COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
1 S 3, 3b-10. 19

1. "Samuel es la figura clave del Antiguo Testamento". Es una tesis que se podría defender. Nosotros nos vamos a conformar con decir que es una de las figuras más señeras. Figura polifacética: sacerdote, profeta y juez. Vive un momento de transición y es el encargado de protagonizarla; ahí radica su importancia y su grandeza. Es el paso de la federación de tribus al régimen monárquico.

La vocación de Samuel está encuadrada dentro de un marco hecho de contrastes: sencillez y sublimidad; serenidad y dramatismo; silencio y elocuencia; quietud y dinamismo. Uno se encuentra a gusto en este clima y el texto se deja saborear.

NOCHE/RV: Aún ardía la lámpara de Dios. Quiere decir que aún era de noche.

Hora propicia para la revelación. Cesa el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y se alertan los del alma. Por tres veces, y todavía una cuarta, Yahveh llamó a Samuel. El niño creía que era la voz de Elí y acudía junto a él. El anciano sacerdote de Silo cayó finalmente en la cuenta de lo que ocurría y puso a Samuel en presencia del Señor. Por contraste, el llamamiento de Samuel evoca la vocación de Isaías. También ésta tuvo lugar en el santuario, pero en el de Jerusalén, en medio de una teofanía llena de solemnidad (Is 6).

Samuel evoca, asimismo, por muchos capítulos, la figura del Bautista, y de hecho estos paralelismos se hallan subrayados por el evangelio de la infancia de san Lucas (1, 7. 15-17. 25): en ambos casos nos encontramos en ambiente sacerdotal y ambas anunciaciones tiene lugar en el santuario; en uno y otro caso las madres son estériles y los dos niños son consagrados al nazareato. Posiblemente, el paralelismo más profundo radique en que uno y otro tienen la misión de anunciar una nueva etapa de la historia de la salvación. El Bautista es el último de los profetas y anuncia la plenitud de los tiempos. Samuel es el primero de los profetas y anuncia y consagra los comienzos de la monarquía, presididos por la dinastía davídica, de la cual habría de nacer el Mesías. "Es preciso que él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30). Estas palabras del Bautista son perfectamente aplicables a Samuel. Samuel, él y sus dos hijos, renunciaron al título de juez para dar paso a la monarquía. Se vio obligado a anunciar la descalificación del sacerdocio de Silo, que era su santuario, para dar paso al nuevo sacerdocio de Jerusalén.

En resumen, Samuel hubo de sufrir el desgarro que supone romper con toda una época que se ama y que se va, y hubo de sufrir todo el dolor que lleva consigo el alumbramiento de una etapa nueva.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 329 s.


2.

Contexto histórico literario. -Los dos libros de Samuel, en realidad dos partes de una misma obra, nos describen la formación de Israel como Estado, etapa de dura gestación con grandes reformas políticas y religiosas. Samuel es el gran protagonista de esta transición política: es el último juez, y de gran autoridad entre la gente, y a la vez el instaurador de la monarquía. Como juez es el último representante de esas figuras carismáticas, capaces de reunir a las diversas tribus en momentos difíciles para su subsistencia política o religiosa. Pero Samuel es consciente de que para hacer frente a la terrible amenaza filistea, para obtener la unidad de las tribus..., se hace necesario el instaurar la monarquía en su pueblo, al igual que lo han hecho los pueblos vecinos.

-La lectura litúrgica de hoy está entresacada de la historia de la juventud de Samuel (cap. 1-3): nacimiento, consagración en el Santuario de Silo bajo las órdenes de Elí... El momento más importante de esta primera etapa es el de la llamada divina para que Samuel sea su profeta juez y anuncia el castigo a la casa de Elí (3, 1-21). La lectura litúrgica es un mero fragmento.

Texto. -Relato escenificado de fácil comprensión. En su lectura nos choca la repetición machacona de los términos palabra-hablar-escuchar, llamar-responder, términos claves para la interpretación del cap. La palabra divina interpela al profeta y éste, al responder, se convierte en mediador de esta palabra, en su profeta (cfr. Hech. 3, 24). -Los vs. 1-3 preparan la escena de la llamada divina. Samuel vive en el Santuario de Silo, ciudad de Efraim, al N. de Betel. El origen de este santuario es muy oscuro, pero su importancia fue muy grande por aquellos años: allí estaba el arca, símbolo de la presencia divina, allí subían las doce tribus cuando lo aconsejaban las ocasiones... La proclamación, allí, del Libro de la Alianza invitaba a cada una de las tribus a formar un pueblo unido. Es precisamente en este santuario donde el personaje de nuestro relato va a ser interpelado por la palabra.

-El vocablo hebreo "dabar" no se identifica con nuestro término "palabra" ya que puede iniciar tanto la palabra divina que actúa eficazmente como también su acción reveladora (v. 11). Y curiosamente nos comenta el autor del relato que la palabra divina es muy rara en aquella época (v. 1). Tiempo, pues, triste y difícil en el que sólo se escuchaba el silencio de Dios como en tantas y tantas etapas de la historia en la que los mortales ahogamos el ruido de esta palabra con nuestras sandeces.

-vs. 4-10: y en medio de ese denso silencio retumba esta palabra que interpela al hombre. La llamada divina es mal interpretada ya que aún no se le había revelado a Samuel (v. 7). Para poder captar el mensaje divino, para discernir su palabra... se requiere el don de espíritu que sopla donde quiere, cuando quiere y como quiere. Sólo a la cuarta llamada Samuel reconoce al Señor, y el que hasta ahora sólo había escuchado las palabras de Elí de ahora en adelante deberá escuchar la voz divina. La primera misión que se le encomienda no es nada agradable: comunicar la amenaza, el final de la "casa" de su jefe Elí (vs. 11-18; 2, 12 ss.), pero esta es la misión profética. La palabra divina no siempre es de parabién.

-Termina el cap. asegurando que el Señor está con Samuel y su palabra es eficaz. El es el profeta acreditado, en su palabra el pueblo reconoce la voz de Dios (vs. 19-21).

Reflexiones. -Todo mensajero de Dios debe estar siempre a la escucha de la palabra divina. El siervo debe abrir su oído, cada mañana, para sintonizar con esta palabra (Is. 50, 4 ss.). Pero esta disponibilidad no quiere decir que a todas las horas esté escuchando esta palabra, ya que el Espíritu sopla cuando quiere, como quiere y a quien quiere. Hay que tener mucho miedo de todos aquellos, por muy jerarcas que sean, que siempre dicen estar en contacto con la divinidad escuchando su palabra ¡Póngase Vd. a temblar!

-Además de escuchar, el profeta ha de confrontar su palabra con la Palabra. La Palabra divina es verdad y nos hace libres, la palabra humana no siempre es verdad y muchas veces lo único que opera es la esclavitud. Si no confrontamos nuestra palabra con la Palabra caeremos en estúpidos dogmatismos, en furibundas intransigencias, en dura esclavitud.

-En el v. 1 se leía que en tiempos de Samuel la palabra profética era rara, pocos eran los que escuchaban su palabra. Y hoy ¿cuántos escuchamos su Palabra encarnada en palabra humana (=Biblia)? Ni siquiera la conocemos. Examinados del conocimiento de su Palabra, ¡cuántas sorpresas nos llevaríamos! Y encima... ¡siempre andamos pontificando!

A. GIL MODREGO
DABAR 1991/10


3.

El autor comienza este relato, en el que nos informa sobre la vocación de Samuel, diciendo que en aquellos días "escaseaba la palabra de Yavé y no eran corrientes las visiones" (v. 1); es decir, Dios guardaba silencio y escondía su rostro, no dispensaba su palabra y su favor, y, en consencuencia, la vida de Israel discurría como tiempo perdido para la historia de la salvación.

La razón de esta ausencia de Dios parece atribuirla al indigno comportamiento de la casta sacerdotal, de la casa de Elí, un anciano débil que no corregía los desmanes de sus hijos y que estaba física y moralmente ciego (v. 2) . Sin embargo, hace notar expresamente que "la lámpara de Dios que ardía en el santuario no estaba totalmente apagada" (v. 3). Añade que Samuel, un adolescente, dormía en el santuario, montaba guardia por si Dios le dirigía la palabra.

Y la palabra vino. Samuel escucha al principio como unas voces que no sabe de dónde vienen; cree que le llama el sumo sacerdote.

Samuel no reconoce la voz del Señor pues nunca le había hablado antes; Samuel no ha aprendido todavía a distinguir la voz de Dios de la voz de los sacerdotes. Por tres veces se repiten las voces misteriosas y el equívoco.

Sólo a la cuarta vez comprende Samuel que es el Señor el que le llama y responde a su llamada según las indicaciones de Elí.

Samuel dice: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Más exacto hubiera sido traducir "... que tu siervo está dispuesto a escuchar". Sin esa disponibilidad del hombre, Dios guarda silencio; pero Dios puede llamar al hombre a responsabilidad, puede despertarle con sus voces, y después dirigirle la palabra.

Cuando Dios habla y el hombre escucha se renueva la historia de salvación. Samuel escuchaba a Dios y anunciaba al pueblo lo que escuchaba y no otra cosa. Por eso sus palabras se cumplían y Dios acreditaba a su profeta delante del pueblo. Samuel era "un hombre de Dios". Y Dios estaba con él; era el Dios de Samuel.

EUCARISTÍA 1985/04


4.

Samuel vive en un período histórico de gran convulsión para Israel. Las guerras con los filisteos se recrudecen. El santuario de Silo va a ser devastado y el arca caerá en manos enemigas (caps. 4-6).El sacerdote Elí se siente sin fuerzas para corregir la trayectoria desviada de sus propios hijos (2, 12s). Samuel, consagrado al santuario desde pequeño (cap. 1), va a experimentar el desgarrón que supone el anunciar proféticamente la destrucción y el fin de aquello que precisamente ama. Solamente en un encuentro fuerte con Dios podrá llegar a superar lo que su propia profecía de destrucción anuncia. Es la actitud de apertura de todo aquel que quiere acercarse a Dios con intención de aceptar un mensaje (cf Ex 3, 4; Is 6, 8).

DISPONIBILIDAD: Solamente se puede dar un verdadero encuentro con Dios cuando precede una actitud de auténtica disponibilidad. El que escatima la generosidad y pone condiciones sin fin no llega a esa experiencia de lo religioso que caracteriza al hombre de fe.

Con Samuel comienza la era del gran profetismo (cf. Hech 3, 24). La situación del pueblo era de extrema penuria en materia religiosa (cf. 3,1). De ahí que Dios suscita a este primer profeta que va a hacer, un tanto a pesar suyo, la transición de una situación a otra. Dios es el que revela y el que suscita. Por mucha que sea la generosidad del hombre para Dios, el verdadero creyente sabe con certeza que toda revelación de Dios, pequeña o grande, parte inicialmente del querer salvador de Dios.

Samuel no dice esta frase: "Habla, Señor, que tu siervo..." por repetir o asimilar la técnica de comunicación religiosa del viejo maestro Elí, sino porque siente de verdad que en la noche Dios se le está revelando. Dios descubre su designio en el "lugar" que él mismo elige: allí donde el hombre no puede nada, donde solamente queda como recurso el volverse al Dios que llama. La sed del que busca encuentra una respuesta en el momento y lugar que Dios quiere (cf. 3a. lectura).

El autor acumula sobre Samuel los trazos característicos de los hombres religiosos para mostrar mejor en él al intermediario de Dios. El encuentro se hace según el querer de Dios, aunque sea doloroso. Samuel ha encontrado una especie de contradicción consigo mismo, desgarrado entre su función y su misión. La fuerza de este encuentro inicial con Dios le hará mantenerse en un camino de fidelidad.

EUCARISTÍA 1979/04


5.

Samuel todavía no sabía reconocer al Señor (1ª lectura). Samuel será el gran confidente de Dios, el destinatario de su palabra en medio del pueblo. Veamos, pues, cinco enseñanzas:

1) La apertura y la prontitud en escuchar al Señor tiene sus raíces en una actitud de apertura y prontitud humana: "Aquí estoy", dice Samuel a Elí, el sacerdote. Si no estamos atentos los unos a los otros (si no nos acostumbramos a salir de nosotros mismos, del círculo cerrado de nuestros intereses y nuestras comodidades), ¿cómo discerniremos la llamada del Señor?

2) Reconocer la voz de Dios no se puede hacer sin entrenamiento, por decirlo así; al principio, Samuel todavía no sabía reconocerla.

3) Fue Elí quien "comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho": incluso en el terreno tan íntimo e intransferible de nuestra relación con Dios, los demás tienen (o pueden tener) un lugar: pueden introducirnos en él; pueden ayudarnos a discernir que, efectivamente, es el Señor quien nos llama.

4) La apertura, la acogida, es la respuesta del creyente, a la llamada de Dios, desde Abrahám hasta María ("Hágase en mí según tu palabra": Lc 1,38) e incluso Jesús (Hb 4,4-10 le aplica las palabras del salmo 39).

5) A pesar de la ruptura que implica, la apertura a la fe está en continuidad con la apertura a los demás (insinuado ya en 1.).

JOSÉ M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991/02

Para la educación de la capacidad de escucha es interesante el Dossier nº 7: ESCUCHAR: UN ARTE COMPLEJO. de Carlos ALEMANY, Jesuita. Profesor de Psicología de la Universidad de Comillas. Madrid