38 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1.

Perplejidad ante la abundancia. Si somos sinceros, la narración del milagro de Caná nos  ha dejado perplejos alguna vez. Este milagro del vino se diferencia considerablemente de  las otras maravillas realizadas por Jesús. En ellas se sale al paso de la necesidad  existencial, mientras que, en este milagro, Jesús ayuda en una avería que puede acabar con  toda la alegría de una fiesta.

Y no se contenta con arreglar lo imprescindible, sino que realiza el milagro de la  sobreabundancia. Seiscientos litros de vino es una cuantitativa conversión desbordante, que  da un vuelco a toda la fiesta. ¡No nos imaginemos qué aspecto podría ofrecer la mesa, una  vez consumido ese cargamento!

-Un signo de lo que el mismo Jesús es. Como no nos vamos a permitir entretenernos en  los detalles y consecuencias de la narración, podemos suponer que el sentido propio de la  misma hay que buscarlo bajo la superficie. El cuarto evangelista ha reunido bastantes y, en  parte, drásticas narraciones de milagros que indican un posterior discurso de Jesús. Ahí es  donde se descubren los signos (milagros) de lo que Jesús es y trae: él es el verdadero pan  del cielo, la luz del mundo, la resurrección y la vida. Fijémonos bien: el evangelista no  garantiza el hecho en sí, pero sí lo que en él irrumpe; esto es, la totalidad del acontecimiento  de Cristo que puede ser descubierto por quien retrospectivamente echa una mirada de fe a  la cruz y a la resurrección.

¿Qué aspecto de Jesús descubre el milagro del sobreabundante vino? Desgraciada y  excepcionalmente, el evangelista no añade a la narración explicación interpretativa alguna.  Pero si leemos el evangelio bajo la perspectiva de los términos "abundancia" y "plenitud",  encontraremos la ayuda necesaria para la comprensión.

-Significado del vino. "El vino alegra el corazón del hombre". El vino abundante siempre  fue imagen del tiempo de la salvación.

Así, entre los profetas, los montes destilarán vino y las colinas serán anegadas por él. La  salvación ha llegado en Cristo; esto quiere decir Juan. El Hijo de Dios posee la riqueza de  la vida divina y quiere participarla a los creyentes, los cuales confiesan que "de su plenitud,  todos hemos recibido". La abundancia de vino es símbolo de salvación plena. Y éste es un  don en la persona de Jesús. Por el contrario, todo lo ocurrido anteriormente no es más que  agua insulsa e insípida. Lo viejo es un sistema de ley superado: por eso las tinajas llenas  de agua en nuestra narración sólo servían para los rituales lavatorios.

Porque la "ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han  venido por Jesús".

Dios no escatima sus dones. "He venido, dice Jesús en el cuarto evangelio, para que  tengan vida y la tengan en abundancia". No se trata, pues, de un cuantitativo más, sino de  un cualitativo mejor. Por vez primera sirve el mejor vino quien de verdad quiere alegrar el  corazón del hombre. En otro lugar, Juan pone en boca de Cristo: "Os he dicho esto para  que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa".

-Las alegrías de este mundo como signo. Jesús quiere que tengamos vida y alegría en  abundancia. Esto hemos de aprendérnoslo bien, y no en el sentido de que los cristianos no  podamos participar en las alegrías de los hombres: no sólo participar, sino incluso  procurarla. La felicidad del amor, del matrimonio, el gusto del buen vino... es algo que  nuestras lecturas bíblicas afirman y, sobre todo, si sabemos enmarcarlas en la plenitud de  la felicidad que comienza con Cristo Jesús. No podemos desdeñar las "pequeñas alegrías"  de la vida cotidiana. Cuando oímos cantar un pájaro, vemos relumbrar el sol en las gotas de  lluvia o contemplamos el esplendor de los frutos maduros en un árbol, cuando es feliz una  persona o supera un problema, cuando un rostro se ilumina por el agradecimiento ante la  ayuda de un hermano..., podemos estar seguros de que nos encontramos con detalles del  gran banquete y del mejor vino de la fiesta de Jesús. Es el sí de Dios a nuestra vida.

-Una sobria borrachera. Pero, por supuesto, no queremos caer en falsas euforias. La  plena felicidad que Jesús nos anuncia no irrumpe ya y porque sí en nuestro mundo. Esa  total felicidad no es, siguiendo la imagen del vino, un sorbo que nos nubla la mente o nos  hace olvidar nuestra responsabilidad y compromiso, no es opio para el pueblo o consolador  de pobres (Prov. 31, 6-9).

Sabemos que en nuestro mundo faltan demasiadas cosas que nos hacen estar  insatisfechos, si no frustrados. Por eso la única actitud posible es aquella que  paradójicamente nos describen los padres de la Iglesia como "sobria borrachera" del  Espíritu.

Cuando todo es aún imperfecto, puede embargarnos la sobreabundante alegría de  Jesús, si tenemos su Espíritu que nos hace clamar "¡Abbá; Padre querido!". Pues Jesús  quiere que tengamos felicidad con pleno sentido.

EUCARISTÍA 1989, 4


2.

Tiene un gran atractivo observar cómo en el acontecimiento que nos transmite el  Evangelio se van indicando una serie de asuntos importantes que nos van descubriendo la  persona y la misión de Jesús. Juan se muestra aquí otra vez como el maestro de la  narración: nada es impensado, repentino o impreparado. Porque todo corresponde al gran  plan de Dios, incluidos los detalles.

Por un lado, nos encontramos con el hecho de la boda. La puesta en marcha de Jesús  con sus discípulos para la celebración de una boda es un elemento digno de notar al  comienzo de lo que ha de ser una enseñanza o una formación a fin de prepararse a ser los  testigos de aquél que indicó la necesidad de dejarlo todo para poder tomar la cruz y  seguirlo. Lo cierto es que el tema de las bodas suena con mucha frecuencia en el mensaje  evangélico. Y es que lo contrario a lo que ocurre en el capítulo 16 de Ezequiel encuentra  aquí su cumplimiento. La rechazada humanidad, que se había prostituido con todos los  cultos posibles, es ahora la esposa elegida, amada y adorada por el esposo divino. Es más:  ahora va a ser liberada de la perdición.

Por otro lado, es la primera vez que aparece "el milagro". Se va a indicar claramente su  significación religiosa: el milagro como signo. No se trata de una sensación ni de una  ayuda, sino de una prueba de señorío y, con ella, de una carta de identificación de la  misión de Jesús. El milagro como signo tiene que mostrar quién es el que actúa y habla.

M/CANA:También por vez primera se habla de María, y precisamente de María en su  cometido dentro del reino mesiánico. Ella es la que ve la necesidad y la perplejidad reinante  y se dirige a Cristo como el que realmente puede ayudar; en él se abandona con serenidad  confiada de cara a una solución. De esta forma ejerce ella su actividad mediadora. Nada  hay más ajeno a su intención que el sustituir a Jesús: al contrario: sólo pretende acercar a  los hombres a él y llamarles la atención sobre su persona. Una veneración autentica a  María es un camino hacia Cristo, nunca una sustitución del mismo. En todas aquellas  practicas (naturalmente, no en el plano teórico) católicas, en que se ha dado o incluso se  da una cierta desvinculación entre Cristo y María, se lleva a cabo una devoción falsa y  diversa respecto a la auténtica fe y un olvido esencial del Evangelio.

El "discurso" del evangelista sigue conduciéndonos, después, al "hacer del hombre". La  misión de María es muy explícita: "Haced lo que él os diga". El hombre ha de cooperar:  aceptar la palabra de Dios y actuar de acuerdo con ella en espíritu de fe, aun antes de  haber captado todos los detalles o de haber alcanzado una visión completa del conjunto. La  palabra de Dios tiene que ser suficiente. En la escena presentada se habla de vino y  agua.

Ambos elementos juegan un gran papel en el Evangelio. El agua vivificante es expresión  del Espíritu de Dios que se mostrará en el diálogo enriquecedor de Jesús con la mujer  samaritana junto al pozo de Jacob. El vino, signo de Cristo, es la vid verdadera, a la cual se  unen los hombres como los sarmientos al tronco de la vida. De alguna manera se está  haciendo cierta lejana referencia también a lo sacramental, en cuanto que el agua y el vino  son signos comprendidos en el acontecimiento salvador que es Cristo, Jesús. El Señor que  convierte aquí el agua en vino, indicará después el vino como signo de su sangre:  maravillosa conversión.

No es de pasar por alto, en el marco de las bodas de Caná, una referencia al final de  todas las cosas. Es llamativo el acento puesto en aquel vino bueno -el mejor- que se  guardó hasta el final, siendo esto precisamente lo contrario de lo que suele practicarse  entre los hombres. Así es, pues, en el reino de Dios.

El cristianismo contiene esencialmente un misterio escatológico. Muchas de las cosas que ahora están ocultas -así habla también Pablo- sólo serán  reveladas y conocidas al final de todo. De aquí que tener la mirada puesta en el futuro, en  el fin por venir, es algo que pertenece al comportamiento de la fe cristiana. Lo mejor se  guarda para el final. Y esto no es para el creyente motivo de temor, sino acicate de la  esperanza.

Como colofón de este anuncio kerigmático de San Juan hay que notar una palabra sobre  la divinidad y poder del Señor que aquí ya resplandece. Es como un rayo de sol que  convierte todas las gotas de rocío del amanecer en perlas refulgentes: un resplandor  sorprendente que procede como de una belleza oculta. Ambos elementos pertenecen a la  vez a la existencia de Cristo, el Señor: la ocultación y la glorificación. El manto humano que  cubre un esplendor divino. San Juan acostumbra a anunciarnos el mensaje de la revelación  con estas breves indicaciones. Después, confía a nuestra reflexión y esfuerzo de la fe  practicada una catequesis -como obra nuestra- que nos haga profundizar en nuestra fe. 

EUCARISTÍA 1986, 5


3. BODA/MATRIMONIO  MIGRO/SIGNO:

Los milagros de Cristo, especialmente tal como los relata San Juan, no son nunca una  simple demostración del poder de Dios sino que tienen un significado y muestran  visiblemente el sentido de lo que Jesús anuncia con su palabra.

La conversión del agua en vino tienen, pues, un significado. En otra ocasión Jesús  multiplicará el pan y en ésta convierte el agua en vino. Conviene destacar que en uno y otro  caso se trata de dar de comer y beber abundamentemente. Jesús multiplica el pan, signo  de la vida, hasta la saciedad y aún sobraron doce canastas: Jesús da la vida. Jesús  convierte en vino seiscientos litros de agua: Jesús da abundamentemente la alegría de  vivir, que esto significa el vino. Y es que Jesús vino a este mundo, como él dijo, "para que  tengamos vida y la tengamos abundante" (/Jn/10/10), para que nuestra vida rebose con el  gozo de vivir.

Vida, y vida abundante: pan y vino; el pan que ganamos con el trabajo y el vino que  alegra nuestras fiestas. Y es que Jesús es la Vida: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".  Por lo tanto, lo que se proclama en este milagro es la comunicación de la vida. Jesús, la Vida, está con nosotros, convive con nosotros y así nos da la vida y la alegría  de vivir.

COMIDA/RD  Esta comunicación de la vida se expresa en los evangelios  frecuentemente bajo la imagen de una comida: Jesús se sienta a la mesa de los publicanos  (Mt. 9, 10; Lc. 19, 2-10), Jesús frecuenta la casa de su amigo Lázaro y se sienta en su  mesa (Lc. 10, 38-42), Jesús acepta la invitación del fariseo Simón, Jesús se sienta a comer  con todo el pueblo en la ladera de una montaña...

Estas comidas realizan ya el anuncio mesiánico del A. T. y son para el hombre, perdón  (Lc. 7,47), gozo (Mt. 9, 15), salvación (Lc. 19,9) y, sobre todo, abundancia de vida (Mt. 14,  15-21).

Todas estas comidas encuentran su culminación en la Ultima Cena, en la que Jesús se  hace el anfitrión y el alimento de sus discípulos. Jesús da a comer el pan de vida: su propio  Cuerpo; y a beber el cáliz de la salvación: su propia Sangre, sellando la Nueva Alianza de  Dios con los hombres. Es en esta perspectiva como descubrimos el profundo significado de  la "hora" del Señor.

J/HORA  Fijaos bien, a la petición de su madre, él responde: "Todavía no ha  llegado mi hora". La "hora" del Señor no la marcan los relojes o los astros de este mundo,  sino la voluntad del Padre: "Padre ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te  glorifique a ti" (Jn. 17.1). Así dijo Jesús en la Ultima Cena.

La "hora" a la que Cristo se refiere, es la hora de su entrega definitiva a los hombres, en  la cruz. Es la hora tan deseada: "Cuando llegó la hora se puso a la mesa con los apóstoles  y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer": (Lc.  22,15). Y esta hora suprema del amor de Cristo a los hombres es ahora, antes de padecer,  la hora de sus bodas de sangre con la humanidad, que marca todo el camino de Cristo y da  sentido a todas las comidas de Cristo con los publicanos, los pecadores, con el pueblo, etc.  Esta es la hora que se anticipa en Caná de Galilea, porque esta hora se hace de alguna  manera presente cuando la fe sale al encuentro de la salvación que Dios te ofrece. La fe de  la Virgen María anticipa la hora del Señor.

Por eso, porque Jesús vino como el novio de la humanidad a celebrar el banquete que el  Padre ha preparado para su Hijo (recuérdese la parábola del rey que preparó un banquete  de bodas para su hijo), por eso Jesús está también presente en un banquete de bodas. Por  eso ha querido elevar esta fiesta tan humana de las bodas al signo sacramental de las que  él contraerá con la humanidad indisolublemente.

Para vosotros, esposos cristianos. Cristo no puede ser un simple invitado en vuestras  bodas, sino el que se ha de quedar con vosotros cuando todos los demás invitados se  hayan marchado.

Cristo quiere ser el testigo de vuestro cariño, el garante de vuestra felicidad, el mediador  en vuestros conflictos, el confidente de vuestros problemas, el amigo que os saca de  apuros cuando empieza a escasear el vino... Sobre todo esto, el que os dé la alegría de  vivir, convirtiendo el vino de vuestro amor humano en el generoso vino de última hora: el  vino del amor cristiano. Por eso el matrimonio cristiano no puede ser nunca un egoísmo a  dúo, ya que en él se representa el amor infinito de Dios que entra en comunión con todos  los hombres.

El esposo cristiano ha de amar en su mujer a todo el mundo. Es esta para él prójimo en  carne viva. La mujer cristiana ha de amar en su esposo al mismo Cristo, el Hermano  universal. 

EUCARISTÍA 1971, 12


4. J/ALEGRIA-NOVIO

EL AMOR DE DIOS, LA BODA, LA ALEGRÍA, EL VINO..

Difìcilmente se puede encontrar otra metáfora mejor -y la encontramos repetida tanto en  el AT como en el NT- que la del amor esponsal y de las bodas para expresar el amor que  Dios nos tiene y que espera de nosotros. O bien, para resumir expresivamente todo lo que  hemos celebrado en la Navidad: la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra condición  humana.

La primera lectura, con lenguaje poético, nos asegura y describe ese amor que Dios tiene  a su pueblo con la imagen de un esposo que encuentra alegría en su esposa. La alegría se contagia también al salmo, que quiere cantar las maravillas del Señor, su  victoria y su gloria. Nada más salir de las fiestas de Navidad, somos invitados de nuevo a  darnos cuenta de lo que supone tener a Dios tan cerca y tan bien dispuesto para con  nosotros. Es una convicción que da sentido y color a nuestra existencia. Dios nos ama  como el esposo ama a su esposa.

Pero en el evangelio es donde mejor se ve toda la profundidad y la alegría de esta  Noticia: Cristo aparece como el Novio, o el Esposo. Hay otras claves para acercarnos a  Cristo: El es ciertamente el Maestro, el Profeta, el Médico, el Juez, el Guía para nuestro  camino. Pero a él mismo le gustaba compararse con el Novio.

El simbolismo de toda la escena, sobre todo conociendo la intención que suele tener  Juan en los relatos, apunta a que ha llegado ya la hora mesiánica, la hora del Esposo que  cumple todas las promesas del A. T. El signo milagroso de Cristo en estas bodas es rico en  intenciones: con su sola presencia da un sí al amor, a la fiesta, a los mejores valores  humanos, a la alegría de aquellas familias sencillas del pueblo. Pero también quiere mostrar  cómo el "vino bueno" ha llegado al final de los tiempos de espera, que ya ha sonado la hora  del Enviado de Dios. Y esto, dicho bajo la clave del vino, con todo lo que significa de  alegría, amistad, inspiración y vida. El cristianismo, el Reino que Cristo nos ha venido a  anunciar e inaugurar, es un Reino de valores positivos y de fiesta. A lo largo del año, con  su Palabra y su Eucaristía, Cristo Jesús va a ser nuestro alimento e irá convirtiendo en  fiesta y vino bueno nuestra existencia.

La presencia entrañable de María, la Madre, con detalles de exquisita femineidad y  discreción, atenta y eficaz, es bueno subrayarla, aunque el centro sea Cristo Jesús. Estas lecturas nos quieren convencer de que estamos envueltos en el Amor de Dios, e  invitados a su Fiesta, convocados a unas actitudes de amor, de visión positiva de la vida,  de solidaridad.

Y a partir de la segunda lectura, también de corresponsabilidad constructora en la  comunidad a la que pertenecemos. Es una de las mejores maneras de celebrar y tomar en  serio el amor que Dios nos tiene: darlo nosotros a los demás. 

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 2


5. NU/000006-TINAJAS  MA/TESTIGOS 

En Caná aún no había llegado tu hora de ser tú mismo el vino de las bodas. Pero, para  que supiéramos que la hora estaba cercana, nos has dado el signo del agua cambiada en  vino, como signo del vino convertido en tu sangre, derramada en la cruz para la redención  del mundo. (...)

"Había allí seis tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos" (Jn 2, 6).  Seis, es el número del hombre, el símbolo del esfuerzo humano: agua ordinaria e inerte.  Esta no es el agua que mana en vida eterna sino el agua de la ley mal entendida, de la  purificación exterior. Vas a partir de nuestras pobrezas e incapacidades para que  realicemos nosotros mismos nuestra propia santificación, y vas a hacer de eso el vino de  las bodas. Nos vas a hacer superar nuestros legalismos que de nada sirven: esto está  permitido, esto está prohibido; el matrimonio es indisoluble; ir a misa los domingos es  obligatorio; no debes tomar la píldora; si eres un cristiano actual, debes preocuparte del  tercer mundo. Nos vas a mostrar que todo eso no tiene ningún sentido si no se vive en el  amor de Dios que transforma. Tú nos propones no la purificación exterior, la del parecer,  sino la interior, la del corazón, la del ser, es decir la que se vive contigo y en ti.

El agua que sacan los servidores se convierte en el agua de tu misericordia. Aquella con  la que, en la superabundancia de tu amor, lavas los pies de los hombres, los de Pedro y los  de Judas. Es el agua de la reconciliación y de la purificación que transforma nuestra vida y  transfigura nuestro ser, el agua y el vino por los que nuestra pareja se troca  verdaderamente en signo de tu amor. Por eso el matrimonio se celebra en la Iglesia; no por  obedecer a una regla sino para que los hombres vean algo de tu amor. Y por eso no puede  romperse el matrimonio; no por encerrar al hombre en una obligación legal sin significado  sino porque tu amor no tiene retorno y dura eternamente. Y por eso también asisten a los  casados unos testigos, no por la preocupación jurídica de afirmar que el matrimonio ha  tenido lugar sino como testigos de los hombres que se interesan por este matrimonio, que  prometen hacerlo todo para que esta pareja sea auténtica, fuerte y duradera, a fin de que el  mundo crea en tu amor incansable, fiel y transformador y transfigurador.

El agua que sacan los servidores se convierte en ese vino, por el que cada una de  nuestras actividades humanas y nuestra vida misma, hasta en la muerte, es signo de tu  amor, puesto que no existe para el que cree en ti ninguna actividad profana, ya que en ti  todo es amor: la vida de la religiosa y la del director general, la del sacerdote y la del  minero, la de la soltera y la de la pareja, la del niño y la del anciano. "Todo cuanto hagáis,  de palabra y de boca, hacedlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a  Dios Padre" (/Col/03/17). Tanto si tenéis hijos, como si no los tenéis; si vivís  desahogadamente como con dificultades; si tenéis un oficio como si estáis en el paro o  jubilados.

Los hombres, preocupados por las bodas humanas, no conocen la potencia del agua  transformada en vino. "Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como  ignoraba de dónde era... llama al novio y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y  cuando ya están bebidos, el inferior"" (Jn 2, 9-10). Falsa prudencia de los hombres:  aprovecha bien el presente; aprovecha tu juventud; el vino se va a acabar, bebamos, pues  la vida es corta.

Los invitados al banquete ignoran la procedencia del vino "los sirvientes, los que habían  sacado el agua, sí que lo sabían" (Jn 2, 9). Lo saben porque sirven. En el centro hay  siempre una acción transformadora y redentora conocida por tus servidores y desconocida  de tus beneficiarios. La Iglesia sabe que sirve y de qué la viene la posibilidad misma de  servir y el verdadero contenido de ese servicio. Este no es el vino barato de los amores  limitados y de las alegrías exageradas, sino al vida del júbilo y de la Alianza de Dios, el vino  de las bodas del Cordero. La pareja cristiana sabe que sirve y de dónde le viene la  posibilidad de servir y de amar, así como el contenido de su servicio y de su amor de  hombre y de mujer. Este no es el vino barato y agrio de un placer egoísta y limitado; es el  vino del amor que se supera más allá de las apariencias y que no renuncia jamás a pesar  de las infidelidades. Quien cree en ti, Señor, sabe muy bien que es un servidor y de dónde  le viene la posibilidad de actuar y de servir, así como el conte- nido de su acción y de su  servicio. Este no es el vino degradado de la voluntad de poder, de la riqueza o de la gloria  vana, sino el vino nuevo del hombre al que asocias a tu divinidad. Mira, Señor, a todos los  que todavía lo ignoran. Escucha a tu Iglesia que no dice solamente lo que sucedió antaño  sino que con María, intercede en el presente, fiándose de ti. Manifiesta tu gloria por  nosotros, tu servidores, si así lo quieres, y ellos te creerán.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988Pág. 133ss


6.

Al leer atentamente el capítulo segundo del evangelio de san Juan quedamos  impresionados ante la ambigüedad de algunos términos. Se experimenta tal vez una  sensación de inseguridad cuando se los quiere interpretar. Y no es sólo respecto al famoso  pasaje: "¿Qué tengo yo contigo, mujer?", en el que la exégesis se debate por satisfacer el  respeto de todo cristiano hacia la Madre de Dios. En bastantes puntos la interpretación no  resulta sencilla, si queremos ser objetivos.

Desde las primeras palabras, parece como si el evangelista hubiera querido dar a su  relato un sentido general bien preciso. "Tres días después" hubo una boda en Caná. Esta  datación no es fortuita, no pretende sólo situar el relato en el tiempo inmediato, sino que  deja ver en san Juan la determinación de orientar nuestros pensamiento hacia el "signo"  definitivo de la gloria de Cristo, su resurrección. Las bodas de Caná no son sólo un signo  de la gloria presente de Cristo, sino que son un signo de su gloria futura, "al tercer día"  (DIA-TERCERO) después de su muerte. Se ha hecho notar muy acertadamente que esta  expresión había de despertar entre los cristianos de la Iglesia primitiva el recuerdo de la  resurrección. Para san Juan, este primer signo que constituye el cambio del agua en vino  prepara y se relaciona con el signo mayor de la resurrección al tercer día. Así, desde las  primeras palabras caemos en la cuenta del sentido pascual que Juan ha querido dar a este  relato de las bodas de Caná.

Eso es evidentemente lo que constituye el centro mismo del relato: el agua cambiada en  vino, que va a acercarnos más todavía al tema pascual. El episodio es tan rico en signos  que anuncian y prefiguran el misterio de la Pasión, de la resurrección, de nuestra liberación  y de la Parusía, que se nos hace necesario considerarlos uno por uno, por más que todos  tengan entre sí un lazo indisoluble y se complementen.

-La hora de Cristo 

La extrañeza provocada por la respuesta de Cristo a su madre: "¿Qué tengo yo contigo,  mujer?", a veces ha ocupado a los exegetas más que lo que sigue: "Todavía no ha llegado  mi hora". Sin embargo, para explicar la extraña manera de hablar Jesús a su madre, hay  que entender el sentido que ha de darse a las palabras: "Todavía no ha llegado mi hora". 

Esta última expresión de Jesús subraya cómo está fijado el designio de Dios y cómo Cristo  ha de triunfar del mal y recibir, después de su muerte destructora del pecado, la suprema  glorificación. "Todavía no ha llegado mi hora" es una de las expresiones características que  hacen de este relato un anuncio de la Pascua. San Juan la pone en boca de Jesús en  varios sitios de su evangelio. Cuando Jesús insiste en su origen divino, le quieren prender,  pero "nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora" (Jn 7, 30). Cuando  más tarde, enseñando en el templo, da testimonio de sí mismo, "nadie le prendió porque  aún no había llegado su hora" (Jn 8, 20). Cuando anuncia su glorificación por su muerte,  dice: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre (Jn 12, 23). "Y ¿qué voy  a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre,  glorifica tu Nombre" (Jn 12, 27). En el momento de la última Cena, para anunciarla, Juan  escribe: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de  pasar de este mundo al Padre.. " (Jn 13, 1). En su oración sacerdotal, Cristo dice  dirigiéndose al Padre: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te  glorifique a ti" (Jn 17, 1). La hora de Cristo es la de su muerte, pero es al mismo tiempo la  hora de su paso al Padre (Jn 13, 1) para recibir la glorificación en el triunfo.

Advirtamos el término "paso" de este mundo al Padre. Ya Éxodo 12, 11 emplea la palabra  Pascua dándole el sentido de "paso del mar Rojo". La expresión "Hora de Jesús" nos  vuelve a llevar, pues, una vez más en este relato al misterio global de la Pascua: muerte,  resurrección, glorificación.

-¿Qué tengo yo contigo, mujer? 

Pero, ¿cómo entender este texto?: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha  llegado mi hora". Subsiste la aparente falta de lógica del relato: por una parte, Jesús  declara que su hora no ha llegado aún y dirige a su madre el dulce reproche de no haberle  entendido suficientemente, pero por otra, realiza el deseo de su madre cambiando el agua  en vino. Hay quienes han visto aquí la condescendencia de Jesús y el poder de intercesión  de su madre. Para dar respuesta a su intervención, habría Jesús adelantado su hora. Esta  devota solución puede parecer insuficiente. "La hora" de Jesús está fijada desde todos los  tiempos en el plan divino de la redención. Es difícil considerar que se introduzca ahí una  modificación.

¿Cómo entender la afirmación de Jesús en la que asevera que el momento de su  glorificación no ha llegado todavía mientras hace un milagro que es una señal de ello? Por  su parte, la madre de Jesús, a pesar de la respuesta: "Todavía no ha llegado mi hora", se  ha dado cuenta de que su Hijo iba a realizar el milagro, puesto que dice a los sirvientes:  "Haced lo que él os diga". La recomendación de la Virgen a los sirvientes está, pues, en  contradicción con la respuesta negativa de su Hijo. Jesús ha respondido: no ha llegado mi  hora de hacer un signo que manifieste mi gloria y anticipe mi glorificación definitiva; y sin  embargo su madre prevé un signo que manifieste esta gloria. Es sabido que los signos  debían probar la autenticidad de la misión de un profeta. El evangelista además, a  continuación de su relato del milagro, exclama: "Manifestó su gloria".

Se pensó encontrar una solución a este difícil problema suponiendo que Jesús hubiera  dicho con sentido interrogativo: ¿No ha llegado mi hora?. Pero, a pesar de ciertas  interpretaciones de algunos Padres en ese sentido, se ve que otros pasajes del Evangelio  lo hacen inadmisible. Cuando Jesús quiere precisar que ha llegado su hora, lo hace  siempre de una manera afirmativa: "Ha llegado mi hora" (Jn 17, 1, etc.).

En realidad, ninguna solución puede darse a este texto al nivel en el que, con demasiada  frecuencia, se plantea su problema. No se trata aquí de una anécdota en la que haya que  estudiar con lupa los menores detalles y sopesar la lógica. El evangelio de Juan es una  tesis y una catequesis. Tiene por trama la progresiva manifestación de la gloria de Jesús;  no pretende contar ante todo un episodio según la lógica humana y materialmente realista  de los hechos. Estos sirven de punto de partida y, más allá de las circunstancias históricas,  comportan una particular significación religiosa que se manifestará cada vez más  claramente en el curso de la vida de Jesús y de los relatos seleccionados por Juan.

Cristo reprende dulcemente a su madre y no hay por qué endulzar ese reproche;  tampoco debe chocarnos el término "mujer" enmarcado en los usos del país. ¿Es que Jesús  está en contradicción consigo mismo cuando rehúsa acceder al deseo de su madre y a  continuación obra el milagro? Si se quiere dejar a un lado el género episódico y entrar en el  espíritu que caracteriza al evangelio de Juan, la contradicción no aparece. Jesús rehúsa el  mostrarse en su glorificación definitiva. Su hora no ha llegado aún; llegará en el momento  de su muerte, de su resurrección y de su ascensión. Pero aunque rehúsa esta plena  manifestación de su glorificación, da desde ahora un signo anticipatorio de ella, lo cual  permite escribir al evangelista: "Y manifestó su gloria". El milagro de Caná es, por lo tanto,  una manifestación anticipadora, un primer estadio de la glorificación de Jesús, primer  estadio que está íntimamente ligado, en cuanto que es su signo, a la glorificación definitiva  de Cristo y a su plena manifestación al mundo al final de los tiempos.

Ahora bien, el signo del triunfo de Cristo mediante su muerte y su resurrección es la  Eucaristía, prefigurada y significada por el cambio del agua en vino. Y la Eucaristía es al  mismo tiempo anuncio de la muerte del Señor, de su muerte triunfante, hasta que él vuelva,  y figura, a la vez, del banquete mesiánico.

-Signos que se incluyen 

En realidad. como vemos, nos encontramos ante unos signos que se anuncian y  encadenan uno con otro. Las bodas de Caná están al comienzo de esta cadena. Para  Jesús, cambiar el agua en vino es prefigurar la última Cena. Ahora bien, ésta es en sí  misma el signo de la muerte y del triunfo de Cristo. Y es al mismo tiempo el signo de las  bodas eternas a la vuelta del Señor. La celebración eucarística anticipa la vuelta de Cristo  prefigurando el banquete eterno que comenzará entonces.

Tal vez, si se quieren admitir estas prefiguraciones que se encadenan y se inscriben tan  perfectamente en el género de san Juan, debamos profundizar el sentido de la intervención  de la Virgen. Jesús la llama "mujer", lo mismo que lo hará desde lo alto de la cruz (Jn 19,  26), en el momento en que María aparece como la nueva Eva, madre de los vivientes (Gn  3, 15-20). Representa entonces a la Iglesia, nos representa a todos. En María que  interviene ante Jesús para obtener un signo anticipador, ¿es exagerado ver a la Iglesia que,  al celebrar la eucaristía, anticipa la vuelta de Cristo y la manifestación plena de su gloria?  María anticipa esta manifestación al reclamar un signo, como la Iglesia lo hace anunciando  la muerte y la glorificación del Señor.

Tal es la densidad teológica de las bodas de Caná. Se celebran "tres días después",  como la resurrección. El agua es cambiada en vino; la humanidad pecadora, mediante el  bautismo, pasa de la Ley de Moisés a la Ley del Espíritu. Al mismo tiempo, el agua  cambiada en vino anuncia el cáliz, es decir, la hora de Jesús, su Pasión; prefigura el  banquete de la Cena que se repetirá y que actualizará a través del espacio y del tiempo la  muerte y la resurrección de Cristo. Y al mismo tiempo también, este festín de bodas, lo  mismo que el banquete de la Cena, prefiguran y concluyen en la cena escatológica, en el  banquete de Cristo victorioso, en el festín del Cordero, festín nupcial en la unidad  reencontrada con Dios y entre los hombres, en un mundo restaurado.

-La clave de los símbolos 

Una riqueza semejante no podía escapar a los Padres y el episodio de Caná es  estudiado y comentado por ellos en todas sus dimensiones.

Citaremos, en primer lugar, una de las más raras pero más significativas reflexiones, la de  Tertuliano en su tratado sobre el bautismo. En lugar de detenerse en el milagro del agua  convertida en vino, Tertuliano se detiene más en la presencia del agua y en el simbolismo  bautismal que a sus ojos representa.

"Para reforzar el sentido del bautismo, ¿qué privilegio no ha tenido el agua ante Dios y  su Cristo? ¡Cristo jamás aparece sin el agua! El mismo es bautizado en el agua; invitado a  la boda, el agua es la que inaugura los comienzos de su poder... Los testimonios en favor  del bautismo se encuentran hasta en la Pasión" (·TERTULIANO, Tratado del bautismo, 9,  SC 35, 7; CCL 1, 283).

CANA/BAU: Para Tertuliano, Caná es, pues, una figura del bautismo. Esto merecía ser  subrayado sobre todo si recordamos que la liturgia romana celebra, el mismo día que la  Epifanía, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná. En el formulario de bendición del agua  bautismal, la Iglesia romana, como la de Milán y como la de Siria, relaciona el bautismo de  Jesús con las bodas de Caná.

NU/000003: Pero los Padres no han dejado de advertir la  enseñanza fundamental de este relato joánico. San Cirilo de Alejandría ha puesto de relieve  la frase "tres días después": "El festín de la boda tiene lugar tres días después, es decir, en  los últimos tiempos del presente siglo, porque el número tres significa el principio, el medio  y el fin...". Después, recuerda a Oseas 6, 2-3 y su profecía de la resurrección al tercer día.  Aquí Cirilo expresa con vigor cómo Caná es el signo de la resurrección triunfante de Cristo  pero también de nuestra transformación en él:

" ... El mismo vendó al tercer día las llagas de aquel que se veía afectado de corrupción  y de muerte... Al tercer día, es decir, no en los tiempos primeros ni en los intermedios, sino  en los últimos tiempos, cuando, habiéndose hecho hombre por nosotros, ha devuelto la  naturaleza a la salud, resucitándola de entre los muertos, completa en sí mismo" (CIRILO  DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre san Juan, 2, PG 73, 228).

El aspecto eucarístico y nupcial es el más desarrollado por los Padres. Para ellos, las  bodas de Caná prefiguran las bodas de Cristo y de la Iglesia. Las naciones son invitadas a  este banquete, ya que el vino ha sustituido al agua de las purificaciones judías: ¿... A los  judíos les faltaba la gracia espiritual, les faltó el vino. En efecto, la viña del Señor de los  ejércitos es la casa de Israel, pero para demostrar que el pueblo de los paganos la sucedía,  Cristo cambió el agua en vino; demostró que a las bodas de Cristo y de la Iglesia es el  pueblo de los paganos el que acudiría, al faltar los judíos". Así piensa san Cipriano  (·CIPRIANO-SAN, Carta 63, 12 CSEL 3 2, 711).

También san Cirilo de Jerusalén en sus catequesis ve el relato  de Caná como un tipo de la Eucaristía y de las bodas de Cristo y de la Iglesia: "En Caná de Galilea, Cristo cambió el agua en vino que es semejante a la sangre ¿y  podríamos encontrar poco digno de fe que haya cambiado el vino en su sangre? Invitado a  las bodas corporales, realizó este milagro, ¿y no confesaremos más aún, que dio a los hijos  de la cámara nupcial el goce de su cuerpo y de su sangre? (CIRILO DE JERUSALÉN,  Cuarta catequesis mistagógica, PG 33, 1098; SC 126, 136).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 2
NAVIDAD Y EPIFANIA
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág.112- 117


7.

-La boda de caná (Jn 2, 1-12) 

El episodio de Caná lo celebra ya la Iglesia en la fiesta de la Epifanía. Aquí se repite el  relato desde un punto de vista particular. Se trata siempre de una manifestación de Jesús  -es el primer milagro que hizo- e indiscutiblemente se trata siempre de un "tipo" anunciador  de la Eucaristía. Sin embargo, como veremos, la primera lectura nos pide que escuchemos  la proclamación del evangelio de hoy con una mayor apertura. Lo mismo en la lectura  evangélica que en la primera lectura (Is 63, 1-5), se trata de una boda. Pero sería restringir  el alcance de este evangelio no atribuirle más que una bendición del matrimonio humano. 

Como ocurre en la multiplicación de los panes, se trata más bien del anuncio del Banquete  mesiánico, que por otra parte es comparado con un banquete de boda; banquete mesiánico  que supone un mundo nuevo, un vino nuevo, un amor nuevo en la reconstrucción de un  pueblo de Dios, unido en la alegría del Reino.

Prescindamos de la escena misma, no obstante sus evidentes calidades literarias y  ciertas dificultades textuales, como la actitud de Cristo con respecto a su Madre: "Mujer,  déjame". Lo importante aquí para nosotros es el motivo del signo: "manifestó su gloria", lo  que nos remite a la línea del Prólogo: "Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros,  y hemos contemplado su gloria".

A este propósito, es lástima que el canto del Aleluya que introduce el evangelio no haya  recogido íntegra la frase de san Juan, y que haya omitido precisamente algo tan importante  como lo que le precede: "Y hemos contemplado su gloria". Pero volvamos al tema del  Banquete mesiánico. Si este banquete se representa en los Sinópticos por una comida de  boda, el Apocalipsis habla por su parte de las "bodas del Cordero". Señalemos también que  el milagro de Caná se verifica "tres días después", al tercer día, y al tercer día es cuando  Cristo manifiesta su gloria, en su resurrección. Así, pues, esta comida de boda es la del  triunfo de Cristo que vino a nosotros mostrándonos su gloria, una gloria que adquirió  derramando su sangre que se hace siempre presente en la Eucaristía, esa gloria suya de la  que él nos hace partícipes en el festín nupcial del Banquete mesiánico del último día; día  último que es recapitulación y reunión de todo en el amor.

-El desposorio de Jerusalén (Is 62, 1-5) 

Este bellísimo poema expresa el tema de una nueva creación: Jerusalén será renovada.  Se celebra todo en términos de "gloria": "verán los reyes tu gloria"; "serás corona fúlgida";  es el anuncio de los tiempos mesiánicos, el tiempo de la Alianza conseguida, celebrada con  desposorios. El poeta utiliza aquí con toda naturalidad las imágenes nupciales. El Señor  que edificó Jerusalén se desposará con ella. Pensamos inmediatamente en el Apocalipsis  de Juan: "Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por  Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo" (Ap 21, 2). Más adelante  leemos: "...el primer mundo ha pasado" (Ap 21, 4). Ya no es el tiempo del agua, sino el del  vino; ya no es el tiempo de la división, sino el de la Alianza; ya no es el tiempo de la esposa  abandonada, sino el de la "preferida" a la que el Arquitecto, su esposo, reconstruye.

VINO/RENOVACION  NOVEDAD/VINO  H-NUEVO ¿Parecerá quizás este domingo bastante místico, distante de nosotros y de  nuestras preocupaciones? Yo, por mi parte, no lo creo así: este domingo se sitúa en ]a  entraña misma de nuestros problemas. Pues al final, y sobre todo hoy, esperamos una  renovación: un vino nuevo, un mundo nuevo. un amor renovado, una reconstrucción de  nuestro tiempo. Todo esto esperamos, y tenemos razones para esperarlo, pero a menudo lo  esperamos mal y confundiendo los distintos planos. La novedad es ante todo nuestra  renovación interior, el hombre nuevo, el del bautismo en el agua y en el Espíritu: "nosotros  que éramos agua, nos hemos convertido en vino" y somos dignos del banquete de boda:  ahora la esposa puede recuperar a su esposo, ya no es la abandonada, sino que la Alianza  es eterna en la sangre del Cordero cuyas bodas se celebran. Se nos invita a meditar esta  renovación, la de nosotros mismos, la de cuanto nos rodea, la de nuestras instituciones;  pero toda esta renovación ha de realizarse ante todo con miras a las bodas definitivas, en el  último día. 

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5 
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 102-104


8.

A todos nos hubiera gustado estar presentes en aquel pueblecito de Galilea, allí en Caná,  invitados a aquellas bodas. Y poder beber del "vino bueno" que Jesús de Nazaret les  regaló.

Imaginémonos allí, en la alegría de la gran fiesta -en aquellos países orientales una boda  es una fiesta que reúne a todos los familiares, amigos y vecinos, a veces durante varios  días, en una celebración colectiva-, invitados junto a Jesús, sus primeros discípulos, su  madre. Y, con todos ellos, bebamos el "vino bueno" con que Jesús nos obsequia para que  la fiesta no decaiga, para que la alegría continúe.

Y fijemos nuestra mirada en el joven Jesús, allá en la fiesta. El no la preside, es un  invitado más, participa como todos de la alegría de aquella gente del pueblo. Participa de  tal modo que -nos dice el evangelio de Juan- allí Jesús "comenzó sus signos, manifestó su  gloria". ¿Habríamos imaginado nosotros que el Hijo de Dios haría el primero de sus "signos"  -de los que nosotros llamamos sus "milagros"- y así manifestaría su "gloria" y así -dice  también el evangelio- crecería "la fe de sus discípulos en él" a base de transformar el agua  en vino, y en vino "bueno", para alegrar más una fiesta popular, una fiesta de casamiento  que ya habría durado lo suyo dado que ya se había terminado la reserva prevista de vino?  Probablemente no lo habríamos imaginado, porque probablemente no es ésa la imagen que  solemos tener del Señor Jesús. Por eso bueno será que conservemos esta imagen de  Jesús en Caná bien presente, para que sepamos percibir cuál es su "gloria" -es decir, su  modo de manifestarse, de darse a conocer como Hijo de Dios- y para que así, de verdad,  crezca nuestra fe en El.

Dicen los entendidos en liturgia que este primer domingo después de las fiestas de  Navidad y Epifanía, después de la fiesta del Bautismo del Señor, está aún impregnando de  lo que todas estas fiestas recientes nos han querido enseñar: son fiestas que -con palabra  sabia- denominan "epifánicas", que quiere decir que nos reflejan cómo Dios se manifiesta,  se revela, se da a conocer, en el niño, en el joven, en el hombre Jesús de Nazaret.

Y, de hecho, en la liturgia antigua -y especialmente en la de las Iglesias del oriente  católico y ortodoxo- la gran fiesta de la Epifanía (es decir, de la Manifestación del Señor)  incluye tres hechos de la vida de Jesús, tres manifestaciones de su gloria: la manifestación  a los Magos (que simbolizan a todos los pueblos, a todos los hombres que buscan), la  manifestación en su Bautismo por Juan (donde el Padre le llama Hijo y donde el Espíritu  desciende sobre él), y esta fiesta de Caná (donde Jesús realiza su primer "signo").

Todo ello nos indica la importancia del evangelio que hoy hemos leído: nos enmarca -nos  manifiesta- cómo el hombre Jesús revela la gloria de Dios que hay en él. Y por ello es  importante que volvamos a sentirnos inmersos en aquella fiesta, en aquel casamiento, y  volvamos a fijar nuestra mirada en aquel joven Jesús que quiere que la fiesta no decaiga y  del agua hace "vino bueno".

Cuando nosotros venimos cada domingo a misa, venimos a una fiesta. Una fiesta que  -ésta sí- la convoca el Señor y El preside. Venimos también nosotros a buscar el "vino  bueno" que El nos ofrece. El "vino bueno" de su palabra, el "vino bueno" de su amor, el  "vino bueno" de su Cuerpo y Sangre que se nos dan como don para alimentar y alegrar  nuestra vida.

Que hoy y cada domingo veamos en esta fiesta que nos reúne un "signo" de la presencia  del Señor Jesús entre nosotros, que manifiesta su "gloria", que alimenta y hace crecer  nuestra fe en El. Como decimos antes y después de escuchar cada domingo la lectura del  evangelio: "¡Gloria a ti Señor!", "¡Gloria a ti, Señor Jesús!".

JOAQUÍN  GOMIS
MISA DOMINICAL 1989, 2


9.

Lo que hay que destacar es el hecho de la revelación de Jesús a través del "primer  signo", la relación de este "signo' con "la hora" de Jesús, y la imagen nupcial. En el primer  aspecto, sin entrar en una ponderación detallada del cambio del agua en vino, es  importante indicar el valor significativo de la acción: la presencia y la acción de Jesús  transforma las cosas en "bueno", en "mejor"; Jesús se manifiesta a través de la "mejora",  que es "novedad" (una nueva forma de existencia). La realidad de esta transformación,  significada en Caná, se realiza en la hora de Jesús: allí Jesús hace pasar a la humanidad  con él, en su tránsito pascual hacia el Padre, hacia una situación mejor: la de esposa santa  e inmaculada, Iglesia sin mancha ni arruga (Ef 5, 27). Así, Jesús inaugura la fiesta definitiva,  siendo el esposo que asegura el "vino mejor". La referencia a la intervención de María, sin  ser el tema principal de la homilía de este domingo, puede destacarse como una mediación  indicativa de lo que es condición de transformación: la obediencia a la palabra de Jesús.

ACTUALIZACIÓN DEL TEMA. 

Sigue siendo realidad en la vida de cada cristiano, en la Iglesia, en el mundo, la acción  transformadora de Jesús: cuando se hace "lo que él dice", todo se convierte en "mejor". El  don de su Espíritu en el corazón de los hombres (aquí puede hacerse una referencia a la  segunda lectura) los impulsa a ponerse al servicio de los demás, y esto es mejor que vivir  encerrado en sí mismo o sentirse suficiente. El testimonio de la vida cristiana es una  proclamación de los prodigios que Dios ha hecho en nosotros (enlace con el salmo  responsorial y con la primera lectura): nosotros mismos nos convertimos en "signos" de  Cristo, para que el mundo crea. La imagen de la esposa es adecuada a la Iglesia, porque  incluye el amor y la fidelidad: nosotros lo recibimos todo de Jesucristo.

LA REFERENCIA SACRAMENTAL. EU/HORA/J:

La Eucaristía es la realidad más próxima al signo de Caná. Es el sacramento de la hora  de Jesús, que él nos dio "sabiendo que había llegado su hora". Es el propio Señor quien se  entrega a la Iglesia -como un esposo a la esposa- por la transformación -el "mejoramiento"-  del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre. Así nos "manifiesta" constantemente su amor,  y nos compromete a "contar a los pueblos su gloria". 

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1983, 2

HOMILÍAS 8-14