EL SEPULCRO VACÍO

 

La mayor parte de la Humanidad actual procede ideológicamente de un sepulcro instalado  ya en la Historia.

En los Inválidos de París está el sepulcro de Napoleón. De ahí puede decirse que parte la  Historia, el Derecho, la Política y la concepción de la Europa contemporánea. En la Plaza Roja de Moscú millares de hombres, en una larga fila interminable, visitan  diariamente el sepulcro de Lenin. Todo el mundo marxista tiene su punto de partida en ese  sarcófago de Moscú.

En Jerusalén hay también un sepulcro clave para la Historia: es el sepulcro de Jesús, el  Santo Sepulcro. Cerca de mil millones de hombres -el mundo cristiano- encuentra en esa  antigua sepultura la cuna de su fe religiosa y de su esperanza. Pero estos tres sepulcros  difieren notablemente. Dentro del sarcófago de París están las cenizas de Napoléon  Bonaparte; bajo la losa de la Plaza Roja de Moscú yacen los restos mortales de Lenin. En  cambio el sepulcro de Jerusalén no guarda resto alguno. Es un sepulcro vacío. Y ese vacío es para el creyente la clave de su fe; y para el que no cree es una  interrogante angustiosa, que no tiene más respuesta que la fe. ¿Dónde están los huesos,  las cenizas de Jesús?. Históricamente nadie puede dar razón de ellos. Ninguna persona  seria se atreverá hoy a repetir la ridícula explicación de los soldados romanos dictada por  los hombres del Sanedrín.

"Decid que, viniendo los discípulos de noche, lo robaron (el cuerpo de Jesús) mientras  nosotros dormíamos" (Mat. XXVIII, 13).

Desde hace dos mil años ese sepulcro vacío no es un sepulcro oscuro. Es una fuente de  luz. La sencilla losa que besa el peregrino de Jerusalén es como la piedra inconmovible  donde se asienta la fe de los cristianos. Nosotros sabemos dónde está el cuerpo físico de  Jesús; nosotros sabemos por qué está vacío ese sepulcro. Hay en el mundo otros  importantes mausoleos para la Historia. Profetas de cada época, filósofos, reyes,  pensadores, políticos, revolucionarios, yacen bajo las losas de sus respectivos sepulcros.  Miles, millones de hombres veneran su recuerdo. Ellos saben que los restos mortales de  estos hombres estelares están allí certificando que murieron de verdad y que no han vuelto  a sentir el aliento de la vida.

En cambio, nosotros sabemos que el cuerpo de Jesús no está ahí, en su sepulcro de  Jerusalén, porque "al tercer día resucitó de entre los muertos". Por eso sabemos también  que Jesucristo no era tan sólo un hombre, sino el mismo Hijo de Dios. Todos los años las  campanas y el "aleluya" de Pascua nos convocan en torno a este sepulcro vacío, del que  brota una luz que no se extingue jamás. Lo estamos viendo ya hace dos mil años desde que  el Maestro resucitó y lo veremos hasta el día de la plenitud de su gloria: "Yo estaré con  vosotros hasta la consumación de los siglos". 

J. M. ECHENIQUE


 

LUGAR PROVISIONAL. 

Desde la Pascua todos los sepulcros tiene el mismo destino que el de Jesús: quedar  vacíos. Él venció a la muerte. Debemos ir perdiendo el miedo a la muerte porque, como  decimos en la profesión de fe de cada domingo, creemos en la resurrección de los muertos,  en la reconstrucción de nuestra persona.

Y la victoria de Jesús alcanza a todo aquello que de algún modo se relaciona con la  muerte: frustraciones, enfermedad, subnormalidad, dolor, todo aquel reducto de elementos  negativos, inexplicables, que acompañan a nuestra vida. Jesús pasó por ello y salió  vencedor. No es que los creyentes podamos dar grandes explicaciones: tampoco nosotros  sabemos por qué ocurre esto o qué sentido tiene lo de más allá... Solamente sabemos que  formando parte de la gran marcha encabezada por Jesús se sale del túnel.

El mensaje de Pascua a todos los que sufren (aquí se podrá hacer una alusión a  situaciones concretas de cada sitio) es éste: saldréis vencedores. Como Jesús al tercer día  de haber muerto. 

JOAN CARRERA
MISA DOMINICAL 1982, 8