30 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
16-23

16.

1. El testimonio.

Del bautismo de Jesús (al que se referían también las dos lecturas), se habló en el evangelio del domingo pasado, que es además el primero del tiempo ordinario: Jesús es el siervo preferido de Dios (primera lectura) que ha sido «ungido con la fuerza del Espíritu Santo» que descendió sobre él (Crisma-Cristo-Mesías). El evangelio de hoy habla del Bautista como testigo que da testimonio de este acontecimiento. La figura del Bautista está tan centrada en el testimonio, que el evangelista Juan, para quien el «testimonio» es una noción central (testimonio del Padre, de Moisés, del Bautista, testimonio que los discípulos dan de Jesús, testimonio que Jesús da de sí mismo), ni siquiera menciona la acción bautismal. El Bautista está tan centrado en su misión de dar testimonio del que es mayor que él, que su acto personal ni siquiera es digno de mención: «A él le toca crecer, a mí menguar» (Jn 3,30). Todo su ser y obrar remite al futuro, al ser y al obrar de otro; él sólo es comprensible como una función al servicio de ese otro.

2. La situación del que da testimonio es extraña.

Es muy probable que el Bautista conociera personalmente a Jesús, con el que (según Lucas) estaba emparentado como hombre. Por eso cuando dice: «Yo no lo conocía», en realidad quiere decir: Yo no sabía que este hijo de un humilde carpintero era el esperado de Israel. El no lo sabe, pero tiene una triple presciencia para su propia misión. En primer lugar sabe que el que viene después de él es el importante, incluso el único importante, pues «existía antes que él», es decir: procede de la eternidad de Dios. Por eso es consciente también de la provisionalidad de su misión. (Que él, que es anterior, ha recibido su misión, ya en el seno materno, del que viene detrás de él, tampoco lo sabe). En segundo lugar conoce el contenido de su misión: dar a conocer a Israel, mediante su bautismo con agua, al que viene detrás de él. Con lo que conoce también el contenido de su tarea, aunque no conozca la meta y el cumplimiento de la misma. Y en tercer lugar ha tenido un punto de referencia para percibir el instante en que comienza dicho cumplimiento: cuando el Espíritu Santo en forma de paloma descienda y se pose sobre el elegido. Gracias a estas tres premoniciones puede Juan dar su testimonio total: si el que viene detrás de mí «existía antes que yo», debe venir de arriba, debe proceder de Dios: «Doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios». Si él ha de bautizar con el Espíritu Santo, entonces «éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Sacar semejantes conclusiones de tales indicios es, junto con la gracia de Dios, la obra suprema del Bautista. Juan retoma la profecía de Isaías: «Yo te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

3. El Bautista es el modelo del testimonio de los cristianos que, de otra manera, deben ser también precursores y testigos del que viene detrás de ellos (cfr. Lc lO,1). Por eso Pablo los bendice en la segunda lectura. Ellos saben más de Jesús que lo que sabía el Bautista, pero también ellos tienen que conformarse con los indicios que se les dan y que son al mismo tiempo promesas. Al principio también ellos están lejos de conocer a aquel del que dan testimonio como lo conocerán en su día gracias a la ejecución de su tarea: cuanto mejor cumplen su tarea, tanto más descollará aquél sobre su pequeña acción como el "semper maior". Entonces reconocerán su insignificancia y provisionalidad, pero al mismo tiempo experimentarán el gozo de haber podido cooperar por la gracia al cumplimiento de la tarea principal del Cristo: «Por eso mi alegría ha llegado a su colmo» (Jn 3,29).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 33 s.


17.«¿CORDERO O PASTOR?»

Las palabras que pronunció Juan, cuando vio que te acercabas, Señor, son palabras que definitivamente llenan el mundo de esperanza: «Ese es el cordero de Dios que quita...».. Son tan bellas y prometedoras que todos los días, mostrando la hostia santa, las pronuncia el sacerdote, antes de llegar a la comunión.

Pero, como tantas veces pasa con tu evangelio, son palabras que desconciertan: «He ahí el cordero». Pero, ¿no habíamos quedado en que tú eras el «Pastor», el «Buen pastor que da la vida por sus ovejas»? ¿Qué eres, por tanto: pastor o cordero?

PASTOR.--Desde niño me gustaba contemplarte bajo la imagen del «buen pastor». Ya en las catacumbas así te dibujaron los primeros cristianos. También me ha conmovido siempre saber que te interesaba «la oveja perdida» por encima de «las 99 del aprisco». Igualmente me ha consolado siempre oírte decir que eras «el buen pastor, que conocías a tus ovejas» y que, a diferencia de «los pastores que huyen cuando ven venir al lobo», tú eras capaz de «morir por tus ovejas». Sí, tu imagen de «buen pastor» siempre ha influido en mí. Y he agradecido que los pintores te pintaran así, con una oveja sobre los hombres. Y me he entusiasmado más de una vez leyendo a los poetas: «Pastor que con tus silbos amorosos me despertase del profundo sueño...».. Más aun: no sabría decir lo que siento, cuando me doy cuenta de que me has dado parte en su «pastoreo» y me has asignado mi parcela en «lo pastoral».

CORDERO.--Pero, estoy desconcertado. Juan no te presentó como «Pastor» sino que dijo: «He ahí el cordero». Y parece que es verdad. Ya Isaías, muchos años antes de que aparecieras en este mundo, nos decía que «Irías a la muerte, como una oveja que no abre la boca al ir al matadero». Y no era una metáfora. El hombre de todos los siglos había ofrecido «corderos y machos cabríos» para llegar a la amistad con Dios. Extendía sobre aquellos corderos sus brazos, como hace ahora el sacerdote sobre la oblata, tratando de descargar sobre ellos los pecados de la Humanidad. Pero se daba cuenta de que todos esos sacrificios eran insuficientes hasta que llegara el «cordero infinito y único» que fuera capaz de abrir las puertas de un cielo que el mismo hombre había cerrado.

Por eso, cuando Juan anunció: «He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo», tuvo el hombre la seguridad de que el momento había llegado. Y, cuando Tú, Señor, en la última cena, tomando el cáliz, dijiste: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza...», todos los hombres supieron --supimos-- que Tú eras ya «el cordero pascual» que nos libraba de todas las esclavitudes.

Pero, insisto: ¿qué eres: pastor o cordero? ¡Vana cuestión, amigos! Tanto monta, monta tanto. Eres «el pastor que has dado tu vida por las ovejas» y eres el «cordero inmaculado que borra los pecados del mundo». Lo único que interesa es que todo lo que has hecho --y lo has hecho «todo»: humillarte, anonadarte y morir en sacrificio-- lo has hecho «para nosotros». «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación».

A Lope de Vega se le encandilaba la pluma y escribía:

--«Pastor y cordero, sin choza y lana,
¿Dónde vais que hace frío, tan de mañana?».

ELVIRA-1.Págs. 48 s.


18.

Frase evangélica: Lo he visto y he dado testimonio»

Tema de predicación: EL CORDERO DE DIOS

1. Testigo cristiano es el creyente que a través de su vida, obras y palabras señala la presencia salvífica y liberadora del Señor en medio de la vida, al servicio del pueblo de Dios. Cuando el testigo rubrica su testimonio con la entrega de la vida, decimos que es un mártir. Testigo por antonomasia de Dios es Jesús de Nazaret: testigo veraz, con palabra portadora de verdad; testigo fiel ante los que lo juzgaron y condenaron; y testigo consciente que no se echó atrás.

2. Juan Bautista es un excepcional testigo. En primer lugar, dice que Jesús es el Hijo de Dios, y proclama su testimonio públicamente para que el pueblo crea y se convierta, a la vez que arriesga su vida. Jesús es para Juan el «Cordero de Dios» de la Pascua y del Éxodo, que quita el pecado opresor de una humanidad creada por Dios, pero necesitada de salvación. En segundo lugar, afirma Juan haber visto cómo el Espíritu Santo «bajaba del cielo» y «se posó sobre él»: Jesús es el Mesías, el Elegido de Dios. Finalmente, dice resueltamente que «no le conocía». Se entiende que se deja llevar por un itinerario del no conocimiento al reconocimiento.

3. TTNO/COMPROMISO: El testimonio cristiano ha sido realzado por el Vaticano II: se trata de un testimonio de vida en un mundo de muerte; de un testimonio de justicia en una sociedad de oprobios; de un testimonio de verdad en unos espacios de mentiras; de un testimonio de fe en unos ámbitos de increencias. La Iglesia y los cristianos «deben dar testimonio de aquella esperanza que está en ellos» (Gravissimum educationis 2), puesto que la totalidad de la vida cristiana es un compromiso de testimonio.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Estamos en condiciones de ser testigos del Señor?

¿Damos testimonio cristiano? ¿Por qué se dan antitestimonios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 130 s.


19.

La primera lectura pertenece al "segundo cántico del Siervo" [los otros serían: 42,1-9; 50,4-9; 53], un personaje misterioso en quien el profeta concentra las esperanzas de los exiliados de Israel en Babilonia y los territorios de su imperio. Símbolo del pueblo convertido, o del profeta intercesor, o de un mesías desconcertante, el "Siervo" de Isaías es para los cristianos, sin lugar a dudas, el mismo Jesucristo, consagrado por Dios desde el vientre de su madre y, desde la eternidad incluso, Mesías de Israel, el que congrega a Jacob, "luz de las naciones". La celebración dominical nos pone semanalmente frente a Él, para escuchar su palabra y celebrar la memoria de su muerte vicaria, de su juicio misericordioso sobre la comunidad y la historia, de su resurrección anticipadora de la nuestra. ¿No hemos de prolongar los cristianos la misión del siervo en nuestra sociedad? ¿No hemos de reunir también a Jacob, y de iluminar asimismo a las naciones? Somos el cuerpo de Cristo-siervo actuando también mesiánicamente en la historia, y siempre hay a nuestro alrededor "desterrados" a quienes confortar, deprimidos y decepcionados a quienes llevar un mensaje de consuelo y de esperanza.

El encabezamiento de la primera carta de San Pablo a los Corintios, es un encabezamiento típico que llegamos a sabernos de memoria, porque empleamos algunas de sus fórmulas en la liturgia de los sacramentos; por ejemplo, el saludo " la gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo sean con ustedes". Gracia y paz que compendian todos los dones de Dios que una comunidad cristiana puede recibir. En densas fórmulas, el apóstol se declara "llamado" y declara a los cristianos, a quienes escribe, "consagrados" y "santos", todo porque creen en Jesucristo como "Señor". Lo que es verdad para los cristianos corintios de hace 20 siglos, lo sigue siendo para cualquier comunidad cristiana en cualquier lugar y tiempo.

El domingo pasado celebrábamos el bautismo de Jesús; en este segundo domingo la Iglesia quiere que escuchemos la versión que del mismo acontecimiento nos da el cuarto evangelio. Allí no se narra propiamente el bautismo, pero se pone en boca del Precursor un testimonio equivalente a su significado teológico. El Bautista declara a Jesús "cordero de Dios que quita el pecado del mundo", es decir, víctima expiatoria, similar a las que se sacrificaban en las antiguas religiones y en el judaísmo, para alcanzar el favor propicio de los dioses. Solamente que la expiación de Jesucristo tiene la dignidad de un acto humano, libremente asumido con amor y conocimiento de causa. Por otra parte, el Bautista declara la superioridad de Jesús, sobre quien vio descender al Espíritu, y confiesa su filiación divina. En el fondo, el pasaje evangélico que acabamos de leer es la realización plena de la lectura de Isaías que hacíamos al principio: Jesucristo es el Siervo, ungido por el Espíritu para liberar a los oprimidos e iluminar a los paganos. Toda una lección cristológica, ya en el pórtico mismo del "tiempo ordinario" de la liturgia, dedicado a la contemplación y celebración del entero misterio de Cristo, que no por no ser "tiempo fuerte" del año litúrgico es más débil en sus mensajes.

Si bien Jesús es "la luz que ilumina a todo ser humano que viene a este mundo" y "conforme a El" han sido creados, y en ese sentido todos están llamados a asumir la misión de Jesús como la misión que nos hace personas con sentido y nos humaniza, a la Iglesia le corresponde asumir además la misión del Bautista: dar testimonio de Jesucristo en el mundo, presentarlo a quienes lo han olvidado o a quienes no lo conocen, como el salvador, el mediador, el dador del Espíritu. Solamente que este testimonio ya no puede consistir en una declaración solemne de palabras: ha de estar respaldado por una actitud concreta de solidaridad, comprensión y acogida de los más pobres y necesitados, los cercanos a nosotros y los lejanos.

Para la revisión de vida:

Ser precursor de Jesús, ser su presentador, su introductor, su testigo insobornable, abrir paso a las buenas noticias, allanar los caminos, perder tiempo anónimamente en preparar el terreno, ser para El facilitador, cargar si hace falta con "el pecado del mundo" -no para disimularlo, sino para combatirlo y destruirlo-…: he ahí todo un programa de misión al que convertirnos.

Para la reunión de grupo:

El mensaje del evangelio de hoy es muy semejante al del domingo pasado; no en vano se trata de un fragmento del evangelio de Juan teológicamente equivalente a aquel de los sinópticos que relatan el bautismo de Jesús; nos sirven por ello preguntas semejantes: -¿qué sería hoy hacer nuestra la misión del Mesías, y/o la misión de su Precursor? -¿qué sería hoy en nuestro caso estar dispuestos a cargar con "el pecado del mundo"?

Puede ser una ocasión buena para recordar esa categoría bíblica, "pecado del mundo", que cuando fue bajada de esfera abstracta bíblica a la arena concreta de la realidad "del mundo", traducida entonces en la expresión "pecado estructural" tuvo que afrontar tanta oposición por parte de quienes no querían ver concretamente ese bíblico "pecado del mundo", pertenece hoy pacíficamente -al menos en teoría- al acervo común teológico (véase Sollicitudo Rei Socialis 36-37…).

Para la oración de los fieles:

-Para que todos los cristianos asumamos voluntariosamente la tarea de ser anticipadores de Jesús, sus precursores, como Juan Bautista, roguemos al Señor.

-Para que lo hagamos con su mismo talante: con exquisito respeto a los derechos de cada persona, sin avasallar, sin imponer, con la actitud invitatoria de quien predica con un ejemplo que atrae o hasta seduce…

-Para que "no nos acomodemos a este mundo" quedando ciegos ante el "pecado del mundo"…

-Para que estemos dispuestos a cargar con ese "pecado del mundo" encargándonos de empujar a la sociedad hacia su superación…

-Para que no confundamos nuestro deseo de ser testigos de Jesús con las actitudes de arrogancia, de dominio, de quien se cree poseedor único de la verdad…

-Para que pidamos perdón generosamente por los pecados que hemos cometido "los hijos de la Iglesia" y la Iglesia como tal, que somos todos…

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro que hiciste de Jesús la "luz que ilumina a todo hombre y a toda mujer que viene a este mundo"; te pedimos hagas de nosotros "facilitadores" dispuestos a trasparentar esa luz y a remover toda la oscuridad que se aloja en "el pecado del mundo"; que con Jesús, también nosotros, como "precursores" suyos hoy, estemos dispuestos a cargar con el pecado del mundo y a posibilitar su superación según tu proyecto. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor, el Cordero que quita el pecado del mundo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


20.

El que quita los pecados

En la orilla del Jordán no estaban los justos, los perfectos, los sabelotodo, sino más bien los parias, los excluidos, los pecadores, los que hacían fila ante un predicador incómodo para poder beber una palabra de esperanza, que fuera más grande que todos sus pecados. La condición para poder entender y reconocer a ese Cordero que quitaba los pecados, era justamente saberse pecador, es decir, verse en la verdad de todo hombre, constituida por una buena dosis de pecado.

El evangelio de Juan desarrollará este momento inicial a través de los diferentes encuentros entre el Cordero, Jesús, y las personas que se cruzarán en su camino. Todos ellos recibirán la liberación de su desgracia, sea cual sea su nombre (oscuridad, sed, enfermedad, tristeza... pecado), con tal de que la confiesen, con tal de que no la maquillen ni la disfracen, con tal de que reconozcan en Jesús a quien trae la Gracia eficaz para todas sus desgracias impotentes. Por esta razón, en aquel momento no estaban los que después, a lo largo del evangelio de Juan, van a aparecer como los disidentes de Jesús, los que tienen prejuicios de sus signos y palabras, los enemigos de su vida.

P/CONCIENCIA: Charles Péguy escribía hace ya bastantes años, con la agudeza que le caracterizaba, que el mal del mundo moderno no era la superación del pecado, sino la pérdida de conciencia de éste. No es que los hombres no pequen, decía Péguy, sino que sus pecados no son ya cristianos. Es decir, son pecados que no tienen en su horizonte a Alguien que sea mayor que ellos, a Alguien que pueda poner luz y misericordia allí donde los pecados de los hombres sólo siembran oscuridad y desesperanza. Nuestro momento actual adolece de este mismo mal denunciado por el escritor francés. Y no porque ignoremos un abismo dejamos de correr el riesgo de ser precipitados en él; no porque desconozcamos su peligro, dejaremos de destrozarnos si en él nos despeñamos.

Hay una llamada a reconocernos ante el Cordero que quita los pecados, que nos señala y nos denuncia los pecados de nuestra época y los traspiés de nuestra generación: la mentira, la injusticia, el hedonismo en todas sus formas, el egoísmo disfrazado de cultura de bienestar, las corrupciones oficiales y oficiosas, la matanza de la belleza y de la vida... Y todo esto no para apabullarnos y hacernos pesimistas, reaccionarios, tristes, sino para señalarnos y anunciarnos que hay otro modo de vivir y convivir, otra manera de hacer un mundo habitable, otro camino para responder a nuestras preguntas de felicidad: el que nace del reconocimiento de este Cordero y de la adhesión a su vida y a su palabra. Éste es el Cordero, el que quita nuestros pecados, para regalarnos la auténtica liberación. Por eso hay esperanza.

Jesús Sanz Montes


21.

El evangelio que acabamos de oir está en continuidad con el que escuchamos el domingo pasado, el día del Bautismo del Señor. Si os acordáis, en la versión de san Mateo se nos narraba cómo Jesús se ponía en la cola de quienes iban a hacerse bautizar por Juan y, a pesar de las resistencias iniciales, éste finalmente accede. Y cuando Jesús recibe el bautismo, baja del cielo el Espíritu Santo sobre él, en forma de paloma, y se oye la voz del cielo que lo identifica como Hijo de Dios.

El texto de hoy, que no es del evangelio de Mateo, no narra el bautismo de Jesús, pero sí que nos cuenta el testimonio que Juan daba sobre Jesús, fundándose en el episodio del bautismo; es decir, cuenta cómo se produjo la escena, y cómo de ese hecho se puede deducir claramente que Jesús es el Hijo de Dios, lleno del Espíritu Santo. Así, pues, antes de empezar a narrar la vida pública de Jesús (que nosotros empezaremos a repasar siguiendo al evangelista Mateo a partir del próximo domingo), conviene dejar bien claro quién es ese Jesús.

- El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

¿Quién es ese Jesús del que Juan Bautista da testimonio? Él lo define como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Es una definición conocida y significativa, ya que la repetimos siempre que celebramos la Eucaristía, antes de comulgar: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». La referencia al cordero es muy sugestiva: por un lado, nos recuerda que Jesús se presenta como humilde servidor; recordemos lo que nos ha dicho el profeta en la primera lectura: Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo. Y también tiene resonancias bíblicas, puesto que nos recuerda los sacrificios de corderos que hacían los judíos en el templo de Jerusatén para expiar los pecados del pueblo. Así, Jesús se convierte en aquel que, con su muerte, liberará de pecado no sólo al pueblo de Israel sino a todo el mundo.

Pero, más allá de las interpretaciones de raíz bíblica, la definición de Juan nos está diciendo muy alto que Jesús es el Salvador, es aquel que viene a traer al mundo una palabra de esperanza. En un mundo como el nuestro, tan lleno de pecado, es decir, de sufrimientos, de pobreza, de violencia, de injusticias, de marginación... Jesús es aquel que viene a «quitar el pecado del mundo», el que trae, de parte de Dios y lleno del Espíritu Santo, un mensaje de alegría, de paz, de justicia, de solidaridad, de perdón, de amor. Como decía Isaías en la primera lectura, él es luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. O como decía san Pablo en la segunda lectura, en su carta a los corintios, él es quien nos trae la gracia y la paz de parte de Dios.

- Yo lo he visto, y he dado testimonio

Juan tiene claro, por tanto, quién es Jesús, ya que lo ha podido experimentar en la escena del bautismo. Pero Juan tiene un gran interés en explicarlo: «Éste es el Cordero de Dios», expresa el deseo de mostrar a ese Jesús salvador a los demás, a quienes no lo conocen, a quienes no lo saben. «Éste es el Cordero de Dios», expresa ese talante evangelizador, misionero, tan importante para la difusión de la fe. Yo lo he visto, y he dado testimonio, nos dice Juan al final del evangelio de hoy. Y nosotros, ¿damos suficiente testimonio de nuestra fe? ¿Somos capaces de mostrar a la gente, de palabra y de obra, a ese Cordero de Dios, Señor y salvador, que es Jesús? Hoy día, más que nunca, todos los cristianos deberíamos sentirnos, como Pablo, llamados a ser apóstoles de Jesucristo en nuestro mundo.

Finalmente, una última reflexión. Juan reconoce que antes del bautismo no conocía a Jesús, no sabia quién era. Pero ahora, que ya lo conoce, ahora que lo ha visto, ahora puede dar testimonio de él. Y nosotros, ¿conocemos a Jesús? Porque para poder dar testimonio de alguien, para poderlo explicar a los demás, primero hay que conocerlo bien. Nosotros sabemos muchas cosas de Jesús, pero, ¿lo conocemos de veras? ¿Hemos experimentado en nosotros su amor, su presencia, su amistad? Podría ser un buen propósito que deberiamos hacernos cada día: conocer más intimamente a Jesús, amarlo, «vivirlo», para poder anunciarlo y dar testimonio de él ante los demás.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/02-11


22.

EL BAUTISMO NOS CONVIERTE EN HIJOS AMADOS DEL PADRE Y EN LUZ DE SALVACION.

1. "Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el fin de la tierra" Isaías 46,3. Parece una antinomia el deseo del Señor expresado por Isaías. Quiere que sea la luz de las naciones, y lo tiene encerrado treinta años en Nazaret. Por eso le decían sus propios familiares: "Manifiéstate al mundo" (Jn 7,4). Pero seguramente hay alguna clave para interpretar esos deseos y casarlos con la realidad. Me aventuraré a descifrarla: Jesús es la semilla, es el grano de mostaza, es el puñado de levadura...Como tales, debe seguir los ritmos propios de la naturaleza. El Niño tiene que crecer y madurar en hombre lleno de sabiduría; la levadura tiene que estar en su punto de fermentación para poder fecundar toda la masa; la semilla, debe seguir el proceso germinativo natural. La maravilla está en que estos deseos santos de salvación exigen control y paciencia, perseverancia y constancia, muerte de las precipitaciones, anatema de la irreflexión. Todo eso que a los hombres nos aterroriza: estudiar, esperar, orar, reflexionar, seguir un método, jerarquizar los valores, anteponiendo los sustanciales a los accidentales, los que sólo nosotros podemos hacer y dejar a los otros los que no precisan nuestra intervención, aunque nos halague. Porque no nos halaga ni nos satisface, porque nos cuesta más, no estamos dispuestos a aceptarlo, ni mucho menos a practicarlo. Por esa línea discurre la célebre afirmación del Prior de Taizé, el Hermano Roger: "Los "cristianos" españoles influirán poco, porque estudian poco y oran poco". Es más fácil subir al ambón y hablar sin prepararse, que prepararse con paciencia para ser luz. Esa es la conducta de Dios con su Siervo, destinado a ser luz para todas las naciones. Embriagar de amor se consigue y sólo con eso, ofreciendo vino puro, y no vino aguado. Pero el vino puro necesita años de solera y de reposo en la bodega. No se puede precipitar la añejez del vino, ni la sabiduría de los predicadores. Sólo se puede provocar un incendio en la ciudad, si antes se ha sido ascua en Nazaret. Y a ese proceso hay que estar muy atentos en la selección, si se quiere y se busca que la ciudad esté radiante de luz. "El que un día ha de ser rayo, tiene que ser durante mucho tiempo nube" (Nietzsche)

2. "He visto al Espíritu como paloma descender del cielo y posarse sobre El" Juan 1,29. Juan ha comenzado su Evangelio con un himno a la Palabra que existía desde el principio y que se ha encarnado. Confiesa que hemos contemplado su gloria, la excelsitud de su amor en la tierra y la belleza de su alma de niño, de adolescente gracioso, que crece en edad, en sabiduría y en gracia y de hombre adulto, enamorado y vigoroso, en su Verbo encarnado. Esta sería la gloria concomitante, o de irradiación, diferente de la gloria de la transfiguración en el Tabor, contemplada también por Juan. Nos dice también que Juan Bautista había testificado de El que venía detrás de él, pero que era primero que El. Y sigue diciendo que a Dios nadie lo ha visto jamás, pero que su Unigénito, que está en su seno, nos lo ha revelado (Jn 1,14-19).

3. Los judíos enviaron a preguntar a Juan Bautista: ¿quién eres? -Y él contestó: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno que no conocéis; es el que viene después de mí y a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia. Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba (Jn 1,26).

4. La Liturgia de este domingo, ha preferido la lectura de Juan, que retoma la narración de Mateo, leída el domingo anterior, fiesta del Bautismo del Señor, y con su estilo peculiar, nos relata también el momento en que Jesús viene hacia él para recibir el bautismo, o bien el momento posterior, que le ha ofrecido la ocasión de testificar que Jesús es el Hijo de Dios.

5. Hacía muchos siglos que Dios había prometido que la estirpe de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Habían vivido Patriarcas y muchos Profetas. A los Patriarcas les hablaba Dios, preparando la sementera. Después los Profetas hablaron al pueblo lo que Dios les inspiraba. Le comunicaban esperanza y corregían sus pecados, que Dios purificaba. El último Profeta ha sido Juan Bautista, que ha preparado ya los caminos del Señor. Y el Señor ya está aquí. Lo ha bautizado él en el Jordán, como hemos meditado el domingo pasado. El Padre dijo que El era su hijo Amado. Hoy es Juan Bautista el que dice: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Este es el Hijo de Dios, el que: "A todos los que le reciben los hace capaces de ser hijos de Dios"(Jn 1,12).

6. Por eso somos amados por el Padre, como hijos, como lo es Jesús, todos los que hemos sido bautizados. Si una madre no agota su maternidad en el primer hijo, menos el Padre agota la suya en su Hijo Unigénito. Pues su Amor sin límites le pide prolongar su paternidad en hijos innumerables. Somos hijos de Dios en el Hijo, y por la sangre del Hijo, que borra con ella el pecado del mundo.

7. Con el corazón rebosante de amor, ansioso de conquistar a todos los hombres, va a comenzar Jesús su ministerio misionero, después de haber sido bautizado por Juan. Lo que me cuesta a mí recibir la confesión de un sacerdote y, sobre todo, exhortarle. Lo mucho que me humilla y hasta me hace incapaz de hilvanar unas ideas, ante un hermano que pide la reconciliación y el perdón, me sugiere el apuro de Juan Bautista al tener que bautizar a Jesús, el Cordero Inocente. Y no quería, se resistía. Tuvo que imponérselo Jesús: Hemos de cumplir toda justicia. Yo me tengo que humillar para quitar el pecado. No hay otro modo justo de reparar la soberbia del hombre más que humillándose Dios. La humillación es lo que más cuesta. Tuvo que pasar entre la gente como un pecador más. Pero como el que se humilla será ensalzado, y Dios es justo, a Jesús que se humilla, el Padre lo ensalza, proclamado ante aquellos judíos que en las riberas del Jordán, confiesan sus pecados, que aquél sobre el que desciende el Espiritu Santo, es su Hijo muy amado y no necesita ser bautizado. Somos nosotros los que necesitamos ser bautizados en su sangre.

8. Pero para que ese manantial de Sangre redentora que brotó en el Calvario del Costado abierto del Cordero de Dios, Jesucristo, produzca efectos individuales, es necesario que vayamos a recoger la sangre que nos corresponde, en los sacramentos. No basta que haya una fuente siempre manando, hemos de ir con nuestro cántaro a la fuente: "Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3). Jesús, con sus llagas abiertas, nos ha abierto el cielo que estaba cerrado. Nos ofrece la posibilidad de ser hijos de Dios, de vivir su misma vida divina, la que él recibe del Padre y de ser envueltos en su luz, la luz del Cordero, que nos hace luz para todas las gentes.

9. Todos y cada uno de los bautizados podemos escuchar como pronunciadas sobre nosotros, las palabras abismales y consoladoras: "Tu eres mi siervo de quien estoy orgulloso. Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" Isaías 46,3.

10. Porque estas Palabras son dirigidas a la Iglesia, "a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó" 1 Corintios 1,1, a todos los miembros de la Comunidad llamada a difundir la gran riqueza de la filiación divina a todos los hombres.

11. Nuestra respuesta la hemos dado en el Salmo 39: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Como la ha obrado el primogénito, al dar cumplimiento a su vocación de reunir a Israel; de convocar a la Iglesia y a la entera humanidad por ella; de purificar a la Iglesia en el Espíritu Santo, por el Bautismo, la penitencia, la Eucaristía; al morir por la Iglesia, como Cordero de Dios, Cordero Pascual, el "Cordero de pie, glorioso, como degollado", de que nos habla el Apocalipsis (Ap 5) La nobleza y el honor nos obligan a vivir una vida digna de hijos de Dios. Cesen por tanto las guerras. Luchemos personalmente y diariamente con el pecado. Y luchemos también socialmente contra las estructuras de pecado.

12. En la misa vamos a sacrificar al Cordero de Dios. Lo vamos a comer. Lo comen buenos, lo comen malos, pero el resultado es diferente: de vida o de muerte. Formemos bien nuestra conciencia. Con la sangre del Cordero, Jesucristo instituyó un sacramento para perdonar los pecados que excluyen de la comunión: la penitencia. Aunque no somos dignos de que entre en nuestra casa, acerquémonos con conciencia limpia, a recibir al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

J. MARTI BALLESTER


23.

1. Lecturas en la Misa

Isaías 49, 3. 5-6 : "Te hago mi siervo... Tú eres luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta el confín de la tierra".

San Pablo: I Cor 1, 1-3 : "Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo..., {os saludo}. La gracia y la paz... sean con vosotros".

Ev. según san Juan 1, 29-34 : "Al ver Juan a Jesús... exclamó: Éste es el Cordero de Dios... Yo le he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios".

2. Contexto nuevo en el ciclo litúrgico.

2.1. Ha concluido el "tiempo de Navidad", periodo reservado a la contemplación del misterio de Cristo encarnado, niño, necesitado del apoyo familiar, abierto a las experiencia de la infancia ...

2.2. Se da por supuesta también la larga travesía biológica, psicológica, cultural, laboral y social de Jesús en el entorno de Nazaret: con su hogar, taller, sinagoga, aula escolar sinagogal donde Jesús aprendió a conectar con los libros sagrados de Israel, con sus tradiciones ....

2.3. Tras las fiestas navideñas, se nos ofreció en la liturgia la celebración de la Epifanía o manifestación simbólica de la vocación universal y redentora de Cristo a favor de todos los pueblos...; y el domingo pasado llegamos incluso a sorprendernos con que Jesús ya se acercaba al Jordán para pedir el bautismo al profeta y precursor, Juan.

2.4. Hoy comenzamos a observar de forma continuada a Jesús en la vida pública, decidido a comunicar su mensaje salvador, y nos ponemos en disposición de reflexionar amorosamente sobre una serie de lecciones que se nos irán ofreciendo en el decurso de cinco semanas que anteceden al tiempo cuaresmal.

En ellas no hay un plan riguroso de selección de gestos, ideas, doctrinas y experiencias por las que el hombre se vea conducido metódicamente a la fe en Jesús. La Iglesia quiere que compartamos algunos momentos vitales familiarizándonos con la persona, palabra y catequesis religiosa-moral de Jesús. Desde ese punto, en la intimidad, cada uno se interrogará sobre lo que contempla y desde lo que contempla.

2.5. Hoy en las lecturas se reproducen principalmente dos de esos momentos vitales: el que vive Isaías con su pueblo en el destierro, contemplando el futuro mesiánico, y el que vive Juan el Bautista en su encuentro con Jesús.

3. Isaías contempla al Mesías, mensajero de luz nueva.

3.1. En la primera lectura el profeta Isaías nos ofrece el "segundo canto del Siervo de Yavé", compuesto durante el destierro del pueblo hebreo en Babilonia, por los años 586 a 538 antes de Cristo.

3.2. En ese canto pueden distinguirse tres matices o aspectos de la Palabra de Dios dirigida a los hombres, por mediación del profeta:

Primero, una palabra de consuelo: el profeta se siente llamado por el Señor a animar a su pueblo elegido desterrado. Aunque se halle en destierro, el pueblo ha de saber que Dios le sigue amando, y que debe confiar en ÉL. Dios, el profeta-animador y el pueblo forman un conjunto indisociable en la historia de salvación.

Segundo, una palabra de promesa: el profeta se siente transportado a otro mundo venidero, y allí, desde Dios, contempla que en el mundo hay un "siervo de Dios" muy amado desde el vientre de su madre. Ese siervo es Israel, cuya recuperación como pueblo elegido ya se vislumbra. ¿Cómo se recuperará? Mediante el envío y la llegada de un Mesías, salvador, en el que ha de ponerse toda la confianza y al que hay que esperar con paciencia.

Tercero, una palabra de luz y salvación para todos los pueblos: por la fuerza y gracia del Mesías, Israel, pueblo elegido, y todos los pueblos de la tierra recibirán la luz de salvación. Es importante señalar el paso o transformación que se va a dar en la religión de Israel, según este vaticinio. Ésta se transformará en religión de todas las naciones por obra del Mesías.

3.3. Atención, pues, por parte de quienes hemos creído en Jesucristo, el Mesías salvador, luz de las naciones. A nosotros nos corresponde profundizar en esa idea, hacerla carne de nuestra carne, e irradiarla por todas partes.

4. Jesús, el Cordero de Dios, Mesías, Salvador, Luz.

4.1. En el capítulo primero del evangelio de Juan, que se ha leído, se nos anuncia que ya está presente ese Mesías, Salvador, el anunciado. El Mesías es Jesús, luz de las naciones, el que se ha presentado públicamente, de forma similar a como lo hacían otras gentes, pidiendo el bautismo en el Jordán

Lo ha hecho sin trompetas ni alharacas. Pero hete aquí que algunos, finos de espíritu, han captado en él la presencia de Dios. Uno de esos privilegiados es Juan, el bautista. Otros también pudieron hacerlo, pero desconocemos su nombre.

4.2. Juan narra a continuación, en primera persona, cómo vivió su encuentro inspirado y cómo llegó a persuadirse de que quien acudía a él era Jesús, el Salvador: "He contemplado al Espíritu que bajaba sobre él..." "El que me envió a bautizar con agua me había dicho: aquél sobre quien veas bajar el Espíritu... es él".

¡Afortunado Juan! Para él el tiempo de las promesas se ha cumplido en Jesús, y en adelante le saludará y tratará como a Hijo de Dios .

4.3. Elevado Juan a ese grado de sabiduría divina, se siente obligado a salir de sí mismo y a proclamar la fe con que ha sido iluminado y no se cansa de repetirlo: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que ha venido a crear un mundo nuevo...

4.4. Digno de anotarse es la "figura" bajo la cual presenta Juan a Jesús como Mesías salvador: Jesús es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo por medio de la ofrenda de sí mismo.

5. Síntesis de teología cristológica.

Bueno sería observar cómo en esta página del evangelio se está exponiendo en forma narrativa, didáctica, la fe del pueblo cristiano primitivo, la fe de la comunidad de Juan evangelista, que ha llegado a madurar las enseñanzas del Maestro y las difunde de esa forma bellísima. Lo que la comunidad de fe cree de Jesús es lo que expresa literariamente, confesándolo en forma manifiesta, para que se oiga y entienda.

La lección es obvia: hemos de vivir en la fe y en el compromiso con Jesús, pues él es el Mesías encarnado, el Salvador de todos los pueblos mediante la ofrenda voluntaria de sí mismo en la Cruz.

DOMINICOS
Convento de San Gregorio. Valladolid
Orden de Predicadores - Familia Dominicana

HOMILÍAS 15-20