COMENTARIOS AL SALMO 70

 

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Como lo hemos ya señalado, a menudo el "yo" utilizado en los salmos representa en realidad a Israel. Esta oración aparentemente muy personal, y casi individualista en su tono de intimidad, es de hecho un "midrash", y una especie de "parábola", un "ropaje": el pueblo de Israel está representado aquí en un anciano, escogido desde antes de su nacimiento (el amor de Dios es el primero), y que se ha esforzado por ser fiel hasta sus "cabellos blancos"... Un anciano sin fuerzas y rodeado de enemigos que quieren su perdición... Y que se atreve a pedir a Dios no simplemente la prolongación de una pobre vida maltrecha sino una "nueva vitalidad", una nueva juventud, una verdadera resurrección: ¡entonces, Israel, sin fin "cantará" la alabanza y la alegría!

Desde el punto de vista literario, miremos el hermoso movimiento en espiral, que mezcla sin cesar, la "súplica" y la "alabanza" .. EI creyente que grita y gime ante la prueba, sin embargo, jamás se desespera... A su petición suplicante, junta la acción de gracias.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** Desde su infancia, Jesús estuvo "en las cosas de su Padre"... Más que nadie podía decir: "Tú me escogiste desde el vientre de mi madre... He sido motivo de asombro para muchos"... "Todo el día están llenos mis labios de alabanzas a tu gloria"... Jesús pide en su Pasión, ser librado de sus enemigos: "Dios lo abandona... ¡Veamos si Elías viene a liberarlo! Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

Y en esta situación extrema, seguridad en la resurrección: "Me harás vivir de nuevo, me levantarás de lo profundo de la tierra... Y cantaré la alegría de una vida que me has vuelto a dar"... Sí, hay que repetir este salmo con Jesús.

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** ANCIANO/ABANDONO: El tema de la vejez. Nunca como en nuestro mundo moderno la vejez ha sido una prueba terrible. Cuanto más el hombre moderno logra curar las enfermedades, más siente el fracaso de no poder curarse de la muerte. Cuanto más confort y bienestar proporcionan las técnicas y la ciencia, se hace más duro tener que abandonar esta vida. Nunca como hoy, el anciano ha estado tan aislado: nuestros abuelos vivían casi siempre en familia, con sus hijos... hay que experimentar el terrible sentimiento del abandono, esta impresión humanamente dramática de haber cumplido su tiempo, como un viejo utensilio ya fuera de uso... hay que afrontar lúcidamente esta cruel vivencia en que una cierta vida ha terminado, y que, aquel tiempo es irreversible... para comulgar con la esperanza del salmista: sí, para el verdadero creyente, las leyes biológicas y psicológicas de la vejez no influyen en quien espera la comunicación de la vida divina. ¡Nuestra nueva juventud, está ante nosotros, en Dios! ¡Allí está la alegría!

El deseo de vivir. Todo este salmo protesta contra la pérdida de vitalidad, aun en nombre mismo de la eternidad del amor: ya que Dios nos creó porque El nos ama (¡Desde el vientre de nuestra madre!), ¿cómo podría El abandonarnos? La resurrección de los muertos, la Resurrección de Jesucristo, está prevista desde toda la eternidad, y hace parte del proyecto inicial del creador. No acusemos jamás a Dios de haber hecho un hombre mortal. Su único proyecto, es el de un ¡hombre resucitado! Esta fe penetra ya este salmo.

El sentido de la alabanza. Aun en medio de las situaciones más dolorosas, el hombre de la Biblia continúa su canción, toma su guitarra y da gracias.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 140 s.


2. Cuando las fuerzas declinan

Hay una ley constante que cruza como un meteoro los cielos de la Historia de la Salvación: sólo los pobres poseerán a Dios. Los ricos ya tienen su dios; su corazón ya está ocupado. Y ricos no sólo son los que disponen de sólidas cuentas bancarias, sino también aquellos que gozan de una firme instalación vital: éxito, prestigio, salud.

Cuando un hombre se halla en posesión de una propiedad, ésta reclama a su propietario, y, entre éste y la propiedad se establece una apropiación, con lo que la propiedad sujeta y esclaviza al dueño, y se le transforma en objeto de culto y adoración. Al dueño se le van las entrañas, en un movimiento de adhesión y rendimiento, detrás de la propiedad, ya transformada en ídolo, absorbiendo las mejores fuerzas del corazón: tiempo, preocupación, devoción. Definitivamente, ¡qué difícil es que un rico entre en el Reino de Dios! (/Mt/19/23)

Cuando el hombre se identifica con su ídolo, en una funesta simbiosis, entonces el hombre mismo se transforma en un pequeño dios de sí mismo. Y, al final de este proceso, se encuentra en posesión de un tesoro que es él mismo, jugando al «pequeño dios» en un minúsculo estadio, olvidándose de que su salvación consiste en estar abierto en lo más profundo de su ser, y de que su riqueza consiste en ser pobre de sí mismo.

* * * * *

Por eso, constantemente aparece en los salmos la condición indigente y fugaz del hombre, reclamando, por contraste, la solidez de Dios. Aparece la fragilidad moral o pecado como la pobreza humana más radical que, por su propia naturaleza, reclama la presencia misericordiosa del Señor.

Ser pobre consiste fundamentalmente en la carencia de algo: salud, patria prestigio, amor, estima... El hambriento es pobre porque necesita de alimento para sobrevivir. El exiliado es pobre porque le despojaron de una patria. La esposa abandonada es pobre porque necesita del cónyuge. Al perseguido le falta comprensión, o justicia, o acogida. Al calumniado le han usurpado el prestigio.

Un dato interesante: en un número elevado de salmos el salmista se eleva hacia Dios a partir de la experiencia de alguna indigencia humana: en los salmos 13, 17, 22, 88 de la experiencia de una extrema aflicción; en el salmo 71 de la experiencia de la ancianidad; en el salmo 30 y otros, de la experiencia de la inminencia de la muerte; en los salmos 35, 55, 57, 69 de la experiencia de la persecución; en los salmos 38, 51, y otros, de la experiencia del pecado. La lista se haría interminable. Es la constante pedagogía del Señor: deja que el hombre se hunda en el abismo de la indigencia; allí mismo se inicia su ascenso hacia Dios.

La observación de la vida me ha enseñado esta comprobación: en el camino de la vida, cuando una persona, en una determinada oportunidad, ha tenido un fuerte proceso de conversión, ha sido casi siempre a partir de una dura crisis, de una experiencia interior intensa de alguna indigencia, como fracasos, disgustos, desilusiones. La experiencia demuestra que, en los planes divinos, las pruebas de la vida son la pedagogía ordinaria de Dios con respecto de sus hijos. Cuando los ídolos caen y tambalean las columnas, sólo entonces Dios puede transformarse en mi Dios.

En la ancianidad (salmo 70)

Es un salmo verdaderamente hermoso y entrañable. Entre sus pliegues palpita en todo momento una profunda intimidad; y una confianza casi invencible cruza su firmamento de un extremo a otro.

Cuarteado como un edificio en ruinas, próximo ya a las puertas del abismo, el anciano salmista mira atrás, mira hacia adelante, se mueve entre agitados contrastes, entre la impotencia y la esperanza y, a pesar de estos contrastes, una serenidad vestida de ternura está presente entre sus líneas en todo momento. En suma, es un salmo de gran consolación.

No obstante, el salmo 70 no extiende ningún puente al Más Allá; jamás levanta la mirada por encima de los horizontes. El anciano salmista se conforma con seguir viviendo unos años más en este suelo; no tiene alas de trascendencia. Le falta la mirada cristiana hacia la Patria y la resurrección final. Por eso, a pesar de su hermosura, el salmo se nos queda corto.

* * * * *

En los tres primeros versículos sentimos al salmista como nervioso, tenso. Se parece a un hombre que se halla ante un peligro inminente, o, quizá, a un hombre acosado por fieras que le acechan desde todas partes: ayúdame, sálvame, mira que estoy en grave peligro. Si sucumbo, ¿qué van a decir mis enemigos? Te necesito. Sé para mí roca de refugio, fortaleza invulnerable, ancla de salvación (vv. 1-3).

En este momento el anciano salmista extiende su mirada sobre su pasado, abarca de un golpe de vista todos los años de su vida, retrocede hasta la infancia, y, conmovedoramente, nos hace una deslumbrante evocación (vv. 5-8), y nos transmite un mundo de ternura: Dios lo había hecho vibrar desde la aurora de su vida, y siempre había sido sensible a los encantos divinos (v. 5).

Y, en una actitud audaz, retrocede hasta el seno materno. El anciano salmista tiene la conciencia clara de que desde entonces, desde el embrión, había sido tocado por el dedo de Dios: ya entonces me apoyaba en Ti más que en mi propia madre; desde entonces Tú fuiste la esencia de mi existencia; todavía en el seno uterino en Ti respiraba, subsistía, era. Mi madre me llevaba en el útero, pero yo te llevaba dentro de mí, y, al mismo tiempo, yo estaba dentro de Ti (v. 6). Y, sintetizando el contenido de este versículo, y abarcando todos los horizontes, nos entrega el salmista esta emotiva acotación: «Siempre he confiado en Ti.»

* * * * *

Desempolvando los viejos archivos, el salmista recuerda y hace presentes momentos asombrosos: era tanta su gallardía interior y su plenitud que «muchos me miraban como a un milagro» (v. 7). Pero en esto no hubo ningún mérito de mi parte: todo esto sucedía porque yo estaba contagiado de tu fuerza; yo parecía un muro indestructible porque Tú eras mi Roca (v. 7).

Continúa el salmista con su evocación: ha sido, la mía, una existencia brillante a la vista de todos. Tu gloria resplandeció a través de mis pasos y mis días; a lo largo de mis años dejé destellos de luz en las noches y rastros de tus pies en mis días. Todo fue obra tuya. Mi existencia y mi garganta no han cesado de soltar a los vientos tus alabanzas (v. 8).

Ahora en el ocaso

Después de esta evocación, el salmista baja la vista, se mira a sí mismo, y se encuentra como madera carcomida, como muro cuarteado, acosado por la enfermedad, sin fuerzas. Y, para mal de males, los raquíticos de siempre se divierten con esta situación, y hacen de ella el plato favorito de sus chismes y chistes: y es esto lo que más le duele al salmista: deshecho y despreciado. ¿Cabe mayor desgracia? Sí cabe; y es que, para colmo de desdichas, le están sucediendo tantas desgracias porque -así lo interpretan ellos- Dios lo ha abandonado (VV. 9-11).

En este momento el salmista salta como un resorte desde el pozo de su impotencia apelando a la justicia divina y lanzando imprecaciones contra sus detractores (vv. 12-13). ¡Siempre el instinto de venganza a flor de piel! Entre el versículo 13 y el 14 hay una violenta transición, del abatimiento a la euforia, debido, sin duda, a la experiencia general de su vida: por lo que ha sucedido en su historia pasada, el salmista sabe de antemano que su apelación será atendida, y la confesión pública es un hecho asegurado.

En efecto; después de esas imprecaciones, saltando de contraste en contraste, el viejo salmista da rienda suelta, en tres versículos victoriosos y comenzando con el «yo en cambio», a su seguridad inmutable de que será atendido por el Señor, y ya está pensando en la próxima alabanza: su esperanza jamás declinará así se caigan las estrellas y los montes se desplomen en el mar (v. 14). No se cerrará mi boca; seré incansable rapsoda para narrar tus proezas, Señor mío, y contar tu victoria, obra exclusivamente tuya (v. 16).

* * * * *

En sus típicas transposiciones de planos y alteraciones anímicas, el viejo salmista, lleno de gratitud y en un tono sumamente entrañable, vuelve, en los versículos siguientes (vv. 17-20), al recuerdo de los años pasados, años cuajados de milagros y maravillas: desde los años de mi juventud fuiste mi antorcha; desde la aurora hasta el ocaso me mantenías en vilo, causando yo asombro a todos los espectadores (v. 17).

Pero ahora que soy viejo, ahora que las canas blancas me coronan y el vigor se alejó para siempre, ahora no me abandones, Dios mío; mantén mis nervios en alta tensión, dame un soplo de vida, y otro más, hasta acabar mi tarea, la de describir la potencia de tu brazo ante la asamblea de las futuras generaciones. Necesito un poco más de vida para contar a los incrédulos de siempre tus indescriptibles proezas, tus memorables victorias, aquellas hazañas que dejaron mudos a los grandes de la tierra, «Dios mío, ¿quién como Tú?» (v. 19).

Después de esta ardiente súplica, el anciano salmista manifiesta en los versículos 20-24 una serena confianza en el futuro, a partir, sin duda, de sus experiencias pasadas: después de tanta flaqueza, serias enfermedades y el desprecio de los prepotentes, yo sé que una desusada primavera estallará en mis venas, desde el abismo de la tierra me levantaré como un tallo esbelto, y de nuevo el árbol de la vida florecerá en mi huerto (v. 20).

No sólo eso; mucho más: mi respetabilidad ante la asamblea del pueblo aumentará considerablemente, y las gentes tendrán que reconocer, mudas y asombradas, y confesar ante la faz de la tierra que Tú eres el héroe de tales proezas (v. 21). Más todavía: yo sé que he de saborear la fruta más deliciosa de la vida: tu consolación; sí, yo he de beber un vaso de ese vino que me producirá una alta embriaguez; yo sé que te acercarás a mí con la ternura de madre, y me consolarás, y me vendarás las heridas (v. 21).

Aquel día tomaré en mis manos las arpas vibrantes y las cítaras de oro, te entonaré en la madrugada una melodía inmortal, y al anochecer te alabaré a muchas voces, Dios mío, y tu Nombre resonará por todas las latitudes, oh Santo de Israel (v. 22), y esta alma, agradecida y feliz, por haber sido rescatada de la fosa profunda, te aclamará noche y día, sin cesar, eternamente (vv. 23-24).

SALMOS PARA LA VIDA
Publicaciones Claretianas
Madrid-1986.Págs. 147-153


3. JUVENTUD Y VEJEZ

 

«Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti;
en el seno, tú me sostenías;
siempre he confiado en ti.

No me rechaces ahora en la vejez;
me van faltando las fuerzas; no me abandones».

Tú eres parte de mi vida, Señor, desde que tengo memoria de mi existencia. Me alegro y me enorgullezco de ello. Mi niñez, mi adolescencia y mi juventud han discurrido bajo la sombra de tus manos. Aprendí tu nombre de labios de mi madre, te llamé amigo antes de tener ningún otro amigo, te abrí mi alma como no se la he abierto nunca a nadie. Al repasar mi vida, veo que está llena de ti, Señor, en mi pensar y en mi actuar, en mis alegrías y en mis penas. He caminado siempre de tu mano por senderos de sombra y de luz, y ésa es, en la pequeñez de mi existencia, la grandeza de mi ser. Gracias, Señor, por tu compañía constante a lo largo de toda mi vida.

Ahora los años se me van quedando atrás, y me pongo a pensar, aun sin quererlo, en los años que me quedan. La vida camina inexorablemente hacia su término, y mi mirada se fija en las nubes de la última cumbre, que parecía tan lejana y ahora, de repente, se asoma cercana e inminente. La edad comienza a pesar, a hacerme sentirme incómodo, a dibujar el molesto pensamiento de que los años que me quedan de vida son ya, probablemente, menos de los que he vivido. Apenas había salido de la inseguridad de la juventud cuando me encuentro de bruces en la inseguridad de la vejez. Mis fuerzas ya no son lo que eran antes, la memoria me falla, los pasos se me acortan sin sentir, y mis sentidos van perdiendo la agudeza de que antes me gloriaba. Pronto necesitaré la ayuda de otros, y sólo el pensar eso me entristece.

Más aún que el debilitarse de los sentidos, siento el progresivo alargarse de la sombra de la soledad sobre mi alma. Amigos han muerto, presencias han cambiado, lazos se han roto, mentalidades han evolucionado, y me encuentro protestando a diario contra la nueva generación, sabiendo muy bien que al hacerlo me coloco a mí mismo en la vieja. Cada vez queda menos gente a mi lado con quien compartir ideas y expresar opiniones. Me estoy haciendo suspicaz, no entiendo lo que otros dicen, ni siquiera oigo bien, y me refugio en un rincón cuando los demás hablan, y en el silencio cuando dicen cosas que no quiero entender. La soledad se va apoderando de mí como el espectro de la muerte se apodera, una a una, de las losas de un cementerio. La enfermedad que no tiene remedio. La marea baja de la vida. El peso del largo pasado. La vecindad de la última hora. Tonos grises de paisaje final.

Me da miedo pensar que, de aquí en adelante, el camino no hará más que estrecharse y no volverá ya a ensancharse jamás. Tengo miedo a caer enfermo, de quedarme inválido, de enfrentarme a la soledad, de mirar cara a cara a la muerte. Y me vuelvo a ti, Señor, que eres el único que puede ayudarme en mis temores y fortalecerme en mis achaques. Tú has estado conmigo desde mi juventud; permanece conmigo ahora en mi vejez. Tú has presidido el primer acto de mi vida; preside también el último. Sostenme cuando otros me fallan. Acompáñame cuando otros me abandonan. Dame fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre descansa en tus manos.

 ¡Dios de mi juventud, sé también el Dios de mi ancianidad!

«Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas;
ahora, en la vejez y las canas,
no me abandones, Dios mío».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar los Salmos
Sal Terrae, Santander-1989, pág. 133s.