29 HOMILÍAS PARA LOS TRES CICLOS DEL DOMINGO DE RAMOS
8-14

 

8. 

Por la fuerza del Espíritu Santo, que sopla constantemente sobre la Iglesia, en especial  cuando nos reunimos en asamblea, la liturgia hace presente de nuevo, re-presenta a Cristo  entre nosotros en sus diversos misterios para que vayamos asimilándonos su vida,  prolongando así su encarnación a lo largo de la historia.

Durante la "Semana Santa", centro del año cristiano, viviremos de nuevo el combate y el  triunfo de Jesús, después de pasar por el fracaso de su pasión y de su muerte. Nosotros,  asimilados a El por el bautismo y asumidos en El por el Espíritu, no sólo vamos a meditar  piadosamente, recordando su Pascua como algo venerable, pero pasado y lejano, sino que  la actualizaremos en nuestras vidas gracias a los sacramentos pascuales de la Iglesia, en  los que la comunidad cristiana renovaremos nuestra alianza bautismal como hijos de Dios  Padre, miembros del Cristo místico y templos del Espíritu Santo.

Es preciso que todo lo que somos y tenemos, lo que hacemos o padecemos lo hagamos  presente en la liturgia de estos días, a fin de que sea juzgado, purificado, renovado y  asumido por Jesucristo Nuestro Señor desde la luz de su Pasión, de su Muerte y su  Resurrección. De este modo, el Misterio Pascual se hará vida en nosotros, actualizándose  así el "paso", la Pascua, el Éxodo en nuestro peregrinar hacia el Reino.

J/SIERVO:La primera lectura, tomada de uno de los cantos del Siervo de Yahvé, del libro  de Isaías, expresa la actitud de Jesús durante toda su existencia entre los hombres, y muy  especialmente en su Pasión y Muerte. Aunque era el Verbo de Dios, la Sabiduría infinita,  tomó forma de siervo y de discípulo de Dios. Frente al primer hombre, Adán, símbolo del  hombre autosuficiente y orgulloso, que no quiso escuchar los consejos de Dios ni seguir  sus caminos, vemos a Jesús durante toda su vida escuchando humildemente los consejos  de su Padre, dialogando con El amorosamente, y siguiendo dócilmente sus caminos, desde  Belén hasta el Calvario. De este modo, no solamente El alcanzó la plenitud de la Sabiduría  aun como hombre, sino que llegó así a ser el Maestro universal que puede decir siempre  una palabra de orientación a todos los desorientados y una palabra de aliento a los  desalentados.

San Pablo, aquel gran enamorado no solamente del Cristo glorioso y resucitado que se le  apareció en el camino de Damasco, sino también del Jesús crucificado y humillado, destaca  también este contraste impresionante y sobrecogedor que se da entre la infinita dignidad  del Hijo de Dios y su presencia humilde en la historia como hijo de los hombres. Dado que  todos tenemos miserias y pecados, revestirse de nuestra carne era disfrazarse de pecador  y miserable. "Humildad" viene de "tierra", y Dios en Jesús se hizo terreno, "aterrizó", se  humilló entre nosotros.

Pero esta humildad y esta humillación llega al paroxismo al aceptar no solamente la  muerte, sino una muerte infame, como un criminal, como un malhechor a los ojos de los  paganos, y como un hereje, blasfemo y pecador a los ojos de los judíos.

El domingo de Ramos es un momento clave de esa constante tensión en la existencia de  Jesús de Nazaret, y para nosotros es un "test" y un testigo de nuestra actitud vital ante  Cristo, su Evangelio y su Iglesia. De una parte se nos presenta el triunfo y hasta el  triunfalismo, el éxito ante el mundo y la gloria en la tierra. Jesús es recibido y aclamado con  honores del Rey Mesías (evangelio de la procesión). Por otra, se nos da el verdadero  sentido y la interpretación de esta entrada triunfal, camino ciertamente hacia la gloria y el  Reino de Dios, pero pasando por el rechazo de los hombres, de los reinos de este mundo  (evangelio de Misa).

El orgullo humano no acepta a un Dios humilde. El poder romano no entiende a un Dios  débil. El racismo judío desconoce a un Dios ecuménico y universal. Las tentaciones del  desierto habían sido solamente un primer tanteo, un anticipo de lo que se presenta ahora  con toda gravedad: elegir el camino del triunfo de los hombres para implantar un reino a su  gusto, o el camino empinado y difícil de la cruz, para llegar a Dios a través del rechazo del  hombre.

A lo largo de la historia, también nosotros, los cristianos, individual y comunitariamente,  somos tentados de elegir el camino fácil del éxito, acomodándonos al gusto de los tiempos y  las modas, adaptándonos a la expectativas mundanas-del-mundo sobre un evangelio, un  Cristo y una Iglesia sin cruz, sin muerte, sin humillación. Pero el discípulo no puede ser más  que el Maestro. La Iglesia no puede apoyarse en las fuerzas del mundo, sino en la debilidad  de su Señor.

Y, sin embargo, a través de lo humano y frágil de Cristo y de su Iglesia, nuestra fe  descubre la fuerza del Espíritu de Dios, y en su humildad, su sencillez, su aparente  irrelevancia social, tiene la esperanza de caminar, como Jesús, hacia el Reino de Dios. En  esta eucaristía, a pesar de su frágil apariencia y de su insignificancia material, comulgamos  en la muerte de Jesús crucificado, y también en la gloria del Cristo Resucitado.

ALBERTO INIESTA
MISA DOMINICAL 1989, 13


9.

La cruz nos revela el verdadero rostro de Dios.

A través de la pasión y muerte de Cristo, vemos a un Dios a merced de los hombres,  inerme, indefenso, "consignado" a la perversidad, zarandeado aquí y allá, arrastrado como  un malhechor ante los tribunales, usado como un juguete, blanco de mofas. Se deja llevar sin ofrecer resistencia.

Ahora, sabemos que Cristo es la imagen perfecta, visible, del Dios invisible. Y de ahí  entonces que, a través de este Mesías condenado, abandonado, rechazado, aparece "un  Dios débil, humilde y humillado, muy distinto de ese ser inmutable e impasible que muchas  veces imaginamos" (P. Lamarche).

La omnipotencia se anonada libremente, renuncia a toda voluntad de poder. Este es un Dios a quien todos podemos golpear.

CR/CZ: Pero la cruz revela también al cristiano.

Es inútil buscar en otra parte que no sea el calvario la identidad del cristiano. El seguimiento vaciado de cruz ya no es seguimiento sino parada. El cristianismo sin  sacrificio se reduce a charlatanería inútil.

La existencia cristiana aligerada de la cruz se convierte en comedia, no en vida. Se debe poder reconocer al cristiano como aquél que lleva la cruz juntamente con Cristo. 

La cruz es su divisa, su signo distintivo.

No. No digamos tonterías. No es el hábito lo que hace al monje. Sólo faltaría que la  pertenencia a Cristo fuese un problema de sastrería. Si un cristiano, un sacerdote, un religioso no está formado en la cruz, no existe hábito que  consiga hacerlo, así como no hay hábito que logre revelarlo. Dime lo que llevas sobre tu espalda y con quién lo llevas, y te diré quién eres. Se trata de  leño tosco , no de algodón.

La cruz, o sea la otra cara del amor. La cruz, cierto, está hecha de sufrimiento, de soledad, de incomprensión, abandono,  ingratitud, humillación, rechazo, pero está hecha sobre todo de amor. No basta sufrir para  poder afirmar que se lleva la cruz de Cristo. Es necesario llevar la cruz en la dirección en  que él la ha llevado, sufrir en la misma línea de don y de plenitud. La cruz del cristiano, como la del Maestro, no desvela únicamente su identidad, sino que  explica el significado de su vida. Por tanto no la cruz por sí misma, el dolor por el dolor. Sino la cruz como signo revelador  de una vida dada, ofrecida, entregada, en favor de los demás. Es el "para" lo que califica a  la cruz como cristiana.

No basta llevar la cruz. Es necesario que la cruz exprese solidaridad, voluntad de no  pertenecerse, capacidad de perder la propia vida en beneficio de los demás. Lutero habla del hombre que está fuera del área de la gracia como del hombre "in se  incurvatus", esto es, el hombre encerrado y enrollado y enredado en sí mismo de un modo  enmarañado.

Entonces, paradójicamente, solo encorvándose bajo el peso aplastante de la cruz es  cuando el cristiano se levanta y se convierte en un hombre abierto a todos.

... Y no nos engañemos pensando que la resurrección representa la superación de la  cruz. Es superación pero sólo para quien ha pasado y pasa continuamente a través del  Calvario.

¡El crucificado es quien ha resucitado! Este es el auténtico y completo mensaje pascual. A la gloria a través de la pasión. No se permite saltar el paso obligado de la cruz. "La única señal que distingue al cristianismo y a su Señor de las otras religiones y de sus  dioses es la cruz, aunque el imperio romano levantó bastantes cruces. Definiendo el  evangelio como palabra de la cruz y declarando que no quiere saber ni testificar sino a  Cristo crucificado (1Co 02, 02), Pablo afirma que la cruz está en el centro incluso de su  doctrina de la resurrección...

La cruz de Jesús no se ha desvanecido en la tierra. Ya no es él quien la lleva, sino  nosotros, como sus "lugartenientes". No se trata de un evento salvífico aislable como puede  aislarse un suceso histórico, que haya sucedido una sola vez. La cruz de Jesús sigue en  pie en la tierra como signo de la verdad divina y el escándalo que ella constituye para el  mundo. Sólo el Dios de la cruz es nuestro Dios. Y él nunca es el Dios que el mundo puede  aceptar sin convertirse" (·Käsemann-E).

No es posible oponer una teología de la cruz a una teología de la gloria. Deben coexistir  juntas.

La resurreción no puede oscurecer el mensaje de la cruz o reducir su importancia. La  cruz no es simplemente la sombra de la resurrección. También la cruz es luminosa. Se participa en la gloria de Cristo, ya desde esta tierra, llevando la cruz detrás de él. El cristiano es el portador del Espíritu. Pero es, al mismo tiempo, portador, en su propio  cuerpo de los sufrimientos del Señor.

Me atrevería a decir que la luz nace de las llagas. Solamente las señales de los clavos se hacen luminosas. En la práctica, también el cristiano es un crucificado resucitado. Su camino, aquí abajo,  es un camino hacia la cruz y la resurreción al mismo tiempo. Quien se engaña hablando solamente de Jesús que, ahora glorificado, ha dejado tras de  sí la cruz habla de otro Jesús, no de Jesús de Nazaret.  No nos engañemos pretendiendo ayudar al mundo sin la cruz. Podemos ayudarlo solamente de la manera adoptada por Cristo. No nos engañemos pensando que al eliminar la cruz del vocabulario, el lenguaje cristiano  se hace más comprensible, al alcance de todos. Puede ser incluso un lenguaje más fácil,  pero ya no es el mensaje proclamado por Cristo. La cruz diversifica al cristiano. 

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 60


10. D/SADICO: REDENCION/EXPIACION: J/MU/CAUSAS

Dios no es un sádico, sino un Padre. Por eso no podemos decir que la muerte de Jesús  fue una exigencia de Dios para expiar los pecados de la humanidad. No fue Dios, sino la  humanidad, la que exigió tal sacrificio: la torpeza de una humanidad que necesita ver morir  a alguien para tomar conciencia de sus miserias, que necesitó ver morir al Hijo de Dios para  descubrir el camino de su salvación.

DIOS NO ES UN SÁDICO

No. Dios no es un sádico a quien le guste el sufrimiento de los hombres. No. La pasión y  muerte de Jesús no es la satisfacción que Dios exige para conceder el perdón a la  humanidad pecadora. La muerte de Jesús no es el castigo que se merecía la humanidad y  que Jesús sufre en nombre de todos los hombres, sus hermanos. Dios no necesita ni exige  que nadie sufra para perdonar. Dios perdona gratuitamente, no porque nosotros nos lo  merezcamos ni porque haya tenido que merecérnoslo nadie. Dios perdona porque es  Padre, porque es amor, porque nos quiere y desea nuestra felicidad. Y eso sí que se  manifiesta en la cruz de Jesús: el amor de Dios en el amor de Jesús, su hijo, quien, al  enseñarnos a amar, se dejó la piel en el empeño.

Y POR ESO LO MATARON

"Es que sabía que se lo habían entregado por envidia".

¿Cuál fue, entonces, la causa de la muerte de Jesús? Está claro, desde el principio del  evangelio, que Jesús no se lleva bien con determinados grupos de la sociedad judía ni con  los representantes de determinadas instituciones.

El gobierno autónomo judío estaba formado por tres grupos, con los que repetidamente  había chocado Jesús: los sumos sacerdotes, responsables últimos del aparato religioso;  los senadores, miembros de las grandes familiar de terratenientes de Palestina, y los  letrados, los teólogos oficiales del régimen, casi todos del partido fariseo.

Jesús se había enfrentado con todos estos grupos diciéndoles cosas como éstas: que  habían convertido -los sumos sacerdotes- la religión en un negocio y que ellos eran unos  bandidos (Mt 21, 13); que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que  un rico entrara en el reino de Dios (Mt 19, 23-24); que eran -los fariseos- unos hipócritas  que, con el pretexto de la religiosidad, se aprovechaban de la gente (Mt 23, 1-36)... Y no se  lo perdonaron.

"ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS"

En el juicio que le hicieron los dirigentes de su pueblo lo acusaron de delitos religiosos.  Para ellos tenían más importancia y, además, en su predicación Jesús había arremetido  con fuerza contra aquella religión opresora que se habían montado. Pero como ellos no  podían matarlo -los que allí mandaban de verdad eran los romanos (Roma era la  superpotencia de entonces)-, lo llevaron al tribunal del gobernador y allí lo acusaron de  delitos políticos: que pretendía hacerse rey (lo que no era verdad) y que defendía que no  se debían pagar impuestos a los invasores (y en esto se quedaron cortos).

A Jesús lo mataron porque estorbaba: a los religiosos, que se habían apropiado de  Dios, y Jesús se lo devolvió al pueblo; a los ricos, que agradecían a Dios sus riquezas,  cuando en realidad Dios, según Jesús, estaba de parte de los pobres, víctimas de la  injusticia de la riqueza; a los teólogos oficiales, que hablaban de un Dios amo, dueño,  mientras que Jesús mostró que Dios es Padre y Liberador; a los poderosos, que también  ellos ponían a Dios en el origen de su poder, y Jesús, en cambio, decía que era el demonio  el que ofrecía todos los reinos y todo su esplendor...

Les estorbaba. Y por eso lo mataron.

Y POR ESO SE DEJO MATAR

Jesús sabía que, desde el principio, le tenían ganas todos los que hemos citado antes.  Pero no se echó para atrás. El había asumido un compromiso de lealtad para con Dios y de  solidaridad con la humanidad y estaba dispuesto a llevarlo hasta el final, hasta la muerte si  era preciso.

Porque su enfrentamiento con los ricos y poderosos de este mundo no se debía a su  deseo de conseguir él los puestos que ellos ocupaban, como casi siempre ocurre, sino, muy  al contrario, a su propósito de ofrecer a los hombres un modo alternativo de vivir, un modo  de organizar la sociedad humana en el que no cabe ni la injusticia, ni la explotación de los  pobres, ni la opresión de los humildes, ni la alienación (alienación=comedura de coco)  de los sencillos. El venía a revelar el verdadero rostro de Dios: dador de vida y amor, Padre  que no puede soportar el sufrimiento de sus hijos y que quiere que los hombres sean  verdaderamente libres, que sean dichosos y que construyan su felicidad compartiendo el  amor y viviendo como hermanos.

Jesús tenía que enseñar a los hombres que lo que puede salvar al mundo de éstos no es  ni el poder, ni el dinero, ni la violencia, ni la sabiduría que justifica todo esto; que lo único  que puede salvar a la humanidad es el amor.

Y por eso se dejó matar: por amor. Para ser fiel a su compromiso de amor y para  enseñarnos cómo es posible amar hasta la muerte.

"... Y EXHALO EL ESPÍRITU"

Por eso, al exhalar su último suspiro, entregó su Espíritu -el Espíritu de Dios, que él  poseía en plenitud-, como el último y definitivo acto de su compromiso de amor con sus  hermanos los hombres. Era parte esencial de su misión: tenía que ofrecer el Espíritu a los  hombres para que, con la fuerza de ese Espíritu, fueran capaces de amar a los demás más  que a sí mismos, para que, amando de ese modo, fueran haciéndose hijos de Dios y  hermanos unos de otros. Y así, de su amor, llevado hasta la exageración en la cruz, nace la  posibilidad para cada hombre de llegar a ser hijo de Dios y de vivir como hermanos de los  hombres.

Así, lo que parecía su derrota se convirtió en la manifestación de su gloria:  ""Verdaderamente éste era Hijo de Dios". 

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 63ss.


11.

Vamos a celebrar en estos días santos el misterio pascual de nuestro Señor Jesucristo.  Se van a cumplir los deseos ardientes de Jesús, los de comer la Pascua con sus discípulos,  los de beber el cáliz preparado, los de ser bautizado con bautismo de fuego, los de hacer  prender su fuego en la tierra.

Ha llegado la hora, ese momento mesiánico que tantas resonancias tiene para Jesús. La  hora, con sus glorias y sus tinieblas, con sus amores y sus temores, con su paso hacia la  vida.

Nos disponemos a celebrar provechosamente este misterio, no sólo desde fuera, como  quien ve un espectáculo, sino desde dentro, compenetrándonos con los sentimientos de  Cristo (Flp 2, 3), muriendo su misma muerte, para poder resucitar con él «y conocerle a él,  el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos» (Flp 3,10).

-Revivir  Vamos a recordar la historia más dolorosa y más hermosa. Pero recordar es poco. Es  mejor acercarse, compenetrarse, revivir. Revivir sus sentimientos, sus pensamientos y sus  actitudes. Revivir los padecimientos de Cristo, sufriendo en mi carne lo que falta a la  Pasión. Revivir su paciencia, su obediencia, su generosidad, su perdón, todo su amor.

-Actualizar  Y revivir también la pasión actual de Cristo. Actualizar, porque la Pascua permanece.  Jesús sigue padeciendo y resucitando. Jesús sigue siendo desechado, despojado,  triturado. ¿No habéis oído hablar de la pasión actual de Jesucristo? Y Jesús sigue  resucitando, alentando su Espíritu que renueva a todos y lo renueva todo. En estos días asistiremos a celebraciones populares y celebraciones litúrgicas de la  Semana Santa. Está bien, muy bien. Pero lo que importa es no quedarse en la superficie,  sino penetrar en el misterio. Importa no quedarse en el espectáculo, en el teatro, en el rito,  o en las emociones y admiraciones. Hay que llegar a las com-pasiones y  con-resurrecciones. Que toda la Semana Santa sea un grande y valioso sacramento.

-Signos de un amor desbordante  Si tuviéramos que escoger la línea fuerte, el hilo conductor de todos los acontecimientos  que en esta semana celebramos, yo escogería sin duda el amor desbordante. No vamos ahora a repetir que en Jesús se ha manifestado el amor de Dios, que él no ha  hecho en su vida otra cosa que amar, que pasó por la vida haciendo el bien, que es la  sonrisa, el beso y el abrazo de Dios al hombre. Pero ahora, en estos días sagrados, su  amor rompe el dique de contención y se desborda torrencialmente. «Antes de la fiesta de la  Pascua..., habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (/Jn/13/01). Hasta el  extremo, hasta el fin, hasta el límite. Pero ¿cuál es el límite del amor? Se ha dicho muy bien  que la medida del amor es amar sin medida. El límite del amor ha sido roto por Cristo (cf. I  Cor 13). El límite del amor es el infinito. El límite del amor es el mismo amor de Dios. Así, en  Cristo, el amor humano se trasciende y se diviniza, y el amor divino se encarna y se  humaniza

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993/93-1.Pág. 133


12.

HAY QUE TOMAR PARTIDO 

Ante la Semana Santa no podemos quedarnos indiferentes. En ella, el recuerdo hecho  imagen de la Pasión y Muerte de Jesús se entremezcla con la alegría de saberlo vivo,  vencedor del pecado y de la muerte; con la responsabilidad de sabernos continuadores de  su obra. Por eso, ante la muerte de Cristo no tenemos derecho a ser meros espectadores;  hemos de tomar partido: o con los que permanecen a su lado, o con los que, ciegos por lo  que sea, lo llevan a la cruz.

Ofrezco estas reflexiones, por si sirven a alguien para pensarlas mientras escucha o lee  la Pasión, mientras ve las procesiones o participa en ellas:

Si dejas que el miedo te amordace, o te haga traicionar a un amigo, o te quite la fuerza  para defender tus convicciones más profundas... ¡ten cuidado! Te vas pareciendo a Pedro  («No conozco a ese hombre que decís»).

Si ves que el dinero va pesando demasiado en tus decisiones, o te hace perder el sueño,  o la cabeza, o te llega a esclavizar hasta el punto de ser más fuerte que el amor... ¡malo! A  Judas le pasó lo mismo («Uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo  conmigo"). 

Si dejas que el poderoso de turno te haga cambiar de ideas, o si estás siempre en la  comparsa del sol que más calienta; o si el domingo gritabas: «Hosanna al Hijo de David», y  el viernes: «Crucifícalo»... eres, por desgracia, como ese pueblo que se dejó manejar  contra Jesús («Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la  libertad de Barrabás"). 

Si has probado ya el sabor del poder, y te ha gustado hasta el punto de plegarte alguna  vez al soborno, o de lavarte las manos dejando que pierda el inocente sólo porque es más  débil, o de halagar al pueblo para seguir mandando... ¡piénsalo bien! No te olvides de Pilato  («Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de  azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran»).

O puede que, por el contrario, te encuentres arrimando el hombro, «costalero» de todo el  aÑo, para hacer menos pesada la carga del que sufre. Y te des cuenta, de pronto, de que  es a Cristo a quien estás ayudando a llevar su cruz. Como aquel «Simón de Cirene». O, mientras limpias el sudor a un enfermo, o acompañas la soledad de un anciano,  piensas con razón que eres aquella «verónica» que, según la tradición, rompió  valientemente el cerco de los mirones y enjugó el rostro de Cristo cuando pasaba con su  cruz.

No quiero pensar que estés entre los que golpean, o entre los que se burlan, o entre los  que primero deciden condenar a Jesús para después buscar pruebas en qué apoyarse  ("Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para  condenarlo; y no lo encontraban").

Quisiera, mejor, verte de pie junto a la cruz como María, como Juan, como aquellas  mujeres valientes; solidario con el débil crucificado, con el injustamente condenado, con el  expulsado de su tierra, con el pobre...

Pero no te quedes en simple espectador. Ante un drama de esta clase no cabe ser  neutral. Toma, de una vez, partido: o con Él, o contra Él. Que sea con Él. 

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B. GRANADA 1993. 53 s.


13.

Frase evangélica: Bendito el que viene en el nombre del Señor» 

Tema de predicación: LA PASIóN DEL SEÑOR 

1. Según los tres sinópticos, Jesús sube una sola vez a Jerusalén, donde entra  triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco días, es  arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo). Jesús no busca ni rehuye  directamente la muerte. De hecho, es Judas quien lo delata y revela dónde se encuentra.  La Pasión comienza, bíblicamente, con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la  entrada en Jerusalén.

2. La misión de Jesús se comprende en referencia al Dios de la gracia y de la exigencia.  Jesús no viene a predicar verdades generales, religiosas o morales, sino a proclamar la  inminencia del reino y la buena noticia del evangelio. El advenimiento del reino de Dios es  el tema central del mensaje y de la praxis de Jesús, precisamente en unos momentos de  exacerbado nacionalismo judío frente al pagano dominador, con la creencia extendida de  que la intervención final y definitiva de Dios, por medio de un Mesías entendido  políticamente, está al llegar. El rechazo de Jesús como Mesías es evidente: es escándalo  para las clases dirigentes religiosas, necedad y locura para el poder ocupante, decepción  para el pueblo y desconcierto para los discípulos. Ahí radican los sufrimientos profundos de  Jesús en la cruz, unidos a sus dolores físicos.

3. En medio de la actual sociedad secular, crítica con las tradiciones religiosas mágicas o  demasiado identificada con ciertas éticas de poder, la Semana Santa ha perdido ese aura  de misterio tremendo e inefable de que le había rodeado la cristiandad. En cambio, crece  en comunidades y grupos de creyentes la fuerza del evangelio de Jesús, revelador de la  justicia del reino y del perdón de Dios. La lectura e interpretación de los relatos de la Pasión  en relación a las celebraciones en que se proclaman exige, entre otras cosas, estas dos:  rescatar a Cristo del secuestro a que lo han tenido sometido a lo largo de la historia las  clases dominantes y devolverlo íntegro al pueblo, porque es su Señor. Por eso, desde esta  óptica, podemos afirmar los creyentes con esperanza que el Resucitado es el Crucificado. La vida es camino de cruz -via crucis-, a partir de una entrega al servicio de los hermanos  que coincide con el servicio a Dios. Al menos esto es lo que puede deducirse de la lectura y celebración de la Pasión de  Cristo en la Semana Santa.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con qué disposiciones y actitudes comenzamos la Semana Santa? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 188 s.


14.

El Domingo de Ramos abarca dos partes fundamentales: una Procesión y una Pasión, la  solemne procesión de Ramos en honor de Cristo Rey y la Misa. El domingo de Ramos es un resumen del misterio pascual: comienza diciéndonos que el  final de la Pascua será la entrada en la Jerusalén celestial, pero que nadie resucita sin  padecer, de ahí el misterio de la misa de Pasión que sigue a la procesión.

La procesión de las palmas es el comienzo de la Semana Santa. No sólo  cronológicamente, sino también y sobre todo "mistéricamente" o "sacramentalmente". La  Iglesia va a vivir en estos días santos la Pascua del Señor. Nada hay tan importante en la  vida de Cristo como aquel acontecimiento por el cual Jesús, a través de su pasión, muerte y  resurrección, "pasó" -esto quiere decir "Pascua"=paso-, pasó de este mundo al Padre e hizo  pasar con él al hombre y a la creación entera de la muerte a la vida, de lo viejo a lo nuevo,  de las tinieblas a la luz, del dominio del pecado al de la gracia. Esta Pascua del Señor, este  paso de Jesús de este mundo al Padre mediante su muerte y resurrección está  simbólicamente contenido en el rito de la Procesión. Pero este significado de la Semana  Santa a través de la procesión de las palmas, sólo se logra si a este rito se le sabe dar su  verdadero significado.

Se trata de "significar" la entrada de Cristo en la Jerusalén definitiva a través del triunfo  de su muerte. La procesión no tiene, por tanto, como finalidad principal, imitar el hecho  histórico que vivió Jesús el domingo anterior a su muerte. Hay que procurar evitar este  peligro de limitarnos a un simple recuerdo histórico; es el triunfo de Jesús a través de la  muerte; es la entrada de Jesús, a través del misterio pascual, en el Reino definitivo de Dios.  El recorrido de la procesión de las palmas es el camino que lleva de la cruz a la gloria.  Camino que también recorre la Iglesia y cada uno de nosotros.

-Salmo 023. 07-10: "¡Portones! Alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas;  va a entrar el Rey de la Gloria". Palabras escritas para una procesión en que el Arca símbolo de la presencia de Dios, es  introducida en el templo, acompañada de un pueblo que aclama a su Señor, se aplican  perfectamente al nuevo pueblo de Dios que quiere asociarse a Cristo que entra en su  misterio pascual, para introducir la verdadera Arca -su Cuerpo humano, en el que habita la  plenitud de la divinidad- en el templo definitivo de la Gloria.

Al contemplar y asociarse a Cristo que se dirige a la muerte, a "pasar" con su cuerpo al  templo definitivo de Dios, que está ya tocando sus dinteles que son la muerte, que abrirá  estas puertas, el pueblo pide con insistencia: "¡Portones! Alzad los dinteles, que se alcen  las antiguas compuertas; va a entrar el Rey de la Gloria".

El salmo 23 es un expresivo canto en honor de la victoria de JC en el duro combate de la  pasión contra sus enemigos: el pecado y la muerte. Si después de las campañas de David,  el Arca de la Alianza pudo ser entronizada victoriosamente en Jerusalén, después del  combate de la Pasión, el Cuerpo de Cristo es entronizado definitivamente en el templo de la  Jerusalén del cielo. El Rey a quien aclamamos en la procesión del domingo de Ramos es el  "Señor, héroe valeroso, el Señor, héroe de la guerra".

Cristo va delante de su pueblo, encabezando la procesión de la humanidad entera que,  siguiendo a su Señor, pasa de este mundo al Reino, de la muerte a la vida, a través del  parto doloroso de la pasión del Señor, de los sufrimientos de su Cuerpo, la Iglesia, pero con  plena seguridad del triunfo final.

La segunda lectura, de la carta del apóstol Pablo a los cristianos de Filipos, indica cómo  el sufrimiento que contemplamos está en estrecha relación con el triunfo de la procesión: la  obediencia en el dolor como fundamento de la exaltación. 

Cada vez que lee uno la Pasión de Jesús entiende mejor aquella "bárbara" reacción del  rey Clodoveo, que lloraba a gritos mientras se la leía, y echándose mano a la espada,  decía: "¡Ah! si hubiese estado yo allí con mis francos". Pero lo estremecedor es que en la  pasión de Cristo estábamos todos, seguimos estando todos. La Pasión no es historia, es  verdad de cada día. Y sin acudir a sentimentalismos escolares, podemos vernos cada uno  de nosotros: o traicionando, negando o ayudando a llevar la cruz; o abofeteando o  limpiando el rostro de Jesús; o jugando distraídos a los dados o reconociendo a Jesús  como Salvador.