COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1Co 2, 1-5

 

1. CRUZ/SABIDURIA

Pablo es el hombre que confía en la fuerza del mensaje. No pone su punto de apoyo en la sabiduría humana, sino en el conocimiento de Cristo crucificado. Lo que resulta manifiesto, a través de la pobreza humana del apóstol, es el poder de Dios.

Resulta primordial el conocimiento de Cristo crucificado. En el fondo la fe es la transmisión de una vivencia personal y comunitaria. La autenticidad del trato con el Señor es el pedestal de la verdadera predicación. Es real que nuestra fuerza -la única fuerza- es la fe vivida y vivida profundamente. Ésta da libertad, seguridad e independencia para testimoniar, frente a las situaciones más adversas, sin perder la esperanza ni ser víctimas de la decepción.

La ciencia del Cristo crucificado es la que han poseído los santos a lo largo de la historia de la Iglesia. Incluso los más sabios humanamente han subordinado su saber a Cristo, se han dado siempre cuenta de que la sabiduría humana no tenía ningún valor comparada con el conocimiento de Dios.

En los momentos actuales de exaltación del hombre, es bueno, de vez en cuando, reflexionar sobre la debilidad humana y mostrar los verdaderos valores.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1975/03


2.

vv.1-2: La elocuencia y la sabiduría humanas no le van a la verdad desnuda de la cruz de Cristo. Pablo no quiso presentarse a los corintios hablando con palabras altisonantes y haciendo alarde de elocuencia. Les predicó sencillamentte a JC y a éste crucificado, sin triunfalismos.

v. 3: Pablo se presentó ante los corintios como un pobre hombre, débil y temeroso. Pero su debilidad prestaría el único y el mejor servicio al asunto de Jesús, evitando el equívoco y mostrando que no era la palabra avasalladora de un hombre culto, sino la fuerza de Dios lo que operaba en la predicación cristiana.

v. 5: Otros fueron a Corinto que deslumbraron con su elocuencia e hicieron discípulos (por ejemplo, Apolo, el brillante alejandrino). Pablo no quiso hacer discípulos suyos, ni deslumbrar a nadie, sino llevar a todos a la luz de Cristo. La fe no es auténtica si se apoya en la sabiduría humana y se rinde apasionadamente como adhesión a un maestro brillante. Sin embargo no confundamos a Pablo con un hombre primario que abogue por la superioridad de lo irracional, por la primacía del corazón en contra de la razón. Sus palabras se comprenden teniendo en cuenta las desviaciones gnósticas que se dieron en el seno de la comunidad de Corinto. Lo único que desea es salir al paso de estas desviaciones y de la pretensión de la sabiduría humana de llegar a desentrañar el misterio inaccesible de Dios.

EUCARISTÍA 1987/08


3.

Después de haber probado la superioridad del Evangelio sobre los sistemas de sabiduría (1 Cor. 1, 18-25), explica Pablo por qué no ha predicado una doctrina de sabiduría: realmente ha sido mucho mejor, puesto que ha presentado una base divina a las actitudes de los fieles.

Pablo no predica una doctrina de la sabiduría, sino que presenta un testimonio (v. 1). Ahora bien: el testimonio vale en razón de la calidad del acontecimiento que presenta y no en razón de la retórica con que va arropado. Las palabras del testigo son esencialmente relativas; su valor es extrínseco a ellas, al contrario de las palabras de sabiduría.

No obstante, Pablo parece haber realizado una selección en los sucesos de que da testimonio: ha insistido más en torno a la cruz que en torno a la soberanía de Cristo (v. 2), en torno a la humildad de Jesús que en torno a su sabiduría. No es que necesariamente haga esa misma diferenciación preferencial en todas las comunidades a las que evangeliza, pero sí la ha hecho en Corinto ("entre vosotros"), sin duda para evitar los equívocos a que hubiera podido dar lugar otra postura diferente.

Además, puesto que el testimonio vale tanto como el acontecimiento de que habla y no lo que pueda valer la calidad del orador, Pablo no tiene reparo en expresarse a pesar de su lenguaje pobre y balbuciente (v. 3). Después de haber tenido un fracaso en la acrópolis de Atenas (Act. 17, 16-34), muy bien podía temerse un fracaso permanente en Grecia. Sin embargo, un testigo debe aducir un mínimo de pruebas para apoyar sus afirmaciones. A pesar de todo, Pablo no las ha presentado conforme a una técnica oratoria, sino en forma de una demostración de talento y de poder (v.7). No se trata necesariamente de milagros propiamente dichos, sino seguramente de los carismas repentinos distribuidos entre la comunidad de Corinto y, sobre todo, del cambio operado en la vida de muchos de los miembros de su auditorio.

Si Pablo defiende con tanto ardor el testimonio de Cristo crucificado (v.2), quizá sea porque durante mucho tiempo la Cruz fue para San Pablo un fenómeno incomprensible. No podía admitir que el Mesías esperado fuese un Mesías crucificado. La visión del camino de Damasco le hizo descubrir repentinamente que el Crucificado es realmente Señor y que vive entre igualmente perseguidos, con el fin de incorporarlos a su gloria.

¿No se diría entonces Pablo que, si Dios había podido convertirle con tanta facilidad, a él que era un fariseo exaltado, con solo hacerle ver que la gloria era una locura tan incomprensible como la cruz, el mejor medio de convertir a los hombres podía consistir en tomar como ejemplo esa experiencia del camino de Damasco y en presentarles la locura de la cruz como camino de la gloria? Por eso el testimonio que el apóstol presenta al mundo responde a una experiencia esencial concreta: el misionero no convierte a los demás sino porque él mismo se ha convertido. De lo contrario, no es más que un propagandista o un publicista, y sus palabras no constituyen un testimonio.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 175 s


4.

Sabemos que Pablo no era precisamente un gran orador, ya que se le reprochaba su falta de elocuencia (cf. 2 Cor 19,10). Además, en tiempos de Pablo, la elocuencia era algo muy estimado entre los de cultura helenística.

Sin embargo, Pablo opone al prestigio de una palabra y de una sabiduría humanas la palabra y la sabiduría que vienen de Dios (2,4.7). A la sabiduría suficiente de la inteligencia humana, que se constituye en regla absoluta, se opone la sabiduría de Dios manifiesta en su propio actuar. Esta sabiduría, encarnada en Jesús, se ha manifestado a los cristianos de Corinto.

Naturalmente, la predicación de la cruz sería lo último que los hombres podrían aguardar: ocasión de escándalo en lugar de señal del poder de Dios, locura en lugar de sabiduría. Pero, una vez sobrepasada esta oscuridad y dada la adhesión de la fe, la cruz aparece como la realización suprema de la verdadera sabiduría y de ese poder de Dios. Aunque este camino no es fácil de andar.

La "manifestación del espíritu" no se refiere a ningún milagro (Hch 8 no lo menciona) sino más bien a la actividad del espíritu en Pablo y en los convertidos de Corinto (ver 14,25; 1 Tes 1,5). La obra cristiana no queda nunca estéril. Los que se lanzan por el camino de la fe, lo comprueban a diario.

Pablo rechaza decididamente los discursos de una sabiduría humana, que serían persuasivos por ellos mismos (v.4) y que harían de la fe una adhesión de orden puramente humano (v. 5). Su predicación es más bien una demostración del poder del espíritu que viene de Dios y requiere en consecuencia una adhesión de otro orden: la del espíritu. Pablo no ha evitado nunca la aspereza y la dosis de ilusión de este mensaje que predica, porque, al fin y al cabo él cree predicar la cruz de Cristo. Los corintios tienen que pensar que su fe solamente se basa en este radicalismo de la cruz. Si el cristiano no es radical, resulta algo deplorable.

EUCARISTÍA 1993/08


5. /1Co/02/01-16

Este capítulo, si bien repite ideas ya formuladas, contiene precisiones enriquecedoras y sugerentes, susceptibles de una interpretación actualizada y válida para todos los tiempos. San Pablo cita al profeta Isaías, el cual afirma que Dios revela a "sus amigos" realidades que quedan fuera de la comprensión y la ciencia de los hombres. La sabiduría de los hombres es fundamentalmente práctica, trata de resolver sus problemas inmediatos. Es posible que la humanidad no se haya esforzado nunca tanto como hoy por superar los obstáculos que su misma evolución le presenta día a día. La inteligencia de los hombres se aplica a una búsqueda constante, en el campo de la técnica y de la programación, para adelantarse a nuevos problemas. Digamos también que éste es, sin duda, el mejor uso que el hombre hace de sus propias facultades, y dejemos a un lado la actitud egoísta de tantos -quizá de la mayoría- que sólo se preocupan de sacar provecho personal de su trabajo y de su situación, reduciendo el mundo y sus problemas a sí mismos y a sus intereses. En este contexto, las palabras de Pablo tienen una fuerza insospechada: «El hombre de tejas abajo no capta las cosas del Espíritu de Dios, le parecen una locura» (v 14). El afán por lo inmediato puede acabar por cerrar al hombre dentro de sus angustiosos límites, haciéndole perder la visión amplia sobre su existencia. El Apóstol trata de situar a los cristianos en la perspectiva que Dios tiene de la existencia humana: «su designio secreto... sobre nuestra gloria» (7). Para quien acepta la dinámica de la historia de salvación, la vida está siempre abierta a la esperanza, aun cuando el momento presente deba vivirse con tensión. Pablo es consciente de que sólo el Espíritu de Dios puede realizar este cambio de categorías en lo más profundo del espíritu humano. Recordando a los corintios que cuando ha predicado el evangelio se ha movido siempre en esta dirección, les invita ahora a reconocer con gratitud el don de Dios, don que él llama «gracia». La «necedad de la predicación» puede salvar también hoy al hombre que se decide a creer (1,21).

A. R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 507


6.  /1Co/01/18-31:/1Co/02/01-05

Pablo predica a Cristo crucificado, "escándalo para los judíos, necedad para los griegos" (1,23). Los judíos, en efecto, en lugar de eso hubieran querido "señales" y los griegos "sabiduría". De todas formas, Pablo ve muy claro que lo que predica aparece humanamente como necedad, insostenible, impresentable. Con todo, y ésta es la maravilla, hay quien lo cree: aquellos que han recibido la vocación, tanto entre los judíos como entre los griegos y, por supuesto, también él. Pero se da el caso de que, mirando a los que han creído, la mayoría no pertenece ni a la clase de los sabios ni a la de los poderosos ni a la de los aristócratas, sino precisamente a la clase de los que estos últimos tenían por nada, como «lo necio del mundo» y «lo débil del mundo» (v 27). De ellos nadie hace caso. El Apóstol permanece admirado, y así lo hace notar a sus lectores. E interpreta el hecho como querido por Dios en orden a avergonzar a los que en el mundo se creen sabios y fuertes: «Así, ningún humano puede engallarse delante de Dios» (v 29).

Por otro lado, el Apóstol aparece bien consciente del riesgo que corre al pretender anunciar el testimonio de Dios buscando soporte en «el prestigio de la palabra o de la sabiduría» (2,1); es decir, oponiendo a la sabiduría y al poder del mundo otra ley de sabiduría y poder que, a pesar de las apariencias, seguirían siendo igualmente del mundo, aunque puestas al servicio del anuncio del mensaje. Tal predicación, poderosa y sabia, olvidaría que únicamente viene de Dios el que los creyentes permanezcan en Cristo Jesús (cf. 1,30-31). En efecto, la fuerza de la predicación no radica en el poder de persuasión de palabras sabias. Para llevar la fe, la palabra tiene en ella misma su fuerza: la fe se basa exclusivamente «en la fuerza de Dios» (2,5). Así, el hecho de que la fe de los creyentes en «Cristo, portento de Dios y saber de Dios» (1,24) no se fundamente en la sabiduría humana -en las dotes personales del predicador-, sino en el poder de Dios, hace que el Apóstol se encuentre como desarmado y desnudo. Por eso se presenta «débil, temeroso y trémulo» (2,3). En realidad, el hecho de que haya creyentes permanecerá siempre un misterio. Y lo será, porque son ellos precisamente el lugar privilegiado donde se han realizado y se realizan las maravillas de Dios.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 854 s.