8 HOMILÍAS PARA LA VIGILIA PASCUAL
CICLO C
1-8

 

1.

1. ¡Están locos estos cristianos! Al salir, encontraremos los bares y los restaurantes llenos y las discotecas colmadas de jóvenes. La gente se agarra a la fruición. Para muchos, nosotros hacemos el efecto de ir tras de quimeras ("lo tomaron por un delirio": evangelio). Pero dentro nos quema una certeza. ¿Sólo dentro, en un rincón secreto, o en todo nuestro actuar? Ahora lo proclamaremos con fuerza: diremos "no" a un modo de vivir, a unos valores que son una quimera y conducen a la muerte y diremos "sí" al seguimiento del Resucitado, la gran Verdad, la Vida de verdad.

2. Jesús el que vive (evangelio). Lo acabamos de oír: Jesús es el Viviente por excelencia y nunca lo encontraremos entre los muertos. El cristianismo es un mensaje de vida; más aún: es comunión con el Viviente (cf. 1 Jo 1,1-4). Con Jesús de Nazaret, también nosotros apostaremos por la vida y avanzamos hacia la vida. Y estamos al lado de todo lo que es vida y luchamos contra todo lo que es muerte: el compromiso bautismal tiene este sentido! ¿Sabremos discernir, en nuestra sociedad, dónde está de verdad la vida y dónde está la muerte?

3. BAU/SO-PASCUAL: El bautismo, sacramento pascual. Cuando fuimos bautizados, fuimos sumergidos en la muerte-resurrección de Jesucristo, fuimos injertados en el dinamismo vivo de su aventura. Morimos al pecado (lo que llevó a Jesús a la muerte) y resucitamos a la vida que corresponde a sus seguidores. Lo expresamos y lo expresaremos inmediatamente con palabras. Pero el bautismo no es un simple juego de propósitos y decisiones nuestras: es la entrada en el ámbito de Jesucristo, es el primer sacramento de la Iglesia.

Simboliza externamente lo que realiza en el fondo de nuestro ser: un misterio de comunión. Ahora renovaremos las promesas del bautismo: la decisión de vivir conforme al don recibido.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1989, 7


2.

1. Somos un pueblo con historia. La fe en Jesucristo nos configura en pueblo convocado por Dios, para hacer presente en el mundo una novedad de vida. Somos un pueblo con historia: con una larga historia. Durante esta vigilia hemos escuchado los momentos culminantes de la misma, que descubren la manera de ser y de hacer de Dios. En una de las lecturas, Isaías nos ha dado una síntesis insuperable: "El que te hizo te tomará por esposa... Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor... Con gran cariño te reuniré... Aunque sea retiren los monjes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará -dice el Señor, que te quiere-" (4. lectura). Ningún hecho, no obstante, muestra "quién es el Dios de Jesús" y "cómo es el Dios de Jesús", como el que hemos proclamado en el evangelio y que constituye el centro de la celebración de esta noche. Si la cruz de Jesús es la máxima transparencia de Dios, este Dios estalla en la resurrección. Repasando los evangelios, uno intuye ya novedades, señales de Dios. Pero en el fragmento que acabamos de escuchar, a pesar de la discreción de los hechos, se manifiesta "la fuerza de su brazo":" ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado".

2. La resurrección de Jesús da vida al mundo. El hecho de la resurrección no tiene nada de apoteosis final. Si hubiésemos tenido que describirlo nosotros, a buen seguro que habría resultado una reseña mucho más espectacular. No obstante, la realidad de este hecho hace dos mil años que está dando vida al mundo.

A veces, buscando en la alta montaña el nacimiento de un río, uno esperaría encontrar saltos de agua más o menos espectaculares. Y en cambio, lo que encuentra es el verdor de un valle, en el que no se distingue la fuente esperada, capaz de dar origen al caudal de agua que se convertirá en río capaz de regar grandes extensiones de tierra. Pero andando unos pasos, uno empieza a notar que sus pies se humedecen: "¡Aquí hay agua!". Y es que aquel río que luego se hará grande nace así: casi sin que se note.

La resurrección no tiene nada de apoteosis final. Nuestros ojos son débiles para ver la vida del Resucitado; pero cuando sus seguidores somos conscientes de esta realidad, se palpa en el ambiente de las comunidades: una caridad discreta, fuerte y generosa en desmesura, un respeto sagrado por cada persona, imagen de Dios, un trabajo perseverante por una sociedad más justa, con unas relaciones de sinceridad y confianza que generan paz, una atención preferencial a los pobres, una esperanza cierta de vida ante los signos de dolor y muerte. "¡Aquí hay una vida nueva! ¡Aquí hay alguien!". Es la presencia del Resucitado: "Yo estaré con vosotros cada día hasta el fin del mundo".

3. El escándalo de la cruz resulta fuente de vida. Y todo desde aquel primer día de la semana en que unas mujeres fueron el sepulcro donde habían colocado el cuerpo de Jesús y lo encontraron vacío. En el desconcierto de lo que podía haber sucedido, se les presentan dos hombres con vestidos resplandecientes -Dios está allí, en aquella escena- y les dicen: "¡Ha resucitado!". Y corren a contárselo a los apóstoles y a Pedro.

Pedro guarda distancias antes de creer, hasta que se le aparece el Señor. Por la tarde de aquel mismo día, Jesús se hace presente y visible al grupo de los apóstoles: "Paz a vosotros". Y les enseñó las heridas de las manos y del costado. Realmente era él. El escándalo de la cruz resulta fuente de vida.

Si Jesús ha muerto por nosotros, su resurrección es también para nosotros. "Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él". Después de bendecir el agua bautismal renovaremos la fe de nuestro bautismo. Los que hemos sido bautizados en Cristo hemos sido sumergidos en su muerte y plantados a su vera en las aguas de la resurrección, a fin de ver el mundo con ojos de bautizados, ojos de resucitados, y dar frutos del "cielo nuevo y la tierra nueva".

JAUME CAMPRODON
Obispo de Gerona


3.

1. «Recordaron sus palabras».

Las mujeres, que van al sepulcro de madrugada con sus aromas, encuentran corrida la piedra; entran dentro del sepulcro pero no encuentran el cadáver que buscan. Están «desconcertadas» porque lo que allí encuentran no tiene para ellas ningún sentido, ni humano ni sobrenatural. Lo mismo le ocurrirá a Pedro cuando acuda al sepulcro tras oír lo que cuentan las mujeres. Todo ello muestra cuán inconcebibles seguían siendo para todos, incluso para los más dispuestos y receptivos, las palabras de Jesús a propósito de su resurrección al tercer día. En el hombre no existe una predisposición -y tampoco en ninguna religión- para comprender un acontecimiento semejante, que se produce en medio del curso normal de la historia, en la que los difuntos están definitivamente muertos. Por eso las mujeres necesitan que se les recuerde de un modo sobrenatural la predicción de Jesús, «estando todavía en Galilea», de que «tenía que ser entregado en manos de pecadores [ser crucificado] y al tercer día resucitar». Para las mujeres es como si oyeran estas palabras por primera vez. Las palabras otrora incomprensibles se tornan ahora evidentes ante la tumba vacía y la memoria explícita que los ángeles hacen de ellas. Lo que anteriormente no había sido comprendido es transformado por los ángeles en un presentimiento que facilita ahora la comprensión.

2. «Un delirio».

No conocemos el tenor del relato de las mujeres a los discípulos; no sabemos si también ellos recordaron las palabras de Jesús sobre su resurrección. Pero aunque lo hicieran, esto no es suficiente para despertar la fe en los discípulos. Simplemente en la experiencia humana no se da ningún caso que haga verosímil, ni siquiera de lejos, semejante acontecimiento. Puede haber alucinaciones, pero demuestran lo contrario. Puede darse todo tipo de experimentos espiritistas con ciertas materializaciones, pero nunca algo que se asemeje a las apariciones que se narran posteriormente. Se puede creer en la transmigración de las almas, pero entonces no aparece la misma persona (y menos con sus heridas), con su recuerdo preciso de lo que era y es. Por eso la resurrección sólo puede ser «un delirio». ¡Para cuántos lo ha seguido siendo hasta hoy!

3. «Admirándose de lo sucedido».

Al final del evangelio de hoy se informa que Pedro se levantó y acudió corriendo al sepulcro. Este final del relato es diferente de todo lo anterior. Aquí no aparece ningún ángel. En nuestro evangelio tampoco aparece el sudario enrollado aparte del que se habla en el evangelio de Juan; Pedro sólo ve las vendas por el suelo. ¿Por qué alguien las ha quitado del cadáver? ¿Para qué podía querer alguien un cadáver? Algún sentido debe tener este cúmulo de cosas incomprensibles. Justamente en esta constatación el pensamiento se para como un reloj. «Admiración», quizá incluso «reflexión». Muchos pueden alcanzar este estadio si leen la totalidad de los relatos sobre la resurrección. Desde él, un camino conduce hasta la fe, si el Señor concede la gracia de ser visto y adorado con los ojos del Espíritu.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 241 s.


4.

Frase evangélica: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?»

Tema de predicación: LA FE EN LA RESURRECCIÓN

1. La noche de la Vigilia Pascual es la noche central de la comunidad cristiana. Es noche de vela ante el tránsito del mundo viejo al nuevo, de la esclavitud a la libertad, de la desesperación a la esperanza y de la muerte a la vida. Cristo, primogénito de entre los muertos, es la primicia del reino. San Lucas nos dice que el nuevo día comienza con los «aromas», llevados por las mujeres al alba con prontitud y esperanza. Para creer en el Resucitado es necesario salir de uno mismo hacia los otros, hacia el Otro, con los aromas del afecto, del encuentro gratuito, de la búsqueda profunda. La búsqueda de los vivientes y de Cristo vivo exige compañía compartida, camino emprendido, manos llenas de caridad y esperanza activa.

2. Para atisbar al Resucitado y la resurrección hay que mirar hacia adelante y hacia arriba, no detenerse en la contemplación del «suelo», donde está la tumba. No se busca entre los muertos al que vive. Los testigos del Resucitado, con sus vestiduras blancas, son testigos de la luz que no hablan de sí mismos, sino de Cristo, para decirnos: «Ha resucitado». Así como Cristo es una ausencia cuando adoramos los ídolos, así también es una presencia cuando en el prójimo más desvalido descubrimos al Señor. Cristo crucificado es el Resucitado.

3. La experiencia de fe en la resurrección entraña memoria de la palabra de Dios («recordaron sus palabras»), abandono de la muerte («volvieron del sepulcro») y decisión evangelizadora («anunciaron todo esto a los once y a los demás»). Cuando somos misioneros, puede que algunos nos tomen por insensatos o locos («ellos lo tomaron por un delirio»). Debemos contar con el fracaso («no las creyeron»), pero también con la posibilidad de engendrar fe y admiración en el Señor resucitado.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Creemos de verdad en la resurrección?

¿Anunciamos a los demás nuestra fe en el resucitado?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993
.Pág. 264


5.

Todas las apariciones de la resurrección giran en torno a la fe. La razón es que la resurrección es, ante todo, un problema de fe. No es un problema de pruebas metafísicas, lógicas o físicas. A los desanimados discípulos de Jesús Crucificado les costaba mucho llegar a creer en Jesús, después del ajusticiamiento del Maestro. Su esperanza se había quedado sepultada en la tumba del ajusticiado. Por eso las apariciones no hay que tomarlas como pruebas teológicas de la resurrección, sino como señales de un proceso espiritual de fe, tan lleno de contradicciones como los mismos relatos de las apariciones.

Casi todas las apariciones contienen una o varias frases en las que el escritor expresa con tristeza la falta de fe de los discípulos. Lucas no es la excepción. Cuando las mujeres fueron donde los discípulos a contarles su experiencia de resurrección, a ellos les parecieron "desatinos (o fantasías) de mujeres todas esas palabras y no les quisieron creer" (24, 11).

La fe en la resurrección es una realidad honda, personal, misteriosa. A ella se llega por ese proceso que, por comprometer a la libertad humana y a la gracia divina, se convierte en un camino que desborda toda lógica.

Frente a las apariciones de la resurrección, la actitud que solemos tomar es la de tratar dichos relatos con criterios cronológicos. Y por este afán historicista, perdemos el infinito contenido simbólico de las mismas. No nos fijamos en el proceso personal o comunitario de la fe que lucha por abrirse paso entre dudas y dificultades, hasta llegar al convencimiento de que Jesús está vivo porque lo sienten en su interior, y en medio de la comunidad ya reconciliada.

Cuando las personas o la comunidad llegan a este momento, sobran las señales externas maravillosas, porque el gran milagro que es la fe, ya acaeció. Frente al testimonio interior de que Jesús está vivo, ya no vale la pena estar pendiente del sepulcro vacío.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6.

COMENTARIO 1

LAS MUJERES INAUGURAN EL DÍA MAS LARGO DE LA HISTORIA DEL HOMBRE

Las mujeres, a pesar de ser las únicas de entre los discípulos que han seguido -si bien «a distancia»- los últimos aconteci­mientos, siguen ancladas en la institución de la Ley y van a tributar culto a un muerto, como en toda religión. Sin saberlo, «el primer día de la semana, de madrugada», cuando el precepto del reposo ya no estaba en vigor, con la chispa de luz de la pequeña fe que les quedaba, «fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado» (24,1).

Durante la Pascua judía y el día anterior, de preparativos, el cuerpo de Jesús había reposado en el sepulcro, ajeno totalmente a los innumerables sacrificios de corderos y a los interminables ritos pascuales. Pasadas las fiestas, las mujeres van al sepulcro con la intención de embalsamar a un difunto y se encuentran con que la losa (no mencionada con anterioridad) que separaba la región de los vivos de la región de los muertos y confería definitividad a la muerte estaba ya corrida (24,2), señal de la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. De momento, esto les pasa inadvertido. Entran y no encuentran el cuerpo de Jesús (24,3). Hasta aquí la experiencia es negativa, en cuanto que contradice sus convicciones.



Haya caído o no en sábado la fiesta de la Pascua judía el año en que dieron muerte a Jesús (lo dejamos para los sabios y entendidos), «El primer día de la semana» (lit. «El [día] uno de la semana»), alusión a Gn 1,5 (lit. «El día uno»), comienza el mundo nuevo, la creación definitiva; con Jesús resucitado da comienzo la última y definitiva etapa de la humanización, el Homo spiritalis, muy superior al Homo erectus y al Homo sapiens, pues en el hombre Jesús Carne y Espíritu se han unido indisocia­blemente y se han compenetrado del todo. Se inicia así un día simbólico que va desde la resurrección hasta la ascensión –sin que se precise ningún cambio de día-, desde «la madrugada» hasta «el atardecer» (cf. v. 13: «Aquel mismo día»; v. 29: «Está atardeciendo y el día va ya de caída; v. 33: «Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén»; v. 36: «Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de ellos»; v. 50: «Después los condujo fuera en dirección a Betania... y se lo llevaron al cielo»; v. 52: «Ellos se volvieron a Jerusalén»). En el libro de los Hechos, en cambio, afirmará que «se dejó ver de ellos durante cuarenta días y les habló del reinado de Dios» (Hch 1,3). «Uno» y «cuarenta» son una misma cosa, un período de tiempo muy largo, pero delimitado, un hecho único, durante el cual Jesús se presenta viviente a los que lo habían experimentado bien muerto y fraca­sado, después de haber convivido largo tiempo con él.

Paralelamente al triple testimonio fehaciente de las mujeres sobre la muerte, sepultura y resurrección de Jesús, Lucas redacta otro triple testimonio de dos personajes, Moisés y Elías, para que testifiquen 1) sobre el inevitable éxodo/muerte del Mesías (9,30-31), el Liberador del hombre; 2) sobre su resurección (24,4-7), y 3) sobre su retorno, sin manifestación de gloria ni de poder, exactamente igual a como se había ido al cielo, para permanecer para siempre con sus discípulos (Hch 1,10-11). Los nombres de los dos personajes solamente se revelan la primera vez que aparecen en escena (transfiguración): son enfocados siempre («y mirad») como dos hombres adultos («dos varones») y llevan vestidos «resplandecientes/de gloria», de acuerdo con su pertenencia a la esfera divina: representan la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías), es decir, toda la Escritura (el llamado hoy «Antiguo Testamento») y tienen como misión interpretar la Es­critura a la luz de los hechos de Jesús, a contracorriente de la interpretación que daban los discípulos siguiendo las tradiciones rabínicas.

A diferencia de los Once, portavoces del grupo masculino de discípulos (después de haber perdido irremisiblemente la representación de Israel, por la defección de Judas, «uno de los Doce»), las mujeres, con nombres y apellidos (cf. v. 10), figura y realidad del grupo femenino de discípulos provenientes de la marginación social y religiosa, captaron inmediatamente que la predicción que Jesús les había hecho en Galilea no significaba ninguna innovación, sino que respondía al sentido profundo de toda la Escritura: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo cuando estaba todavía en Galilea: "El Hombre tiene que ser entregado en manos de nombres descreídos, ser crucificado y al tercer día resucitar. Recordaron entonces sus palabras» (24, 5b-8). «Recordar» es, según Lucas, equivalente de comprender algo que hasta el presente no se entendía. Los discípulos tendrán necesidad de que Jesús en persona les revele, una y otra vez (cf vv. 25-27.31-32.44-46), el sentido profundo de las Escrituras sobre el fracaso total del Mesías y su victoria sobre la muerte.

Como era de esperar, los Once y los demás discípulos no aceptaron el testimonio personal (nombres) de las mujeres (24,9-11). Tampoco Pedro saca las conclusiones pertinentes de lo que ha visto (24,12).


COMENTARIO 2

Todas las apariciones de la resurrección giran en torno a la fe. La razón es que la resurrección es, ante todo, un problema de fe. No es un problema de pruebas metafísicas, lógicas o físicas. A los desanimados discípulos de Jesús Crucificado les costaba mucho llegar a creer en Jesús, después del ajusticiamiento del Maestro. Su esperanza se había quedado sepultada en la tumba del ajusticiado. Por eso las apariciones no hay que tomarlas como pruebas teológicas de la resurrección, sino como señales de un proceso espiritual de fe, tan lleno de contradicciones como los mismos relatos de las apariciones.

Casi todas las apariciones contienen una o varias frases en las que el escritor expresa con tristeza la falta de fe de los discípulos. Lucas no es la excepción. Cuando las mujeres fueron donde los discípulos a contarles su experiencia de resurrección, a ellos les parecieron "desatinos (o fantasías) de mujeres todas esas palabras y no les quisieron creer" (24, 11).

La fe en la resurrección es una realidad honda, personal, misteriosa. A ella se llega por ese proceso que, por comprometer a la libertad humana y a la gracia divina, se convierte en un camino que desborda toda lógica.

Frente a las apariciones de la resurrección, la actitud que solemos tomar es la de tratar dichos relatos con criterios cronológicos. Y por este afán historicista, perdemos el infinito contenido simbólico de las mismas. No nos fijamos en el proceso personal o comunitario de la fe que lucha por abrirse paso entre dudas y dificultades, hasta llegar al convencimiento de que Jesús está vivo porque lo sienten en su interior, y en medio de la comunidad ya reconciliada.

Cuando las personas o la comunidad llegan a este momento, sobran las señales externas maravillosas, porque el gran milagro que es la fe, ya acaeció. Frente al testimonio interior de que Jesús está vivo, ya no vale la pena estar pendiente del sepulcro vacío.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


7. HOMILÍA PARA EL SÁBADO 10 DE ABRIL - VIGILIA PASCUAL

LECTURAS: ROM 6, 3-11; SAL 117; LC 24, 1-12

Comentario general a las primeras Lecturas. Dios nos llama amorosamente a la existencia, pues quiere que vivamos con Él eternamente. Más por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan quienes le pertenecen. A pesar de nuestros pecados, Dios jamás ha dejado de amarnos; Él envió a su propio Hijo para que nos liberara de la esclavitud del pecado mediante su Misterio Pascual. En el Bautismo, simbolizado en el paso del mar Rojo, entra un pueblo pecador y sale un pueblo libre que camina hacia la posesión de los bienes definitivos. Esa salvación será nuestra no sólo en la medida en que depositemos nuestra fe en Cristo, el Enviado del Padre. Abraham nos da ejemplo de cómo debe ser la fe de quien acepte depositar su vida y su confianza totalmente en Dios. Sólo creyéndole a Dios Él podrá cumplir en nosotros sus promesas de salvación. Reconocemos que somos pecadores y frágiles; por eso buscamos al Señor para que sea Él quien nos santifique y nos salve, pues Aquel que no recuerda ya nuestros pecados, es el Único que puede hacer que seamos santos como Él es Santo. Por eso hagamos nuestra la voluntad de Dios; dejémonos conducir por Él; que su Palabra no sólo se pronuncie sobre nosotros, sino que nos transforme porque seamos capaces de escuchar la Palabra de Dios y de ponerla en práctica. Entonces, Dios que nos ama, no por nosotros, sino por Sí mismo y por su Nombre Santo, muchas veces profanado por nosotros ante las naciones, llevará adelante su obra de salvación para levantarse victorioso sobre sus enemigos y rescatarnos del pecado y de la muerte, y llevarnos sanos y salvos a su Reino Celestial. A nuestro Dios y Padre sea dado tono honor y toda gloria ahora y siempre, en Jesucristo, su Hijo nuestro Señor.

Rom. 6, 3-11. El Señor Jesús cargó sobre sí el pecado de la humanidad para hacer morir al pecado de una vez para siempre; y al resucitar vive ahora para Dios. Ni el pecado, ni la muerte tienen ya dominio sobre Él. Quien vive íntimamente unido a Jesucristo participa de su Victoria sobre el pecado y la muerte. Quien vive pecando no puede decir que en verdad está en comunión de vida con Cristo. Mediante el Bautismo y la fe nosotros hemos sido incorporados a Cristo para ser sepultados con Él muriendo al pecado; pero también para resucitar con Él por la gloria del Padre para llevar una vida nueva. Quienes ya estamos bautizados renovemos nuestro compromiso de fe en Cristo, y reiniciemos nuestro camino de compromiso con Él para manifestarnos como hijos de Dios, con una vida que realmente demuestre que estamos revestidos de Cristo, amando a Dios como a nuestro Padre y amando a nuestro prójimo como a hermano nuestro. Vivamos, pues, como criaturas nuevas en Cristo Jesús.

Sal. 117. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues a Aquel que fue rechazado, escarnecido y crucificado, después de dar su vida por nosotros, lo constituyó en Señor y Mesías. Demos gracias a nuestro Dios y Padre, pues a pesar de que nosotros somos los responsables de la muerte de Cristo, ha tenido misericordia de nosotros. La muerte del Señor se ha convertido para nosotros en fuente de perdón, de reconciliación y de salvación eterna. Dios sea bendito por siempre. Por eso, quienes hemos sido hechos beneficiarios de la Salvación, que Dios ofrece a la humanidad entera, proclamemos al mundo entero esta Buena Noticia de Salvación, para que todos vuelvan al Señor y se salven, y podamos así, ya desde ahora, llevar una vida santa y agradable a Dios, iniciando desde este vida nuestro camino en el Reino de Dios, hasta lograr, por gracia del mismo Dios, su posesión definitiva.

Lc. 24, 1-12. Unos varones, con vestidos resplandecientes, anuncian que el crucificado, muerto y sepultado, ha resucitado. ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Mediante el Bautismo el Señor ha borrado nuestros pecados y nos ha revestido de su misma Vida Divina. Quien es una criatura nueva en Cristo debe resplandecer con sus buenas obras y dar testimonio, desde una vida recta, de la resurrección del Señor. A Cristo lo encontramos no entre los muertos, no en el pecado, sino en aquellos que viven guiados por su Espíritu Santo y que han sido transformados para hacer el bien, para amar, para construir la paz, para destruir los odios y tirar las barreras que impiden el amor fraterno y comprometido con toda la humanidad. ¿Creemos realmente este mensaje de salvación: Cristo ha resucitado y ha renovado nuestra vida? ¿o todavía vamos a buscarlo al sepulcro, pensando que Él se alejó para no volver y que nosotros, en lugar de dar testimonio de la Verdad y de la Vida, continuaremos siendo testigos del pecado y de la muerte con una vida desordenada? Que la Fe y el Bautismo que nos unen a Cristo nos hagan salir de nuestros pecados y nos ayuden a caminar como hijos de Dios renovados en Cristo Jesús, Señor nuestro.

En la Eucaristía nos sentamos a la mesa de los hijos de Dios. El Señor, muerto y resucitado, nos hace participar de su Misterio Pascual, liberándonos de la esclavitud del pecado y dándonos Vida eterna. Mediante este Sacramento de salvación nosotros somos convertidos en signos del Reino de Dios en el mundo. Nuestra vida, transformada en Cristo, se convierte en luz de las naciones. El entrar en comunión de vida con Cristo nos hace convertirnos en un signo de la Muerte y Resurrección de Cristo para todos. El Señor nos llena de su gracia para que vayamos y seamos constructores de un mundo que día a día sea un signo más claro de su Reino entre nosotros. Los bautizados, hechos uno con Cristo, debemos continuar su obra de amor salvador entre nuestros hermanos. Esta es la misión que recibimos; vayamos a cumplirla con un amor fiel a Dios.

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús. El camino de la Iglesia es el anuncio del Misterio Pascual de Cristo a todas las naciones. Ese anuncio se ha de dar no sólo con la proclamación del Evangelio con los labios, sino con una vida intachable que dé testimonio de que la salvación se ha hecho realidad entre nosotros. Quienes hemos sido bautizados en Cristo, somos una criatura nueva en Él. No podemos, por tanto, continuar realizando signos de pecado y de muerte. Seamos constructores de un mundo nuevo; trabajemos intensamente por la paz; vivamos fraternalmente unidos por el amor; quitemos las barreras de odio que nos han dividido; seamos capaces, incluso, de dar nuestra vida para que los demás disfruten de una vida más digna y llegue a ellos la misma Vida de Dios. Si nosotros, como Iglesia, no somos capaces, con la Fuerza del Espíritu Santo que actúa en nosotros, de dejar al final de nuestra vida un mundo mejor de como lo encontramos, habremos defraudado la confianza que Dios depositó en nosotros al confiarnos el Evangelio de la reconciliación y de la gracia. Si somos de Cristo no lo digamos sólo con los labios, manifestémoslo con la vida y con nuestras obra a la altura de esa fe que decimos profesar.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos dejar guiar por el Espíritu Santo, que Él ha infundido en nuestros corazones, para que así podamos manifestar ante el mundo la vida nueva que hemos recibido en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.


 8.- [TEXTO COMPLETO] Homilía del Papa Francisco en Vigilia Pascual 2014

VATICANO, 19 Abr. 14 / 02:58 pm (ACI).- El Papa Francisco presidió hoy la celebración de la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, en la que reflexionó sobre el mandato del Señor de que los discípulos vayan a Galilea, la cual, dijo el Santo Padre, es “el lugar de la primera llamada, donde todo empezó”.

“Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia”, dijo el Papa.

A continuación, ACI Prensa comparte con sus lectores el texto completo de la homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual:

El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis» (Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7). Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10).

Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán».

Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).

Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.

También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.

Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.

En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió de seguirlo; recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.

Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia.

El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.

«Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en camino!

Mensaje Urbi et Orbi del Papa Francisco - Pascua 2014

Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo. El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.

Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido... « Venid y veréis»: El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.

Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor resucitado.

Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y adorarte.

Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos cómplices.

Haznos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono.

Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la epidemia de Ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades, que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.

Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo.

Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.

Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente.

Te pedimos por Siria: la amada Siria, que cuantos sufren las consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia de negociar la paz, tan anhelada desde hace tanto tiempo.

Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos.

Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur.

Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la concordia fraterna.

Que por tu resurrección, que este año celebramos junto con las iglesias que siguen el calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de paz en Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la Comunidad internacional, lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con un espíritu de unidad y diálogo, el futuro del País. Que como hermanos puedan hoy cantar Хрhctос Воскрес.

Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú, que has vencido a la muerte, concédenos tu vida, danos tu paz. Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua.

Saludo

Queridos hermanos y hermanas:

Renuevo mi felicitación pascual a todos los que, llegados desde todas las partes del mundo, os habéis reunido en esta Plaza. Hago extensiva esta felicitación pascual a cuantos se unen a nosotros a través de los medios de comunicación social. Llevad a vuestras familias y a vuestras comunidades la alegre noticia de que Cristo nuestra paz y nuestra esperanza ha resucitado.