los enfermos, los ancianos, los pobres, los inmigrantes. La sociedad quiere ver a los sanos, los guapos, los ricos, los campeones, los que no nos producen problemas. A los demás los marcamos como «impuros» y mejor que desaparezcan de nuestra vista...

¿Cómo les tratamos nosotros: según esa legislación fría de antes o como lo hacía Jesús, según una «legislación» nueva, la del amor, la comprensión y la ayuda? Y esto nos lo podemos preguntar también en nuestro mismo ambiente y familia: ¿cómo tratamos a los enfermos que tenemos, familiares o conocidos, a los pobres que encontramos en la calle, o a los que han sido marginados de mil maneras, incluidos los que hemos tachado de «pecadores» (madres solteras, jóvenes drogadictos...)?

-EL EJEMPLO Y EL ENCARGO DE JESÚS

Es admirable el ejemplo que nos dio Jesús. Siempre atendía a los enfermos. También a los que habían quedado arrinconados por la sociedad. Como dice el Catecismo, «la compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y de que el Reino de Dios está muy cerca... Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: estuve enfermo y me visitasteis» (_CIC 1503). Es verdad que su curación quería llegar más hondo: él liberaba del pecado. Quería que el ciego buscara una luz más profunda que la de sus ojos.

Que la samaritana apeteciera un agua más saciante que la del pozo. Que el leproso agradeciera una liberación más total que la de su enfermedad. Por eso el encargo (no obedecido por el feliz leproso) de no decirlo a nadie: para que no le siguieran solo por los milagros.

Pero Jesús no se olvidaba de la situación humana y curaba el cuerpo para preparar el ánimo a la aceptación del Reino.

Eso mismo es lo que él encargó que hicieran sus discípulos. «Sanad a los enfermos. La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña» (_CIC 1509). «Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren» (_CIC 1503).

La Iglesia quiere transmitir a todos, siguiendo el ejemplo de su Señor, la verdadera salud, la integral, la espiritual. Por eso facilita la participación en sacramentos como la Eucaristía, que restaura continuamente las fuerzas de los débiles; la Penitencia, que nos reconcilia con Dios y nos da la mejor armonía total; y la Unción de los enfermos, en la que la gracia del Espíritu da fuerzas para los momentos de la enfermedad.

Pero no olvida a la vez acercarse con amable generosidad a los enfermos allí donde están, también a los más abandonados. Lo ha hecho a lo largo de toda la historia y lo sigue haciendo en estos tiempos de tantos adelantos médicos y sanitarios, para dar esperanza y atender a todos, sobre todo por medio de sacerdotes, religiosos y laicos que han sentido de modo particular la vocación de trabajar en el campo de la salud y son los mejores testigos del amor de Dios y de la identidad de la Iglesia como sacramento visible del Cristo Médico que sana espiritual y corporalmente.

Es una llamada para cada uno de nosotros, en relación con las personas que sufren y están cerca de nosotros.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1994/03


15.

-Palabra y acción

El domingo pasado escuchábamos en el evangelio el relato de la curación de la suegra del apóstol Pedro. El texto acababa con este a modo de corolario del evangelista: "Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios". Palabra y acción. Deseo vehemente y cumplimiento. Palabra eficaz. Palabra salvadora.

-"lmpuro, impuro!"

Hoy, prosiguiendo la lectura de san Marcos, nos hallamos ante el caso de otra lacra. Impureza material. Impureza personal. Impureza legal. Impureza social. Impureza moral. Lacra física, signo de la llaga espiritual. Muchos tenían que ser los pecados de aquel hombre. Lacra-pecado. Pero también curación. Signo de la definitiva liberación. Salvación. Poder sobre el opresor. Voluntad de unidad. Acogida de los excluidos.

Ya desde la más remota antigüedad, el hombre -para protegerse, ciertamente, para salvaguardar el don precioso de la vida- excluía a otros hombres, portadores del estigma de muerte. El afectado era arrojado del seno del pueblo. Su rostro, olvidado. Su recuerdo, borrado de entre los vivos. Y el que osaba fijarse en él sufría la misma suerte: "¡Impuro, impuro!".

No nos cuesta demasiado imaginar la escena del episodio de hoy. Para ello debemos remontarnos atrás en el tiempo. Era de noche. El salía acompañado de sus hijos a la puerta de la muralla. "¡Dejadme otro día con vosotros!", imploraba. "No puede ser, padre, el sacerdote te ha declarado impuro. Podríamos contagiarnos todos y sería peor". Entre desgarros de corazón, la pesada puerta se cierra violentamente. Una vida queda truncada. Su futuro está ahí enfrente, en la ciudad de los muertos. Desde lo alto de las murallas su familia le grita: "No te preocupes. Ya te tiraremos comida de vez en cuando desde lo alto de la peña". La puerta ya está cerrada. "¡Impuro, impuro!".

-Acogida y liberación

Bajaba Jesús del monte rodeado de sus discípulos y de una muchedumbre de curiosos y simpatizantes. De repente se le acerca un leproso. "¡Señor, si quieres, puedes curarme!". Desconcierto. Asco. Terror. Algunos se agachan y cogen piedras. "¡No des ni un paso más!". Escándalo: ni siquiera ha lanzado el grito de rigor a la distancia que prescribe la ley. "¡Alto!".

Y llega Jesús y da un vuelco total a los esquemas inamovibles del hombre. En lugar de excluir, acoge. En lugar de distanciarse, extiende la mano y toca. En lugar de sentenciar expresa su voluntad liberadora. En lugar del silencio condenador, la palabra eficaz: "Quiero, queda libre".

Pero a pesar de su autoridad indiscutible, no actúa contra la Ley. Pregunta qué es lo que está mandado. Cura. Y envía al enfermo, limpio de su estigma, a cumplir la prescripción legal. Después pide que se guarde el secreto. Aún no ha llegado su hora.

-El "Magnificat" por la gracia derramada

Y después de la curación, y a pesar de la "imposición" del silencio por parte de Jesús, viene la explosión jubilosa, la alegría por la salud recobrada. El corazón, rebosante de gracia y de paz, no puede callar, a pesar del mandato del Señor. Es el "Magnificat" por la gracia derramada: "Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación". A pesar de tu severa advertencia no puedo dejar de cantar tus misericordias, Señor, porque has escuchado mi clamor, te has fijado en mi aspecto repulsivo, te has compadecido de mi forzado y triste destierro y has extendido tu mano tocando mi impureza. No has dudado en hacerte tú también "impuro" para purificarme a mí. He implorado la salud, he implorado de ti la salvación. Y me has curado, has perdonado mis culpas. "Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación". ¿Cómo quieres que guarde silencio si mi ser está ahora lleno de ti? Señor, tú comprendes mi desobediencia.

ALVAR PEREZ
MISA DOMINICAL 1994/03


16.

-Los leprosos. La primera lectura y el evangelio nos dejan constancia de la suerte, la mala suerte, de los afectados por la lepra en aquel tiempo. Nos informan de leyes y costumbres, que pueden parecernos bárbaras y crueles. Los leprosos, en efecto, eran mal vistos y temidos y, en consecuencia, la sociedad de entonces se defendía de ellos, excluyéndolos de la convivencia y apartándolos de las poblaciones, obligándoles a malvivir lejos de los núcleos de población. Incluso eran forzados a vestir harapos y andar desgreñados, para que su aspecto sirviese de aviso a los caminantes y pudieran evitar el encuentro. La lepra era no sólo una enfermedad terrible e/o incurable, sino que se la contemplaba como un castigo merecido por los propios pecados. Eran unos indeseables, contra los que había que protegerse. Su exclusión social no era más que una medida en favor de la salud pública, para evitar el contagio y males mayores a los demás.

-Los excluidos. Hoy apenas si se dan casos de lepra en los países desarrollados. En todo caso es una enfermedad curable. Pero existen, en cambio, numerosos casos de exclusión por otros motivos, incluso por motivos de salud pública. El hambre, la pobreza, el paro, el chabolismo, la inmigración clandestina, la delincuencia, la prostitución y un largo etc. son también pretextos para la marginación y la segregación.

Excluidos de la mesa del desarrollo, tienen que refugiarse en las zonas más degradadas de las ciudades y cargan siempre con la sospecha de todos los males que nos afligen. De manera que se ven conminados a vivir también al margen de la ley y desamparados del derecho. Son los nuevos leprosos de los nuevos tiempos.

-Los excluyentes. Hay, no obstante, una gran diferencia entre nuestros leprosos y los del evangelio. Porque Israel no producía la lepra, en cambio es nuestra sociedad la que produce la marginación. Este es el punto oscuro de nuestro sistema de vida, tan lleno de contradicciones. Porque los marginados contribuyen con su exclusión a mantener el nivel de vida de los demás. Porque en un sistema, donde prima la competencia sobre la solidaridad, y el lucro sobre el servicio, hace falta que la oferta sea menor que la demanda, para que haya siempre más hambre que pan y así se garantice el negocio. De esta manera los excluidos, los pobres, los parados, los inmigrantes, constituyen el contrapeso para mantener el equilibrio. Por eso sólo se toman medidas para remediar su mala suerte, pero no se arbitran medidas para cambiar el sistema que genera marginación y pobreza.

-Jesús y el leproso. Un día, nos relata el evangelio, se acercó a Jesús un leproso. Y Jesús, sin tomar en cuenta las leyes y costumbres de su pueblo, le escuchó, le tocó y lo puso a salvo de la enfermedad. Porque los enfermos no se curan, evitándolos, sino atendiéndolos. Como la pobreza no se erradica, marginando a los pobres, sino tendiéndoles la mano, para reincorporarlos a la sociedad y a la vida. Jesús, con ese gesto entraba en solidaridad con los marginados. Así lo hizo, acercándose a los pobres, a los pecadores, a los "malvistos" de la sociedad de entonces. Y así quiso que empezase el nuevo reino, anunciando la Buena Noticia a los desgraciados del mundo. Y el gesto de Jesús es el santo y seña de sus discípulos, de los cristianos, de la Iglesia.

-Opción por los pobres. Hoy se anuncia este evangelio para que quede constancia entre los que venimos a celebrar la eucaristía. Para que conste a los que anteponen los ritos a la caridad, para que los que anteponen el espiritualismo al compromiso, para los que con el pretexto de dar culto a Dios, abandonan a los pobres y marginados a su mala suerte. Para que nos conste, sobre todo, a nosotros, que nos hemos reunido para escuchar el Evangelio. El compromiso de Jesús con los pobres y excluidos del mundo es y debe ser el compromiso de su Iglesia y de los fieles. El principal mandamiento del cristiano es el amor al prójimo, y el más prójimo para la fe, aquellos en los que se hace presente Jesús, son precisamente los pobres y marginados de la sociedad.

La eucaristía es un memorial de Jesús, de su muerte por todos y de su resurrección para todos, es también la fiesta del amor. Debemos cuidarnos mucho de que no falten en nuestra eucaristía aquellos con los que Jesús quiso compartir su vida y su suerte.

Que no falten en nuestra mesa, en la mesa del Señor, los que se ven excluidos de la mesa del desarrollo. Y que su presencia en la eucaristía nos urja y estimule para trabajar por ellos y con ellos hasta que se sienten con todos en el banquete del bienestar.

-¿Quiénes son hoy los marginados y excluidos? ¿Qué sabemos de ellos? ¿Cuáles son las causas de exclusión en nuestra sociedad?

-¿Nos sentimos interesados por la suerte de los marginados? ¿Nos interesamos, sobre todo, por las víctimas de la marginación? ¿Qué hacemos en su favor?

-¿Hay marginación en nuestro entorno? ¿Entre nuestros familiares y parientes? ¿Entre compañeros de estudios o trabajo? ¿En el vecindario? ¿Los conocemos? ¿Nos acercamos a ellos?

-¿Qué recursos sociales conocemos para ciertos tipos de marginación? ¿Tenemos información de asociaciones voluntarias en su favor? ¿Participamos en ellas? ¿Hace falta alguna para atender algún tipo nuevo de exclusión?

EUCARISTÍA 1994/09