Jueves santo

El jueves santo se encuentra en la encrucijada entre la cuaresma y la pascua. Es el último día de cuaresma, y su misa vespertina da paso al triduo pascual, que es la preparación inmediata para la pascua, al mismo tiempo que comienza ya su celebración.

Domina, pues, en este día el ambiente de preparación. Todo en él se encamina a la pascua. Así ocurrió el primer jueves santo, cuando el Señor envió a Pedro y a Juan para hacer preparativos: "Id y preparad para que comamos la pascua" (Lc 22,8).

Para los fieles es un día de preparación espiritual. En él se reconciliaban con la Iglesia los penitentes públicos de los primeros tiempos. Se les volvía a recibir en plena comunión con la Iglesia, absolviéndolos de sus pecados mediante un rito público y solemne, para que pudiesen volver a celebrar la pascua y recibir la comunión pascual con los demás fieles. Es muy acorde con la tradición el hacer la confesión pascual en este día, si es que no se ha hecho antes.

El jueves santo se celebran dos misas: la llamada misa crismal, que tiene lugar únicamente en las catedrales, y la misa vespertina en la cena del Señor, en las parroquias y casa religiosas. La misa crismal incluye la consagración de los óleos que se usan para el bautismo y otros sacramentos. En esta liturgia resalta el tema del sacerdocio y su institución por parte de Cristo. La misa vespertina conmemora sobre todo la institución de la eucaristía. Ambos temas están íntimamente relacionados entre sí, pero es conveniente distinguirlos con dos celebraciones.

La misa crismal

Como ya dijimos arriba, esta misa se celebra únicamente en las catedrales y tiene lugar por la mañana. El obispo diocesano consagra los óleos y preside como celebrante principal. Es un rito hermoso e impresionante, que además cuenta con un rico contenido catequético.

En esta asamblea del pueblo de Dios tenemos una expresiva manifestación de la Iglesia, porque la diócesis es la Iglesia de Dios en miniatura. En tiempos pasados era posible que un obispo celebrase la eucaristía rodeado por casi todos sus feligreses. Esto es muy difícil en nuestros días, pero sigue siendo lo ideal. Así lo expresa la constitución sobre la liturgia del Vaticano II:

Conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la manifestación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el obispo, rodeado de su presbiterio y ministros (41).

La liturgia de jueves santo en la catedral se aproxima mucho a este ideal. En ella tenemos al obispo, jefe de la Iglesia local, rodeado por sacerdotes de todas las parroquias de su diócesis y representantes de los religiosos. El obispo concelebra con sus sacerdotes como señal de unidad y fraternidad, y es asistido por ellos en la consagración de los óleos. Los diáconos y otros ministros también están presentes y tienen parte activa en la celebración.

Como expresión visible de la Iglesia jerárquica, es una ocasión única; y más si están presentes también en ella un buen número de fieles. La asistencia y participación de los seglares es muy de desear, porque la Iglesia no está completa si no incluye esta parte del pueblo de Dios.

Es altamente significativo que la consagración de los óleos que han de usarse para los sacramentos tenga lugar en el contexto de la eucaristía y en la proximidad de la pascua. Los sacramentos reciben su significación y eficacia del misterio pascual de Cristo, que se renueva en cada celebración eucarística, y con solemnidad especial el día de pascua. Citemos una vez más la constitución sobre la liturgia:

La liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder (61).

Todos los sacramentos tienen conexión con pascua; son sacramentos pascuales. Debemos recordarlo cuando asistimos a un bautismo, confirmación u ordenación y se usa el santo crisma; y también cuando se unge a alguien con el crisma de los enfermos.

El tema principal de la misa crismal es el sacerdocio. Al entregar el misterio de la eucaristía a la Iglesia, Cristo instituyó también el sacerdocio. Los textos de la misa presentan un conjunto catequético no solamente acerca del sacerdocio ministerial, sino también relativo al sacerdocio general de los fieles. En la antífona de entrada, la asamblea aclama: "Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre". La expresión se repite en la segunda lectura, y de ella se hace eco también el prefacio.

Todo sacerdocio es una participación del sacerdocio único de Cristo. El es nuestro mediador y sumo sacerdote, y su unción viene del Espíritu Santo. Así se desprende de la lectura de Isaías (61,1-3.6.8-9) y del evangelio de Lucas (4,16-21), donde el Señor cita y se aplica a si mismo los textos proféticos: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido".

Por el sacramento del orden, los hombres comparten de una forma especial el sacerdocio de Cristo. A ellos se les da el poder de perdonar los pecados y de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, cosa que hacen en su nombre y por su mismo poder. Ellos son, de manera especial, pastores y maestros de la Iglesia, así como administradores de los sacramentos. Todo esto se resume en el prefacio:

Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos al banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.

 

No es fácil para el sacerdote vivir a la altura de su vocación y ministerio. Necesita el apoyo y la oración de los demás cristianos. Necesita de vez en cuando "avivar la llama", el don que ha recibido de Dios (2 Tim 1,6).

Una de las partes más impresionantes de la misa crismal, añadida recientemente, es la renovación del compromiso de servicio sacerdotal. Después del evangelio y la homilía, el obispo invita a sus sacerdotes a renovar su dedicación a Cristo y a la Iglesia. Juntos prometen solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus fieles ministros, enseñar y ofrecer el santo sacrificio en su nombre y conducir a otros a él.

En este acto de entrega, el obispo pide para sí las oraciones de todo su pueblo. Necesita sus oraciones. Como el gran obispo san Agustín dijo en una ocasión a sus fieles: "Si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros"1.

Un obispo representa a Cristo en su diócesis de una manera muy real. "El obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles" 2.

La bendición de los óleos y la consagración del crisma puede hacerse después de renovar los compromisos o en otro punto más avanzado de la misa. La tradición más antigua coloca la bendición del óleo de los enfermos inmediatamente antes de terminar la plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tienen un interés especial. Todos los sacerdotes concelebrantes se asocian a la plegaria consecratoria, que es una de las más solemnes de la liturgia. Contiene una auténtica lección sobre la dignidad y poder de los sacramentos, en particular del bautismo.

El triduo pascual comienza con la misa vespertina de la cena del Señor.

Vincent Ryan
Cuaresma-Semana Santa
Paulinas.Madrid-1986.Págs. 80ss.

........................

1. Liturgia de las horas IV, 1201, oficio de lecturas para la fiesta de san Jenaro.

2. Constitución sobre la liturgia, 41.