LOS CANTOS DEL SIERVO EN SEMANA SANTA

En la Semana Santa leemos en la Eucaristía los cuatro cánticos o poemas de Siervo:

* lunes, el 1°, Isaías 42

* martes, el 2°-, Isaías 49

* miércoles, el 3°-, Isaías 50 (más abreviado, se leyó el Domingo de Ramos).

* viernes, el 4°-, Isaías 52-53.

Estos poemas del Siervo pertenecen al "Segundo Isaías", un profeta que habló a mediados del siglo VI antes de Cristo, durante el destierro de Babilonia, añadiendo al libro original de Isaías los capítulos 40-55, llamados "el libro de la consolación".

Este Siervo de Yahvé que anunciará la salvación, que será luz para las naciones, que se ofrecerá él mismo a la muerte para salvar a todos y que finalmente será glorificado por Dios, había sido identificado con el pueblo entero de Israel, al que también se le llama "siervo", y que cumpliría así una función intercesora por toda la humanidad. Pero ya los mismos judíos lo interpretaron pronto como el anuncio de un personaje concreto, que asumiría en su propia vida la historia de su pueblo.

En el Nuevo Testamento se aplicó claramente esta figura a la persona de Jesús de Nazaret, mediador de la salvación para todas las naciones. Es muy expresivo el episodio del eunuco que iba leyendo en su carro el pasaje de Is 53,7-8, sobre la oveja que llevan al matadero, que no abre la boca para quejarse y da su vida por los demás. El eunuco pregunta de quién hay que entender estas palabras, y entonces el diácono Felipe le anuncia la Buena Nueva de Jesús (Hechos 8).

El canto primero (Is 42,1-7) está puesto en boca de Dios, que presenta a un elegido, su preferido, sobre el que enviará su Espíritu para que pueda cumplir bien su misión, que no será nada fácil: dictará ley a las naciones, implantará la justicia y el derecho. "Te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos...". Y todo eso no lo hará con violencia: no alzará la voz, no acabará de quebrar la caña débil ni apagará la mecha vacilante. En la escena del bautizo de Jesús en el Jordán, los evangelistas aplican a Jesús estas palabras de Yahvé sobre el Siervo. Más tarde, Mateo (Mt 12,18-21) refiere a Jesús todo este primer poema.

El segundo canto (Is 49,1-6) está en labios del mismo Siervo, que es consciente de haber sido elegido desde el seno materno para una misión concreta: ser en manos de Dios como una espada, como una saeta, para conseguir sus fines; tiene que unificar al pueblo de Israel y hacer que vuelva a Dios y, además, ser luz de las naciones. Pero aquí ya aparece un elemento que en el primer canto sólo se podía leer entre líneas: las dificultades que va a tener el Siervo. Habla de fatiga y de dudas: ¿será en vano todo lo que va a hacer? ¿resultará todo un fracaso? "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas". Pero triunfa la confianza en Dios: "Mi Dios era mi fuerza".

El tercer canto (Is 50, 4-9) lo dice también el Siervo. Describe su misión como la de un discípulo abierto a lo que Dios le dice: "El Señor me ha abierto el oído para que escuche como los iniciados". Primero escucha como discípulo y luego transmite a los demás esas palabras: "Para saber decir al abatido una palabra de aliento". En este tercer canto se habla más explícitamente del sufrimiento: el Siervo ofrece su espalda a los golpes, su mejilla a los que le mesan la barba, su rostro a los insultos y salivazos. Pero también aquí la confianza que tiene en Yahvé es la que le dará ánimos para perseverar en su misión. "El Señor me ayuda: no quedaré defraudado". No se tendrá que avergonzar. Si el Señor le ayuda, ¿quién podrá condenarle?

El cuarto canto (Is 52,13-15; 53, 1-12) es el más completo y profundo. Lo proclamamos el Viernes Santo, antes de la Pasión. Aquí el sufrimiento llega a su plenitud. El Siervo, inocente, se entrega por los demás (por "los muchos", o sea, por todos) y carga sobre sí las deudas de los pecadores. Una especie de "coro" comenta en 53, 1-10 lo que ha dicho Dios hasta ese momento, y canta la impresionante profundidad del dolor del Siervo: "Despreciable, varón de dolores ...Eran nuestras dolencias las que él llevaba, él fue herido por nuestras rebeliones". Pero los últimos versos, otra vez en labios de Dios, hablan de la glorificación de su elegido: verá la luz, su sacrificio habrá servido de salvación para todos, y Dios le hará grande y poderoso, porque "él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores".

En los cuatro cantos se habla cada vez con mayor precisión de la misión del Siervo: elegido desde el seno materno, recibe la fuerza del Espíritu porque está destinado a hacer volver al pueblo de Israel a los caminos de Dios, y llamado a ser luz para todas las naciones, y a entregar su vida por la salvación de muchos. Y también con creciente intensidad, de los sufrimientos que tendrá que soportar, desde las fatigas y las dudas y los golpes hasta la muerte. Para ser finalmente glorificado por Dios.

Estos poemas son en verdad una de las cumbres teológicas principales de todo el Antiguo Testamento. Nada extraño que el Nuevo Testamento les dé también tanta importancia. Nunca se ha hablado tan claro del valor redentor del sufrimiento. Anticipan lo que diría Jesús del grano de trigo que muere para dar fruto. A nosotros nos ayudan a contemplar y agradecer en estos días la muerte de Cristo como la muerte "vicaria" por nosotros, la muerte "expiatoria" por la que el verdadero Siervo nos alcanza la salvación. ·

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000, 5, 49-50