La herencia del glorificado
Este
tiempo especial del año litúrgico nos invita a entrar en nosotros mismos
para revisar el quilate de
nuestra condición cristiana y hacer los ajustes necesarios ante la meditación
y contemplación del misterio de Jesucristo, nuestro Redentor, que nos hizo
entrar en la vida verdadera a través de su Pascua. Te invitamos, pues, a un
encuentro cordial con la Palabra de Dios en el evangelio de san Juan. Se
trata del texto juánico de la crucifixión, muerte y sepultura del Señor (Jn
19,16b-42). Ojalá te ayude.
1. Lectura reposada de Jn 19,16b-42
2. La gloria del crucificado.
Los
tres primeros evangelios, que llamamos “sinópticos” (pueden ser
dispuestos en tres columnas paralelas y ser apreciados de un solo vistazo)
nos han acostumbrado a una pasión de Jesús llena de dramatismo: gritos
desesperados, muestras de desprecio, estremecimiento de la naturaleza. Todo
esto falta en el relato de Juan. Aquí todo respira paz y serenidad ya que
el acontecimiento doloroso ha sido transfigurado por el triunfo del Señor y
el conocimiento pleno del sentido de su autodonación. Si bien para el
cuarto evangelio (4Ev) Jesús aparece en todo momento revestido de la gloria
de su condición divina, esto se aprecia de un modo más llamativo y paradógico
en el relato de la Pasión. Es aquí precisamente cuando Jesús despliega
toda su majestad regia y su conocimiento pleno de los acontecimientos, como
correponde a su status de Revelador escatológico. Es en este momento cuando
su identificación con Yahveh aparece más sorprendente, así sucede en el
huerto de Getsemaní con su solemne “Yo soy” (18,5-6) que insinúa el
misterium fascinans de Dios. No se advierten en el relato de la pasión juánica
muestras de dolor (lo más cercano a la escena de la agonía en Getsemaní
es Jn 12,27), sino sólo la majestad de un rey que expresa hasta el último
instante su voluntad con extrema libertad y dominio de sí.
Este texto que has leído está compuesta de siete breves escenas con que el
evangelista describe a Jesús exaltado en el trono de la cruz. Es en este
momento cuando el autor del 4Ev nos hace escuchar las últimas disposiciones
de Jesús. Es en estas escenas donde percibimos la situación de la nueva
comunidad que Jesús instituye a partir de su Madre y el “discípulo
amado” presentes junto a la cruz, y los principios que regirán la vida
futura de esa comunidad en la que también nosotros estamos insertos.
3.
Una nueva imagen de Dios
Del
mensaje neotestamentario se desprende fácilmente que la imagen de Dios
estará asociada definitivamente a la persona de Jesús de Nazaret que lo
hace presente con su vida, pero en el 4Ev esta verdad adquiere un talante
diverso: se da una identificación asombrosa entre el Jesús juánico y el
Dios de la fe hebrea, superando así incluso las confesiones de las
comunidades asiáticas (cf. Ef 1,3-14; Col 1,14-20) Veamos esto con más
detalle.
A los tres anuncios que Jesús hace de su pasión, y que están presentes en
los sinópticos, corresponde en el 4Ev una triple predicción de este trance
por boca de Jesús (3,14; 8,28; 12,34). Pero la diferencia salta a la vista:
no se trata ya esta vez de un momento de dolor o de humillación, sino de
exaltación y de gloria. Es claro que para Juan no hay una sucesión –como
se da en Pablo o en los sinópticos- entre muerte dolorosa y exaltación
gloriosa, para el cuarto evangelista ambas realidades son simultáneas. El
momento de la crucifixión es también de glorificación. De modo que el
crucificado puede entregar el Espíritu de Pentecostés (19,30) como el
resucitado puede mostrar a los discípulos las huellas de la pasión
(20,20.27).
Estas predicciones no sólo nos ponen en conocimiento del triunfo seguro del
Señor, ya que en las palabras que Juan pone en boca de Jesús se dice mucho
más. Se muestra la condición del crucificado: “Y como Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del
hombre,para que todo el que crea tenga vida eterna” (3,14), “Cuando
hayan levantado al Hijo del hombre entonces sabrán que Yo soy” (8,28; cf.
8,24); “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”
(12,34). Estas afirmaciones del Jesús juánico nos dicen que la crucifixión
es el momento del triunfo del Mesías, del máximo despliegue de su misión,
de la máxima revelación posible: Jesús como Dios mismo. El uso del “Yo
soy” absoluto, sin predicativo, es en este caso elocuente. La nueva economía
que nos presenta Juan es que todo lo que es posible conocer de Dios se nos
ha dado en Jesús, en éste Dios nos ha amado hasta el extremo, y en éste
Dios nos ha prometido su presencia para siempre porque Jesús es el Dios
traspasado de Za 12,10 (cf. 19,37).
4.
Una nueva historia: “Para que se cumpliera la Escritura”
Juan,
no menos que Mateo, que se distingue por las abundantes citas de
cumplimento, está interesado en presentar a Jesús como el centro y culmen
de la historia de salvación. Jesús es el que asume en su autoproclamación
los títulos y los símbolos más queridos de la tradición hebrea urgiéndolos
hasta el límite de su significado y llevándolos a su máxima radicalidad,
interiorización, y universalidad. Él debe cumplir en su experiencia la
suerte trágica del Justo perseguido del Salmo 22; deben llevarse a cabo en
él las prescripciones acerca del cordero de la Pascua (Ex 12,46), y la
muerte del profeta en la que Dios se implica misteriosamente (Za 12,10).
De esta visión surge una comunidad cristiana que forma con la antigua
economía un solo plan y un solo proyecto de Dios. Los libros del AT, aun en
su innegable incompletez y parcialidad, constituyen nuestras raíces
irrenunciables, y el NT (vida y obra de Jesús), no se entendería sin
ellas. La sagrada Escritura, en su lectura global y convertida ya en
alimento de la comunidad, es el testimonio de la fidelidad de Dios.
5.
Una iglesia indivisa y fecunda
Frente
a la presencia amorosa y solícita de cuatro mujeres junto a la cruz de Jesús
(19,25), el evangelista coloca la acción destructora de cuatro soldados
que, una vez cumplida la tarea de crucificar al condenado, proceden a
repartirse su ropa: un lote para cada uno y se sortean la túnica. La túnica
sin costuras de Jesús (19,23) ha sido interpretada en la tradición de los
Padres como un símbolo de la unidad de la Iglesia que no puede ser
dividida. De esta Iglesia, nueva Eva surgida del costado de Jesús dormido
en la cruz, nacerán los nuevos hijos de Dios mediante el agua purificadora
del Bautismo y la sangre, -garantía del sacrificio realizado- , que
simboliza la Eucaristía, memorial de la pascua del Señor. La Iglesia
poseerá para siempre la virtualidad de integrar a los nuevos creyente en
esa fuente de vida nueva que es el Señor mediante una sacramentalidad
variada y eficaz.
6.
Dos presencias providentes
El
momento de la muerte de Jesús es descrita por Juan de una forma que se
aparta decididamente de los relatos paralelos. Para este autor, muerte,
glorificación, sesión a la derecha del Padre y envío del Espíritu no son
más que diversos aspectos de un mismo y único acontecimiento. En esto nos
separamos vistosamente de la disposición sucesiva y pedagógica que
presenta Lucas en su obra (Lc-Hch). Para el 4Ev la muerte gloriosa de Jesús
constituye, pues, un nuevo Pentecostés. Las palabras utilizadas han sido
cuidadosamente elegidas: Jesús no “expira” sino que “entrega el Espíritu”
(19,30b), con todo el peso teológico de la expresión. El Espíritu, como
verdadero Testigo, será la nueva presencia que animará a la comunidad mesiánica
y será en el tiempo futuro el maestro interior que hará siempre más
clara, eficaz y universal la obra y el mensaje de Jesús
Pero Jesús hace otra donación a la comunidad: le entrega su propia madre
al “discípulo amado”, que representa la nueva comunidad, fiel,
creyente, perspicaz, ágil y depositaria de los secretos del Maestro. El
“discípulo amado” que tiene tanto de historia como de símbolo, recibe
una preciosa herencia: la madre del Mesías, que será de ahora en adelante
la madre de la comunidad. María, para la comunidad cristiana, es la Mujer
por excelencia a la que se le confía una nueva maternidad no ligada ya a la
carne sino a la fe y a la adhesión a Jesús. Con razón dice el evangelista
que “desde entonces el discípulo la recibió entre sus bienes” (19,27).
También nosotros debemos acoger entre nuestros bienes esos tesoros de
diverso orden pero que igualmente nos acercan al Señor: el Espíritu y María.
7.
“Dios reinó desde el madero”
El
evangelio de Juan nos llena de confianza porque está traspasado por la
gloria y el triunfo del Señor. Su aventura no se enmarca sólo en la
geografía y el tiempo del Israel de hace veintiún siglos, sino que tiene
el carácter de un acontecimiento que involucra a todas las culturas y a
todos los tiempos del futuro. Sobre la cruz de Jesús el procurador romano
–sin saber el alcance preciso de su actuación-, ante el asombro y oposición
de los jefes judíos, redacta, coloca y defiende un título: “Jesús
Nazareno, Rey de los judíos”, título que está en los tres idiomas del
imperio de entonces para proclamar la realeza definitiva y universal de Jesús.
La pluma de Juan no descansa. Nos presenta la sepultura de Jesús revestida
de la solemnidad propia de un sepelio real. Nos asombra la cantidad ingente
de perfumes para preparar el cuerpo de Jesús: 32,7 kilos de mirra y áloes
que recuerdan las vestiduras del Mesías según los textos del AT. Jesús es
depositado en un tumba nueva e incontaminada como corresponde a algo que se
ofrece a Dios y a su servicio. Esta tumba está en un jardín. Allí es
sepultado Jesús, como los antiguos reyes de Israel eran sepultados en sus
propios jardines (Amón, Manasés). Para Juan es claro, Jesús, luego de
manifestar en forma clara su dignidad real ante Pilato, muere como rey y es
sepultado como Rey. A este Rey servimos.
8.
Oración de los fieles
Padre
bueno y santo, tú nos has salvado a través de la muerte gloriosa de tu
Hijo Jesús, rey de paz, escucha las oraciones confiadas que te dirigimos
por el mundo, la iglesia y nuestras propias familias.
1-
Por la Iglesia de Jesús, nacida del costado abierto del salvador, para que
sea ante el mundo signo e instrumento de la comunión con Dios, oremos…
2- Por el Papa, los Obispos, sacerdotes y diácomos para que sirvan al
pueblo con la caridad de Cristo, oremos…
3- Por la paz del mundo, para que Aquél que con su sangre derribó todo
muro de separación entre los pueblos, haga fecundos los esfuerzos por
pacificar las naciones y conducirlas al diálogo y la tolerancia mutua,
oremos…
4- Por aquellos que tienen en sus manos los destinos de los pueblos, para
que ejerzan su poder con sabiduría y humildad, y busquen ante todo la
justicia y la paz, oremos…
5- Por aquellos que sufren la falta de trabajo y oportunidades, por los
enfermos y marginados, los jóvenes y niños en riesgo, oremos…
Unamos
nuestras plegarias a la oración de Jesús: Padre nuestro…
9.
Oración final al crucificado
Señor
Jesús,
exaltado gloriosamente en el trono de la cruz,
que miras sereno y bondadoso
y extiendes tus brazos
sobre el pueblo unificado por tu sangre.
Hoy venimos a contemplarte
como el Cordero sacrificado
de cuyo costado traspasado
-fuente inagotable de salvación-
brota la Iglesia y los sacramentos.
Queremos agradecerte
porque nos amaste hasta el extremo:
pusiste tu tienda en medio de nosotros,
nos llamaste amigos
y nos dejaste tu mandamiento nuevo:
amarnos mutuamente para que el mundo crea,
celebrar la Eucaristía como memorial tuyo
y lavarnos los pies unos a otros
en el respeto mutuo y la solidaridad.
Como el Discípulo Amado
queremos escuchar tu Palabra,
nacer de lo alto a la novedad del Reino,
para llevar al mundo tu Luz y tu Paz.
Que tu Iglesia conducida por el Espíritu
y a ejemplo de María, madre y corazón de la comunidad,
te contemple, te ame y te siga
como la Verdad definitiva, la Vida verdadera
y el Camino seguro para llegar al Padre. Amén.
Eduardo
Huerta Pastén, CMF.
ehuerta@terra.cl