54 HOMILÍAS PARA EL JUEVES SANTO
29-38

 

29.

1. La comida de la Alianza 

Sin lugar a dudas podemos afirmar que la Eucaristía es el corazón de la praxis cristiana, pues en ella el cristiano no solamente participa en la comida de la Nueva Alianza sino que, sólo a partir de la Eucaristía, puede comprender todo el misterio de Jesucristo y la realidad de la Iglesia, signo de amor en el mundo.

Hoy procuraremos descubrir el significado global y básico de esta comida en la que Jesús, que «había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo», al decir de Juan. Para entrar más de lleno en el sentido de la Eucaristía, debemos situarla en el contexto amplio de la Alianza con Dios. En los domingos de Cuaresma pudimos reflexionar sobre las diversas etapas o estadios de esta alianza, que sería renovada totalmente en la era mesiánica.

Los textos que narran la última cena tienen especial cuidado, tal como hace Pablo, en subrayar la relación de la Eucaristía con la alianza: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto, cada vez que bebáis, en memoria mía.» Sería, por tanto, un contrasentido pensar que toda la nueva alianza se reduce simplemente a suplir el antiguo rito judío por un nuevo rito religioso que los fieles deben cumplir bajo pena de pecado... Que hayamos reducido la cena del Señor a este frío esqueleto ritual, es consecuencia de no haber descubierto todo el significado que tiene, tanto en relación con Jesucristo como con nosotros, su cuerpo viviente.

Desde esta primera perspectiva, la Eucaristía no es un nuevo rito instituido por Jesús antes de su muerte, sino que es el mismo gesto de su entrega en la cruz, anticipado en una comida fraterna, que expresa, por el supremo amor con que es realizada, cuál es la esencia de la nueva alianza. Así la Eucaristía no tiene valor por sí misma, como rito religioso, sino como expresión de una nueva forma de entender las relaciones entre los hombres y de éstos con Dios.

Así lo entiende Juan cuando introduce todo el relato de los últimos días de Jesús con aquella frase que relaciona la cena con el paso de Jesús de este mundo al Padre a través de un gesto supremo de amor, que no es otro que su propia muerte, anticipada simbólicamente en la cena. Por este motivo la cena eucarística nace de los despojos del cordero pascual -la comida de la antigua alianza- como expresándose que, de hoy en adelante, son las relaciones personales en el amor la esencia de la nueva alianza. Ahora puede haber alianza sin necesidad de templos ni de altares ni de sacerdotes sacrificantes...

La ofrenda -como recuerda expresamente Pablo (Rom 12,1)- somos nosotros mismos, unidos a Cristo en el mismo amor y en el mismo Espíritu. Por eso en la Eucaristía no se ofrece pan ni vino, sino el cuerpo y la sangre de Cristo (Cristo y la comunidad) simbolizados en la comida del pan y en el gesto de beber la copa.

Por ser la Eucaristía «nueva alianza», implica necesariamente un cambio radical en la mentalidad religiosa del hombre y un cambio profundo en sus estructuras sociales. No son las cosas exteriores al hombre -como recuerda el Evangelio de Marcos (7,15 s) las que hacen al hombre viejo o nuevo, mejor o peor, sino ese cambio interior, tan interior y sincero, que nos lleva a rehacer nuestras estructuras con un nuevo sentido.

Lamentablemente todo esto puede sonar a hueca fraseología si nos quedamos de brazos cruzados «escuchando misa», creyendo que por haber cumplido con «este precepto» ya podemos darnos por satisfechos. Precisamente el sentido de la Eucaristía, cena de la nueva alianza, es totalmente inverso. Nos dice que no basta un gesto ritual, si no es la expresión de una real y total entrega a los hombres, síntesis de todo el evangelio del Reino de Dios. Ciertamente que la última cena no fue un gesto cómodo para Jesús. Había en él una angustia casi infinita que, horas después, lo haría sudar sangre y clamar al Padre que lo liberase de la hora que se avecinaba. Hacer aquella cena tenía para Jesús el mismo sentido que dar su vida en la cruz por todo el pueblo, como apunta el Evangelio de Lucas, que habla de «cuerpo entregado» y «sangre derramada» al referirse a las palabras de la institución eucarística.

De alguna manera ya en la cena Jesús había consumado su obediencia al Padre, hasta el punto de que no dudó en lavar los pies de sus discípulos como un humilde esclavo. Sólo los ciegos no querían ver o no quieren ver que la comida eucarística es un gesto de total compromiso por la liberación de toda la humanidad. Es, por lo tanto, una verdadera caricatura la Eucaristía en que nos contentamos con escuchar el recitado ritual del sacerdote, aunque lo hagamos con respetuoso silencio.

La Eucaristía es un gesto esencialmente comunitario que, mientras subraya el único y supremo sacerdocio de Cristo -el gran mediador entre Dios y los hombres-, supone la real y total participación del pueblo, unido a Cristo como ofrenda y como oferente. Esto no es obstáculo -como recuerda Pablo a los corintios- para que haya en este único cuerpo de Cristo distintos ministerios -el del presidente de la asamblea, por ejemplo- destinados todos ellos a la edificación del único cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

2. La Iglesia, cuerpo de Cristo

Fue precisamente la experiencia de la Eucaristía la que llevó a Pablo a comprender mejor el sentido de la Iglesia, tanto de la particular como de la universal. Y nosotros podemos arriesgar, por nuestra parte, que fue la celebración eucarística lo que creó en los centenares de pequeñas comunidades dispersas a lo largo del imperio romano la conciencia de una universal comunión de todos los creyentes que se unían al único Cristo, cabeza de toda la comunidad.

El mismo Pablo, después de hablarles a los corintios sobre el sentido comunitario de la Eucaristía -que no puede concordar con la desigualdad social en la que unos pocos comen y otros miran comer-, pasa a renglón seguido a invitarlos a que descubran la realidad de la comunidad creyente como un «solo cuerpo» formado por muchos miembros. En este cuerpo -que es Cristo-Iglesia- podrán existir, lo mismo que sucede en la Eucaristía, muchos ministerios, actividades y carismas, pero «es el mismo Dios el que obra todo en todos», «ya que todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu».

La conclusión es obvia: «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros cada uno por su parte.» (Véase el capítulo 12 de 1 Cor.) Continuando con este hilo de ideas, podemos afirmar que la Eucaristía es como la perfecta realización de lo que debe ser toda la Iglesia, no sólo en un momento cultual, sino en todas sus actividades. La Eucaristía es el momento más intenso de vida eclesial porque en ella se hace absoluta realidad aquello de que somos el cuerpo de Cristo, hasta el punto de que el cuerpo de Cristo y el nuestro se unen en el mismo gesto de la comunión.

Pero si el cuerpo de Cristo es toda la Iglesia, comulgar ese cuerpo es comulgar a toda la comunidad cristiana universal. Nadie puede unirse a Cristo si no se une a todos sus miembros. O, como dice la Primera carta de Juan, nadie puede decir que ama a Dios o a Jesucristo si no ama a su hermano (4,20).

Ahora podemos volver los ojos al evangelio de hoy.

El evangelista Juan es el único que no narra la institución eucarística, pero en su lugar coloca el conocido relato del lavatorio de los pies. Su intención es clara: no puede haber Eucaristía sin verdadero servicio a los hermanos. Quien no quiera aceptar esto, "no tiene nada que ver con Cristo", como le dice Jesús a Pedro.

Para ser más explícitos: una Eucaristía -por más participada que sea con cánticos y oraciones- no tiene lugar en la nueva alianza si no es la expresión intensa de una real y fraterna comunidad en la que «nos lavamos los pies los unos a los otros». Que servir a los hermanos es un «sacrificio», nadie lo pone en duda; y que ese «sacrificio» es la ofrenda de la nueva alianza, tampoco podemos ponerlo en duda después de un texto evangélico tan claro.

Y así Jesús zanja de un tajo la espinosa cuestión de la autoridad jerárquica en la comunidad cristiana. Quien quiera presidir la comunidad, que dé un paso al frente, pero que jamás olvide que ha de seguir el ejemplo del «maestro». Presidir a la comunidad es servirla más intensamente sin hacerse llamar señor ni maestro.

Así entendida, la presidencia de la comunidad (ministerio de los obispos y sacerdotes en especial) es el antiautoritarismo y el anti-paternalismo. Hoy los presbíteros v obispos de la comunidad celebran su día porque hoy Jesús los llamó a cargar con la cruz del servicio incondicional a los hermanos. Este servicio comunitario no es, por cierto, exclusivo de los presbíteros y obispos, pero ellos han de ejercerlo con ciertas características ordenadas a lograr la mayor unidad y armonía en toda la comunidad.

Por esto la celebración eucarística del jueves santo tiene este toque de intimidad que nos hace mirarnos a la cara para sentirnos mucho más unidos, no sólo a los aquí presentes o a los miembros de nuestra parroquia, sino a toda la Iglesia universal que hoy reafirma su unidad, de la misma forma que Jesús, al terminar la cena, dirigió al Padre aquella casi angustiante oración por la unidad de todos los creyentes: "No ruego sólo por éstos sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (17,20-21).

3. La supremacía del Amor

Si la Eucaristía no puede ser entendida sin la comunidad eclesial, cuerpo de Cristo, ni la Eucaristía ni la Iglesia pueden tener sentido sin la primacía del amor. Así lo entendió Pablo cuando en la ya citada Carta a los corintios finaliza el tema Eucaristía-Iglesia con el himno a la caridad, la única virtud que permanecerá para siempre en el Reino de Dios: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1 Cor 13,13).

Sólo desde la perspectiva del amor pudo Juan interpretar la cena y la crucifixión de Jesús. Si Jesús llegó a la cena y a la cruz, fue porque en ellas culminó toda una vida en que él pasó «amando a los suyos que estaban en el mundo». La Eucaristía y la cruz sellan y consuman ese amor «hasta el extremo». No vamos hoy a prolongarnos en largas disquisiciones sobre el amor cristiano, un tema que constantemente aparece en los textos litúrgicos. Sólo queremos subrayar hoy -porque es importante hacerlo- que ese amor de Jesús fue un amor concreto que tuvo en su haber pocas palabras pero mucha sangre...

Ese amor liberó a los hombres de la servidumbre del egoísmo. Si bien es cierto que la liberación cristiana que propugna el Reino sólo será alcanzada cuando, al final de los tiempos, ese Reino sea todo en todos, también es cierto -como ya hemos subrayado el domingo de Ramos- que hoy y aquí debe concretarse en un cambio de las estructuras sociales, en las que no existan dominadores ni dominados, sino personas iguales y respetuosas que saben convivir en la igualdad y justicia social, política y religiosa. Cada cultura y cada época procurarán encontrar las formas concretas de ese amor entre los hombres, formas que deben asumir también estructuras políticas y sociales. No bastan los buenos sentimientos ni los grandes planteamientos de principios. El cristiano está obligado por su misma fe a traducir en estructuras e instituciones lo que el evangelio propone.

En este sentido la fe debe «politizarse», o si se prefiere, los cristianos deben politizarse porque en ninguna sociedad bastan las buenas palabras y los emotivos sentimientos. Sólo asumiéndonos como hombres políticos, es decir, comprometidos con nuestra polis o sociedad, podemos hacer efectiva la praxis de la caridad cristiana. Obsérvese este simple detalle: hubo una época en que la palabra «caridad» significaba y terminaba para muchos cristianos en una limosna o colaboración para algún pobre o alguna institución benéfica. Pero hoy podemos preguntarnos: ¿Cuáles han de ser las estructuras concretas que encarnen el concepto cristiano de amor o caridad? ¿Basta la ayuda ocasional individualista y parcial para que el Reino de Dios, Reino de justicia y de amor, se manifieste a los hombres? Con estos sentimientos e inquietudes -los mismos de Cristo- celebramos esta Eucaristía en la que, aunque invisibles, están presentes todos los hombres de buena voluntad que hoy luchan por un mundo donde debe reinar más justicia y, por tanto, más amor.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978.Págs. 105 ss.


30.

Celebración de la cena del Señor Fue en la cena de la pascua judía cuando tuvieron lugar los acontecimientos que celebramos todos los años el día del Jueves santo. El texto del libro del Éxodo nos describe de forma abreviada el estricto ritual de esa cena, en que se recordaba la acción liberadora de Dios para con aquel pueblo de esclavos, oprimido por el faraón egipcio.

Era una cena de familia en que, de forma dramatizada, el más joven de los asistentes preguntaba al padre de familia el porqué de esa celebración. Y este hombre adulto explicaba que en aquel día de pascua el Señor pasó por la tierra de Egipto salvando a los israelitas. Era la Pascua, es decir el paso liberador de Yavé. Por eso, era una comida especial en que el cordero asado a fuego estaba aderezado únicamente con verduras amargas y panes sin fermentar. Y los comensales adoptaban posturas impropias de una comida: la cintura ceñida las sandalias en los pies, un bastón en la mano, y debían comer rápidamente. Y en aquella fiesta memorable del primer mes del año, la sangre del cordero, que marcaba las jambas y el dintel de la puerta, se convertía en la señal de pertenencia al pueblo judío.

Fue en la celebración de aquella pascua judía cuando tuvo lugar el relato del evangelio, que viene precedido por un exordio de una solemnidad llamativa: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo... Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía».

Y, sin embargo, el texto continúa de forma extraña. Uno hubiera pensado que Jesús explicaría a sus discípulos que aquella liberación que Dios realizó con los israelitas alcanzaba su plenitud con su acción liberadora en la cruz... Pero ese majestuoso exordio da paso a una historia en que se habla de una jofaina y de una toalla, de un lavatorio de pies y de la testarudez y el buen corazón de Pedro... Hasta que, finalmente, el texto vuelve a adquirir de nuevo su tono solemne: «Vosotros me llamáis "el maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el maestro y el Señor, os he lavado los pies, también debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Y el relato de Juan continúa, omitiendo llamativamente la narración de la institución de la eucaristía, y pasando al largo discurso de Jesús en que hay una palabra que se repite continuamente: el mandamiento del amor. Es lo que hemos cantado durante el lavatorio de pies: «La señal de los cristianos es amarse como hermanos». Lo había dicho Jesús: La señal del nuevo pueblo de Dios ya no es la sangre del cordero rociada sobre las jambas y el dintel de las puertas, sino que «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros».

Y la celebración de esa nueva pascua continúa. Lo afirma Pablo, al referirse a «una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he trasmitido». El texto venerable de la Carta a los corintios refleja, antes aún que los tres evangelistas sinópticos, ese gesto de Jesús por el que se perpetúa su presencia entre los hombres en el pan y en el vino. La sangre del cordero se convierte en la sangre derramada por Jesús en la cruz, convertida ahora en sangre de la nueva alianza. Ha surgido la nueva pascua, el nuevo paso del Señor Jesús por la comunidad de los creyentes, que ya no se celebra solamente una vez al año, sino siempre que los cristianos se reúnen, primero en sus sencillos hogares, en el dies dominica, en el domingo, en el día del Señor, y proclaman la muerte salvadora de Jesucristo.

Hoy también nosotros celebramos la vieja y la nueva pascua. Lo hacemos en esta iglesia, al igual que lo celebran también en algún escondido lugar de la tierra donde un pequeño grupo de creyentes lo hace con sencillez extrema, como aquella comunidad de Corinto. Unidos a la tradición de Pablo y de los tres sinópticos -repitiendo las mismas palabras de Jesús, por las que él se hace presente en el pan y en el vino consagrados-, con la tradición de Juan del lavatorio de pies... Nos ha congregado en la unidad el amor de Cristo, ya que como había dicho Jesús, el maestro y el Señor: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros».

LAVATORIO/SENTIDO SERVICIO/C 

Leon Tolstoi, el que, al narrar su conversión, había dicho que le empezaron a aparecer como verdaderas cosas que antes tenía por falsas, refiriéndose al lavatorio de pies, llegó a decir: «Antes sabía bien que Dios da la vida a los hombres y quiere que vivan. Ahora comprendo también lo otro: comprendo que Dios no desea que cada hombre viva para sí mismo. Él quiere que los hombres vivan en comunidad... Ahora comprendo que los hombres creen que viven solamente de la preocupación por sí mismos, pero en realidad sólo viven por el amor a los otros». Y Joseph ·Ratzinger escribió que Jesús «en el lavatorio de pies nos presenta lo que él hace... Este es el sentido de toda su vida y pasión: que él se inclina ante nuestros sucios pies, ante la suciedad de la humanidad y nos hace limpios en su gran amor. El oficio de esclavo de lavar los pies tenía el significado de hacer a los hombres capaces de estar a la mesa, capaces de estar en comunidad, de tal forma que se pudiesen sentar juntos a la mesa».

EU/SERVICIO: La tradición sobre la institución de la eucaristía, que Pablo había recibido del Señor, viene precedida en la Carta a los corintios de otro exordio, menos solemne ahora, en que el apóstol critica las desigualdades de los cristianos al celebrar la cena del Señor: «Mientras uno pasa hambre, otro se embriaga... ¿o es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen?». Y acaba afirmando con dureza: «Examínese, pues cada cual, y coma entonces el pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo». Un autor, A. Pronzato, añade el siguiente comentario: «Hay algo peor que no creer en la presencia real, y es creer en una presencia real "tranquilizadora", que no nos lleve a "perder", a "entregar nuestra vida"». Y Xavier ·Pikaza-X añade: «El pan consagrado de Cristo es inseparable del vino del sacrificio; sin la entrega de la vida por los otros no puede haber eucaristía. Es también inseparable de la comunión concreta con los fieles en el plano de la justicia, del trabajo compartido, de la comunicación de bienes».

La pascua cristiana ha cambiado mucho respecto de la pascua judía. Sigue siendo un recuerdo de que Dios nos ha liberado y salvado, pero ya no por la sangre de un cordero sin defecto y de un año, sino por la del cordero de Dios que quita el pecado del mundo; los panes ázimos se han convertido en el cuerpo real de Cristo; la sangre de los dinteles y de las jambas sigue presente en el vino consagrado, la sangre salvadora de la nueva alianza. Hemos unido el gesto del lavatorio de pies, que es un símbolo expresivo y resumen de la vida del que llamamos «maestro» y «Señor». Y se nos ha convertido en el día del Amor fraterno porque recordamos el mandamiento primero del Señor.

Pero debemos huir de esa presencia «tranquilizadora» del Señor en el Jueves santo porque se nos repite aquello de «examínese cada uno» y lo de «discernir el Cuerpo» del Señor. No podemos quedarnos en la belleza del himno Ubi caritas et amor, ahora que el gregoriano está de moda. Celebramos la «memoria peligrosa de Jesús», y no una memoria tranquilizadora, que nos arrulla. Sigue siendo la pascua, el paso del Señor, que nos dio ejemplo para que también nos amáramos los unos a los otros. Como los judíos, quizá deberíamos participar deprisa, con un bastón en la mano y las sandalias puestas, porque esa memoria peligrosa nos debe hacer salir a nuestra vida concreta de cada día. Eso es lo que profesamos en este Jueves santo, ya que «sin la entrega de la vida por los otros no puede haber eucaristía».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 118 ss.


31.

La liturgia de esta celebración se sale de lo normal en cuanto que la primera lectura describe la anticipación veterotestamentaria de la cena: la comida del cordero pascual, y la segunda lectura, de san Pablo, su consumación en el Nuevo Testamento, por lo que el evangelio no necesita narrar otra vez la institución de la Eucaristía, sino que más bien describe la actitud interior de Jesús en esta su entrega a la Iglesia y al mundo: en la conmovedora escena del lavatorio de los pies. Esta escena, seguramente histórica, debe abrir los ojos de los discípulos para que comprendan lo que en verdad se realiza en la institución de la Eucaristía y a partir de ella en toda celebración eucarística de la Iglesia.

1. El cordero pascual.

En este misterioso relato (que se compone de diversos elementos) de la cena pascual todo debe comprenderse en función de su futura consumación en la celebración cristiana. Primero se exige «un animal sin defecto, macho (de un año), cordero o cabrito» como víctima: sólo el mejor será lo bastante bueno para ello, pues debe ser sin tacha. Después la cena ha de comerse «con la cintura ceñida, las sandalias en los pies y un bastón en la mano», y «a toda prisa». Cristianamente hablando esto sólo puede significar que el cristiano debe estar dispuesto a dejar el mundo de los mortales para ir hacia Dios a través del desierto de la muerte, para entrar en la tierra prometida y vivir al lado de Dios; no para continuar viviendo en la comodidad o caminar sin preocupaciones hacia un futuro terrestre. Porque el Cordero cristiano es el Resucitado que nos introduce, tras resucitar con él, en «una vida escondida con el Mesías en Dios» (Col 3,3). Y finalmente con la sangre del cordero debemos rociar las jambas y dinteles de nuestras puertas para que el juicio de Dios pase de largo. Sólo si se encuentra sobre nosotros la sangre de Cristo nos libraremos del justo juicio, porque él ha salido airoso en el juicio sobre el pecado y se ha convertido como redentor en nuestro juez.

2. La Eucaristía.

Pablo refiere la «tradición que ha recibido»: la oración de acción de gracias de Jesús sobre el pan: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo con el cáliz, que es «la nueva alianza sellada con mi sangre». Y añade que toda comida eucarística es «proclamación de la muerte del Señor». La ceremonia veterotestamentaria adquiere ahora todo su sentido, de una profundidad insondable: «El cuerpo que se entrega por vosotros, la alianza sellada con la sangre», significa abnegación, entrega de amor hasta el extremo, y esto hasta tal punto que el que se sacrifica se convierte en comida y bebida de aquellos por los que se entrega. Y no sólo esto, sino que el poder de seguir realizando este sacrificio se deja en manos de aquellos por los que se ha ofrecido: se dice «haced esto» y no simplemente «recibid esto». Lo mismo se repetirá en Pascua cuando el Resucitado diga: «A quienes les perdonéis los pecados», y no simplemente «recibid mi perdón y el de mi Padre». Es como si lo máximo que podríamos imaginarnos, que el Hombre-Dios se entrega a nosotros, sus asesinos, como comida para la vida eterna, quedara superado una vez más: que nosotros mismos debemos realizar lo que ha sido hecho por nosotros, ofreciendo el sacrificio del Hijo al Padre.

3. El lavatorio de los pies es una «prueba del amor hasta el extremo» (Jn 13,1), un acto de amor que Pedro percibe, y es comprensible que así lo perciba, como algo completamente inadmisible, como el mundo al revés. Pero precisamente esta inversión de la realidad es lo más correcto, lo que hay que dejar que suceda primero en uno (y exactamente así, como lo hace Jesús, ni más ni menos), en la humillación por su amor infinito, para después tomar «ejemplo» de ello (Jn 13,14) y realizar el mismo abajamiento de amor con los hermanos. En el evangelio esto es la demostración tangible de lo que se dará inmediatamente después a la Iglesia en el misterio de la Eucaristía: en correspondencia, los cristianos deben convertirse en comida y bebida agradables los unos para los otros.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 44 s.


32.

En el mundo en que vivimos se ha ido imponiendo poco a poco -independientemente del espacio que se ocupe en el espectro ideológico- un modo de comprender y de vivir las relaciones humanas en que el conflicto tiene un papel preponderante. En esa mentalidad se considera que el conflicto es el motor de la Historia, lo que la pone en marcha y la mantiene viva. En la antropología que subyace a este modo de concebir las cosas el hombre -el individuo, la familia o el clan, el grupo étnico, la clase social, el partido o la nación- se concibe a sí mismo como un absoluto. No está relegado a un misterio previo y más grande con el que ha de articularse necesariamente la verdad o el valor que el individuo o el grupo representan y quieren sostener.

La lógica de esta posición ante la vida hace que, si bien en la retórica de las relaciones humanas se habla todavía con un cierto respeto del Derecho, de la Justicia, de la solidaridad y de otras cosas similares, "la realidad de las relaciones humanas" sea cada vez más un asunto de estrategias, del arte del poder. Lo que las regula, en realidad, son los intereses, y a la persona se la trata predominantemente en función de esos intereses. La verdad y la dignidad de que la otra persona es portadora no son reconocidas, y, por lo tanto, la otra persona o el otro grupo tienden a ser vistos como objeto de seducción, de manipulación o, si se oponen a mis intereses, de acoso y derribo.

En el endiosamiento de uno mismo o del propio grupo la afirmación de sí mismo lleva consigo la negación del otro. El otro tiende a ser tratado como un "objeto", porque un dios -tal y como el paganismo humanista es capaz de imaginarlo- no puede reconocer a otro sujeto frente a sí.

Esta mentalidad penetra todas las relaciones humanas, hasta las más sagradas. La relación entre hombre y mujer, por ejemplo, se entiende -o se desentiende- cada vez más en esa clave, en la que la otra persona "sirve" sólo para satisfacer los apetitos o las necesidades afectivas. Fuera de ahí, lo que la rige es la competitividad, la lucha por el poder. Lo mismo sucede, cada vez más, en las relaciones entre padres e hijos. Y no digamos nada de las relaciones entre grupos sociales. Más y más, el trato entre los hombres está marcado por la reivindicación, en vez de estarlo por la amistad y el amor.

Con frecuencia, el mismo Derecho, así como los valores morales, se utilizan al servicio de la lucha de poder, al servicio de intereses particulares, nobles y legítimos a veces, pero casi siempre parciales. La solidaridad, por ejemplo, tiende a ser una bella palabra a la que es fácil recurrir, pero que acaso pocos toman en serio como una verdadera obligación moral, a no ser que sirva a intereses de grupo. El concepto mismo de "bien común" se desvanece. El "emotivismo", esa filosofía moral tan extendida según la cual las proposiciones morales no son más que coberturas del deseo de poder, no sirve ciertamente para fundamentar la existencia de la moralidad entre los hombres, pero describe bastante bien el modo en que muchos contemporáneos nuestros se comportan con respecto a la moral. Los valores morales tienden a ser objeto de burla, a no ser que se pueda vivir de ellos y utilizarlos para dominar a los demás.

Juan Pablo II decía en su reciente viaje a España: "Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona". Dicho con otras palabras, cuando se plantea la vida de espaldas a Dios, o desde el supuesto de que Dios, si existe, no tiene nada que ver con los asuntos humanos, el resultado, a la larga, es "una sociedad así". Insolidaria, crispada e infeliz. Una sociedad en la que el conflicto ocupa cada vez más espacio en la vida de las personas.

Por lo demás, la experiencia hace evidente que el conflicto, erigido en la categoría primordial del desarrollo humano, no mueve la Historia, sino que la paraliza, porque inhíbe lo más humano de la humanidad del hombre, seca su creatividad y su esperanza. En una situación así, cuyo símbolo más acabado podría ser la estéril tragedia que vive la antigua Yugoslavia, los hombres desesperan de sí mismos, y los instintos más oscuros y destructivos del corazón humano ocupan el lugar de la libertad, naturalmente hecha para la belleza, la verdad y el bien. Para la amistad y la cooperación, no para la lucha de poder. En la amistad, la Humanidad crece -crecen la razón y la libertad-, mientras que en la pugna se empequeñece y se daña. El conflicto puede favorecer por un cierto tiempo el desarrollo de la tecnología y la vitalidad de los mercados, pero no hace felices a los hombres, y, a la larga, los sacrifica. La construcción de un mundo humano no se logra del conflicto, sino de la concordia.

Pero si esto es así, ¿por qué el hombre no es capaz de construir la paz y la convivencia que anhela? ¿Cuántas veces hemos oído ya en el curso de nuestra corta vida que ésta debiera ser la última guerra? Proponer a los hombres construir la vida sobre la misericordia y el amor, ¿no es una utopía; más aún, una recalcitrante ingenuidad? Un creyente respondería a estas preguntas apelando a una verdad que le ha ayudado a comprender en todo su espesor el don de la gracia, pero que es quizás el dogma cristiano más accesible a la experiencia humana: la incapacidad del hombre para realizar por si mismo su propia felicidad, y la herida que el pecado, desde el origen, ha ido haciendo en la libertad humana. En otras palabras, la necesidad que el hombre tiene de ser salvado, redimido, para ser él mismo y poder realizar en plenitud su humanidad.

Los cristianos comenzamos hoy -día de Jueves Santo- el triduo pascual. ¡Dios mío, si cayésemos en la cuenta de lo que estamos celebrando y de lo que significa para nuestra vida! En estos días, año tras año y hasta el fin de la Historia, la Iglesia hace memoria de un acontecimiento único: la Redención del hombre. ¡La Redención no es una utopía, ha sucedido! Dios mismo ha cargado sobre sí todo el mal de nuestras vidas, todo el mal de la Historia. El Hijo de Dios ha asumido nuestra condición humana, y la ha asumido hasta el final hasta la soledad de la traición y de la muerte. La ha asumido y la ha transformado, porque en su pasión y en su muerte -es decir, en la trama misma del mal, cuya amargura nosotros hemos gustado tantas veces-, Dios se ha manifestado como Amor y Misericordia sin límites. Como siervo nuestro, que nos lava los pies, sucios y fatigados del camino. Que se entrega a sí mismo a la muerte para que nosotros tengamos vida, "y vida abundante".

Y aquel acontecimiento no es algo que sucedió en el pasado, hace casi dos mil años, para beneficio de aquellos que tuvieron la suerte de participar en él. ¡No, el poder salvador de aquel Amor permanece en la Historia para siempre! "Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo." Permanece en la Iglesia. Un pueblo hecho de hombres igual de frágiles que los demás, pero portador de esa riqueza única que es la gracia y la misericordia de Cristo. El Jueves Santo -en la Misa Crismal, y en la celebración de la Cena del Señor-, la Iglesia celebra, sobrecogida, esta misteriosa permanencia de Cristo en ella, en los sacramentos, y especialmente en la Eucaristía y en el amor que el Espíritu de Cristo hace florecer entre los hombres y que en la tradición cristiana se llama "santidad".

En la persona de Cristo, el Amor se ha revelado más fuerte que el mal y que la muerte. Por eso en Cristo se abre para el mundo la posibilidad de una vida nueva que permite al hombre realizar su verdadera humanidad. Esa posibilidad nos es dada a nosotros hoy. Acoger a Cristo, acoger el amor de Cristo -me refiero en primer lugar a nosotros, los que nos decimos cristianos- es la condición para iniciar una Historia "diferente". O tal vez una Historia sin más, en vez de la representación sin fin de las pasiones humanas.

A. SUQUIA GOICOECHEA
Card. Arzobispo de Madrid
ABC/DIARIO.31-3-94


33.

Nuestra Eucaristía de hoy tiene especial sentido. Nos hemos reunido esta tarde -como miles y miles de comunidades cristianas en todo el mundo- para celebrar esta Eucaristía que es como el prólogo de la Pascua, la inauguración del paso de Jesús a través de la muerte a la nueva existencia.

Los judíos celebran su Pascua, como hemos leído en el libro del Éxodo, en recuerdo de su salida de Egipto, cuando Dios les liberó de la esclavitud, les hizo pasar el Mar Rojo, selló con ellos la alianza del monte Sinaí y les condujo a través del desierto a la tierra prometida. Los judíos tienen toda la razón para celebrar con gozo esta fiesta con una cena en familia y cantos de gratitud a Dios. Para ellos es el signo eficaz del amor que Dios les sigue teniendo, y en este día renuevan su Alianza con él.

La Eucaristía cristiana

Pero Jesús le dio nuevo sentido a esta Pascua, llevándola a su plenitud. Ahora nosotros celebramos la Pascua cristiana: celebramos el memorial de la muerte y resurrección de Cristo Jesús. En aquella cena de despedida, que nos ha contado Pablo, cuando ya había llegado la hora de "pasar de este mundo al Padre" -éste es el nuevo y definitivo "éxodo", el de Cristo- Jesús quiso dejar a los suyos en la Eucaristía el memorial de su muerte salvadora. Ahora iba a ser él mismo, Jesús, el Cordero verdadero, la Pascua definitiva: y a sus seguidores nos dejó en este admirable sacramento de la Eucaristía una celebración en la que participamos de su Cuerpo y de su Sangre. Con el gesto del Pan partido y del Vino compartido, quiso que nosotros, a lo largo de la historia, hasta que él vuelva, participáramos de su misma Vida. Él mismo quiso ser nuestro alimento y nuestra fuerza y alegría. Alegrémonos, hermanos, y participemos con gratitud de la Eucaristía. Sobre todo hoy, Jueves Santo, cuando estamos iniciando la celebración de la Pascua de Jesús. El mismo que mañana contemplaremos entregado en la Cruz y que en la noche pascual aclamaremos como Resucitado, es el que se nos da en cada Eucaristía, sacramentalmente, como alimento, para que vivamos por él y de él. Nunca le agradeceremos bastante la luz y la fuerza que nos ha querido dar en su Eucaristía.

Lavaos los pies los unos a los otros

Pero además, en su cena de despedida, Jesús nos dejó otra herencia: el testamento del amor fraterno. En el evangelio nos ha contado san Juan cómo Jesús, en un gesto expresivo de humildad servicial, tomó la jofaina, se ciñó la toalla y les lavó los pies a sus discípulos. Así nos enseñó una gran lección de amor fraterno. En cada Eucaristia recibimos su Cuerpo "entregado por" y su "Sangre derramada por". Por consiguiente, en la vida se tiene que notar que hemos comulgado con el Jesús que no vino "a ser servido", sino "a servir y dar la vida por todos".

Si celebramos bien la Eucaristía, hemos de crecer, no sólo en unión con Cristo, sino también en caridad fraterna. Todos comemos del mismo Pan, que es Cristo. Todos escuchamos la misma Palabra y oramos y cantamos juntos. La consecuencia es que debemos aceptarnos los unos a los otros, amarnos, "lavarnos los pies unos a otros", o sea, vivir en actitud de servicialidad. La Pascua, ya a partir de la Eucaristía de hoy, y mañana acogiendo la gran lección que Jesús nos da desde su Cruz, debe hacernos crecer en amor a los demás, sobre todo con los que más necesitan de nuestra atención, los pequeños, los enfermos, los ancianos, los que se encuentran solos. Como Jesús en el lavatorio de los pies. Como Jesús en su entrega de la Cruz.

Doble testamento

Hermanos, aceptemos este doble testamento de Jesús. En el entrañable momento de su despedida, nos ha encargado que celebremos la Eucaristía como memorial de su Pascua. Nos ha encargado que nos amemos los unos a los otros. Dos gestos del mismo amor. Si queremos ser buenos discípulos de Jesús, ya sabemos el camino: imitar lo que hizo Jesús. De la Eucaristía nos dijo: "haced esto en memoria mia". Pero también, después del lavatorio de pies, dijo: "haced vosotros otro tanto: lavaos los pies los unos a los otros". La medida la tenemos muy cerca y es muy exigente: amaos como yo os he amado.

(Ahora vamos a realizar con sencillez este mismo gesto de Jesús. El sacerdote, como representante suyo en y para la comunidad, lavará los pies a varias personas. Como signo de que no sólo en este momento, sino siempre, quiere ser buen imitador de Jesús, el Buen Pastor, el entregado por los demás).

Todos, cada uno en su familia, en su ambiente, tenemos muchas ocasiones de mostrar nuestra servicialidad y de dar testimonio de que los que creemos y seguimos a Jesús, y celebramos su Eucaristía, nos vemos estimulados a imitar su ejemplo de amor y comprensión para con los demás. Esa es la mejor manera de celebrar su Pascua.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 5, 25-26


34.

-Pedro no comprende el camino de entrega de Jesús El apóstol Pedro, al ver que Jesús se disponia a lavar los pies a sus discípulos en aquella noche tan repleta de acontecimientos y de sentimientos profundos, no quería permitir de ninguna manera aquel gesto de rebajamiento de su Maestro. No había entendido que precisamente lo que Jesús había venido a enseñarnos era esto: que la única manera de ser feliz es poner la vida entera al servicio de los demás, apartándose de todo lo que sea deseo de dominio, de imposición, de situarse por encima.

Pedro no lo ha entendido y protesta. Pero después, al decirle Jesús que si no acepta aquel gesto, si no se deja lavar los pies, quedará fuera del grupo de los amigos de Jesús, cambia de opinión e imagina que lo que su Maestro está haciendo es una especie de ritual raro, como un signo externo de incorporación a una nueva religión. Y entonces desea que le laven de cuerpo entero, para así quedar más incorporado que nadie. Realmente, a Pedro le costó mucho comprender cuál era el camino de Jesús. Como también les costó mucho al resto de los discípulos. Lo que sucede es que Pedro era muy espontáneo y saltaba enseguida diciendo lo que pensaba, mostrando muy claramente sus sentimientos.

-También a nosotros nos cuesta entender este camino Y a nosotros también, en el fondo, nos pasa lo mismo que le pasaba a Pedro. Por eso hoy, esta noche en que nos hemos reunido en torno a Jesús como hicieran los discípulos allí en el cenáculo, queremos, más que nunca, acercar nuestro corazón al de Jesús y dejarnos llenar por él, dejar que él penetre muy dentro de nosotros.

A nosotros también, como a Pedro, nos cuesta a menudo creer que el mensaje de Jesús consiste, por encima de todo, en este deseo de vivir al servicio de los demás, de poner nuestra vida entera al servicio de los demás. Y hacerlo porque éste es, al fin y al cabo, el proyecto de Dios: un proyecto de amor, de desprendimiento, de generosidad, de fraternidad entre todos, de confianza. Se nos hace difícil creer que toda la vida de Jesús consistió en esto, y sólo en esto. Nos cuesta creer que lo que Dios quiere es esto, y sólo esto. Y porque nos cuesta creerlo, nos cuesta actuar así.

Y a veces actuamos también según lo que Pedro hizo después; creyendo que con ritos externos ya cumplimos, ya hacemos lo que hay que hacer. Y no, no es así. Si somos sinceros, de sobra sabemos que no es así. Jesús, es cierto, nos dejó un rito, unos gestos sencillos que repetimos con gozo cada domingo: un pan y un vino que son su Cuerpo y su Sangre. Pero sabemos de sobra que seria del todo falso celebrar estos ritos como si tan sólo fueran eso: unos gestos externos que a nada nos comprometen.

-Alimentarnos con su Cuerpo y Sangre, y vivir su entrega

Lo sabemos muy bien. Aquella noche del primer Jueves Santo, allí en el cenáculo, cuando se acercaba el momento decisivo de su detención y de su muerte, Jesús lava los pies a sus discípulos para enseñarles que él ha venido a este mundo para servir, y que es esto lo que también nosotros debemos hacer si queremos ser sus seguidores. Y después les parte el pan y les pasa la copa de vino, y les encarga que lo repitan así una y otra vez, hasta el final de los tiempos. Les confia que lo repitan, y les asegura que de este modo él continuará presente en medio de ellos, y en medio de todas las comunidades de seguidores suyos que irán naciendo a lo largo de los siglos. Como la nuestra, ésta que en esta noche se halla reunida aquí.

Nosotros, como Pedro, muchas veces no acabamos de entender todo esto. Por eso hoy, esta noche, debemos pedir a Jesús que toque nuestros corazones y nos ayude a entenderlo, que infunda su Espíritu en nosotros para que de verdad vivamos el legado que él nos dejó. Para que toda nuestra vida queramos amar tal como él nos ha amado, y para que toda nuestra vida vivamos la Eucaristía como una unión muy fuerte con él, como la fuerza que nos anima a caminar por el camino de su Reino.

Hoy, dentro de poco, al acabar esta misa, trasladaremos el pan de la Eucaristía al lugar donde quedará reservado para la comunión de mañana y también por si es necesario llevarlo como viático para los enfermos. Lo haremos de forma relevante y solemne. Manifestaremos así nuestra fe en nuestro Maestro y Señor, que da su vida por nosotros y que permanece para siempre entre nosotros. Merece la pena que hoy, esta noche, encontremos un ratito para orar ante él. Y así iniciaremos, con el corazón muy abierto, el camino de la Pascua: el camino de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús, que es el camino de nuestra salvación.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 5, 17-18


35.

Jueves santo, 1 de abril de 1999

El texto de la primera lectura fue redactado durante el exilio en Babilonia y reúne fuentes antiguas de las tradiciones yavista y eloísta.

Al principio, la Pascua y los Panes ázimos eran dos fiestas distintas. La Pascua, de origen preisraelita, era una fiesta de pastores para celebrar, en la primavera, el nacimiento de las ovejas y utilizaban la sangre para ahuyentar a los malos espíritus; la de los ázimos, era una fiesta agrícola que comenzó a ser celebrada cuando Israel entró en la tierra prometida y solamente después de la reforma de Josías (622 a.C.) fue integrada a la Pascua.

El ritual de la Pascua es una memoria histórica del pueblo de Israel, ahora esclavo en Babilonia, para responder a los anhelos de libertad. La liberación de los antepasados de Egipto era el comienzo de una nueva vida: "Este mes será para ustedes el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año" (v. 2). El compartir (v.4) será el pilar de esta nueva sociedad. La Pascua es el fin de los días de opresión (hierbas amargas), el pueblo tiene prisa (panes sin fermento) y está preparado para el viaje (v. 11) que lo llevará fuera de la esclavitud.

El texto del Evangelio empieza hablando de la plena conciencia que Jesús tenía de pasar de este mundo al Padre. El paso del Mar Rojo (Ex 14), de la esclavitud para la libertad, es rescatado por Jesús al inaugurar la Nueva Pascua, cuyo fundamento es el amor hasta el extremo (1b).

El evangelio de Juan no habla de la Eucaristía como lo hacen los sinópticos. Para Juan, la Nueva Pascua tendrá como fundamento el amor y el servicio. Jesús enseña cómo debe ser la relación en la nueva sociedad. Durante la cena Jesús se despoja del manto (dignidad) y se ciñe la toalla delantal (v. 5): el Señor se torna siervo. Lavar los pies era trabajo de los esclavos.

Pedro no acepta que el maestro le lave los pies (v. 6). Para él es normal que la sociedad se organice en clases, Señor y siervo. Para Pedro la desigualdad social es legítima. La respuesta de Jesús es cortante: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo" (V. 8). Para Jesús la igualdad social es una exigencia para tener parte en el Reino de su Padre. Superada la primera fase, Pedro aún no entiende el gesto del Maestro y lo cree un rito de purificación tan practicado por los judíos (v. 9).

Después de lavar los pies, Jesús se viste nuevamente el manto y se sienta a la mesa (v. 12), vuelve a la posición de hombre libre (los esclavos no se sientan a la mesa), pero mantiene su disposición de siervo. El texto no hace mención de que Jesús haya quitado la toalla (delantal), es decir, la misión de Jesús como siervo del Padre continúa hasta la cruz, momento en que el texto dirá que Jesús es despojado de sus vestidos.

Bueno sería un reajuste crítico de algunos clichés estereotipados por la tradición piadosa, que no honra la veracidad histórica de lo que hoy estamos en condiciones de asegurar:

-es seguro históricamente que el marco y el contexto de la celebración de la pascua de Jesús, en el Jueves santo, dista mucho de la estampa clásica, fundamentalmente acuñada en el cuadro de la "última cena" de Leonardo Da Vinci: ni estilo grecorromano, ni lujosas vestiduras, ni una amplia mesa, ni suculentos manjares...

-es muy verosímil históricamente que la cena de Jesús fue la reunión clandestina de un grupo perseguido que ya esá viviendo en el climax de una tensión conflictiva con las fuerzas políticas y religiosas, como evidenciará el desenlace del día siguiente;

-se puede afirmar hoy casi con total seguridad que no es cierto el dato también puesto por la tradición machista de que sólo varones participaron en aquella cena; si era la cena pascual, fue la cena de Jesús y sus discípulos, sin discriminación. Lo más verosímil es que María, la madre de Jesús, y otras mujeres formaban parte de esa comunidad de discípulos que participaba en la cena. (De aquí no se deben dar saltos gratuitos hacia conclusiones del sacerdocio de la mujer -cuyos argumentos podrían ser más serios-, pero tampoco podemos ignorar la falta de fundamento de esta tradición machista).

El Jueves santo, primer día del triduo sacro, marca una celebración capital dentro de todo el año litúrgico, celebración solemne y grandiosa, enmarcada en el contexto dramático de la proximidad de la pasión y muerte del Señor. Es el día cumbre de la despedida y del amor extremo hecho servicio humilde y generoso.

Muchas son las facetas que se entrecruzan en un día como éste. Veamos las principales.

-Día del amor fraterno. Hoy resuena en la comunidad el mandamiento nuevo, mandamiento del amor, del amor "como yo los he amado". "Los amó hasta el extremo", hasta lo inimaginable, hasta hacerse siervo y esclavo en un tipo de servicio considerado humillante y propio de esclavos (lavar los pies). "Les he dado ejemplo". "Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros". Se trata de una proclamación del mandamiento del amor hecha no con palabras sino con el signo práctico -que entra por los ojos- del servicio. Amar es servir. Ama quien sirve. Obras son amores.

-Institución de la Eucaristía. El lavatorio de los pies hace en el evangelio de Juan el papel de la "institución de la Eucaristía" cumple en los otros tres evangelios. Para Juan, en algún sentido, "es lo mismo". La Eucaristía expresa y constituye el sacramento del amor, también de una manera "visible" (como corresponde a todo sacramento, que es un "signo sensible"). Jesús "parte y reparte" el pan y el vino, y dice: "hagan esto en memoria mía", o sea, para recordarme (para guardar mi memoria) hagan esto, o también, partir y repartir su propia existencia será la forma de seguirme que mejor dé testimonio y haga memoria de mí. "Celebrar" la Eucaristía, la fracción del pan, será siempre mucho más que "oir misa": "cada vez que comemos de este pan... anunciamos la muerte del Señor hasta que venga".

-Institución del sacerdocio. Tradicionalmente se ubica en este día. Es claro que Jesús no instituyó "sacerdotes". De hecho el Nuevo Testamento no utiliza esa palabra más que aplicada a él y al Pueblo de Dios en su conjunto, nunca la aplica a cristianos individuales; sólo a partir del siglo IV se introduciría esa palabra en el vocabulario cristiano. Lo que Jesús dejó fueron discípulos y apóstoles. El "clero", en cuanto tal, es decir, en cuanto casta o sector aparte diferenciado por un estatus superior privilegiado, es claramente ajeno al Evangelio. Lo que se apoya en Jesús es un ministerio ordenado de servicio a la comunidad cristiana que reproduce y da continuidad a su presencia en medio de la comunidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


36.

1."Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" Juan 13,1. El amor inmenso de Dios a sus discípulos y en ellos a todos los hombres, encerrado en el Corazón de Cristo, como un embalse gigantesco, parece que se va a desbordar en la expresión del evangelista: "los amó hasta el extremo". La manifestación de ese amor extremado va a ser la Eucaristía. San Juan de Ribera lo formuló en su mote episcopal: "Tibi post haec, fili mi, ultra quid faciam". "Después de esto, ¿qué más puedo hacer por tí, hijo mío?" (Gn 27,37).

2. La característica más típica de la pascua hebrea era que había de celebrarse "de prisa". Su celebración es anterior a la vida del pueblo de Israel en Egipto. Era una fiesta de pastores, que se celebraba en la primavera. En el plenilunio, sin sacerdote y en familia, se sacrificaba un cordero con carácter propiciatorio, y con su sangre ungían los palos de la tienda. Asaban el cordero y lo comían con pan ázimo y con hierbas amargas.

3. Con la liberación de Egipto, la Pascua ya conocida y celebrada, recibe un significado nuevo y salvífico: Desde entonces, la "Pascua", pasah, es el paso del ángel exterminador de los primogénitos egipcios, pasando de largo ante los casas de los hebreos, ungidas con la sangre del cordero. Israel salió de prisa de Egipto. Cesaba la esclavitud y comenzaba el Exodo. Ya no se celebraría la pascua hasta que el pueblo haya entrado en la tierra prometida pasado el Jordán, al llegar a Jericó. A partir de entonces, la celebrarán según las prescripciones del Exodo: con el vestido de viaje, ceñida la cintura, con un bastón en la mano y "de prisa", como peregrinos: "Hora es ya de caminar", dijo Santa Teresa preparándose para la muerte, para el paso. Exodo 12,1. Paso del Señor, ahora en el recuerdo, como salvación actualizada. En la historia y en mi historia. Será éste el primer mes del año, el mes de Nisán, coincidiendo con la luna llena, según el calendario babilónico. Será celebrada en familia, por tanto en el amor. La comida pascual era una preparación y un anticipo del largo camino que se debía comenzar.

4. "Dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Qué cosa sea aquella bebida y aquella comprensión plena, corresponde a nosotros aprenderlo, y a él enseñárnoslo e impartir esta doctrina a sus discípulos. Pues la doctrina de aquel que alimenta es también alimento. Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles. Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santísimo. Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz. Si eres Simón Cireneo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón, confia en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación" nos exhorta San Gregorio Nacianceno.

5. Los romanos habían enseñado a los judíos que los hombres libres comen sentados; y que sólo los esclavos comen de pie. Y sentados comían ya, en el triclinio, como los romanos, en tiempo de Jesús. De esta manera, reunido Jesús con sus discípulos en el Cenáculo, situado en la parte alta de Jerusalén, se dispone a comer la cena pascual, que había visto celebrar y había celebrado toda su vida. Recostados todos alrededor de la mesa, Jesús recita una breve oración de bendición y todos se lavan las manos. Después bendice una primera copa que hace circular entre los convidados, y dice: "¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua antes de mi Pasión! Porque os digo que nunca más la comeré hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15). Se llevan a la mesa junto con el pan ázimo, hierbas amargas untadas con salsa roja hecha con dátiles, almendras, higos y canela. Después se sirve el cordero asado. Se reparte una segunda copa mientras Jesús explica el significado de la Pascua, recordando los beneficios de Yavé a su pueblo, y su liberación de Egipto.

6. Recostados como están sobre cojines, comen el cordero pascual asado y las hierbas silvestres, y mientras todos beben la segunda copa, dice Jesús: "Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Porque os digo que ya no beberé el vino de la vid hasta la llegada del Reino de Dios" (Lc 22, 15).

7. Los discípulos van a contemplar atónitos una escena impresionante: Jesús se pone en pie, toma una jofaina, comienza a lavarles los pies y a secárselos con la toalla. Pedro se resiste y Jesús le dice que si no se deja lavar los pies, lo descarta de los suyos. Sólo entonces Pedro deja hacer, aunque no lo comprende. El quiere hacer cosas por Cristo, hasta dar la vida por él. Piensa que puede purificarse él solo; es necesario que Pedro se deje salvar por Jesús. Que se deje amar por el Señor. Que acepte su servicio salvífico redentor. Este lavatorio tiene un sentido más profundo de lo que parece: no sólo es un acto de amor y un humilde servicio a sus discípulos, y acto ejemplar que deben realizar unos con otros; es un bautismo, anticipación y profecía del bautismo de sangre de mañana, Viernes Santo, cuando la derrame por Pedro y por todos los hombres en el Calvario. Lavar es purificar. La misión de Jesús es incorporar a él un pueblo de purificados. Así tienen significado las palabras dichas a Pedro. Que el pequeño se incline ante el grande, no es humildad, es normalidad. Que el que grande se abaje al pequeño, eso es humildad. "Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos" (Flp 2,6). Pero, ni la muerte ni la resurrección simbolizados en el lavatorio, serán eficaces, sin la fe y el amor de los discípulos. Por eso Judas, aunque estaba presente, sigue manchado. Jesús quiere crear una comunidad de amor entre los hombres, desde su amor. Jesús les purifica de todo lo que se opone al amor. Ahora Pedro exagera: los pies, las manos y la cabeza. Basta la aceptación de la purificación.

8. Pedro tenía en su mente el esquema jerárquico de su cultura y se extrañaba ante la humildad del Maestro. Por eso, se dirige a Jesús como Señor y, confundido, se porta como un súbdito ante un rey. Jesús le invita a cambiar de mentalidad y a empezar a vivir los valores del reino. Le enseñará con éste y con otros gestos, que en la nueva comunidad el único poder es el servicio. Atrás deben quedar los esquemas jerárquicos, los vasallajes y cualquier forma de dominación. Decía un pastor protestante a un sacerdote católico: A nosotros nos llaman pastores, vosotros decís: Excelentísimos señores.

9. Jesús, rompe su silencio ante el grupo y pregunta si han comprendido lo que ha hecho. Los discípulos siguen callados porque no lo han entendido. Jesús aprovecha ese silencio y muestra con el ejemplo, que en la comunidad del Reino el único gobierno ha de ser el servicio, el amor y la solidaridad. Cada uno ocupa un lugar, pero todos son iguales. "Con vosotros soy cristiano. Para vosotros soy obispo", decía San Agustín. Bueno sería un reajuste crítico de algunos clichés estereotipados, que no están de acuerdo con la veracidad histórica pues ni el marco ni el contexto de la celebración de la pascua de Jesús corresponde a la estampa clásica, del cuadro de la “última cena” de Leonardo Da Vinci: ni una magnífica sala de bella arquitectura, ni lujosas vestiduras, ni una amplia mesa, ni suculentos manjares; la cena de Jesús fue la reunión familiar de los seguidores de Jesús y que en aquella cena no participaron sólo varones; si era la cena pascual, fue la cena de Jesús y sus discípulos, sin discriminación. Lo más verosímil es que María, la madre de Jesús, y otras mujeres que formaban parte de esa comunidad de discípulos, estuvieran presentes en la cena.

10. De Mateo, Lucas y Marcos, recibimos la narración escalofriante, hecha con toda sencillez y laconismo: "Mientras comían, Jesús cogió un pan, pronunció la bendición y lo partió; luego lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la pasó, diciendo: Bebed todos, que esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" Marcos 14, 22. Veinticinco años más tarde, Pablo testifica que él ha recibido la misma tradición del Señor 1 Corintios 11,23.

11. Juan no nos relata la institución de la Eucaristía, como hizo con la oración del Huerto, porque cuando él escribe su evangelio, ya lo han hecho los tres sinópticos, y porque sus oyentes ya la conocían, y practicaban la fracción del pan. Y también porque en su evangelio el lavatorio de los pies hace el papel de la consagración del Cuerpo y la Sangre del Señor. La Eucaristía en Juan expresa y constituye el sacramento del amor, de una manera "visible", pues todo sacramento es un "signo sensible". Jesús "parte y reparte" el pan y el vino, y dice: "haced esto en memoria mía", o sea, para recordarme, haced esto; es decir, la mejor forma de seguirme, de dar testimonio y hacer memoria de mí, será dar vuestra propia vida a pedazos. "Celebrar" la Eucaristía, la fracción del pan, será siempre mucho más que "oír misa": "Cada vez que comemos de este pan... anunciamos la muerte del Señor hasta que venga".

12. Hoy, estamos reunidos para celebrar el sacrificio del Señor, cuyo amor inmenso al que apenas podemos asomarnos, nos produce vértigo. Al comer este pan y beber este cáliz esta tarde y quedar incorporados a su misma vida y a su mismo amor, y todos incorporados unos con otros, cantemos de corazón con el salmista: "El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando tu nombre, Señor" Salmo 115.

13. Una palabra más: El Nuevo Testamento sólo emplea la palabra sacerdote cuando designa a Jesús y al Pueblo de Dios en su conjunto, pero nunca dirigida a cristianos individuales; a partir del siglo IV se introduce esa palabra en el vocabulario cristiano. Jesús dejó discípulos y apóstoles. La casta o sector segregado por un estatus superior privilegiado, es ajeno al Evangelio. Lo que deja Jesús es un ministerio ordenado de servicio a la comunidad cristiana, que reproduce y continua su presencia en medio de la comunidad.

14. En su reciente a Tierra Santa en el año del Gran Jubileo, Juan Pablo II ha podido celebrar la Eucaristía en el Cenáculo. Es la primera vez que un pontífice lo ha podido hacer en el mismo lugar en el que Cristo celebró la Última Cena e instituyó el sacerdocio. Juan Pablo II aprovechó la oportunidad de penetrar en el misterio que se vive en el altar, para decir: «Esta presencia es la riqueza más grande de la Iglesia».

15. Reunidos en el cuarto de arriba, dijo el Papa, hemos escuchado la narración del Evangelio de la Última Cena. Hemos escuchado palabras que surgen de las profundidades del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús toma el pan, lo bendice y lo parte, después se lo da a sus discípulos, diciendo: «Este es mi cuerpo». La alianza de Dios con su Pueblo está a punto de culminar en el sacrificio de su Hijo, la Palabra Eterna hecha carne. Están a punto de ser realizadas las antiguas profecías: «No has querido sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Heb 10,5). En la Encarnación, el Hijo de Dios, de la misma naturaleza que el Padre, se hizo hombre y recibió un cuerpo de la Virgen María. Y ahora, en la noche anterior a su muerte, les dice a sus discípulos: «Este es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros». Con gran emoción escuchamos una vez más estas palabras que fueron pronunciadas aquí, hace dos mil años. Desde entonces han sido repetidas, generación tras generación, por los que compartimos el sacerdocio de Cristo a través del sacramento del orden. De este modo, Cristo repite constantemente estas palabras, a través de la voz de sus sacerdotes, en cada rincón del mundo.

16. «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía». En cumplimiento del mandato de Cristo, la Iglesia repite estas palabras cada día en la celebración de la Eucaristía. Palabras que emergen de las profundidades del misterio de la redención. En la celebración de la cena pascual en el cuarto de arriba, Jesús tomó el cáliz lleno de vino, lo bendijo y lo pasó a sus discípulos. Formaba parte del rito pascual del Antiguo Testamento. Pero Cristo, sacerdote de la Alianza nueva y eterna, pronunció estas palabras para proclamar el misterio de la salvación de su pasión y muerte. Bajo las especies de pan y vino instituyó los signos sacramentales del sacrificio de su cuerpo y su sangre. «Por tu cruz y resurrección sálvanos, Salvador del mundo». En cada santa Misa, proclamamos este «misterio de fe», que durante dos milenios ha nutrido y sostenido la Iglesia que peregrina en medio de persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, proclamando la cruz y muerte del Señor hasta su venida (Lumen Gentium,8). En un cierto sentido, Pedro y los apóstoles, en las personas de sus sucesores, han vuelto hoy a la sala del piso superior, para profesar la fe perenne de la Iglesia.

17. La primera lectura de la liturgia de hoy nos remonta a la vida de la primera comunidad cristiana. Los discípulos «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hech 2,42). «Fractio panis». La Eucaristía es un banquete de comunión en la Alianza nueva y eterna, y el sacrificio que hace presente el poder salvífico de la cruz. Desde un principio, el misterio de la Eucaristía ha estado siempre ligado a la enseñanza al seguimiento de los apóstoles y a la proclamación de la Palabra de Dios, que habló en el pasado por medio de los profetas y ahora, de manera definitiva, en Jesucristo (Hebr 1, 1). Allá donde se pronuncien las palabras "Este es mi cuerpo" y la invocación del Espíritu Santo, la Iglesia se ve fortalecida en la fe de los apóstoles y en la unidad que tiene en el Espíritu Santo su origen y vínculo.

18. San Pablo comprendió claramente que la Eucaristía, al ser participación en el cuerpo y la sangre de Cristo, es también un misterio de comunión espiritual en la Iglesia. «Porque aún siendo muchos, somos un sólo pan y un sólo cuerpo, pues todos participamos de un sólo pan» (1 Cor 10,17). En la Eucaristía, Cristo el buen pastor que dio su vida por su rebaño, se queda en su Iglesia. ¿No es acaso la Eucaristía la presencia sacramental de Cristo en todos los que participamos del único pan y del único cáliz? Esta presencia es la riqueza más grande de la Iglesia. Cristo edifica a la Iglesia mediante la Eucaristía. Las manos que partieron el pan a los discípulos durante la Ultima Cena se extendieron sobre la cruz para reunir a todos los pueblos a su alrededor en el Reino eterno del Padre. A través de la celebración eucarística, Él nunca cesa de guiar a los hombres y mujeres para que sean miembros efectivos de su Cuerpo.

19. «Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo vendrá nuevamente». Éste es el «misterio de fe» que proclamamos en cada celebración de la Eucaristía. Jesucristo, el Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, ha redimido al mundo con su sangre. Resucitado de entre los muertos, se ha ido a prepararnos un lugar en la casa de Su Padre. Esperamos su venida con gozosa esperanza en el Espíritu que nos ha hecho hijos amados de Dios, en la unidad del Cuerpo de Cristo.

20. Este año del Gran Jubileo es una oportunidad especial para que los sacerdotes crezcan en la consideración del misterio que celebran en el altar. Por este motivo, deseo firmar la Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo de este año aquí, en la sala superior, donde fue instituido el único sacerdocio de Jesucristo, que todos nosotros compartimos.

21. Celebrando esta Eucaristía en el cuarto superior, en Jerusalén, estamos unidos a la Iglesia de todo tiempo y lugar. Unidos con la cabeza, estamos en comunión con Pedro y los apóstoles y sus sucesores por los siglos. En unión con María, los santos y mártires, y todos los bautizados que han vivido en la gracia del Espíritu Santo, alzamos nuestra voz para gritar: «Marana tha!»; «¡Ven Señor Jesús!» (Ap 22,17). Llévanos, a nosotros y a todos tus elegidos, a la plenitud de la gracia en tu Reino eterno. Amén.

J. MARTI BALLESTER


37.

Testamento de amor

Lecturas: Misa en la Cena del Señor: Éxodo 12, 1-8. 11-14 : "En aquellos días dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Di a toda la familia de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa..., un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito... Lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis de prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.."

La Pascua era y es la fiesta nacional de los judíos, la fiesta de la liberación y de la constitución como pueblo/nación y familia religiosa.

Jesús en esa fecha inaugurará la nueva Pascua en su sangre.

Carta 1ª a los Corintios 11, 23-26: "Yo he recibido una tradición, que procede del Señor, y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan, y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía". Y lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía".

Veinticinco años después de la muerte de Jesucristo, este texto nos transmite una tradición primitiva, recibida del Señor. En ella se recoge por primera vez la fe de los discípulos en la institución de la Eucaristía y en la presencia real del Señor.

El rito sacramental se relaciona con el sacrificio de Cristo en la cruz.

Evangelio según san Juan 13, 1-15: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando..., y Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándolos con la toalla que se había ceñido.... Y les dijo: Si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros..."

El texto está cargado de simbolismos. Conviene convertirlo en tema de reflexión especial en este día. Lo intentaremos haciendo una síntesis del mensaje litúrgico.

Reflexión para este día, Jueves Santo

1. Narraciones evangélicas sobre la Cena Las narraciones evangélicas sobre la última Cena de Jesús, y sobre su Muerte y Resurrección, son relativamente amplias en todos los textos, y todas relacionan estos hechos con la vida pública del Maestro. Vida de Jesús, predicaciones, sufrimientos, muerte y triunfo, van unidos tanto en la historia como en las celebraciones de las comunidades primitivas cristianas. Con la peculiaridad de que los momentos finales tengan carácter de síntesis y plenitud.

En efecto, al lector de los Evangelios le es fácil advertir que, cuando la narración evangélica se centra en los episodios finales de la vida de Jesús, el ambiente que allí se respira está cargado de tensiones profundas, y que cualquier palabra o gesto reviste especialísimo valor. Por algo los momentos finales de una vida, y las palabras que en ellos se pronuncian, adquieren valor de testamento espiritual. Esto, que sucede con el común de los mortales, acontece también en la historia de Jesús, el Salvador.

Prueba de ello es que en la Cena última Jesús realiza intencionadamente algunas acciones que, por su relieve y mensaje, revisten especial carácter simbólico. Los teólogos las denominan acciones proféticas en las cuales el Maestro explica a sus discípulos el altísimo sentido de su vida y de su muerte, e incluso enuncia qué futuro les espera.

2. Acciones proféticas Vamos a detenernos amorosamente en la consideración de algunas de esas acciones proféticas en las que se trata de sensibilizar y de alentar a los discípulos ante la catástrofe que se avecina, mediante el recurso a la escenificación del mensaje. Elegiremos en el contexto tres acciones proféticas cargadas de simbolismo, todas interesantísimas, que hablan al corazón de cualquier espíritu sensible:

2.1. El "llanto de Jesús" sobre Jerusalén. La acción acontece cuando Jesús se acerca por última vez a la ciudad amada. Es la ciudad a cuyos hijos quiso guardar muchas veces como la gallina cobija a sus polluelos, y los suyos no le aceptaron a él ni a su mensaje. El "llanto" del Hijo de Dios es una escena patética, sentimental; es un lamento o canto fúnebre. Anuncia que la muerte o destrucción (por ingratitud) va a devorar a la ciudad.

2.2. El "lavatorio de los pies"

El lavatorio de los pies a sus discípulos. En un momento de la Cena, Jesús, ciñéndose "túnica corta", deja la presidencia de la mesa, y, coaccionando incluso a los apóstoles para que se sometan al rito ejemplificador, les lava los pies. ¿Por qué lo hace?

-Este no es gesto de mera delicadeza o humildad. Es mucho más que eso: una acción simbólica profética por la que enuncia plásticamente lo que debemos hacer en nuestra convivencia todos los cristianos, máxime los dedicados a especiales ministerios y servicios.

-Al discípulo de Jesús se le habla aquí de cambiar su mentalidad, y se le dice que ha de pasar por la vida, hacia la muerte, como un esclavo o siervo, haciéndose servidor de todos. Esta idea la había repetido Jesús en sus predicaciones y catequesis, pero ahora la presenta con solemnidad, escenificándola y asumiendo en la escena papel de protagonista. ¿Por qué?

-Lo hizo para que la luz hiriera los ojos. En tiempos de Jesús, en Palestina había verdaderos esclavos: unos eran extranjeros, y a éstos se les imponían duras cargas, como la obligación de lavar los pies a sus amos; y otros eran judíos, y a éstos no se les podía humillar con gestos como el de lavar los pies. Lo que Jesús muestra y enseña a sus discípulos es que deben ser humildes hasta el extremo, como lo son por fuerza de la tradición o ley los esclavos extranjeros. Ejemplo de radical servicio y disponibilidad.

-¿Y el detalle de Jesús, ciñéndose una túnica corta? Es indicativo de la servidumbre. El judío libre usaba túnica larga; en cambio, el esclavo, la usaba corta. Jesús también.

2.3. La "fracción del pan" y la "repartición del vino". En esta acción simbólica se representa cómo la persona de Jesús se va a entregar por nosotros (en ofrenda voluntaria expiatoria) y cómo se va a quedar con nosotros (sacramentalmente) bajo el pan y el vino consagrados, que se reparten, alimentan, congregan ...

"Fracción del pan" o "Cena del Señor" es el nombre primitivo de la Eucaristía, en las comunidades del siglo I. En el siglo II, con san Ignacio de Antioquía (año 110) y san Justino (año 150), a la "fracción del pan" comenzó a llamársele Eucaristía.

"Fracción del pan" era un gesto típico judío, conmemorativo de la liberación y éxodo. Jesús lo convirtió en signo típico de su ofrenda e inmolación y de la comunión con sus fieles, en un rito que había de perpetuarse en los siglos.

Según nos refiere san Lucas en los Hechos de los apóstoles, había cuatro elementos que constituían para los cristianos el núcleo de su formación y vida de fe : la enseñanza, la fraternidad, la fracción del pan y la oración. Los creyentes, dice, "eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones".

Ampliando ideas, subrayemos varios detalles:

Primero: los relatos de san Pablo (Primera carta a los Corintios) y de san Lucas (Evangelio de la última Cena, Eucaristía), no son una simple descripción de algo que Jesús hizo. Ambos tratan de mostrar y proclamar cuál fue la acción fundante, es decir, la fundamentación histórica del rito sagrado.

Segundo: el rito sagrado se constituye utilizando varios semitismos (por ejemplo, "partir el pan" y "bendecir") que nos hablan de algo muy genuino y original.

Tercero: además de eso, en la Cena se habla de "una copa" que se pone en circulación entre los comensales. Esta copa es una novedad que introduce Jesús en la "cena ritual", y es contraria a la tradición judía y griega.

Cuarto: Jesús ordena que el rito consacratorio se haga "en memoria mía", exclusivamente, no con otro sentido viejo cualquiera. Así queda patente que en la última Cena Jesús inaugura etapa nueva, historia nueva, mensaje nuevo, misterio nuevo.

Esto es mi Cuerpo; esto es mi Sangre Nos hallamos, por tanto, ante un cambio radical en la tradición de la CENA PASCUAL JUDÍA. La nueva Cena se convierte en la EUCARISTÍA , en el sacramento de la REAL PRESENCIA DE CRISTO que se ofrece, inmola y reparte; que nutre, da vida, congrega a los fieles ....

Jesús, al decir "Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre", y repartirlos, está anunciando una especialísima relación entre los elementos pan-vino, cuerpo-sangre, y el misterio de su muerte-resurrección.

- Cuando habla de la "sangre derramada" esa sangre es su "vida entregada violentamente" como sacrificio por nosotros

- Cuando habla del "pan" y del "vino" que son entregados, éstos simbolizan su muerte y también su encuentro con los discípulos: como alimento (pan) que da vida, como fuente de amistad (banquete), como fragua de amor (vino).

- Aquí la "alianza nueva en el amor" se hace vida: "El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él".

Aplicaciones La relación entre la Cena del Señor (Eucaristía) y la Vida-Muerte- Resurrección de Cristo es tan intensa que la tradición teológica-mística no se cansa de repetir : te conocimos, Señor, al partir el pan, y tú nos conoces por nuestra participación "en la fracción del pan".

A esas expresiones podríamos añadir nosotros, en forma derivada de esa confesión de fe: y a nosotros, cristianos, nos conocerán también por la forma en que hacemos de nosotros "pan compartido con todos los hermanos necesitados". De este modo recordaríamos las tres grandes memorias de este día de Jueves Santo:

Institución de la Eucaristía - Sacerdocio cristiano - Caridad fraterna. 

DOMINICOS


38.

• La hora de Jesús

Con esta misa vespertina de la Cena del Señor empieza la celebración del Triduo pascual, los tres días que conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

Las primeras palabras del evangelio que acabamos de escuchar suenan a manera de pregón. Es la hora de Jesús. Allí, en Jerusalén, en aquella sala del cenáculo, alrededor de aquella mesa, empieza el momento decisivo para él, que es también el momento decisivo para nosotros, para cada uno de los que nos hemos reunido en esta iglesia, y para cada uno de los hombres y mujeres del mundo entero. Y por eso estamos aquí, con el corazón atento, contemplándole. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer hoy, que reunirnos aquí, en torno a la mesa, con Jesús?

La primera parte del evangelio de Juan, que los comentaristas llaman "libro de los signos", explica siete grandes signos o milagros, que provocan la adhesión de unos pocos y la reacción de incredulidad y hasta de odio creciente en la mayoría, de manera que el evangelista, que en el prólogo había resumido su evangelio diciendo que Jesús "vino a su casa, y los suyos no le recibieron", al final de esta primera parte hace este triste balance: "Aunque había realizado tan grandes signos delante de ellos, no creían en él" (12,37).

La segunda parte es el "libro de la hora", el gran momento repetidamente anunciado en la primera parte, por ejemplo cuando en las bodas de Caná Jesús dice a su madre: "Todavía no ha llegado mi hora". Ahora, esta segunda parte empieza diciendo enfáticamente: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora..."; y explica: "...de pasar de este mundo al Padre". Juan, sin negar el realismo de los sufrimientos de la pasión, los ve como el camino necesario para volver a la gloria de que disfrutaba, cerca del Padre, antes de la Encarnación. Dice de Jesús, antes de lavar los pies a los discípulos: "Sabiendo que venía de Dios y a Dios volvía..."; y en el discurso de aquella cena. "Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre" (16,28).

El evangelista proclama el sentido del relato de la Pasión que vendrá después, el amor infinito de Jesús al entregarse por nosotros: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". El. Padre del cielo había dado muchas pruebas de su amor por todos los hombres y mujeres que ha creado, pero la máxima revelación del amor de Dios es la Pasión. Dice san Pablo: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Romanos 5,8).

• Entregarse por amor

Si durante esta semana seguimos día a día y hora a hora todo lo que Jesús hizo y dijo, esta noche nos tocaría leer todo el sermón o discurso de la Cena, pero se alargaría demasiado la celebración, de por sí suficientemente densa en textos y ritos. Lo iremos escuchando y meditando en diferentes fragmentos durante los domingos después de Pascua. También es el momento de la institución de la Eucaristía, y por eso hemos escuchado el relato de la primera carta de san Pablo a los corintios.

Pero el rito más característico del Jueves santo es el mandato, el lavatorio de pies. Así como después de instituir la Eucaristía dijo: "Haced esto en memoria mía", después de lavarles los pies también les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? [...]También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". Al lavar los pies de los discípulos -un servicio propio de esclavos-, Jesús expresaba que se quería entregar completamente, hasta la muerte, a todos nosotros, los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Aquel gesto precedió la donación sacramental que esa misma noche hizo de su cuerpo y de su sangre: el pan partido y repartido, la copa derramada hasta el final. Y el signo eucarístico simbolizaba la donación cruenta que se consumaría en la cruz a la mañana siguiente. Por eso hoy es el día del amor fraterno, porque el amor de Cristo nos urge a entregarnos a nuestros hermanos. No solo a ayudarlos, sino a amarlos como Jesús nos ha amado.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 2000, 5 39-40

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