"Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del
Señor, hasta que vuelva". San Pablo nos lo recordaba en la segunda lectura. Y
nosotros, cada domingo, nos reunimos para comer el pan y beber el cáliz que anuncian para
siempre, hasta que llegue el Reino, la muerte del Señor, que es vida para todos, la
única fuente de vida.
-La cena de Jesús. Hoy nos encon- tramos aquí reunidos para
conmemorar todas estas cosas. Fue en aquel anochecer, allá en el cenáculo. Eran unos
momentos muy ten- sos, los que vivían tanto Jesús como los discípulos: Jesús, con la
conciencia de que su camino llegaba a cumplimiento, que se acercaba la hora de consumar la
entrega de su vida; los discípulos, con el sentimiento del des- concierto, del miedo ante
lo que suce- derá.
Seguramente que en aquella noche hubo muchos silencios, muchos ratos de sumirse
cada cual en sus propios pensamientos, en sus propias inquietudes. Y seguramente que
también en medio de los silencios y de los desconciertos circuló imparable una profunda
corriente de proximidad, de estimación mutua. Es el amor de Jesús: "Habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". Y es el amor de los
discípulos, el amor que pugna por entender al maestro y a menudo no lo consigue, pero que
no por eso se ha planteado nunca abandonarle: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna". Es, al fin y al cabo, un amor, una proximidad, un cariño
que funciona con el corazón, que está más allá de las cosas que se pueden razonar y
explicar. Es una proximidad que aquella noche llega a sus extremos más altos.
-La cena del pueblo liberado. La cena de aquella noche era la gran celebración
conmemorativa, la gran fiesta del pueblo. Israel se reunía para repetir y volver a hacer
presente aquello que hemos escuchado en la primera lectura: que el Señor, con brazo
poderoso, liberó las débiles tribus hebreas del poder del imperio, de la esclavitud del
faraón.
El Señor había actuado contra el pueblo poderoso, contra el pueblo rico y
fuerte, y había hecho suya la causa de los pobres, para hacerlos salir hacia una nueva
tierra, una tierra que había de ser construida en la solidaridad, en la justicia, en la
fraternidad.
La carne de aquel cordero, asada y comida a toda prisa, las verduras amargas de
la aflicción, son los signos repetidos año tras año, que recuerdan quién es el Dios en
quien hay que creer, quién es el Dios verdadero. Jesús y los discípulos, desde
pequeños, han ido celebrando este memorial, y han ido repitiendo la memoria del Dios que
libera, del Dios que siempre se coloca a favor de los pobres.
-El significado de la muerte de Jesús: la entrega, la vida. Pero esta noche, el
memorial de la liberación está tomando un sentido nuevo, se está cargando con un
significado distinto, intensísimo. Porque en el horizonte, en un horizonte muy cercano,
se vislumbra ya la muerte, el final. Y ¿qué será aquella muerte? ¿qué será la muerte
de Jesús, al término de aquella historia suya de entrega total, de anuncio de una nueva
manera de vivir, de proclamación del amor infinito de Dios para todos los hombres? ¿Qué
será aquella muerte? Jesús, entonces, durante aquella cena, se levanta y realiza el
gesto insólito de lavar los pies a sus discípulos. Y después les dice que ellos
también tienen que hacerlo. Es la primera respuesta a aquella pregunta. La muerte de
Jesús muestra cuál es la manera de vivir que realmente merece la pena. La manera de
vivir de aquel que reconocemos como Maestro y Señor, la manera de vivir que él nos
muestra y quiere para nosotros es ésta: poner nuestra vida entera a los pies de los
demás, al servicio de los demás. Él lo hizo totalmente: su cruz constituye el
testimonio definitivo. Él nos dice: sólo así viviréis de verdad; si no, no viviréis,
será pura comedia.
Y después, Jesús, realiza otro gesto. Toma pan, toma el vino, y lo parte y lo
reparte a aquellos discípulos que le acompañan, y a todos nosotros. Y nos invita a
repetir esta comida, y a reconocer su presencia permanente, viva, activa, transformadora
para todos.
Es como la segunda respuesta a aquella pregunta sobre qué significa su muerte. Y
nosotros, cuando cada domingo nos reunimos y comemos este pan y bebemos este cáliz,
proclamamos esto: Jesús, muerto por amor, vivo para siempre, está a nuestro lado, es
fuerza para nuestro camino de hombres y mujeres que queremos seguirle.
Renovemos firmemente el compromiso de seguir su camino, y reafirmemos nuestra fe
en la vida y la salvación que él nos da.
J.
LLIGADAS MISA DOMINICAL 1990, nº 8
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