COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Flp 2. 6-11

 

1. ENC/KENOSIS   J/SOLIDARIDAD  P/OBEDIENCIA /Gn/03/05.

El contexto de este himno, que no se cita hoy, manifiesta la preocupación de Pablo ante la manera de vivir los destinatarios de su carta. En su deseo de llevarlos a un estilo de relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, les pone ante los ojos "a Cristo arrostrando la muerte y muerte de cruz". Invita a sus lectores a rechazar la vanagloria y el propio interés y les presenta a Jesús como modelo en rechazar la gloria.

¿Cuál es esta gloria rechazada por Jesús? Jesús aceptó esta notable humillación recordada por el himno, más que haciéndose hombre, "encarnándose", viviendo día tras día la existencia humana, y aceptando sus limitaciones concretas, especialmente la de la muerte. "Siendo rico, se hizo pobre" señala la segunda carta a los corintios (8. 9).

Correspondiéndole con todo derecho la gloria divina, por ser de "condición divina", Jesús aceptó vivir una vida despojada de esta gloria, una vida caracterizada por la humildad, tan distinta de la majestad de la que habría podido rodearse.

¿A qué se debe esta humillación, cuál es el motivo de tanta humildad? Los autores del N.T., fascinados por este tema, aducen varias razones: La emocionada frase de Pablo en la carta a los Gálatas: "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (/Ga/02/20), ve en el amor la explicación de la vida humana de Jesús. Por su parte, el autor del himno destinado a los Filipenses se fija más en la obediencia de Jesús. Esta obediencia invirtió la tendencia inaugurada por Adán. El tentador al dirigirse a Eva lo había hecho encandilándola con la promesa de que con su desobediencia se haría semejante a Dios: "seréis como dioses" (Gn 3. 5). JC, segundo Adán, al revés del primero, obedece. El primero desobedece para ser dios, el segundo obedece para ser hombre. Se somete incluso al libre juego de los egoísmos y de las injusticias de los hombres. "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz".

-Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (Ver Cuadernos de Oración, núm. 75-1990: La locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida, estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente.

"En el cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo.

El sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino JC. Él es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en el relato de la Pasión (ciclos A y B) En la epístola a los Flp, JC "se despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar (Mc:secreto mesiánico).

Ahora Jesús declara sin rodeos su identidad ante el Sumo Sacerdote: "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios".

Y Jesús contesta afirmando su relación con Dios absolutamente única, y amplía su afirmación advirtiendo que lo que él es -ahora oculto-, llegará un día en que se manifestará: "Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo".

-Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres" (Mc v.36). Nuevamente el tema de la obediencia, el mismo que la carta a los Flp desarrolla para explicar la humillación de Cristo. Y así como esta carta descubre en la obediencia el camino de la verdadera gloria: -"toda lengua proclame: JC es Señor para gloria de Dios Padre"- así también al final de esta Pasión "querida por el Padre", el evangelista escucha en el preciso momento en que Jesús muere que "toda lengua proclama" por medio del centurión: "verdaderamente este hombre era hijo de Dios".

-En san Pablo, lo mismo que en el relato de la Pasión, JC entra en la gloria al final de una experiencia que consiste en la total aceptación de la vida de hombre, que es obediencia para gloria de Dios Padre.

-Jesús ha querido ser Dios para nosotros haciéndose verdaderamente hombre.Sin alardes. Solidario en todo.


2. J/MU/VD: REDENCION/QUE-ES  J/OBEDIENCIA

Lo que quisiera destacar de este texto es la unión que hay entre la exhortación moral de san Pablo a los Flp para que evitaran las disensiones y la motivación cristológica de tal exhortación. ¿Por qué han de amarse los Flp? ¿Por qué han de conservar la unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros? La suprema motivación que el Apóstol da a los filipenses para que eviten las disensiones que amenazan la vida de toda la comunidad es "porque Dios nos ha amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque Cristo, siendo de condición divina, descendió a nuestra condición humana, se humilló, abandonó el poder y entró por este camino del amor humilde, del amor solidario, y se hizo obediente hasta la muerte. ¿Obediente a quién? Obediente a la realidad humana.

Obediente no sólo al Padre. Me parece que se puede decir que se hizo obediente a la condición humana que había tomado, a lo que exige la realidad de vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al hacerse hombre, no lo hizo con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!, decimos.

Se sometió, "obediente hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molesta.

Se hizo obediente a la realidad humana, tan compleja, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana.

Y es esto precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte".

(...) La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. (...) Mira el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación.

(...) Nuestro espíritu propio nos lleva a la autoafirmación de nosotros mismos, de la que nacen todas las disensiones y disputas. Esto no es nada nuevo para nosotros porque lo venimos oyendo durante toda la vida y porque la imagen del crucificado es tan natural, que ya ha perdido su capacidad de escandalizar.

Pero el Espíritu Santo puede hacer nueva y eficaz esta revelación. El Espíritu Santo puede hacernos volver hacia Jesús, humillado hasta la muerte y exaltado en su resurrección como Señor del universo, con una enorme admiración.


3. JESÚS SOLIDARIDAD.

Este fragmento con toda probabilidad no fue compuesto por San Pablo, sino parece ser un himno, quizás litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de la carta porque le convenía para apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos. Desborda, sin embargo, esta motivación concreta y nos presenta el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo.

En contraste con Adán, que quiso ser más de lo que era, y también en contraste con los demás hombres que también lo pretendemos a nuestra escala, Jesucristo no se aferra a su propio ser divino, sino en cierta manera renuncia a él. Naturalmente no deja de ser Dios, pero vive en la tierra como si no lo fuera, compartiendo toda la condición humana hasta en sus aspectos más oscuros. Es el himno de la solidaridad de Dios con los pequeños, los pobres, los débiles... no con palabras, sino con su propia vida. Se trata de un invento, sólo posible a Dios, que le permite acceder a aspectos débiles que por sí mismo no le corresponden.

Y todo ello por amor al hombre. No es masoquismo, ascetismo u otra cualquier cosa, sino deseo y realización de amor al hombre concreto que sufre y muere. Naturalmente, también, no para quedarse ahí, sino para resurgir y ser exaltado. Y llevando con El a cuantos han compartido su suerte. Es la condición de posibilidad de la salvación humana realizada por Cristo y en Cristo.

Es el himno de la liberación, es decir, del partido que Dios toma por los pobres. Porque el himno no dice sólo que el Hijo se hace hombre, sino se hace esclavo, lo más pobre y pequeño que podía hacerse. Y muere no de viejo, sino en cruz, muerte condenada y de esclavo.

Es el himno a la esperanza de los pequeños y oprimidos porque el Hijo se ha puesto de su lado.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1991, 19


4.J/ADAN.

Himno a la Kenosis y la glorificación del Señor de origen probablemente prepaulino; tres estrofas -que a veces se reducen a dos- lo componen:

-Versículos 6 y 7a: dos menciones de Dios: contraposición entre la condición de Dios y la condición de esclavo, y el tema "se anonadó a Sí mismo".

-Versículos 7bc y 8: dos menciones del hombre, y el tema "se rebajó a Sí mismo".

-Versículos 9-11: contraposición entre esclavo y Señor, entre obediente y exaltado. A la exaltación y a la asignación del nombre corresponden, en el v. 9 como en los vv. 10-11, la genuflexión y la confesión.

El conjunto del himno se asemeja a los discursos familiares de Pablo sobre la caridad cristiana, que es olvido de sí mismo, a la manera del Señor (2 Cor. 8, 9; Rom. 15, 1-3).

* * * *

a) Contraponiendo la condición divina con la condición servil de Jesús, Pablo no quiere decir que Cristo haya abandonado su divinidad o que se hubiera hecho hombre solo en apariencia. Este pasaje no plantea el problema de las naturalezas; no se sitúa en el nivel de la encarnación. Así, en la primera estrofa, el apóstol no dice que Jesús fuera Dios, sino tan solo que poseía una categoría de igualdad con Dios; igualmente, en la segunda estrofa, Pablo no niega la humanidad de Cristo, sino que insiste más bien en el hecho de que el Señor se ha dejado confundir con los hombre (v. 7; cf. Rom. 8, 3). Hubiera podido manifestarse sobre la tierra como Señor y reivindicar los honores divinos y no lo hizo. San Pablo pide muchas veces que nuestra caridad esté también impregnada de renuncia a uno mismo, de la que Cristo nos ha dado un ejemplo vivo (2 Cor. 8-9; Gál. 4, 1-5; Heb. 11, 24-26).

Este himno alude a veces al Siervo paciente (comparar el v. 8 a Is. 53, 7; 53, 10; 53, 12). Pero aquí completa la imagen adoptando la contraposición "Señor-esclavo" y el dúo "humillado-exaltado", típicamente bíblico (Lc. 1, 52; Mt. 23, 12; Lc. 18, 14; 2 Cor. 11, 7).

b) Al descenso gradual en la humillación corresponde una ascensión triunfal en la gloria. Esta visión de las cosas supera la del Siervo que no era más que "elevado" (Is. 52, 13). Cristo va más allá porque alcanza el título del Señor (Sal. 109/110), título que le vale el honor de la "genuflexión" y de la "proclamación", ritos reservados a Dios exclusivamente. Ya los reyes se prosternaban ante el Siervo doliente (Is. 49, 7), pero lo hacían "a causa de Yahvé". Ante Cristo, por el contrario, los hombres se prosternan como ante Dios, no sin glorificar al mismo tiempo al Padre.

c) Es posible que el himno cristológico de los filipenses presente también a Cristo como la réplica de Adán. En efecto, la palabra generalmente traducida por "condición" en castellano (morphé) podría ser la traducción de la palabra hebrea que designa la imagen (cf. Gén. 1, 26). Cristo sería la imagen de Dios como lo fue Adán, pero no se habría aprovechado de ese título para hacerse igual a Dios, al contrario que Adán (v. 6; cf. Gén. 3, 5). Esto vendría a dar la razón a la exégesis que se niega a ver en este himno una definición de la esencia divina de Cristo; se trataría realmente de un paralelo entre Adán y Cristo, entre el orgullo y la desobediencia del primero y la humildad y el servicio del segundo. De donde resulta que el himno alaba a Jesús por haber sido fiel a su condición humana hasta el final, hasta en la muerte, mientras que Adán trató de serle infiel y librarse así de la muerte. Y de entre los dos, el que conseguirá de hecho ser igual a Dios será precisamente quien se muestre más fiel a su condición de hombre.

* * * *

El pasaje de San Pablo sobre la kenosis de Cristo podría ser errónea- mente comprendido dentro de un contexto cultural que no es el suyo. Podría creerse, en efecto, que los treinta años pasados por Dios en la condición humana no son más que un paréntesis, un accidente, como si Dios fuese eternamente el todopoderoso y el juez y que, por un momento, se le olvidara, aun cuando fuese por amor, pero inmediatamente se preocupara por recobrar su soberanía originaria. De acuerdo con esa forma de entender las cosas, el Dios de nuestro culto seguiría siendo siempre el Dios todopoderoso del teísmo y solo a modo de paréntesis sería el Dios de Cristo. Dicho de otra forma: la condición divina sería anterior y una cosa distinta de lo que Jesús ha puesto de manifiesto con la humillación y el servicio. Jesús no habría hecho más que abdicar por un momento su privilegio divino para servir a los pobres; no habría sido realmente su plenitud divina lo que habría puesto de manifiesto en su vida pública, sino solo una fachada humana, no sería, al fin y al cabo, más que un lujo que pueden permitirse quienes gozan precisamente de enormes privilegios. Pero el hombre no tiene necesidad de un salvador que compartiera su condición al estilo turista o paternalista.

Ahora bien: el himno de Fil. 2 no dice evidentemente nada de un estado divino de Cristo preexistente. Hay que afirmar, por el contrario, que el Dios revelado en Jesucristo a través del servicio es el Dios verdadero, porque ser Dios es servir. La obediencia de Cristo no es tan solo una obediencia de naturaleza humana y no es tampoco una sumisión al decreto de un Dios exterior a El; es aceptación de todo lo que implica su condición divina. De esa forma, Jesús será siempre víctima de su obra, en su propia persona en primer lugar, y después en los hombres que quieren imitarle.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 230-232


5.

Con mucha probabilidad estos versículos son un himno procedente de una comunidad prepaulina que el Apóstol adoptó, insertó y retocó en este lugar de la carta. El primer tema del himno -aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo. Quiere indicar que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.

El segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.

Tercer punto: Jesús es hombre, pero, además, tal hombre. Muere, pero muere tal muerte, la de cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.

Por último: el proceso no termina en lo negativo, sino en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1985, 20


6.

La solemnidad del lenguaje y la división en estrofas de todo el texto nos hacen pensar en un himno. Con toda seguridad se trata de un himno de la primitiva comunidad cristiana, en el que se canta a Cristo como Señor. Pablo lo utiliza, introduciendo o no algún pequeño cambio, para presentar a sus lectores a Cristo como modelo, para que todos tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo. Pablo utiliza con frecuencia himnos de la comunidad primitiva (cf. Ef 5, 14; 1 Tim 3, 16).

Nuestro himno se ocupa en primer lugar de la preexistencia del salvador, nos habla de la "categoría" de Dios que le es propia a Cristo antes de la encarnación.

Se dice, después, que Cristo no quiso retener para sí esa "categoría", de manera que le impidiese tratar humildemente con los hombres y asumir nuestra propia naturaleza. Sólo el que usurpa una dignidad, la mantiene a despecho de todos y contra todos y por encima de todos; pero Cristo no tenía por qué hacer alarde de lo que realmente era y de "aquella gloria que tuvo delante del Padre antes que el mundo existiera" (Jn 15, 5). Como dice san Pablo en otro contexto, Cristo "siendo él rico se hizo pobre por vosotros, para que os hicierais vosotros ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9).

Aunque Cristo murió ciertamente como un esclavo, en una cruz y entre dos ladrones (los hombres libres no morían así, pero sí Espartaco y los esclavos que se sublevaron en Roma), la palabra "esclavo" no tiene aquí un sentido sociológico. Debe entenderse referida a un hombre que está sometido a mil dependencias de este mundo y, quizás mejor, se refiera al "siervo de Yavé".

Se rebajó, más bien se anonadó (se vació de sí mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente). Y no es que Cristo dejara de ser por un solo instante el Hijo de Dios, sino que aceptó voluntariamente la humilde condición humana y no hizo ostentación de su categoría divina. Cristo quiso acreditarse como verdadero hombre y vivir como uno de tantos. Por su obediencia al Padre, por su condescendencia con los hombres y por su solidaridad con todos los pecadores, Cristo se anonadó hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz.

Pero desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa.

Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre.

EUCARISTÍA 1975, 21


7.

Himno litúrgico a Cristo Jesús describiendo su dinámica existencial.

1. Condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable mundo de Dios.

2. Condición humana (vs. 7-8). Antitética de la anterior. Fruto de una decisión puramente libre. Está presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia humana de Jesús.

H/ESCLAVITUD: Significado de estos dos momentos para Jesús: despojarse (momento inicial), rebajarse (momento final). Ser hombre es calificado como esclavitud. ¿Por qué? Porque el hombre está sometido a potestades cósmicas supraterrenas (lenguaje mitológico); porque el hombre está sometido al miedo, a la inseguridad, a la angustia existencial, a la muerte (lenguaje desmitologizado). Este es el mundo en el que entra Jesús, un mundo que parece constituir el fracaso de Dios y la victoria de las potestades.

3. Condición glorificada (vs. 9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en entredicho.

Tomando ahora la iniciativa, Dios declara solemnemente cuál es el auténtico alcance de la condición humana. Las potestades, victoriosas antes, aclaman ahora el ensalzado. Si tales potestades son expresión de la angustia existencial del hombre, que se ve arrojado en brazos de un destino ciego, el destronamiento de las mismas simboliza el retorno del hombre y del mundo a Dios. El sentido del hombre y del mundo no es ya la insensatez, la angustia, el azar, sino Jesucristo. El es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido.

EUCARISTÍA 1976, 25


8. J/LIBERADOR

Pablo está en la cárcel, probablemente en Éfeso. Cuando escribe a los filipenses ya ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente. Encarcelado y juzgado por ser cristiano (Fil. 1, 13), Pablo puede pedir con coherencia y autoridad a los miembros de la comunidad de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El de la concordia y el amor. En efecto, el egoísmo, la envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta se estaba convirtiendo en un antisigno escandaloso. Dada esta situación. Pablo pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás (Flp 2, 3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo Dios se hace hombre. Para ello, Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él incorpora a su carta. Este himno describe la dinámica existencial de Cristo Jesús:

1. Condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como punto de arranque de una actuación que inicia su camino en el insondable mundo de Dios.

2. Condición humana (vs. 7-8). Antitética de la anterior. Fruto de una decisión puramente libre. Está presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia humana de Jesús. Significado de estos dos momentos para Jesús: despojarse (momento inicial), rebajarse (momento final). Ser hombre es calificado como esclavitud. ¿Por qué? Porque el hombre está sometido a potestades cósmicas supreterrenas (lenguaje mitológico); porque el hombre está sometido al miedo, a la inseguridad, a la angustia existencial (lenguaje desmitologizado). Este es el mundo en el que entra Jesús, un mundo que parece constituir el fracaso de Dios y la victoria de las potestades esclavizantes, la última de las cuales es la muerte.

3. Condición glorificada (vs. 9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en entredicho. Tomando ahora la iniciativa, Dios declara solemnemente cuál es el auténtico alcance de la condición humana. Las potestades, victoriosas antes, aclaman ahora al ensalzado. Si tales potestades son expresión de la angustia existencial del hombre, que se ve arrojado en brazos de un destino ciego, el destronamiento de las mismas simboliza el retorno del hombre y del mundo a Dios. El sentido del hombre y del mundo no es ya la insensatez, la angustia, el azar, sino Jesucristo. El es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido.

DABAR 1978


9.

No podemos leer este texto sin sentir una gran emoción, una fuerte sacudida, una iluminación sobre el misterio de Cristo. Este himno cristológico es una joya por lo antiguo, por lo bello, por lo conciso, por lo inspirado. No pretende solamente dar una lección moral -«tener los mismos sentimientos de Cristo»-, sino una exposición profunda y poética del misterio de Cristo en su encarnación, su pasión y su exaltación.

Hay toda una dramática realidad de anonadamiento que da vértigo, que parece no terminar nunca. El Hijo de Dios, despojándose de su gloria, se lanza a tumba abierta a las simas más obscuras de la existencia humana. Es la antítesis liberadora de lo que pretendía el primer hombre, quien, siendo una pequeñez, quería subir hasta lo más alto del cielo de una manera directa.

Pero enseguida viene la verdad de la exaltación gloriosa. Porque se humilló tanto, hasta la muerte de cruz, «Dios lo levantó sobre todo». El que se hizo siervo, será «Señor» y Salvador de todos. A ver si aprende Adán. La gloria no es conquista, sino regalo y fruto del amor que se entrega; el camino hacia la gloria no es tan directo, sino que pasa por la cruz.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 142


10.

Himno cristológico primitivo, muy hermoso y enteramente inspirado, una buena síntesis de toda la cristología.

El Cristo no es como Adán, como el hombre que quiere ser Dios, que quiere exaltarse por encima de todo. Cristo, al revés, siendo Dios, se despoja de su divinidad con todas las consecuencias, y quiere ser un hombre más, desciende por debajo de todos, y llega a ser un don nadie. Comparte nuestro dolor y nuestra condición miserable. Llega al dolor y la humillación más grande: la muerte de cruz.

El Señor no nos salva desde el cielo, sino desde dentro, llevando la medicina donde estaba la enfermedad, hasta las raíces más profundas del mal. Pero por la nada al todo, la cruz será el principio de su exaltación, el Siervo será el Señor, el don nadie recibirá el «Nombre-sobre-todo-nombre», será el bendito y el que dará la salvación a todo el que invoque su nombre.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Págs. 128 s.


11.

Tenemos aquí seguramente un himno litúrgico de la primitiva comunidad cristiana. La solemnidad del lenguaje y la división en estrofas confirman esta opinión de los comentaristas. El himno se ocupa en primer lugar de la preexistencia de Cristo. La "categoría de Dios" en aquella misma gloria de la que nos habla Jesús en su oración sacerdotal: "Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese" (Jn 15, 5).

Los que usurpan un honor indebido se agarran a él y alardean de lo que no son; pero Jesús, que era efectivamente el Hijo de Dios, no juzgó que debía guardar las distancias y mantenerse por encima de los hombres y al margen de nuestras miserias. En este mismo sentido san Pablo afirma de Jesús: "Siendo él rico, se hizo pobre por nosotros, para que os hiciérais vosotros ricos por su pobreza" (/2Co/08/09).

Es verdad que la palabra "esclavo" no debe tomarse en sentido sociológico, como si Jesús hubiera pertenecido a la clase de los esclavos. Probablemente es una alusión al "Siervo de Yavè" y al sometimiento voluntario de Jesús a las mil dependencias de este mundo y a la misma muerte. Con todo, no debemos olvidar que Jesús quiso identificarse con los más pobres y murió ejecutado en la cruz, según se hacía con los esclavos; pues estaba prohibido ejecutar así a los ciudadanos libres. Jesús murió lo mismo que Espartaco, porque aceptó lo mismo que él y mejor aún la lucha por la libertad de todos los esclavos y su riesgo.

A diferencias del que se hincha con un honor aparente, Cristo se vació de sí mismo, se anonadó, descendió hasta la muerte, y muerte de cruz. Quiso acreditarse como verdadero hombre y vivir como uno de tantos, sin hacer valer su categoría divina. Y todo esto lo hizo voluntariamente por obediencia al Padre y amor a los hombres.

Pero Dios lo ensalzó sin medida desde el abismo de la cruz hasta concederle el "nombre-sobre-todo-nombre" y sentarlo a su derecha como Señor del universo. El nombre designa la vocación de una persona y proclama la dignidad que le compete. Tener un nombre es tener una misión y una dignidad, tener el "nombre-sobre-todo-nombre" es tener la más alta misión y dignidad. La exaltación de Cristo comienza allí donde había concluido su descenso: en la cruz. Entonces se manifiesta de una vez por todas lo que él es y lo que hace.

El "nombre-sobre-todo-nombre" es "Jesús" que quiere decir "Dios salva". Ante ese nombre se doblan todas las rodillas, pues merece el culto supremo de adoración. He aquí el más antiguo y más breve símbolo de nuestra fe.

Proclamar que Jesucristo es Señor significa tanto como afirmar que ha resucitado el mismo Jesús que había sido crucificado y no otro, significa también confesar que Jesús es el Mesías (el Cristo) prometido y el mismo Hijo de Dios, y que en Jesucristo Dios salva a los hombres, y que no hay otro señor ante el cual deba el hombre doblar sus rodillas... El último motivo de la exaltación de Cristo es la gloria de Dios, que es el que nos salva en Cristo.

Pablo trae este himno litúrgico en un contexto determinado, en el que amonesta a los fieles para que destierren toda rivalidad y todo egoísmo, todo orgullo y vanagloria que nos lleva a querer ser superiores a los demás y a aparentar lo que no somos, y así no es posible la convivencia. Por eso Pablo quiere que todos los fieles tengan el mismo pensar y sentir de Jesucristo: "El cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios..." en este himno encontramos la más clara contradicción cristiana a nuestra sociedad competitiva y egoísta.

EUCARISTÍA 1975/51


12. ADAN/J:

Este himno cristológico -posiblemente arameo, nacido en contexto bautismal-, va precedido por la exhortación a vivir en la humildad, en una humildad como la de Cristo, que no sólo fue humilde en algunos actos, sino que vivió totalmente en ella: este es el modo como Pablo exhorta a vivir a los filipenses (cf. 2. 1-5).

El himno empieza aludiendo indirectamente a Adán, que quiso ser igual a Dios (cf. /Genesis/03/05), mientras que Jesús "no hizo alarde de su categoría de Dios" (o, como también puede traducirse, "no quiso arrebatar por la fuerza el ser como Dios"); sino que se hizo hombre tal como son los demás hombres, con todos los condicionamientos esclavizantes que esto representa. Dejó la imagen (=igualdad) con Dios para asumir la imagen de hombre en calidad de Siervo (véase Is 53), convirtiendo su vida en una continua obediencia al Padre.

Por esta razón se convierte en Señor, en Señor de la comunidad y de cada cristiano, los cuales continuamente deben confrontar sus vidas con la de Cristo. Y es también Señor de todo el universo, que le será totalmente sometido. Y en este Jesucristo Señor se nos da a conocer quién es Dios y cual es su modo de actuar.

El himno describe el sentido que la humillación tiene para Cristo mismo, pero tiene también un sentido para la comunidad: "siendo rico, por nosotros se empobreció, para que vosotros os enriquecierais con su pobreza" (2 Co 8,9), viviendo, como El, en la humildad y en la obediencia a El como Señor, puesto que ésta es la verdadera vida para el hombre.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1980/17


13. /Flp/02/01-11

El evangelio de Cristo, que Pablo les ha predicado, exige a los filipenses una comunicación y mutuo trato adecuados y que se mantengan en un solo espíritu colaborando unánimes en la fe en esa buena nueva, de forma que los adversarios no puedan amedrentarlos. Si son perseguidos, será para ellos señal de salvación; en cambio, para los enemigos impotentes lo será de perdición. Pablo quiere animar, de este modo, a los cristianos de Filipos en las dificultades que les rodean, pues no sólo han creído en Cristo, sino que se encuentran, casi como Pablo, sometidos a sufrimientos por su fe (1,27-30).

El Apóstol sabe cuán necesario es que no se rompa la unidad de los creyentes. De ahí su insistencia en exhortarles a ella: que se pongan de acuerdo, que se unan en la misma caridad, que tengan una sola alma, unos mismos sentimientos (2,2). No son los enemigos de fuera los únicos que amenazan la unidad de la fe: hay otros, más sutiles y peligrosos, porque se enraizan en la existencia misma de cada uno y en ella viven (la envidia, el orgullo y el egoísmo). Son como carcoma, corroyendo por dentro la unidad interior. Por el contrario, la unidad se afirma con la humildad, que considera a los demás como mejores, y con la preocupación por ellos (3). No sabemos cuál sería la situación concreta que movió a Pablo a escribir de ese modo. De cualquier forma, en su pensamiento la bondad de la fe en Cristo no se demuestra con argumentos y razonamientos, sino que se hace visible y clara sólo cuando cada creyente hace efectiva en su propia vida la urgencia de convivir según la fe. Para tal empresa no bastan los simples cambios de instituciones o de estructuras, evidentemente. Por tanto, para llevar adelante la tarea de la unidad en la fe es preciso que los creyentes traten de vivir en sí mismos, de convertir en vida lo que saben que se realizó en el Cristo del evangelio que les han anunciado ( 5 ). En el fondo, no se trata sino del camino de humildad antes aludido pero contemplado en el incomprensible comportamiento de Jesucristo entre los hombres, que motivó su exaltación por parte de Dios (6-11).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 262 s.


14. CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 1 junio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles sobre el cántico de la Carta a los Filipenses (2, 6-11), «Cristo, siervo de Dios».


Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


1. En toda celebración dominical de las Vísperas, la liturgia nos propone el breve pero denso himno cristológico de la Carta a los Filipenses (Cf. 2, 6-11). Es el himno, recién escuchado, que consideramos en su primera parte (Cf. versículos 6-8), en la que se delinea el paradójico «despojo» del Verbo divino, que deja la gloria divina y asume la condición humana.

Cristo, encarnado y humillado en la muerte más infame, la de la crucifixión, es propuesto como un modelo de vida para el cristiano. Éste, como se afirma en el contexto, debe tener «los mismos sentimientos que Cristo» (versículo 5), sentimientos de humildad, de entrega, de desapego y de generosidad.

2. Ciertamente él posee la naturaleza divina con todas sus prerrogativas. Pero esta realidad trascendente no la interpreta o vive en clave de poder, de grandeza, de dominio. Cristo no utiliza su ser igual a Dios, su dignidad gloriosa y su potencia como instrumento de triunfo, signo de distancia, expresión de aplastante supremacía (Cf. versículo 6). Por el contrario, se «despojó», se vació a sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la mísera y débil condición humana. La «forma» («morphe») divina se esconde en Cristo bajo la «forma» («morphe«) humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza, la limitación y la muerte (Cf. versículo 7).

No se trata, por tanto, de un simple revestimiento, de una apariencia que cambia, como se creía que sucedía con las divinidades de la cultura grecorromana: es la realidad divina de Cristo en una experiencia auténticamente humana. Dios no se presenta sólo como hombre, sino que se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en «Dios-con-nosotros», no se contenta con mirarnos con una mirada benigna desde el trono de su gloria, sino que entra personalmente en la historia humana, convirtiéndose en «carne», es decir, en realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio (Cf. Juan 1, 14).

3. El hecho de compartir verdadera y radicalmente la condición humana, a excepción del pecado (Cf. Hebreos 4,15), lleva a Jesús a esa frontera que es el signo de nuestra finitud y caducidad, la muerte. Ahora bien, no tiene lugar como fruto de un mecanismo oscuro o de una ciega fatalidad: nace de su libre elección de obediencia al designio de salvación del Padre (Cf. Filipenses 2, 8).

El apóstol añade que la muerte que afronta Jesús es la de la cruz, es decir, la más degradante, queriendo de este modo ser realmente hermano de todo hombre y mujer, incluso de aquellos que son obligados a un final atroz e ignominioso.

Pero precisamente en la pasión y muerte, Cristo testimonia su adhesión libre y consciente a la voluntad del Padre, como se lee en la Carta a los Hebreos: «aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia» (Hebreos 5, 8).

Detengamos aquí nuestra reflexión sobre la primera parte del himno cristológico, concentrado en la encarnación y en la pasión redentora. Tendremos la ocasión más adelante de profundizar en el itinerario sucesivo, el pascual, que lleva de la cruz a la gloria. El elemento fundamental de esta primera parte del himno me parece ser la invitación a penetrar en los sentimientos de Jesús. Penetrar en los sentimientos de Jesús quiere decir no considerar el poder, la riqueza, el prestigio como los valores supremos de nuestra vida, pues en el fondo no responden a la sed más profunda de nuestro espíritu, sino abrir nuestro corazón al Otro, llevar con el Otro el peso de nuestra vida y abrirnos al Padre de los Cielos con sentido de obediencia y confianza, sabiendo que precisamente, si somos obedientes al Padre, seremos libres. Penetrar en los sentimientos de Jesús: éste debería ser el ejercicio cotidiano de la vida como cristianos.

4. Concluyamos nuestra reflexión como un gran testigo de la tradición oriental, Teodoreto, obispo de Ciro, en Siria, en el siglo V: «La encarnación de nuestro Salvador representa el cumplimiento más elevado de la solicitud divina por los hombres. De hecho, ni el cielo, ni la tierra, ni el mar, ni el aire, ni el sol, ni la luna, ni los astros, ni todo el universo visible e invisible, creado únicamente con su palabra o más bien traído a la luz por su palabra, según su voluntad, indican su inconmensurable bondad como el hecho de que el Hijo unigénito de Dios, el que subsistía en la naturaleza de Dios (Cf. Filipenses 2, 6), resplandor de su gloria, impronta de su sustancia (Cf. Hebreos 1, 3), que existía en el principio, que estaba con Dios y que era Dios, por el que todo se hizo (Cf. Juan 1, 1-3), tras haber asumido la naturaleza de siervo, apareció en forma de hombre, por su figura humana fue considerado como un hombre, se le vio en la tierra, mantuvo relación con los hombres, cargó con nuestros padecimientos y enfermedades» («Discursos sobre la providencia divina» --«Discorsi sulla provvidenza divina», 10: «Collana di testi patristici», LXXV, Roma 1988, pp. 250-251).

Teodoreto de Ciro continúa su reflexión subrayando precisamente la íntima relación subrayada por el himno de la Carta a los Filipenses entre la encarnación de Jesús y la redención de los hombres. «El Creador con sabiduría y justicia actuó por nuestra salvación. Dado que no quiso servirse sólo de su potencia para ofrecernos el don de la libertad, ni utilizar sólo la misericordia contra quien ha sometido al género humano, para que éste no acusara a la misericordia de injusticia, concibió un camino lleno de amor para los hombres y al mismo tiempo de justicia. De hecho, después de haber asumido la naturaleza vencida del hombre, la lleva a la lucha y la dispone a reparar la derrota, a dispersar a aquel que anteriormente había logrado la victoria, a liberarse de la tiranía de quien había impuesto la esclavitud y a recuperar la primitiva libertad» (ibídem, páginas 251-252)

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. Éstas fueron sus palabras en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
En la primera parte del Cántico que hemos escuchado, consideramos cómo Cristo «se despoja» (Flp 2,6) de su gloria divina y asume la condición humana. Humillado por la muerte más infame, la crucifixión, es propuesto como modelo de vida para el cristiano. En efecto, éste debe tener «los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús» (v. 5), sentimientos de humildad y de entrega, de desprendimiento y generosidad.

Cristo, aun siendo igual a Dios, no usó su dignidad gloriosa y su poder como instrumento de triunfo, signo de distancia o expresión de supremacía. Al contrario, asumió sin reservas la condición humana, mísera y débil, marcada por el sufrimiento, la pobreza y la fragilidad, sometida al tiempo y al espacio. Esto le lleva hasta la frontera de lo que es nuestra finitud y caducidad, es decir, la muerte, obedeciendo así al designio de salvación querido por el Padre.